Вы находитесь на странице: 1из 5

MURILLO

Fue quizá el pintor que mejor definió el Barroco español. El periodo de máxima actividad de Murillo se inició en
el año 1665 con el encargo de los lienzos para Santa María la Blanca, con lo que consiguió aumentar su fama y
recibir un amplio número de trabajos. Falleció, mientras trabajaba en una de sus obras, a consecuencia de una
caída desde un andamio.

Su carrera
Nació en el año 1617, en Sevilla, en el seno de una familia de catorce hermanos, siendo él el más pequeño. Sus
padres se llamaban Gaspar Esteban y María Pérez, pero Murillo adoptó el segundo apellido de su madre, con el
cual se dio a conocer. Su padre se murió cuando él tenía nueve años y su madre apenas seis meses después.
Una de sus hermanas mayores, Ana, se hizo cargo de él y le permitió frecuentar el taller de un pariente pintor,
Juan del Castillo.

Bartolomé Esteban Murillo fue quizá el pintor que mejor definió el Barroco español. En 1630 ya trabajaba como
pintor independiente en Sevilla y en 1645 recibió su primer encargo importante, una serie de lienzos destinados
al claustro de San Francisco el Grande; la serie se compuso de trece cuadros, que incluyeron "La cocina de los
ángeles", la obra más celebrada del conjunto por la minuciosidad y el realismo con que estaban tratados los
objetos cotidianos.

El éxito de esta realización le aseguró trabajo y prestigio, de modo que vivió holgadamente y pudo mantener sin
dificultades a los nueve hijos que tuvo con Beatriz Cabrera, con quien se casó en 1645, cuando tenía 27 años.

Después de pintar dos grandes lienzos para la catedral de Sevilla, se empezó a especializar en los dos temas
iconográficos que mejor caracterizaron su personalidad artística: la Virgen con el Niño y la Inmaculada
Concepción, de los que realizó multitud de versiones.

En 1658 se trasladó a Madrid donde conoció a Velázquez, quien lo puso en contacto con la pintura flamenca y
veneciana. Luego, en 1660, intervino en la fundación de la Academia de Pintura, cuya dirección compartió con
Herrera el Mozo. La presidencia de la Academia la abandonó en 1663, y fue sustituido por Juan de Valdés Leal.
Fue precisamente en ese año que Murillo quedó viudo, al fallecer su esposa como consecuencia del último
parto.

El periodo de máxima actividad de Murillo se inició en el año 1665 con el encargo de los lienzos para Santa
María la Blanca -el Sueño del Patricio y el Patricio relatando su sueño al papa Liberio-, con lo que consiguió
aumentar su fama y recibir un amplio número de trabajos: las pinturas del retablo mayor y las capillas laterales
de la iglesia de los capuchinos de Sevilla y las pinturas de la Sala Capitular de la catedral sevillana. Ese mismo
año Murillo ingresó en la Cofradía de la Santa Caridad, lo que le permitió realizar uno de sus trabajos más
interesantes: la decoración del templo del Hospital de la Caridad de Sevilla (cuadros sobre las obras de
misericordia), encargo realizado por Miguel de Mañara, un gran amigo del artista.

Murillo se destacó también como creador de tipos femeninos e infantiles, pasó de la inocencia de "La muchacha
con flores" al realismo directo de los niños de la calle, mendigos, que constituyeron un maravilloso estudio de la
vida popular. Después de una serie dedicada a la Parábola del hijo pródigo, se le encomendó la decoración de
la iglesia del convento de los capuchinos de Cádiz, de la que sólo concluyó los "Desposorios de santa Catalina",
ya que falleció, mientras trabajaba en ella, a consecuencia de una caída desde un andamio.

Su muerte fue el 3 de abril de 1682. En su testamento, que no llegó a terminar, pidió que fuera enterrado en la
parroquia de Santa Cruz. Cumplieron con su pedido, pero este templo fue destruido por las tropas francesas en
1811.

