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Viaje al interior de los átomos

Capítulo 2

Miguel Rodríguez Lago (MiGUi)

enero de 2011

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El átomo indivisible, o no tanto. Una visión histórica.

Es innegable que gran parte del motivo impulsor de la teoría cuántica era mejorar
nuestro conocimiento sobre la estructura de la materia, a cualquier escala sí, pero
en particular, entender cómo funcionan los átomos que nos componen.

Situándonos en el contexto histórico de finales del siglo XIX y principios del siglo
XX hay que entender que era del todo imposible imaginarse lo que había ahí abajo,
en la pequeña escala, tal y como conté en el capítulo anterior. Y si imaginárselo era
impensable fue debido a la imposibilidad tecnológica de alcanzar esa escala de
resolución hasta bien entrado el siglo XX.

Para toda esta discusión hace falta entender que más que una ley o una teoría
necesitamos un modelo. Un modelo físico pretende ayudarnos a describir la
realidad. Porque no olvidemos que la ciencia describe, es espectadora, trata de
hallar la respuesta de las preguntas que plantea un universo que se maneja en
armonía sin intervención alguna. A la hora de abordar determinados problemas
complejos es necesaria la construcción de un modelo físico que describa la realidad.

Es decir, una construcción teórico-experimental que trate de ser lo más fiel a los
resultados experimentales que son, en última instancia, los jueces a la hora de
decidir si será buena o mala en tanto que la precisión de las predicciones que hace
coincida en mayor grado con el experimento.

No siempre el mejor modelo es el que más precisión permite porque no siempre


está a nuestro alcance conseguir cualquier precisión experimental e incluso, a
menudo, basta una aproximación inicial para obtener el comportamiento que
deseamos modelar y a partir de ese momento puede no interesar un modelo
excesivamente complicado de manejar.

Si echamos la vista atrás, los primeros que intentaron comprender la estructura de


la materia podemos remontarnos a la antigua Grecia y al origen de la palabra
átomo que en griego significa “indivisible”. Los griegos aún sin posibilidad
experimental de ver más allá de lo que permiten los ojos pensaron que era lógico
(dentro del paradigma del pensamiento de su época) considerar que todas las cosas
deberían estar hechas de algún tipo de pieza que fuera fundamental, que no
pudiera seguir rompiéndose en piezas más pequeñas. En definitiva, que tenía que
haber un constituyente último de todas las cosas.

Esa pieza pequeña e indivisible, es lo que llamaron átomo. Por la época en la que se
encontraban aquello se trataba más de una aproximación filosófica que científica

1
puesto que no había experimentación que pudiera sugerir tal cosa. Pero era ya la
idea de que esto debería ser así. Hubo que esperar nada menos que hasta el siglo
XIX hasta que esa idea de los griegos pudiera ser explorada desde un punto de vista
más científico.

Corría el año 1808 cuando Dalton planteó el modelo atómico que lleva su nombre.
Fue el primer modelo atómico basado en ideas científicas. En esencia mantiene la
idea de átomo como pieza indivisible de la materia y trata de explicar el por qué de
las reacciones químicas. El modelo de Dalton no contemplaba nada más pequeño
que el propio átomo.

Casi cien años más tarde y tras haberse descubierto el protón y el electrón,
Thomson planteó un nuevo modelo de átomo cuyo aspecto se asemejaría al de una
magdalena con trozos de chocolate: una esfera cargada positivamente con las
cargas negativas en su interior. Delicioso, sí. Y además era coherente con lo que
Thomson observaba.

En 1911 Rutherford hizo el experimento de dispersión elástica1 por una lámina de


oro, uno de los más bonitos y épicos en la historia de la Física, en el que se planteó
por primera vez un átomo en el que había un núcleo de carga positiva con los
electrones orbitando a su alrededor. Fue refinado por Bohr dos años más tarde
para ya contemplar aspectos como la cuantización de la energía y de ese modo ya
tenía casi el aspecto que tiene el modelo atómico actual.

Con el desarrollo de la mecánica cuántica, el plantear un modelo atómico cambió el


enfoque a encontrar los estados cuánticos de los electrones y sus energías
correspondientes. Aparecieron modelos como el modelo de capas o modelo de
orbitales atómicos, en el cual los electrones no siguen órbitas sino orbitales
(regiones del espacio en las que hay un 99% de probabilidades de encontrar al
electrón) y otros algo más complicados.

Estados del electrón en el átomo.

Un modelo atómico consiste, básicamente, en hallar la energía que tienen los


electrones según el orbital en el que se encuentren. Encontrar un modelo atómico
puede ser partir de resolver la ecuación de Schrödinger, que es la apropiada para
abordar esta tarea. Al menos, en una primera aproximación.

1Consiste en disparar a una muestra con un haz de partículas con gran energía cinética y ver el
modo en que se dispersan al impactar en el blanco.
Se llama elástica porque la energía cinética se conserva, considerando que los núcleos retroceden al
ser impactados.

2
Es lo que se conoce como un problema de valores propios. El problema trata de
encontrar los estados que pueden tener los electrones y la energía asociada a ellos.

Ya tenemos una idea del procedimiento. Pero ¿cómo se resuelven las ecuaciones
monstruosas que me van a salir? Como esto podría ser un lío de proporciones
dantescas intentaremos ser ordenados y veremos que, sin plantear ni una sola
ecuación, podemos entender lo que tenemos que conseguir para encontrar lo que
queremos, que es el valor de la energía para los electrones. Es decir, el modelo
atómico.

Lo primero será analizar todo lo que tiene que ver con la energía en el átomo y
separar cada una de esas aportaciones según su importancia. Como las energías se
suman, podemos ir organizando términos y considerando los más importantes, ir
incluyendo los siguientes y así hasta que alcancemos la precisión deseada.
Recordemos que más precisión es mejor para que el modelo concuerde más con la
realidad pero a la vez implica complicar más las ecuaciones.

Veamos el procedimiento en el átomo más sencillo de todos: el átomo de


hidrógeno. Solo tiene un protón y un electrón. Como esto se parece mucho a un
planeta orbitando a una estrella resulta ser un problema bien conocido por la física
y que se llama el problema de los dos cuerpos que tiene solución en mecánica
clásica y siempre es gratificante abordar un nuevo problema si ya sabemos por
dónde van a ir los tiros.

