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Ciencias morales (Anagrama, 2007) convirtió a Martín Kohan (43) en el último

argentino, después de Alan Pauls en 2003, en ganar el Premio Herralde de novela en


España. Dentro del mapa de los certámenes literarios, el premio puede compararse con
un carril preferencial hacia los espacios de lectura y los mercados más prósperos para
las letras iberoamericanas. A esa altura de su carrera, sin embargo, Kohan llevaba más
de una decena de libros publicados –varios ya traducidos en Europa–, por lo que aquel
éxito reforzó los frutos de un largo trabajo como escritor. No es una función menor para
un hombre que se reconoce atravesado por diversas manías y formas de la neurosis. “En
cuanto a mi relación con la escritura y la literatura, el premio no provocó ningún
cambio”, aclara.
El año pasado publicó la novela Cuentas pendientes (Anagrama), mientras que Ciencias
morales, la historia de una preceptora del Colegio Nacional Buenos Aires atrapada por
los oscuros mecanismos de disciplina y opresión que ella misma ejecuta, se estrenó
como película bajo el título más explícito de La mirada invisible, dirigida por Diego
Lerman. “No esperaba ninguna fidelidad a mi novela porque era su película; nunca
pensé que debiera haber un mandato de fidelidad hacia mi texto”, asegura Kohan sobre
la experiencia de ver por primera vez su trabajo readaptado y trasladado al celuloide.
Escritor, ensayista, crítico y profesor universitario de Teoría Literaria, en Kohan
palabras como “lectura” y “sentido” cobran una espesura particular y siempre aguda a la
hora de hablar sobre su obra y los modos –que a veces también le resultan incómodos–
en que se inserta dentro del resto del panorama narrativo nacional. “Mi novela más
traducida es Segundos afuera (Sudamericana, 2005). Transcurre en 1923 –a partir del
relato de la famosa pelea de boxeo entre Dempsey y Firpo– y se publicó en Italia,
Francia, Inglaterra, Alemania y España. Hay un reduccionismo un poco irritante cuando
se cree que lo único que se traduce es lo que trata sobre la dictadura, porque los hechos
objetivos, en mi caso, son otros”, argumenta para desmarcarse de aquellos escritores
contemporáneos cuyo motor creativo parece obligado a rondar únicamente historias
ubicadas en los años setenta y la dictadura militar.
“Nunca pensé Ciencias morales como una novela sobre la dictadura, pero al momento
de situarla históricamente me pareció evidente que el texto ganaba capas de sentido si lo
ubicaba en 1982, durante la guerra de Malvinas, de la cual nadie habla. Si eso supone
escribir una novela de la dictadura, en el sentido de la fórmula y el estereotipo, a mí me
parece que no”, explica Kohan en la librería Eterna Cadencia, donde es habitual
encontrarlo escribiendo sus textos en cuadernos Rivadavia.
-Fogwill dijo una vez que el editor español Jorge Herralde “obliga a los escritores
argentinos a poner un desaparecido por novela”.
-Con Fogwill nunca se sabía qué era o no un chiste. Pero Herralde es mucho más
inteligente de lo que esa frase supone. ¿Cuál es el desaparecido en Ciencias morales? Si
la cuestión es si existe en algunos casos un reduccionismo respecto a la dictadura, yo
mismo en una mesa en la última Feria del Libro de Frankfurt dije que la dictadura no
debía ser el nuevo realismo mágico y soy el primero en salirme de los estereotipos en
ese sentido.
-¿Pensás que el tema de la dictadura se impuso como “deber” para cierta generación de
escritores?
-Tiendo a pensar que muchos encontraron algo que les interesó más allá de cualquier
“sentido del deber”. El problema es que hay una serie de simplificaciones. ¿Algunos
escritores más o menos de mi edad han encontrado puntos de interés en esa época? Sí.
¿Hay un grupo de escritores que creen que solo hay que escribir sobre eso? No. Es la
distinción que yo hago entre algo que merece matices y un tipo de etiquetamiento a
veces mal intencionado.
-¿Imaginás un tipo de lector específico antes de escribir?
-Respecto a las lecturas tengo una posición de absoluta expectativa, genuinamente
abierta. No escribo para un tipo determinado de saber, ni imagino lectores parecidos a
mis compañeros de trabajo o a los estudiantes. Puede pesar un prejuicio respecto a eso
por mi trabajo en la universidad, pero no es así en absoluto.
-¿Te pesa ese prejuicio?
-Lo percibo sin paranoia. Un prejuicio por momentos antiacadémico, por momentos
antiintelectual. Me parece empobrecedor para lo que entiendo que es la literatura.
Suponer que defiendo determinado sentido como si fuese un tesoro encofrado en el
texto, y que solo algunos pueden dar con la pista para encontrarlo… La literatura no es
así y sería absurdo pretender que funcionara así.
-¿Eso te ubica en algún lugar particular respecto a otros escritores?
-Me ubica en el lugar del error. La información de la que dispongo por mi trabajo –y
prefiero definirlo en esos términos, no en el sentido hueco de la “identidad del
académico”– solo es parte de mi trabajo. Me he encontrado con el prejuicio en
Segundos afuera de que se suponga que quien maneja cierta teoría sobre cultura de
masas va a entender mejor el texto. ¿Por qué no pensar que lo va a entender mejor el
que sabe de boxeo? El que no sabe de fútbol, por ejemplo, en Dos veces junio (De
Bolsillo, 2005) se pierde cosas.
-A cuatro años del premio Herralde, ¿sentís que condicionó de algún modo el resto de tu
escritura?
-La escritura en mi caso tiene que ver verdaderamente con el impulso del deseo de
escribir y también con las ideas que aparezcan. No se me ocurre otra manera. Cualquier
cálculo respecto a lo que es viable o inviable, para mí no cuenta. Cuando el libro sale,
tengo ganas de que suscite interés. No estoy más allá de eso, pero no escribo
persiguiendo esa finalidad.
-¿Qué experiencia te dejó la Feria del Libro en Frankfurt, dedicada a la Argentina?
-Me encontré con una recepción bastante buena de Ciencias morales en Alemania. Por
otro lado, Frankfurt ayudó a la difusión de la literatura nacional. La invitación de
Argentina a la feria supuso un convenio de traducción para creo que más de 200 títulos.
Eso supone financiar, interesar editoriales y que haya más de 200 libros con más
chances de encontrar lectores. Esa perspectiva justifica todo.
-¿Qué elementos creés que le faltan al campo cultural?
-Me parece que hay un déficit en la crítica literaria, y lo digo siendo también crítico
literario. Me considero, antes que nada, profesor, pero al hablar de crítica también hablo
de mí mismo. Hay un papel que cumple la crítica y que a veces se espera que cumplan
los escritores: que se definan, que se posicionen, y eso es más legítimo que lo haga la
crítica.
-¿Qué escritores nuevos te interesan?
-Oliverio Coelho, Ramiro Quintana, Pola Oloixarac, Matías Capelli. Más allá de
cualquier apuesta política, no se saltean una capa de significación literaria.
-¿Cómo definirías tu posición política?
-Mi definición es bastante estandarizada. Es eso que llamamos izquierda, y dentro de la
izquierda, aunque no sea un militante y esté apartado de sus prácticas, las ideas del
troskismo son las que más me seducen. Al mismo tiempo, en los últimos años el
gobierno de Kirchner primero y el de Cristina después, me atraen en un aspecto en el
que el peronismo puede atraerme en más de un caso: a partir de los enemigos que se
procuran. La pelea contra el campo para que hubiera retenciones razonables y contra la
Iglesia a favor del matrimonio igualitario, así como la reapertura de los juicios contra
los represores, me generaron una simpatía hacia el kirchnerismo. Me ha pasado con el
peronismo clásico también. Es más difícil adherir positivamente a los enunciados de
aquel peronismo, que verme seducido por las reacciones de estupor que fue capaz de
generar en lo que se llamaba “la oligarquía”.