Los dos elementos claves en la obra de Murillo fueron la luz y el color. En sus primeros trabajos empleó una luz
uniforme, sin recurrir a los contrastes. Pero este estilo cambió en la década de 1640 cuando estaba trabajando
en el claustro de San Francisco. En él se podía apreciar un marcado acento tenebrista, muy influenciado por
Zurbarán y Ribera. Este estilo se mantuvo hasta 1655, momento en que Murillo asimiló la manera de trabajar de
Herrera el Mozo, con sus transparencias y juegos de contraluces, tomados de Van Dyck, Rubens y la escuela
veneciana. Otra de las características de este nuevo estilo fue el uso de sutiles gradaciones lumínicas con las
que consiguió crear una sensacional perspectiva aérea, acompañada de la utilización de tonalidades
transparentes y efectos luminosos radiantes.

Las obras de Murillo alcanzaron gran popularidad, y durante el Romanticismo se hicieron numerosas copias,
que fueron vendidas como auténticos "Murillos" a los extranjeros que visitaban España.
OBRAS

La Sagrada Familia del Pajarito

Pintura con claras influencias de sus contemporaneos Zurbarán y Rivera.


Representa una escena doméstica tratada con una delicada dulzura y ambientada
en un clima familiar, consiguiendo así, una mezcla de lo sacro y lo trivial. La
composición del cuadro se basa en la escuela italiana, dos figuras opuestas
(Madre y Padre) con una sobre iluminación de la figura del niño para atraer la
atención del espectador. Las figuras, de formas precisas, están ligeramente
difuminadas en sus bordes atenuando así los contrastes y apaciguando el
conjunto de la imagen.

El Buen Pastor

Murillo domina con gran maestría la anatomía y expresión de los niños, creando
numerosas obras con temas infantiles.
En este caso la paz y serenidad que transmite la expresión del niño con el
cordero es la consecuencia de la intención del pintor de transmitir el gozo que
proporciona al creyente su devoción.

Los Niños de la Concha

Cuadro que representa a Jesús dendo de beber a


San Juan niño debajo de una corte de pequeños
angelitos. La dulzura de anteriores obras, aunque
se mantiene por el estilo del pintor, esta
desvirtuada por los gestos de adultos que adoptan
los niños, resulta un poco estravagante. Es sin
duda una de las influencias ideologicas italianas
que pretende demostrar la superioridad divina:
tanto Jesús como San Juan son maduros siendo
niños.

La Virgen del Rosario.

Casi todas las carcterísticas de las pinturas de Murillo se concemtran en esta


obra: el ambiente vaporoso, la primorosa figura infantil, las expresiones devotas y
naturales, la figuras con detalles miniciosos y difuminadas en sus perfiles, la
idílica figura femenina...
Transmite tranquilidad, paz interior, devoción, es un experto en ello y sus
innumerales encargos de temas religiosos por parte de la Iglesia lo demuestran y
alientan. Usa con maestría las luz y la oscuridad, no sólo como mera técnica de
claro oscuro, sino como medio de transmisión de sentimientos gracias a las
especiales atmósferas que consique.

La Immaculada de Soult
Uno de los últimos cuadros de Murillo se muestra como un trabajo compacto y
sólido, quizás uno de los más completos del artista. Fué pintado en 1678 para
Hospital de los Venerables de Sevilla.
La Magestuosidad de la Virgen esta acertadamente acentuada por la densa
atmósfera que la rodea, a su vez llena de figuras de angelitos y en el que parece
que el aire es dorado.
Este cuadro fue confiscado por el mariscal Soult, general de Napoleón, expuesta
en el Museo del Louvre y devuelta al Museo del Prado en 1940. Es debido a esta
incidencia el nombre del cuadro.

La Inmaculada de El Escorial

Otra imagen de la Virgen María de grandes dimensiones, es de similar


composición que las otras Inmaculadas "triunfantes" de Murillo. La exagerada
luminosidad del fondo que rodea a la figura de María incide en esta intención de
representar la grandeza y victoria divina de la Virgen.
Los modelos de belleza que Murillo utilizó para todas sus pinturas con este tema
no hicieron más que acrecentar su popularidad entre todas las capas del pueblo,
creando un verdadero artista "estrella".

