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Muy cerca, casualmente, observó una caña que le sirvió para coger el
saquito. El caminante lo recogió del suelo y… ¡qué sorpresa la suya!, había
un precioso rubí. El caminante no lo pensó dos veces: se guardó el rubí y
colocó una piedra. Después continuó su camino como si nada hubiera
pasado.
No mucho tiempo después Rodolfo el cuervo volvía hacia los árboles para
recoger su encargo y proseguir su vuelo.
Al poco tiempo Rodolfo el cuervo se encontró junto a la joven. Él le
ofreció el regalo que enviaba el sol. Ella abrió el saquito y allí,
encontró una piedra; no era fea pero no era preciosa.
Idea original:
www.rodamonsteatre.com