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NARCISO Y ECO, LA DENSIDAD DE LA REPRESENTACION

Por Carlos Valdés Martín

Entre las graciosas ondulaciones de la leyenda de Narciso y Eco se muestran los


extremos imposibles para el individuo antiguo o moderno. A la Grecia clásica le
reconocemos una primera luz para la comprensión del individuo y en esta leyenda
descubrimos los extremos imposibles ante los que se debaten los individuos. Para el
individuo sano resultan imposibles tanto un egoísmo enloquecido, como un
desprendimiento ilimitado. Así, conviene observar los pliegues de la leyenda para
comprender mejor nuestras posibilidades como personas.

Narciso y Eco: la seriedad de la metamorfosis humano-natural, la flor y el


fenómeno. Para una mentalidad fresca e ingenua la metamorfosis parece una
posibilidad efectiva, quizá extrema, quizá extraña pero viable para cumplirse en la
imaginación. Las mentes ilustradas se reirían de las narraciones contenidas en los mitos,
pero la gran masa entre los antiguos vivía sus leyendas como una realidad legada. Y
como nos demuestra la larga saga de relatos recopilados y embellecidos por Ovidio 1, los
eventos de metamorfosis formaban un componente esencial de tales leyendas. Los seres
humanos convertidos en árboles o piedras, los dioses cambiados en toros o cisnes, tales
acontecimientos fantásticos nutren el relato y dibujan su geografía íntima, describen su
peripecia in-creíble.
El relato mítico ofrece un “drama-génesis” para los fenómenos naturales, así tal árbol
no proviene de una fría casualidad o un capricho natural incomprensible, sino de una
personalización. En su conjunto, el pensamiento primitivo prefiere comprender a la
naturaleza como un “tú” mejor que interpretarla como un “eso” (neutral), le confiere el
pensamiento primitivo o antiguo a la naturaleza un estatuto de personalidad2, tal como
el pensamiento religioso le confiere al principio supremo una personalidad (Dios como
un “él”) y no una superioridad tan abstracta, distante a cualquier psique. Entonces al
griego antiguo para entender una flor no bastaba relacionarla con sus formas y
utilidades, su comprensión arrastraba hacia una personalización, lo cual acontece
perfectamente con la flor del narciso, la cual adquiere su sentido mediante una leyenda.
La flor encerrando a una persona, indica una interpretación y una identificación entre
los griegos y su entorno, el evento de un diálogo imaginario entre las almas y las cosas.

Narciso y Eco: el complemento de las representaciones desgraciadas entre los


griegos.
En esta leyenda, la imaginación creativa descubre la concordancia de una doble
desgracia, la coordinación de una falla gemela, engarzando dos fracasos, para unirlos en
un único relato figurando como emblema. ¿Un amor imposible es peor que dos amores
imposibles? La inviabilidad del amor, lo inalcanzable se convierte en el motivo del
relato, la invitación a colgarse del viaje de la lejanía, seguir esa nube imaginativa. Para
Narciso lo inaccesible es su propia imagen, excedida en la belleza física, pero
engañándolo con las suaves alteraciones del agua del río, prometiéndole un mancebo
distinto, escondido bajo el flujo del agua. Para Eco lo inasible es el joven indiferente y
perdido dentro de un egoísta amor propio, y ella misma termina caída en una locura de
amor, despechada y convertida en aire.

1
Ovidio, Metamorfosis.
2
Adorno y Horkhaimer, Dialéctica de la ilustración.
El amor dramático o romántico no se aproximaba a los gustos griegos, pues ellos
preferían las satisfacciones inmediatas, la sencillez de una satisfacción directa desde la
belleza hasta el abrazo o bien la caída absoluta de la tragedia del amor imposible entre
humanos y dioses. El romanticismo sostenido durante las largas noches en vela, resulta
una excepción, como la fiel esposa Penélope esperando a su querido Ulises mientras
teje y desteje esa única prenda. Entonces el emblema griego del amor parece oscilar
entre las parejas felices, incluso si reciben amoríos fugaces, y las trágicas
imposibilidades.

Narciso como pesadez: la espalda corvada y la mirada hacia la tierra.


La pesadez encorva la espalda cuando señala hacia la dirección de la gravedad. Las
asociaciones profundas de la tierra, indican el recinto del Hades, una especie de
infierno, sin tintes de maldad, sino de simple caída por la desgracia de la muerte. La
gravedad de su pasión imposible encorva la espalda de Narciso, y aún cuando no se da
cuenta de que su posición resulta reprobable. En vez de una reprobación moral directa,
Narciso indica la curvatura de su espalda, se coloca en la pose típica de la tristeza, ya no
manifiesta esperanzas ni movimientos posteriores. La espalda curva por una
interpretación fisiológica se asocia con la tristeza y la debilidad; esto revela que Narciso
denota la anemia de una decadencia física (inmovilidad, encorvado, palidez) y espiritual
(obsesión, irrealidad, melancolía) a penas oculta por su juventud.

