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(Tomado del libro de John Frame, Apologetics to the Glory of God, pp 31ss)
INTRODUCCIÓN:
El mensaje del apologeta es, a fin de cuentas, nada menos que la revelación entera de las
Escrituras, aplicada a las necesidades de los oyentes. Ahora bien, en un libro de texto sobre la
apologética como el presente, creemos importante ofrecer un resumen breve del contenido de las
Escrituras, con el fin de darle una mejor dirección a nuestro testimonio como apologetas. No es
difícil la tarea. Las enseñanzas de la Biblia sí pueden ser resumidas. Es más, existen dentro de las
mismas Escrituras resúmenes de su enseñanza, como por ejemplo los pasajes siguientes:
— Juan 3 - 6:23
— 1ª Corintios 15:1-11
— 2ª Cor:16
— Romanos 5:17 - 6:2
— Efesios 2:8-10
— Filipenses 2:5-11
— 1ª Timoteo 2:5-6
— Tito 3:3-8, y
— 1ª Pedro 3:1
Estos textos nos muestran que hay diferentes maneras de resumir el mensaje bíblico, cada
una con su énfasis particular un poco diferente. A estos énfasis los podríamos llamar
“perspectivas”. Con respecto a los propósitos de la obra presente, será útil resumir el mensaje
Escritural desde dos perspectivas:
1.0- ES FILOSOFÍA:
Al decir “el cristianismo como una filosofía”, quiero decir que el cristianismo ofrece un
punto de vista comprensivo sobre el mundo. Nos ofrece un relato, no sólo de Dios, sino del
mundo que Dios creó, la relación que guarda el mundo con Dios, y el lugar del ser humano
dentro de ese mundo, o sea, su relación con la naturaleza y su relación con Dios. El cristianismo
trata de:
Como tal, el cristianismo ofrece un punto de vista sobre todo. Creo que hay un punto de
vista particular que el cristianismo ofrece sobre la historia, la sociología, la educación, las artes,
los problemas filosóficos, etc. Y como vimos con anterioridad, la autoridad de nuestro Señor es
comprensiva; todo lo que hagamos tiene que estar relacionado a Cristo (“Si, pues, coméis o
bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”, 1ª Cor 10:31).
Entonces, el cristianismo entra en competencia con el platonismo, el aristotelianismo, el
empiricismo, el racionalismo, el escepticismo, el materialismo, el monismo, el pluralismo, el
humanismo secular, el marxismo el pensamiento de la teología de proceso, el pensamiento de la
Nueva Era, y con cualquier otra filosofía habida y por haber; compite también con otras
religiones, como el judaísmo, el islam, el hinduísmo, el budismo.
Una de las repercusiones más desafortunadas de la idea distorsionada que hay sobre “la
separación entre la iglesia y el estado”, es que los educandos pueden escuchar a los proponentes
de cualquier sistema de pensamiento, excepto aquellos que son arbitrariamente calificados como
de una “religión”. Pues ¿quién puede decir que no se puede hallar algo de verdad en algunas de
estas posturas religiosas, o incluso alguna verdad exclusiva de esa postura? Y hablando en
términos de la libertad de pensar y de creer, ¿es justo limitar la educación pública a los puntos de
vista llamados “seculares”? ¿No es también esto un gran lavado de cerebro?
Además, los separacionistas extremos (Frame aquí reflexiona sobre el panorama
estadounidense) con frecuencia se oponen en particular a las expresiones que se dan en público
del cristianismo; no así con las de las religiones en general. Con harta frecuencia admiten sin
objeción alguna, presentaciones en las escuelas que favorecen el misticismo oriental o incluso la
brujería moderna; lo que sí objetan es cuando se trata del cristianismo. Por inconsecuente que
parezca, este proceder específicamente anti-cristiano realmente tiene sentido. Pues como
veremos más adelante, es el cristianismo, y no el misticismo oriental o la brujería o los ritos de
los nativos americanos, el que se planta firmemente en contra de las tendencias de la mente
humana no regenerada. Al cristianismo se le excluye de las escuelas a pesar de que (o quizá
precisamente porque) ofrece la única alternativa válida a la “sabiduría de moda” del aparato
político y de la sociedad modernos.
