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LA HISTORIA DE BARBOSA

Y
EL FANTASMA DEL MARACANA

Puede usted creerme o no. Pero los estadios están llenos de fantasmas, me consta. Detrás
de sus muros y entre sus túneles, se esconden leyendas de futbolistas y aficionados. Que
en aquellos rincones encontraron muerte o alegría. Al morir y con el alma en pena;
algunos regresan al lugar en vida donde fueron más felices. Pero los otros, están
condenados a vivir ahí para siempre; justo en el rincón de su desgracia.
La historia que vamos a relatar es auténtica, poco tiene de ficción y mucho de nostalgia.
Porque finalmente los espíritus son eso, melancolía ambulatoria. Algo había escuchado,
pero no tenía certeza del hecho, ni tampoco quería averiguarlo. Resultaba escalofriante
incluso imaginarlo.
Hace año y medio durante alguna larga espera de aeropuerto, me animé a preguntarle a
un periodista brasileño si "La Leyenda de Barbosa" era cierta o solo mera superstición.
Con los ojos desorbitados y el semblante desencajado, el periodista asumió absoluto
anonimato y me hizo prometerle que jamás revelaría su nombre por razones de seguridad.
La Confederación Brasileña de Fútbol prohibió en forma rotunda, difundir, investigar o
relatar, cualquier cosa que tuviera que ver con el fantasma que habita en el Maracaná.
Incluso existió el inexplicable rumor, de un grupo de reporteros que entraron al túnel de
jardinería del monstruoso estadio y jamás salieron.
Durante casi 3 horas de relato el periodista me confesaba nervioso, que directivos de la
Confederación Brasileña escondían entre su archivo muerto, el video confiscado de un
aficionado que logró captar la figura del fantasma de Maracaná, cuando jaloneaba la
camiseta de un delantero uruguayo que enfilaba solo rumbo al marco de Brasil durante un
partido eliminatorio del Mundial. Enzo Francescoli también uruguayo, declaró una tarde
al salir de los vestuarios del estadio, que pasaban cosas muy raras en Maracaná cada vez
que los charrúas visitaban el santuario: en el medio campo corre un viento frío y las luces
del vestuario se apagan solas. Los jugadores de la celeste caen al suelo sin que nadie los
toque. El balón desvía su trayectoria increíblemente en los tiros libres y en la banca se
oyen gritos. Los uruguayos juran que el Maracaná está encantado. La última vez que
Uruguay venció a Brasil en aquel lugar, fue hace más de cincuenta años, el día del
"Maracanazo", la tragedia más grande en la historia del fútbol brasileño.