Narciso como derrota: arrodillamiento y desaparición del mundo externo


Además de la espalda curva aparece el arrodillamiento de Narciso, para alcanzar las
condiciones de una imagen escondida dentro del agua. Perseguir al otro Narciso
imaginario exige una rendición, tal como lo muestra la rodilla en el suelo, signo típico
de las rendiciones incondicionales. Narciso se ha rendido, abandona el mundo, es un
derrotado del amor propio y ya nada le importa. Si a la Victoria la esculpieron con alas,
la Derrota se representa arrodillada.
El amor rinde a Narciso y el mundo externo casi desaparece. El personaje parece
marginado, arrinconado en una orilla discreta y sin pretensiones. Este Narciso es un
desertor de la existencia, consumido por un arrinconamiento extremo, donde la orilla
semeja al abismo.

Narciso como opacidad: el trasmundo bajo el espejo del agua.


Queda colocado en un rincón, pero Narciso busca un espacio enorme, un más allá
fantasioso, atrapado debajo del agua. El espejo del agua es engañoso, encarcela la
metamorfosis alrededor de un mismo punto. El joven pretende rescatar su imagen, pero
el agua fluyendo no entrega un espejo frío y único, sino el vibrar de las aguas
danzarinas. Las aguas claras se convierten en la opacidad de la distorsión y el Narciso
busca su amor absoluto en una especie de idealidad de la bajo-agua, la distorsión de sí
inventa un falso otro, regresándole un movimiento sutil (la imagen propia movida por el
flujo acuático). Bajo la superficie adivina un universo entero de plenitud, únicamente
como promesa, jamás como realización; un universo suave y distinto a la dureza de la
existencia material. Ese otro mundo sutil y evasivo ha cautivado a Narciso, preso de su
nostalgia por obra de los reflejos imposibles y fluidos.

Narciso como auto-sexualidad: la auto-erotización como desgracia.


El drama de Narciso nos revela el fenómeno de la auto-erotización restringida y
restrictiva, así la expansión amorosa se convierte en su contrario, en una implosión, una
caída hacia el interior de sí mismo. Es un drama de homosexualidad peculiar sin el otro,
sin el género, sin la pareja y sin la satisfacción; porque esta auto-erotización de Narciso
no pretende alcanzar una satisfacción, una materia o una respuesta, sino permanece
hechizado en un más allá ideal, una evocación anti-material encerrada en el misterio
bajo las aguas.
Incluso esta erotización de Narciso difiere grandemente del onanismo (otra leyenda
mítica) porque pretende alcanzar un trasmundo, no intenta un placer activo, sino
mantenerse hechizado. Ese hechizo permanece enteramente pesado, completamente
gravitante, y muestra una inversión del sentido de los ideales típicos. Los ideales típicos
buscan la lejanía y la altura3, pero Narciso busca su pseudo-ideal en el “interior” de la
superficie, y ese demasiado adentro termina abajo en el submundo de la ilusión.

Narciso como condena a la belleza masculina: un anti-emblema de Venus


Este personaje no puede ser femenino, porque indica una ironía o condena sobre la
visión de la belleza masculina y esto no refiere un rechazo frontal. Para los griegos la
belleza resulta preferentemente femenina, y así lo plantea su diosa del amor y la belleza.
En el imaginario de las leyendas griegas resulta natural que Diana, Venus, las Ninfas y
Náyades disfruten de un baño discreto en los claros manantiales protegidos por el
bosque y sus imágenes sensuales se duplican entre las aguas. Este Narciso opera como
dúplice masculino de una Ninfa y tal copia crea una nueva cualidad. El asombro y el
magnetismo de la belleza femenina resulta aceptado bajo la imagen de la Ninfa y
entonces esa aceptación contiene su complemento en la desgracia de Narciso. Con el
traspaso de lo femenino a lo masculino acontece el mismo flujo convertido en parálisis,
la admiración convertida en burla. En fin, bajo el texto de la leyenda descubrimos una
repulsa relativa para la admiración de la belleza masculina y una sátira escondida.

Eco como ligereza: ninfa del aire, lo inasible, la opacidad de la transparencia.