Sin embargo, esa “sabiduría de moda” nos ha legado un vasto aumento en los índices del
divorcio, del aborto, de familias con padres (madres) solteros (as), niños de la calle, la fármaco
dependencia, las pandillas, el crimen, el Sida (y otros problemas más de salud, p.ej, el
resurgimiento de la tuberculosis), la falta de vivienda, la falta de alimentos, los déficit
gubernamentales, los altos impuestos, la corrupción política, la degeneración en las artes, la
mediocridad en la educación, la falta de competitividad en la industria, grupos de intereses
particulares exigiendo toda clase de “derechos” (derechos que no tienen sus responsabilidades
correspondientes, y que vienen a costa de los demás), la contaminación del medioambiente, etc.
Nos ha legado un gobierno “mesiánico”, que reclama para sí autoridad plena, y ofrece
solucionar todos nuestros problemas (“salvación” secular), pero que generalmente termina
dejando las cosas peor. En las instituciones de enseñanza superior, anteriormente bastiones de la
libertad intelectual, ahora cunden ideas de lo “políticamente correcto”. La cultura en general
ahora permite el uso de vocabulario anteriormente considerado vulgar, ofensivo y blasfemo. Ha
creado un ambiente en que la música popular (de estilo “rap”) insta a la gente a matar a los
guardianes del orden.
Siendo así las circunstancias en las que vivimos, ¿no deberíamos estar pensando de otras
alternativas a esta supuesta “sabiduría de moda”? ¿O será que sólo una alternativa existe? De ser
así, -- y la tesis que aquí sustento es que así es -- entonces nos urge tomar dicha alternativa
mucho muy en serio.
Con el fin de mostrar que el cristianismo es LA alternativa, o sea, la única opción viable,
permítanme exponer el contenido del cristianismo como filosofía: es decir, como metafísica,
como epistemología y como sistema de valores (con énfasis particular en la ética). En relación a
esto, también creo de importancia decir que el cristianismo es evangelio (o sea, buenas nuevas),
y quizá sea más importante este aspecto que los anteriores. Pero esto lo diremos a su tiempo.
Reconocemos que en nuestros tiempos modernos, por así decir, en comparación con la
sociedad de hace 600 años, la gente de hoy día ignora el punto de vista cristiano sobre el mundo.
Por ello deben de entender el punto de vista cristiano sobre el mundo (la filosofía cristiana), de
modo que pueda cobrar sentido para ellos el aspecto llamado evangelio, las buenas nuevas.
Primero, pues, presento el cristianismo como filosofía, para luego presentarlo como
evangelio:
2.0- ES METAFÍSICA:
Las 4 cosas más importantes que debemos recordar acerca de la forma cristiana de entender el
mundo, son:
Dios es “absoluto”, en el sentido de que es el Creador de todas las cosas, y por ende, la base de
todo lo que existe. Como tal, no necesita de ningún otro ser para existir (“ni es honrado por
manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas
las cosas”, Hech 17:25). Nada ni nadie lo hizo existir; siempre ha sido (“Antes que naciesen los
montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios”, Sal 90:2;
“Firme es tu trono desde entonces; tú eres eternamente”, Sal 93:2; “En el principio era el
Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” Jn 1:1).
Tampoco pueda haber nadie que lo destruya; siempre existirá (“Porque yo alzaré a los cielos mi
mano, y diré: Vivo yo para siempre”, Deut 32:40; “Ellos perecerán, mas tú permanecerás;
...pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán” Sal 102:26-27 y citado en Heb 1:10-12; “el
único que tiene inmortalidad...” 1ª Tm 6:16; “y juró por el que vive por los siglos de los
siglos...” Ap 10:6). Su existir es atemporal, pues es el Señor del tiempo (Sal 90, especialmente el
v. 4, “porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las
vigilias de la noche”; Gál 4:4, “pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su
Hijo...”; Efe. 1:11, “...que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”; 2ª Ped 3:8,
“...para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”.
Dios conoce con la misma perfección de siempre todos los tiempos y todos los espacios
(Is 41:4: “¿Quién llama las generaciones desde el principio? Yo Jehová, el primero, y yo mismo
con los postreros”; Is 44:7-8: “¿Y quién proclamará lo venidero, lo declarará, y lo pondrá en
orden delante de mí, como hago yo desde que establecí el pueblo antiguo? Anúncienles lo que
viene, y lo que está por venir. No temáis, ni os amedrentéis; ¿no te lo hice oír desde la
antigüedad, y te lo dije? ... No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno.” Como lo
dijera el Catecismo Menor (preg. #4: “Dios es espíritu, infinito, eterno e inmutable en su ser,
sabiduría, poder, santidad, bondad, justicia y verdad.”