¿Qué fuerza interviene aquí? Dado que el protón y el electrón tienen carga eléctrica,
la fuerza electrostática será la que mande aquí. Si medimos los valores de energía
de un átomo de hidrógeno coincidirán con los de nuestro modelo con bastante
precisión. Si en cambio probamos con un gas que contenga átomos con más
electrones veremos como progresivamente va siendo peor la predicción: nuestro
modelo necesita correcciones.

¿Dónde apretamos las tuercas? Pues es fácil (de decir). Podemos considerar los
responsables de que haya diferencias y por qué nuestro modelo no reproduce bien
los resultados.

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Echando más leña al fuego, o más electrones al núcleo.

En el momento en que metemos más electrones la cosa se complica. Porque


además de interaccionar electrostáticamente el electrón con núcleo hay
interacciones electrón a electrón (se repelen). En orden de magnitud2 son mucho
más pequeñas pero lo bastante grandes para poderlas observar.

Si queremos que nuestro modelo considere la interacción entre los electrones


entonces nos topamos con el problema de que no somos capaces de resolver el
problema de forma exacta porque las ecuaciones se complican demasiado.

Entonces podemos pensar en despreciar el aporte de la energía que provocan los


electrones por interactuar entre ellos o bien considerar que es una aportación
aproximadamente constante y pasar a evaluar otro tipo de aportaciones como
pueden ser: considerar el espín del electrón interactuando con el átomo, considerar
que el núcleo no es un puntito y que tiene volumen y forma, etcétera.

Podemos complicar el modelo todo lo que queramos. Bueno, todo no, siempre
pensando que cuanto más complicado sea más difícil va a ser resolverlo incluso
para los ordenadores. A medida que el modelo se va echando leña al fuego cada vez
es más difícil de resolver.

Pero como comentaba en un principio, un modelo es bueno en cuanto a las


predicciones que nos permite hacer. Un modelo, cabe recordar, no tiene por qué
representar la totalidad de la realidad puede centrarse en intentar reproducir
aspectos concretos si gracias a esa pérdida de generalidad gana en precisión.

Así que cuando alguien plantea la pregunta ¿cómo es un átomo? tal vez esté
esperando que la respuesta sea el aspecto que tiene un átomo, tal cual Rutherford
se lo imaginó al hacer sus experimentos de dispersión inelástica. Se nos viene a la
mente en primera aproximación el sistema solar. Y es una primera aproximación
siempre que seamos conscientes de que se trata de eso, una aproximación.

Consideraciones adicionales como el modelo de orbitales u otros modelos sirven


para abordarlo de forma más cuantitativa pero a medida que la cosa se complica
cada vez es más difícil hacerse una idea más o menos visual de lo que realmente
dice el modelo.

2Es el número de ceros que separa dos cifras. Por ejemplo, entre 1 y 100 hay 2 órdenes de magnitud.
Entre 10 y 10000 hay 3 y así sucesivamente.

4
Si nuestro modelo es bueno, cada término que añadamos será en orden de
magnitud menos importante que los anteriores o, por lo menos, de menor orden de
magnitud que la aportación principal que es el modelo hidrogenoide. Este modelo
considera átomos que tienen un electrón aislado en su capa más externa. Lo que
haremos serán correcciones al modelo de capas que se irán ajustando cada vez más
al espectro atómico3 que observamos.

Al final lo que tendremos será una función de onda (la expresión matemática que
representa el estado cuántico, en este caso de los electrones) y un valor de energía
asociado a esta. Cuando hay más de un estado para un mismo valor de energía se
dice que dicho estado se encuentra degenerado.

El estado más bajo de energía posible en un átomo se conoce como estado


fundamental y los otros estados con energía mayor se conocen como estados
excitados. Los electrones, debido a que cumplen el Principio de Exclusión de Pauli
no pueden compartir un mismo estado cuántico.

Cuando un electrón en un estado excitado pasa al un estado de menor energía


emite un fotón (luz) cuya frecuencia es proporcional a la diferencia de energía entre
los dos estados. Esto es muy útil ya que permite visualizar el espectro de energía
atómico gracias al uso de espectrógrafos.

Un espectrógrafo básico sigue el esquema siguiente: se introduce un gas a estudiar


en un tubo sobre el que se provoca una descarga eléctrica para que se ionice (es
decir, que sus electrones se vayan a estados excitados) y emita radiación luminosa.

Posteriormente, se hace atravesar esa luz por un prisma. El ángulo de desviación


con el que emerge del prisma depende de la frecuencia (y la frecuencia, de la
energía) que tiene la luz y esto ayuda a separar las distintas frecuencias que
componen la radiación luminosa emitida por el gas. Esta luz es proyectada en una
pantalla donde se visualizan como líneas.

3 Conjunto de energías y estados asociados a estas energías.

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Figura 1: Esquema simplificado de un espectrógrafo.

Por eso se les llama a menudo líneas espectrales a los niveles visualizados de este
modo.

Desde el estado fundamental se irán llenando según los distintos estados


disponibles, uno a uno hasta el número total de electrones que admite cada estado
en concreto. Esta representación se conoce como configuración electrónica.

En el átomo hidrogenoide el nivel más bajo de energía al que puede ir un electrón


se llama “1s“. El número “1″ se conoce como número cuántico principal y nos dice
el número de capa en el que se encuentra, al igual que las capas de una cebolla,
pero de energía. La “s” corresponde al valor “0” en el número cuántico de momento
angular4.

El átomo como una cebolla. El modelo de capas y orbitales atómicos.

Los investigadores llamaron con letras a los valores del número cuántico principal
atendiendo a la forma que ellos observaban que tenían las líneas del espectro. Así,
el valor “0” se designa con la letra “s” (de sharp o puntiagudo), “1” con la letra “p”
(de principal), “2” con la letra “d” (de diffuse o difuso), “3” con la “f” (de
fundamental). Y para valores mayores se siguen las letras del alfabeto a partir de
la f (exceptuando la “j” para evitar confusión, ya que se usa también para nombrar
el momento angular total).

4Es el momento angular que tiene el electrón por el hecho de orbitar alrededor del núcleo.
Se llama número cuántico a los valores que determinan conjuntamente un estado cuántico.

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En total hacen falta 4 números para indicar el estado completo de un electrón. El
primer electrón irá al 1s1 el segundo irá al 1s2. No comparten el mismo estado
porque aún pueden variar los otros dos números cuánticos de los que no he
hablado: los que involucran al espín del electrón.

Posteriormente viene la ocupación de la capa “2p” ya que el “2s” tiene mayor


energía. En un estado de tipo “p” caben hasta 6 electrones.

Correcciones al modelo de capas.

