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El escalón hacia la comunión

Una madrugada del cuatro de Junio de 1991, El decidió venir a


visitarme. Quizá fueron aquellos dos minutos extras que decidí
quedarme de rodillas, luego de haber dicho amén. Pero me gusta más la
idea que El quiso ingresarme a su lista de contactos. Tuve la visión más
grandiosa de toda mi vida. El Señor me mostró un estadio repleto de
jóvenes, mientras que podía verme a mi mismo predicando y
recorriendo el enorme palacio del fútbol.

Pero lo que más logró impactarme no fue exactamente lo que estaba viendo, sino el hecho que
Dios me había considerado para ofrecerme una función privada. Una premier de aquello que El
mismo había preparado para un futuro cercano. Definitivamente, ese fue el día que accedí pasé
de la sencilla relación a una intensa comunión. Nadie es igual, luego de ingresar a la agenda del
Padre.

A partir del momento que subes a ese nuevo nivel, puedes saber cuando el Padre viene a
visitarte. Simplemente aprendes a reconocer su estilo. Observa bien y notarás que juega con tus
cabellos. Acaricia tus mejillas. Puedes sentir el pesado abrazo de un Padre tierno. Y por sobre
todas las cosas: no necesitas ser tan adulto. Cuando El visita tu habitación, cuentas con el lujo
de sentirte niño otra vez.

Sin estar agobiado por las responsabilidades, escondido tras su gran espalda. No tienes que ser
demasiado correcto ni estructurado para dialogar con El. El no está esperando que pronuncies
un discurso de frases elaboradas. Puedes hablarle de tus torpezas y de aquello que te ha robado
la paz estas últimas semanas.

Puedes contarle acerca de tus suspiros más íntimos y tus anhelos más escondidos. El desea que
la atareada ama de casa olvide por un momento la vajilla para lavar y los hijos que atender,
para arrojarse como una niña en los brazos del Padre.

Aguarda que ese rudo hombre de negocios, olvide los golpes de la vida y las traiciones de la
empresa, y que por unos minutos, se desmorone en las rodillas del Creador. Desea que el
enérgico e incansable líder le cuente de sus miedos más ocultos y de aquello que lo sonroja en la
intimidad.

Espera que ese muchacho, al que la vida no le dio respiro, sienta el reposo del guerrero, sólo por
estar en Su compañía.

Sorpresas pautadas
Abraham, sin saberlo, también ha pautado su sorpresa. Después de
todo, no han pasado muchos años desde que recibió una promesa. Y
ahora sin sospecharlo aún, su Padre está de regreso, y almuerza con él
debajo de un frondoso árbol. Me gusta la idea que Abraham no haya
provocado el encuentro. Me fascina el saber que fue exactamente al
revés. Toda mi vida he crecido con la idea que es uno quien debe buscar
a Dios, pero nunca me habían dicho que también es Dios quien busca al
hombre.

Paseándose en el huerto del Edén. Sorprendiendo a un Moisés dubitativo tras una zarza. En el
medio del camino a Saulo de Tarso. O en un improvisado almuerzo campestre.

-Hmmm, delicioso. –dice el extraño mientras saborea una costilla de carne asada. – De igual
modo, admiro la mano que tiene Sara para cocinar esos panecillos que disfrutamos como primer
plato –comenta el comensal más alto- a propósito, dónde se metió Sara?

Siempre quise saber qué cara puso Abraham cuando oyó la pregunta. En primer lugar, él aún no
la había presentado; en segundo lugar, cómo supo que su esposa se llamaba Sara? Puedo
imaginarme el rostro del patriarca anfitrión. Tuvo que haber sido similar a mis niños, en el
momento exacto que me ven desempacar las maletas. Saben que algo viene conmigo. Si papá
pregunta “cómo se portaron los niños?”, es porque oculta algo debajo de la manga.

- Supongo que…en la tienda. Eso es, en la tienda- responde. El hombre termina de masticar,
limpia las comisuras de sus labios con una servilleta y sencillamente, desempaca el regalo. La
sorpresa pautada. -Sara tendrá un hijo –dice.