Esta definición enfatiza no sólo que Dios es absoluto, sino también que es una persona. En la
Biblia, “Espíritu” es personal, y Dios es Espíritu (Jn 4:24). Como Espíritu que es, Dios:
habla “y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te
buscan” (Hech 10:19);
dirige, “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de
Dios” (Rom 8:14);
da testimonio, “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de
Dios” (Rom 8:16);
ayuda, “...el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad (Rm 8:26);
intercede, “...pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”
(mismo versículo);
ama, “os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu...”
(Rom 15:30);
revela, “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu...” (1ª Cor 2:10); y
escudriña, “porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (mismo
versículo).
Aunque la voz griega para “Espíritu” (pneuma) es de género neutro, el N.T., a veces enfatiza
que el Espíritu es una persona, en que se refiere a él con un pronombre masculino (por ej, Jn
16:13,14). También son de orden personal las referencias del Catecismo a los atributos de
sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad. La Biblia con frecuencia atribuye estas
cualidades a Dios.
La gran pregunta que confronta a la humanidad moderna es esta: siendo que en el universo
existen tanto personas (por ej, tú y yo) como estructuras impersonales (por ej, la materia, el
movimiento, el azar, el tiempo, el espacio y las leyes físicas), ¿cuál es fundamental? ¿Está
basado el aspecto impersonal del universo en las personas, o es todo al revés?
La idea secular generalmente presupone que es lo último, es decir, que las personas son el
producto de la materia, del movimiento, del azar, etc. Sostiene que el explicar un fenómeno en
términos de intención personal (por ej, esta casa está aquí porque alguien la construyó para
vivirla) no llega a ser una explicación final y última. La última explicación, en esta manera de
pensar, se encuentra en lo impersonal (por ej, la persona construyó la casa porque los átomos de
su cerebro se movieron en ciertas formas). Pero, ¿es necesaria una presuposición así?
Pensemos más sobre cuáles serían las consecuencias, según cada uno de estos puntos de
vista. Si lo impersonal tiene prioridad, luego en el origen absoluto de las cosas no hubo ni
conciencia, ni sabiduría, ni voluntad. Lo que nosotros llamamos “la razón” y “los valores”, no
son más que consecuencias accidentales, carentes de intención, de eventos azarosos (Entonces, si
la razón sólo es el resultado de sucesos irracionales, ¿por qué confiar en ella?) Al final de todo, la
virtud moral no se premiará. La amistad, el amor y la hermosura no tendrán ninguna
consecuencia final, pues quedan reducidos a un proceso ciego, sin cuidado alguno. Bertrand
Russell fue por demás elocuente sobre las consecuencias de esta forma de pensar, a pesar de que
él la sostuvo, pues es “el mundo que la ciencia nos presenta para creer en él”. Dice así:
“El hombre es el producto de causas que no podían prever el fin que alcanzarían; su origen y
desarrollo, sus esperanzas y temores, sus amores y sus credos, no son otra cosa más que el fruto
de colocaciones accidentales de átomos; ningún ardor, ningún heroísmo, ningún pensamiento o
sentimiento intenso, pueden preservar una sola vida particular más allá de la tumba; pues todo el
trabajo hecho a través de las edades, toda la devoción, toda la brillantez como del mediodía del
genio humano, todo está destinado a desaparecer en la vasta muerte del sistema solar; y el templo
entero del logro humano inevitablemente quedará enterrado en los escombros de un universo en
ruinas. Sólo sobre base de estas verdades, sobre el cimiento firme de una inflexible
desesperación, se podrá construir la habitación segura del alma humana.”
Pero por otra parte, si lo personal es lo que tiene prioridad, luego el mundo fue hecho según
un plan racional que puede ser entendido por mentes racionales. La amistad y el amor no son
simplemente experiencias humanas profundas, sino ingredientes fundamentales del orden
universal. Pues hay alguien que quiere que exista la amistad, que desea que exista el amor. El
bien moral es, también, parte del gran plan del universo. Si la personalidad es absoluta, luego hay
alguien a quien le interesa lo que hacemos, que aprueba o desaprueba nuestra conducta. Y esa
persona tiene también un propósito para el mal, por más misterioso que ello nos parezca.
La hermosura tampoco es algo que sólo aparece en forma fugaz; es el arte de un gran
artesano. Y si en verdad el sistema solar tendrá su desenlace en “una vasta muerte”, existe una
persona que nos puede librar de esa muerte, si le place. De modo que quizá, después de todo,
algunos de nuestros pensamientos, planes, confianzas, amores y logros sí tienen consecuencias
eternas, consecuencias tales que imparten a estas cosas una gran seriedad, y a la vez humor.
