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Para Kohan, sin embargo, la posibilidad de convertir en una práctica orgánica su rol de
intelectual parece enfrentarlo a ciertos fantasmas privados. “Me cuesta pensarme en
otros tipos de inserción más allá de lo que escribo. Yo no tengo mucha relación con
nadie”, dice con cierto aire risueño y algún eco de confesión y de culpa. “Puede sonar
un poco estúpido, pero es la verdad: soy tímido y no trabo muchas relaciones con la
gente. Tampoco cuando hacía periodismo deportivo o cuando trabajaba en
inmobiliarias”, dice. “Tal vez es porque me acuesto temprano y la gente hace esas cosas
de noche tarde, no lo sé”. La literatura, en todo caso, parece ser para Kohan una red casi
absoluta. “Mis intervenciones a partir de los textos me interesan; distinto es el
compromiso personal, me cuesta muchísimo porque requiere algunas virtudes de las que
carezco. Por ejemplo: la capacidad de relacionarme personalmente”.
-¿Utilizarías tu neurosis como tema, al estilo de Woody Allen?
-Me han mencionado esa asociación, probablemente tenga que ver con la modalidad
específicamente judía del neurótico. Puede haber algo en mis novelas, pero de manera
muy dispersa. Nunca me tentó ningún tipo de expresión de lo personal en lo que
escribo. Supongo que es porque, en general, no me considero interesante. Es raro
cuando en la mirada del otro te perciben como un personaje. Desde afuera es una mirada
muy legítima; si me preguntás a mí, hago lo que puedo… Igual que con la escritura.
RECUADRO
Tus últimas novelas orbitan alrededor del imaginario político de los setenta. ¿Cómo ves
ese tema en relación a la coyuntura política y social?
-Es un momento sumamente interesante porque la literatura y la realidad social están
moviendo cosas. Mi literatura busca desacomodar algunos sentidos muy establecidos
respecto a ese pasado. Me interesa en particular un movimiento decisivo: la redefinición
y recuperación de la figura del militante político como sujeto activo y la recuperación de
una dimensión política armada frente a una primera configuración que tendía más a la
tipificación de la víctima. Son dos verdades, llegado el caso. Hubo un primer tramo de
la elaboración social del pasado de la represión que tiene que ver con las condiciones de
esta represión y con la figura de la víctima de la represión, y todo eso era absolutamente
verdadero y necesario, pero con ciertos límites también. En última instancia, la víctima
también era colocada en un lugar de pura “victimidad”. Eso deja pendiente otro tipo de
discusión, respecto de una valoración por la positiva de una práctica activa en la
militancia.
-¿Por qué elegís en particular la figura del militante armado?
-Me interesa en un sentido ideológico y también literario en relación a la idea de una
dimensión épica ligada a la violencia. Es decir, volver a la idea de una guerra. Una
cuestión compleja, porque algunos de esos argumentos se tocan con los que los propios
represores esgrimen todavía, como lo hace Rafael Videla, para legitimar su accionar.
Por eso hay que ser muy cuidadoso con el tema. Existe la posibilidad de una perspectiva
con respecto a la hipótesis de la guerra, que no va necesariamente en la dirección de lo
que los represores buscan cuando dicen “hubo una guerra”. La idea única de la
represión desatada sobre el militante de base –cosa que también ocurrió– tiene el riesgo
de dejar en el camino la entidad de un intento revolucionario a través de las armas que sí
existió. La doble trampa es decir, por un lado, “no hubo guerra”, y que por lo tanto esa
instancia de una fuerza de combate existente se suprima, o bien caer en la teoría de “los
dos demonios”, que es pensar en dos formas de la violencia como equivalentes y
simétricas padecidas por la Argentina.
-¿Por qué te parece que esa cuestión alrededor del militante armado no ha sido resuelta?
-Seguramente porque ser colectivamente víctimas de una doble violencia es mucho más
cómodo que asumir formas de complicidad. Pensar en términos de “los idiotas útiles” o
“los locos que tomaron las armas” es más cómodo que pensar por qué esos grupos
armados no contaron con el tipo de apoyo de la población general que habría permitido
que esa lucha prosperara.
-¿Hasta qué punto estas cuestiones forman parte de tu proyecto estético y no de una
ideología política personal?
-Mi elaboración literaria consiste en perseguir órdenes de sentido sobre los que me
interesa intervenir, para producir choques, desvíos y multiplicaciones. Por ejemplo:
recuperar una dimensión de participación en la lucha armada para recuperar una
vibración épica. No pienso en cómo colocarme a mí mismo como escritor, sino en
trabajar con estos distintos sentidos.