La energía del átomo hidrogenoide depende únicamente del número cuántico


principal. Esto nos indica que, en un átomo de hidrógeno es esperable que el estado
“2p” y el estado “2s” tengan la misma energía.

Posiblemente el lector familiarizado con el modelo atómico llegado a este punto


piense que he cometido un error en el orden, y es que en los años 50 se descubrió
que la energía del estado “2s” es ligeramente mayor que la del “2p” aunque para
poder verlo hay que considerar la sexta cifra significativa. Es decir, la diferencia
relativa entre ambos es de una millonésima parte.

Así, el orden de llenado de las capas sería el siguiente:

Figura 2: Esquema de llenado de los niveles. Sharayanan, Wikimedia Commons.

Y aunque la diferencia fuera pequeña, se pudo observar ya en aquel momento y se


midió. Y este hallazgo puso en jaque a toda la física atómica.

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Este efecto se conoce como efecto Lamb y consiguió que hubiera que replantearse
conceptos fundamentales y llevó a fundar la electrodinámica cuántica.

Ocurre con mucha frecuencia que las cosas más insignificantes provocan auténticas
revoluciones, y esta fue una de las más grandes de la física del siglo XX. En la
primera parte del siglo XX la mecánica cuántica hablaba sobre partículas, estados,
energías, y de pronto se vió la necesidad de que algo tan abstracto como un
“campo” fuese modelado desde el punto de vista cuántico.

La electrodinámica cuántica es la teoría cuántica del campo electromagnético.


Siempre que se desarrolla una teoría se exige respaldo experimental. La teoría hace
predicciones que deben contrastarse con la realidad. Y esta teoría es hasta ahora la
teoría física más precisa jamás desarrollada, según esto.

Ha sido capaz de predecir magnitudes con 11 cifras de concordancia con la realidad.


Y pueden parecer pocas pero, por comparar, únicamente conocemos 4 cifras para el
valor de “G” la constante de gravitación universal, la más antigua conocida y que
está presente en la ley de gravitación universal de Newton.

La estructura fina e hiperfina del átomo.

El modelo atómico se puede afinar a costa de incrementar la dificultad en su


resolución. En ocasiones, este refinamiento es obligatorio al encontrarse con
resultados que no cuadran y que deben hallar una explicación. Acabamos de ver
cómo se descubrió que el estado “2p” tiene menos energía que el “2s” y su
explicación fue una tarea ardua.

A menudo, la no concordancia de la teoría con el experimento viene de ignorar o


despreciar términos que, aunque sean pequeños, a veces hay que considerarlos
para encontrar una explicación satisfactoria.

Tal es el caso de lo que se conoce como estructura fina del espectro. La estructura
fina es un desdoblamiento que se observa en algunas líneas del espectro atómico y
que aparece cuando se hacen correcciones relativistas de primer orden al modelo
atómico.

Si el átomo es no relativista la energía únicamente depende del número cuántico


principal. Pero si se aplican correcciones se puede ver que hay dependencias con
otros números cuánticos que provocan que las líneas se desdoblen. Es lo que se
conoce como ruptura de la degeneración de un estado.

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Los efectos relativistas que intervienen son varios. En primer lugar, que la energía
es la relativista y no la clásica. Además, está el espín que interacciona con el
momento angular total del átomo (interacción espín-órbita). Se incluye aquí
además el llamado “término de Darwin” que aparece para expresar la diferencia de
energía entre la capa “s” y la “p” debida al efecto Lamb que comentamos antes.

Que una línea se desdoble quiere decir que en lugar de tener uno o varios estados
electrónicos en un único valor de la energía resulta que al aumentar la resolución
no es un único estado sino que son dos, que están desdoblados en torno al valor
teórico que tendrían de no considerar estas correcciones.

Este desdoblamiento es muy pequeño en términos relativos. Es decir, la diferencia


en energía entre los dos estados degenerados por incluir correcciones relativistas es
del orden de una milésima parte del valor total de la energía. De ahí que se llame
“estructura fina”.

Pero yendo incluso más allá, recordemos que el espín hace que las partículas sean
como pequeños imanes. Pequeños imanes que serán los electrones que orbitan
entorno a un imán algo más grande que es el núcleo, consideradas las
contribuciones de todas las partículas que lo componen.

La interacción magnética del espín de los electrones con el espín nuclear da lugar a
otra corrección conocida como estructura hiperfina del espectro. Esta corrección es
todavía más pequeña que la estructura fina, del orden de un millón de veces más
pequeña y de ahí recibe su nombre. La estructura hiperfina provoca un
desdoblamiento adicional, de mucho menor valor, pero que existe y provoca de
forma análoga una ruptura en la degeneración.

Consideremos como ejemplo el átomo de Cesio 133. Su estado fundamental sufre


un desdoblamiento hiperfino que provoca que se desdoble en dos niveles de
ligeramente distinta energía. En el caso de este átomo, los electrones que se
encuentran en estos niveles realizan transiciones entre ellos con una precisión
excepcional y de forma muy estable. En concreto, oscilan 9.192.631.770 veces por
segundo.

Es tal la regularidad de este patrón que el Sistema Internacional de Unidades


define

Un segundo es la duración de 9.192.631.770 oscilaciones de la radiación


emitida en la transición entre los dos niveles hiperfinos del estado
fundamental del isótopo 133 del átomo de cesio, a una temperatura de 0 K.

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El vacío: ¿testigo silencioso?

¿De verdad los electrones se comportan como en el modelo o hay algo más? No
olvidemos que los estados de energía de los electrones son estables. Esto significa
que un electrón en un estado debería quedarse ahí ad eternum salvo que ocurriera
algo que lo hiciera moverse de ahí.

Pero esto, por suerte o por desgracia, no ocurre así. De hecho, los niveles atómicos
no son tan estables y los electrones se desexcitan emitiendo la energía sobrante en
forma de radiación. Es lo que se conoce como desexcitación espontánea. Y
nuevamente se trata de otra de esas cosas que, tras un gran velo de inocencia
esconde uno de los mayores problemas a los que se ha enfrentado la física durante
el siglo XX.

Acordamos que en nuestro modelo atómico más sencillo, teníamos un núcleo con
carga neta positiva que considerábamos puntual en primera aproximación y los
electrones orbitando a su alrededor.

En el caso de nuestro modelo atómico sencillo, la ecuación equivalente a las leyes


de Newton es la ecuación de Schrödinger de la que obtenemos la relación entre los
niveles de energía y los valores de ésta correspondientes a dichos estados cuánticos.
Para no perdernos: se trata de lo mismo básicamente, consideramos que como la
masa nuclear es muy grande, en comparación con la de los electrones (1 protón es
2000 veces más masivo que un electrón) está en el centro, en reposo y los
electrones orbitarán en torno a ésta.