Humor, digo, por la comparación irónica que tienen nuestros pobres esfuerzos tan pequeños con
esas “consecuencias eternas”.
¡Qué diferencia! En lugar de ser el mundo un lugar gris lleno de materia, movimiento y
casualidad, un mundo en el que cualquier cosa puede suceder, pero en el que casi nada sucede
jamás (que sea de interés humano), el mundo sería la creación artística de la mente más grande
que se puede imaginar, un mundo lleno de una hermosura que deslumbra y de una lógica que
fascina. Tendría una historia que es a la vez un drama, con un interés humano, una profunda
sutileza y alusiones más iluminadoras que cualquiera que pudiera inventar el novelista más
grande. Esa historia divina tendría una grandeza moral que cambia todo el mal del mundo a bien.
Y lo más admirable de todo, ese mundo estaría bajo el control de un ser que, de alguna manera
maravillosa, resulta... ¡semejante a nosotros!
¿Podríamos orar a él? ¿Lo podríamos tener como amigo? ¿O por ser él nuestro enemigo
tendríamos que huir de él? ¿Qué esperaría él de nosotros? ¿Qué experiencias increíbles tendría él
reservadas para nosotros? ¿Qué nuevos conocimientos? ¿Qué bendiciones? ¿Qué maldiciones?.
Sospecho que muchos de los que están en la incredulidad secretamente quisieran que algo
así pudiera ser cierto. Es el trabajo del apologeta no sólo el de defender la verdad con
argumentos, sino el de mostrar la verdad tal y como ella es, en toda su hermosura, sin encubrir
sus tonos más oscuros. Cuando así la describimos, como atractiva pero con sus retos, cumplimos
con nuestra misión apologética. Pues con frecuencia sucede que, antes de que alguien acepte y
confiese la verdad, llega al punto de querer que ella sea la verdad. Y eso es bueno. Desear algo
no hace que sea ni cierto ni falso, y sería una calumnia asegurar que el cristianismo sólo es el
cumplimiento de los deseos humanos. Pero una persona que desea algo, y que quisiera verlo
cumplido, esa persona muchas veces ya está en el camino hacia la fe. Un incrédulo consecuente
con su propio sistema de fe no ve nada de atractivo en el punto de vista de la Biblia sobre el
mundo; más bien le da la espalda.
¡Una persona absoluta! ¡Un absoluto personal! No he estudiado bien todas las religiones no
cristianas, por lo que no quiero decir que es sólo el cristianismo la única religión que afirma un
absoluto personal. Existen variantes del hinduísmo y budismo que se clasifican a veces como
“teístas” y de acuerdo a algunas religiones animistas de África y de las Américas, detrás del
mundo de los espíritus existe un ser personal que les ha de pedir cuentas a todos esos espíritus.
Con todo, es cierto que la religión bíblica es el candidato más fuerte hoy día para ser el “teísmo
de persona absoluta”.
Las religiones principales del mundo, en sus formas más típicas (diríamos en sus formas
más auténticas) son: o panteístas, como los hinduistas y los taoístas; o bien son politeístas, como
los animistas, algunas formas del hinduísmo, los sintoístas y las religiones tradicionales de
Grecia, Roma y Egipto, etc. El panteísmo tiene un absoluto, pero no un absoluto personal; y el
politeísmo tiene dioses personales, pero ninguno de ellos es absoluto. Inclusive, aunque la
mayoría de las religiones tienden a enfatizar ya sea el absolutismo panteísta o el no absolutismo
personal, generalmente se pueden hallar elementos de ambos debajo de la superficie. En el
politeísmo griego, por ejemplo, los dioses son personas, pero no son absolutos. Sin embargo, esta
clase de politeísmo tiene un suplemento en su doctrina del destino, que es una forma de un
absoluto impersonal. Algo similar encontramos en el animismo, pues detrás de sus dioses está
Mana, una realidad impersonal. El budismo es difícil de clasificar, pues en su forma original
pudo haber sido atea, y también porque su concepto de “la nada” tiene muchos problemas. Pero
sí, en el budismo más conocido, no existe un absoluto personal. La gente parece sentir la
necesidad o el deseo de tener ambos: una persona y un absoluto; pero en la mayoría de las
religiones, estos dos elementos se mantienen separados, por lo que se comprometen (se
contradicen), en lugar de poderse reforzar el uno al otro. Por ello, entre todos los movimientos
religiosos principales, el único que nos insta a adorar a un absoluto personal es la religión de la
Biblia.
