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Asociación Profesional Extremeña de Antropología

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“DESENMASCARANDO EL CARNAVAL”, por Silvia Pérez Simón

Resumen
El presente artículo pretende hacer una pequeña reflexión sobre los carnavales en Extremadura. Para
ello empezamos haciendo un repaso por los posibles orígenes del carnaval para continuar analizando
el significado, periodización y la importancia de esta fiesta en la región en diferentes épocas y
localidades. En este sentido mostramos la diferencia entre el carnaval rural y el urbano y se
mencionan las tipologías de carnavales más singulares que encontramos en Extremadura de acuerdo
con rituales característicos. Finalmente queda planteada la cuestión sobre el futuro de las
carnestolendas extremeñas.

Palabras clave: carnaval, Extremadura, historia, rural, urbano, singularidades, fiesta, ritual, turismo.

Abstract
This article attempts to do a little reflection on carnivals in Extremadura. For this purpose we begin by
reviewing the possible origins of carnival and we continue analyzing the meaning, chronology and the
importance of this festival in the region at different periods and places. In this regard we show the
differences between rural carnival versus the urban one and we mention the most singular carnival
typologies found in Extremadura according to characteristic rituals. Finally, it remains the question
about the future of carnival in Extremadura.

Key words: carnaval, Extremadura, origins, rural, urban, singularity, festival, ritual, tourism.

¿Cuál es el origen de los carnavales?, ¿qué forma adquieren en la actualidad a pesar de los
embates del franquismo?, ¿cuáles son las costumbres asociadas a la tradición del carnaval en
Extremadura?. Éstas son las preguntas que abordaremos como excusa para intentar comprender la
fiesta como inercia socio-cultural y al mismo tiempo expresión de procesos y conflictos históricos,
sociales y políticos. Y una cosa más ¿qué aporta el carnaval a la riqueza cultural de la región?

Antes de entrar en mayores enjundias, habrá que saber qué hay de viejo en esta historia de los
carnavales extremeños.

La propia palabra carnaval nos remite a otros conceptos más antiguos como carnestolendas,
antruejos o carnal, sinónimos de la primera. Algunos autores sitúan el origen de la fiesta en la
tradición griega y romana (saturnalias, lupercalias, matronalias, kalendae...). Si seguimos esta tesis,
sería en la Edad Media y el Renacimiento donde la influencia del cristianismo dio lugar a la
transformación en los significados y funciones de dichas fiestas, vinculándose por oposición
indefectiblemente hasta nuestros días con la cuaresma. De esta manera, el carnaval tradicional es, en
palabras de Caro Baroja, “hijo del cristianismo”, nacido en “fechas oscuras de la Edad Media”.
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Podemos considerar el carnaval como paradigma de la transgresión. El carnaval se concibe


como una alteración del orden establecido socialmente. Originalmente esta subversión era más
profunda e implicaba mayor participación: no había ninguna clase de autoridad, toda la comunidad
participaba (no se trataba de una exhibición de unos dedicada a otros a modo de espectadores). Pero
aún hoy sigue encarnando los valores o mejor, contravalores, de desenfreno, gula, lascivia, burla en
un escenario de supresión de normas y tabúes. El disfraz, así como otros elementos que señalaremos
son parte de esa representación ritual del desorden que no hace más que canalizar en un marco
temporal delimitado las pasiones contenidas el resto del año merced a convenciones sociales y
religiosas.

En relación con el tiempo de carnaval, por definición se entiende que lo constituyen los tres
días antes del Miércoles de Ceniza. Esta delimitación temporal es la que se aplica en las urbes,
también en las extremeñas, a la hora de festejar el antruejo. Sin embargo, si tomamos esta definición
del tiempo de carnaval en sentido estricto, habría que tener entonces en cuenta un período
precarnavalesco que en las zonas rurales de Extremadura comenzaría en torno a los Santos
Inocentes, San Fulgencio, San Antón, San Blas o San Sebastián. También son conocidas las
celebraciones rituales que se realizan o realizaban a colación de las siguientes fechas: los Jueves de
Compadre en Palomas, Ribera del Fresno, Casares de las Hurdes, Valencia de Alcántara...; Jueves de
Comadre (Santibáñez el Bajo, Villanueva del Fresno, Aldehuela del Jerte, Torrequemada, Guijo de
Granadilla, La Coronada, Valdelacasa del Tajo...), el Domingo Gordo (Cuacos de Yuste, El Cerezal, La
Coronada, El Gasco...) y el Domingo de Piñata (Azuaga, Valencia de Alcántara, Albalá...).