El gruñido de la cacería entonces cotidiano, en la lejanía de una montaña nos indica el
ajetreo de los hombres, y como un alejamiento, como una inacción de escape se
presenta el eco, ese fenómeno sonoro tan explícito como esquivo. Y a través de un
acontecimiento “evidente y esquivo” se descubre, mediante la sorpresa que la
transparencia también esconde su misterio ¿cómo permite el aire viajar al sonido?
¿cómo el aire distorsiona el sonido, duplicándolo sobre la lejana montaña? El fenómeno
del eco debe contradecir la experiencia cotidiana del sonido viajando rectamente, tal
como nos acostumbra, para que surja la duda y la interrogación. Con los pensadores
griegos el espacio adquiere una opacidad primera4, y luego de esa incomprensión
pareciera superada esa opacidad por sabio Euclides, revelando la pureza de la geometría
plana, la diáfana interpretación primera del espacio.
Cuando con el eco el sonido regresa duplicado entonces se convierte en una paradoja,
trastocado desde ser un útil para convertirse en una entidad como animada y autónoma,
que regresa a capricho, únicamente en circunstancias peculiares, pero como efectuando
un antojo. Ese aparente capricho del eco motivó su identificación con una entidad
animada, femenina pero enloquecida, errática en su comportamiento, e inalcanzable en
su sentido montaraz.

Eco como imposible: la desgracia del amor, la condena en la época clásica.


En la distancia, la cultura actual al confrontarse con la cultura griega, las diferencias no
saltan suficientemente a la vista, y tal discontinuidad entre culturas abarca temas tan

3
BACHELARD, Gastón, El aire y los sueños.
4
Por ejemplo, le concepto de Ser de Parménides como la esfera impenetrable contradice la experiencia
inmediata del espacio.
universales como el “amor”. En el periodo moderno el amor está aceptado, posee
ciudadanía, y no se identifica como causa primera (directa, esencial) de desgracias y
desventuras. En el pasado, el amor excesivo parece asentado en la plena mitad de la
desgracia. Con un significado de terapia psicológica “ligera”, ahora se emplea el
término de “mujeres que aman demasiado”, pero la desdichada ninfa Eco las representa
y supera, pues surge completamente perdida entre una pasión sin correspondencia,
irracionalmente decidida a reflejar a otro y así elevando el sentido de la dependencia
hasta un extremo insuperable.
Entonces con Eco el amor resulta una desgracia directa, un golpe que devasta la
existencia y por tanto hasta convendría evitarlo. Esta ninfa define el modelo extremo de
“mujeres amando demasiado”, como una especie de arquetipo fijo, ya sin dinámica ni
movimiento, engolfado dentro de un furor estático (con su repetición causada por una
pasión no correspondida).

Eco como montaña y abismo: el susurro de las distancias convertido en silencio.


La ninfa se identifica con dos accidentes geográficos extremos: la montaña y el abismo,
de tal modo que no resulta viable ninguna manipulación externa. Ante tales majestades
geológicas resta la veneración o el temor. Respecto de la montaña recordemos que los
griegos las veneraban como morada de los dioses como Olimpo y sitio de los rituales
supremos, escondite de lo sagrado. El abismo, por el contrario implicaba el riesgo y el
castigo, injustamente Prometeo queda encadenado sobre el acantilado para su castigo
eterno, y el canto de las sirenas rugía entre los farallones marinos, otra modalidad del
abismo mirado desde el mar. A un nivel ingenuo el eco parece conquistador de tales
espacios, como si una pasión rebasase los imposibles, tanto montañas como abismos. El
susurro del eco parece vencer de un salto las distancias y sus riesgos, sin embargo, se
debilita sucesivamente, ofreciendo el discreto espectáculo de un desvanecerse
escalonado del sonido. El eco repite pero en menoscabo, hasta concluir en el silencio.
¿Ese silencio desplegado después del eco revela la mudez esencial de la alta montaña o
del profundo abismo? El sonido perdiéndose pareciera recordarnos que la elevación y el
precipicio, en su majestad exigen un mutismo respetuoso, una afonía de orígenes, un
silencio para recordar las eternidades desde las cuales provienen y hacia las que
arribarán.