Piensa un momento sobre este hecho: el punto de vista cristiano del mundo es único entre
todas las religiones habidas y por haber. ¿Por qué lo sería? Se podría, en teoría, pensar que la
gente de buen criterio y sano juicio (cuando carentes de evidencia y obligados a la especulación),
y confrontados con la pregunta de cuál es primordial: lo personal, o lo impersonal, estarían
divididos y más o menos parejos en su división. Pero resulta que no: casi siempre se inclinan
hacia el punto de vista de que, si existe un absoluto de alguna clase, ese absoluto ha de ser
impersonal. (Y si no existe el absoluto, equivale a decir que el azar, o el “destino” es absoluto,
que es lo mismo que un absoluto impersonal.)
La ciencia moderna no es la excepción (como tampoco la fue en tiempo de Russel).
Cuando los científicos buscan las causas de todo, casi siempre presuponen que los elementos
personales del universo se explican por los impersonales (la materia, las leyes, el movimiento), y
no lo contrario. Y cuando los científicos buscan absolutos, por ej, el “origen del universo”,
buscan “la partícula elemental”, una ley universal (la “teoría del todo”), un movimiento inicial
(el “Big Bang”), o bien una combinación de éstos.
Y ¿por qué piensan así? ¿No sería igualmente razonable el que la materia, el movimiento
y la fuerza impersonales sean explicados por las decisiones de una persona? Todos hemos
observado cómo personas crean y luego manejan objetos impersonales para su propio beneficio.
En fábricas, los trabajadores ensamblan, por ej., tractores (diseñados y planeados por personas);
y en los campos los agricultores los usan para arar la tierra. Pero jamás hemos visto que un
campo arado produzca a un agricultor, o que un tractor produzca un grupo de trabajadores. La
idea es inverosímil.
Pero muchos científicos, y muy educados, dan por sentado que lo impersonal tiene
prioridad en el universo. Es, por así decir, su presuposición. Y la adoptan, no en base a la
evidencia (pues ¿qué evidencia podría probar la proposición negativa que no existe Dios?), sino
en base a una fe irracional que está opuesta al cristianismo.
La única explicación ante esta situación es la que da la Biblia: que aunque la existencia de
Dios ha sido claramente revelada a todos (Rom. 1:18-20), el hombre en su rebeldía trata de
suprimir esa revelación, y por ello opera sobre el principio de que el Dios de la Biblia ni existe.
¿No será ésta la razón más lógica de que haya una preferencia casi universal —aun cuando—
irracional, por lo impersonal y en contra de lo personal?
Por supuesto, no he probado en esta sección que el personalismo bíblico sea verdad.
Simplemente lo he expuesto en contraste a su antítesis, para mostrar al amable lector una de las
tareas fundamentales de la apologética. Dios nos llama a tomar una posición firme en contra de
la presuposición casi universal de que el universo es en su base impersonal. No podemos dejar
que el incrédulo suponga lo que por supuesto supone: que por supuesto lo impersonal tiene
primacía. Tenemos que retarle a que por lo menos considere la posición alternativa. Y si nos dice
que está seguro de su posición pro-impersonalidad, y que todos los que piensan diferente son
supersticiosos o estúpidos, tenemos que pedirle nos dé la misma evidencia a favor de su posición
que nos exige de la nuestra. Y una vez que le hayamos demostrado que su posición pro-
impersonal es el producto de una fe irracional, estaremos en una buena posición como para
presentarle la única alternativa a esa posición, la alternativa que presenta la Biblia.
En mi libro, Doctrine of the Knowledge of God, escribí ampliamente sobre el tema del
Señorío de Dios, y que entiendo es su control, autoridad y presencia. Creo que el término
tradicional soberanía es sinónimo de señorío en los 3 aspectos mencionados. He aludido arriba
sobre la presencia y la autoridad de Dios; sólo falta versar sobre su control.
Es importante para el punto de vista cristiano, el que Dios esté en control de todo; Efe.
1:11, él “...hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. La relación entre Jacob y
Esaú ya estaba preordenada desde antes que nacieran (ver Rom 9:10-25). Pablo toma esta
relación, y la aplica a la relación más general que existe entre judíos y cristianos. Dios obra todas
las cosas para bien de los que le aman (Rom 8:28).