La anotación mencionada evidencia la existencia de otras diferencias cualitativas entre estos


dos tipos de carnavales que coexisten hoy en día en tierras extremeñas: por un lado un carnaval
urbano y por otro, la pervivencia de un carnaval rural. Siguiendo las indicaciones de Marcos Arévalo
vemos que el carnaval urbano se caracteriza por reproducir al mismo tiempo un modelo oficial-
institucional de forma consciente y otro inconsciente de carácter espontáneo y popular. Combina
fiesta y espectáculo. Conlleva un ciclo de celebraciones más reducido y concentrado, utiliza material
estética y plásticamente más rico que el que encontramos en zonas rurales y resulta un carnaval más
institucionalizado y consiguientemente más reglamentado. Podríamos decir que el carnaval de ciudad
se muestra domeñado “verticalmente” y apuntar que esto es así por la influencia de la
espectacularidad que exhiben los mass media, el aburguesamiento presente en actos como las
elecciones de reinas o la implementación de pautas restrictivas como la celebración de actos en
lugares cerrados y de acceso limitado. Todo esto da cuenta de los niveles de estandarización
presentes en localidades con un mayor número de habitantes. Se generan pautas organizativas e
identitarias como agrupaciones de comparsas, murgas, pertenencia a asociaciones de amigos del
carnaval, participación por barrios y vinculación de identidad también con la localidad. Este desfile de
identidades desencadena naturalmente rivalidad y búsqueda de prestigio.

El carnaval rural por su parte combina ritual y fiesta con alto grado de participación donde la
espontaneidad se apodera del espacio por antonomasia del carnaval: la calle. Hay mayor pobreza
estética y de recursos, suele estar protagonizado por figuras y grupos en torno a las que gira el ritual,
así como presencia de animales imaginarios y/ o reales. Se da mayor transgresión de normas e
inversión de los valores. Así mismo encontramos expresiones de una antigua estética popular que
delatan un sabor distintivo, como arrojar, pegar, cambiar cosas de sitio o el mantenimiento de
expresiones orales, gestuales y kinésicas peculiares. Podemos decir que se trata de un carnaval más
pobre pero más creativo.
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Pero la fiesta obviamente no siempre ha sido como la conocemos hoy. Bien sabido es que
durante la guerra y el franquismo la fiesta del carnaval sufrió un duro revés tanto en Extremadura
como en el resto de España a pesar de que, como afirma Ramos Santana, esta festividad no sea otra
cosa que un ejercicio de “moral cristiana que reconoce los derechos de carnalidad”. La imposición
dictatorial provocó que se perdieran manifestaciones peculiares del carnaval como los Jarramachis de
la sierra de Tormantos. Aún así, en algunas áreas se mantuvo en un delicado equilibrio bien
trastocando el nombre por el de fiestas de invierno (Navalmoral de la Mata), bien desde la
permisividad de bailes pero sin máscaras como en núcleos más grandes de las Hurdes o desde la
velada aceptación de las bromas, bullicios y bailes en zonas rurales como Sierra de Gata o La Vera.
En ciudades como Plasencia, Zafra o Badajoz, el carnaval podría decirse que fue totalmente
eliminado, si bien es cierto que en toda Extremadura, la llegada de la democracia y la búsqueda de
una identidad autonómica sirvieron para favorecer un auge del carnaval en todos los puntos de la
región de la mano de la gente de “a pie” pero también de las instituciones.

Este proceso lleva aparejado sus peligros y amenazas. La mano institucional tiende a
homogeneizar y a provocar la turistización y espectacularización acotando o mutilando la
espontaneidad callejera e imitando en muchos casos con mayor interés modelos de mayor atractivo
“comercial” (Río de Janeiro o las fiestas de éxito del pueblo cercano) antes que recuperando formas
de hacer tradicionales basadas en el laissez faire popular del carnaval.

Pero si seguimos avanzando en el conocimiento de las carnestolendas extremeñas, debemos