El imposible persiguiendo al imposible: argumento para crear una realidad


mediante la imaginación. Quien escucha la triste leyenda de Narciso descubre, con un
gesto de superioridad, a un joven persiguiendo un absurdo; entonces el personaje de
leyenda adquiere densidad mediante su “actuación” fantasiosa. El lector y el narrador de
la leyenda son personas cotidianas, y por contraste, el personaje narrado adquiere
sustancia cuando demuestra una acción fantasiosa. El gesto fantasioso aparece en
Narciso mirando el espejo de las aguas, y por rebote el narrador ya parece realista; el
oyente burlándose de las quimeras del Narciso o condoliéndose de su destino se sabe
todavía más realista. En este relato acontece una condensación, donde la fantasía
denunciada esconde la ilusión actual del relato. Y ocurre una operación igual con el
amor desgraciado de la ninfa Eco, pues su comportamiento “irracional” merece piedad
del oyente, y es una piedad sobre una enamorada ilusa, sometida a una fantasía de
repetición. Si fuera viable acercarse a la ninfa durante un lapso de razón, convendría
reconvenirla e invitarla a cejar de tales repeticiones sin sentido. Y cuando mira el
espectador de la leyenda una flor de narciso junto al arroyo cristalino recuerda al
enamorado extraviado, o cuando grita sobre el abismo de la montaña rememora a una
ninfa enamorada. Entonces los devaneos de la fantasía dan materia a los personajes, los
recordamos cuando miramos accidentes de la naturaleza, ya por siempre unidos a
actitudes humanas fracasadas por inviables, tristes por autodestructivas. Sobre el telón
de la tragedia se ha creado una nueva realidad mediante la imaginación, pues la flor y el
eco han quedado emparentados con los sentimientos humanos, tejidos con sus
sinuosidades y precipicios.

Las dos figuras extremas de la individualidad en el terreno de la leyenda.


En una misma leyenda antigua descubrimos perfectamente delineadas dos caras
antagónicas de la individualidad. El personaje Narciso, quien ha trascendido hasta
convertirse en una clave psicoanalítica, muestra una posición cerrada y absoluta, casi
una frontera del encierro. El triste Narciso se ha encerrado en sí mismo, se retira del
mundo y en esa operación se aleja de cualquier contacto humano para engancharse
únicamente en su imagen. El individuo encerrado en sí mismo, pierde su contacto
externo para hundirse en un mundo interno, donde su propia imagen se ha vuelto su
droga amorosa. Esa posición encorvada muestra una derrota y una debilidad extrema.
Pero además de una tendencia psicológica nos muestra una frontera de la existencia
misma del individuo, difícil de argumentar para los griegos todavía tan sociables 5, pero
mucho más visible en la modernidad. El individuo-átomo encuentra su frontera en una
idea narcisista, una frontera donde el exterior social desaparece, para convertir al
individuo en el fantasma de sí mismo.
La posición de la ninfa Eco se coloca en el extremo representativo de una sociabilidad
compulsiva, un deseo de agradar hacia fuera que vacía a la persona durante su esfuerzo
por agradar. De hecho, en parte el papel social de condición subordinada de la mujer
correspondía con esa imagen tan extrema, pues una educación en la dependencia,
convertía a la mujer en un “segundo sexo”, de tal manera que se colocara en una
“inexistencia-individual”, porque los papeles sociales de hija, esposa y madre estaban
destinados a servir a otros, anulando la propia individualidad. En este caso, aparece una
posición de dependencia constante hacia los otros, que en la sociedad presente se está
superando gracias a una gran revolución entre los roles sociales. Pero, para lo que
interesa en este argumento, ha existido tal subordinación en un largo periodo histórico,
sin que por eso deba aceptarse como natural.
Ahora bien, si analizamos la relación general del individuo con su entorno descubrimos
que esta sola leyenda demuestra las dos posiciones extremas. La pretensión de que el
individuo puede disociarse de su entorno, declarándose como completamente
independiente, nos conduce hacia un emblema de Narciso, convertido en una planta
aislada. La pretensión de que el individuo únicamente responde a sus determinaciones
exteriores, nos conduce a interpretarlo como un simple eco de sus causas externas, y
como tal marioneta de las circunstancias. Curiosamente, incluso hasta el presente varias
influyentes concepciones sobre el individuo y la sociedad caen en los mismo extremos
inviables, que hace milenios denunciara la leyenda griega. Los partidarios de una
libertad casi absoluta (ya sea como hecho o como derecho) nos transportan hacia el
confín del arroyo donde Narciso yace hipnotizado con su imagen. Los adeptos de una
determinación casi absoluta (ya sea como hecho o como derecho) nos arrinconan en la
pasión de la ninfa Eco, quien se contentaba con repetir la palabra recibida.

5
Por eso la interpretación aristotélica tan famosa sobre la imposibilidad de un individuo separado de su
ciudad, la definición de “zoon politicón”, Cf. Aristóteles, Política a Nicomaco.

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