La ecuación de Schrödinger que utilizamos es la llamada ecuación de Schrödinger


independiente del tiempo. Esto es así porque precisamente buscamos estados
estacionarios, es decir, estados que no varíen con el tiempo y por tanto sean
estables. Así que, es de esperar, que resolviendo nuestro sencillo modelo atómico
acabemos teniendo una serie de valores de energías permitidas (ya que los valores
de la energía en este caso son discretos) a los cuales corresponderán uno o más de
un5 estado cuánticos para los electrones.

Lo esperable sería entonces que un electrón en el estado excitado fuera estable. Y


sin embargo lo que ocurrirá será que eventualmente el electrón se desexcitará al
estado fundamental (si no está ocupado, ya que recordemos, los electrones son
5Cuando hay más de un estado para un mismo valor de la energía se dice que dicho estado se
encuentra degenerado.

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fermiones y deben cumplir con el principio de exclusión de Pauli) y liberará un
fotón cuya energía será exactamente la diferencia entre ambos niveles.

Es algo que desde los primeros esbozos que tenemos de los modelos atómicos nos
han contado, que hemos asumido y dado por cierto y que nunca nos planteamos
por qué no son estables cuando deberían serlo. Este es otro de esos minúsculos
problemas que acabó siendo todo un quebradero de cabeza en la época junto al
efecto Lamb y otros, y que acabó teniendo un mismo culpable: el vacío cuántico. Y
no se pudo resolver hasta darle explicación en el contexto de la mecánica cuántica.

Tanto el efecto Lamb, como la desexcitación espontánea, como algún otro más
necesitan una teoría cuántica para el campo electromagnético para hallar una
explicación satisfactoria.

Se conoce como “primera cuantización” a esa primera parte en la que se


consideraba como cuánticas las partículas y sus propiedades mientras que los
campos y potenciales de los campos seguían siendo ondas clásicas. De forma
análoga, se llama “segunda cuantización” a la cuantización de los campos clásicos:
el campo clásico ahora requiere un pequeño cambio para operar en el mundo de lo
pequeño.

Pues bien, ocurre que utilizando todo el aparato matemático de la primera


cuantización, la desexcitación espontánea tiene una probabilidad de ocurrir de
exactamente el 0%. Es decir, está prohibida. Así que para darle explicación hay que
irse a una segunda cuantización, en la que el campo electromagnético está
cuantizado en cada punto del espacio. Y así nace la electrodinámica cuántica.

En esta teoría, el campo electromagnético posee un estado fundamental que


llamamos “vacío” y que puede interaccionar con los estados de nuestro átomo.
Como resultado de esta interacción, el estado estacionario que teníamos
inicialmente deja de serlo al interaccionar con el vacío. Hay que olvidarse de todos
los conceptos que nos vienen a la cabeza con la palabra “vacío”. Aquí, significa
estado de mínima energía del campo electromagnético.

En nuestro caso particular, tenemos un electrón en un estado estacionario que, al


mezclarse con uno del campo electromagnético deja de ser estable. El electrón se
desexcita y el campo electromagnético pasa de estar en el estado fundamental
(“vacío”) a estar en un estado excitado. Netamente, se ha emitido un fotón.

Suena confuso todo esto ¿verdad? Al final resulta que los niveles atómicos no son
estables debido a la interacción de éstos con el vacío cuántico. Mucho más

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complicado de lo que parecía. Pues imaginad para aquella época. Desde luego no
fue la primera vez que aparecía el “vacío” para molestar.

Cuando Dirac pretendió generalizar la ecuación de Schrödinger al caso relativista y


llegó a la ecuación que lleva su nombre en 1928, aparecían estados de energía
negativa que Dirac pretendió agrupar en el llamado “Mar de Dirac”. Todo un
artificio engorroso hasta que se entendió que lo que se tenía delante era la primera
antipartícula.

Como vemos, los avances en física atómica tiraron del carro de la mecánica
cuántica y promovieron avances muy significativos, hasta el punto de desarrollarse
nuevas teorías cada vez más complicadas. Y al final, lo que surgió fue todo un
cuerpo de teorías y modelos que aunaban en el esfuerzo de explicar la física del
microcosmos.

Llegando hasta el fondo en la estructura de la materia.

Pero aún se pueden dar más vueltas de tuerca, claro. Recordemos que la palabra
átomo significaba indivisible en griego y lo que hemos visto es que de indivisible
tiene poco, tal como se comprobó ya en el experimento de Rutherford en la primera
década del siglo XX.

Figura 3: Esquema del experimento de Rutherford.

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El experimento de Rutherford (o experimento de la lámina de oro) original trataba
de ver la estructura interna de los átomos. Fue llevado a cabo en la University of
Manchester en 1909. Buscaba ratificar el modelo atómico de Thomson que suponía
que los átomos eran cargas positivas muy grandes con cargas negativas incrustadas
en su interior, como ocurriría con las bolitas de chocolate dentro de un muffin.

El modelo del experimento consiste en bombardear una muestra con partículas alfa
(que son núcleos de Helio) y ver lo que ocurre. Para ver lo que ocurre, se rodea la
muestra que en este caso era una finísima lámina de oro de una pantalla de sulfuro
de zinc, que tiene la peculiaridad de emitir fosforescencia cuando impacta una
partícula alfa contra ella. Si el modelo de Thomson era cierto entonces la mayoría
de los átomos deberían atravesar la muestra de oro.

Pero lo que se vió fue que si bien la mayoría de las partículas alfa conseguían
atravesarla sin modificar su trayectoria, un pequeño porcentaje era desviado
levemente y una cantidad muy pequeña era rebotada hacia atrás.

Figura 4: Resultados del experimento de Rutherford.

La conclusión del experimento de Rutherford es que la lámina de oro está


prácticamente compuesta de espacio vacío. Que los átomos están muy separados y
que su estructura interna no tiene nada que ver con la de Thomson. Las pocas
partículas desviadas era porque pasaban lo bastante cerca de los núcleos de oro
para ser desviadas por repulsión electrostática y las que eran reflejadas era porque
colisionaban con el núcleo. Gracias a este experimento Rutherford se replanteó un
nuevo modelo atómico que se parece bastante a la imagen con la que normalmente
se ilustra el concepto de "átomo". Un núcleo con electrones orbitando como si

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fueran los planetas alrededor del Sol. Y si bien hoy sabemos que no es tan literal, la
idea no es tan descabellada.