Para Kohan, sin embargo, la posibilidad de convertir en una práctica orgánica su rol de
intelectual parece enfrentarlo a ciertos fantasmas privados. “Me cuesta pensarme en
otros tipos de inserción más allá de lo que escribo. Yo no tengo mucha relación con
nadie”, dice con cierto aire risueño y algún eco de confesión y de culpa. “Puede sonar
un poco estúpido, pero es la verdad: soy tímido y no trabo muchas relaciones con la
gente. Tampoco cuando hacía periodismo deportivo o cuando trabajaba en
inmobiliarias”, dice. “Tal vez es porque me acuesto temprano y la gente hace esas cosas
de noche tarde, no lo sé”. La literatura, en todo caso, parece ser para Kohan una red casi
absoluta. “Mis intervenciones a partir de los textos me interesan; distinto es el
compromiso personal, me cuesta muchísimo porque requiere algunas virtudes de las que
carezco. Por ejemplo: la capacidad de relacionarme personalmente”.
-¿Utilizarías tu neurosis como tema, al estilo de Woody Allen?
-Me han mencionado esa asociación, probablemente tenga que ver con la modalidad
específicamente judía del neurótico. Puede haber algo en mis novelas, pero de manera
muy dispersa. Nunca me tentó ningún tipo de expresión de lo personal en lo que
escribo. Supongo que es porque, en general, no me considero interesante. Es raro
cuando en la mirada del otro te perciben como un personaje. Desde afuera es una mirada
muy legítima; si me preguntás a mí, hago lo que puedo… Igual que con la escritura.