Un momento. Este no es un tema para tratar en un almuerzo con desconocidos. Después de


todo, hace a la intimidad de una familia. Me pregunto si fue en ese momento, que Abraham se
dio cuenta que Dios había salido a su encuentro. Me pregunto si fue exactamente allí cuando se
percató que el Creador del Universo y Aquel que acomodó el cosmos en su lugar, estaba frente a
el, saboreando su carnero asado. Abraham contempla su regalo como un niño que de tan
sorprendido, olvida ser cortés y agradecido. Algo no está funcionando bien aquí, estos extraños
no están de paso por la tienda de los viejos ancianos sin hijos. Dios estaba dándole,
sencillamente, una sorpresa.

Pero, ¿qué hace esa mujer?


Sé que los lugares públicos suelen ser los más convencionales, y como
dije anteriormente, respeto a quienes sienten que Dios les ha dado ese
lugar. Pero aliento a esas otras miles de mujeres que podrían llevarse el
aplauso de una multitud o el agradecimiento de una congregación, pero
prefieren ser las estrategas en la batalla. Han optado por levantar los
brazos, decir las palabras adecuadas en medio de las tormentas,
callarse y amar en silencio cuando todos opinan y señalan.

Las que planifican con la mente clara, las que ven aquello que sus esposos no se percatan, las
que recuerdan las promesas del Señor en los momentos más críticos. No quiero caer en lugares
comunes diciendo que “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”, porque también
podría utilizarse como un viejo recurso machista. Solo quiero recordarte que nunca puedes
juzgar a alguien por lo que hace en público y mucho menos puedes valorar a una mujer por su
perfil ante la gente.

Hace poco leí un poema maravilloso que lamentablemente no pude averiguar quien fue su autor,
pero aun así me permití transcribírtelo:

“Que nadie haya sido tan afortunado de darse cuenta la mina de oro que tu eres,
no significa que brilles menos.

Que nadie haya sido lo suficientemente inteligente para darse cuenta que mereces estar en la
cima,
no te detiene para lograrlo.

Que nadie se haya presentado aun para compartir tu vida,


no significa que ese día este lejos.

Que nadie haya notado los avances de tu vida,


no te da permiso para detenerte.

Que nadie haya notado la hermosa persona que tú eres,


no significa que no seas apreciada.

Que nadie haya venido a alejar la soledad con su amor,


no significa que tengas que conformarte con lo que sea.

Que nadie te haya amado con ese amor que has soñado,
no significa que tengas que conformarte con menos.

Que aun no hayas recogido las mejores cosas de la vida,


no significa que la vida sea injusta”

Cazadores de sueños
Una fría noche de Junio, casi no sentía mis piernas del frío y del
cansancio, así que alrededor de la medianoche, le dije a mi esposo que
me iría a dormir. -Que descanses –me contesto con la cabeza entre las
rodillas- yo me quedaré un poco mas y en unos minutos también me iré
a dormir. Esos minutos fueron claves para lo que sucedería en unos
instantes y en nuestro futuro. A los pocos minutos una gran visión
envolvió a Dante de manera que literalmente lo dejo temblando.

De pronto, todo el departamento pareció iluminarse y apareció ante sus ojos un estadio
completamente repleto de jóvenes con estandartes y banderas que tenían escritas leyendas que
hablaban de santidad.
-Era como si Dios me estaba ofreciendo una función privada en pantalla gigante de lo tenía
preparado para nosotros, magistralmente editado a ocho cámaras, pude ver a miles de jóvenes
desde todos los ángulos del estadio. –relataría Dante algunos años después en “El código del
Campeón” (Vida-Zondervan).

Mi esposo apareció a los pocos minutos al lado de mi cama, pálido como un papel y emocionado
como un niño que acaba de abrir su juguete de navidad.
-Sé lo que va a suceder –me dijo- Dios va a darnos un ministerio multitudinario con la juventud,
acabo de ver un estadio completamente repleto de jóvenes y yo estaba allí. Nos abrazamos
arrodillados en la cama, mientras que le agradecíamos al Señor por su fidelidad.

Al día siguiente, regresamos a trabajar sabiendo que Dios ya había escrito nuestro futuro. Ya no
importaba esperar, o que nadie confiara en nuestros sueños, el Señor nos había mostrado que El
estaba dispuesto a romper nuestras propias estructuras mentales, teníamos muy en claro que el
Señor había decidido prestarnos los oídos de la juventud y debíamos prepararnos para ello.