Vale, el átomo no es indivisible. Está constituido de tres tipos de piezas que son el
protón, el neutrón en el núcleo y electrones dando vueltas como locos alrededor de
éste. ¿Son realmente indivisibles estas partículas? Hizo falta esperar a los años 70
del siglo XX para poder encontrar la respuesta.

Cuando se planteó si el protón tenía estructura interna, la idea fue comprobarlo de


una forma similar. Haciendo incidir un haz de partículas que reproducirían un
comportamiento similar al que vieron Rutherford y sus compañeros en 1909. El
proceso para poder ver el interior de los protones (y en general de cualquier
hadrón) se llama dispersión inelástica profunda (D.I.P.) y consiste, como he
explicado anteriormente, en la idea del experimento de Rutherford.

En el experimento clásico de Rutherford se dice que la dispersión es elástica porque


no se pierde energía cinética si consideramos que los núcleos retroceden al
colisionar. En este caso, tratando de examinar la estructura interna de un protón la
colisión es inelástica porque como resultado de la misma se absorbe la energía de
las partículas “proyectil”.

Para conseguir un experimento de dispersión inelástica profunda hace falta


conseguir un haz de partículas mucho más pequeñas que las que componen la
muestra (lo cual es obvio porque deben atravesarlas), posteriormente incidir con
estas partículas proyectil sobre la muestra y ver qué sucede.

Los electrones fueron los candidatos perfectos en este caso, porque al ser de carga
opuesta y tener una masa 2000 veces menor a la de los protones son fácilmente
dispersados por éstos. Además, conseguir un haz de electrones es relativamente
sencillo. Por ejemplo, las televisiones de tubo tenían un cañón de electrones que
eran desviados convenientemente para impactar en una lámina de fósforo que se
iluminaba. Así, se formaba la imagen.

Los constituyentes últimos de la materia: los quarks.

Se realizaron los experimentos y se observó que los protones tienen estructura


interna. Repitiendo el experimento con otras partículas se observó que únicamente
se daban dos casos: un cierto grupo de partículas que se denominaron hadrones
parecía estar compuesto de tres pequeñas densidades de cargas eléctrica (eran
puntos que hacían desviarse a los electrones) y para otras partículas solamente
había dos. Esto corresponde a los dos tipos de hadrones que existen: bariones

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(compuestos por 3 nuevas partículas) y mesones (compuestos de 1 partícula y 1
antipartícula de tipo desconocido hasta ese momento). Y más aún, estas densidades
de carga son puntuales y su carga eléctrica era inferior a la del electrón. Estas
partículas no son unas partículas cualquiera. Son los llamados quarks y son las
piezas que componen partículas como el neutrón y el protón. Es decir, los ladrillos
que constituyen la materia que forma el universo que tenemos ante nuestros ojos.

El protón y el neutrón pertenecen al mismo tipo de partícula que son los hadrones
que se llaman así porque están formadas por quarks. Y dentro de los hadrones
existen dos subtipos según su configuración. Las que se forman a partir de un
quark y un antiquark se llaman mesones y no son estables. Al cabo de un cierto
tiempo el quark y el antiquark coinciden en el espacio y en el tiempo y se aniquilan.
Y luego están las que se forman a partir de tres quarks, que se llaman bariones y de
estos, únicamente el protón es estable estando aislado.

Existen hasta el momento seis tipos (o sabores) de quarks (de nombres: up o


arriba, down o abajo, strange o extraño, charmed o encanto, top o cima y bottom o
fondo) con sus respectivos antiquarks, el neutrón y el protón se forman a partir de
sólo dos de ellos: el quark up (arriba) y el quark down (abajo). El quark up aporta
+2/3 unidades de carga eléctrica y el quark down aporta -1/3 unidades. Sabiendo
que el protón tiene carga +1 y el neutrón no tiene carga, es fácil ver que el protón ha
de estar compuesto de la suma u+u+d (2/3 + 2/3 - 1/3) y el neutrón de la suma
u+d+d (2/3 + (-1/3) + (-1/3)).

En la naturaleza no se pueden observar partículas aisladas con carga eléctrica


menor que la del protón6. Por eso, entre otras razones, nunca pueden verse quarks
aislados. Siempre en pares quark-antiquark (mesones) o formando tríos (bariones).
Incluso sería posible un “pentaquark”, aunque no se ha observado
experimentalmente.

El quark up tiene una masa estimada de entre 1.5 MeV7 y 4 MeV mientras que el
quark down tiene una masa de entre 3.5 MeV y 6 MeV. Y aquí es donde se nos
rompen los esquemas. Porque si hemos dicho que el protón está formado de u-u-d

6Esta unidad de carga eléctrica es igual en magnitud (aunque de signo contrario) a la del electrón.
Se denota con la letra “e”.

71 eV (electronvolt) es la energía que adquiere un electrón al ser acelerado por una diferencia de
potencial de 1 voltio. Es una unidad de energía, pero se emplea mucho para la masa de las partículas
porque de este modo es inmediato saber la energía que se obtiene al aniquilarse o la necesaria para
crearla. 1 MeV = 1.000.000 eV.

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entonces debería pesar, como mucho, unos 20 MeV. Y pesa casi 1000 MeV. ¿Se nos
ha olvidado algo por el camino?

Se nos ha olvidado algo muy importante. Y es que a la escala a la que trabajamos,


los efectos relativistas son fundamentales. Y la masa no se suma como la carga
eléctrica o como hacíamos clásicamente, porque masa y energía son equivalentes.
Hay que usar la suma relativista y considerar otras cosas, como que los quarks se
encuentran confinados.

El pegamento que mantiene unida la materia: la interacción fuerte.

Ya mucho antes se nos podía haber ocurrido una pega a toda la discusión sobre el
modelo atómico. Si la principal fuerza que interviene en un átomo dije que era la
electrostática ¿cómo se las apañan los protones, que son de carga positiva, para
permanecer unidos entre sí librándose de la repulsión que deben experimentar por
tratarse de cargas eléctricas del mismo signo?

Nos hemos olvidado de algo o de alguien por el camino. Está claro ¿no? Algo tiene
que haber, lo bastante fuerte para mantener unidos a los protones en el núcleo. Y
en un alarde de originalidad, se dió en llamar interacción fuerte a la fuerza
responsable de que los protones se mantengan unidos en el núcleo.