Sucedió una tarde de julio en 1950. Brasil virtual campeón de su propio campeonato,
salió al campo con la Copa Jules Rimet bajo el brazo. Tan solo un empate frente a
Uruguay, bastaba al antiguo "Scratch du’oro" para ganar su primer título mundial. El
estadio más grande del mundo se apoderó de las almas y gargantas de casi doscientas mil
personas en sus tribunas para ver la final de la Copa del Mundo del ‘50. El gigante
brasileño rugía tan fuerte, que su voz podía escucharse hasta Montevideo. La Selección
Uruguaya de fútbol arrinconada en su vestidor, debatía minutos antes del partido la
decisión de salir al campo a jugar la final o entregar el partido a Brasil por default.
Pero Obdulio Varela, capitán y antiguo cacique de garra junto con los delanteros Gighia,
Schiaffino y el portero Roque Máspoli sacaron a sus compañeros de la oscuridad y la
humedad del túnel poniente encaminándolos al campo santo brasileño. El partido arrancó
con Brasil cantando y bailando sobre el área rival. Milagrosamente antes de la primera
hora de juego, apenas Friaca había marcado el uno a cero. Pero la verdad es que debieron
ser por lo menos cuatro. Aquel estadio era la bestia más grande que el mundo del fútbol
haya conocido jamás, imposible salir vivo de ahí. La humedad nublaba la vista, el ruido
no dejaba escuchar nada, sus ojos perseguían la pelota por todo el campo y su medio
millón de manos acariciaban un título que jamás les perteneció.
Con Brasil metido en la portería brasileña, Obdulio el negro jefe destruyo una pelota que
cayó en los pies veloces de Schiaffino y ante el monstruo de doscientas mil cabezas
empató el partido al minuto ‘66. A partir de ese momento el terror se apoderó de Río. La
gente enmudeció, Maracaná empezaba a convertirse en el velorio más grande del mundo.
La tragedia se consumó a once minutos del final con la Jules Rimet vestida de verde y
amarillo. Schiaffino escapó por el centro y soltó la pelota para Alcides Gighia que iba
empeñando almas por la banda derecha. Gighia entró al área y miró fijamente a los ojos
de Barbosa. El portero brasileño que vestía un sueter de estambre negro, levantó las
manos intimidando al extremo uruguayo y achicó el ángulo a primer palo. En ese
momento Gighia, que era el hombre más solitario del campo debía decidirse entre centrar
la pelota o definir con fuerza entre el poste y el portero.
Barbosa, Jules Rimet y doscientas mil personas, sabían que Alcides no tendría opción.
Tiraría el centro para Schiaffino que estaba marcado por 3 brasileños, de otra forma sería
imposible marcar. Pero Barbosa el portero de Brasil en el ’50, dio un paso al frente para
cortar el supuesto centro antes de tiempo y dejó abierto el primer palo. En menos de un
segundo la pelota ya estaba entre las redes matando a Barbosa y asesinando al Maracaná
completo. Uruguy ganó la Final de la Copa del Mundo de 1950 dos goles por uno en el
corazón de Brasil.
Al terminar el partido los brasileños escaparon por las puertas del estadio disfrazados de
mujeres y de civiles. Mientras Uruguay se llevó el trofeo a Montevideo envuelto en papel
periódico. Barbosa se quedó sentado en la portería norte del Maracaná, abrazando entre
lágrimas el primer palo. Nunca volvió a salir del estadio, incluso llegó a encarar juicios
penales por traición a la patria y fue declarada persona nongrata por la afición brasileña.
Jamás se casó, fue abandonado por su novia y condenado por la sociedad a vivir en la
ignominia y la soledad absoluta.
Pasó el tiempo y la Confederación Brasileña apiadándose de su pobreza, le ofreció el
puesto de guardacampo en Maracaná. Durante años el viejo portero vivió en una covacha
arrumbada tras el túnel de jardinería del estadio. Por las noches salía de su oscuridad y
recreaba la jugada de Gighia, lamentándose del momento en que dejo descubierto el
marco. Se cubría de la lluvia y el frío con el antiguo sueter de estambre negro, que uso
aquella tarde del 16 de julio del ’50. Y casi siempre, amanecía abrazado al primer palo de
la portería norte del estadio. La última vez que le vieron fue durante la eliminatoria para
el Mundial de Italia 90. Sentado tras la portería norte de Brasil, rescató un balón del túnel
en pleno partido y lo regresó al campo. Taffarel portero brasileño, suplicó al árbitro
central que no reanudara el juego con el mismo balón, temiendo que después de tocarlo
Barbosa, también estuviera maldito.
Paulo Barbosa murió años más tarde. Pocos saben cómo y donde. Pero la leyenda dice
que encontraron el sueter de estambre negro, amarrado al primer palo de la portería norte
del Maracaná y el cuerpo jamás fue descubierto. Desde entonces en aquel estadio, pasan
cosas raras como un balón que se detiene en el aire y no cruza la línea de meta o un
árbitro que sintió como le arrancaban el silbato de la boca antes de pitar un penal en
contra de Brasil. La Confederación Brasileña de fútbol no olvida el día en que se
apagaron misteriosamente las luces del estadio al minuto ‘89 de un clásico Flamenco vs
Fluminense y desaparecieron las redes de ambas porterías. Ricardo Texeira presidente de
la CBF presentó una propuesta para demoler el estadio y construir uno nuevo, pero días
después el césped del estadio sobre la portería norte empezó a secarse, debido a una
extraña plaga que hasta el momento no se ha podido detener.
Nadie se atreve a entrar al túnel poniente donde dicen, sigue habitando Barbosa portero
del Maracanazo. Sus puertas han sido tapiadas con ladrillo y por las noches, se escuchan
las cadenas de su celda arrastrando por las tribunas. Puede usted creer en esta historia o
simplemente dejarla pasar como una anécdota más del día de muertos. Pero los brasileños
pueblo fanático y devoto religioso, piensan que la leyenda de Barbosa es cierta y que su
espíritu existe en el Maracaná, formando parte de la magia y misticismo del fútbol en
Brasil

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