RECUADRO

Tus últimas novelas orbitan alrededor del imaginario político de los setenta. ¿Cómo ves
ese tema en relación a la coyuntura política y social?
-Es un momento sumamente interesante porque la literatura y la realidad social están
moviendo cosas. Mi literatura busca desacomodar algunos sentidos muy establecidos
respecto a ese pasado. Me interesa en particular un movimiento decisivo: la redefinición
y recuperación de la figura del militante político como sujeto activo y la recuperación de
una dimensión política armada frente a una primera configuración que tendía más a la
tipificación de la víctima. Son dos verdades, llegado el caso. Hubo un primer tramo de
la elaboración social del pasado de la represión que tiene que ver con las condiciones de
esta represión y con la figura de la víctima de la represión, y todo eso era absolutamente
verdadero y necesario, pero con ciertos límites también. En última instancia, la víctima
también era colocada en un lugar de pura “victimidad”. Eso deja pendiente otro tipo de
discusión, respecto de una valoración por la positiva de una práctica activa en la
militancia.
-¿Por qué elegís en particular la figura del militante armado?
-Me interesa en un sentido ideológico y también literario en relación a la idea de una
dimensión épica ligada a la violencia. Es decir, volver a la idea de una guerra. Una
cuestión compleja, porque algunos de esos argumentos se tocan con los que los propios
represores esgrimen todavía, como lo hace Rafael Videla, para legitimar su accionar.
Por eso hay que ser muy cuidadoso con el tema. Existe la posibilidad de una perspectiva
con respecto a la hipótesis de la guerra, que no va necesariamente en la dirección de lo
que los represores buscan cuando dicen “hubo una guerra”. La idea única de la
represión desatada sobre el militante de base –cosa que también ocurrió– tiene el riesgo
de dejar en el camino la entidad de un intento revolucionario a través de las armas que sí
existió. La doble trampa es decir, por un lado, “no hubo guerra”, y que por lo tanto esa
instancia de una fuerza de combate existente se suprima, o bien caer en la teoría de “los
dos demonios”, que es pensar en dos formas de la violencia como equivalentes y
simétricas padecidas por la Argentina.
-¿Por qué te parece que esa cuestión alrededor del militante armado no ha sido resuelta?
-Seguramente porque ser colectivamente víctimas de una doble violencia es mucho más
cómodo que asumir formas de complicidad. Pensar en términos de “los idiotas útiles” o
“los locos que tomaron las armas” es más cómodo que pensar por qué esos grupos
armados no contaron con el tipo de apoyo de la población general que habría permitido
que esa lucha prosperara.
-¿Hasta qué punto estas cuestiones forman parte de tu proyecto estético y no de una
ideología política personal?
-Mi elaboración literaria consiste en perseguir órdenes de sentido sobre los que me
interesa intervenir, para producir choques, desvíos y multiplicaciones. Por ejemplo:
recuperar una dimensión de participación en la lucha armada para recuperar una
vibración épica. No pienso en cómo colocarme a mí mismo como escritor, sino en
trabajar con estos distintos sentidos.

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