En breve veremos que, en realidad, lo que lo produce es un efecto residual de la


interacción fuerte, que tiene mucha más chicha que servir de pegamento atómico.

A la una de las más pequeñas escalas de tamaño y a las más minúsculas fracciones
de tiempo tiene lugar el dominio de la interacción fuerte. Únicamente es relevante
a distancias del tamaño del radio de un protón, que es de 0.000000000000001
metros o escrito de forma más compacta, 10-15 metros (1 fermi o femtómetro) y
ocurre muy rápido. Su escala de tiempos es del orden de
0.00000000000000000000001 segundos (10-23 segundos).

Para hacernos una idea de lo que estas cifras significan. Los 15 órdenes de
magnitud en distancia son también los que diferencian un milómetro del viaje
entre el Sol y Saturno. Y de forma análoga, los 23 órdenes de magnitud en tiempo
son los mismos que median entre 1 segundo y 15 millones de años.

En esta escala se mueve el pegamento que pega las piezas que componen las
partículas de las que estamos hechos. Ahora, entremos en detalle de lo que es la
interacción fuerte.

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¡Qué fuerte! Color, sabor, confinamiento y libertad asintótica.

De igual manera que la interacción electromagnética se vale de la carga eléctrica y


la interacción gravitatoria de la masa para intermediar entre sus partículas, la
interacción fuerte utiliza la llamada carga de color. Por supuesto, no se trata del
color debido a la luz.

El color es una manera de englobar varias propiedades fundamentales de las


partículas pero tiene unas propiedades matemáticas que hacen que sea muy
conveniente tratarlo de ese modo. Debido a esto, a rama de la Física que estudia la
interacción fuerte se llama cromodinámica cuántica (QCD por sus siglas en inglés)
y a las partículas capaces de interaccionar fuertemente se las llama hadrones y
obviamente, están hechos de quarks.

Así, existen tres colores posibles: rojo, verde y azul. Y en base a ello, se formula la
hipótesis de confinamiento del color:

No es posible observar de forma aislada una partícula cuyo color total sea
distinto de cero.

El color es una cantidad numérica y se suma. Los valores negativos se llaman de


“anticolor” y en virtud del confinamiento, las únicas maneras de conseguir el color
blanco es sumando dos colores opuestos, por ejemplo: rojo y antirrojo, o sumando
los tres colores: rojo, verde y azul. Y por analogía, se llama “blanco” al valor “cero”
del color. Esta es la razón por la cual existen dos tipos de hadrones: los mesones
están hechos de un quark y un antiquark y los bariones de tres quarks. Por eso es
útil referirse a esta fuerza como “color” dado que sus propiedades se parecen
mucho a la manera en la que se suman los colores de la luz.

En el caso de la fuerza electromagnética, el fotón es la partícula encargada de


comunicar la interacción entre las partículas afectadas. En la interacción fuerte no
es una sola sino un total de ocho partículas llamadas gluones.

Como todas las partículas mediadoras de una interacción, son bosones (tienen
espín 0,1,2…) y tienen la peculiaridad de que tienen carga de color (mientras que
los fotones no tienen carga eléctrica y por tanto no pueden interactuar
electromagnéticamente) por lo que además de interaccionar entre las partículas,
pueden interaccionar entre ellos.

Pero además, por si fuera poco, la interacción fuerte no tiene un comportamiento


igual para cualquier distancia. Para distancias del orden de 1 fermi o menos la

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intensidad de la interacción fuerte es prácticamente nula. Es decir, a distancias que
tienden a cero, nos encontramos en la zona llamada región de libertad asintótica.
Al contrario que en las demás fuerzas, en esta cuanto más cerca, menos intensa es.

Esto hace que, por ejemplo, en el interior de bariones como los protones y los
neutrones, los quarks se comporten como partículas libres. Este hecho permite a
los físicos poder hacer experimentos de dispersión inelástica profunda y por eso fue
posible aplicar el experimento de Rutherford a los protones.

Cuando los quarks comienzan a alejarse de la región de libertad asintótica, la


intensidad de la atracción tiende hacia infinito y no son capaces de alejarse más.
Por eso se llama confinamiento. Los quarks nunca pueden abandonar la zona de
confinamiento y por tanto es imposible que los hadrones se desintegren sin más:
tienen que respetar la hipótesis de confinamiento y esto implica, que no pueden
acabar apareciendo partículas por ahí cuyo color no sea blanco.

La interacción fuerte residual o fuerza nuclear fuerte.

¿Y qué tiene que ver todo esto con que los protones se queden pegados entre sí?
Como dije antes, se trata de un efecto residual de la interacción fuerte. La razón de
que se llame residual es que realmente no es una atracción directa mediante quarks
y gluones. Los protones y neutrones intercambian mesones π(que están formados
por quarks u y d, al igual que los protones y neutrones) virtuales.

Se les llama virtuales y no reales porque son partículas que existen brevemente
gracias al principio de incertidumbre. No se puede crear energía de la nada, pero sí
se puede tomar prestada una pequeñísima cantidad de energía del vacío siempre
que se devuelva lo bastante rápido. Y las partículas creadas mediante este truco se
llaman virtuales. El esquema de interacción es el siguiente:

Figura 5: Interacción fuerte residual

Lo que se indica en este esquema es que los protones y neutrones intercambian


mesones virtuales para poderse “agarrar” entre ellos. Y pese a ser residual, sigue
siendo lo bastante intensa y rápida para vencer a la repulsión electrostática.

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En la naturaleza existen átomos estables con hasta 92 protones. El resto, con más
de 92 protones han sido hallados en el laboratorio, mediante distintos tipos de
reacciones nucleares. Es decir, los primeros átomos hasta el Uranio (salvo
excepciones puntuales) han sido creados por la naturaleza mediante el gigantesco
horno estelar, del que ya hablaremos en posteriores capítulos.

La razón por la que el límite está en número atómico 92 es una observación


experimental es porque en el núcleo hay dos fuerzas luchando entre sí por
conseguir dos fines bien distintos. Podemos ignorar en esta discusión a los
electrones, ya que el problema es el núcleo y los electrones orbitan a su alrededor y
su masa es muy pequeña, de manera que no influyen en este problema.

Por un lado, está la interacción nuclear fuerte o residual. Esta interacción es la que
permite que los núcleos permanezcan unidos, y es un residuo de la interacción
fuerte, que es la fuerza con la que interaccionan los quarks y que hace que los
protones y neutrones permanezcan unidos como hemos visto. Por otro lado, está la
fuerza electromagnética. Recordemos que los protones son partículas de carga
positiva, y los neutrones no tienen carga. Por lo tanto, hay una fuerza de repulsión
que intenta separar a los protones entre sí.