La Inmaculada de la Media Luna

Otra Inmaculada diseñada con la misma composición estructural pero diferente en


cuanto la expresividad del personaje. Su triunfo no es exultante: el rostro está pálido,
su expresión melancóloca y con la vista perdida, parece que buscase a su Hijo en los
cielos.
Su estilo vaporoso permanece en este cuadro al igual que el modelo de belleza
devota de otras figuras.

ZURBARÁN
Francisco de Zurbarán nació el 7 de noviembre de 1598 en Fuente de Cantos (Badajoz).
Sus padres fueron Luis de Zurbarán, comerciante acomodado, e Isabel Márquez; éstos
se casaron en la localidad vecina de Monesterio el 10 de enero de 1588. Otros dos
importantes pintores del Siglo de Oro nacerían poco después: Velázquez (1599-1660) y
Alonso Cano (1601-1667).

Probablemente se iniciara en el arte pictórico en la escuela de Juan de Roelas, en su


ciudad natal, antes de ingresar, en 1614, en el taller del pintor Pedro Díaz de Villanueva
(1564-1654), en Sevilla, donde Alonso Cano le conoció en 1616, probablemente
también trabó relación con Francisco Pacheco y sus alumnos, a más de tener cierto
influjo procedente de Sánchez Cotán tal cual puede observarse en la Naturaleza muerta
que pintara Zurbarán hacia 1633.

Su aprendizaje se terminó en 1617, año en el que Zurbarán se casó con María Páez. El
único cuadro que hoy se conoce y que corresponde a los comienzos de su carrera es el
de una Inmaculada de 1616.

En 1617 se estableció en Llerena, Extremadura, donde nacieron sus tres hijos: María,
Juan (Llerena 1620-Sevilla 1649), (que fue pintor, como su padre, y murió durante la
gran epidemia de peste ocurrida en Sevilla, en 1649), e Isabel Paula.
Tras el fallecimiento de su esposa, se volvió a casar en 1625 con Beatriz de Morales,
viuda y con una buena posición económica, aunque diez años mayor que él, como su
primera esposa. En 1622 era ya un pintor reconocido, por lo que fue contratado para
pintar un retablo para una iglesia de su ciudad natal.

En 1626 y ante un notario, firmó un nuevo contrato con la comunidad de predicadores


de la orden dominica de San Pablo el Real, en Sevilla: tenía que pintar 21 cuadros en
ocho meses. Fue entonces, en 1627, cuando pintó el Cristo en la Cruz, obra que fue tan
admirada por sus contemporáneos que el Consejo Municipal de Sevilla le propuso
oficialmente, en 1629, que fijara su residencia en esta ciudad hispalense. En este cuadro
la impresión de relieve es sorprendente: Cristo está clavado en una burda cruz de
madera. El lienzo blanco, luminoso, que le ciñe la cintura, con un hábil drapeado — ya
de estilo barroco —, contrasta dramáticamente con los músculos flexibles y bien
formados de su cuerpo. Su cara se inclina sobre el hombro derecho. El sufrimiento,
insoportable, da paso a un último deseo: la resurrección, último pensamiento hacia una
vida prometida en la que el cuerpo, torturado hasta la extenuación pero ya glorioso, lo
demuestra visualmente.

Igual que en La Crucifixión de Velázquez (pintado hacia 1630, más rígido y simétrico),
los pies están clavados por separado. En esa época, las obras, en ocasiones
monumentales, trataban de recrearse morbosamente en la crucifixión; de ahí el número
de clavos. Por ejemplo, en las Revelaciones de Santa Brígida se habla de cuatro clavos.
Por otra parte, y tras los decretos tridentinos, el espíritu de la Contrarreforma se opuso a
las grandes escenificaciones, orientando especialmente a los artistas hacia las
composiciones en las que se representara únicamente a Cristo. Muchos teólogos
sostenían que tanto el cuerpo de Jesús como el de María tenían que ser unos cuerpos
perfectos. Zurbarán aprendió bien estas lecciones, afirmándose, a los veintinueve años,
como un maestro incontestable.