A la doctrina que afirma que Dios preordena y dirige todos los eventos se le llama
doctrina calvinista. No tengo contrariedad alguna en ser conocido como calvinista. Pero otras
tradiciones cristianas también creen en esta doctrina, aunque a veces muy a pesar de ellos
mismos. Por ej., el arminianismo: este sistema enfatiza la “libre voluntad” e insiste que nuestras
decisiones (especialmente las que tienen significado religioso) son libres, no preordenadas ni de
alguna otra forma determinadas por Dios. El arminianismo busca reforzar el concepto de la
responsabilidad humana (doctrina con la que en sí el calvinismo no está peleado). Pero sabe que:
Por ejemplo, Dios sabía que Venustiano tomaría la libre decisión de aceptar a Cristo. De
alguna manera lo supo, y lo supo antes que naciera Venustiano. De modo que aún desde
entonces, la decisión “libre” de Venustiano era inevitable. ¿Por qué era inevitable? No en razón
de la voluntad libre de Venustiano, pues éste aún ni había nacido. Tampoco en razón de la
predestinación, pues el arminiano niega desde el principio esta posibilidad. Pareciera, pues, que
la inevitabilidad tiene otra fuente aparte tanto de Venustiano como de Dios. Pero al final, la
predestinación divina siempre es el elemento clave, pues Dios: (1) conoce de antemano la
decisión de Venustiano, y (2) crea el mundo de tal manera que se dé esa decisión de Venustiano.
El factor decisivo es la creación de Dios con conocimiento previo. Es la creación la que pone en
marcha todo el universo. ¿Sería mucho afirmar que la creación de Dios con conocimiento previo
es —efectivamente— la causa de la decisión de Venustiano?
De esta manera el arminiano permite el concepto calvinista, sin que lo admita
conscientemente. Por ello, algunos arminianos han abandonado la premisa de que Dios conoce
todas las cosas de antemano, y han tomado una posición que más se asemeja a la teología del
proceso. Aunque esto es muy dudoso, de acuerdo a las Escrituras.
El asunto principal es: los cristianos que honran las Escrituras como la Palabra de Dios
que son, reconocen —a pesar de sus formulaciones teológicas que dicen lo contrario— que Dios
gobierna toda la naturaleza y toda la historia. Esta doctrina de la soberanía divina es el tesoro de
la iglesia cristiana entera.
El gobierno divino es un concepto importante para la apologética, pues le destruye al
incrédulo su pretensión de autonomía. Si Dios crea y gobierna todas las cosas, luego él interpreta
todas las cosas. Su propio plan es la fuente última de todos los eventos, tanto en la naturaleza
como en la historia, y su plan nunca falla. Por ende, su plan determina lo que las cosas son, lo
que es verdadero o falso, lo que es bueno o malo. Para nosotros juzgar en alguna de estas áreas,
nos será necesario consultar su revelación (en la naturaleza, así como en las Escrituras),
buscando con humildad pensar los pensamientos de Dios así como él los piensa. Nunca
podremos poner a nuestra mente, o ninguna otra cosa creada, como la norma final del ser, de la
verdad o de la virtud.
2.4- La Trinidad:
Finalmente, el Dios cristiano es tres en uno. Es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sólo hay un
Dios (Dt 6:4-5, “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de
todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”; Is 44:6, “Así dice Jehová Rey de
Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de
mí no hay Dios”).
Pero el Padre es Dios (Jn 20:17, “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a
mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a
vuestro Dios”); el Hijo es Dios (Jn 1:1, “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y
el Verbo era Dios”; Rom 9:5, “de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne,
vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén”; Col 2:9,
“porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”; Hb 1:10-12, “Tú, oh Señor,
en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú
permaneces; y todos ellos se envejecerán como una vestidura, y como un vestido los envolverás,
y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán”); y el Espíritu es Dios (Gn 1:2,
“...y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”; Hechos 2; Romanos 8; y 1ª Tes 1:5,
“pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el
Espíritu Santo y en plena certidumbre...”).
De alguna manera son 3, y de alguna manera son (o es) uno. El Credo Niceno dice que
son una “esencia” pero 3 “substancias”; o en otra traducción, una “sustancia” y 3 “personas”. En
lo particular, prefiero decir, “un Dios, 3 personas”. Los términos técnicos no deben tomarse en
ningún sentido preciso o descriptivo. La pura verdad es que no conocemos cómo los 3 pueden
ser uno, y el uno ser 3. Lo que sí sabemos es, que los 3 son Dios, son iguales, no existe ninguna
superioridad o inferioridad dentro de la Deidad. El ser Dios es superior a cualquier otra cosa. Los
3 tienen todos los atributos divinos. Los 3 son “Señor”. Los 3 guardan la relación con la creación
que anteriormente habíamos imputado a Dios. Los 3 pertenecen al círculo superior del dibujo de
Van Til.