Es decir, la interacción fuerte residual actúa como un pegamento. Los protones


intentan, al repelerse entre sí, romper la cohesión de la interacción fuerte residual.
La situación es análoga a tratamos de pegar los trozos de un imán. Como en cada
trozo hay polo norte y polo sur, si queremos volverlo a pegar por los polos iguales,
nos va a costar un esfuerzo enorme juntarlos. Pero si contamos con un pegamento
muy fuerte, en las condiciones apropiadas conseguiríamos que se mantuviera
unido. Todo depende de lo fuerte que sea el pegamento y/o de lo débil que sea la
repulsión.

Cuando el número de cargas positivas (protones) que hay en el núcleo se va


haciendo sucesivamente mayor, a la interacción fuerte residual le cuesta mucho
más retenerlos y llega un momento en que ya no es capaz y el átomo se rompe en
otros más ligeros, con menos protones. Esto sucede justamente cuando el número
de protones es 92. A partir de ahí, la interacción nuclear fuerte residual ya no es
capaz de mantener una cohesión efectiva en el núcleo y éste se rompe.

En los reactores nucleares podemos construir átomos con un mayor número de


protones en las condiciones apropiadas. Lo que ocurre es que estos núcleos
sintéticos no son estables, y pasará un tiempo muy breve (aunque lo bastante
grande para formar el núcleo) hasta que se rompan.

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Echa más neutrones a la sartén, que vienen con hambre.

Los neutrones pese a no tener carga eléctrica y no participar en la repulsión


electrostática son muy importantes, son un requisito de la interacción nuclear
fuerte. Para conseguir más masa, como los protones deben compensar exactamente
a los electrones para que el átomo no tenga carga eléctrica neta, se pueden meter
neutrones en el núcleo. Digo que es un requisito de la interacción nuclear fuerte
porque resulta que la pareja neutrón-protón es más estable en el sentido de que
consigue una situación energética mínima, lo cual es más favorable porque la
naturaleza busca minimizar la energía. Así, el par protón-neutrón es más
conveniente que las parejas neutrón-neutrón o protón-protón.

Por eso, en la primera parte de la tabla periódica hay casi el mismo número de
protones que de neutrones. A medida que aumenta el número de protones, esta
tendencia se va perdiendo y comienza a hacer falta poner más neutrones que
protones para que el conjunto siga siendo estable. Es por eso por lo que los átomos
estables de mayor número atómico tienen bastantes más neutrones que protones
en el núcleo. Por ejemplo, el Uranio 235 tiene 92 protones y 143 neutrones.

Ahora ya sabemos el motivo por el cual no hay átomos con cualquier número
atómico. Podríamos plantearnos si más allá de este límite existe, en el grupo de los
átomos super pesados, una especie de isla de estabilidad, donde existan átomos
estables super pesados. Este es un campo actual de investigación y parece que,
efectivamente, existen conjuntos de números atómicos que, dentro de la
inestabilidad, son más estables de lo que se pensaría inicialmente.

Y ya que estamos con la estabilidad, antes remarqué que la estabilidad del protón
era en estado aislado. Y es que al no existir ningún barión estable más ligero, el
protón no puede decaer estando aislado en ninguna otra partícula. Y más aún, si
miramos en una tabla la vida media de las partículas encontraremos que la vida
media del neutrón es de aproximadamente 885.7 segundos8 (unos 15 minutos). Es
decir, un neutrón tardaría unos 15 minutos de media en decaer a un protón (más
otras partículas). Esto puede chocar con el simple hecho de que los átomos son
estables y de hecho todos estamos aquí vivos.

¿Por qué entonces no se desintegran los neutrones en el núcleo? Esta pregunta


podía haberla hecho en el párrafo anterior con ¿por qué el protón puede decaer en
un neutrón y más cosas? Si uno busca sobre la desintegración beta observará que la

8 K. Nakamura et al. (Particle Data Group), J. Phys. G 37, 075021 (2010)

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reacción mediante la cual un protón decae en un neutrón es un caso particular de la
desintegración beta. ¿Pero no quedamos que el protón es estable?

El matiz importante es: estando aislados. En el núcleo ocurren cosas diferentes. Si


nos imaginamos el núcleo como un montón de bolitas pegadas entre sí sin poderse
mover nos puede llegar a costar mucho hacernos una imagen mental de cómo
ocurre, pero si imaginamos el núcleo como una gota de agua, es decir, donde las
partículas se encuentran ahí a su aire pero sin ocupar posiciones determinadas y
fijas, es más fácil.

La tercera en discordia: interacción débil.

Imaginemos por tanto el núcleo es una gota de agua y que no podemos distinguir lo
que hay dentro. ¿Por qué el neutrón no decae según la desintegración beta como
propusimos antes? La razón es que la desintegración beta es un ejemplo de una
interacción de la que no hemos hablado todavía: la interacción débil.

Este tipo de interacción es mucho más lenta y mucho menos probable como
veremos a continuación que cualquier interacción de tipo fuerte. Y como los
mesones son hadrones y por tanto pueden interactuar según la interacción fuerte,
cualquier reacción que involucre neutrones, protones y piones será mucho más
probable (y por tanto mucho más rápida) que la desintegración beta.

La estabilidad viene determinada porque, dada la proximidad a la que se


encuentran todas las partículas en el núcleo, las reacciones que convierten
protones en neutrones y a su vez, neutrones en protones dominan la dinámica
dentro del núcleo y se mantiene constante el balance de partículas en el interior.

Sencillamente, no da tiempo a que tenga lugar la desintegración beta. Aunque esto


tiene una excepción. Porque de hecho hay núcleos que son inestables porque son
muy grandes y decaen en núcleos más ligeros. El proceso es conocido como fisión y
es el usado para producir energía en las centrales nucleares.

¿Por qué le da tiempo a la desintegración beta a ocurrir en átomos muy pesados?


Esto sucede por dos motivos. El primero, porque cuantas más partículas haya más
probable es que eventualmente suceda. Porque no olvidemos la interacción tiene
una cierta probabilidad de ocurrir, y que la interacción débil tenga una
probabilidad mucho menor de ocurrir que la fuerte no significa que sea imposible
que suceda. Es difícil que te toque la lotería pero a base de intentarlo las veces
suficientes incrementas la posibilidad.