OBRAS

Bodegón.

Representa un conjunto de cuatro elementos colocados en un mismo plano. Su


estructura geométrica y disposición es consecuencia de un cuidado estudio para
la creación de este magnífico bodegón.
La composición, que parece sencilla a primera vista, es de una complejidad
minuciosa: la luz lateral o la disposición de los elementos en distintos ángulos (las
asas de los cacharros desvelan la intención de esta colocación).

San Lucas como pintor ante Cristo en la cruz

Este es uno de los cuadros más dramáticos del pintor. El Cristo aparece
demacrado, con los pies enlazados y unidos a la cruz con cuatro clavos. La
técnica tenebrista confiere a esta figura un contenido patetismo que se rompe al
contemplar al otro protagonista del cuadro, el pintor. El pintor estudia con frialdad
a su modelo y no con el fervor religioso que cabe esperar en un santo. Según la
tradición, San Lucas fue pintor y Zurbarán, que realizó un retrato de sí mismo
para dar forma a este santo, le plasma desempeñando su oficio y no en un acto
devoto.
Santa Casilda

Zurbarán utiliza como modelo para su Santa Casilda a una


dama de la corte, probablemente una amiga o conocida, y
realiza un retrato en el que conjuga la simbología religiosa con
la moda cortesana del siglo XVII. En el cuadro; destaca la
elegancia, la serenidad y la dignidad de la mujer. Asimismo,
impresionan la luminosidad de las telas, la majestuosidad del
traje y el virtuosismo de los brocados. Cuenta la leyenda que
Santa Casilda, que era la hija del Rey musulmán de Toledo,
llevaba pan entre sus ropas para aliviar el hambre de los
cristianos cautivos. En una ocasión, los soldados le
interrogaron sobre lo que llevaba en su falda. Al mostrarlo, el
pan se había convertido en un ramillete de rosas.

Visión de San Pedro Nolasco

Esta Visión de Zurbarán ejemplifica, como pocos lienzos, la dificultad que debe
superar el pintor para aunar la idea que inspira el cuadro y la técnica con la que se
ejecuta. Sirvan de ejemplo tres errores: la perspectiva en la que coloca la mesa y la
silla, la falta de expresividad de San Pedro Nolasco y la carencia de sentimientos
celestiales en el ángel. Tampoco acierta el pintor con la representación de la ciudad
de Jerusalén, que aparece en el ángulo izquierdo superior de la tela. Sin embargo,
la capacidad para captar la realidad visible y el desarrollo del Naturalismo, que
extiende sus raíces en Caravaggio, son cualidades palpables del pintor.

Aparición del Apostol San Pedro a San Pedro Nolasco

Zurbarán emplea la luz, como principio animador del Naturalismo que impregna el
cuadro. La luz como divinidad misma, como manifestación de lo sobrenatural.
Destaca la monumentalidad del Apóstol, que resalta con su aire escultórico gracias
a la técnica del tenebrismo -contraste de luz y sombras. El interés del cuadro se
centra en la intención de adoctrinar, de enseñar a los fieles, de descubrirles
verdades de fe. La pintura se concibe aquí como un tipo de retórica mediante la
cual el contenido, la idea, se ofrece al espectador a través de una bella
presentación. De nuevo es necesario señalar que el pintor comete errores
estructurales, en cuanto a la perspectiva, y que los soluciona con una cortina de
nubes.

Defensa de Cádiz ante los ingleses.

Este es el único cuadro de tema histórico pintado por el artista. Zurbarán demuestra
su escasa capacidad para la composición profana. Intenta crear una escena teatral
para dotar de verosimilitud al conflicto bélico. Para ello, divide el lienzo en dos
planos. En una parte; aparecen los defensores. Figuras aisladas y atemporales,
verdadera galería de retratos a través de los cuales no consigue representar los
estados alma. En otra, se inmortaliza la batalla -probablemente copiada de algún
tapiz flamenco del siglo XVI. El pintor demuestra de nuevo sus frágiles recursos
para trazar la perspectiva.

Вам также может понравиться