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Soy carboadicto

Por Manuel A. Hernández Giuliani

Airbus A320 con destino a Sao Paulo, otro viaje de


trabajo, busco la fila diecinueve asiento F. Me tocó
de vecino una persona con obesidad mórbida, ¡por
supuesto que soy tolerante ante esta condición!, yo
mismo sufro de sobrepeso a un límite muy estrecho
con la obesidad. Sólo que esta persona me
recuerda mi naturaleza.

Éste muchacho decide estar lo más quieto posible


en su asiento para ocupar tan solo su puesto y no
llegar al mio, cosa que observé hacia con esfuerzo.

Aún recuerdo la primera vez que tomé conciencia


del peso, de mi peso, aquel que hasta el día de hoy
me atormenta. Aquella noche no había podido
dormir esperando el gran momento, mi primer
campeonato de judo, tenía doce años y para
competir debía estar en la categoría infantil de
cuarenta y cinco kilos. Llega mi turno y me coloco
sobre la báscula romana, una que tenía cincuenta
gramos de exactitud. El anotador rápidamente lleva
el peso grande a cuarenta kilogramos, el peso
pequeño lo mueve hasta los cinco kilos
cuatrocientos gramos, mi sensei me observó con
cara de preocupación.

Estaba fuera de categoría por cuatrocientos


gramos, mi sensei me pide que me quite la franela;
aunque la báscula se apiada poco de mí, seguía
fuera de categoría.

Para ese momento el sudor frío ya comenzaba a


correr sobre mi frente. Me quité las medias y la
balanza continúa burlándose de mí. Me quito el
mono, la báscula empieza a ceder indicando tan
solo cincuenta gramos por encima del tope
requerido. Mi sensei me pide que me quite el
interior y escupa al piso 3 veces. Quedé en pelotas,
sentí vergüenza, por primera vez en mi vida me
encontraba desnudo ante un público desconocido,
todo por culpa de unos gramos de más.

Ya en vuelo, empiezo a ver la recién estrenada en el


cine Social Network, cada asiento dispone de una
TV individual lo cual hace el viaje más placentero e
individualista, tal como a mí me gusta.

El muchacho de al lado, que debía tener más o


menos mi edad, decide dormir. Diez minutos
después él está entregado a los brazos de Morfeo y
le escucho roncar, lo que me hace pensar si tendrá
los mismos problemas sociales que yo, supongo
que sí, ¿será que a él también le pasa lo de los
saludos?: “Buenas noches tía...”; “Buenos días
pana...”; “Buenas tardes”,... a lo que todos siempre
responden sin mayor originalidad “Mijito estas
gordísimo”, espantando cualquier buen ánimo que
uno pudiera tener en ese momento. “Mi cara está
arriba y no en mi barriga o en mis royos”, pienso al
escuchar estos singulares comentarios.

Un poco más explayado por el sueño, siento que el


vecino toma parte de mi asiento. Observo que el
avión no dispone de otro sitio libre. No es que me
moleste mi compañero, pero él está durmiendo y yo
no. Me da cosa sentir el calor de su cuerpo pegado
al mío. ¡Sao Paulo!, siempre Sao Paulo con vuelos
a casa llena, ¿qué carajo hago?
Éste vecino había sido amable conmigo cuando me
ayudó a ubicar mi equipaje de mano en un
compartimento libre, el pana no se merece que lo
despierte para decirle: “Epa tú ¿Te puedes volver a
enrollar?, tu grasa esta pegada a mi cuerpo y estás
generando más calor que la termoeléctrica del
Zulia”.

Me hacía sentir más delgado, yo con treinta kilos de


sobrepeso me sentía un fideo al lado del vecino.
También me recordaba que puedo llegar a ese
extremo si no me cuido, pero ¿cómo hacerlo?, mi
peo es quizás psicológico. La adicción por comer
es muy parecido a cualquier otra obsesión: las
drogas, el alcohol o el sexo. Sólo que ésta se nota y
las personas creen que es sinvergüencería, pero no
lo es. Es una adicción y debe tratarse como tal. Yo
sé que alimentos me generan la compulsión por
comer, pero ¿cómo evitarlos?

Encontré una forma para que el vecino no me pegue


su cuerpo, estoy de lado en el asiento con los pies y
piernas en el pasillo de avión. Así él duerme y yo
también. El tema me sigue rondando en la cabeza,
al igual que muchas veces, ¿cómo rebajar? El
problema no es ese, el tema es mantenerse en el
peso ideal. Yo he logrado rebajar con ejercicio,
dieta de los puntos, la hipocalórica, pastillas, dejar
de cenar, etc., etc. Pero el resultado es el mismo, un
tiempo delgado pero la rutina volvía y el peso
perdido también.

En algún momento fui a Comedores Compulsivos


Anónimos, la versión de Alcohólicos Anónimos de
nosotros los gordos. Ahí comprendí que no sufro
sólo en este mundo y que muchos comprenden por
lo que paso. No tuve la fuerza suficiente para
mantenerme en el grupo, quizás por no creer que
exista un ser superior pues soy un hombre de
ciencia. Admito que éste grupo me ayudó a
comprender sobre mi compulsividad. Me llamo
Perico de Los Palotes y soy comedor compulsivo,
¡Bienvenido! responde el grupo con mucha
comprensión.

Al inicio del viaje nunca imaginé que el vecino me


fuera a incomodar, pero sí: La sensación
desagradable del calor ajeno. En ese momento
aprecié los acercamientos de mi madre, esposa e
hijas. El vecino me hizo ver que no todo el mundo te
hace sentir cómodo pegado tuyo, solo tú círculo
familiar y quizás uno que otro amigo pero de ahí
nada más.

Como siempre el vuelo duró seis horas, aunque fue


el más largo de todos los que he hecho a Sao
Paulo. Saqué del compartimento la bolsa con cuatro
botellas de ron Real Carúpano y el morral LowePro
con la portatil Lenovo X61 junto a mi Canon EOS
50D. Salí del avión sin mirar atrás.

Ya recuperado por el largo viaje del día anterior, leía


la Folha de São Paulo mientras bebía mi jugo de
naranja con lechosa. En una esquina de la sección
cotidiano leo un titular que llama mi atención “Um
passageiro morre em avião da Venezuela”. Su
nombre era Fernando García, venía a visitar unos
familiares y sufrió una apnea por causa de... ¡El
vecino!, murió en el avión.

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