El segundo motivo es porque el número de protones no es igual al de neutrones en


átomos muy pesados. En átomos ligeros si, porque la pareja protón-neutrón
forman, como ya comenté, un conjunto muy estable y por eso no se fracturan los
átomos más ligeros. Pero los protones deben compensar a los electrones para que

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la carga total sea neutro y conforme el átomo se va haciendo más pesado hace falta
rellenar con cada vez más neutrones para mantener la estabilidad, porque ya no se
pueden seguir añadiendo protones.

La interacción débil recibe su nombre porque a la escala de sus interacciones es la


más débil en comparación con las otras dos. La interacción débil ocurre a una
escala de 10^-17 metros, es decir, la centésima parte del diámetro de un protón y en
una escala de tiempos muy variada, desde 10-13 segundos hasta varios minutos.

Conocer la escala de tiempos y distancias es importante, porque nos da una idea de


si un proceso puede ocurrir o no según una cierta interacción.Por norma general,
salvo que haya algo que lo impida (inhibición), cuanto más intensa es una fuerza,
más rápido tenderán a producirse los procesos que la involucren.

Para conocer la intensidad de una interacción se puede utilizar la llamada


constante de acoplamiento para darnos una idea. Si tomamos como “1″ el valor de
la intensidad de la interacción fuerte, la interacción electromagnética sería la
segunda en la lista con una intensidad de “1/137″ (este número se llama constante
de estructura fina), la tercera sería la fuerza débil, con una intensidad de “10-6”
(como vemos, unas 100.000 veces menos intensa que la electromagnética).

Y muy lejos en esta lista se encuentra la fuerza gravitatoria, cuya intensidad relativa
es de 10-39. Es tan enorme la diferencia que es en la práctica imposible aislar
procesos para únicamente considerar la gravedad, eso sin contar la dificultad
experimental de llevarlos a cabo. Por eso la gravedad se suele dejar aparte, porque
es tan sumamente pequeña que es imposible de percibir.

Para saber si un proceso ocurre mediante la interacción fuerte, débil o


electromagnética en muchas ocasiones basta fijarse en quién se desintegra y cuales
son los productos que da. Esto se debe a que existen una serie de magnitudes que
se deben conservar. En cierto modo existe una especie de jerarquía, de orden de
preferencia. Cada fuerza tiene asociado una partícula de espín entero (bosón) que
es su partícula portadora como ya se dijo anteriormente. En la fuerte, son los 8
tipos de gluón. En la electromagnética es el fotón y en la débil son los bosones W+,
W- y Z0.

Si pueden interaccionar electromagnética o fuertemente lo harán salvo que haya


algo que lo inhiba por la sencilla razón de que la escala de tiempos y distancias es
más pequeña cuanto más intensa y será mucho más probable.

Si dos partículas pueden interaccionar fuertemente porque están lo bastante cerca


para hacerlo, es muy poco probable que pase el tiempo suficiente como para que lo
hagan de cualquier otra manera. La interacción fuerte ocurre mucho más deprisa
que cualquier otra, y por tanto si es posible, será la preferente. Salvo que, como
decía, haya algo que lo impida o simplemente por pura probabilidad ocurra.

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Imaginad que alguien se deja olvidado un billete de 50 euros en una calle muy
transitada. ¿Qué es más probable, que ese billete sea degradado por la naturaleza o
que un viandante lo vea y se lo quede para él? Convendremos que lo segundo es
más probable, pero lo primero tampoco es muy descabellado si se dan las
circunstancias adecuadas. De igual modo, si se dan las circunstancias adecuadas
puede que la interacción que ocurra sea la débil en vez de la fuerte. Aunque no sería
lo habitual, puede darse ya que la probabilidad de que ocurra no es 0.

Las partículas que pueden interaccionar fuertemente son los quarks y los gluones y
por supuesto las partículas formadas a partir de los quarks (bariones y mesones).
Un electrón que es una partícula fundamental que no está compuesta por quarks,
no puede interactuar fuertemente, pero podrá hacerlo electromagnética o
débilmente. Si vemos que aparece un electrón, inmediatamente podemos descartar
que ese proceso haya sido mediado por la interacción fuerte.

La interacción débil y su papel en el cambio de sabor. Desintegración


beta.

Hay partículas que no están hechas de quarks y que por tanto no sienten la
interacción fuerte. Son los llamados leptones. Son fermiones de espín ½ y carga
eléctrica negativa. Hay tres: el electrón, el muón y el tau. La diferencia entre ellos
es que el electrón es estable y los otros dos no. Entre otras cosas, porque la masa
del muón y del tau es mucho mayor a la del electrón.

Y acompañando a estos tres leptones hay otros tres leptones, que son los neutrinos.
Los neutrinos son partículas con una masa muy muy pequeña y que aparecen con
los otros leptones en las reacciones en las que manda la interacción débil y tienen
como objetivo compensar, a modo de balance, las reacciones para que se cumplan
las leyes de la naturaleza. Hay tres tipos de neutrinos: el neutrino electrónico, el
neutrino muónico y el neutrino tauónico.

Por regla general, la interacción débil va siempre ligada a cambios de sabor en los
quarks. A continuación un ejemplo de emisión de radiación beta +. Precisamente,
la observación de la desintegración beta fue lo que llevó a encontrar la interacción
débil.

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Figura 5: Desintegración beta +

Este tipo de gráficos se llaman diagramas de Feynman. El tiempo se representa en


la vertical y lo que se observa es un neutrón que se convierte en un protón y emite
un bosón W- que rápidamente se desintegra en un electrón (e-) y en un antineutrino
electrónico.

A “pequeña escala” vemos que un quark “u” del neutrón se ha convertido en un


quark “d” emitiendo un bosón W- y otras partículas. Esta se conoce como emisión
beta menos. Como vemos, un quark up ha cambiado de sabor a down.

Los cambios de sabor son siempre mediados por la interacción débil. Y aunque la
probabilidad de que ocurra es baja porque los quarks preferirían interactuar
fuertemente, está claro que cuanta más materia tengamos más probable es que
ocurra aunque tarde mucho en suceder.

Para hacernos una idea, el periodo de semidesintegración (es decir, el tiempo


necesario para que una muestra se reduzca a la mitad) del potasio 40 por radiación
beta es de 1270 millones de años.

Se trata de un valor muy grande. Incluso para nosotros, cuanto más para las escalas
cuánticas. Pero ilustra a la perfección la dificultad de que la interacción débil tenga
ocasión de ganar la lotería. Ya saben, como dice el refrán, tanto va el cántaro a la
fuente...

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