Aun cuando hubiere duda sobre las doctrinas discutidas anteriormente es indiscutible que
la Trinidad es una doctrina exclusiva del cristianismo. Hay tríadas interesantes (distinciones que
se dan en 3 partes) en otras religiones, tales como en los dioses hindúes Brahma, Visnu y Siva.
Muchas personas instintivamente piensan que hay algo especial en el número 3. Pero los dioses
hindúes son 3 dioses, no un Dios en 3 personas; y así, todas las demás comparaciones que se
traen a colación de otras religiones, pierden su fuerza al ser examinadas. Las religiones rivales
del cristianismo de hecho ignoran, o bien niegan, la Trinidad. A pesar de las tríadas de Hegel, no
hay nada semejante en la filosofía secular. No hay nada semejante en las demás religiones
principales del mundo. Y aún en las herejías cristianas se habla muy poco de una Trinidad. De
hecho, dicha doctrina es con frecuencia la primera que niegan estas herejías.
¿Y por qué es importante para la apologética la Trinidad? Bueno, ¿qué sucede cuando el
trinitarianismo se sustituye por el unitarianismo (la creencia de que Dios sólo es uno)? Un
resultado es que al definirse Dios así, tiende a perder la definición y las marcas de personalidad.
En los primeros siglos de la era cristiana, los gnósticos, arrianos y neoplatonistas adoraban a un
Dios no trino. Dios era unidad pura, sin pluralidad de ninguna clase. Pero, ¿de qué es la unidad)?
No hay respuesta a esa pregunta; no se puede decir nada. Cualquier cosa que diríamos de Dios
sugeriría una división, una pluralidad, por lo menos entre el sujeto y el predicado. Decir “Dios es
x” crea (según ellos) una pluralidad entre Dios y el “x”. Así no podemos decir nada acerca de
Dios. Para éstos, la naturaleza de Dios es el “totalmente otro” (término más moderno). No se
podía describir en lenguaje humano, pues (entre otras razones) la mente humana no puede
concebir de una “entidad vacía”. La conclusión lógica a la que aparentemente se llega, pues, es la
de no poder decir nada acerca de Dios.
Pero los unitarios antiguos no aceptaban la conclusión. En respuesta a la pregunta, ¿un
qué?, señalaban a la creación: Dios es la perfecta unidad de todas aquellas cosas que en la
creación están separadas. Pero el problema es que si a Dios se le define sólo en términos de la
creación, luego es relativo a la creación. Y de hecho, los unitarios primitivos veían el universo
como una “cadena del ser” entre el Dios no conocible y el mundo conocible (un mundo que era
una emanación divina: Dios en su pluralidad). De esta forma, Dios es relativo al mundo, y el
mundo a Dios.
Ideas antitrinitarias siempre tienen ese efecto. Conducen a pensar en un Dios “totalmente
otro”, en lugar de un Dios que es trascendente en la forma en la que dice la Biblia. Y
paradójicamente, conducen a pensar al mismo tiempo en un Dios que es relativo al mundo, en
lugar del Soberano Señor como lo revela la Biblia. Conduce a pensar en un “Uno” vacío, en
lugar de la persona absoluta que enseña la Biblia. Hace que la distinción Creador-criatura sea una
distinción más bien de grado, no una diferencia de ser.
Por ejemplo, el Islam enseña una doctrina de predestinación que con frecuencia suena a
un determinismo impersonal, en lugar del sabio y buen plan del Señor que enseña la Biblia. Y el
Alá del Islam es capaz de sufrir cambios arbitrarios en su misma naturaleza, no como el carácter
personal permanente y confiable del Dios de la Biblia. O sea, la doctrina de la Trinidad viene a
reforzar los puntos que anteriormente hemos dicho sobre Dios y sobre el mundo.
El N.T., nos da una respuesta sorprendente a la pregunta: ¿Un Qué? Nos dice: ¡“Una
unidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo”! Resulta por demás interesante que el N.T., cuando
quiere enfatizar más el aspecto de la unidad de Dios, parece no poder resistir mencionar más de
una de las personas Trinitarias. Como ejemplo de esto, veamos 1ª Cor 8:4-6:
“Acerca, pues, de las viandas que se sacrifican a los ídolos, sabemos que un ídolo nada es en el
mundo, y que no hay más que un Dios. Pues aunque haya algunos que se llamen dioses: sea en
el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros, sin embargo,
sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un
Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él.”