señalar que este tiempo incluye una amalgama de formas rituales presentes también en diferentes
puntos de la geografía española, y en bastantes casos impulsados por los quintos. Es momento de
hacer un repaso por algunos de los carnavales más singulares en base a esas celebraciones
ritualizadas:
• Arrojar salvado y harina. Es bastante conocido el día del Enfariñamiento en Cedillo que
consiste en arrojar harina. De la misma manera el lanzar salvado o agua es común en Higuera
la Real o Robledillo de Trujillo entre otros.
• Quemar estopas. En Torre de Don Miguel así como en otros puntos de Sierra de Gata se sigue
celebrando la quema del capazo.
• Correr los gallos. Esta práctica es y/ o era muy habitual en pueblos como Albalá, Gata,
Cilleros, Miajadas, Robledollano, Tornavacas, Peraleda de San Román, Guijo de la Jara.
Debido a la nueva sensibilidad medioambiental o bien se han modificado o bien han sido
suprimidas.
• Arrojar agua con pucheros o tirar tiestos, pucheros, ollas, bombillas en las casas o en las
calles. Esta práctica se puede vincular con localidades como Robledillo de Trujillo, Navalvillar
de Ibor, Malcocinado, Feria, Alconchel...
• Maltratar peleles (botargas, mojigangas). Sobradamente son conocidas y reconocidas las
fiestas en torno a una efigie que se convierte en ídolo festivo y chivo expiatorio capaz de
aglutinar de modo catártico a vecinos y turistas en torno a sí. Hablamos del Pero- Palo de
Villanueva de la Vera, el Jarramaplas de Piornal, las Carantoñas de Acehúche, las Pantarujas
de Almendralejo, el Jurramachos de Montánchez, los Compadres de Ribera del Fresno y
Fuente del Maestre, el Febrero de Cáceres...
• Usar el tradicionalmente llamado traje regional. Se usa también en diversos puntos como
Montánchez o Gargüero. Interesante es la reflexión que plantea Marcos Arévalo al preguntarse
si se trata de una herramienta para igualar las clases sociales (teniendo en cuenta que lo
considerado traje regional no era más que una imitación popular de las modas de las élites).
• Pedir huevos y chorizos. Es muy común también que los quintos realicen los tradicionales
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aguinaldos y petitorios de los productos derivados del cerdo. Éstas son algunas de las
localidades donde esta práctica se hacía y aún se mantiene se sigue haciendo: Berrocalejo,
Valverde de la Vera, Pueblonuevo de Miramontes, Campillo de Deleitosa, La Garganta,
Pinofranqueado, Segura de Toro, Cuacos de Yuste.
• Vaquillas. Este festejo mantendría correspondencia con todo lo que de caos representa en
nuestra cultura la bestia como animal desatado frente al hombre. Encontramos vaquillas
figuradas y vacas embolás, pendonas, antruejas... que salen o salían en localidades como
Moraleja, Ceclavín, Garvín de la Jara, Torreorgaz, Hoyos, Losar de la Vera, Plasencia o Mérida
entre otras muchas.
• Poner sahumerios en los zaguanes. Esta práctica está muy extendida por el norte cacereño y
el sur de la provincia de Badajoz.
• Adornar, pasear, emborrachar y sacrificar machos cabríos. También es denominado “correr
los machos” o lo que es lo mismo, engalanar con cintas, cencerros y campanillas, machos
cabríos en Jerte, Cabezabellosa, Cabrero, La Granja...
• Tiznar la cara con corcho quemado y otros materiales. Esta costumbre se concreta en el Día
del tiznote o del tizne (martes de carnaval) o el Mascarón y es conocida en pueblos como
Campo Lugar, Maguilla, Santa Ana, Navalvillar de Ibor, Puerto de Santa Cruz...
• Comensalidad pública y consumo ceremonial ingente. El plato habitual para estos menesteres
es la carne de cerdo o platos con carácter emblemático como la sopa de antruejo. Señalamos
el caso del Domingo Gordo de Zafra denominado Bacanal de la Grasa.
• Carnaval religioso- castrense. Se trata de contrarituales habituales durante la II República,
antes y después de la Guerra Civil y durante la Transición. Llegaron a existir y aún hoy se
mantienen algunas cofradías de Ánimas, las cuales se estructuran jerárquicamente y se
relacionan con el culto a las almas del purgatorio. En Villar del Pedroso encontramos vigente
aún hoy el carnaval de ánimas.

Para finalizar, recordaremos que algunas de estas prácticas se han perdido, otras se han
recuperado, otras se han re- inventado o adoptado y las que se mantienen, no nos engañemos,
tampoco son lo que fueron. No sabemos qué le deparará el futuro al carnaval pero sí terminaremos
diciendo que la riqueza cultural de la que hablábamos al principio se experimenta en las propias
“carnes” con disfraz o sin él, aunque sólo sea leyendo sobre los tejemanejes de Don Carnal.

Breves reseñas bibliográficas:

Caro Baroja, J. El Carnaval (Análisis histórico- cultural). Taurus, Madrid, 1979.


Marcos Arévalo, J. Los Carnavales en Extremadura: entre la fiesta y el espectáculo. Caja de Ahorros
de Extremadura/ Departamento de Psicología y Sociología de la Educación (Uex). Badajoz, 1998.
Gaignebet, C. El Carnaval. Ensayos de mitología popular. Alta Fulla. Barcelona, 1974.
Marcos Arévalo, J. “Los carnavales como bienes culturales intangibles. Espacio y tiempo para el
ritual” en Gaceta de Antropología. Nº 25.
Ramos Santana, A. El carnaval secuestrado o historia del carnaval. Quórum editores, Cádiz, 2001.
Turner, V. El proceso ritual. Estructura y antiestructura. Madrid. Taurus, 1979.

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