No son los contactos correctos ni una recomendación lo que lograrán que tu ministerio estalle.
Es la oración íntima, intensa y privada la que finalmente logra trastocar la historia. Siempre nos
preguntamos que hubiese sucedido de no haber orado cada noche; es muy sencillo decir: “Si
Dios tiene un ministerio para mi vida, finalmente me lo dará”, pero muy pocos quieren pagar el
precio de ir por él. En distintas partes del mundo me he topado con personas que me dicen que
sueñan con grandes visiones. “Ahora solo estoy esperando que ocurra”, me dicen como un gran
hallazgo. Pero muy pocos comprenden que Dios necesita cazadores de sueños, personas que
estén dispuestas a invertir sus horas de descanso, su tiempo frente al televisor, sus eternos días
navegando por internet, para poder silenciar su corazón y oír con detenimiento cuales son los
planes Divinos.

Las migajas de la cosecha


Cuando tenía dieciséis años, el pastor me dio mi primera oportunidad
para predicar en una reunión pública. Recuerdo que estaba muy
nervioso porque no sabía de qué hablar. Entonces recordé una historia
que alguna vez había oído siendo niño y me había sorprendido. Fue la
primera historia bíblica que aprendí y fue el tema de mi primer sermón:
Noemí y las migajas de la cosecha.

En su primer capítulo el libro de Rut nos relata el incidente. La familia de Noemí parecía tenerlo
todo para ser feliz, sin embargo una hambruna inesperada los sorprende en su propia tierra. La
Biblia dice que la familia tomó una decisión radical: se mudaron a las tierras de Moab para
sobrevivir al hambre. Las escrituras no nos arrojan demasiada luz en cuanto a los detalles de lo
que ocurrió a partir de la mudanza, pero lo cierto es que inesperadamente, en tierras ajenas,
Noemí pierde a su esposo y a sus dos hijos, «quedando así la mujer desamparada de sus dos
hijos y de su marido» (Rut 1.5). En apenas cinco versículos la Biblia nos expone una tragedia;
una buena familia que se desintegra injustamente. Pero aún hay algo más sorprendente. La
mujer se entera de que Dios había visitado la tierra de la cual había emigrado junto a su familia,
«porque oyó en el campo de Moab que Jehová había visitado a su pueblo para darles pan» (Rut
1.6).

Quiero que trates de identificarte con la historia. Al igual que Noemí estás esperando el
cumplimiento de una promesa en tu desarrollo silencioso, en tu carpintería personal. Sabes que
en cualquier momento Dios puede elevarte a la plenitud de tu ministerio, pero te estás poniendo
nervioso. «No debería tardarse tanto», dices un tanto ansioso. Sabes que tienes que permanecer
siendo fiel en las cosas pequeñas y aparentemente intranscendentales, pero el «hambre
ministerial» se está haciendo sentir. Desearías hacer algo más que estar en silencio, pero solo
tienes una visión que tienes que cuidar.

Ya no abundan las palabras proféticas, ni las proposiciones ministeriales, ni las sensaciones


místicas, solo estás soportando esa aparente «hambruna espiritual». Hasta que te hartas de la
carpintería y decides moverte; te mudas. Alguien te susurra que hay un lugar donde «se come
bien»; un sitio donde puedes recibir tu certificado sin rendir el examen. La oferta parece
tentadora. Puedes sortear la materia de la espera. Una iglesia donde sí valoren tus dones; otra
organización donde no tengas que ir a un seminario para ser pastor; una congregación donde
agradezcan tus esfuerzos; un lugar donde puedas desarrollarte como líder. Parece una buena
decisión, pero los resultados son patéticos.

Noemí lo pierde todo por haberse movido de su lugar. Ahora no tiene esposo, ni hijos, solo dos
nueras de las cuales una sola le será fiel.

La Ley de Dios estipulaba que al recoger la cosecha las familias no debían segar a fondo, a fin de
dejar un poco para las viudas y los huérfanos. Así que Noemí regresa a su lugar de origen para
recoger las migajas de la cosecha. Pudo haberlo tenido todo, pero no estuvo allí cuando Jehová
visitó la tierra y les dio el pan. Hay un momento, un segundo en los tiempos divinos, donde el
Señor te visitará con los planos completos de tu vida y tu ministerio. No te hablo del bautismo
en el Espíritu Santo, sino de un toque de la presencia de Dios; y lo único que se te pide es que
estés en el lugar correcto, a la hora indicada.

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