Otro ejemplo es Efe. 4:4-6, “un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en
una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de
todos, el cual es sobre todos, y por todos y en todos.” Noten también que 1ª Cor 12:4-6 enseña
que la unidad de la iglesia depende de la unidad que existe en Dios: “Ahora bien, hay diversidad
de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el
mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios que hace todas las cosas en todos, es el
mismo”.
Otros pasajes relevantes serían Jn 17:3, “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el
único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”; y Mt 28:19ss (la “Gran Comisión”).
Resistimos de instinto a este estilo de expresión. Si hubiera sido yo el autor de estos
textos, seguramente hubiera evitado hacer alusiones a la Trinidad en contextos donde más bien
quiero enfatizar la unicidad de Dios. Pero los autores bíblicos pensaban diferente, pues para ellos
la Trinidad confirma, no compromete, la unicidad de Dios. La unicidad de Dios es, precisamente,
una unicidad de tres personas.
Ya que Dios es 3 y uno, puede ser descrito en términos de persona, sin que ello lo
relativice al mundo. Por ej., Dios es amor (1ª Jn 4:8). Pero, Amor ¿de qué? Podríamos contestar
inmediatamente, “amor del mundo”. Mas entonces tendríamos un problema, pues de esta manera
el atributo divino del amor depende de que exista el mundo. Y decir que los atributos divinos
dependen del mundo es decir que Dios mismo depende del mundo. Este camino nos lleva al
concepto del Totalmente Otro. Entenderíamos la lógica del gnosticismo, del arrianismo y del
neoplatonismo: pues si Dios es simplemente uno, o bien es un “Totalmente Otro”, o bien es
relativo al mundo —o quizá, de alguna manera ambas cosas.
Pero Dios no es simplemente uno. Es uno en 3. Su amor en principio es el amor que el
Padre, el Hijo y el Espíritu tienen el uno al otro (Juan 17). De modo que su amor, al igual que su
ser, es auto-existente y auto-suficiente. No depende del mundo (aunque sí llena el mundo), y no
tiene porqué ser absorbido por el agnosticismo religioso.
La Trinidad también significa que la creación de Dios puede a la vez ser una y múltiple.
La filosofía secular oscila entre los extremos del monismo (que el mundo realmente es uno, y la
pluralidad es una ilusión) y del pluralismo (que el mundo está totalmente desunido, la unidad es
una ilusión). La filosofía secular se mueve de un extremo al otro, debido a su falta de recursos
para encontrar una definición intermedia; y también porque busca un absoluto en alguno de los
extremos —como si tuviese que existir una unicidad absoluta (sin pluralidad), o de lo contrario
un universo insólito, de elementos desconectados, un pluralismo absoluto que destruye cualquier
unicidad universal. Para el filósofo, es importante poder tener un absoluto en cualquiera de estas
direcciones, pues le daría una norma adecuada fuera del Dios de las Escrituras. Y en esto
detectamos que la búsqueda del filósofo tiene una dimensión religiosa: trata de hallar en el
mundo un absoluto, un dios.
Pero el cristiano sabe que no existe ninguna unidad absoluta (unidad carente de
pluralidad), como tampoco existe ninguna pluralidad absoluta (pluralidad carente de unidad). No
existen, ni en el mundo, ni en el Creador del mundo. Si en el mundo existiera cualquiera de estas
cosas, sería una especie de dios unitario. Pero no existe más que el Señor Trinitario. Un dios
unitario así sería desconocido, pues no podemos conocer un “uno” vacío, ni tampoco un
absolutamente “único”. Y si esta unicidad perfecta o este “único absoluto” es la esencia
metafísica de la realidad, entonces no podemos saber absolutamente nada.
Pero el cristiano sabe que Dios es el único absoluto que hay, y que es un absoluto tanto
del uno como de los muchos. Por ello, estamos libres de la necesidad de tratar de hallar en el
mundo una unidad absoluta o una desunión absoluta. Si buscamos criterios (o normas) absolutos,
buscamos no en algún concepto de “unidad máxima”, o de un “único absoluto” dentro del
mundo, sino al Dios vivo y verdadero, el único que ofrece un criterio para el pensamiento
humano. De esta manera, la doctrina de la Trinidad tiene implicaciones también para la
epistemología.
3.0- LA EPISTEMOLOGÍA:
4.0- LA ÉTICA: