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A TRAVÉS DE LOS CIELOS

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BIBLIOTECA CIENTÍFICA POPULAR

Á TRAVÉS
" R 5í)41tí
LÓSATELOS
(La Astronomía al alcance de todos)

OBRA ESCRITA EN VISTA

DE LAS MÁS RECIENTES PUBLICACIONES SOBRE LA MATERIA

por el doctor

D. NATALIO IBÁÑEZ DE LA VEGA

Ilustrada con magníficos grabados

'UJCK

BARCELONA /
''^-A
ROMÁN GIL, EDITOR. — CALLE DE BADI^E^-XSIIÍÍJ
KS PROPIEDAD DKL KDll OR

Fidel Giró, impresor. — Calle de Valencia, 311, Barcelona.


'RÓLOGO

Nuestro objeto al escribir la presente obrita es senci-


llamente hacer comprensibles á la generalidad los hechos
astronómicos, sus leyes y los admirables resultados que
de este conocimiento se obtienen, como base del ulterior
avance en las ciencias. Con este objeto evitaremos todo
aparato de explicaciones ó cálculos que requieran estu-
dios especiales, lo cual no quiere decir que nos limite-
mos á vagas y superficiales nociones, sino muy al contra-
rio, haremos por trazar un cuadro complelisimo, aunque
sucinto, del estado actual de la ciencia astronómica, an-
te la cual nadie puede permanecer indiferente, como lo
demuestra el hecho de haber sido la primera que atraje-
se la atención de la humanidad.
Prescindiendo, por otra parte, de la sublimidad de este
conocimiento, ha de considerarse la Astronomía como el
punto de arranque de donde derivan luego el estudio de
la física, de la química, de los fenómenos vivientes y de
- f i -
las leyes sociales, respectivamente derivados los unos de
los otros. Tal es la razón que nos ha obligado á inaugurar
la BIBLIOTECA CIENTÍFICA POPULAR con la presente obri-
ta, para seguir el orden natural, que es también el orden
histórico.
Si después de leído este libro conseguimos despertar
algún interés hacia el objeto que nos ha ocupado, nos da-
remos por más que satisfechos, máxime reconociendo
que no puede haber llegado nuestra habilidad de expo-
sitores tan lejos, ni de mucho, como nuestra buena vo-
luntad y el ardiente afán que sentimos por la cultura po-
pular de nuestra España.
CAPITULO PRIMERO

Preliminares. — Las Constelaciones.

La Astronomía. — El Cielo: salida y puesta i^c las estrellas.—


El eje de! mundo. — La Estrella Polar. — Horizontes, cénit,
nadir, ecuador, grados. — Estrellas de diversas magnitudes.
— Las estrellas de i .* magnitud. — El cielo estrellado: las
Constelacionea.

LA ASTRONOMÍA.—Puede definirse diciendo que es la


Ciencia del Universo, entendiendo por Universo todo lo
que existe; la Tierra en que habitamos, el Sol, la Luna,
los planetas, los satélites, las estrellas, los asteroides.
Se divide en matemática y física; la primera estudia los
astros en el espacio, sus intimas relaciones, las leyes de
sus movimientos, sus figuras y dimensiones; la segunda,
que en pocos años ha alcanzado maravillosos progresos
con la aplicación del análisis espectral, estudia su consti-
tución ñsica y química.
Como dice un célebre autor y reconocen por su parte
los grandes filósofos que se han dedicado á la clasifica-
ción de las ciencias, «la Astronomía es la primera de és-
—8 -
tas, por la importancia de su concepto, que debia ser la
base de toda ciencia y de toda filosofia; por la grandeza
y dignidad de su objeto, que abraza el Universo entero,
y por su antigüedad secular, pues su origen se confunde
con el de la Historia y el de la humanidad misma.))
Los primeros astrónomos fueron ios pastores del I lima-
laya, extendiéndose después la sublime ciencia astronó-
mica por China, Caldea, Fenicia, Egipto, Grecia, Arabia,
Italia y sucesivamente por todos los paises civilizados.
La influencia astronómica en la vida de los antiguos fué
inmensa, influyendo no solamente en sus creencias reli-
giosas, sino también en su arte de construir y hasta en su
literatura y en sus artes. Es cosa averiguada que los mi-
tos son símbolos astronómicos.
E L CIELO.—Salida y puesta (ó bien orto y ocaso) de las
estrellas.—Entrando ya en materia, comenzaremos por
recordar el magnifico espectáculo que ante nuestros
ojos se ofrece si, poco después de la puesta de sol, nos
hallamos en un lugar alto y despejado, como puede ser
la cima de una montaña: las estrellas, que durante el día
habían permanecido invisibles, d causa de la luz difusa
del sol, aparecerán sucesivamente, aumentando de cada
vez su número hasta que queda tachonada de brillantes
luminares toda la bóveda celeste.
Si ahora nos fijamos 'más en esas estrellas, vereníos
que, á pesar de que conservan siempre sus distancias re-
lativas, no permanecen como clavadas é inmóviles, sino
que ejecutan movimientos análogos á los del Sol, es de-
cir, que salen y se ponen como éste. Coloqúese el obser-
vador de espaldas á la parte del cielo donde se halla el
sol al mediodía, mire hacia la derecha, y verá á cada
- 9 -
instante levantarse nuevas estrellas del horizonte; estas
estrellas irán subiendo, avanzando k.icia el Sur: inte-
rrumpirán su marcha al llegar á cierta altura; deseen
derán luego hacia la izquierda, y por tin se pondrán.
Algunas, sin embargo, no se ponen nunca, sino que
permanecen constantemente sobre el horizonte; entre es-
tas últimas las hay que parecen descubrir una circunfe-
rencia que rasa la superficie de la Tierra, mientras otras
descubren circunferencias de cada vez más pequeñas
para acercarse á una estrella casi inmóvil: la llamada Es-
trella Polar. Estas estrellas, que no se ponen nunca, re-
ciben el nombre de circumpolares.
b^L EJE DEL MUNDO.—De lo dicho resulta que el cielo
parece girar, por entero, alrededor de una recta fija, (ima-
ginaria) que por lo mismo ha sido llamada eje del mun-
«o. Esta recta pasa por el lugar en que se lleva á cabo la
observación y por un punto fijo, situado cerca de la Es-
trella Polar. Los puntos en que este eje atraviesa la esfe-
ra celeste se llaman ^o/os celestes: ártico y antartico (i).
Digamos ahora que el hecho de la salida y la puesta
de las estrellas se explica porque solamente se halla so-
bre el horizonte una parte de la circunferencia que desr
criben, hallándose el resto debajo de aquél. De ahí que
una estrella ya puesta en Barcelona sea visible en Brest y
tenga aun que salir en Nueva York.
HORIZONTES; CÉNIT Y NADIR; ECUADOR; GRADOS.—Antes
de pasar más adelante conviene para mayor claridad, dar
algunas definiciones.

( I ) De arctos, oso, por alusión á la Osa Mayor, constela


ción del Norte.
— 10 -
Se consideran dos horizontes, uno visual ó sensible y
Otro racional ó matemático. El i." es el circulo que limita
lo que alcanzamos á ver sobre la superficie de la Tierra
desde un lugar dado; el 2.° es un circulo paralelo al an-
terior que divide á toda la esfera celeste y á la Tierra en
dos partes iguales ó hemisferios; el 1° es visible; el 2°
es invisible, como puramente imaginario.
La linea vertical es perpendicular á la horizontal; los
extremos de esta linea se llaman cénit y nadir; el pri-
mero está sobre la cabeza del observador y el otro en el
extremo opuesto.
El horizonte es, naturalmente variable, puesto que de-
pende de la posición que ocupa el observador, y deter-
mina los cuatro puntos cardinales N. S. E. y O.
K\ Ecuador es un circvAo máximo invariable equidis-
tante de ambos polos y divide á la esfera en dos hemisfe-
rios, Norte y Sur ó sea Boreal y Austral.
Las distancias de los astros se miden por ángulos, y la
medida de éstos se expresa en grados. Con este objeto se
ha dividido la circunferencia en 360 partes iguales, cada
una de las cuales es un grado (1*). La longitud del grado
esigual á la 57.* parte del radio del circulo, ó sea de la
distancia de la circunferencia al centro. El grado se divi-
de en 60 partes llamadas minutos, y cada una de éstas en
otras sesenta llamadas segundos, denominaciones que no
tienen nada que ver con la medida del tiempo. Un minu-
to se escribe i' y un segundo i".
ESTRELLAS DE DIVERSAS MAGNITUDES.—Como todo el
mundo sabe, las estrellas varían mucho en cuanto i bri-
llantez, y lo mismo en color. Aquellas cuyo brillo es ma-
yor que el de las otras se llaman estrellas primarias ó de
-11 -
primera magnitud, á las cuales siguen las d e ^ / ?.», 4-*,
5.* y 6.' Pasado este número ya no son visibles sino
por medio de los telescopios. Las estrellas visibles á sim-
ple vista son unas 5-000, entre las cuales se cuentan 20
de primera magnitud, 65 de 2.', 190 de 3. , 425 « 4- .
1.100 de 5.' y 3.200 de 6.'; resulta, pues, que su número
va creciendo á medida que se nos aparecen más peque-
ñas á la vista.
LAS ESTRELLAS DE . . ' MAGNITUD llevan los siguientes
nombres:

Sirio, ó o del Can Mayor.


Canopus, ó a del Navio Argos (invisible en España),
ó a del Centauro (ídem).
Arturo, ó a del Boyero.
Betelgeuze, ó sea el Hombro derecho de Orion.
Rigel, ó Pie izquierdo de Orion.
La Cabra, ó « del Cochero.
Wega, ó a de Lira.
Proción, ó ot del Can Menor.
Aquernar, ó « del Eridano (invisible en España).
Áldebarán, ó sea el ojo del Tauro.
Antares, ó el Corazón del Escorpión.
Atair, ó « del Águila.
La Espiga de la Virgen.
Régulo, ó el Corazón del León.
Fomalhaut, ó a del Pez austral.
Castor, ó a de los Gemelos.
EL CIELO ESTRELLADO.—Las Consíe/aciowcs.-Dado el
gran número de estrellas visibles á simple vista y el nú-
— l i -
mero enorme de las observadas con los telescopios (más
de 75.000), compréndese la imposibilidad de darle u n
nombre á cada una; asi es que, para facilitar su estudio,
se las ha agrupado convencionalmente en Hguras llama-
das constelaciones ó aslericos, diferenciadas con d e n o m i -
naciones sacadas de la ciencia, la historia, la mitología,
etcétera. Seguidamente, para individualizar las estrellas
de cada constelación, se las designa ya sea por su m a g -
nitud, ya por una cifra, ya por las letras del alfabeto
griego. Hoy se cuentan más de 120 constelaciones, sien-
do asi que los antiguos sólo conocían 48.
Las constelaciones se denominan boreales, zodiacales y
australes, según están en el hemisferio Norte, en el Z o -
diaco ó en el hemisferio S u r ( i ) .
Citaremos entre las constelaciones boreales la Osa Me-
nor, inmediata al polo ártico celeste, en la cual figura
la Estrella Polar; el Dragón, que circuye gran parte de la
anterior; Ce/eo, igualmente inmediata al polo celeste; el
Carro ú Osa Mayor, llamada también las Siete Cabri-
llas; Casiopea ó la Silla, muy perceptible á simple vista;
el Cochero, el Lince, Hércules, la Lira, el Cisne, la Balle-
na^ Orion, el Águila, Pegaso, Andrómeda, Perieo, las
Pléyades, las Náyades, etc.

( I ) El Zodiaco es una faja circular de i?"?©' de ancho, que


forma un ángulo de 3 3°27' con nuestro Ecuador, y se extiende
desde uno á otro trópico. En ella se hallan t^^zados los signos
del Zodiaco, mediante los cuales se fija la marcha aparente del
Sol y la marcha exacta de la revolución que anualmente eje-
cuta la Tierra. Su nombre viene del griego Zedion, animal; los
doce signos del Zodíaco fueron llamados las Casas del Sol y
Residencias mensuales de Apolo, porque el Sol visita uno cada
mes y vuelve cada primavera al origen del Zodíaco.
- 13 -
Las zodiacales se hallan repartidas en el trayecto que
el Sol recorre, aparentemente, en el espacio de un ano;
doce de ellas se llaman signos zodiacales, y son: Artes,
Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo. Libra, Escorpión,
Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis (i). En la pri-
mavera el Sol recorre, aparentemente, las tres primeras;
en verano, las tres siguientes; en otoño, las otras tres, y
en invierno, las tres últimas.
Las constelaciones australes, invisibles en su mayor
parte en Europa, son: Eridano, la Cruz del Sur, el Cen-
tauro, etc. c-
DESCRIPCIÓN DE LAS CONSTELACIONES PRINCIPALES^—bi
un observador se coloca de cara al Norte, verá desde
luego el Carro Ú Osa Mayor, que todo el mundo co-
noce, compuesto de siete estrellas a, f. f • ^' ^' ^' "^ '^''
todas de segunda magnitud (fig. i), menos 8, que es de
tercera. Las cuatro primeras forman un trapecio (las rue-
das); las otras tres constituyen la cola ó lanza. Las dos
estrellas delanteras se llaman las Guardias. La Osa Mayor
no se pone nunca en nuestras latitudes; es visible en
cualquier hora de la noche, ya en lo alto de la bóveda
celeste, ya más próxima al horizonte Norte, hacia el Este
ó el Oeste.
La Osa Menor se hallará ocultando el observador con
un hilo las Guardias, y prolongándolo, descubrirá la Es-

(I) En castellano el Carnero, el Toro, los Gemelos, el Can-


grejo, el León, la Virgen, la Balanza, Escorpión, Sagttarto,
Acuario y los Peces.
(3) Se pronuncia: alfa, beta, gamma, delta, epsilón, zeta,
eta.
-14 -
írella polar, que es la a de la Osa Menor. Compónese tam-
bién ¿sta de siete estrellas, dispuestas á semejanza de las
anteriores, aunque á la inversa y con menos brillo.

Fig. I. — La Osa Mayor.


La estrella más brillante es C. que aparece dtile vista con el teleacopio;
a y ^ ton los Cantt.

Casiopea ó la Silla.— Tiene la forma de una Y quebra-


da y se compone de cinco estrellas terciarias. Se dará
con ella trazando una recta desde S de la Osa Mayor (co-
rrespondiente al SE. del trapecio) á la Estrella Polar, y
prolongándola luego en una longitud casi igual, se caerá
en uno de los extremos de la Y. ,^\
Cefeo.—Se compone de tres estrellas terciarias y forma
un arco cuyo extremo se halla casi en medio de una recta
que pasará por i de la Osa Menor y por P de Casiopea.
Pegaso, Andrómeda, Persea.—Las estrellas principales
de estas constelaciones son siete, de segunda magnitud.
y están dispuestas sernejantemente ajas^del C a . . Adc-
más, la recta
más, la que pasa
recta .ue por 1::?Z¡:PCSJi^^-
P^^^^^! .-. -.-^-^- . ^ ^)-
más allá de Casiopea, pasa por « y P de Pegas y

Fig. a. - Perseo y sus estrellas vecinas.

- 10. Algol. »ari.ble. - II. P"»««>-


- 16 -
de manera que es fácil encontrar esta constelación. Hay
que decir también que T de Andrómeda se halla en el
circulo de perpetua aparición (i), y que "• de Perseo pasa
cada noche por la vertical.
El Dragón.—Se halla siempre sobre nuestro horizonte
y está constituido por gran número de estrellas de se-
gunda, tercera, etc., magnitudes. Estas estrellas parten
del intervalo entre la Osa Mayor y la Menor, giran alre-
dedor de ésta, se acercan á Cefeo para alejarse luego, y
terminan por cuatro estrellas terciarias que forman la
Cabeza del Dragón.
El Cochero.—Son tres hermosas estrellas, que se ha-
llarán trazando una recta por p del Dragón y por la Po-
lar. Una de estas estrellas, la Cabra, es primaria, y las
otras dos de segunda magnitud.
El Boyero.—Si prolongamos en linea recta, por enci-
ma del circulo de perpetua aparición, la cola de la Osa
Mayor, encontraremos á Arturo, estrella de primera mag-
nitud, y a del Boyero, que posee además cuatro estrellas
terciarias.
La Lira.—Está formada por la magnifica estrella pri-
maria Wega y tres terciarias. La primera ocupa el vértice
del ángulo recto de un triángulo cuyos otros dos vértices
son la Estrella Polar y Arturo. Hállase Wega no lejos

( I ) ES el circulo que limita la parte del cielo en que se


hallan las estrellas circumpolares, separándolas de las otras
estrellas que tienen salida y ocaso. Hay también el circulo de
perpetua ocultación, más allá del cual, las estrellas son invisi-
bles, uno y otro cambian de sitio á medida que el observador
avanza hacia el Norte 6 hacia el Sur.
- 17-
de la Cabeza del Dragón y algo por debajo del circulo de
perpetua aparición.
El Cisne.—Compuesto de cinco estrellas en forma de
cruz latina (de donde el nombre de la Cruz, que también
lleva), se halla entre la Lira y Pegaso, pero más cerca
de la primera. Todas las estrellas de la Cruz son tercia-
rias, excepto la que ocupa el extremo superior, que es de
segunda magnitud.
El Águila.—Está formada de una estrella primaria,
Aíair, y de muchas terciarias. Si se traza una recta des-
de la Polar á S del Cisne, pasará por en medio del Águila.
Orj'óM. —Constelación famosa, la más bella de todas,
casi tan familiar como el Carro y la más brillante en in-
vierno. Tiene la forma de un gran trapecio, uno de cuyos
lados se halla en la prolongación de una recta que unie-
se la Polar con la Cabra. De las dos estrellas de este
lado, la más alejada del polo celeste es Rigel ó Pie iz-
quierdo de Orion, de primera magnitud; la otra es de se-
gunda. La estrella que ocupa la extremidad opuesta á
Rigel es también de primera, y se llama Belelgenze ú
Hombro derecho de Orion; la cuarta estrella es de segun-
da magnitud. En medio del trapecio hay tres estrellas
secundarias, equidistantes y dispuestas en una misma
recta: llámanse el Cinlurón ó Tahalí de Orion, y también
los Tres Reyes Magos, la Escala de Jacob, el Rastrillo.
El Can Mayor.—En esta constelación resplandece Si-
ño, la estrella más brillante del cielo, y contiene además
seis estrellas secundarias. Hállase situado Sirio en la in-
tersección de la diagonal P 8 de la Osa Mayor con el Cin-
lurón de Orion.
Tauro, las Pléyades, las Warfes.-^Prolongandb el Gin-
— 18 —
turón de Orion en sentido contrario á Sirio, daremos con
las Pléyades (ñg. 3), sobre el Dorso de Tauro, constela-
ción formada por siete estrellas, una de las cuales, de
primera magnitud, es el Ojo del Toro, ó sea el rojizo Al-
debarán; este Ojo es á su vez la terminación de una de
las ramas de una V, formada por cinco estrellas situadas
sobre la frente del Toro y llamadas las Híades.

Fig. í. —Las Pléyades.

La Virgen.—Prolongando la diagonal a 7 de la Osa


Mayor y opuesta á Perseo, encontraremos la Virgen, no-
table por su Espiga, estrella de primera magnitud.
Géminis ó los Gemelos.—Son dos estrellas que se ha-
llan entre la Osa Mayor y el Can Mayor. La una de pri-
jcntra magnitud, es Castor, y la otra, secundaria, Pólux.
Leo ó el León.—Prolongando la linea de las Guardias
de la Osa Mayor, en sentido contrario á la Polar, encon-
traremos á Régulo, estrella primaria que forma parte del
León. Esta constelación tiene la forma de un trapecio, y
— 19 —
las demás estrellas son de segunda y tercera magnitud.
Escorpión.—Una recta trazada del Aldebarán á la Po-
'ar, y prolongada hasta el horizonte, encontrará Antares
ó el Corazón del Escorpión, la cual se eleva muy poco
sobre nuestro horizonte, y menos aún Fomalhaut, perte-
neciente al Pez Austral.
"Aldebarán del Tauro, Antares del Escorpión, Régulo
del León, y Fomalhaut del Pez Austral—escribía Arago,
—dividen el cielo en cuatro partes casi ¡guales. Esas cua-
tro estrellas, muy brillantes y muy notables, llamadas
también Estrellas Reales, eran sin duda los cuatro guar-
dianes del cielo de los persas, 3.000 anos antes de J. C.»
CAPÍTULO II

Los sistemas e s t e l a r e s .

Distribución de las estrellas en sistemas, —Estrellas dobles.


— Estrellas cambiantes 6 periódicas. — Estrellas coloridas.
— La edad de las estrellas. — Aglomeraciones estelares.

DISTRIBUCIÓN DE LAS ESTRELLAS EN SISTEMAS. — La


ciencia sabe hoy que las estrellas están distribuidas en
grupos que forman sistemas semejantes al sistema solar,
de que forma parte nuestro planeta.
«Las leyes de la atracción, escribe el famoso P. Secchi,
producen y rigen el movimiento de esos astros lejanos»
de igual manera que la circulación de los planetas alre-
dedor del Sol. Los sistemas más sencillos constituyen
las estrellas dobles ó triples, siendo otros tantos soles
cqn sus cortejos de planetas que describen á su alrededor
órbitas elípticas. Esos planetas no se diferencian de los
nuestros más que en un sólo punto, y es que son todavía
incandescentes, y por lo tanto luminosos por si mismos;
nos iluminan con una luz que les es propia, y no poruña
— íl -
'uz amprada que viene á reflejarse en su superficie. Esta
circunstancia nos permite distinguirlos á una distancia
tan grande, observar las posiciones que ocupan sucesiva-
mente y calcular las órbitas que describen.
i 1 ienen también satélites oscuros? Es natural suponer-
'O. Las irregularidades observadas en el movimiento pro-
P'o de Sirio ha hecho sospechar por largo tiempo la
existencia de un astro semejante que circulase alrededor
de aquella magnifica estrella; pero se ha descubierto des-
pués este satélite y se ha visto que era luminoso por si
mismo, con un brillo que iguala, por lo menos, al de una
estrella de 6." magnitud. Lo que ha retardado su descu-
brimiento y lo que le hace difícil de percibir es la brillan-
tez de la estrella principal, cuyos rayos enmascaran de
ordinario la poca luz que nos envía.
Otra estrella, Algol (^ de Perseo) nos prueba directa-
mente la existencia de los satélites oscuros, por las va-
riaciones que sufre y que no pueden ser más que oculta-
ciones producidas por un cuerpo opaco que pasa por
delante del radiante astro. El periodo de esas variaciones
es de 2 dias, 20 horas, 48 minutos, 58 segundos. Durante
2 dias, 13 horas, su brillo es constante y le hace colocar
entre las estrellas de 2,* magnitud; pero después empieza
á palidecer y al cabo de tres horas y media se encuentra
reducida á una categoría inferior á la de las estrellas
cuaternarias; permanece en su estado durante cinco ó
seis minutos, lo que más, y al cabo de otras 3 '/, horas
recobra enteramente su prístina brillantez.
Estas variaciones son fenómenos semejantes en un
todo á nuestros eclipses; mucho tiempo hace que se su-
ponía, pero los nuevos descubrimientos espectroscópicos
- M -
lo han demostrado plenamente, puesto que las variacio-
nes de Algol no pueden ser atribuidas, como muchas
otras, á cambios sobrevenidos en el poder absorbente de
su atmósfera.»
EsTRKLi AS i)(jHLEs.—No basta que se hallen muy cer-
canas dos estrellas, continúa diciendo el P. Secchi, para
constituir lo que se designa más especialmente con el
nombre de estrella doble, sino que es menester además
que se hallen bastante vecinas para influir una sobre
otra y formar un sistema aparte. Hasta ahora no hay
más que quince sistemas de esta clase que sean bastante
conocidos para que puedan determinarse completamente
sus revoluciones y calcular los elementos de sus órbitas;
pero hay un número mucho mayoi cuya conexión fisica
se |juede afirmar con exactitud. Asi, en las 1321 estrellas
dobles observadas por Struve y comprobadas por el Ob-
servatorio del Colegio Romano, se ha encontrado una
tercera parte que tenían su movimiento rotativo cierto
y notabilísimo.
«El número de los sistemas binarios ó ternarios (ó sea
de las estrellas dobles y triples) irá creciendo con el tiem-
po, único elemento que falta actualmente á los astróno-
mos y del cual no pueden .disponer á su guisa. Apenas
hace medio siglo (1) que se han empezado á hacer sobre
este asunto buenas observaciones y se ha visto ya á mu-
chos de esos soles realizar una revolución entera ({de
Hércules, 36 años; -r; de la Corona Boreal, 43 años; C del
Cáncer, 59 años; 5 de la Osa Mayor, 63 años).»
La distancia angular de dos estrellas es á menudo tan

( I ) El P. Secchi escribía esto en 1868.


- Í3 -
pequeña que los dos astros parecen confundidos, aun
mirándolos con anteojos ordinarios, y es menester para
separarlos recurrir á instrumentos muy poderosos. Asi,
por ejemplo, la estrella ^ de la Corona boreal está com-
puesta, en realidad, de dos estrellas cuya distancia es
menos de i". Lo mismo sucede en el Carnero, de Ca-
siopea, y otras.
El catálogo de Struve contiene más de ^.ooo estrellas
dobles y sólo 52 estrellas triples.
Entre las estrellas dobles las hay que en vez de hallar-
se simplemente jyu;cía^Mes/as, forman verdaderos sistemas
solares en los cuales la estrella pequeña gira alrededor de
la mayor, a u n q u e por decirlo más exactamente, cada una
Ríra alrededor del centro de gravedad de su sistema.
Creen muchos astrónomos que ese movimiento de la es-
trella menor alrededor de la mayor se verifica conforme
á las dos primeras leyes de Kepler, es decir, que las ór-
ottas estelares son elipses cuya estrella principal ocupa un
foco, y que las áreas descritas son proporcionales d los
tiempos: De ahí una consecuencia importantísima, ó sea
que «el principio de gravitación, en lugar de aplicarse
solamente á nuestro sistema solar, se extiende hasta los
confines del espacio visible.» (Herschel).
ESTRELLAS CAMBIANTES Ó PERIÓDICAS.—«Existen estre-
llas, dice Arago, cuyo brillo cambia periódicamente. En
algunos de esos astros singulares el paso del máximum al
mínimum de intensidad y el retorno del mínimum al
máximum se operan en poco tiempo. En otras estrellas,
por el contrario, esos periodos son bastante largos. En el
• año 1596, David P'abricio percibió en el Cuello de la Ba-
llena una estrella de j . " magnitud que desapareció en
-f4 -
Octubre del mismo año En 1603, Bayer dibujó en el
Cuello de la Ballena, en el lugar mismo en que se habia
desvanecido la estrella de Fabricio, una estrella de cuarta
magnitud que llamó omicron. Desde entonces acá, el as-
trónomo francés Bonilland ha encontrado:
«Para el tiempo que transcurre entre dos brillos ó en-
tre dos desapariciones sucesivas la o de la ballena, j j j
dias;
»Para la duración de la claridad mayor, cerca de 15 dias;
))Que esta estrella alcanza á veces la categoría de se-
gunda magnitud, y que á menudo se detiene en la j."»
Entre las estrellas de periodo corto es notable la de
Algol, que pasa de la 2." á la 4.* magnitud en menos de
tres dias. Supónese que los cambios que ofrece el aspecto
de esta estrella son debidos á su revolución alrededor de
un cuerpo opaco.
Débese citar también á •») del Navio Argos, que varía
bruscamente de la 4.' á la i." magnitud y cuyo brillo se
centuplica en un corto periodo de años.
El número de estrellas variables se acrecienta sin ce-
sar, á medida que van observándose, y recientemente
además de las dichas, de 3 de las 7 estrellas del Carro,
de Betolgeuze y otras, se ha visto que eran variables tam-
bién muchas estrellas del grupo de las Pléyades.
Se han visto además muchas estrellas/em/)ora/es; Tycho-
Brae, el ilustre astrónomo danés, cuenta que en Noviem-
bre de 1572 vio cerca del cénit, en Casiopea, una estrella
radiante, de extraordinaria magnitud, que brillaba con
un fulgor mucho más intenso que el de las estrellas pri-
marias, superior al de Sirio y de Júpiter; tan brillante
era que, con buena vista, se podía distinguirle al medio-
- Í 8 -
dia; este brillo fué disminuyendo, y en 1574 ya no le vió .
más, después de haber fulgurado por espacio de dieci-
siete meses. Los astrólogos creyeron que era la estrella
que había conducido á los Magos á Belén.
A su vez Kepler creyó reconocer esta estrella de los
Magos en la que apareció en Octubre de 1604 entre Júpi-
ter, Saturno y Marte, si bien parece ser que dicha estre-
lla era Canopus. La estrella de 1604 desapareció, sin
dejar rastro, en Febrero de 1606.
Las más recientes apariciones de estrellas nuevas se
han observado en las constelaciones de la Corona boreal
y del Cisne, y se cree sean resultado de inmensas confla-
graciones en el mundo sideral. Por su parte, M. Faye
las cree debidas á las fases sucesivas de un mismo fenó-
meno, representando las diversas edades de un mismo
astro, cuya constitución física se modifica á través de los
siglos.
ESTRELLAS COLORIDAS. —Desde la más remota antigüe-
dad han podido notar ios observadores que había estre-
llas rojizas, (por ejemplo, Aldabarán, Pólux, Antares).
Sirio, que tiene hoy una brillantez blanca, era antes rojo.
Hay estrellas azules, verdes y amarillas. En los sistemas
llamados Estrellas dobles, si la estrella menor es azul ó
verde, la mayor suele ser amarilla ó roja.
LA EDAD DE LAS ESTRELLAS. — Esta variedad de colores
sirve de base á la estimación de la edad de las estrellas,
puesto que los astros tienen también su edad y están su-
jetos á la ley de la evolución, como todo lo creado, es
decir, á un periodo de nacimiento, otro de estado y otro
de muerte.
Para determinar la edad de las estrellas no acude la
— u-
ciencia á la observación directa con los telescopios, sino
que se vale de los resultados del espectro de los diversos
astros.
La edad de las estrellas está relacionada con la tempe-
ratura de su materia, la cual se revela por los caracteres
espectrales. Si el astro está simplemente calentado, sin
llegar á la incandescencia, su espectro nos dará á cono-
cer esta circunstancia por la ausencia de los rayos que
producen la sensación de luz; en cambio si el astro se
halla en incandescencia, aparecen en el espectro los rayos
luminosos fotográficos. Cuando la incandescencia es muy
pronunciada, el espectro se enriquece por la parte del vio-
leta, que es siempre indicio de una elevada temperatura.
Asi, pues, una estrella cuyo espectro sea muy rico en ra-
yos violeta, será un astro cuyas capas exteriores alcanzan
elevadisima temperatura; estos astros son muy numero-
sos, y por lo general, brillan con luz blanca ó azulada;
por ejemplo, el enorme Sirio, cuyo volumen es incompa-
rablemente superior al de nuestro Sol, y la brillante We-
ga, florón de la constelación de la Lira.
Las estrellas de color amarillo ó anaranjado son más
viejas, es decir, son menos gaseosas y están más conden-
sadas por las anteriores. A esta clase pertenecen nuestro
Sol, Aldebarán, Arturo, etc.
Las estrellas de color anaranjado ó rojo oscuro son
astros en plena decrepitud, cuya atmósfera es espesa y
fria. Tal la estrella que ocupa el ángulo izquierdo supe-
rior de Orion.
Tenemos, pues, que las estrellas blancas son las más
jóvenes y aquellas que se hallan aun en plena Ouidez;
las amarillas ó anaranjadas son, por decirlo asi, adul-
- Í7 -
las, y se hallan en vias de condensac.ón; las rojo oscu
ras son las más viejas; su atmósfera, en lugar de ser 1.
gera y ardiente, es espesa y fria, y su masa esta profun
damente solidificada. ^,,.-AAr,
E„ cuanto al espacio de fempo que ha transcurndo
desde la formación de esos astros hasta nuestros d.as
hay que renunciar á calcularlo, por falta de datos,^pero
¡quién sabe si con el tiempo se llegará á apreciarlo.
Ac.Lo.MERAc.oNES ESTELARES. - Además de los SIS te-
mas solares, de que hemos hablado, ocupan los espacios
celestes, dice el 1'. Secchi, «grandes aglomeraciones glo-
bulares llamadas cíusle.s ( polvaredas ), en '"^'f' " " ; '
puestas de una multitud literalmente innumerable de es
trellitas cuya densidad crece de una manera prodigiosa
cerca del centro, sin que, no obstante, dqen «sos astros
de ser distintos, como es posible convencerse de ello por
las observaciones hechas con el espectroescop.o. bi se
empieza por las Pléyades, el grupo de Cáncer y el
Perseo, que los más débiles anteojos son capaces de re
solver, s€ puede, por una gradación sucesiva, llegar á sis-
temas que exigen los más potentes instrumentos. Y aun
para estos últimos sistemas, sólo el borde de la masa
queda descompuesto en una mirlada de puntaos cente-
lleantes, pues el centro queda indescomponible.»
NEBULOSAS. - « Encontramos sistemas más complica-
dos en las nubes de Magallanes, en el grupo de la Cabe,
llera de Berenice y en las manchas, más blancas que las
otras, que hacen resaltar la Vía Uctea; pero indepen-
dientemente de esos puntos más notables, la Via Láctea
forma en su conjunto la principal parte del cielo, y quizás,
para nosotros, constituye por si sola el universo estrella-
,do. ¡ Esta aglomeración que nos rodea y de la cual forma
parte nuestro Sol, no es probablemente, á pesar de su in-
mensidad, más que uno de ios grupos innumerables que
constituyen la creación!»
Por maravillosos que sean los adelantos de la ciencia
astronómica es imposible, sin embargo, conocer de una
manera exacta la estructura de esa aglomeración y el mo-
do de agrupación de las estrellas que la componen. Para
conocer, en efecto, la estructura de la Via Láctea, sería
manester poder determinar Ja distancia relativa de cada
uno de sus puntos y su profundidad en las distintas di-
recciones, siendo asi que es imposible resolver estas cues-
tiones directamente y con precisión, ya que ningún me-
dio poseemos para determinar la distancia absoluta de las
estrellas. Hay que emplear, pues, medios indirectos, más
ó menos inciertos, si bien como se opera sobre una gran
masa de observaciones los resultados pueden ser acogi-
dos con bastante confianza.
CAPITULO 111

Distancia d e las e s t r e l l a s á la T i e r r a .

Fotometría. — Medición de la distancia de las estrellas dedu-


cida de los movimientos propios de éstas. — Movimientos
propios de éstas en longitud y latitud. — Otros métodos.

Dos métodos se pueden emplear para determinar la


distancia relativa de Jas estrellas: midiendo Ja intensidad
de su luz (método fotométrico), ó calculando la relación
que existe entre sus movimientos propios.
FOTOMETRÍA.—La estimación de Jas distancias, escribe
el P. Secchi, descansa en estos principios, sobre cuya ver-
dad no cabe discusión: i." las estrellas no pueden hallar-
se colocadas todas á la misma distancia; 2." las más leja-
nas deben parecemos por lo mismo más pequeñas. Estos
principios nos conducirían aun á la apreciación directa y
cierta de sus distancias relativas si pudiéramos afirmar,
además, que todas las estrellas tienen una luz intrínseca;
pero este tercer aserto no está probado ni es probable.
Debemos tratar, pues, el problema por los métodos am-
- 30 -
prados ai cálculo de las probabilidades. I.os resultados
á que lleguemos serán verdad para la inmensa mayoría
de las estrellas, por más que pueda fallir respecto á al-
gunas, puesto que, tratándose del término medio, las ex-
cepciones se destruirán una á otra. Supongamos, por
ejemplo, que dos estrellas parezcan ser de la misma mag-
nitud, siendo asi que son realmente desiguales: se atri-
buirá á la más brillante una distancia demasiado corta y
á la que tiene menos brillo una distancia demasiado gran-
de; habrá, pues, compensación.
Antes de abordar la cuestión en si misma, los astróno-
mos han debido resolver un problema preliminar: Dada
una estrella de magnitud determinada ¿cuánto deberá au-
mentarse su distancia para que su brillo disminuya en una
unidad en el orden de las magnitudes?
Las clasificaciones de las estrellas que traen todos los
catálogos son completamente arbitrarias y de pura con-
vención, y asi no se podrá deducir nada de ellas mientras
no se haya medido el poder luminoso de las estrellas de
cada orden, mientras no se haya determinado la ley de
la física contenida en esta clasificación arbitraria, y ex-
presado numéricamente la intensidad relativa de la luz
que caracteriza cada magnitud.
Muchos astrónomos han ejecutado estas medidas em-
pleando diversos métodos fotométricos. El método ge-
neralmente practicado consiste en mirar simultáneamen-
te dos estrellas, disminuyendo por un artificio susceptible
de medición el brillo de la más refulgente hasta que am-
bas parezcan tener el mismo poder iluminador. Por ejem-
plo, se puede emplear un anteojo que tenga para un solo
ocular dos objetivos perfectamente semejantes: se miran
- « -
á la vez dos estrellas, y se reduce progresivamente la
abertura del objetivo que está dirigido hacia la másr lu-
minosa hasta el momento en que se hace igual á la más
débil. Se encontrará en las obras especiales la descrip-
ción de otros medios igualmente ingeniosos que los as-
trónomos han imaginado y puesto en práciica; contenté-
monos con indicar los resultados á que han llegado.
. ' •" Para las estrellas más brillantes la intensidad lumi-
minosa es más que doblada cuando se pasa de su orden
de magnitud al que le precede inmediatamente, pero tra-
tándose de las más débiles, la relación entre las intensi-
dades se acerca mucho al número 2. Asi, dejando á un
lado ciertas estrellas más brillantes, Sirio, Wega, etc.
^ue han sido excluidas por tener un brillo demasiado ex-
cepcional, la relación de la i.' magnitud á la 2." es de
3,75; de la 3." á la 3.", 2,25 de la 3." á la 4.', 2,20.
2.° Respecto á las estrellas telescópicas la proporción
sigue casi la misma ley, por más que hay discontinuidad
al pasar de la 6." á la 7.° magnitud, es decir, al limite de
ías estrellas visibles á simple vista. Según Johnson, Ja
relación seria de 2,43; según Popon, 2,42; según Struve,
2,24; según Steinhart, 2,83.
3-'' Sacando el término medio de lodos los resultados
obtenidos, encontraremos como término medio general,
la relación de 2,42.
Suponiendo suficientemente exacta esta cifra, es fácil
calcular la distancia á que será menester colocar sucesi-
vamente una estrella de i." magnitud para que se con-
funda con las de 2.", de 3.", etc. He aqui el resultado de
este cálculo:
— n—
M«KiiitudM Oistandu. Magnitudes. DiiUnciai.

I 1,00 9 34,30
2 'Ó5 ro 53,36
3 2,42 11 83,00
4 3,76 12 129,12
5 5,86 13 200,90
6 9,11 '4 312,50
7 '4,17 '5 486,10
8 22,01 16 735,20

Vese, según esta tabla, que las estrellas de 6." magni-


tud (las últimas que podemos ver á simple vista) están 9
veces más alejadas que las de 1."; las de 13." magnitud
lo están 200 veces más, etc. Fácil seria prolongar el cua-
dro, pero en la práctica, para no hacer de ello un simple
ejercicio de cálculo, lo que interesa saber es cuáles son
las estrellas más pequeñas que se pueden ver con un ins-
trumento de una potencia dada. Entonces se podrá tener
idea de la. profundidad á que nuestros instrumentos nos
permiten penetrar en el espacio.
Esta investigación ha sido realizada por Struve y Po-
pon. La hemos hecho nosotros mismos para nuestro
Ecuatorial de 9 pulgadas de abertura, instrumento de
gran perfección y de rara pureza, construido por M. Merz,
de Munich. De los trabajos de Popon resultan los limi-
tes siguientes para el poder penetrante de diferentes
anteojos.
Diáaum Magnitad limite
del olijetivo. de la( ettrellas rialble»

35 milímetros 8,.
51 0 9,9
102 )) ",3
303 )) 12,0
354 » '3.4
- 33 -
Estos resultados, verdaderos para el cielo de Inglate-
rra, son demasiado débiles para el hermoso cielo de Ita-
lia, pues con un anteojo de 65 mm. se pueden ver las
estrellas de ii." magnitud; el poder penetrante de un
buen refractor, en Italia, de 9 pulgadas, es casi igual al
de uno de 18 pulgadas de Inglaterra, y permite ver es-
trellas de 16.• magnitud, penetrando á una distancia re-
presentada por 756 unidades.
«Tratemos de formarnos idea de estas distancias. Su-
poniendo bastante lejana una estrella para que su luz
tarde diez años en llegarnos, su paralaje (i) estaría re-
presentado por un arco de una tercera parte de segundo,
cantidad muy débil, pero ciertamente exagerada. Si to-
mamos esta distancia como unidad, la luz de las más
pequeñas estrellas visibles con el telescopio de Herschel
eniplearia 7560 años para franquear la distancia que la
separa de nosotros, y aun la unidad adoptada es cierta-
mente demasiado débil, y podríamos adoptar otra tres
veces mayor.
Colocados dos instrumentos en circunstancias idénti-
cas, sus poderes penetrantes son proporcionales á los
diámetros de sus aberturas. De ahí se sigue que con un
anteojo de 50 centímetros ó con un reflector de 6 pies,
como el de lord Rosse, penetraríamos á una distancia
representada por 2080 unidades!»

(I) Es la diferencia que va entre el lugar ocupado verda-


deramente por un astro, según se le considera mirado desde
el centro de la tierra ó desde la superficie de la misma. El
paralaje anual de una estrella es, como ya se ha visto, inferior
á ün arco de un segundo.
- S i -
s e comprenderá mejor la enormidad de esta cifra di-
ciendo que ula estrella más próxima de la Tierra se halla,
cuando menos, 206,365 veces más lejos que el Sol.)) Ahora
bien; la luz del Sol llega á la Tierra en 8'i^"^"'. Multi-
pliquemos esta cantidad por 206,265 Y veremos que la
luz de la estrella más próxima (i) tarda 3 años 82 días
en llegar hasta nosotros. Téngase ahora en cuenta que
nos hemos fijado en la estrella más próxima, y que hay
muchas que se hallan miles de veces más lejos.
Precisa decir ahora, sin e m b a r g o , que no siempre las
estrellas más brillantes son las más cercanas á nosotros,
de igual manera que no son tampoco las que están a n i -
m a d a s de más considerable movimiento, pues hay estre-
llas de 8." y 9.' magnitud que ofrecen un movimiento
más extenso que algunas de i." Estas excepciones, por
supuesto, no invalidan la ley general.
MEDICIÓN DE LA DISTANXIA DE LAS ESTRELLAS, DEDUCIDA
DE LOS MOVIMIENTOS PROPIOS DE É S T A S . — P o r más que el
n o m b r e de estrellas Jijas implique la idea de inmovilidad,
no es así, pues todas tienen movimientos propios, a p r e -
ciables por los astrónomos; verdad es que á consecuen-
cia de la inmensidad de las distancias esos movimientos
se reducen á cambios de 4" ó 5" de distancia, pero esa
ligerisima variación implica desplazamientos enormes.
El astrónomo Struve ha estudiado esta cuestión con
una profundidad admirable, pudiendo reducirse sus con-
clusiones á lo siguiente:
I." l.as estrellas más brillantes tienen por término
medio movimientos propios más considerables.

( I ) La estrella más próxima á la tierra es a del Centauro,


que dista próximamente de nosotros 3 trillottes de leguas.
- S5-
2-° A magnitudes iguales, las estrellas dobles tienen
Seneralmenie movimientos más pronunciados, lo cual
consiste en que su masa ha recibido un impulso excén-
trico más considerable, obligándole á dividirse en mu-
chas partes.
3- Ordenando los movimientos propios de las estre-
llas según sus magnitudes, el resultado es casi idéntico
al obtenido por la fotometría, es decir que las estrellas
<^e 2.' magnitud se hallan i'j ó i'4 veces más lejos que
las de I."; las de 3." 2'i veces; las de 4.' 3'6 veces, etc.
M O V I M I E N T O S P R O P I O S DK I.AS K S T R U I I A S KN L O N G I T U D Y
LATITUD.—INFLUENCIA DE LA V E L O C I D A D DE LA LUZ Y D E L
MOVIMIENTO DE LA TIERRA EN SU APRECIACIÓN. « L a obsCr-
vación ha demostrado, dice M. Wolf, que la distancia
que nos separa de las estrellas es, en general, tan gran-
de, con relación á las dimensiones de la órbita terrestre,
que, para la mayor parte, el desplazamiento paraláctico
es absolutamente insensible.
Sin embargo, algunas estrellas, la 61." del Cisne, a del
Centauro, Wega de la Lira, etc., tienen paralajes sensi-
bles. Tratándose de todas esas estrellas, debemos des-
falcar primero del desplazamiento ó cambio de sitio to-
tal lo que no es más que un efecto de perspectiva, y el
residuo será el movimiento propio. Además, la luz, por
cuya intermediación tenemos noticia de esos lejanos as-
tros, necesita un considerable espacio de tiempo para
llegar hasta nosotros. La del Sol no tarda más que 8'
•8 ', pero la que nos viene de la estrella más vecina, ó
sea de a del ^Centauro, no hiere nuestra retina hasta el
cabo de 3 años. De esta propagación áucesiva de la luz
se origina un doble efecto en la posición que atribuimos
á la estrella.»
—w -
En efecto: si durante el tiempo de la propagación la
estrella que nos envia esta luz ha cambiado de lugar,
claro está que en el momento en que nos llegue la sen-
sación luminosa la estrella no estará ya donde estaba, y
de aqui que no la veamos nunca en la posición que ocu-
pa realmente. El aspecto del cielo estrellado es, pues,
para nosotros muy otro del que seria si la luz se trans-
mitiese instantáneamente. Esta imposibilidad de apre-
ciar la verdadera posición de una estrella en un momento
dado no quita, sin embargo, que podamos apreciar sus
cambios de sitio, considerándolos como simultáneos con
nuestra observación á pesar de tener que referirlos, en
realidad, á millares de años atrás.
Otro factor que hay que tener en cuenta es el cambio
de sitio de la tierra al recorrer su órbita. «Supongamos,
dice M. Wolf, un tren que circula por una llanura in-
mensa. Si desde un puesto muy lejano disparan un bala-
zo contra un wagón y la bala lo atraviesa de parte á
parte ,;cómo reconocerán los viajeros la dirección en que
deben mirar para ver al autor de aquel inesperado ata-
que? No les cabrá evidentemente otro medio que mirar
la linea de los dos agujeros que la bala ha perforado en
las paredes del coche. Pero iscrá ésta la dirección real?
De ninguna manera, porque durante el trayecto de la
bala de la primera pared á la segunda el wagón se ha
transportado adelante, y el primer agujero ha sido trans-
portado también en el sentido del movimiento, de mane-
ra que la linea descrita en apariencia por la bala no.es
la dirección real; á consecuencia del movimiento simul-
táneo de la bala y del wagón, la linea de los agujeros
está desviada de la direccijón real hacia adelante, en el
sentido mismo de la marcha del tren.
- 37 -
«El movimiento progresivo de la luz y el cambio de
'ugar de la tierra en su órbita producen en la dirección
en que vemos un astro un efecto semejante. La estrella
nunca es vista en su posición verdadera, salvo en el caso
en que la tierra marcha hacia ella ó se aleja de la misma.
En cualquier otro momento la estrella parece desviada
hacia adelante en el sentido del movimiento de la tierra,
y por lo tanto, en un sentido durante seis meses, y en otro
durante los otros seis. De ahí el nombre de aberración de
ia luz dado por Bradley á este fenómeno, que se traduce
además por un movimiento oscilatorio anual, del que
debemos desembarazar al desplazamiento obtenido para
" e g a r al movimiento propio».
T é n g a s e en cuenta por otra parte que nuestra Tierra,
al verificar su movimiento de traslación alrededor del
Sol, no lo hace como un coche, en perfecta estabilidad
sobre sus ejes, sino que oscila, traquetea por decirlo
asi ( I ) y nos hace ver el cielo como sacudido alrededor
de nosotros.
E n t r e los cambios que se operan en el cielo á causa de
los movimientos de la Tierra, los hay que no alteran las
distancias relativas de los astros, (tales son la sucesión
de los equinoccios, la variación de oblicuidad de la eclíp-
tica, la nutación, de los cuales hablaremos en el capitulo
LA TIERRA), mientras que otros (la aberración, el parala-

( i ) Nuestro Ecuador se desplaza constantemente con re-


lación al plano en que rueda la Tierra y cambia además cons-
tantemente su oblicuidad en este plano, con una serie de
oscilaciones á una y otra parte de su posición media. Véase el
c a p í t u l o TiBRRA.
- S8 —
je) cambian á cada instante dichas posiciones, pero como
son variaciones periódicas, al cabo del año vuelve á que-
dar en su estado primitivo.
Con lo anteriormente dicho podemos ya comprender
cómo hay que hacerlo para determinar si una estrella tie-
ne ó no movimiento propio: determínese hoy su posición
en el cielo, y repítase la observación al cabo de cierto
tiempo. Calcúlese el efecto ejercido en su posición por
los factores antedichos, y veamos si este efecto nos da
cuenta exacta de la diferencia entera de las dos posi-
ciones.
Si resulta coincidencia, la estrella no se ha movido,
sino, la diferencia representará el valor del movimiento
propio. Estos movimientos aparentes se llaman «elemen-
tos de reducción de las posiciones de las estrellas».
Cabe el honor de haber sido el primero en sospechar
la existencia del movimiento propio de las estrellas al cé-
lebre Halley (1717)- Comparó las posiciones modernas
con las posiciones señaladas en el catálogo de Hiparco
(128 a. J.) y comprobó que en aquel espacio de 1845
años Arturo, Sirio y Aldebarán se habían corrido 37' 42"
33'" hacia el sur.
Vino después Cassini y pudo aseverar el movimiento
propio de Arturo de una manera irrefragable. La latitud
de dicha estrella difería en 1738 más de 2" de la que ha-
bía determinado Richer en 1672, siendo asi que "«i del Bo-
yero, que habla servido de punto de comparación, habla
permanecido inmóvil. Luego, Arturo se movía en senti-
do latitudinal.
Desde entonces acá ha venido descubriendo que la ma-
yor parte de las estrellas no conservan una posición fija.
- 39 -
y que sus movimienios son muy desiguales, variando de
7 á 8" á '/,„ de segundo por año; desigualdad que depen-
de no de los astros en si, sino de su diferente distancia á
la Tierra Cuanto más próxima, mayor será su movimien-
to aparente y viceversa; esta regla no es absolutamente
general, sin embargo, pues hay estrellas que con hallar-
se más lejanas ^jue otras presentan mayor paralaje, ha-
llándose en este caso no pocas de 8." y 9.' magnitud.
Estas pequeñísimas cifras de unos cuantos segundos se
traducen, sin embargo, desde la distancia á que se ha-
llan las estrellas en vertiginosas cantidades. Se ha calcu-
lado, pues, que la estrella 61" del Cisne recorre en un día
619,000 miriámetros, ó sea too veces la vuelta de la tie-
rra; su velocidad por segundo es de -ji'b kilómetros. Y,
sin embargo, esa estrella parece hallarse como absoluta-
mente fija.
Arturo se mueve á razón de 85 kilómetros por segun-
do; la Cabra á razón de 40; Wega á razón de 7; pero es-
tos datos son menos seguros que los referentes á la 61*del
Cisne, por no haberse podido calcular con entera preci-
sión la distancia de dichas estrellas á la Tierra.
OTROS MÉTODOS PARA MEDIR LA DISTANCIA DE LOS ASTROS.
— Se han valido para ello los astrónomos de los pasos
de Venus por delante del Sol; de los movimientos de la
Luna; de las perturbaciones observadas en la marcha de
los planetas, y de las observaciones de Marte y de los pe-
queños planetas exteriores á la Tierra. Al hablar de cada
uno de estos puntos, en particular, indicaremos la razón
de su empleo para dicho objeto.
CAPITULO IV

Distribución aparente y real de l a s estrellas


en el cielo.

Distribución aparente. — Distribución real.

DISTRIBUCIÓN APARENTE. — «Parece, á primera vista,


dice el P. Secchi, que las grandes estrellas están distri-
buidas sobre la bóveda celeste como al azar y sin ningu-
na ley; pero un examen más atento demuestra bastante
fácilmente que ocupan una zona atravesada en su medio
por un gran circulo que tiene uno de sus polos cerca de
la estrella Fomalhaut del Pez Austral. Puede convencer-
se cualquiera de ello disponiendo un globo celeste de
manera, que esta estrella, corresponda al cénit; el hori-
zonte, entonces, por las Hiades, por el Tahalí de Orion,
entre Sirioy Canopus dividirá en dos la Cruz del Sur, y
pasará cerca de Centauro y por el cuerpo de Escorpión.
Subiendo al hemisferio, por encima de la eclíptica, es-
te círculo pasará por entre las estrellas relucientes del
Serpentario, atravesará la constelación de la Lira, tocan.
do casi á Wega, y después de haber pasado por Casio-
- 41 -
pea y cerca del a de Perseo dejará la Cabra á corta d i s -
tancia. Atraviesa la constelación de Hércules muy cerca
del punto á que nuestro Sol es transportado con su cor-
nejo de planetas. ,
Este gran circulo, cuya inclinación es de 70°, corta el
Ecuador á 4 h. 45' d é l a eclíptica (.) en las constelaciones
de Tauro y P^scorpión.
Esta zona contiene casi todas las estrellas de las cuatro
primeras magnitudes; no coincide con la Via Láctea 6 La-
mino de Santiago, pero sigue por algún tiempo la bifurca,
ción de la misma que se dirige hacia Escorpión. También
contiene gran número de las aglomeraciones estelares mas
hermosas, llamadas aglomeraciones granulares y en inglés
clusters (polvaredas). Créese que el mismo Sol pertenece
á esta categoría de estrellas más cercanas á nosotros.»
De los inmensos trabajos realizados por los dos Hers-
chel se 'desprende que:
I." Las estrellas son tanto más numerosas cuanto mas
nos aproximamos al Camino de Santiago. El máximum
de estrellas se halla en esta nebulosa (Herschel, con su
reflector, vio pasar ante sus ojos 116,000), y el mínimum
en sus polos.
2." E n la Vía Láctea misma la acumulación es mayor
en los puntos vecinos á la constelación del Águila que
(1) La eclíptica es un círculo máximo fijo que forma con
el Ecuador un ángulo de a j ' a ? ' V representa la órbita ó cami-
no trazado por la Tierra al girar alrededor del Sol. Se lama
ectióíica por verificarse en su plano los eclipses de Sol y de
Luna. Los dos puntos en que la eclíptica corta el Ecuador se
llaman equinocciales, y aquéllos en que corta los trópicos,
solsticiales
- « -
no cerca de la constelación de Tauro, hallándose en la
proporción de 557 por 204.
3.° Esta densidad de estrellas de la Via L.áctea decre-
ce may rápidamente. A 2° es aun considerable; á 15° que-
da reducida á 56 estrellas por sondaje (i); á 30" baja á 17;
á 40° baja á 10 estrellas, y si nos apartamos de 60° á 7S*'
de la Vía Láctea el sondaje no descubrirá más que 6 ó 4
estrellas.
4."" Calculado el número de estrellas que pueden ver-
se con el telescopio de llerschel (el cual sólo examinó la
120* parte de la superficie entera del cielo) resulta ser de
20,374.034
Igual resultado se obtiene observando en el hemisferio
sur:
A esto se pueden añadir estas otras dos conclusiones:
I." Las estrellas más condensadas están cerca de la
Via Láctea.
2." Las estrellas de magnitud pequeña son porporcio-
nalmente más numerosas.
DISTRIBUCIÓN REAL DE LAS ESTRELLAS. — «Cuando que-
remos deducir de la disposición aparente la repartición
real de las estrellas en el espacio, dice el P. Secchi, aban-
donamos el dominio de la observación, y entramos nece-
sariamente en el de las hipótesis. Ahora bien; dos mane-
ras se presentan de explicar los resultados observados:
1.°, se puede suponer que si se ven más estrellas en una
dirección que en otra, depende esto únicamente de su
condensación, permaneciendo en todos sentidos la mis-

(1) Espacio del cielo visible dentro del cuerpo de un re-


flector de I ;* ó sea V* de grado.
— 4S -
ma profundidad de la capa. 2.\ se puede ^'^^'^rZól
contrano, que la capa es más profunda en una án.caén

' " : E ; e T ; r i m e r caso, e. numero relativo de las estreU^s


de diferentes magn.tudes deberá P^r-anecer consunte
en el segundo, las estrellas más pequeñas d o - > n a r - " J
el sentido de la mayor profundidad, puesto <i^^^f^l
de las que son menos brillantes por si m.smas habrá
chas estrellas grandes que su alejam-ento hará colo^^[
entre las últimas magnitudes. No es " - P ° ^ ' ' ' ^'^^;^^^„.
bargo, que esas dos hipótesis se reahcen - ' " " ' ^ ^ " ^ ^ f j ^ .
te; es decir, que la capa estelar tenga, en una misma d^
rección, más profundidad, y al mismo tiempo ^"^J^^^ ,
dad más considerable. Y esto es lo que parece tener etec
to en la naturaleza. , •
«Hemos visto ya desde un principio que hay en el c
lo aglomeraciones aisladas que forman sistemas mdepen

'*'«p!ra explicar la estructura de algunas de «"tre ellas,


admitiendo la hipótesis de una distribución uniforme
habría que suponer que son cilindros, cuya base está
rigida hacia nosotros, lo cual es « " " y ' " ^ ^ ' • ° " , 7 ' • „ „ „ „ -
„Se ha comprobado, además, que ' — ' - " ; ; P^^';^^,
flas son tanto más numerosas cuanto mas nos ace camos
á los puntos más vecinos á la Via Láctea, ^oc.-\no'¡
compatible con una repartición uniforme. Nos jueda^
pues' que escoger entre estos dos modos de d - t " b u a ó n
probables para explicar los f ' ^ " ' ^ ' " ' ^ " " ^ ^ ' I r m e ' pero
estrellas formarían una capa de densidad ""'f^J^^;' ^^^^
más prolongada, solamente en las direcciones en que son
más numerosas; 2.", esta capa, al mismo tiempo que se
- l i -
ria más profunda, sería también más densa en el plano
de la Via Láctea y sus alrededores.»
Las consideraciones á que nos llevaría la discusión de
ambas hipótesis serian, además de abstrusas, harto esté-
riles; lo que se puede decir, en resumen, es que la pro-
fundidad de la capa estelar es insondable, y que lo más
probable es que la reunión de las grandes estrellas que
rodean nuestro Sol no es sino una de las grandes aglo-
meraciones que forman la Via Láctea, y que esa aglome-
ración, vista á distancia, se nos aparece como una man-
cha más blanca en la Vía Láctea misma.
CAPÍTULO V

Las Nebulosas.

Nebulosas resolubles é irresolubles. - Aglomeraciones « t e -


lares.-Vía Láctea.-Sus dimensiones.-Nebulosas no
resolubles.

Gracias a l a invención de los anteojos astronómicos y


los telescopios, pudo ensancharse en gran manera el cam-
po de la astronomía, descubriéndose, más allá de las es-
trellas visibles, miríadas de otras más pequeñas, que la
distancia impedia ver; pero, más allá aún, en las profun-
didades de los cielos, se ha reconocido la existencia de
astros de una nueva especie, no ya puntos brillantes co-
mo las estrellas, sino masas blancas, de apariencia le-
chosa y variadas formas, semejantes á nubes, por lo cual
toman el nombre de nebulosas. Descubierta la primera
en 1612 por Simón Mario, conócense hoy cerca de 5.000;
Juan Herschel ha catalogado 2.299 nebulosas y '5^ ^ ^ ' ° "
meraciones estelares en el hemisferio boreal ó Norte, y
1.239 y 236, respectivamente, ^" ^' hemisferio austral,
ó Sur.
- 46 —
F o r m a n , pues, las nebulosas un elemento importante
en el conjunto de la creación, pero son importantísimas
sobre todo por las ideas que han sugerido respecto á la
constitución del Universo y la formación de los m u n d o s .
Por lo que hemos dicho anteriormente, ya se habrá
comprendido que hay que distinguir entre las nebulosas
resolubles ó aglomeraciones estelares y las nebulosas irre-
solubles ó nebulosas propiamente dichas: las primeras se
resuelven, vistas con telescopios de bastante potencia,
en multitud de estrellilas muy pró.ximas unas á otras;
las segundas parecen constituidas por una materia cós-
mica difusa, no organizada aún, ó, cuando menos, en
vias de organización.
AGLOMERACIONES ESTELARES.—Afectan, por lo general,
la forma esférica, y están compuestas de multitud de es-
trellas, casi todas de igual magnitud, con una marcada
condensación hacia el centro. Pueden citarse, como ejem-
plo, la hermosa aglomeración que se ve en la Cabellera
de Berenice y la que se halla en la constelación del C e n -
tauro (hemisferio austral). Esta última aglomeración es
la mayor y la más rica de todo el cielo; su diámetro a p a -
rente mide 20' y ocupa en la bóveda celeste una superfi-
cie igual á la mitad del disco del sol ó de la luna. E n
cuanto á las estrellas que la componen, son i n n u m e r a -
bles.
E n nuestro hemisferio es muy notable, por lo hermo-
sa, la aglomeración situada en la constelación de Hércu-
les: es de forma irregular, con los bordes franjeados, y
ofrece en su interior tres rayas negras estrelladas.
Hay aglomeraciones que afectan una forma oval ó len-
ticular; tal es la bella nebulosa de Andrómeda, resuelta
- 4T -
por Mr. Bond, de Cambridge (Estados Unidos), en ..500
estrellas distintas, además de otras confusas. Otras aglo-
meraciones tienen la forma de un anillo: tales la de
Lira, la de Andrómeda, etc.
VÍA LACTEA.-Esta aglomeración nos interesa particu-
larmente por formar parte de ella nuestro Sol y estar
nosotros colocados en la misma. r- • 4„
No hay quien no conozca la Via Ladea ó Cammo de
Santiago, que en las noches de verano, cuando el ceio
está oscuro, se nos presenta como una faja ó zona lumi-
nosa, de brillo lactescente, que da la vuelta al cielo, s u
anchura, variando de 5" á '6°, es muy desigual, y en
nuestro hemisferio, cerca de la constelación del Cisne,
bifurca en dos ramas paralelas, una de las cuales se ex-
tiende hasta el Ecuador celeste (.), mientras la otra lo re-
basa. La Vía Láctea divide la esfera celeste en dos partes
casi iguales á Este y Oeste.
En el hemisferio austral las irregularidades ^on aun
mayores, viéndose en medio de la parte más brillante
una grande abertura negra continuamente desprovista de
estrellas, por lo cual es llamada con el gráfico nombre
de el saco de carbón.
Ya el gran Galileo reconoció que la Via Láctea, que a
simple vista se nos ofrece como un todo continuo, estaba
formada por una infinita multitud de estrellas; y asi es,
en efecto, siendo debido á la posición que ocupa la lie-
rra en medio de la aglomeración en que veamos la Via
Láctea bajo el aspecto que la vemos.
(,) Yá se comprenderá que el Ecuador celeste forma un
plano perpendicular al eje de los polos celestes.
- 48-
"La constitución de la Via Láctea, dice M. Briot, ha
sido objeto de profundos estudios por parte de Guillermo
Herschel, que ha llegado á esta consecuencia importante
6 inesperada, á saber: que el conjunto de las estrellas
que brillan en el Cielo en todas direcciones y que com-
prende el firmamento de los antiguos, pertenecen á la
misma aglomeración estelar que la Via Láctea. He aquí
la marcha seguida por Herschel.
»Los astrónomos han clasificado las estrellas según su
brillo aparente; llaman estrellas de primera magnitud á
las primeras estrellas, de las cuales se cuentan unas
veinte; vienen en seguida las estrellas de 2.* magnitud,
menos brillantes,—unas 50,—y asi sucesivamente hasta
las de 6." magnitud, que son las últimas visibles á sim-
ple vista. Hay cerca de 6.000 estrellas visibles de esta
manera, pero los telescopios han prolongado la serie
hasta la 20.' magnitud.
»E1 brillo aparente de una estrella puede proceder de
tres causas: ó de su magnitud real, ó de la intensidad de
la luz en su superficie ó de la distancia mayor ó menor
de la estrella con relación á la Tierra. Nada sabemos de
las dos primeras causas: pero no tenemos razón alguna
para suponer que las estrellas estén distribuidas por el
espacio según su magnitud real, como si, por ejemplo,
las más gordas fuesen las más cercanas á la Tierra, y las
más pequeñas las más lejanas, ó viceversa, las gordas
4as más lejanas y las pequeñas las más cercanas. Esto
equivale á admitir que, á cualquier distancia, el grandor
absoluto de las estrellas es el mismo, por término me-
dio, y por consiguiente, tomando las cosas en masa, las
estrellas más lejanas serán las que tienen un brillo más
-49 -
apagado, en apariencia. Una comparación hará compren-
der bie n esta idea de ller.schel: En un campo de batalla,
cuando no hay razón alguna para suponer que los hom-
bres han sido ordenados por estaturas, los más altos de-
lante y los más chicos detrás, ó inversamente, se admite
que todos los soldados son de mediana estatura, y á fin
de dirigir las maniobras y apuntar los cañones, Jos ofi-
ciales calculan la distancia á que se hallan éste ó el otro
batallón enemigo según la magnitud aparente de los
soldados que lo componen: cuanto más pequeños son los
hombres, más lejano juzgan que se halla el batallón.
P o r análogo procedimiento calculan los astrónomos la
distancia comparativa de las estrellas según su brillo
aparente. (i)
"Volvamos ya al estudio de la Via Láctea. Cuando no
se consideran más que las estrellas más brillantes de i . '
á 4 " magnitud, esas estrellas parecen casi uniformemente
distribuidas en todas direcciones; pero partiendo de la
?•' magnitud se reconoce que el número de estrellas
crece rápidamente en la vecindad de la Via Láctea. El
fenómeno es aun más marcado para las estrellas telescó-
picas. La distribución de las estrellas se refiere, pues,
intimamente á la Via Láctea, y el conjunto no forma más
que un solo y mismo sistema. Guillermo Herschell se
•"epresentaba esta aglomeración estelar como una rueda
(de molino) inmensa ó un disco aplanado y cada una de
dichas moléculas sería una estrella; pero un estudio más

( I ) Ya queda dicho en el capitulo segundo la distancia á


<]ue se hallan respectivamente de la Tierra las estrellas, según
SU magnitud
- 50 —
atento ha conducido á Guillermo Struve, el ilustre astró-
nomo de Pulkova, á considerar la Via Láctea no como
un disco lleno, sino como un anillo, semejante al de la
Lira. En el vacio central del anillo se halla colocado
nuestro Sol, rodeado de las estrellas dispersas en este
vacío; son nuestras más próximas vecinas, las que for-
man nuestro firmamento; el borde interior del anillo co-
mienza á la distancia de las estrellas de 6." magnitud y
el borde exterior se extiende á lo menos hasta la distan-
cia de las estrellas de 13.' magnitud.
))En esta hipótesis podemos darnos mucho más fácil-
mente cuenta de las particularidades que presenta la Via
Láctea. Por ejemplo, para explicar la abertura conocida
con el nombre de el saco de carbón, basta admitir que se
haya practicado un agujero en el espesor, relativamente
pequeño, del anillo, mientras que en la hipótesis de
Herschel seria menester que taladrase toda la masa una
abertura cilindrica ó cónica, desde el Sol hasta el borde
exterior. Lo mismo sucede con la ruptura observada no
lejos de allí.
))Otro gran descubrimiento de Herschel es el del mo-
vimiento del Sol en el espacio. Las estrellas que compo-
nen nuestro firmamento no merecen el nombre de estre-
llas fijas que les dieron los antiguos; se mueven todas en
diversas direcciones, y se ha reconocido y medido este
movimiento en gran número de entre ellas. Asi, la her-
mosa Arturo se mueve con una velocidad de 2r leguas
por segundo, pero á causa de la gran distancia de las
estrellas sólo resulta un débilísimo cambio de lugar en
un año.
))Si las estrellas tienen movimientos propios, es más
- 51 -
probable que el Sol, que es una de esas estrellas, se
"lueva también en el espacio, llevando consigo su séqui-
to de planetas. Pero j c ó m o reconocer este movimiento?
'^qui nos apoyamos en un principio bien conocido: cuan-
do un observador está en movimiento y ninguna sacudi-
da le advierte, se cree en reposo y le parece que los ob-
jetos circunvecinos se mueven en sentido contrario. Asi,
cuando descendemos por un rio en un vapor vemos los
árboles de la orilla huir en sentido inverso: el mismo
fenómeno se observa también en ferrocarril. Lo mismo
pasa en el cielo; si el Sol se mueve á través de las estre-
nas arrastrando á la Tierra, nosotros que estamos colo-
cados en la Tierra, debemos ver marchar las estrellas en
sentido contrario, y esto es lo que tiene efecto precisa-
"^ente; en la complicación de los movimientos propios
de las estrellas, descúbrese un movimiento común; este
niovimiento común, general, de todas las estrellas, no es
"^ás que una apariencia procedente del movimiento del
observador ó del Sol. Herschel ha reconocido también
<íue el Sol se mueve hacia la aglomeración estelar de
Hércules, con una velocidad de dos leguas por segundo.»
DIMENSIONES DE LA VÍA LACTEA.—Gracias á los pode-
rosos telescopios de que disponemos hoy (i) podemos
penetrar, al parecer, toda la masa de la Vía Láctea. C o -

(i) El mayor telescopio de Herschel tiene 12 metros de


longitud, y el de lord Rosse, en el parque de Parsonstown
Oslandia), mide 16,76 de longitud por 1,83 de diámetro. El
•nteojo de la Universidad de Cambridge (Estados Unidos) tie-
ne 14 Vi pulgadas inglesas de abertura. El ecuatorial del
observatorio de París, construido por Lcevy, tiene 18 metros
de longitud por 1,1; de diámetro.
- S i -
mo ya hemos dicho, el borde exterior del anillo se halla
á una distancia igual, cuando menos, á la de las estrellas
de 13.* magnitud, las cuales á su vez se hallan a u n a dis-
tancia 750 veces mayor que Canopus, ó sea la estrella a
del Centauro (estrella primaria), la cual se halla á 200,
mil veces la distancia del Sol á la Tierra, ó sea á 200
mil veces 38 millones de leguas. De ahi resulta que si la
luz de las estrellas más cercanas á nosotros, como es el
caso de dicha a del Centauro, tarda 3 años en llegar á la
Tierra, á pesar de su velocidad de 77,000 leguas por se-
gundo, la luz de las estrellas de 13.' magnitud tardará
750 veces más, ó sea más de 2.000 años. Para recorrer
el diámetro entero de la Via Láctea, la luz tardará doble
tiempo, ó sea 4.000 años, dado que el radio formado de
la Tierra á las estrellas de 13.' magnitud es 750 mayor
que la distancia de la Tierra á Canopus.
Pero no es esto solo. Es evidente que la Via Láctea no
es ni la única, ni quizá la mayor de las aglomeraciones
estelares que pueblan los espacios sidéreos. Pongamos
por ejemplo la aglomeración de Hércules. Un cálculo
muy sencillo nos enseña que «para que la magnitud
aparente de un objeto sea igual á la del Sol ó de la Lu-
na, es menester que este objeto esté colocado á una dis-
tancia del observador igual á 100 veces su diámetro.»
Supongamos que la magnitud de la aglomeración de
Hércules sea igual á la de la Via Láctea: deberemos co-
locarla entonces á una distancia igual, lo que menos, al
diámetro de la Via Láctea. ¿Y qué resultará? Que para
llegar hasta nosotros la luz de Hércules tiene que em-
plear ICO veces 4,000 años, ó sea 400,000 años.
Ya con eso podemos formarnos cierta idea de conjunto
- 58 -
de la constitución del Universo: un espacio ' " " ^ ^ ^ ^ ^ / ^ ^
brado de arclupiclagos de astros: para trasladarse de u
sitio á otro del mismo archipiélago, la luz ^^['^'Jl^
para trasladarse de un archipiélago á otro m.llones de
años. De ahí que, á pesar de su velocidad de 77-oo 'e
guas por segundo, sea la luz una mensa,era grandemente
lenta «Las noticias que nos trae de esos -undos le.a
• nos, dice Briot, son noticias viejas de millares de anos,
es historia antigua.» »etrellas
Según los cálculos de Herschel el numero de estrellas
que contiene la aglomeración de la Via Láctea p s a d
50 millones, y lo mismo las demás f^^^'l^'^l
Téngase ahora en cuenta que cada una de esas estreUas
es un Sol como el nuestro, y que, P'-^^'^^kmente como
en nuestro sistema, giran alrededor de cada utio de eso
soles diversos planetas u los cuales distribuye '^ l^iz y e.
calor, y «que más probablememe, escribe el ^uor antes
citado, en cada uno de esos planetas existen multitud de
seres vivientes de especies distintas, fratese ahora de
contar el número de soles que pueblan el Universo el
número de seres vivientes que nacen y ^^^ "'f'^^^^''
todos esos mundos, y la imaginación se detendrá con-
fundida ante la inmensidad.»
NEBULOSAS NO RESOLUBLES.-Ofrecen el aspecto de
nubes de forma irregular, y se cuentan entre las mas no-
'^T"'' La nebulosa de Orion, observada por Huyghens
en .659. Se la ha comparado á las fauces f^^^'^\^'^''
animal, con la nariz en forma de trompa. La parte naás
brillante refulge como una llama móvil, hus dimensiones
parecen la de la luna llena.
— 54 —
2." La nebulosa de la constelación del Zorro, llama-
da Dumhbell-Nebula por Herschel. Es irregular y como
algodonosa en sus partes más brillantes.
^.° La nebulosa de la Osa Mayor, redonda y brillan
te, semejante á una cabeza de buho, con dos estrellas
en su centro rodeadas por un circulo negro. A veces una
de esas estrellas se hace invisible.
4.° La nebulosa de la constelación del León, elíptica,
con un núcleo central. Aspecto algodonoso.
5.° La nebulosa del Dragón, semejante á un brillan-
te anillo rodeado de una vaga nebulosidad.
Citemos además las nebulosas menos apreciables, de
las constelaciones del Unicornio de los Canes, del Bo-
yero, etc.
((El aspecto de esas nebulosas, dice Briot, ha hecho
nacer la hipótesis de una materia cósmica; esparcida pri-
mitivamente por el espacio una primera condensación
de esta materia difusa ha producido nubes de vapores ó
simples nebulosas. Por una condensación ulterior, se for-
man en esas nebulosidades uno ó muchos núcleos. Esos
núcleos atraen las materias circunvecinas, se engruesan
poco á poco, y pasan á ser estrellas que en seguida, por
su atracción mutua, se aproximan y se agrupan en aglo-
meraciones estelares. Vemos también nebulosas en to-
das las edades de su organización. No se hallan igual-
mente dispersas por todo el cielo, sino que parecen
hallarse dispuestas por capas en ciertas regiones, y Hers-
chel ha notado que los espacios circunvecinos son muy
pobres en estrellas y están vacíos de toda materia cósmi-
ca, como si las nebulosas se hubiesen formado á expen-
sas de la materia primitivamente esparcida por esos es-
_ 55 -

pacos. As. He,schel, ' " ^ ^ J ^ : ^ ^ j : ^


í e X o t l J ^ i Í d é T c i r / r s I ^ i S o : .Prep.«os .
escribir: van á llegar las nebulosas ). ^ , „ las
Comparando las observaciones de i/8o y ' ^ J '
de . 8 . ' observaciones hechas con el - - " J " ' " f . X ó ñ
Herschel creyó reconocer que la gran nebulosa de On6
habia cambiado sensiblemente de f o ^ ' " ^ / ^ ^ ; : / ; ^ ; ; ^ , , - .
expresión de Fontenelle, coger á la naturaleza - A « ^ ; " ^
No solamente las nebulosas parecen .^^P^"^;;^^^^
en su constitución transformaciones ^'^''^''^^IL
las hacen pasar por diferentes fases de su organ. a - 5 n
sino que es probable que gran número de entre eUas es
ten animadas de un doble movimiento, como el bol y
planetas; á saber, un movimiento de -"Otación sobre^
mismas, y un movimiento de traslación por el esp^;><'^^
movimiento de rotación se muestra de una ^^J^^'^J^/^
neta en ciertas nebulosas singulares, ob^^-'^f ^^^ P° J^^o
Rosse, que las ha llamado nebulosas esprales, pudiendo
servir de ejemplo la Cabellera de Berentce.
«Esta forma en especial, dice Briot, nos d^ J ^ a ^^
unarolacióndela nebulosa sobre si «^'«n^a, y además no^
indica que el núcleo central gira más ^pnsa que el co
torno. -De qué proviene eso> Lord Rosse atributa e e fe
nómeno á la acción de un medio resistente q^^^'^^^^
ria el movimiento de la parte exterior, pero "»« P^^^^^
que se puede explicarlo por el hecho mismo de su con
densación. Resulta, en efecto, de las leyes «en-ajes ^„^
la mecánica que si una masa fluida está animada po un
movimiento de rotación, y que si, por la condensación
disminuye su volumen, el movimiento de rotación
- 56 -
hace más rápido. Por ejemplo, si la Tierra experimenta-
se una contracción ó una disminución de volumen, gira-
rla más aprisa, y de consiguiente la duración del dia dis-
minuirla. Si suponemos, pues, que, por una causa cual-
quiera, la masa difusa que forma una nebulosa está
animada de un movimiento de rotación muy lento, la
condensación progresiva de la materia acelarará de cada
vez más la rotación. Además, como la condensación es
más marcada hacia el centro, el núcleo girará más aprisa
que el resto.
Otras formas de nebulosas manifiestan el movimiento
de traslación en el espacio; entonces, por su mayor den-
sidad, el núcleo marcha delante y detrás de él sigue la
nebulosidad, en forma de borla.
En otro capitulo, como término de nuestro estudio, da-
remos á conocer las opiniones hoy generalmente admiti-
das sobre la formación de los mundos y la constitución
fisica de las nebulosas; cuestiones más que puramente
astronómicas, del resorte de la Cosmología.
CAPÍTULO VI

N u e s t r o s i s t e m a solar.

El sistema solar. - Movimiento anuo del Sol.-Ascensión y


declinación. - Eclíptica, equinoccios, solsticios, trópicos,
eje de la eclíptica, círculos polares celestes, coluros
Constelaciones zodiacales. - Órbita aparente del Sol.
Primera ley de Kepler. - Segunda ley de Keplcr. - Pertgeo
y apogeo.-Excentricidad dt la órbita s o l a r . - Distancia
del Sol á la Tierra. - Volumen y peso del Sol. — Su masa
y densidad. - Manchas. - Movimiento de rotación. - Cons-
titución física.

El SISTEMA SOLAR se componc del Sol, de sus planetas,


de los satélites de éstos y de los cometas, y constituye
un conjunto aparte de los demás.
Las diferencias en tamaños y masas del Sol y los diver-
sos planetas, asi como de la Luna, se apreciarán por el
siguiente cuadro, en que la Tierra está tomada como
unidad.
- 58 -
Diámeiroa. Volúmenes Huai

El Sol. . • 105Ó 1.280 . 0 0 0 324.000


Júpiter. 11,1 I .279 309
Saturno. . 9-3 719 92
Urano . 4,2 69 M
Neptuno. . • 3,« 55 16
La Tierra. 1 I I

Venus. 0,99 0,87 0,79


Marte.. . 0,53 0,16 0,11
Mercurio . 0,37 0,05 0,07
La Luna.. 0,27 0,02 0,01

He aquí las distancias de cada planeta al Sol:

Mercurio 15 millones de leguas.


Venus 27 ))
L a Tierra. . . . 37 ))
Marte 56 »
Pequeños planetas. 100 )i

Júpiter 192 11

Saturno 355 ))
Urano 733 n
Neptuno i .100
100 »

DIÁMETRO, VOLL.MEN Y .MASA DEL S O L . — Q u e d a n dichos


en la tabla anterior, en la cual está tomada la Tierra c o -
mo unidad.
Dista de nuestro globo 149.000.000 de kilómetros (figu-
ra 4).
MoviMiKNTO A.NUo DEL S o L — F l Sol tiene un movi-
miento propio, dirigido en sent.do ^ontrano ai mov _
miento d.urno del cielo. Observemos, en '^^'^^^^'l'
trenas que brillan eri el Ocaso por un "jomen o despué
de la puesta del Sol, y algunos dias después veremos

Fig: 4. - Volumen comparativo de la Tierra al Sol.


S, el Sol; T, la Tierra.

que se le acercan m á s y quedan anegadas en sus rayos


Durante este tiempo, esas estrellas .se hallarán sobre el
horizonte durante el dia, y pasarán por el Meridiano (i) al

(,) El plano meridiano de un lugar es el plano q"» P " "


por el eje del mundo y por la vertical de dicho lugar divid.en
do la Tierra en dos hemisferios: oriental y " f ' f ' * ' ; , . d i - _ o
\^ linea meridiana es la intersección del plano meridiano
- 60 -
mismo tiempo que el Sol. Más adelante aún, se hallarán
ya bajo el horizonte en el momento en que se ponga el
Sol, y se las verá aparecer por Oriente algunos instantes
antes que él. Al cabo de seis meses saldrán cuando el
Sol se ponga, y, por lo tanto, se hallarán sobre el hori-
zonte durante la noche. Por fin, transcurrido un año en-
tero, volverán á comenzar, por el mismo orden, estos
mismos fenómenos.
MOVIMIENTO EN ASCENSIÓN RECTA DEL S O L ( I ) . — O b s e r -
vemos, el día 21 de Marzo, por ejemplo, el paso del Sol
por el Meridiano; al dia siguiente, cuando el instrumen-
to llamado péndulo sideral m a r q u e la hora que indicaba
el dia antes en el instante de dicho paso, veremos que el
Sol no se halla todavía en el Meridiano, sino q u e retar-
dará cuatro minutos. P o r otra parte, el movimiento diur-
no del cielo tiene efecto de Oriente á Occidente, es decir,
de izquierda á derecha del observador, colocado en el ocu-
lar del anteojo meridiano, y, por lo tanto, este retardo
del Sol respecto á las estrellas indica que ha marchado
de derecha á izquierda, ó de Occidente á Oriente, en una
cantidad a n g u l a r proporcional á cuatro minutos de t i e m -
po, la cual, á razón de 15° por hora, equivale á 1°.
T e n e m o s , pues, que el movimiento del Sol, en ascen-
sión recta, es de cerca de 1° por dia sideral; de manera

con el horizonte y está indicada por la sombra proyectada á


medio día por un tallo rectilíneo colocado verticalmente.
( I ) Llámase ascensión recta al arco del Ecuador celeste
desde el primer punto de Aries hasta el primer punto que na-
ce con el astro en la esfera recta, ó sea en la esfera en que el
Ecuador es perpendicular al horizonte. Las ascensiones recías
de un astro corresponden d las alongitudesa terrestres.
-61 -
que, al cabo de 366 dias siderales, el Sol vueWe á ocupa;
en el ciclo su posición primitiva, y pasa ^ f «"'^^^ P ^ / J ,
Meridiano al mismo tiempo que la estrella <^on\acual
pasaba antes. Pero como la estrella retorna j66 veces y
el Sol retorna una vez menos, de ahi que el ano sola
sea de cerca de 365 dias solares.
.Mov,.M,BNTo KN oEcuNACÓN ( , ) • - N o hay q u . e n . g n o
re que, en nuestras latitudes, la altura meridiana del 50
crece de Diciembre á Junio, para decrecer de J u m o
ciembre. El Sol tiene, por lo tanto, un movimiento de
declinación. Esta es nula el dia 21 de Marzo; los d i a s j ^ -
guientes la declinación se hace boreal, y alcanza s
ximum el 22 de J u n i o , en cuyo dia el §ol se halla a cerca
de 2 3».t5' del Ecuador celeste. Desde el 22 de J u m o m
declinación va disminuyendo; el 23 de Septiem r ,
Sol se halla de nuevo en el Ecuador; pasa en seguida ai
hemisferio celeste austral; y su declinación, °^^P"^=^_
haber alcanzado un segundo máximum el 22 de Uici
bre, se anula á la expiración del año solar, es decir, e
21 de Marzo (2).

(I) Es el arco que señala lo que un astro se "P»""" ^* ' "


linea equinoccial 6 Ecuador, hacia alguno de sus P » l ° « ' / ' ° °
real ó el austral. Las declinaciones de las estrellas correspon
den á las latitudes terrestres. ,,„ He un as-
ía) Mediante la declinación y la ascensión recta dc un
tro conveniente apreciadas y -nedidas se determina la pos "On
de dicha estrella en el cielo, de igual manera que determinan-
do la longitud y la latitud de un punto de la Tierra se avcri
gua la posición de éste. Obtiénese el conocimiento de la as
censión guiándonos por el meridiano celeste, y el de la dccn
nación, ateniéndonos á ]oa paralelos celestes, cri c o n » » " " " '
con lo que hacemos en la Tierra para determinar la posición
de un lugar.
- fií -
LA ECLÍPTICA.—.Midiendo cada dia las ascensiones rec-
tas y las declinaciones del Sol, se puede dibujar su ca-
mino aparente. La linea asi obtenida es una circunfe-
rencia de un circulo máximo, cuyo plano está inclinado
2}°27'37" sobre el Ecuador. Llámase Eclíptica á esta cir-
cunferencia por verificarse las eclipses de Sol ó de Luna
cuando este último astro se halla en el plano de la curva
ó muy poco separado del mismo.
EQUINOCCIOS.—Lámanse equinoccios ó puntos equinoc-
ciales los puntos en que se cortan la Eclíptica y el Ecua-
dor celestes. El 21 de Marzo el Sol llega al Ecuador, y se
dice que se halla en el equinoccio de primavera; en este
momento, lo mismo su ascensión recta que su declina-
ción son nulas, y de ahí que sea este equinoccio el que
se toma para origen de las ascensiones rectas. La pala-
bra equinoccio recuerda que cuando el Sol está en el
Ecuador el dia es igual á la noche en toda la Tierra. El
22 de Diciembre es el equinoccio de invierno.
SOLSTICIOS.—El 22 de Junio llega la declinación bo-
real del Sol á su má.ximum, y el 22 de Diciembre ocurre
lo mismo con la declinación austral. En ambas épocas
el Sol deja de alejarse del Ecuador de manera que pare-
ce detenerse. De ahi que se haya dado el nombre de sols-
ticios á cada uno de los puntos de la eclíptica en que se
encuentra entonces el Sol. El uno se llama solsticio de
verano y el otro de invierno.
TRÓPICOS.—Son dos circuios menores (es decir, cuyo
diámetro es menor que el del Ecuador). En nuestro he-
misferio llega el estío cuando el Sol, en su aparente cur-
so, toca al trópico de Cáncer, y el invierno, cuando llega
al de Capricornio, lo cual ocurre en la época de los sois-
_ t;:f —

ticios. El motivo de llamarse, ^^^^^^^^:¡;¡^Z^


picos como hemos dicho, es P°';4"^;^^;^^ > , en la de
entonces en la constelación de Cáncer (verano)
Capricormo (mv.erno); se entiende para nu-^™ ^^^^;^.
ferio. Desde entonces en adelante, el Sol, ^n l u g - ^^ ^
rar alrededor del paralelo del trópico, se va acercando

' n ' S r r r ^ D e . . u a l manera . u e ^ a . ^ . e


perpend.cular al Ecuador, hay otro P e ^ P - 'c^-^^^^;,
eclíptica, con sus correspondientes polos. El angu
estos ejes es igual al ángulo de los dos planos del Ecua
dor y la Eclíptica, y, por lo tanto, la d-tanciade lo P
los de la Eclíptica á los polos del Ecuador es iguala a
oblicuidad de la Eclíptica. En la actualidad, el polo ñor e
de la Eclíptica se halla entre las estrellas o y { de la cons
telación del Dragón.
Llámanse CÍRCULOS POLARES CELESTES a los dos para
lelos que pasan por los polos de la Eclíptica, y cores
ponden á los círculos polares terrestres, que son, por
cirio así, su perspectiva.
Los COLUROS son dos círculos máximos '"vanab es que
pasan por los polos y se cortan en ángulo recto. Llámase
el uno coluro de los equinoccios, y el otro, coluro de los
solsticios, por encontrar, respectivamente^a la Echpuca
en los puntos equinocciales y solsticiales. De cor^siguien
te, los coluros dividen á la esfera en cuatro partes iguales^
CONSTELACIONES ZODIACALES .-Llámase Zodtaco a una
faja circular, de rf^o de anchura, con igual >nclinac.6n
respecto al Ecuador que la Eclíptica, que le sirve de linea
media. Extiéndese el Zodíaco, como aquélla desde uno
4 otro trópico, y en él se hallan trazados los doce srgnos
- B a -
que sirven para fijar la marcha apárenle del Sol y la mar-
cha real de la Tierra en su movimiento anuo.
Ya sabemos cuáles son los signos del Zodiaco, cada
uno de los cuales ocupa un arco de 30°. L o q u e hay es
que3'a no es verdad^ como en tiempo d e Hiparco, la con-
cordancia entre las constelaciones y los signos. P o r ejem-
plo, los calendarios dicen q u e el 21 de Marzo el Sol entra
en el signo de Aries ó el Carnero, y no es así, sino q u e
entra en la constelación de Piscis. H a y q u e advertirlo
para no incurrir en graves errores.
ÓRBITA APARE.NTE DEL S O L . — H a s t a a q u í nos h e m o s li-
mitado á estudiar el movimiento angular anual del Sol,
es decir, q u e hemos considerado tan sólo el movimiento
de una recta que fuera desde el ojo del espectador, situa-
do en la superficie, ó mejor, en el centro de la Tierra, al
centro del Sol. Esta recta, como hemos vistp. no sale de
un plano, q u e forma un ángulo de 2304I)' sobre el Eicua-
dor, el cual traza sobre la esfera celeste la circunferencia
llamada Eclíptica. L a Eclíptica se nos ofrecerá, pues, c o -
mo la perspectiva esférica q u e el centro del Sol parece
describir alrededor del centro d e la Tierra en el espacio
de un año. Veamos ahora cuál es la naturaleza de esta
curva llamada trayectoria ú órbita del S o l .
Si este astro se hallase siempre á la misma distancia
de la Tierra, su diámetro aparente seria invariable; pero
lejos de ser así, este diámetro varia d e 3 i ' 3 i " á 3 2 ' 5 5 " , y
de a h í q u e el radio vector de la órbita solar, ó sea, la
recta trazada desde el centro d e la Tierra al centro solar,
no sea constante, sino q u e varié en razón inversa del se~
midiámetro aparente del Sol. De ahí la
PRIMERA LEY DE K E P L E R . — Z a órbita aparente del Sol es
_ «s -
"«a elipse, uno de cuyos Jocos ocupa el centro de la Tierra^
SEGUNDA I EY DE KEPI.ER Ó PRINCIPIO DE I.AS ÁREAS
Las áreas descritas por el radio vector son proporctonates
á los tiempos (fig. s).

Fig, 5. _ Iguales áreas en iguales tiempos.

PERUÍKO.—APOCKO.—LiMíA DK I.AS ÁPSIDES.—I raian-


dose de u n a elipse, los puntos situados más cerca ó mas
lejos de uno de los focos, son las extremidades del eje
mayor. Concretándonos á la elipse de la órbita solar, el
vértice m á s cercano á la Tierra se llama perigeo, y el
más lejano apogeo. E\ eje mayor de la órbita se llama
linea de las ápsides, por designarse con este nombre sus
extremidades.
El astro solar pasa por el perigeo el i." de Enero, y
por el apogeo el 2 de Julio.
EXCENTRICIDAD DE LA ÚKHITA SOLAR.—La elipse solar
difiere m u y poco de la forma de un circulo cuyo centro
ocuparía la T i e r r a .
- 6G -
DISTANCIA DEL S O L Á LA 1'IEKKA.— RADIO V VOLCMIÍN
DEL SOL.—Designado por r el radio de la Tierra, d la
distancia de ésta al Sol, y por R el radio del astro-rey,
se ha encontrado, en virtud de cálculos cuyo principio no
podemos ni siquiera indicar por lo difícil, que:

d --= 2 jo6^ r, y R =-= n 2 r

De donde se deduce que:


I." La distancia del Sol á la Tierra es de unas 24.068
veces el radio de ésta, ó sea 153.500.000 kilómetros. S u -
poniendo un cuerpo móvil que, partiendo de la i ierra,
recorriese uniformemente 75 kilómetros por hora, velo-
cidad de los trenes más rápidos, tardaría más de 200 años
en llegar al Sol. La luz de éste nos llega, sin e m b a r g o ,
en 8'jS".
2." El radio del Sol es tonal á 112 veces el de la Tie-
rra.—Por lo tanto, los volúmenes del Sol y de la Tierra
son como 112' (elevado al cubo) : i, ó lo que viene á ser
igual: el volumen del Sol es 1.405.000 veces mayor que
el de la Tierra.
Figurando la Tierra por una esferilla de un centímetro
de dtámelro, el Sol debería figurar por un globo de 2 2 4
metros de diámetro, á la distancia de 241 metros.
MASA, PKSO Y DENSIDAD DEL S O L . — L a masa del Sol es
cerca de 355.500 veces la masa de l a T i e r r a , y porcálculos
se deduce que su densidad es de 6'263 considerando como
1 la densidad de la Tierra.
E n cuanto á densidad, siendo la de la Tierra de 5 4 4 ,
la del Sol no es mayor que la del agua. El peso del Sol
- 67 -
^s 324.000 veces el de la Tierra, ó sea nos NONII-I-ONES de
'^'logramos. (1)
'MANCHAS HKI. Sor,.—ROTACIÓN DEL S O L SOBRE si MIS-
••^'o,—«Cuando se observa el Sol,sea por medio de un an-
teojo provisto de cristales coloridos, sea con un simple
•^'•drio a h u m a d o , dice M. líugenio Catalán, nótanse á
'^JCnudo en su disco unas manchas negras cuya disposi-
ción es singular (íig. 6); si continúa la observación du-
•"^nte muchos dias se reconoce pronto que una misma
roancha, después de haber aparecido en el borde oriental
del disco (ó sea á la izquierda del observador) se aproxi-
"la al centro, se adelanta hacia el borde oriental y por
'in desaparece al cabo de 14 dias, para reaparecer 14 días
después. Este movimiento no es uniforme: su velocidad,
bastante débil, cuando la mancha se halla en el borde
oriental del disco, se acelera cada vez más para disminuir
en seguida. Estas diversas circunstancias permiten supo-
ner q u e las manchas forman, hasta cierto punto, cuerpo
con el Sol y que este astro posee un movimiento de ro-
tación análogo al de la Tierra, cuya duración aparente
es de 27 Va dias.
'•Decimos la duración aparen/e, porque la duración real
es inferior á dicha cifra, teniendo en cuenta el movimien-
to de traslación de la Tierra. M. Laugier estima la dura-
ción de la rotación del Sol en 2534 dias.

( I ) El peso del Sol, asi como el de la Tierra, los planetas,


'a Luna y algunas estrellas, se obtiene matemáticamente ba-
sándose en la velocidad del movimiento de sus satélites á su
alrededor, ó en la atraccidn (para Jos que no tienen satélites)
<)ue ejercen sobre los demás planetas ó sobre los cometas.
- (;s —
CONSTITUCIÓN TÍSICA UEI, SCJI.—Gracias al estudio de
las manchas solares se han podido adquirir algunas n o -
ciones acerca de la naturaleza del Sol.
»Una mancha, dice Catalán, se compone ordinaria-
mente de un núcleo perfectamente negro, rodeado de una

Kig. 6.— Manchas del Sol.

Fotografía del 22 de Septiembre de 1870.


- 69 -
penumbra de una tinta agrisada que ^«^^^ jj^'/jl^íá
mente el núcleo. Según Herschel, s. la ^^'^T 'Táel
luz solar es ,.ooo, la de la penumbra « - ^ f ^ j j \ ' „ .
núcleo , . Por lo demás, las - - c h a s no s p e r - " ^^
tes, sino que de dia en dia, y ^ " " / " / ° ' \ V ^ o a r e -
contracn 1 se ensanchan, camb,an de forrn > d sapare_
cen para reaparecer en otro lugar del ^'^.'^^^ ' j^
mente hacen una 6 dos revoluciones; s.n embargóla
gran mancha de -779 estuvo presente ^ ^ ^ Z J ^Jo
en ,84o Schwabe observó una que reapareció

«Cuando una mancha desaparece, el núcleo se desva-


nece en la penumbra; inversamente, antes de la apar c.o
de un gran núcleo, percíbese otomanamente, en e luga
en que se va á formar, un puntito negro que se ensancha
poco á poco. Algunas veces la mancha se ^ 7 ^ 7 / ^ ° ^ !
v,de en muchas otras, casi como las escorias de un nietal
en fusión. Todos esos fenómenos, apenas sensibles
simple vista, ocurren, sin embargo, en una '"";^"^^^^_
cala; cuando el diámetro aparente de una mancha se
duceá i", su diámetro reales, sin embargo de 744 k.ló
metros, y se han visto cuyo diámetro excedía ,de 7-000
kilómetros! . , „„^Uac
La parte del disco solar no ocupado por las manchas
dista mucho de ser uniformemente brillante. Parece cu-
bierta de puntitos negros ó acribillada de poros, que
cuando se miran atentamente se hallan en perpetua agita-
ción. Independiente de este punlillado, la superficie está
sin cesar surcada por arrugas vivas y sombrias, extrema-
damente delicadas, entrecruzadas en todas direcciones,
esas arrugas han recibido el nombre de/«c»/a.s b mal-
- l ó -
mente, en los alrededores de las grandes manchas se ob-
servan vastos espacios más luminosos que el resto del
disco; esas manchas brillantes se llaman fáculas.))
Ya se comprenderá que no faltan hipótesis para expli-
car esos singulares fenómenos; pero generalmente se
admite la explicación resultante de los trabajos de Hcrs-
chel y Arago.
El Sol se compondría de un núcleo sólido y oscuro^ en-
vuelto en dos capas de nubes; la una, más cercana al nú-
cleo, es poco luminosa; la otra, que envuelve á la prime-
ra, lo es mucho y se llama fotoesfera; pero posteriormente
se ha descubierto que sobre esla superficie se extiende
una delgada capa de gas rosáceo, capa de fuego de lo á
15.000 kilómetros de espesor que ha sido llamada cro-
mosfera, y se compone de gas elevado á un inconcebible
grado de temperatura.
Las manchas, dice Arago, nacen cuando una causa
cualquiera entreabre las dos cubiertas del Sol, en cuyo ca-
sóse ve por la aberturael cuerpo oscuro interior, de igual
manera que un aeronauta puede percibir la parle sólida
de la Tierra á través de los intersticios que dejan entre si
las nubes. Si las magnitudes relativas de esas aberturas
dejan percibir solamente la parte oscura del astro, se
tiene una mancha sin penumbra, es decir, un núcleo Si,
por el contrario, la abertura practicada en la fotoesfera no
se continúa en la capa gaseosa, se ve una penumbra, y
no el núcleo. Por fin, cuando el cono visible determinado
por la abertura de la capa nubosa es interior á la que se
apoya en la abertura de la fotoesfera, el observador ve un
núcleo acompañado de una penumbra parcial ó total.
<iSi los rompimientos que se producen asi en las dos
- 1\ —
capas fuesen independientes unos de " ^ ' ' ^ y ' " X !
iamás la parte oscura del Sol; es decir, que as mancha
no tendrian, generalmente, núcleo. Herschel supone que
se forma incesantemente en la superficie ostura del bol
un fluido elástico, que se eleva á las altas regiones de la
atmósfera á causa de su débil gravedad especifica.Cuan-
do ese gas es poco abundante engendra pequeñas aoer-
turas en la capa inferior de las nubes reflectantes, ó sea
los poros. , • „_
))E1 gas, al llegar á la región de las nubes luminosas,
se quema ó se combina con otros gases. La luz resulta
te de esta acción química no es igualmente viva en todas
partes, y de ahi las arrugas.
«Las nubes luminosas no se tocan perfectamente; ios
intersticios que dejan entre si permiten ver las nubes in-
teriores con auxilio de la reflexión que se opera en su
superficie. Esta reflexión es completamente débil; el 5o
debe parecer poco luminoso eii las regiones en que tiene
efecto. La mezcla de esta débil luz refleja y de la viva luz
emitida por las partes elevadas de las arrugas debe dar
al Sol un aspecto puntillado, mientras no se emplee una
fuerte amplificación.
))Una corriente ascendente de gas, más fuerte que la
corriente generadora de los simples poros, da origen a
grandes aberturas. Si las nubes luminosas no ceden en
seguida al impulso de la fuerza que tiende á separarlas,
se acumulan cerca de la abertura, y resultan de dio fácu-
las redondas ó alargadas.
))Las corrientes ascendentes más intensas dividen asi
en una grande extensión la cubierta continua que forman
las nubes inferiores. Divergerán para continuar elevan-
dose entre las dos capas y operarán en la atmósfera lu-
minosa un rompimiento más extenso aún. En la vecindad
de este rompimiento, ciertas partes de la corriente ascen-
dente irán á proporcionar nuevo alimento á la combus-
tión. De todo eso resultarán núcleos, penumbras y fácu-
las. Recientes experimentos espectroscópicos han demos-
trado la existencia en el Sol de varios de los cuerpos
simples de que se compone la Tierra. El hidrógeno arde
en la atmósfera en medio de vapores de hierro, magne-
sio, sodio y gran númercrde otros metales y metaloides;
la actividad de la combustión de aquella atmósfera es tan
espantosa que el oxígeno y el hidrógeno no pueden com-
binarse, como en la Tierra, para formar agua, sino que
se repelen. Para formarse idea del calor solar baste decir
que un crisol de bronce en fusión vertido sobre el Sol,
seria como para nosotros una ducha helada.»
':APÍTULO vil

La Tierra.

espacio. - Eje y polos terrestres determinación,


y ecuador. - Longitudes y l^*""'*";^^ °-tre - Dimensio-
- Diferentes posiciones de la esfera ^ " " ^ ^^; ^^j^ jesde
nes de la Tierra. - Peso y volumen. - La ne
los demás astros.

FORMA OB LA T , B R R A . - A 1 que P - 7 " ! ^ ^ ^ ' ^ ^ Í ^ a n a


un lugar determinado le parecerá que la T'er ^ es P^an
6 casi plana.; que está limitada por una ---"f^^^^^ ;
llamada homonie; que el cielo se apoya ««b^J ' ^ / ; ; ; ^ !
y tiene la forma de una bóveda, ^ ^ ^ ^ ^ ^ c ^ Z -
to verá que tales apariencias son absolutamente
rias á la realidad. , • ,1-.
Supongamos que avance hacia el Norte: el polo se ele
vara entonces s o t e el horizonte; algunas estreHas, ^ J^
teman su salida y su ocaso, pasan á ser crcumpolares de
tal manera que el circulo de perpetua apanc^n se a e,a
del polo; hecho inexplicable en el supuesto de ser plana
la Tierra.
— 74 -

Si adelanta hacia el S u r , ocurrirán fenómenos contra-


rios; el polo bajará sobre el horizonte; disminuirá el cir-
culo de perpetua aparición; pasada la línea (el Ecuador)
verá el polo en el horizonte, y podrá percibir el polo aus-
tral, invisible en nuestro hemisferio.
Consecuencia: que ¡a Tierra es redonda en el sentido del
meridiano. Vamos á ver ahora que también lo es en los
demás sentidos.
REDONDEZ DE LA T I E R R A . — S i n necesidad de recurrir
á las observaciones astronómicas (i) podemos asegurar-
nos de q u e no solamente es redonda la Tierra de Norte
á S u r , sino también en todas las demás direcciones. Al
alejarse un barco de la costa veremos a ú n el extremo d e
los palos cuando ha dejado ya de ser visible el casco, y
por el contrario, cuando un barco .se acerca á puerto lo
primero q u e ven los tripulantes son las cúspides d e los
edificios, después éstos, y por fin la ribera. D e a h i la d e -
mostración de la convexidad de la superficie de los m a -
res, debiendo añadirse ahora que la forma de los conti-
nentes está, á corta diferencia, amoldada sobre la de los
océanos, de donde la escasa velocidad de las aguas que
corren por su superficie. Otra prueba de la redondez de la
Tierra resulta de los viajes de circunvalación. Sale un
b u q u e siempre en dirección al mismo punto del horizon-
te, y vuelve al punto de partida.
LA TIERRA, IN.MENSA.MENTE ALEJADA DE LAS ESTRELLAS,
EST\ AISLADA E.N EL ESPACIO.—Las dimensiones de la
Tierra resultan enteramente despreciables con relación á

( I ) Recordemos solamente que, en los eclipses, la sombra


de la Tierra en la Luna se ve perfectamente rrdooda.
— 75 —
. u distancia de las estrellas. Por otra parte,sea cual fue-
re el punto en ^ue nos hallemos - - P - X a C e ^ a ^
que ocupamos el centro de una - - ^ ^ J ^ ^ ^ Entre la
cuya superlic.e estuvieran su,etas las t s
superficie de nuestro globo y la superficie de est
ideal no media ninguna materia ponderable, apa te dc^ia
delgada capa gaseosa llamada atnwsjera. I
guíeme, la Tierra está aislada en el espacio. ,
E j . V POLOS TKKKESTHKS.-Como vercmos d spu s, e
movimiento diurno del cielo, de Oriente a Ocaden^e s
de todo punto aparente, debido á la >-o;^;;'«" f ¿ y ¿ „ , ,
alrededor de su eje, la cual tiene afecto ' ^ « ^ c a ^ e "
A Oriente. Los puntos en que el eje toca a la «"P^ J^'^^^
llaman polos, los cuales, como los puntos corre pon
dientes del eje terrestre, se llaman árHco y anta,t,.o,

^.ano un circulo máximo que pasa P O - ^ ^ ^ ^ ^ I d ' e .


un punto cualquiera de la I.erra- E ^ ^ ^^J"^,^^. , , ^,.
la esfera de dos hemisferios, ortenlal y «"*'*^" , _ ^ „,g.
ridiano varia, naturalmente, en cada lugar, a
• «>i «5^,1 en su revolución apa
ridiano este circulo porque el bol, en su
rente, pasa por él al - f ^ ^ ^ ^ ¡ ^ ^ ¡ q . i d i s t a n t e de ambos
EcMaior es un circulo máximo C4 u^^^iofprios-
poios, el cual div.de nuestro globo en <^os,^¡^l'^2-
boreal y austral. Los puntos situados en a linea equ.noc
cial tienen de igual duración los días y las " ° ¿ e s
P a r a / e / o . son los circuios menores que se desarrollan
paralelamente al Ecuador, desde éste hasta los polos. Ue
ahi se deduce que si todos los meridianos son •g"^'^^' " °
sucede asi con los paralelos, los cuales van aumentando
- 76 —
en magnitud desde el polo hasta el Ecuador, que es el
paralelo cuyo plano pasa por el centro de la Tierra.
LATITUDES Y LONGITUDES GEOGRÁUCAS.—Llámase lon-
gitud de un lugar el arco del Ecuador comprendido entre
un primer meridiano (i) y el meridiano que pasa por este
lugar. E s oriental ü occidental. L a s longitudes se cuen-
tan de o" á 180°. Claro está q u e todos los pueblos que se
hallan bajo u n mismo meridiano tienen igual longitud.
Latitud es el arco de meridiano comprendido entre di-
cho lugar y el Ecuador; es boreal ó austral. S e cuentan
las latitudes de 0° á 90°. Todos los puntos situados en un
mismo paralelo tienen igual longitud geográfica.
E n virtud d e la definición q u e hemos dado de la lati-
tud, podria suponerse q u e la Tierra es perfectamente e s -
férica; pero no es asi, sino q u e se halla algo achatada
hacia los polos y engrosada en el Ecuador. Reformaremos,
pues, la definición al objeto de hacerla independiente d e
la forma del meridiano y diremos q u e latitud es el á«-'
guio formado por la vertical de un lugar y la vertical del
ecuador, situada en el mismo meridiano que la primera.
En otros términos, la latitud es igual á la altura del polo.
DETERMINACIÓN DE LA LATITUD. — «La a l t u r a de polo
de un lugar cualquiera de la Tierra, ó sea la inclinación
del eje terrestre sobre el horizonte de un pais, dice el
señor Rubio y Diaz, es igual á la latitud, d e manera que
ésta quedaría determinada averiguando dicha altura. E n

( I ) Por ejemplo, el de Greenwich, de París, de San Fer-


nando, etc. Siendo de desear la designación de un meridiano
fijo iinico, como tipo de relación, se trabaja para que lo sea el
que pasa por Jerusalén.
_ T? -
los puntos situados en el hemisferio bo'"^^'.'J^'" ' ^ \ i ^ ' , !
por medio de la Estrella Polar, ^ ^ / i - ^ t f b J d o e n s u
mente ,«3o' del polo Norte del - " " ^ ^ ^ ^ ^ ^ r t u r a alrede-
movimiento aparente un circulo de 3 tomando su
dor del polo durante un dia. De - o ^ o q e t o - ^ ^^^._
altu.a máxima y su altura mínima, y ^^^'''" ,^„te la
suma, ésta dará la altura del polo y P^'^'L^'^^^^ Po,ar
latitud... Ejemplo. La observación de la t.si
en Ciudad Real da:

Altura máxima. . • •
.. mínima. . • •
Suma..
QO,•r^•oI" cs la altura
De consiguiente, la semisuma 38 59 2'
de polo ó latitud de Ciudad Real. ^^.^^¡.
DETERMINACIÓN UE LA '-ONGrrUD.-«se P
guaría diferencia de ' o n ^ ' - V ' d t L n c r e o.as en
rra, dice el autor citado, por la f^"-^";'" ¿^ ,Uos.
que el Sol pasa por el meridiano ^e cad^ ^^^^.
En efecto: animada la Tierra de un ' n ° ^ ' ' " ' \ " ; ° t^.^as,
ción de Occidente á Oriente, l ^ ^ ^ ^ f ^ ^ : 3 : v \ L n t ;
claro es que todos los astros van tocanoo s
por los distintos meridianos, pasando antes POJ 1°^ P"
ki • 1 Oriente V á razón de 15 de longí
blos que están mas al 0"ente y ^,^^^,^^
tud por hora de tiempo, P-^^^.f^ , ' ° ¿ f l n e r a que un
dividido entre 24, dan 15 de ^o^'^";^ resoecto de otro
pueblo estará á 30" de longitud oriental respecto
si su mediodía se verifica dos horas antes 6 1° ^^/^^^^
mismo, si las mismas horas del dia resultan con dos
ras de anticipación.
- 7 8 -
« Puede, por lo tanto, averiguarse la longitud por la
diferencia de tiempo que marquen dos cronómetros a r r e -
glados á una misma hora. Se conoce también por la d i -
ferencia de hora del paso de un astro por dos meridia-
nos. Estos procedimientos se fundan en que cada hora
de diferencia de tiempo equivale á 15° de diferencia de
longitud; cada 1' es igual á 15' de arco, y á cada 1" de
tiempo corresponden 15" de diferencia de longitud, te-
niendo presente que las horas se adelantan para los p u n -
tos situados al Oriente, y se retrasan para los que se ha-
llan al Occidente.))
Ejemplos.—Si en Madrid son las 11 y en Roma son
las 12 y 4 minutos, {á qué longitud de Madrid se hallará
Roma? A 16" de longitud oriental.
Si un cronómetro señala las 4 de la tarde en Madrid,
y otro cronómetro, arreglado previamente con él en Ma-
drid, señala las 5 y 20 en Viena, ^á qué longitud de Ma-
drid se hallará Viena'- .\ 20° de longitud Este ú oriental.
Si el Sol ha llegado al meridiano de Veracruz 64,g'50"
después que al de Madrid, ¿cuál será la longitud de Ve-
racruz respecto de Madrid? 92"27'3o" longitud Oeste ú
occidental.
En suma: la diferencia de tas longitudes de dos lugares
es igual á la diferencia de las horas que se cuentan en ellos
en el mismo instante. P o r ejemplo: hallándose Viena á
i4''2'36" longitud Este y Londres á 2"26'i 1" longitud O e s -
te de París, cuando sea mediodía en París serán ya las
12 y 56 en Viena, y solamente las 11 y 50 en Londres;
de manera que un telegrama expedido de París á medio-
día, llega á Londres antes de mediodía.
S e puede, por fin, sin necesidad de cronómetros p r e -
- 19 -
viamcnte arreglados en un mismo lugar, va
légrafo eléctrico para cotejar la hora, puesto que
tricidad recorre 30.000 kilómetros por segundo. ^^^
D.PEKE.NTES POSICIONES DE LA ESrERA ^^^''^'Jl' ^^^_
esfera terrestre puede ser (hipoléUcamenle) paralela,
^<^ ú oblicua. . 1 Norte
Si un observador pudiese transportarse ^ ' P 0 ' ° '
como se encontraría a los .,0° de laúlud, tendría el PO
celeste en su cénit, y, por lo tanto, todas las e s u ü l a s s ^
t u a d a s e n el hemisferio boreal parecería ^ " ^ - ' " ' ^
alrededor describiendo circuios paralelos a su h o n z o m .
La esfera en este caso estaría paralela.
Kn el Ecuador la latitud es o", y, por lo tan o o dos
polos se hallan en el horizonte; todas las estrel as on
visibles, sucesivamente, cada una durante ' ^ ^oras . -
circunferencias que describen son paralelas al ^or zonte^
La esfera estaría reda. Kntre los polos y el Kcuador .
Uene la esfera oH,cua. ^^, ^ , i , „ .

•o se han podido apreciar con -^^^^''f.'f'f'^'ZZlt


de nuestro globo y sus ligeras i r - g ^ u ' - ' d ^ ^ ' ^ ^ ' ^ ^ ^ J ^ ' ^ ^
do que la figura de la Tierra es, á corta d-fcrenc a " .
elipsoide de revolución alrededor de su eje ' " ^ " ' " ' ^ ' P
«ion vulgarmente traducida por la de « una forma pare
cida á la de una naranja.') ^^Hirión
Este resultado se ha obtenido comparando la medición
de un grado de meridiano en Francia, de otro grado de
meridiano cerca del Kcuador, y de otro grado cerca
— 8(» -
Longitud de un arco de i° en el Perú,
según la medición de Bouguer, La
C o n d a m i n e y Godin 56.750 toesas.
Longitud de un arco de 1° en Laponia,
según la medición de Maupertuis,
Clairaut, Lemonnicr, C a m u s y O u -
thier 57-122 —
Longitud de i" en {'"rancia, por l'icard y
Auzont 57.060 —

Resulta, pues, que el grado de meridiano es notable-


mente mayor en el polo que en el ecuador. ]
En cuanto á las dimensiones, los cálculos de Mcchain
y Delambre, Arago, F$iot y Besscl, han dado los resulta-
dos siguientes:

Semi-eje ecuatorial. 6.377.398 metros.


Semi-cje polar. . 6.3^6.0^0 —
1
Achatamiento.
299
Cuarto de meridiano. 10.000.856 —
Cuarto del ecuador. 10.017.594 —

Resulta, pues, que el diámetro de la Tierra es de


12.718 kilómetros.
Digamos ahora que la superficie de la Tierra se evalúa
en 510.000.000 de kilómetros cuadrados, y su volumen
en 6.000 millones de kilogramos cúbicos.
P E S O DE I.A T I E R R A . — L a Tierra pesa más que el agua
en la proporción de 1 á 5 '/»> ''^ manera que pesa 5 '/i
— 81 —
veces más de lo que pesarla un globo de a|;u^ «^e - ^ ;>;_
mens.ones. Kste peso es de 5.87S cuatr.Uones de k.lo
gramos:

5.875.000.000.000.000.000.000.000

La Tierra vista desde los demás ^'^'-'''•~^^^^'"Z!'o\l


lia desde lejos como una estrella, enviando al espacio
luz que recibe del Sol. r^ovnr
Desde la Luna presenta una superficie .4 ^^^'^JT^l
y da una luz ,4 veces más intensa que la que recibimos
de nuestro satélite por la noche. matutina
Vista desde Marte, es una brillante estrella, matu ma
y vespertina, revistiendo un aspecto como el que
para nosotros Venus. . ,. „.^Up
Desde Venus y Mercurio se ve brillar, a media noche
con un fulgor como el de Júpiter para "0^°'™^- ™
desde esos planetas, la Tierra presenta fases como pre
sentan también ellos, á manera de las que presenta la
Luna.
CAFMTULO Vlll

M o v i m i e n t o d e rotaciór\ d e la Tierra.

Pruebas de este movimiento. — Forma actual de la Tierra.—


El día y la noche. — Días artificiales, solares y sidéreos. —
Crepúsculos.

PRUEBAS DE I.A KOTACION DE I A T I E R H A , — V a m o s á «xa-


minar ahora si, como hemos venido suponiendo, gira el
cielo alrededor de su eje ideal, ó bien si el movimiento
diurno de la bóveda celeste no seria acaso una ilusión
causada por la rotación de nuestro planeta.
Notemos, antes que nada, que nuestros sentidos no
pueden facilitarnos la elección entre las dos hipótesis,
porque ya gire el cielo de Oriente á OccHenle, suponien-
do que la Tierra está fija, ya de Occidente á Oriente, su-
poniendo que el cielo está inmóvil, siempre resultará
que un observador colocado, por ejemplo, en .Madrid,
verá pasar sucesivamente las estrellas por su meridiano,
ó lo q u e viene á ser lo mismo, le parecerá que el cielo
se mueve, de izquierda á derecha, mirando á Mediodía;
fenómeno que es análogo al que se observa yendo en
- 83 -
vapor por un n o , ó en ferrocarril, en cuyo caso la ilusión
de que se mueven los objetos exteriores es aun mas com
Pleta. ,
Entremos va en materia. «El Sol, como puede de-
mostrarse, dice un autor, tiene un volumen ^^^.^^'^^^^
"4-000 veces al de nuestro globo; se halla ale)ado de
nosotros 24.000 veces el radio de la Tierra; y muy pro-
bablemente, la estrella más cercana se halla aun 200.000
^eces más tejos. Además, esas estrellas, según se cree,
están irregularmente esparcidas por el espacio, y sus
distancias mutuas pueden variar en limites muy separa-
dos, que serian, por ejemplo, la distancia del bol a la
'l'ierra, y aun un millón de veces esta distancia. ¿Como
suponer que todos esos astros, cuya magnitud, numero
y alejamiento confunden la imaginación, giren alrededor
de una reda malemática, pasando por los polos del átomo
imperceptible en que vegetamos?... No es eso todo; de
dos estrellas igualmente alejadas de la Tierra, la que es
vecina al Polo tendrá una velocidad relativa bastante dé-
bil, pero la que se halla más cerca del Ecuador deberá,
para efectuar su revolución al mismo tiempo que la pri-
mera, estar animada de una velocidad verdaderamente
espantable. (•) Lo que decimos de dos estrellas adquiere
más fuerza aún cuando se las considera todas a la vez, y
como se ha de admitir que no existen entre ellas ni lazos
*nateriales ni acuerdo moral, vémonos reducidos á des-
echar de una manera absoluta la hipótesis del movimien-
to de rotación del cielo.

(I) Si la Tierr» «stuviese fija y el Sol «irase á su alrede-


^or.el Astro-rey debería r e c o r r e r / / . j 0 0 kitómeiros por se-
Sundo, lo cual, como se ve, es imposible.
- 84 -
))Porel contrario, si la Tierra gira, lodo se simplili-
ca. En lugar de una multitud de cuerpos, probablemente
g r a n d e s como el Sol, circulando con velocidades muy
extremas, y sin e m b a r g o , muy diversas, queda uno solo,
incomparablemente más pequeño, haciendo piruetas s o -
bre si mismo con una velocidad bastante débil, puesto
que los puntos colocados en su Ecuador recorren apenas
4,70 metros por segundo. Aun sin haber pruebas directas
del movimiento de rotación de la T i e r r a , la sencillez de
este resultado, comparado con la complicación de las q u e
acabamos de señalar, debería decidirnos en favor de la
segunda hipótesis, enseñada ya por Copérnico y explica-
da por Galileo.
MÁS PRUEBAS DKI. MOVIMIENTO DE ROTACIÓN. LoNCjl-
Tvi) uEi, pÉNuiH.i).—Siendo debidas las oscilaciones del
péndulo á la fuerza de gravedad, dedúcese que deben ser
más lentas cuanto más nos alejamos del centro de la
Tierra.
Considerando como unidad la longitud del péndulo de
P a r i s , q u e da diariamente 86.400 oscilaciones, veremos
que su longitud h a resultado ser en el Ecuador de o'996,6g,
mientras que en Laponia es de 1001,37. Esta diferencia
entre las dos longitudes resulta demasiado considerable
para poder ser atribuidas únicamente á la forma elipsoi-
dal del meridiano; pero en cuanto a d m i t a m o s el m o v i -
miento de rotación de la Tierra, nos la explicamos fácil-
mente por la fuerza centrífuga dirigida, en cada lugar,
según el radio del paralelo y proporcional á este radio. (i)

( I ) La fuerza centrifuga es la que, cuando rueda rápida-


mente un coche, hace que las ruedas lancen el barro pegado
á ellas.
- 85 -
Esta fuerza centrifuga es nula en el ^o\o y ^\c^nz^^n
máx.mum en el Ecuador, y como obra desde el centro a
li circunferencia, compensa en parte el efecto de a g r a -
vedad. Confirmadas estas previsiones teóricas por los ex-
perimentos, ha podido ser demostrada la rotación de la
Tierra mediante la medición del péndulo de segundos
hecha en diferentes lugares. Por el cálculo resulta que
dirigiéndose el plano de oscilación del péndulo de i.ste
á Oeste, la l'.erra debe girar con toda segundad de u e s -
te á Este. ,
Como datos curiosos apuntaremos los siguientes: en
Ecuador, la fuerza centrifuga es ' / , 8 , de la de gravedad,
ahora bien: la fuerza centrifuga crece proporcionalmente
al cuadrado de la velocidad de rotación; es asi que 289
es el cuadrado de 17, luego, si la Tierra girase 17 veces
más aprisa, los cuerpos colocados en el l'.cuador no pesa-
rían nada. S,- lanzáramos tma piedra al aire no volverla
A caer.
FORMA ACTUAL DBI. ESFEROIDE T E R R E S T R E . — H e m o s vis-
to que la figura de nuestro globo es, á corta diferencia, el
de un elipsoide de revolución achatado en los polos.
Ahora bien: por la Mecánica sabemos que esta figura es
'a que conviene precisamente al equilibrio de una masa
fluida animada por cierta velocidad de rotación, mien-
tras por su parte los geólogos han llegado á la conclusión
siguiente: en el origen de las cosas, la Tierra estaba in-
candescente; hoy conserva todavia una parte de su calor
central y de su fluidez primitiva.
De manera q u e la forma actual del globo terráqueo
resulta ser otro argumento en favor del sistema de C o -
pérnico.
— 8f. —
FM DÍA Y LA NOCHE.— VA movimiento de rotación de la
l i e r r a , de Occidente a Oriente, se verifica en un dia, y
su velocidad puede apreciarse sabiendo que los puntos
situados en el l'xuador recorren, en el espacio de un dia,
7.200 leguas.
El día y la noche son producidos por ese movimiento
de rotación. «Siendo la Tierra muy pequeña relativa-
mente á su distancia al Sol, dice M. Catalán, los rayos
luminosos emanados de este astro, que iluminan nuestro
planeta, pueden, sin grande error, ser supuestos parale-
los a la recta tirada desde el centro del Sol al centro de
la Tierra. Aquellos de entre esos rayos que tocan sola-
mente la esfera terrestre, determinan en su superlicie la
linea de separación entre la parle iluminada y la parte
oscura. fJe ahí:
i.° \i\ lugar en que tocan esos rayos es un cilindro
circunscrito en la esfera terrestre.
2." La linea de separación entre la sombra y la luz es
una circunferencia de circulo máítimo, ó sea de todo el
diámetro terrestre.
3.° .Mientras en determinado instante está un hemis-
ferio terrestre iluminado por el Sol, el otro hemisferio
yace en la oscuridad, ó lo que es igual, es de día en uno
y de noche en otro.
Prescindiendo de demostraciones, q u e no encajarían
en una obra como la presente, diremos ahora q u e :
4.° Si la eclíptica no fuese oblicua al Ecuador terres-
tre, ó lo que es lo mismo, si el Sol se hallase siempre en
el plano del Ecuador, el dia seria constantemente igual
á la noche en todos los lugares de la l i e r r a ; el Sol sal-
dría en todas partes á l a s ó de la mañana (tiempo medio)
— s- —
y Rc pondría a las 6 de la tarde: pero en virtud de la obli-
cuidad de la ecliplica, el Sol se comporta, con relaciona
cada determinado lugar, lo mismo que las estrellas; se-
gún su declinación (ó latitud, para mayor claridad) es
boreal ó es austral (i) v permanece más de 12 horas ó
menos de 12 horas en el horizonte, l'^n el primer caso, el
dia es más largo que la noche; en el segundo, la noche
es más larga que el dia.
5." En los momentos de los equinoccios, el dia es
igual á la noche en todos los lugares de la Tierra.
6." l'^n todo punto del l^cuador terrestre, el dia y la
noche son constantemente de doce horas.
7.° l'^n un lugar cualquiera del hemisferio norte, ó
boreal, el dia va creciendo desde el equinoccio de prima-
vera (ji de marzo) al solsticio de verano (.'2 de junio).
I'asada esta época, reprodúcense las cosas en sentido
contrario.
S." Cuando la latitud de un lugar es superior al com-
plemento de la declinación del Sol, no hay noche, propia-
mente dicha, sino que el Sol permanece sobre el horizon-
te durante más de 24 horas. liste fenómeno ocurre el dia
del solsticio en los puntos situados en el circulo polar
ártico, cuya latitud es 66"j2'3o". Las comarcas compren-
didas entre el circulo polar y el polo ven el Sol durante
muchos dias, semanas ó meses, á medida que pertene-
cen á más elevadas latitudes. Eln el polo el dia dura seis
meses, y otras tantas la noche, que seria absoluta á no
ser por la claridad de las refracciones atmosféricas, las

(I) EO el hemisferio norte, y al revés en el hemisferio sur.


- 88 -
auroras boreales y la Luna, que derraman algunos ful-
gores sobre aquellas tristes tinieblas.
DÍA ARTIFICIAL, SOI.AR Y S I D É R E O . — L l á m a s e dia sidéreo
el tiempo q u e transcurre entre dos pasos sucesivos de
una estrella p o r el meridiano. Es 3'56" m á s corto q u e
el dia solar.
Dia común ó artificial es el tiempo que alumbra el Sol
en cada país, desde q u e nace hasta que se oculta; su d u -
ración es s u m a m e n t e variable, según la distinta posición
que ocupa en la esfera celeste.
Dia natural ó solar es el espacio de tiempo transcurri-
do entre dos pasos sucesivos del Sol por un meridiano.
Se divide en 24 fracciones, llamadas horas.
Tiempo solar.—Es el tiempo medido por días solares y
horas.
Tiempo sidéreo.—Es el tiempo medido por días sidé-
reos y s u s fracciones.
Tiempo medio.—No siendo siempre la misma la dife-
rencia entre el dia solar y el dia sidéreo (1), se ha inven-
tado lo que se llama dia solar medio ó tiempo medio., q u e
es el señalado en 24 horas por un buen cronómetro, su-
poniendo uniforme el tiempo transcurrido en el intervalo
de dos pasos sucesivos del Sol por el meridiano. Todos
los días del tiempo medio son iguales.
DÍA CIVIL Y DÍA ASTRONÓMICO.—En n u e s t r o s países el
dia civil comienza á media noche, y se divide en dos p e -
riodos de 12 horas. Los astrónomos, á su vez, cuentan

(1) Recorriendo la Tierra una órbita elíptica y siendo va-


riable su velocidad de traslación, resulta que el día solar pasa
á veces de 24 horas y otras no llef^a.
— 89 -
24 horas entre dos mediodías consecutivos: el principio
del dia astronómico medio es .2 horas postenor al del
principio del dia civil. Asi, 6 de mayo, á las 32, s.gmtica,
7 de mayo, á las ¡o de la mañana.
Lüz o,FüSA,-CREP..s<-,ULO.-<(Se da este nombre, d,ce
M. Catalán, á la parte de la luz solar que nos hace perci-
bir los objetos cuando no reciben diredamente los rayos
del Sol. Un experimento muy sencillo demuestra que la
luz difusa procede de las reflexiones sucesivas experi-
mentadas por esos rayos, sea en la superficie de los
cuerpos mantenidos en suspensión en la atmósfera, sea
en la superficie de las moléculas del aire.
«Si un ravo luminoso penetra en una cámara oscura
por una pequeña abertura convenientemente dispuesta,
el interior de la cámara quedará en seguida bastante-
mente iluminada para poder discernir los objetos que se
encuentran en ella. No se puede atribuir este fenómeno
á una reflexión sobre las paredes de la cámara, pues
subsiste aun cuando se deje salir el rayo for una abertura
opuesta á la primera. Además, si este rayo no fuese refle-
jado en todos sentidos por los átomos del aire, los gra-
nos de polvo, etc., debería ser invisible para unos ojos
que no estuviesen colocados en su dirección, y sucede,
por el contrario, que desde cualquier punto de la cámara
se leve en forma de un rastro luminoso, sensiblemente
rectilíneo, en el cual revolotean, como otros tantos bri-
llantes meteoros, esos granos de polvo flotantes en el
aire, pero siempre invisibles á la luz difusa.
))Si la atmósfera terrestre no existiese, ó bien, si úni-
camente esas moléculas dejasen de reflejar la luz, esta-
ríamos privados totalmente de los espectáculos grandio-
— 90 —
sos que nos ofrecen la salida y puesta del Sol. En un
lugar cualquiera haría noche en cuanto el astro radiante
hubiese descendido bajo el horizonte, y la claridad más
brillante estaría reemplazada, casi sin transición, por la
oscura claridad de las estrellas; ia desaparición de la luz
quedaría efectuada en algunos minutos (i). I^urante el
dia sólo serían visibles los objetos directamente ilumi-
nados por el Sol ó que recibiesen alguna luz reflejada
en la superíicie del suelo ó de los edificios, y aun sería
menester que pudiesen enviar rayos hacia los ojos del
espectador. Aquellos de esos objetos sobre los cuales
se proyectase una sombra cualquiera, quedarían sumidos
en una oscuridad completa.
El disco del Sol, brillante en medio de un cielo negro
sobre el cual se destacarían continuamente los planetas
y las estrellas, tendría una brillantez peligrosa para la
vista, pero muy instable; la menor nube que pasara s u -
miría en una oscuridad completa los lugares que un i n s -
tante antes estaban expuestos á una luz demasiado viva.
La naturaleza entera, en fin, en vez de continuar e m b e -
lesando nuestros ojos, no nos presentaría más que el
contraste monótono y fatigoso de la claridad y de la os-
curidad completas.»
El CREPÚSCULO, ó sea esa luz dudosa que precede á la
salida del Sol y sigue á su ocaso, es debida, lo mismo que
la luz difusa, á las reflexiones atmosféricas.
La observación demuestra que la noche empieza cuan-

(i) Si el Sol descendiera verticalmente bajo el horizonte,


bastarían 2 minutos, puesto que el diámetro del disco solar
es de cerca de '/, grado.
— 91 —
do el Sol se halla á 18" baju el horizonte, de lo cual se
deduce que la altura de la atmósfera es de unos 79 kiló-
metros.
Y puesto que el crepúsculo cesa cuando el Sol se halla
á 18° bajo el horizonte, se puede obtener su duración,
sea la época que fuere, buscando cuál es la parte del pa-
ralelo descrita por el Sol comprendida entre el circulo
del horizonte y un circulo menor descrito á 18" de este
último. El arco obtenido, reducido á tiempo, es la du-
ración buscada. En París, en el momento del solsticio de
verano, el crepúsculo dura desde la puesta de Sol hasta
su salida, de manera que no hay verdadera noche.
l':i crepúsculo ofrece una duración mucho mayor en
las regiones del Norte ó del Sur que no en las intertropi-
cales ó ecuatoriales, donde es muy¡corto, 'lodos saben,
por [ejemplo, con cuanta prisa nace y se pone el Sol en
el desierto de Sahara.
CAPITULO IX

Movimiento de traslación de la Tierra.

Pruebas de este moviiniento. — Distancia de la Tierra al Sol.


— Año trópico, sidéreo y solar. — El Calendario. — Las Es-
taciones,— Precesión de los equinoccios.

MllVI.MIEMO UK I.A riERKA Al.KEDEOí IK DEI. Soi..


Hasta el presente hemos supuesto que la tierra perma-
necía inmóvil en el espacio, y que el Sol describe en un
año, alrededor del centro de la l'ierra, una curva casi cir-
cular, cuyos semi-ejes son iguales á cerca de 24.068 ra-
dios terrestres. Vamos á ver ahora si en efecto el Sol gira
alrededor de la Tierra ó si sucede lo contrario.
Albora bien: u las razones que han hecho adoptar la hi-
pótesis del movimiento de rotación diurna de la Fierra,
dice Catalán, pueden ser invocadas (aunque á la verdad
con menos fuerza) en favor de su movimiento de trasla-
ción. Parece, en efecto, dificil de concebir que entredós
cuerpos, uno de los cuales es 1.400.000 mayor que el
otro, sea el primero el que gire alrededor del segundo: si
esta rotación fuese debida á un impulso inicia/, combina-
- 93 -
do con una fuerza alracliva emanada del cuerpo inmóvil
y que impidiera al otro cuerpo moverse en linea recta
¡cuál no deberia ser la intensidad de semejante fuerza!
Un ejemplo material hará comprender esta primera
prueba del movimiento de traslación de la Tierra.
S u p o n g a m o s que sobre una mesa de mármol pulimen-
tado, cuya superficie sea plana y horizontal, se lanzan
dos bolas de marlil del mismo t a m a ñ o , retenidas una á
otra por un cordón. S e verá girar esos dos cuerpos casi
de la misma manera alrededor de la mitad del cordón,
es decir, alrededor del centro de gravedad del sistema (i);
además, el movimiento de este centro será sensiblemen-
te rectilíneo.
I^eemplacemos una de las bolas por una bola de hierro
y la otra por una bola de corcho; el centro de gravedad
del sistema dividirá en partes, inversamente proporciona
les á los pesos de los dos cuerpos, la recta que junta sus
puntos de gravedad respectivos (2); se confunde, pues,
por decirlo asi, con el centro de la bola, y si volvemos á
comenzar el experimento, el último cuerpo se moverá

( I ) El centro de gravedad de un cuerpo es un punto en


que se puede suponer que está condensado todo el peso del
cuerpo. De esta definición resulta, que si el cuerpo está sus-
pendido de un hilo, la dirección del hilo pasa por el centro de
gravedad, sea cual luere el punto de inserción ó atadura del
hilo y del cuerpo.
(3) Supongamos, para fijar las ideas, que la bala pesa 10
kilos y la bala de corcho i gramo, y que la distancia entre
ambas sea igual á i metro. Dividamos esta longitud de 1 me-
tro en 10.001 partes iguales; el primer punto de la división,
á comenzar del centro de la bala, será el centro de gravedad
del sistema de las dos esferas. — (Notas de M. Catatan.)
- 94 -
lentamente en linea recta, mientras que la bola girará á
su alrededor.
Sustituyamos con el pensamiento el Sol á la bala de
hierro y la Tierra á la bola de corcho: el centro de g r a -
vedad del sistema de los dos cuerpos estará en el interior
del Sol, á una distancia de su centro de figura casi igual
á un '/ler.í ^^^ radio solar. Sentado esto, admitamos que
los dos cuerpos hayan sido lanzados al espacio, y en lu-
gar del lazo grosero de que hablamos antes, hagamos in-
tervenir la gravedad universal\ sucederá que el Sol, cuyo

Fig. 7. — El movimiento de traslación de la Tierra.

La distancia eotre loi centros de los círculos es unas seis vecei el


diámetro, f de consiguiente, si los dos representan la Tierra, el
tiempo empleado para pasar de una posición & otra es de 48 mi-
nutos.

movimiento en el espacio será sensiblemente rectilíneo y


uniforme ( I) podrá suponerse en reposo relativamente
á la Tierra, la cual girará alrededor del Sol (fig. 7).

(1) Este movimiento rectilíneo del Sol, que no parecía ser


más que una pura hipótesis, se halla conforme con la realidad;
según W. Herschel, Argelander y Struve, el centro de nuestro
sistema solar se dirige hacia la estrella f de Hércules con una
velocidad que le hace recorrer cada día un espacio Igual á los
**/, del radio de la órbita terrestre, es decir, 7.817 kilómetros
por segundo.
En esta marcha se han {andado algunos para calcular el
tiempo que tardaría en chocar el Sol con dicha estrella, pro-
duciéndose el consiguiente cataclismo.
— 95 -
( d ' o r lo demás, el movimiento de traslación de la l l e -
ra es una consecuencia natural de su movimiento de ro-
tación. Kn efecto; la Mecánica enseña que esas dos espe-
cies de movimientos son casi siempre coexistentes; es
menester que haya circunstancias particulares para que
un cuerpo gire sobre si mismo sin describir al mismo
tiempo circuios ó espirales. La peonza ofrece una notable
demostración de este principio; por medio de un solo
impulso se la hace girar alrededor de un eje, mientras su
punta describe las curvas de que acabamos de hablar.»
Independientemente de estas pruebas teóricas, sobre
las cuales no podemos insistir más, existen, por,decirlo
asi, pruebas de hecho del movimiento de traslación de la
Tierra. ICntre éstas se puede citar, en primera linea, el
curioso fenómeno de la aberración de la luz (i).
DISTANCIAS DE LA TIERRA AL S O L . — V E L O C I D A D DE LA
TRASLACIÓN DE LA TiuRRA.—Las distancias de nuestro
planeta al Sol, expresadas en miriámetros, son:

(!) Si se determina cuidadosamente con frecuencia la po-


sición de una estrella cualquiera en la esfera terrestre, se verá
que parece describir en un año una ligera elipse cuyo centro
varia según se pasa de una estrella á otra. Los eies mayores
de esas elipses son iguales á 4 0 ' M y 'os menores tienen
dimensiones variables; iguales á 4o"5i para las estrellas si-
tuadas cerca del polo de la eclíptica, disminuyen á menudo
que aumenta la distancia polar, de manera que son nulos en
las estrellas situadas en el plano de la eclíptica. Todos están
dirigidos hacia el polo de ésta. El grande astrónomo Bradley
demostró (i 737) que esta especie de vibración ó libración de
las estrellas es una simple ilusión de óptica y una consecuen-
cia natural del movimiento de traslación de la Tierra combina-
do con el de la luz.
- 96 -
Distancia máxima (principios de J u l i o | . . i>.096001,
— media (Abril) 1 (.í^jy.ooo
— minima (Enero) i } . 598.000

Las velocidades de traslación varían según las distan-


cias. He aqui cuáles son, en kilómetros, por cada hora:

A la distancia máxima 104.666


— media 106.416
— minima ¡08.208

T é n g a s e en cuenta que los ferrocarriles de mayor ve-


locidad recorren 60 kilómetros por hora, y obsérvese que
cuanto más se acerca la l'ierra al Sol más aumenta su
velocidad.
El movimiento de traslación resulta 75 veces más veloz
que el de rotación, en los puntos situados en el Ecuador.
AÑO TRÓPICO Ó SOLAR.—A.ÑO S I D É R E O . — Año trópico
ó solar es el intervalo que transcurre entre dos retornos
sucesivos del Sol al equinoccio de primavera. Su dura-
ción, según Dotambre, es de 365'242,264 días medios.
Año sidéreo es el tiempo que tarda el Sol en volver al
mismo punto del cielo. A causa de la precesión de los
equinoccios, de que hablaremos más adelante, el año si-
déreo es algo más largo que el año solar, pues tiene
365'256,383 dias medios.
DEL CALENDARIO.—Llámase Calendario á un cuadro ó
folleto que contiene la repartición de uno ó muchos años
civiles en dias, s e m a n a s y meses, con la indicación de los
principales fenómenos astronómicos (am6n de los m e t e -
Teológicos (!) que pueden interesar al público, y las fe-
chas de las festividades en el m u n d o católico.
— 91-
Kl año civil ha sido, en la historia de los pueblos, ora
más corto, ora más largo, que el año solar; éste, en efec-
to, no contiene un número exacto de dias medios, siendo
inconmensurable su exceso sobre los j 6 j días. De ahí los
calendarios egipcio^ jtcliano, gregoriano^ etc.
CALENDARIO EGIPCIO.—Los egipcios hicieron uso, al
principio, de un año de 360 dias, divididos en 13 meses
de 30 dias; de ahi que cada año se retrasasen de 5 V4 dias
del equinoccio de primavera. Al cabo de 70 años, este
fenómeno astronómico, después de haber ocurrido en -^o
fechas diferentes, volvia á comenzar en la fecha primi-
tiva.
AÑO KOMANO.—Se componía, en tiempo de R ó m u l o ,
de 304 dias; en tiempo de N u m a , de 325; después se in-
trodujo un mes intercalar fmercedontMsJ, y tuvo 356. De
ahi una discrepancia siempre creciente entre el principio
del año civil y el del año astronómico, á pesar de la crea-
ción del mes mercedonio.
CALENDARIO JULIANO.—Queriendo César remediar s e -
mejantes desórdenes, procedió á reformar el calendario,
con el concurso del astrónomo Sosigenes.
César asignó al año 70S de la fundación de Roma una
duración de 445 dias. Estos 44$ dias se compusieron del
año ordinario, de un mercedonio de 23 dias y dos meses
intercalares, uno de 33 dias y otro de 34, que fueron c o -
locados entre Noviembre y Diciembre.
El año en que se operó esta reforma fué llamado año
de confusión, y corresponde al 46 antes de nuestra E r a .
La reforma juliana fijó la longitud del año a s t r o n ó m i -
co en 365 dias, 25. Desapareció el mercedonio, y los días
fueron repartidos de manera que chocasen lo menos p o -
— 98 —
sible con los prejuicios de los romanos. De ahi que se le
conservasen á Febrero sus 28 dias; á darle 30, se hubie-
ra creído comprometida la tranquilidad del l'^stado. No
se podia ser más conservador.
En este mes de Febrero habia un sexto día antes de las
calendas de Marzo, en que se celebraba la fiesta del Re-
gifugio, instituida en conmemoración de la expulsión de
T a r q u i n o . Entre este día y el de su víspera se colocó el
día intercalar, llamado bis sexto calendas, de donde el
n o m b r e de bisiesto dado al año de 366 dias.
CALENDARIO GREGORIANO.—Como a c a b a m o s de decir,
la reforma juliana suponía el a ñ o medio igual á 365,25
dias medios, mientras se compone de 365*242264, y de
ahi q u e el año civil, en vez de ser m á s corto q u e el año
solar—como en el calendario egipcio,—fuese m á s largo
en o'oo7736. A pesar de lo e.xiguo de la deficiencia, sin
e m b a r g o , acumulándose, en el espacio de 129 años pro-
ducía un día de más, de manera q u e el equinoccio de
primavera fijado por el Concilio de Nicea el 21 de Marzo
(en 325), llegó el 20 de Marzo en 454, el IQ de Marzo en
583, y así sucesivamente, dándose el caso de q u e á fines
del siglo .\v el avance del a ñ o civil sobre el a ñ o solar se
elevaba ya á cerca de 10 dias, de donde la orden del papa
Gregorio XIII, autor de la reforma gregoriana, para q u e
el día siguiente del 5 de Octubre de 1582 se llamase el
día j ^ de Octubre. O r d e n ó , además, q u e todos los años
cuya milcsima fuese divisible por 4 serian bisiestos, ex-
cepto los años seculares cuya centésima no fuese divisible
por /foo, como es el caso para el corriente a ñ o de IQOO,
y lo fué para 1700 y 1800, años comunes. E n cambio, el
año 2000 será bisiesto.
-9» -
Conocidas estas reglas, resulta que el año gregoriano
medio es de ^ós 242S días medios, lo cual implica una
diferencia de 0000136 dia, con la duración del año solar
de Dechambre. Esta diferencia es despreciable, pues han
de pasar 4,000 años antes de que dé lugar al avance de
un dia.
I-OS rusos se sirven aún del calendario juliano, y la di-
ferencia entre el viejo estilo y el nuevo estilo se eleva al
presente á 12 dias.
LAS ESTACIONKS.—Las estaciones son las cuatro par-
tes casi iguales en que se divide el año solar, y empie-
zan, respectivamente, en los dos equinoccios y en los dos
solsticios. (( F'ijándonos en un mismo lugar, dice Catalán,
los fenómenos meteorológicos difieren de una estación á
otra, pero se reproducen casi periódicamente cada año:
de ahí la expresión de sucesión ó vicisitud de las esta-
ciones.
nLa sucesión de las estaciones en un lugar dado, ó el
clima de este lugar, depende principalmente de las dos
causas siguientes: i.» de la altura del Sol sobre el hori-
zonte; 2." de la duración del dia.
« P a r a reconocer la influencia de la primera causa b a s -
ta recordar que; la cantidad de calor absorbida por una
superficie aumenta con el ángulo formado por los rayos
caloríficos y la superficie. Por consiguiente, y á igualdad
de cosas, por otra parte, la temperatura debe ser más
elevada en las regiones ecuatoriales que pueden tener el
Sol en su cénit, que en el resto de la Tierra. Por el con-
trario, los lugares situados cerca del polo, aun cuando
ven el Sol, reciben sus rayos bajo un ángulo casi nulo,
y su temperatura, por lo tanto, debe ser muy débil. E n -
- 100 —
tre esos dos limites extremos, la cantidad de calor absor-
bida por el suelo debe ir disminuyendo del Ecuador á
los Polos.
))En un mismo lugar y en el transcurso de un año pro-
dúcence fenómenos análogos. Así, en el Ecuador, la al-
tura meridiana del Sol, ó el ángulo bajo el cual hieren
sus rayos la superficie del suelo, varia entre 66° '/j Nor-
te y 6ó° '/j Sur y es igual á 90° en los momentos de los
equinoccios. En í^aris, el mismo ángulo alcan/.a 64''37' el
dia del solsticio de verano, y no es más que de i7°42' en
el de invierno/Finalmente, en el polo boreal, la altura del
Sol varia en seis meses entre o" y 23°27'. En el hemisfe-
rio austral tienen efecto las mismas cosas, pero en orden
inverso: la oblicuidad de los rayos solares alcanza su
máximum el 22 de Junio, y su mínimum el 22 de Di-
ciembre.
)) La temperatura de cada lugar depende, sobretodo,
de la longitud del dia, es decir, del tiempo durante el
cual el Sol permanece sobre el horizonte. Cuando es de
dia, este lugar recibe calor; cuando es de noche, lo pier-
de, á consecuencia de la irradiación hacia los espacios
celestes, y todas las cantidades de calor recibidas ó per-
didas de esta manera en el transcurso del año, producen
lo que se llama la temperatura media, la cual se concibe
que debe separarse tanto más de las temperaturas extre-
mas cuanto más se aleja de 12 horas la duración del día
más corto ó del dia más largo. Así, en los países meri-
dionales, en Cumaná, por ejemplo, la temperatura media
del año difiere muy poco de las temperaturas medias del
mes más cálido y del mes más frío. Por el contrario,
cerca del polo se ven calores insoportables suceder á un
invierno largo y riguroso.
- 101 -
" L a s cuatro estaciones en que se divide el año no t i e -
nen Igual numero de días, lo cual es debido á la excen-
tricidad de la órbita eliptica de Ja Tierra. Por orden de
duración, son: verano, primavera, otoño 6 invierno.»

PRECESIÓN DE LOS EQUINOCCIOS.—Por cálculos en que


no debemos entrar aquí, resulta que el eje de la Tierra
tiene iin movimiento de rotación alrededor del eje de la
eclíptica. Esta rotación tiene efecto en sentido contrario
<^l del movimiento de la Tierra, en una cantidad i g u a l a
50 10 por año; de ahí la precesión de los equinoccios, ó
sea, el cambio de posición de su linea que, por lo tanto,
no es fija. Este movimiento es de i° cada 71,8 años.
Cambio de lugar del /.o/o.—«Puesto que el eje del
fccuador, dice M. Catalán, gira alrededor del eje de la
eclíptica, el punto en que el eje del mundo encuentra la
esfera terrestre, debe girar lentamente alrededor del polo
de la eclíptica. Esto es lo que se verifica: a de la Osa Me-
nor, que llamamos la Estrella polar, porque se halla s o -
iamente á i^aS' del polo del Ecuador, hallábase alejada
de ella, en tiempo de Hiparco, cerca de 12°, ó para ha-
blar más exactamente, el polo se ha acercado á esta es-
trella. Aún se irá acercando más, hasta la distancia de
medio g r a d o , después de lo cual se alejará para volver á
acercarse de nuevo en la serie de los siglos.»
Este balanceo del eje de la Tierra es análogo al que se
observa en el movimiento de la peonza.
CAf'lTULO X

De los Planetas.

Generalidades. — Diferencias entre los planetas y las estre-


llas.—Sus posiciones en la esfera. — Planetas inferiores y
superiores. — Movimientos de los planetas. — Leyes de Ke-
pler. — Ley de la fi^ravitación universal.

GENERALIDADES.— Aparte de la Tierra y de su satélite


la L u n a — d e la que hablaremos al tratar de dicha clase
de astros,—hay otros cuerpos celestes que, como los dos
dichos, parecen cambiar de posición con respecto á las es-
trellas fijas. P a r a distinguirlos de éstas se les ha llamado
planetas., ó sea astros errantes.
NOMBRES UE LOS PRINCIPALES PLANETAS. — Cinco pla-
netas, fuera del nuestro, son visibles á simple vista, en
circunstancias favorables, á saber: Mercurio, Venus, Mar-
te, Júpiter y Saturno, conocidos desde la más remota a n -
tigüedad. Otros dos planetas principales, Urano y Neptii-
no, han sido descubiertos respectivamente por Guillermo
Herschel y por Leverrier. P u e d e decirse, sin e m b a r g o ,
que Leverrier adivinó, mejor que descubrió á Neptuno,
- 103 —
por una (jbra maestra de cálculo. Parece ser, no obstan-
te, que anteriormente fué ya visto por Challis de Cam-
bridge y por Galle de Berlin (iX|6). Dichos dos astros
sólo son visibles con el telescopio.
Se sospecha, además, la existencia de un planeta que
se halía todavía más cerca del Sol que Mercurio, y al

Fig. 8, — La zona de los planetas menores


- 104 -
cual se ha llamado Vulcano. A creer á M. Lescarbault,
éste lo habria visto el 26 de Marzo de i>^S9- (I'ig- ^•)
Entre las órbitas de Marte y Júpiter existen una por-
ción de pequeños planetas llamados asteroides, cuyo n ú -
mero va en aumento cada día en virtud de nuevos descu-
brimientos, pasando ya de 250 los registrados y designa-
dos con nombres especiales.
DIFERENCIA ENTRE LOS PLANETAS Y LAS ESTRELLAS.—
Estriba la diferencia característica entre ambos en que:
1.0 Los planetas son astros errantes, de lo cual no
cabe dudar verificando observaciones seguidas.
2." T o d o s los planetas, cuando se les mira, tienen
un diámetro aparente, lo cual no sucede con las estrellas,
é indica que los planetas se hallan muy cerca de nosotros,
comparados con las estrellas.
3.° Algunos planetas presentan /ases como las de la
L u n a , lo cual indica que no son luminosos, como las es-
trellas ó soles.
POSICIÓN DE LOS PLANETAS EN LA ESFERA C E L E S T E . —
Casi todos los planetas están situados en el zodiaco, de
suerte que se separan poco de la eclíptica.
PLANETAS INFERIORES Y PLANETAS S U P E R I O R E S . — M e r -
curio y Venus no se hallan nunca á una gran distancia
angular del Sol, tanto q u e parecen oscilar á su alrededor.
Los demás planetas, por el contrario, se hallan á g r a n -
des distancias angulares, que pueden variar de o" á 360°.
L l á m a n s e Venus y Mercurio, planetas inferiores, y los
demás planetas superiores.
MOVIMIENTOS APARENTES DE LOS PLANETAS.—ESTACIO-
NES Y RETROGRADACIONES DE LOS PLANETAS I N F E R I O R E S . —
Hemos dicho que Mercurio y Venus parecen oscilar al-
- 105 -
rededor del Sol. Y en efecto, «si se observa durante mu-
chos meses á uno de esos dos planetas. Venus, por ejem-
plo, dice Catalán, comenzando en la época en que se
pone después del Sol, he aqui lo que se reconoce;
))E1 retardo de Venus respecto al Sol, es decir, el tiem-
po comprendido entre los momentos de los ocasos de los
dos astros, aumenta todos los días, y al cabo de 146 dias
(por término medio) alcanza un máximun igual ¿ 3 j^
horas. Por consiguiente, la distancia angular de los dos
astros, nula al principio, aumenta de tal manera que
alcanza á 48° al cabo de 146 dias (fig. g)- I^esde esta
época, Venus se acerca al Sol, y el retardo del planeta
respecto al astro radiante disminuye de cada vez más
hasta que se anula, ó bien, que hallándose Venus en con-
junción inferior (i) se pone al mismo tiempo que el Sol.
lista segunda fase del fenómeno tiene una duración casi
igual al de la primera, es decir, cerca de 146 dias.
))Hasta ahora Venus era visible después del Sol, de
manera que se hallaba situada al Este de este astro, y
aparecía en occidente. Al cabo de algunos dias, durante
los cuales el planeta desaparece, porque está demasiado
vecino al Sol, reaparece de nuevo, pero al Oeste de este
astro. Entonces se le ve por la mañana, algunos instantes

(1) Se dice que un planeta SBX.& en conjunción 6 en oposi-


ción con el Sol, según está situado entre el Sol y la Tierra ó
bien la Tierra está situada entre el Sol y el planeta. Hay con-
junción superior y conjunción inferior, según el planeta se ha-
lla mds allá 6 más acá del Sol, con relación á la Tierra. En el
momento de la conjunción superior, el diámetro aparente del
planeta es evidente lo menor posible. Claro está que para los
planetas superiores no puede haber conjunción inferior.
— los-
antes de salir el Sol,y por la noche esinvisilile. porque se
pone con él. Pvl arawce de Venus sobre el So! aumenta
cada vez más, hasta ser igual á 3 ' / ¡ horas al cabo de
146 dias; en esta época la distancia angular de los dos
astros alcanza de nuevo su máximum, l'or fin, el plane-
ta emplea 146 dias en acercarse al Sol ó volver á hallarse

\*.,
3 .••

Fig. 9. —Las órbitas de los cuatro planetas interiores.

I. El Sol. — 2, Mercurio: a, 88 dí»s. — 3. Vfnui: i, 225 días. — 4.


La Tierra: c, 365 dias. — 5. Marte: li, 687 dias.
- 107 —
en conjunción superior, después de lo cual se reproducen
indefinidamente los mismos fenómenos (i)-
De las observaciones hechas acerca de la linea que
describen los planetas inferiores al trazar su órbita alre-
dedor del Sol, a/>arece que esta órbita ó trayectoria, en
vez de ser una circunferencia, es una linea sinuosa que
presenta rizos y zigzags, si bien no se aparta mucho por
eso de la circunferencia, es decir, de la eclíptica, á la cual
corta en muchos punios. «De ahi que siendo la trayecto-
ria aparente de Venus y Mercurio una curva en zigzags
parezcan moverse dichos planetas ora en el sentido mis-
mo que el Sol (sentido directo) ó bien en sentido retró-
grado, entre los cuales media un punto de parada ó esta-
ción. El movimiento de Venus es directo durante 542
dias y retrógrado durante 42.» (Catalán.)
PLANETAS SCPERIÜRES. — Tienen estos planetas, de
igual manera que los inferiores, sus estaciones y retro-
gradaciones, pero su movimiento alrededor del Sol es
más sencillo que el de Venus y Mercurio. «Cuando J ú -
piter, por ejemplo, dice el autor antes citado, ha estado
en conjunción con el Sol, se aleja de él cada vez más
hacia el Este, de manera que se oculta una ó dos horas
después que el Sol. Al cabo de 200 dias acaece la oposi-
ción; el ocaso del planeta se verifica 12 horas después
que el del Sol, ó más exactamente, Júpiter pasa por el
meridiano á media noche. Después de esta época el pla-

(i) La diferente posición de Venus, según sigue al Sol en


su ocaso ó le precede en su salida, le ha hecho dar los nom-
bres respectivos de Lucero de la mañana 6 Estrella matutina,
y Lucero de la tarde 6 Estrella vespertina.
- 108 —
neta, acercándose al Sol, pasa por el meridiano á la una,
á las dos, etc., de la m a ñ a n a , hasta que, después de p e r -
manecer visible algunos instantes antes de salir el S o l ,
desaparece por completo en la época de la nueva conjun»
ción (Fig. 10.)
Explicación de las estaciones y retrogradaciones plane-

Fig. I o. —Las órbitas de los cuatro planetas gigantss.

t. El Sol — 2 . Marte. — 3. hot PUoetw menores. — 4. Júpiter, 12


aBoi. — 5. Saturno, 39 aBo*. — 6. Urano, 84 aBos. — 7. Neptaoo,
165 aBos.
— 109 -
/íjrí'a.?.—Aceptando, con e) gran Copérnico (i), que la Tie-
rra y los demás planetas se mueven alrededor del Sol en
órbitas casi circulares, se tiene explicado todo. Las pre-
suntas retrogradaciones son una mera apariencia dima-
nada de que la distancia angular del planeta á una estre-
lla determinada va disminuyendo; cuando este ángulo es
constante, el planeta parece estacionario.
Fases de los planetas inferiores.—Los planetas inferio-
res tienen fases como las de la Luna, por girar alrededor
del Sol, de igual manera que nuestro satélite gira alrede-
dor de la Tierra.
Leyes de Kepler.—liste grande hombre ha tenido la
gloria de completar la obra de Copérnico describiendo
las verdaderas leyes de movimiento de los planetas, y
por ende el de nuestro globo, en cuyo trabajo invirtió 22
años de profundísimos estudios: he aqui el glorioso re-
sultado d e s ú s cálculos (año 1618):
/ . ' ley.—Las órbitas planetarias son elipses en las cua-
les el Sol ocupa un foco común.
2.' ley.—En el movimiento de cada planeta alrededor
del centro del Sol, las áreas descritas por el radio vector
son proporcionales á los tiempos (2).
j . ' ley.—Los cuadrados de los tiempos de las revolucio-

(I) Este sabio inmortal nació en Thorn, en 1472,7 falleció


en 1543.
(2} Por más que no sea menester, diremos que área signifi-
ca el espacio comprendido en una figura plana. Esta figura pla-
na es la que deja descrita el radio vector de la elipse, ó sea la
recta trazada desde el foco que ocupa el Sol á la curva de la
elipse trazada por el planeta.
—«• -
nes de los planetas son proporcionales á los citbos de los
grandes ejes de sus órbitas ( i ) .
¡Portentoso poder de la inteligencia h u m a n a , que ha
sabido arrancar el secreto de sus movimientos á los as-
tros! No hizo más Prometeo al robar del cielo el fuego
sagrado.
(iDe las tres leyes de Kepler, dice un autor, la última
que es la que le ha costado más esfuerzos, es la más im-
portante y la más notable. No solamente da inmediata-
mente el grande eje de la órbita por medio del periodo
sideral del planeta, sino que expresa además la conexión
que existe entre todos los planetas; por medio de ella ha
demostrado Newton la unidad y universalidad de la gra-
vedad. I)
DISTANCIAS .MEDIAS DE LOS PLANETAS AL S O L . — LEY DE
TiTius ó UK B O D E . — P o r lo que se ha visto, el gran Ke-
pler creía que e.vistia una relación sencilla entre las dis-
tancias de los planetas al Sol, y guiado por esta idea
descubrió el profesor Titius que esas distancias son
aproximadamente las siguientes:

. 4 , 7, 10, i6, 2 8 , 52, 100, 196....

Según esta ley, representando por 4 la distancia de


Mercurio al Sol, 7 expresará la distancia media de V e -
nus, 10 la de la Tierra, 16 la de Marte, etc. «En la é p o -

. ( I ) El cuadrado de un número es el producto de éste mul-


tiplicado por sí mismo (1 tiene por cuadrado á g); el cubo
es el producto multiplicado el número dos veces ( 1 X 3 X 3
= 27).
—111 -
ca en que Tilius dio á conocer la regla, dice un autor, no
se habia descubierto ninguno de los pequeños planetas,
corroborando asi la especie de profecia hecha por Kepler
al hacer observar que entre Marte y Júpiter, correspon-
diendo á los términos i6 y ^2, faltaba un astro; por una
singular casualidad en este intervalo, y á la distancia
de 24, h a n venido á colocarse los pequeños planetas» (1).
La regla de Titius, falla sin embargo, respecto á Neptu-
no, pues la correspondería ser propocional á 388, y re-
sulta serlo á 300.
LA GRAVITACIÓN UNIVERSAL.—Después de haber d e s -
cubierto las tres leyes que llevan su nombre, dice M. Eu-
genio Catalán, trató Kepler de explicarla causa Jisica del
movimiento de los planetas, pero no debia ser él quien
consiguiera tan insigne honor, sino Newton (1686), el
cual, apoyándose en los descubrimientos de Galileo,
l l u y g h e n s y los suyos propios, sacólas consecuencias si-
guientes de las leyes de Kepler;
>.' La fuerza que solicita á un planeta cualquiera se
halla dirigida hacia el centro del Sol.
2." Esta fuerza varia en razón directa del cuadrado de
la distancia entre el Sol y el planeta.
y.' Las fuerzas que solicitan á dosplanetas cualesquiera
son proporcionadas á los cuadrados desús distancias al Sol,
ó lo que es lo mismo, el Sol atrae d lodos los planetas
proporcionalmente d sus masas y en razón inversa de los
cuadrados de sus distancias á su centro.

( I ) Supónese que esos pequeños planetas ó asterdides


deben ser los restos de un planeta destruido por algún
choque.
- H Í -
Una de las leyes fundamentales de la Dinámica es que
la reacción es siempre igual y opuesta á la acción; tanto
como el hierro es atraído por el imán, el imán es atraído
por el hierro; el caballo que tira de un coche experimenta
por parte de éste una resistencia igual al esfuerzo que
ejerce, etc. Establecida esta ley por Newton, extendióla
este grande hombre á ios cuerpos celestes, y dedujo que
si el Sol atrae á los planetas, reciprocamente los planetas
atraen al Sol. .Mas aun; hay algunos planetas, como la
Tierra, Júpiter y otros que están dotados de saíéliles, que
en sus movimientos de traslación alrededor de su pla-
neta obedecen á las leyes de Kepler; estos satélites, pues,
serán atraídos por su planeta proporcionalmente á sus
masas y en razón inversa del cuadrado de sus distancias
al centro del planeta, de igual manera que el planeta es
atraído por ellos en razón á sus masas respectivas y en
razón inversa del cuadrado de sus distancias.
Además, atrayendo el Sol á sus planetas, debe atraer
también á los satélites de éstos, y por lo tanto ser atraí-
do por ellos.
Generalizando esta ley, llegó Newton á la gran ley de
la gravitación universal que puede enunciarse como sigue:
Dos moléculas cualesquiera se atraen mutuamente en ra-
zón directa de sus masas y en razón inversa del cuadrado
de su distancia.
Esta ley ha producido un efecto inmenso en el progre-
so de las ciencias, pues no solamente da la clave de los
fenómenos astronómicos, sino también de gran número
de fenómenos físico-químicos, y es, por decirlo así, el eje
sobre que gira la ciencia moderna.
CAPITIJLO XI

De los planetas er\ particular.

iiLos Caldeos, los 1 lindos, los l^gipciosy los Griegos,


dicen .W. M. Zurcher y Margollé,nQ conocían más que los
cinco planetas principales: Mercurio, Venus, Marte, Júpi-
ter y Saturno, que tienen la apariencia de esíre//as en an/cs,
es decir, que no conservan siempre su lugar en el firma-
mento como las estrellas fijas. Esos planetas habían re-
cibido nombres de divinidades ó epítetos que indicaban
su aspecto. Los ensueños astrológicos les atribuían in-
fluencias bienhechoras ó nefastas en los fenómenos de la
vida, relaciones místicas con las propiedades de diversos
metales, y debemos á esas supersticiones, que han per-
sistido hasta la Edad Media, la conservación de cierto nú-
mero de observaciones importantes. »
Léese en Stobeo: «Siete astros errantes circulan por los
caminos del Olimpo y con ellos está hilada la eternidad:
la Luna, que brilla por la noche, el lúgubre Kronos (Sa-
turno), el dulce Sol, la Patiana (Venus), protectora del
himeneo, el valeroso Ares (Marte), el fecundo Hermes
8
— 114 -

(Mercurio) y Zeus (Júpiter), principio del nacimiento, ma-


nantial de la naturaleza. Los mismos han recibido en he-
rencia la raza humana, y hay en nosotros la Luna, Zeus,
Ares, Afrodita, Kronos, el Sol, Mermes. Asi, sacamos
del fluido etéreo las lágrimas, la risa, la cólera, la pala-
bra, la generación, el sueño, el deseo. Las lágrimas es
Kronos, Zeus la generación, Hermes la palabra, Ares el
valor, la Luna el sueño, Citerea el deseo, el Sol la risa,
porque él es quien alegra el pensamiento humano y el
mundo infinito.»
MERCURIO.

Diámetro. — Dislancia á que se halla del Sol. —• Mer-


curio es el planeta más pequeño (excepto los fragmentos
que gravitan entre Marte y Júpiter). Se halla á poca dis-
tancia del Sol, del cual se aparta unos 29" lo que más
(15 millones de leguas); de manera, que á menudo se ha-
lla comprendido entre los rayos solares. Por esta causa,
y á pesar de ser la luz de Mercurio muy viva y centellean-
te, es raramente visible á simple vista; sin embargo, á ve-
ces se le ve en Occidente, poco después del ocaso, ó en
Oriente, antes de la salida del Sol. (Fig. 11.)
Han sido menester largas observaciones para cerciorar-
se de que se trataba de un mismo astro, que oscilaba á
una y otra parte del Sol. Eli diámetro aparente de Mercu.
rio es, por término medio, de 7'', y como máximum 12".
Fases. — Pasos de Mercurio sobre el Sol. — De igual
manera que los demás planetas y la Luna, Mercurio pre-
senta diversas fases. «Rn las cuadraturas, dice un autor,
aparece bajo la forma de una media luna con los cuernos
opuestos al Sol. A veces, en sus conjunciones inferiores.
- 115 -
pasa sobre el Sol (i), y en este caso se presenta como un
punto negro que cruza par el disco de este astro. A estar
situada la órbita de Mercurio en el plano de la eclíptica,
este fenómeno ocurriría á cada revolución sinódica, ó sea
cada 116 dias; pero á causa de la inclinación de 7" que
presenta su órbita con la eclipiica, son raros los pasos de

Fig. 11. — Mercurio visto en forma de creciente ó media luna.

Mercurio sobre el Sol. Este fenómeno se verifica siempre


en los meses de .Mayo ó de Noviembre, por hallarse e n -
tonces vecina á la Tierra la linea de los nudos de Mer-
curio.»
Rnlación. — Estaciones. — Gira Mercurio alrededor de
su eje en 24 horas 5' 8"; el ángulo de su órbita con el

(I) Pasó por última vez el i o de Mayo de 1891.


- 116 -
plano del Ecuador es muy grande, cerca de 70°, y además
la excentricidad de dicha órbita se eleva á 0206. De ahi
que las variaciones de las estaciones sean extremadísimas
en este planeta. De los cálculos de Newton resulta, que
asi la luz como el calor son 7 veces superiores, por térmi-
no medio, á los de la l'ierra; de manera, que nuestra exis.
tencia seria allí imposible, listo, no obstante, como se le
supone una atmósfera más densa, es de creer que Mer-
curio esté habitado.
La órbita de Mercurio es inferior á la de la Tierra, y
de ahi que á veces se halle ent.re el Sol y nosotros, otras
veces aJ otro lado del Sol, otras, formando ángulo recto
con nuestro globo, etc.
A consecuencia de sus fases, nunca se le ve por com-
pleto, sino como una media luna ó un cuarto de luna.
Mercurio es 18 veces más pequeño que la l'ierra; su
superficie 7 veces menor; su diámetro apenas llega á la
tercera parte del nuestro; de manera, que no pasa de
4.753 kilómetros, con un circuito de r4.92) kilómetros.
Gravita Mercurio alrededor del Sol en K8 dias; pesa
próximamente is veces menos que la Tierra; en su su-
perficie la gravedad es menos de la mitad de la terrestre;
de manera, que un kilo nuestro, sólo pesaría en .Mercurio
439 gramos. Claro está, con lo dicho, que nuestros ani-
males más pesados se podrían mover en .Mercurio con la
rapidez de las liebres y los gamos.
Al girar Mercurio alrededor del Sol le presenta siem-
pre la misma cara, como la Luna alrededor de la Tierra;
de manera que hay un hemisferio constantemente en la
sombra. (Descubrimiento de Schiaparelli, en 1889). No
hay, pues, en dicho hemisferio ni dias, ni noches, ni ho-
- in -
ras, ni meses, ni años... Sólo un ligero balanceo (libra-
ción), debido á la elipticidad de su órbita, hace que el
Sol ilumine á veces el borde del tenebroso hemisferio.»
Según Camilo Flammarion, las quebraduras observa-
das á lo largo del borde iluminado por el Sol indican que
la superficie de Mercurio es escabrosa. «Las denticulacio-
nes de la linea de separación de la sombra y de la luz,
dice, atestiguan la existencia de altas montañas que in-
terceptan la iluminación solar, y de valles ocultos en la
sombra que resaltan sobre las partes iluminadas del sue-
lo del planeta. Sabemos, además, que está rodeado de ex-
tensa atmósfera, en la cual Ootan vapores absorbentes.»

VEMS.

Afif^eclo. — Fases. — Rolacióii. —Reconócese fácilmen-


te este hermoso planeta, la/.s/a' de los .\sirios, por su
luz, mucho más blanca y brillante que la del enorme Si-
rio. I lay épocas en que se le ve en pleno dia, y se calcula
que despide por si sola más luz que 20 estrellas de pri-
mera magnitud. Como no se aleja mucho del Sol, — lo
que más 48" ó 49° (27 millones de leguas), — sólo se la
ve, de ordinario, de ? á 4 horas, ya sea por la mañana,
en Oriente, ya por la tarde, en el ocaso. De ahí que por
mucho tiempo se creyera en la existencia de dos estrellas,
siendo la misma, como sucedió también con .Mercurio, se-
gún ya hemos visto. Venus sigue á Mercurio en orden de
las distancias al Sol y se halla situada entre Mercurio y
nosotros.
Las fases de Venus son mucho más fáciles de reconocer
que las de otro planeta inferior. Galileo fué el primero en
- 118 -
observarlas, y dedujo de ello que el planeta giraba alre-
dedor del Sol.
Examinado Venus con el telescopio, en el momento de
su mayor elongación, se nota en su borde semilunar una
degradación de luz, que demuestra la existencia de una
atmósfera, comparable en densidad y extensión á la de
la Tierra, pero de pureza mucho mayor y jamás cargada
de espesas nubes.
Venus tiene un movimiento de rotación sobre su eje,
que se verifica en el trascurso de 23 horas 21'. El ángulo
que forma el plano de su órbita con el del Ecuador es de
72". Gira alrededor del Sol en 224 dias 16 horas, en la
misma dirección que la Tierra.
La observación de Venus es muy difícil y hay que h a -
cerla de dia por la excesiva brillantez de su luz durante
la noche.
Según parece desprenderse de recientes estudios, Ve-
nus presenta, como Mercurio, siempre la misma cara al
Sol, con iguales consecuencias, pero no se abriga tanta
seguridad de ello como respecto al otro planeta.
En punto á dimensiones, es Venus el planeta más s e -
mejante á la Tierra, estando su diámetro en relación con
ésta, en la proporción de o'gS^ á i; de manera, que t e -
nida en cuenta la enorme desproporción, en más ó eri
menos, de los demás planetas, puede decirse que la T i e -
rra y Venus son dos gemelas.
Créese, por las denticulaciones que presenta el borde
interior de la media luna de V e n u s , que este planeta en-
cierra elevadisimas m o n t a ñ a s , seis veces más altas que
nuestros Andes. Por esmeradísimas observaciones se ha
venido en conocimiento de que Venus posee una a t m ó s -
- 119 - -
fera en la cual se forman nubes ó inmensas regiones bru-
mosas; el estado de esa atmósfera es poco transparente,
de manera, que sólo vemos las nubes de Venus, pero no
su superficie interior. Esa atmósfera es dos veces más
densa que la nuestra, se extiende á mayor distancia y
contiene mucho vapor de agua.
A pesar de tantas semejanzas, Venus ha de diferir ex-
tiaordinariamente de la iierra en punto á lósanos, esta-
ciones, dias y noches, que, al parecer, no deben existir
alii.
Paso de Venus por el disco del So/—.De igual manera
que Mercurio, también cruza Venus por el disco del Sol,
á guisa de punto negro, de izquierda á derecha. Cuando
lo cruza en toda la extensión de su diámetro, el paso
dura 8 horas menos 6 ú 8 minutos. Este fenómeno, se-
gún se observa desde diferentes puntos del globo, ofrece
circunstancias muy variables.
Los pasos de Venus se verifican á intervalos alternati-
vos de 8 años, i2r5 años, 8 años, los's años. Sanos,
i ^ i ' j etc.
Kl paso de Venus, observado por dos astrónomos colo-
cados en dos extremidades de nuestro globo, sirve para
calcular la distancia del Sol á la Tierra, sobre la base
del ángulo formado por la diferencia de las dos proyec-
ciones.
Luz cenicienla.—Satélile.—Mgunos observadores han
notado que en ocasiones no todo el disco entero de Ve-
nus estaba iluminado directamente por el Sol, sino que
ofrecía en determinado lugar una luz cenicienta. Algu-
nos lo han atribuido á la existencia de un satélite.
- «o -
Tocarianos ahora hablar de LA TIKKEJA, que después de
Mercurio y Venus es e) planeta más cercano al Sol; pero
como ya hemos hablado de ella pasaremos al que ocupa
el 4". lugar en el orden de las distancias al foco común
de las órbitas planetarias, ó sea á

MARTE.

Este planeta adquiere un brillanlisimo fulgor rojo en


intervalos de unos 16 años (i!^6o, 1^77, iSg2...) debido
á hallarse entonces en oposición la más favorable para
ser observado, al paso que la Tierra resultaría entonces
invisible para los habitantes de Marte, si los hubiere.
La distancia mínima á que nos hallamos de este pla-
neta es de 14 millones de leguas; la distancia media es
de 19 millones de leguas. Su distancia al Sol es de 56
millonesdc leguas, y sigue inmediatamente á la Tierra en
punto á alejamiento del foco común de las órbitas pla-
netarias, de manera que la órbita de Marte es la prime-
ra exterior á la que recorre nuestro globo. En cambio,
hállase dentro de la que describe Júpiter, comprendida á
su vez en el interior de la de S a t u r n o , la de S a t u r n o en
la de Urano y ésta, por fin, en la de Neptuno, el célebre
planeta descubierto por Leverrier.
Este planeta, aparte de sus periodos de resplandor ex-
traordinario, brilla siempre como una estrella de i." mag-
nitud, con el color rojo que le ha hecho notable desde la
más remota antigüedad. (Fig. 12.)
El planeta Marte tiene 6 7 2 8 kilómetros de diámetro, y
su circuito e s , p u e s , d e ' 2 i . i 2 5 kilómetros. Es, por lo tan-
to, mucho menor que la Tierra; "/,„„ de su superficie y
- m -
' 7 de su volumen. O lo que es lo mismo, es 6 '/,
mas pequeño que la Tierra, 7 V. "i¿s volummoso que la
Luna V 3 '/, veces como Mercurio, l'esa ""/fono ^^ 'o l'^'^
pesa ía Tierra y su densidad es una 7" P^'t^ de la de
nuestro planeta.

Fig. I 3. — Vistas de Marte.

V'eritica su rotación sobre si mismo en 24 h. 37 23 . Y


deaqui que la duración del dia y de la noche sean próxima-
mente como en la Tierra. De igual manera, por la gran-
de analogía de la inclinación de su eje de rotación sobre
el plano de su órbita con la inclinación respectiva del
eje de la Tierra, son las mismas las estaciones, en punto
á clima. La diferencia que hay es que las estaciones son
en Marte mucho más largas que en la Tierra, puesto que
el año marciano tiene 687 dias De ahi, pues, que cada
estación sea casi el doble que en la Tierra. Por lo de-
más, iguales zonas: tórrida, templada y glacial; igual
- IM —
distribución del calor; iguales largos dias y largas no-
ches en las regiones polares.
El globo de Marte está rodeado de una atmósfera aná-
loga á la nuestra
Gracias al grande aumento de los telescopios puede
decirse que es conocidísima la geografía de Marte; en
este planeta la distribución en mares y tierras es casi
igual y aún podría decirse que hay más tierra que agua,
al revés de la Tierra, cuyas '/< partes de su superficie es-
tán cubiertas de agua. No hay Atlánticos ni Pacíficos,
sino mares interiores, y puede darse la vuelta á Marte
siempre por tierra. Los mares marcianos forman prolon-
gados golfos, que después se ramifican para penetrar en
el interior. La presencia de agua en Marte es indiscuti-
ble, puesto que la vemos en estado de hielo, — en sus po-
los,—de nieve y de nubes, amén de la prueba proporcio-
nada por el análisis espectroscópico.
Los mares de Marte se ven de un color verde oscuro y
los continentes de un rojo anaranjado, .'\demas, en am-
bos polos se ven unas manchas blancas, temporales, que
son los hielos acumulados en ellos.
En estos últimos años se ha descubierto en Marte la
presencia de unos canales rectos, que se entrecruzan y
ponen en comunicación entre si todos los mares.
Dadas la densidad, la masa y el volumen ya dichos, de
Marte, resulta que en su superficie el peso de los cuer-
pos debe ser muy ligero, deduciéndose de los cálculos
que I kilo sólo pesaría alli 376 gramos.
— lis -

L o s PEQUEÑOS PLANETAS.

Exteriormente á la órbita de Marte, y entre ésta y la


del colosal Júpiter, se hallan algunos centenares de ^ í -
í«e«os/i/ane/as,los cuales se mueven, por lo tanto, en una
anchisima zona, pues median ,00 millones de leguas en-
tre las dos órbitas dichas.
!•:! descubrimiento de estos planetas ó asteíoides se^re-
monta al dia primero de nuestro siglo, es decir al i. de
enero de ,8o,. en el cual Piazzi, en Palermo, descubrió
al planeta Cercs; al año siguiente, Olbers descubría Pa-
llas; en I so 4, llarding echaba de ver á Juno; en .807, ei
ya citado Olbers descubría Vesta, etc. Posteriormente
varios astrónomos, como Hind, Luther, asi como tam-
bién el pintor Goldschmidt, han descubierto muchos
otros, y no se ha acabado aun, á lo que parece. Hoy pa-
san ya de 300 los reconocidos y descritos. Se presentan
con el brillo de estrellas de 1 3 ' magnitud.

JÚPITER

Este gigantesco y magnifico planeta se halla á 192 mi-


llones de leguas del Sol, ó sea á una d i s t a n c a 5 veces
mayor que la de la Tierra. Describe alrededor del bol
una órbita s veces mayor que la nuestra, tardando en
ello cerca de doce años. Su forma no es exactamente es-
férica, sino es/eroidal, bastante achatada hacia los po-
•os ( V n ) - 1j i„
El diámetro de Júpiter es 11 veces mayor que el de la
Tierra, ó sea de 140.926 kilómetros, y su circunferencia
- 1Í4 -
mide, por lo tanto, (42.>0() kilómetros. Su volumen es
IJ79 el de la fierra y su peso ^OQ veces mayor; en cam-
bio, su densidad es '/-, de la de nuestro planeta; la grave-
dad es en Júpiter más del doble que en la superficie te
rrestre: 70 kilos pesarían, en Júpiter, 174.
Su carácter distintivo es la presencia de unas fajas
transversales,marcadas sobre todo hacia la regiónecuato-
rial; esas fajas aparecen matizadas de anaranjado ó ama-
rillo, y en su fondo se d i \ i s a n ' ciertas manchas que se
mueven en ^ horas de un extremo á otro del disco.
O é e s e que Júpiter es un planeta cuyos continentes es
tan aún en vías de formación.
El movimiento de rotación de Júpiter sobre su eje se
efectúa con una velocidad doble que el de la Tierra: asi,
el dia y la noche sólo duran en junto 10 horas. lín cam-
bio, el año viene á tener la duración del nuestro, de ma-
nera que, de haber habitantes en Júpiter, tendrían años
de 10..^^^ dias.
I'^n Júpiter, á causa de ser su eje de rotación casi per-
pendicular al plano de su órbita, no hay estaciones; há-
llase siempre en la posición que la Tierra el dia del equi-
noccio, y por lo tanto, debe reinar constantemente la
primavera.
l.a duración del dia y de la noche es á corta diferen-
cia la misma en todas las latitudes, por efecto de la lige-
ra inclinación—3.° —de su ecuador.
La atmósfera de J ú p i t e r e s s u m a m e n t e espesa.
Este soberbio planeta va escoltado por 4 satélites, des-
cubiertos por Galileo, uno de los cuales es casi la mitad
de la T i e r r a .
Júpiter despide una luz vivísima, siendo su brillo, á
veces, superior al de Venus.
- 148 -
Merced ni dcsi:uhrimienio de los sal;i!iles de Júpiter y
(liándose en sus eclipses, pudo ci astrónomu dinamarqués
KoOmer medir la velocidad de la luz, la cual es de
3 ' ' } 5 i kilómetros por segundo.

SAI (UNO.

Gravita este planeta ;i 3^, millones de leguas del Sol,


y dista su órhiía de la de Jiipiter 163 millones de leguas.
Su movimiento de traslación alrededor del Sol se com-
pleta en ig años y 167 dias. Su circunferencia mide
100.000 leguas y su diámetro es 91 veces mayor que el
de la Tierra, ó sea de 118.^00 kilómetros. Susuperlicie es
«Sy veces la nuestra, su volumen 719 mayor; su peso 92
veces mayor que el de nuestro globo; su densidad '^Viono
la de la 7'ierra. Saturno, pues, está compuesto de mate-
riales mucho más ligeros que los de nuestro globo y
flotaría sobre un océano como una bola de corcho.
Su alejamiento de la Tierra le hace ver como una es-
trella de 2.' magnitud.
La forma esferoidal de Saturno es más pronunciada
aún que la de Júpiter, de manera que su achatamiento
polar es de '/,„.
Gira este planeta sobre si mismo en 104,15' y su año
se compone de 25.^17 dias. Tiene 4 estaciones, cada una"
de 7 años. Recibe 90 veces menos calor y luz del Sol
que nosotros.
Este planeta es singularisisimo por presentar el fenó-
meno,único en el sistema solar, de su famoso anillo. FJste
anillo, situado en el plano de su ecuador, es casi plano,
muy ancho horizontalmente; pero en virtud de la pers-
- IM-
pectiva baja que le vemos se nos presenta con una forma
elíptica. (Fig. 13).

Fig. I •}. — Volúmenes relativos de Saturno y la Tierra.

El anillo está dividido en tres zonas distintas, y aún hay


quienes creen que se trata de tres anillos independientes
concéntricos. Los dos más anchos están fuertemente ilu-
minados por el Sol, pero el 3.° es obscuro y transparente
y deja ver el cuerpo del planeta. El radio exterior del
anillo exterior es de 141.311 kilómetros, y el radio inte-
rior del anillo interior, de 39.266. En suma, ese «arco de
triunfo celeste» mide 71.000 leguas de diámetro por 100
kilómetros de espesor.
Otros suponen que el anillo de Saturno está compues-
to, no de tres, sino de una numerosísima serie de anillos.
Respecto á su naturaleza, opinan algunos que se trata
de una inmensa cantidad de aerolitos.
- 187-
Además de esos maravillosos anillos posee el lejano y
ligero S a t u r n o ocho lunas ó satélites, (i).

URANO.

Fué descubierto por William Herschol en 1781, con lo


cual el limite planetario se dilató desde 355 millones de
leguas á 733 millones, causando una verdadera revolu-
ción en el m u n d o científico. El Sol es allí 390 veces m e -
nos caluroso y luminoso que en la Tierra.
El movimiento de traslación de Urano se completa en

(t) En el pasado año de 1899 se ha descubierto un 9.°


satélite, y bien podría ser que no fuese el último.El descubri-
miento no ha sido debido á la observación telescópica sino á
la fotografía. Mr. Perkins, de Harvard College (Boston), hizo
cuatro fotografías del planeta y vio un cuerpo luminoso que
no correspondía á ningún cuerpo conocido y variaba de posi-
ción en cada una, convenciéndose luego, por medio del cálcu-
lo, de que se trataba de un planeta. Esta nueva luna de Satur-
no se presenta como una estrella de i $.' magnitud.
Respecto al anillo de Saturno se han emitido tres teorías.
Según una, el anillo luminoso no es sino la cola de un cometa,
que la atracción de Saturno obligó á arrollarse á su alrededor.
Según la segunda, el diámetro del planeta era antes igual al
del anillo y por una causa desconocida una porción circular
se desprendió y cayó sobre el planeta por la fuerza de la atrac-
ción, formando la banda exterior, que permaneció entera, el
núcleo del astro. Según la tercera teoría, el anillo sería una
porción del ecuador que se separó por la fuerza centrífuga,
siendo también los satélites pedazos desprendidos del astro
mismo. Esta teoría no hace, en realidad, más que aplicar al
mundo de Saturno la interesante explicación que se da de la
formación d« los mundos.
- H8 -
S) años, r^i diámetro del planeta mide Í s-ion kilómetro'^,
de manera que su volumen es 6g veces mayor que el de
la Tierra; su peso es i | veces al de nuestro globo. La
materia de que se compone es mucho menos densa que
la de la Tierra,—una 5.* parte. Tiene 4 satélites, pero
que en vez de girar de Oeste á P2ste, lo hacen de l'^ste á
Oeste, en un plano casi perpendicular al en que se mueve
el planeta. Las estaciones son muy extrañas, pues no son
más privilegiadas que las polares. Urano tiene atmósfe-
ra, y según revela el análisis espectral, posee gases que
no existen en nuestra l'ierra.

NEPTU.NO.

Descubrimiento de Xcptuno.—Si se reflexiona en lo que


resulta del principio de la gravitación universal, se com-
prenderá que las leyes de Kepler, en lo que concierne á
la naturaleza de las órbitas planetarias, deben ser sola-
mente aproximadas. Cada planeta, en efecto, además de
estar sujeto á la atracción del Sol, está sometido también
á la influencia de otro planeta. El uno se llama el per-
turbado y el otro el perturbador, haciendo á su vez el
perturbado oficio de perturbador para otro. Asi pudieron
determinarse con la más rigurosa exactitud los movi-
mientos de todos los astros que componen el sistema
solar, menos los de Urano, que parecía escapar completo
á la gran ley de que los astros se atraen en razón directa
de sus masas é inversa del cuadrado de las distancias.
Inútil era estudiar las perturbaciones que en Urano pu-
dieran producir Júpiter y Saturno; por de pronto parecía
haberse dado en el quid, pero pasaban algunos anos
- 129 —
y otra vez resultaban discordes la teoría y la observa-
ción.
(fAsi estaban las cosas, dice Al. Catalán, cuando á úl-
timos de 1844 ó comienzos de 1845, ^^ Leverrier, en
Francia, y Mr. Adams, en Inglaterra, sin haberse puesto
de acuerdo, sin ni siquiera conocerse, emprendieron á la
vez la resolución de la cuestión siguiente: Encontrar los
elementos DEL PLANETA DESCONOCIDO que. Juntamente con
Júpiter y Saturno, produce las perturbaciones de Urano (i).
Ambas soluciones concordaron admirablemente.

14. — Dibujo de una elipse.

• Como era natural, en medio de todo, la comunicación


de M. Leverrier (el primero en publicar su resultado)

(I) Los elementos de un planeta son su masa, su distancia


media al Sol, la excentricidad de su órbita, etc.
— 130 -
fué acogida con prevención, hasta que la reserva se cam-
bió en un inmenso clamor de admiración al saberse que
el astrónomo Galle, de Berlín, acababa de encontrar el
planeta casi precisamente en el punto y con las circuns-
tancias predichas en el geómetra francés /(Septiembre
de 1847.) (Fig. 14).
•Como se ve el método seguido para llegar al descubri-
miento del planeta Neptuno se diferenciaba completa-
mente de cuanto se habia hecho hasta entonces. «Los
astrónomos y geómetras, dice Arago, han encontrado á
veces un punto móvil, un planeta, en el campo de sus
telescopios; pero M. Leverrier ha advertido el nuevo as-
tro sin necesidad de echar ni una sola ojeada al cielo;
lo ha visto en la punta de la pluma; ha determinado,
por el solo poder del cálculo, el lugar y la magnitud de
un cuerpo situado más allá de los limites hasta entonces
conocidos de nuestro sistema planetario, de un cuerpo
cuya distancia al Sol pasa de 1.200 millones de leguas,
y que visto con nuestros más poderosos anteojos apenas
ofrece un disco sensible.»
Tiene Neptuno 48.000 kilómetros de diámetro, 16 ve-
ces más superficie y 55 veces más volumen que la Tie-
rra, y va acompañado de un satélite.
Cada año de Neptuno es igual A 16^ años de la Tierra.
La masa de este lejanísimo planeta es 16 veces mayor
que la del nuestro; su densidad la tercera parte, y la gra-
vedad es igual que aqui, á corta diferencia. Por el análi-
sis espectral se deduce que existen en Neptuno gases que
no existen en la Tierra.
Neptuno recibe del Sol 900 veces menos calor y luz
que la Tierra.
— 131 —
Resumiendo, veremos que los planetas se dividen na-
turalmente en dos grupos de á cuatro, separados por la
región de los planetas telescópicos. Los 4 primeros (Mer-
curio, Venus, l'ierra y Marte) son relativamente peque-
ños; los otros cuatro son, por el contrario, enormes.
Todos circulan en igual sentido trazando órbitas concén-
tricas alrededor del Sol, que permanece relativamente fijo
en el centro de todas ellas.
La diferencia en el tiempo de su movimiento de tras-
lación varia desde 88 días (Mercurio) á 165 años (Nep-
luno), lo cual no solamente depende de la mayor longi-
tud de su órbita, sinode la menor atracción ejercida por
la masa del Sol sobre sus masas respectivas, según la
ley de la gravitación universal formulada por Newton.
.\si, mientras la Tierra recorre 29.500 metros de su ór-
bita en un segundo. Mercurio recorre 47.000, y Neptuno
tan solamente 5.
Sea como fuese, la rapidez con que circulan todos los
planetas al describir su órbita, desde Mercurio á Neptuno
es tan vertiginosa, que si dos de esos mundos chocasen
en su camino la colisión seria inconcebible. «No sola-
mente se reducirían á polvo ambos, dice un autor, sino
que su movimiento, transformándose en calor, se eleva-
da de repente á tal grado de temperatura, que se con-
vertirían en vapor tierras, piedras, aguas, plantas y habi-
tantes, formándose una inmensa nebulosa.»
C A P Í T U L O Xll

La L u n a .

Elementos de nuestro satélite. — Revolución sidérea.—Pro-


posiciones fundamentales. — Conjunción y oposición —
Neomenias, sizigías y cuadraturas,— Órbita lunar. —Cielo
lunar. — Fases de la Luna. — Luz cenicienta. — Manchas de
la Luna. — Rotación de la Luna sobre sí misma. — Libra-
ción. — El Sol y la Tierra vistos desde la Luna. — Geografía
lunar.

ELEMENTOS DE NUESTRO S A T É L I T E . - L a L u n a e s , d e s p u é s
del Sol, el astro m á s interesante para nosotros por su
magnitud aparente, la claridad q u e periódicamente nos
envia, los diferentes aspectos bajo q u e se nos presenta,
los fenómenos de que es causa, como son los eclipses,
Jas mareas, etc. Es, a d e m á s , el principal astro de la n o -
che; «el astro d e la soledad, del silencio, d e la fantasía
y del misterio.»
El diámetro del globo lunar es cuatro veces menor,
aproximadamente, que el de la Tierra. S u superficie es
de 38 millones de kilómetros c u a d r a d o s (la de la Tierra
es de 510 millones).
- 133 -
Su volumen es 49 veces menor que el de nuestro pla-
neta y pesa 8 veces menos. Su densidad es de;o'6i5; la
gravedad, comparada con la de la Tierra, 0,174. Esto es,
1.000 kilogramos sólo pesarían en la Luna 174.
La distancia déla Tierra á la Zuna es de 96.000 leguas,
ó sea 984.000 kilómetros, siendo asi que la de la Tierra
al Sol es de 149 millones de kilómetros. De ahí que,
en virtud de esta gran diferencia de distancias, podamos
ver la Luna de iguales dimensiones que el Sol.
La órbita de la ¿una, que comO ya veremos es elípti-
ca, mide próximamente 2.400.000 kilómetros delongitud,
y como la recorre en 27 días 7 horas 43' y 11", resulta que
su velocidad es superior á la de un kilómetro por se-
gundo.
Esta duración {revolución sidérea) es la del tiempo que
emplea la Luna, en su viaje alrededor de la Tierra, en'
volver al mismo punto del cielo; pero hay que tener en
cuenta una cosa, y es que durante esta revolución la Tie-
rra, por su parte, no permanece fija é inmóvil, sino que
se mueve en el espacio, y por un efecto de perspectiva, el
Sol parece separarse en sentido contrario. De ahí que
cuando la Luna vuelve al mismo punto del cielo, termi-
nada su revolución sidérea, el Sol se haya movido apa-
rentamente en cierto grado en el mismo sentido, de ma-
nera que, para que la Luna vuelve á colocarse entre la
Tierra y el Sol, es preciso que marche durante algo más
de dos días, y de ahí que la lunación é intervalo entre
dos lunas nuevas sea de 29 días, 12 horas 14' y 3".
PROPOSICIONES FUNDAMENTALES. — i.° La distancia de
la Zuna á la Tierra es casi constante. — Enjefecto; ora
veamos la Luna en su lleno ó en su creciente, siempre el
- 134 —
ángulo bajo el cual se ve su arco exterior parece de
igual grado, á no ser que el astro se halle muy cerca del
horizonte. Asi, puesto que el diámetro aparente de la Lu"
na varía en muy estrechos limites, igual debe suceder
respecto á su distancia de la Tierra.
2.° La Luna gira alrededor de la Tierra.—«Obser-
vemos la Luna cinco ó seis días después de la época en
que era nueva. La veremos á las cuatro de la tarde en la
dirección del meridiano; al día siguiente, pasará cerca de
las cinco; este retardo de 50 minutos, prueba que la Lu-
na ha adelantado 12° hacia Oriente, en sentido contrario
al movimiento diurno aparente. Al llegar el plenilunio, el
astro pasa por el meridiano á media noche; en la época
del cuarto menguante, dicho paso se efectúa á las seis de
la mañana, y así sucesivamente, de tal manera que en
un período de 29 días (ó sea de una lunación ó mes lu-
nar), el astro ha pasado por el meridiano á todas las ho-
ras del día; por lo tanto, durante este intervalo, la Luna
ha ejecutado una revolución alrededor de la Tierra, y de
consiguiente, es un satélite de ésta; ó en otros términos,
es respecto á la Tierra, lo que la Tierra con relación al
Sol.»
3.° La Luna no es luminosa por si misma. — La luz
que de la Luna recibimos, es el reflejo de la luz solar
que á su vez recibe. Si tuviese luz propia, su contorno
aparente tendría siempre la fígura de un círculo entero,
y no nos presentaría diversas fases. Además, según se
halla en dirección al Sol ó en dirección opuesta, es invi-
sible ó visible. De consiguiente, la parte del globo lunar
vuelta de cara al Sol, está iluminada por este astro, y la
otra mitad es oscura.
- 135 —
CONJUNCIÓN. — OPOSICIÓN. — Cuando dos astros tie-
nen igual longitud se dice que están en conjunción; cuan'
do sus longitudes difieren en i8o°, se dice que están en
oposición ( I ) . Si en el momento de la conjunción los dos
astros tuviesen la misma latitud, uno de ellos eclipsaría
al otro. Esto es lo que sucede poco más ó menos con el
Sol y la L u n a ; pues el Sol se halla siempre en el plano
de la eclíptica ú órbita terrestre, y la L u n a , á su vez, no
se separa mucho de dicho plano.
NEOMENIA. — Es el instante de la Luna nueva, ó sea
cuando el Sol y la L u n a están en conjunción.
SiziGiAs Y CUADRATURAS. — Dcsígnasc con el primer
nombre el novilunio y el plenilunio, y con el segundo el
primero y último cuartos. Hállanse el Sol y la L u n a en
cuadratura cuando sus longitudes difieren de 90° ó
de 270°.
ÓRBITA LUNAR. — La Luna gira alrededor de la Tierra
describiendo una elipse mucho más excéntrica que la
que traza nuestro planeta en su movimiento de traslación
alrededor del Sol. El plano de la órbita lunar forma un
ángulo de 5° 8' 48" con el plano de la eclíptica ú órbita
terrestre, y por lo tanto, ambas curvas se deben cortar
en dos puntos. S e ha dado á estos puntos el nombre de
nodos: el uno es el ascendente (ó boreal), el otro el des-
cendente (ó austral).

( I ) En otros términos: cuando dos astros se hallan al mis-


mo lado de otro tercero y en la misma dirección se dice que es-
tán en conjunción con él. Si se encuentran en la misma direc-
ción, pero el uno á un lado y el otro al otro del tercer astrov
se dice que están en oposición con él.
— 136 -
Dada la curva de su órbita, claro está que la Luna de-
be hallarse á distancias-variables del foco ocupado por la
Tierra. Cuando se halla más cerca de nosotros se dice
que está en su perigeo, y cuando está más lejos se halla
en su apogeo.
CICLO LUNAR. — Es un espacio de tiempo de 6.793
días solares medios, ó sea ig anos, próximamente, trans-
currido el cual se reproducen periódicamente iguales po-
siciones relativas en la Luna, respecto á nuestro planeta,
y en iguales días. Este ciclo depende de que en cada re-
volución sinódica, ó lunación, la Luna corta en diverso
punto á la eclíptica ú órbita terrestre, á lo cual se llama
la retrogradación de los nodos. Vemos, pues, que ocurre
con los nodos de la Luna con la eclíptica, lo que con los
puntos equinocciales en el de ecuador celeste, donde tam-
poco están fijos.
FASES DE LA LUNA. — Son debidas á su movimiento y
al ángulo que forma con el Sol y nuestro planeta. «Cuan-
do pasa entre el Sol y nosotros, dice un distinguido au-
tor, no la vemos porque vuelve á la Tierra el hemisferio
que no está iluminado; si forma ángulo recto con el Sol,
vemos la mitad de su hemisferio iluminado; entonces, es
primero ó último cuarto; estando al lado opuesto del Sol,
vemos todo su hemisferio iluminado, y la Luna llena
brilla á media noche en nuestro cielo. Todo el mundo
puede comprender fácilmente estas fases. (Fig. 15.)
))A1 día siguiente de la Luna nueva, comienza á librar-
se, continua diciendo, de los rayos solares, y aparece al
principio, bajo una forma extremadamente delgada, ter-
minando en afiladas puntas. Cada día, á la misma hora,
se la ve un poco más á la izquierda, ó hacia el Este; su
^ El Sol.

I
Fig. 11;. — Paso de la Luna alrededor de la Tierra.

I. La Tierra. — 2. Luna nueva. — 3. Cuarto creciente. — 4. Luna llena. — 5. Cuarto


menguante. — 6 Intersección de los pasos de la Tierra y la Luna.
— 138 -
revolución mensual se opera del Oeste al Este, con su
creciente más ó menos grande.» (Fig. i6.)
Luz CENICIENTA. — «AlguHos días antes ó después de
la conjunción, dice Catalán, y cuando la Luna se nos
aparece bajo la forma de una media luna muy delgada,
la parte de su disco no directamente iluminada por el Sol
es visible para nosotros; parece débilmente iluminada

) »• • • i (
Fig. 16. —Fases de la Luna.

por una luz azulada ó cenicienta, probablemente produ-


cida por la luz solar, que después de haberse reflejado en
la superficie de la Tierra, es reflejada de nuevo en la su-
perficie de la Luna.»
Este fenómeno se observa mejor 3 ó 4 dias antes ó des-
pués del novilunio; en el primer caso, precederá á la sa-
lida del Sol, y en el segundo, ocurrirá después que el
Sol habrá desaparecido en el ocaso.
MANCHAS DE LA LUNA. — ROTACIÓN DE LA LUNA SOBRE
sí MISMA. — La Luna presenta gran número de manchas,
perfectamente visibles aún á simple vista, las cuales le
dan el aspecto de un rostro humano; pero lo más nota-
ble es que esas manchas guardan siempre la misma dis-
posición. Los mapas de la Luna dibujados hace 18 si-
glos, en nada se diferencian esencialmente de los mapas
- 139 —
actuales, ó lo que es igual, el hemisferio lunar que nos
mira resulta ser siempre el mismo.
De ahi resulta que la Luna, mientras verifica su revo-
lución sidérea alrededor de la Tierra, ejecuta también un
mo-vimienio de rotación sobre si misma (i). «Si existiese
una diferencia cualquiera entre las duraciones de esos dos
movimientos, dice un autor, esta diferencia, añadida á si
misma á cada lunación, produciría á la larga cierto n ú -
mero de dias, y contrariamente á lo que resulta, los n u e -
vos mapas de la L u n a no se parecerían á los antiguos.
La teoría de la gravitación universal da cuenta de este
curioso fenómeno, y además, prueba que será perpetuo:
jamás veremos el segundo hemisferio lunar.))
LIBRACIÓN DE LA LUNA. — A pesar de presentarnos
siempre la L u n a el mismo hemisferio, la observación
atenta demuestra q u e oscila periódicamente alrededor de
una posición media. Esta libración ó balanceo se explica
por una ilusión de óptica.
BRILLO Y COLOR DE LA LUNA. — O b s e r v a d a la L u n a
con el telescopio, disminuye su brillo hasta ser menos
intenso q u e el de las n u b e s . P o r otra parte, su color no
es blanco, sino de cobre amarillo ó latón; el suelo lunar
es gris, inferior en blancura á la arena. Si vemos brillar
la L u n a con la intensidad que nos parece, es porque su
resplandor es debido por una parte á la noche misma, y,
por otra, á la condensación del hemisferio lunar en u n
pequeño disco.
A S P E C T O S DEL S O L Y DE LA T I E R R A EN LA SUPERFICIE DE

( I ) Prácticamente, la Luna no gira para la Tierra, pero si


para el espacio absoluto.
- 140 -
LA LUNA. — «Si pudiésemos transportarnos al globo lu-
nar, dice Quételet, gozaríamos de un espectáculo muy
extraordinario. Los días serian casi 30 veces más largos
que los nuestros. En los polos el Sol se hallaría siempre
cerca del horizonte, mientras que en el ecuador las re-
giones estarían continuamente calentadas por el Sol du-
rante 15 días, y las noches serian en seguida excesiva-
mente frías. No se conocería, como en nuestra Tierra, la
desigualdad de los días y las estaciones, ó cuando me-
nos, sería inapreciable, á causa de la débil inclinación del
eje lunar sobre la eclíptica; tampoco se conocería la dis-
tinción de los días y de los años, porque el tiempo de
una revolución es igual al tiempo de la rotación de la
Luna sobre sí misma.
))Los habitantes (caso de que pudiese haberlos) del
hemisferio que nos está opuesto, no habrían visto jamás
la Tierra, á menos de trasladarse al hemisferio que es
visible para nosotros; entonces verían á nuestro globo
ocupando en el cielo un espacio 13 veces mayor que el
que vemos ocupar al suyo. Nuestros vastos continentes,
nuestros mares, nuestros bosques mismos les serian vi-
sibles; verían las inmensas aglomeraciones de hielo que
se extienden á ambos lados del Ecuador, así como esos
mares de nubes que flotan por encima de nuestras cabe-
zas, y que les ocultarían á veces nuestras regiones. El
incendio de una ciudad ó de un bosque no escaparía á
sus miradas, y si estuviesen provistos de buenos instru-
mentos de óptica, verían hasta la construcción de las
ciudades nuevas, hasta el despliegue de nuestras flotas;
notarían sobre todo con asombro la rotación de nuestro
globo sobre un eje, y sus diferentes fases según sus po-
— 141 -
siciones relativamente al Sol. Todas esas observaciones
les serian tanto más fáciles eri cuanto este globo inmenso
permanecería continuamente suspendido en su horizonte
y siempre en el mismo punto.
"Asi, para un selenita que habitase en el centro de la
parte visible del disco lunar, nuestro globo permanece-
ría siempre suspenso en el cénit, y permitiría hacer ob-
servaciones tan seguras como fáciles.»
MONTAÑAS Y VALLES DE LA LUNA. — CONSTITUCIÓN F Í S I -
CA DEL SATÉLITE. — Gracias á las fotografías lunares y al
empleo del telescopio, es hoy poco menos que familiar
el aspecto que presenta la superficie del astro de la n o -
che. Descúbrense, pues, en ella, altísimas montañas
de 7.700 metros, profundos cráteres de forma anular,
ahuecados en la cima de dichas montañas, con una boca
superior á veces á 100 kilómetros de diámetro. No hay
atmósfera, y por lo tanto, no hay agua; asi es que, no
pudiendo desarrollarse la vida orgánica, es imposible
que esté habitada.
A u n q u e el hemisferio lunar que nos mira debe, en el
momento de la oposición, estar muy calentado, puede
que en grado muy superior al del agua hirviente, la
L u n a no nos envía ninguna cantidad de calor apreciable.
Sin duda debe ser absorbido á su paso por los espacios
celestes.
CAPÍTULO XIH

Los Eclipses.

Definiciones. — Eclipses de Sol. — Eclipses de Luna. — Fre-


cuencia y periodicidad de los eclipses. — Diferencias entre
los eclipses de Sol y los de Luna. —Condiciones de posibi-
lidad de los eclipses, — Fenómenos que acompañan á los
eclipses.

DEFINICIONES. — Al interponerse un astro entre otro


astro y la Tierra, impide que su luz nos llegue, total ó
parcialmente, y ocurra un eclipse. Los eclipses no son
nunca visibles en todos los puntos de la Tierra, pues es
preciso que el astro eclipsado esté sobre el horizonte de
un lugar.
Para estudiar la magnitud de un eclipse, se supone
dividido el diámetro de! disco en 12 partes iguales, lla-
mados dígitos. El principio del eclipse se llama inmer-
sión y el final emersión.
Cuando la interposición se refiere á un planeta ó saté-
lite que impide llegue á nosotros la luz de una es-
trella, no se llama entonces eclipse el de ésta, sino ocul-
tación .
— 143 -
ECLIPSES DE S O L . — R e s u l t a n éstos de interponerse la
Luna entre el Sol y la Tierra en la conjunción ó Luna
nueva, con lo cual impide que la luz del astro radiante
ilumine nuestro globo.
Los eclipses de Sol son parciales, totales ó anulares.
Será parcial el eclipse cuando queda oculta solamente
una parte del Sol; total, cuando queda eclipsado entera-
diente, y anular, cuando, coincidiendo en una misma d i -
rección los centros del Sol, la Tierra y la Luna, ésta no
oculta completamente al primero, dejando un anillo de
•uz visible. P u e d e un eclipse ser total en un lugar y anu-
dar en otro, por verse en una parte mayor y en otra me-
nor que el Sol.
Digamos ahora que, en puridad, el eclipse de Sol d e -
bería llamarse eclipse de Tierra, supuesto que el eclipse
tiene efecto en aquella parte de nuestro globo que no
recibe la luz solar á causa de la interposición de )a L u n a .
ECLIPSES DE L U N A . — R e s u l t a n de la interposición de
nuestro globo entre el Sol y el satélite que nos acompa-
ña, y tienen efecto, por lo tanto, en los plenilunios, ó sea
cuando están en oposición el Sol y la L u n a con la T i e -
rra, de m a n e r a que la s o m b r a proyectada por ésta cae
sobre la L u n a .
Los eclipses de Luna pueden ser parciales ó totales,
pero no anulares, puesto que la sombra de la Tierra tie-
ne mayor diámetro que el disco lunar.
FRECUENCIA Y PERIODICIDAD DE LOS E C L I P S E S . — P a r e c e -
ría deber haber cada mes un eclipse de Sol y otro de
L u n a , en el novilunio y el plenilunio, pero no sucede asi
por hallarse inclinados el plano de la órbita terrestre y
la órbita lunar, siendo preciso, para que el eclipse tenga
- 144 —
efecto, que coincidan las sizigias con los nodos, ó sea,
que los tres astros estén en un mismo plano.
Las Tablas del Sol y de la Luna, cuya construcción
descansa en las más delicadas teorías matemáticas, y
gracias á las cuales pueden los astrónomos anunciar los
eclipses con mucha anticipación, prueban que, por tér-
mino medio, pueden observarse en la Tierra 70 eclipses
en 18 años, ó sea en un ciclo lunar; 29 de Luna y 41 de
Sol. Jamás hay, en un año, más de 7 eclipses y menos de 2.
En este último caso, ambos son de Sol.
En el tolal del globo, el número de eclipses de Sol es
superior al número de eclipses de Luna, casi en la pro-
porción de 3 á 2. En cambio, en un lugar dado hay me-
nos eclipses visibles de Sol que no de Luna. Por ejem-
plo, en París sólo vieron, durante todo el siglo pasado,
un eclipse total de Sol—en 1724,—y durante el presente
no habrán visto ninguno, mientras que en España ha-
bremos visto dos—el de 1860 y el de 1900 (último año
del siglo xix).
Por lo general, la zona terrestre, desde la cual puede
observarse el eclipse total de Sol, es muy estrecha.
DIFERENCIAS ENTRE LOS ECLIPSES DE SOL Y DE LUNA.—
Lo que distingue esencialmente esos eclipses es que los
de Sol son locales y los otros generales (á lo menos para
un mismo hemisferio). Además, los eclipses de Luna
empiezan y acaban al mismo tiempo para todos los luga-
res en que son visibles, mientras los eclipses de Sol em-
piezan y acaban á diferentes horas para los diferentes
países.
«Esas diferencias—dice Catalán—son fáciles de com-
prender. Para que haya eclipse de Sol en un punto de-
— 145 —
terminado de la Tierra, es menester que la [^una dé
sombra á este punto, lo cual e^if^e que se halle situada
en el cono de sombra circunscrito al fílobo solar, que
tiene á éste por vértice. Por otra parte, á medida que la
Luna cambia de luyar. también hace lo mismo su som-
bra. Por el contrario, un eclipse de Luna es una sombra
proyectada sobre la Tierra por su satélite, y es, pues, vi-
sible en un mismo instante para todos los lug-ares que
tienen la L.una en su horizonte.
"Kstos dos fenómenos, por otra parte, no son más que
la reproducción, en í^n\inJe, de este fenómeno frecuentí-
simo: cuando una nube, en medio de un cielo puro,
pasa por delante del Sol, los que reciben su sombra ex-
perimentan un verdadero eclipse de Sol, mientras que
aparecen casi eclipsados á los ojos de las personas cola-
das lejos de alli.»
Observación.—i^n el momento de un eclipse de Sol h a -
bría eclipse de Tierra, parcial ó total, para un lunícola,
y. por el contrario, cuando la Tierra hace sombra á la
Luna, ésta tendría eclipse de Snl.
Co.NDICIO.SES DE POSIUILIÜAD DE LOS E C L I P S E S . — P a r a
cjue pueda haber eclipse de Luna es preciso que este s a -
télite penetre, en todo ó en parte, en el cono de sombra
pura de la Tierra. Ahora bien: la longitud de este cono
equivale á 217 radios terrestres, y como la distancia de
la Tierra á la Luna es sólo de 60 radios, los eclipses de
Luna son posibles en todas las oposiciones, á condición,
además, de que se halle muy vecina al plano de la órbita
terrestre.
El eclipse de Sol, total ó parcial, en un lugar dado,
requiere que este lugar se halle en el cono de sombra ó
— 146 —
en el cono de penumbra de la Luna. El eclipse total es
posible cuando la Luna se halla en su perigeo y la Tierra
en el afelio; es decir, la Luna en el punto más cercano á
la Tierra, y ésta en el punto más distante del Sol.
FENÓMENOS QUE ACOMPAÑAN Á LOS ECLIPSES, — «En el
momento en que la Luna entra en el cono de penumbra—
dice Catalán—la luz se debilita, de manera que es extre-
madamente difícil reconocer el instante en que empieza
el eclipse y el instante en que acaba.
))Cuando el eclipse es total, la Luna es á veces com-
pletamente invisible, pero otras veces este disco perma-
nece visible y parece rojizo. Este color de la Luna, que
los antiguos encontraban espantoso, procede de la des-
composición que experimentan los rayos solares al atra-
vesar la atmósfera terrestre.»
Nuestra atmósfera produce aún otro efecto; alarga el
cono de sombra, como si el radio de la Tierra hubiese
aumentado, y, de consiguiente, el eclipse se agranda
algo.
En los eclipses totales de Sol se ve una corona luminosa
alrededor del disco lunar, y como continúa siendo con-
céntrica al Sol cuando la Luna cambia de sitio, se supo-
ne que es debido á una tercera atmósfera solar. A veces,
como en el eclipse total de 1860, el disco de la Luna pa-
rece rodeado por una aureola, ó gloria, dos de cuyos
penachitos, en vez de ser rectilíneos, tendrán la forma
de una cimitarra.
El cielo se oscurece lo bastante, en un eclipse total de
Sol, para que puedan verse algunas estrellas de r.' mag-
nitud. Esta desaparición casi súbita de la luz, unida á un
notable descenso de la temperatura y al tinte lívido que
— lí"
toman los objetos, impresiona mucho á los que son tes
tigos de ello; los mismos animales rehusan el comer y
buscan un refugio.» (Fig. 17).

Fig. I 7. — Vista de la corona en un eclipse total.


- 148 -
El efecto deprimente que ejercen sobre el ánimo los
eclipses de Sol se vio confirmado en el horrible pánico
que se apoderó de las tropas de Felipe V, cuando éste,
derrotado, se dirigía en retirada á Francia, después de
levantar el sitio de Barcelona (12 de mayo de 1706).
CAPÍTULO XIV

Los Cometas.

<Qué es un cometa? — Naturaleza de los cometas. — Teoría de


Laplace. — Órbitas de los cometas —Cometas principales.
— Periodicidad de la aparición de estos astros.

COMETA quiere decir estrella cabelltidi. El punto lu-


niinoso, más ó menos brillante, que se ve en el ceatro de
^n cometa, se llama el núcleo, ó cabeza. La nebulosidad
9ue rodea á ésta, cabellera; el rastro luminoso que la
acompaña de ordinario, cola.
T o m a n d o como ejemplo el gran cometa de 1811, que
tanto contribuyó á alarmar á las naciones, en guerra con
Napoleón I (i), diremos que, según las medidas de Hers-

( I ) «En este tiempo, dice Toreno (Junio de 1811), los ca-


lores fueron excesivos y abrasadores, atribuyéndolo algunos
* la presencia de un cometa resplandeciente que se dejó ver
en la parte boreal de nuestro hemisferio, durante muchos mc-
***, y tuvo suspensa la atención de Europa entera. Percibíase
en Cádiz por el día, y alumbraba de noche al modo de la luna
tt>á» clara, acompañada de' larga y rozagante cabellera.» —
< Revolución de España, lib. XIV.)
— 150 -
chel, el diámetro de la cabeza ó núcleo era de 459.000 le-
guas, ó sea 120 veces el diámetro terrestre. La cola tenia
40 millones de leguas de longitud, por 6 millones de
leguas de anchura; es decir, que la longitud era mayor
que la distancia de la Tierra al Sol. El núcleo era rojo
pálido, y la cabellera de una tinta verde. Uno de sus re-
sultados, — bien inesperado, — fué producir un vino de
famosa excelencia. Aun hay algunas bodegas previlegia-
das que guardan como un peregrino tesoro unas cuantas
botellas de «Fino del Cometa)).
El gran cometa de 1845 tenia una cola más larga aún
que la del de 1811: 80 millones de leguas.
La cola de los cometas presenta á veces una curvatura
muy marcada: la del de 1858 era muy notable, en este
concepto.
Los puntos brillantes que se ven á través de la cabeza
ó de la cola son estrellas, lo cual demuestra la extrema
tenuidad de la materia comearla.
La cola, de ordinario, se halla opuesta al Sol, y se in-
clina constantemente hacia la región quei el cometa aca-
ba de abandonar, como si la materia que lo forma expe-
rimentase más resistencia que la del núcleo.
NATI;RALEZA DE LOS COMETAS. — LA TEORÍA DE LAPLA-
CE. — FUNCIÓN DE LOS COMETAS EN EL SISTEMA SOLAR. •—
«¿Cuál es el origen de los cometas^ Laplace supone que
el Sol y los planetas han sido producidos por una nebu-
losa semejante á las que se ven repartidas con tanta pro-
fusión en el cielo; esta nebulosa estaba animada primi-
tivamente de su movimiento de rotación sobre si misma;
operóse una condensación en el centro, formóse un nú-
cleo brillante, origen de nuestro Sol, y á consecuencia de
- 181 -
un enfriamento sucesivo, depositáronse nubes de vapores
en el plano general del ecuador de la nebulosa, plano
que coincide á corta diferencia con el ecuador del Sol, y
esas zonas de vapores, por su aglomeración, han consti-
tuido los planetas.
Esta teoría de Laplace, da cuenta perfectamente de los
principales rasgos que caracterizan á nuestro sistema: el
movimiento de los planetas en elipses muy redondeadas
situadas casi todas en el mismo plano y descritas en el
mismo sentido; la rotación de esos astros sobre si mis-
mos, y en el sentido genera!, de traslación.
Por lo que hace á los cometas, considerábales Laplace
extraños á nuestro sistema, como si fueran nebulosas que
erraran de un sol á otro; cuando llegan á la parte del es-
pacio en que predomina la atracción de nuestro Sol, éste
les obliga á describir en torno suyo unas órbitas elípticas
ó hiperbólicas. Pero á esto se opone una grave objeción;
pocos cometas, en efecto, describen órbitas hiperbólicas.
Mejor es suponer que los cometas son restos de la nebu-
losa en cuyo seno se ha formado nuestro sistema, pe-
queñas masas de vapores que flotaban primitivamente
aquí y allá en la atmósfera agitada de la nebulosa y
que, solicitadas por la atracción del Sol, describen elip-
ses á su alrededor.» (Catalán).
¿Cuál es, ahora, el papel que desempeñan los cometas
en la economía general de nuestro sistema? ¿Cuál es su
destino? Difícil es decidirlo, y sólo como recuerdo cita-
remos la opinión, — absolutamente desprovista de fun-
damento, — de que contribuyen á mantener el calor so-
lar, arrojándose en la ardiente esfera del Astro Rey.
Aparte de esto, parece que, en efecto, todos los cometas
tienden á precipitarse en dicho foco.
- 151 —
Es muy posible que nuestro globo chocara alguna vez
con un cometa. {Cuál seria su resultado? P u e s , al pare-
recer, ningún efecto sensible experimentariamos del e n -
cuentro; ninguna perturbación sobrevendría en la m a r -
cha de nuestro planeta. Por dos veces han chocado los
satélites de Júpiter con el cometa de Lexell, y otros co-
metas han pasado muy cerca de Alercurio, sin que ni los '
unos ni el otro experimentaran la menor novedad. Dada
la pequeñísima, infinitesimal masa de un cometa, en ma-
nera alguna podría su choque hacer cambiar de una ma-
nera sensible el eje de la Tierra. Lo más probable es que
atravesaríamos por la tensísima cola de uní cometa sin
enterarnos de ello.
ÓRBITAS DE I.os COMETAS. — Los cometas parecen tra-
zar curvas parabólicas, ó sea una elipse extremadamente
alargada. El tiempo, á veces secular, que tardan en tra-
zarla, ha hecho que se les creyera astros fugitivos, pero
no es así; al fin y á la postre, reaparecen trazando de
nuevo su curva parabólica anterior.
PRINCIPALES COMETAS. — En 1680 apareció un m a g -
nifico cometa que fué estudiado por Newton; fué visto,
por primera vez, el 14 de Noviembre; desapareció el 5 de
Diciembre, y volvió á aparecer el 22 m á s espléndido q u e
nunca. Newton demostró q u e los dos arcos observados
pertenecían á la m i s m a parábola, separados por un espa-
cio de 17 días.
Dos años después apareció otro hermoso cometa, y
estudiado por Halley, pudo éste comprobar que recorría
la m i s m a órbita q u e el q u e en 1607 había sido observado
por Kepler, y el q u e en 1531 observó Apiano, y es cono-
cido con el n o m b r e de el cometa de Carlos Quinto. De ahí
- 153 —
dedujo que los cometas de 1531, de 1607 y 1682 eran el
mismo, el cual describe una órbita elíptica que recorría
en el espacio de 66 años. Calculando el eje de esta órbita
resultaba ser 18 veces el de la órbita terrestre,, y ya en
posesión de tales seguridades, no vaciló en afirmar que el
cometa reaparecería en 1757 ó 1758, calculando la atrac-
ción que podría sufrir al pasar muy cerca de Saturno y
Júpiter. El cometa reapareció el 25 de Diciembre de 1758,
y según ya se preveía, se mostró de nuevo en 1835. Aho-
ra ya no volverá hasta 1910.
Este es el primer cometa cuya periodicidad se haya re-
conocido; el segundo es el cometa de Encke. Fué obser-
vado por primera vez en JMarsella el año 1818, por Pons,
y reaparece cada 3 Vs años. Su elipse, por lo tanto, es
í>equeña, y está encerrada dentro de la órbita de Júpiter.
Es un cometa telescópico, raramente visible á simple
vista; presenta una forma o\alada y carece de cola.
El tercer cometa periódico es el de Biela; fué observa-
do en Bohemia por dicho astrónomo, en 1826; su revo-
lución dura 6 ^|^ años. Este cometa apareció desdoblado
en dos distintos astros, en su aparición de 1845, y 'o "^'S-
nio en las sucesivas, supónese que á consecuencia de al-
gún choque.
Citemos también los cometas periódicos de Faye, de
Browsen, de Arrest, etc.
Es indudable que hay millares de cometas; por ahora
se han calculado las órbitas de 200 de ellos; en su mayor
parte son sin duda periódicos, pero esta periodicidad no
es muy segura á causa de la atracción ejercida por los
astros por cerca de los cuales pasan; puede suceder tam-
bién que se alargue tanto (y también que se estreche)
- 154 -
la órbita de un cometa que vaya á parar á otro sistema
solar.
No terminaremos sin dar á conocer algunos tranquili-
zadores datos sobre los cometas, por si algún día chocá-
ramos con alguno de ellos.
La masa del cometa de Encke, por ejemplo, tiene cerca
de una ciento noventa y cuatro cuatrillonésima parte de la
masa de la Tierra.
Un cometa grande como la Tierra pesaría solamente
3.000 kilos.
CAPÍTULO XV

Los I n s t r u m e n t o s a s t r o n ó m i c o s .

Puede decirse que la era de la Astronomía óptica no


comienza hasta el año 1609, en que, noticioso Galileo de
la peregrina invención de un anteojo de larga vista, he-
cho en 1590 por el holandés Zacarías Jansen, fabricante
de anteojos en Middelburg, no dado á conocer, sin em-
bargo, hasta 1606, por Hans Lepperhey, también fabri-
cante de anteojos en la misma ciudad, construyó á su vez
el. primer anteojo empleado en Italia, el cual se conserva
hoy religiosamente en la Academia de Florencia. Con
ese anteojo descubrió Galileo las montañas de la Luna,
las manchas del Sol, los satélites de Júpiter, las fases de
Venus y las estrellas de la Vía Láctea.
Desde entonces quedaba abierto un inmenso campo de
exploración á los astrónomos; con la posesión de aquel
nuevo ojo debía la ciencia adelantar á pasos agigantados
en la tarea de arrancar sus secretos á la estrellada bóve-
da. La óptica no dejó de progresar durante el siglo xvn,
aunque no mucho; pero desde mediados del pasado si-
glo, y, sobre todo, desde mediados del presente, sus
- 156 -
conquistas han sido asombrosísimas, y han llegado hasta
el maravilloso punto de colocar la Luna á un kilómetro,
con el anteojo que será uno de los mayores atractivos de
la próxima Exposición Universal de Paris.
Los más poderosos telescopios del presente tiempo son:
r.° El grande ecuatorial del Observatorio de Monte
Hamilton, cerca de San Francisco de California (1887).
Su lente mide o^py de diámetro. Longitud, r5 metros.
Aumento de, 2.400 veces.
2.° El gran ecuatorial de Niza, costeado por el ban-
quero Oppenheim. en ÍSH-]. Lente, o'"76 de diámetro.
Longitud, 18 metros; aumento. 2.000 veces.
3.° El grande ecuatorial del Observatorio de Putkovva,
cerca de San Petersburgo. Muy semejante al anterior.
4.° El gran telescopio de Mr. Lassell, construido en
1862. El espejo mide i"'22 de diámetro. Longitud, i r'°40.
Aumento de 2.000 veces.
5.° El gran telescopio de Melbourne. El espejo mide
i°'22 de diámetro. Longitud, 2 metros. Funciona desde
/87o. Amplifica 2.000 veces.
6." Ecuatorial del Observatorio de París, construido
por M. Loevy. Longitud total, 18 metros. Diámetro del
espejo exterior, o^Sj.
Digamos ahora que los telescopios difieren de los an-
teojos en que con éstos se mira el astro á través de una
lente, y en los telescopios se les mira reflejados en un
espejo. Claro está que, á dimensiones iguales, tienen ma-
yor potencia óptica los anteojos que los telescopios.
Para su más fácil manejo, así los anteojos como los
telescopios, están montados sobre un soporte giratorio,
que puede seguir á los astros en su movimiento circular
- 157 -
paralelo al ecuador celeste, y de ahí su nombre de ecua-
toriales.
El lente mayor del anteojo se llama el objetivo; el me-
nor, al cual se aplica el ojo, el ocular. Los rayos que vie-
nen de tal ó cual astro, se entrecruzan al atravesar por el
objetivo, penetran de esta manera en el interior del an-
teojo, y forman una imagen cerca del ocular, la cual se
ve amplificada á cierta distancia más allá. El punto en
que se forma la imagen se llama el foco del objetivo, y
la distancia desde el foco á esta lente se llama la distan-
cia focal.
En los telescopios, la parte esencial es el espejo curvo,
colocado en donde se coloca el ocular en los anteojos.
Este espejo refleja á su vez los rayos que recibe en otro
espejo, más pequeño, plano, que guarda una inclinación
de 45°. Este segundo espejo refleja á su vez á un lado del
telescopio la imagen recibida en el espejo curvo del fon-
do, de manera que con el telescopio no se mira por el
extremo, sino por la mitad de uno de los lados. Hoy, ge-
neralmente, no se emplean más que anteojos ecuatoria-
les, colocados bajo una cúpula giratoria.
Precisa saber ahora que la buena calidad de uno de
esos instrumentos no depende solamente de sus dimen-
sines. Hay instrumentos mucho más pequeños que los
citados antes que los igualan en valor óptico: el ecuato-
rial de o^jS de Niza es tan bueno y tiene tanto valor óp-
tico como el de o"'76.
Como hace observar, sin embargo, M. C. Flamma-
rión, «el ojo que observa es en definitiva la causa pri-
mera de todo descubrimiento».
CAPÍTULO XVI

El análisis espectral.

No solamente cuenta hoy la Astronomía con el pode-


roso auxilio de los instrumentos ópticos y las maravillas
del cálculo, aplicables ambos á los astros considerados
en sus movimientos y distancia, sino que se halla en po-
sesión de métodos para estudiar lo que hubiera parecido
una ambición delirante en pasados siglos: la constitución
fisica de los mismos, mediante el análisis del espectro
de la luz que nos envían las estrellas.
Todos saben en qué consiste la descomposición de la
luz por el prisma: á su paso por éste, la luz se descom-
pone en los siete colores del arco iris: rojo, anaranjado,
amarillo, verde, azul, añil y violeta.
Supongamos ahora que nos hallamos en el interior de
un cuarto oscuro, y practicamos una pequeña rendija en
la pared ó ventana por donde penetrada el Sol. Miremos
por la rendija, colocando un prisma triangular delante
de nuestros ojos, y veremos una imagen alargada de
aquélla presentando también la serie de los colores del
iris. No se debe operar, sin embargo, sobre la luz so-
— 189 -
lar, porque es demasiado viva, sino sobre la luz difusa,
la que procede, por ejemplo, de alguna nube blanca.
Resulta, pues, que el prisma descompone la luz; las
diversas imágenes producidas por la dispersión de la
luz á través del prisma, se distinguen por sus colores di-
ferentes, pero como se hallan muy próximas, se confun-
den unas con otras, formando un todo único cuyas tintas
van en degradación insensible desde el rojo al violeta.

Fig. i8. — El prisma.

En 1802 trató el físico inglés WoUaston de separarlos


colores, á cuyo objeto practicó una rendija larga y suma-
mente estrecha; colocóse lejos de la hendidura para mi-
rarla y volver el prisma de manera que sus aristas fuesen
paralelas á la longitud de aquélla. Wollaston vio enton-
ces el espectro dividido en cuatro porciones por cuatro
ó cinco finas rayas negras transversales. Análogo, aun-
que no idéntico, resultado obtuvo mirando el espectro de
algunas luces artificiales (fig. 18).
En 181;, Frauenhofer, óptico de Munich, hizo como
Wollaston, pero interpuesta una lente entre sus ojos y
el prisma, rió que, en lugar de 4 ó 5 rayas, habia
más de 600. Frauenhofer fijó la situación precisa de gran
— 160 -
número de esas rayas, que desde entonces llevan su
nombre, é hizo un dibujo del espectro, que contenia J54.
De igual manera que WoIIaston, reconoció que los espec-
tros proporcionados por diferentes luces artificiales se dis-
tinguen por una disposición especial de las rayas, y aun
por su ausencia completa.
Estudiado este fenómeno, reconocióse que la luz emi-
tida por los cuerpos sólidos ó líquidos incandescentes,
producen un espectro que no ofrece ninguna raya trans-
versal. Asi se ve empleando una brasa de carbón en
ignición ó un pedazo de cal colocado en medio de la
llama del hidrógeno en combustión.
Los gases vueltos luminosos por una temperatura más
elevada producen espectros, no con rayas obscuras como
el espectro solar, sino con rayas brillantes, variables ea
número y posición, según la naturaleza del cuerpo lumi-
noso.
De ios experimentos hechos por Brecoster en 1833, re-
sulta que las rayas obscuras, tan luminosas en el espec-
tro solar, son rayas de absorción, es decir, que son
debidas al paso de la luz á través de un gas que absorbe
parte de los rayos que entran en la composición de di-
cha luz.
Se reconoció también que lo mismo los rayos brillan-
tes en un caso que los obscuros en otro, ocupan en el
espectro lugares absolutamente idénticos. Allí donde el
hidrógeno incandescente produce una raya brillante, pro-
ducirá una raya obscura si ejerce absorción sobre una luz
extraña que le atraviese. Este fenómeno se llama la m-
versión del espectro (Kirchoff).
Supuesto que los gases de diversas naturalezas, los
- Ifil -
vapores de los cuerpos que vemos habitualmente en es-
lado sólido ó liquido,—por ejemplo, los vapores de los
"metales,—dan lugar á sistemas de rayas, sean brillantes,
sean obscuras, propias de cada uno de esos cuerpos ga-
seosos, compréndese que resulte de ello un carácter neto
y especial que puede dar á reconocer la naturaleza de
cada cuerpo. «El examen de las rayas de los espectros
luminosos producidos bajo la influencia de una sübstan-
^ta gaseosa cualquiera, dice M. Delaunay, puede condu-
^^T, pues, al conocimiento de los cuerpos simples que
entran en Ja composición de este gas, de manera que hay
ahi un verdadero método de análisis químico; esto es lo
que constituye el análisis espectral.»
Aplicación del análisis espectral al estudio de la compo-
sición química de los astros. — Creía Frauenhofer que las
•"ayas negras del espectro solar tenían su origen en la
naturaleza propia de la luz del Sol; vino Brewster y pudo
concluir en el sentido de que eran rayas de absorción
debidas á la atmósfera del Sol: estableció después Kir-
choff el hecho de la inversión del espectro y no hubo ya
sino que estudiar con cuidado los sistemas de rayas bri-
llantes producidas por diversas substancias gaseosas in-
candescentes y compararlas luego con las rayas obscuras
que presenta el espectro solar para reconocer, por la
coincidencia de lugar de unas y otras, cuáles eran las
substancias gaseosas que realmente existen en la atmós-
fera del Sol.
Hubo, pues, coincidencia de sesenta rayas brillantiss
de las que da el hierro, en estado de vapor incandescen-
te, coii otras tantas rayas obscuras del espectro solar;
luego en la atmósfera del Sol hay hierro en estado de
- 162 -
vapor incandescente, y lo mismo sucedió con el calcio,
el magnesio, el sodio, el cromo, el niquel, el bario, el
cobre, el zinc, el hidrógeno, el manganeso, el estroncio,
el cobalto y el cadmio. Las rayas brillantes producidas
por esos vapores en sus respectivos espectros coinciden
todas con sendas rayas obscuras del espectro solar. En

Fig. 19. — Dispersién de la luz por el prisma.


P El prisma. — 1. Rayo solar. — 2. Dirección del rayo original.—
3. Dirección del rayo refractado. — a. Rojo.—¿.Anaranjado.—
e. Amarillo.—ti. Verde.—<. Azul.—/. Aflil.—^. Violeta.

cambio no se ve que haya correspondencia entre las ra-


yas brillantes del oro, la plata, el mercurio, el aluminio,
el estaño, el plomo, el antimonio, el litio y el silicio, y
las rayas obscuras del espectro solar. (Fig. 19.)
Si tenemos en cuenta la enorme temperatura del Sol
no nos sorprenderemos de que puedan existir en su at-
mósfera los vapores de los metales que hemos dicho. De
ahique no deje de tener muchas probabilidades de certeza
- 1M -
'a hipótesis de M. F'aye al suponer que el Sol es senci-
llamente una masa gaseosa de elevadisima temperatura,
'negando, por lo tanto, que tenga ninguna solidez y que
posea la cubierta de nubes deslumbrantes que constitu-
yen la presente fotosfera.
«Observando los diversos cuerpos de nuestro sistema
planetario, dice Delaunay, que no son luminosos por si
mismos, y que no vemos sino porque están iluminados
por el Sol, débese encontrar en su luz todo lo que encie-
rra la luz que viene directamente del Sol, y además las
rayas de absorción debidas á la atmósfera particular del
cuerpo por donde nos re-envia esa luz. Ruédense, pues,
Sacar de ello algunas nociones sobre las atmósferas de
que están rodeados esos diversos cuerpos. Sometida á
este examen la luz de la Luna, no da más que la luz solar
directa, lo cual es una prueba más que añadir á la au-
sencia de atmósfera de nuestro satélite.
»E1 espectro de Júpiter presenta una faja obscura que
corresponde á algunas rayas atmosféricas de la Tierra;
Otra faja señala en este planeta la presencia de alguna
substancia que no conocemos. El espectro de Saturno es
análogo al de Júpiter, pero más débil y más difícil de
analizar. Según el examen de esos dos espectros, es ve-
rosímil que las esferas de Júpiter y Saturno encierren
vapor de agua.
«Frauenhofer había podido ya observar los espectros
de algunas estrellas tales como Sirio, Castor, Polux. la
Cabra, Betelgeuse, Proción; había reconocido que esos
espectros diferian más ó menos del espectro solar por las
rayas principales.»
Ciertas disposiciones especiales dadas á los espectros-
- 164 -
copios y el empleo de poderosos anteojos para concen-
trar una gran cantidad de luz, han permitido extender
considerablemente el campo de qsas observaciones. El
P. Secchi, á quien se deben importantes trabajos rela-
tivos á este asunto, ha publicado una Memoria que
contiene la descripción, más ó menos detallada, de los
espectros de 316 estrellas. « Asi se ha podido reconocer
que, salvo raras excepciones, las estrellas pueden refe-
rirse á tres tipos particulares, cada uno de los cuales
predomina con preferencia en ciertas regiones del cielo:
n I." tipo: Comprende las estrellas blancas, tales como
Sirio, a de la Lira, a del Águila, etc., y pertenecen al
mismo la mitad de las estrellas examinadas. Está carac-
terizado, sobre todo por la presencia de gas hidrógeno
á elevadisima temperatura; además del hidrógeno, mu-
chas de esas estrellas encierran muy distintamente otras
sustancias, como el sodio y el magnesio.
))2.° tipo: Es casi tan numeroso como el primero, y
comprende las estrellas que tienen una composición aná-
loga á la de nuestro Sol; encuéntranse entre ellas Artu-
ro, la Cabra, Polux, etc.
M3."tipo: Es el menos numeroso de los tres, y tiene
un carácter especial la presencia de gases á baja tempe-
ratura; las estrellas que encierra, tales como Betelgeuze
ó a de Orion, Amares, a de Hércules, etc., tienen general-
mente un tinte rojizo; su luz parece ser la de los dos tipos
precedentes, modificada por el paso á través de una at-
mósfera absorbente, tal como la de nuestros planetas (1 j .
(I) Compárense los caracteres de esos tres tipos con los
que hemos visto que sirven para determinar la edad de las
ettrellas, y se verá que corresponden por su orden á las tres
edades de formación, estado y decadencia ó muerte.
- 1«8-
..Las mismas nebulosas han sido sujetadas al análisis
espectral. A pesar de la debilidad de esos fulgores blan-
quecinos que indican la presencia de una materia muy
sutil diseminada en espacios de considerable extensión
M. Huggius, y otros después de él, han podido producir
con s u l L espectros muy sensibles. De ahí han resultado
indicaciones de extremada importancia acerca de ^ na-
turaleza de esas nebulosas. Observándolas con los teles-
copios más poderosos, se habia reconocido ^^^ cierto
número de entre ellas no eran más que aglomeraciones
de estrellas de débil brillo; otras, por el ^^^'^^^^J^'';'
con los mismos instrumentos, habian conservado su as
pecto de nebulosas, sin ninguna apariencia sensible de
puntos brillantes distintos: de ahi la d-.sión de n.tuto
sas resolubles en estrellas y de r^ebulosas r^o resolubles. V^o
esta distinciénde las nebulosas en dos especies gestaba
bien fundada en la verdadera naturaleza fe esos monto
nes de materia, 6 bien dependía solamente ^e que no e
hubieran empleado instrumentos de suficiente potencia
para resolverlas todas en estrellas? La .ndec.s.ón que
reinaba sobre este punto ha desaparecido por completo
gracias al análisis espectral. Se ha reconocido que a lo
„o narte de las nebulosas no resolubles, son ma-
r : e % r e s T n estaio^ncandescente, y no aglomerado-
Te de S t r d l a s . Sus espectros presentan - corto nume-
ra) de rayas brillantes que señalan especialmente la pre
sencia del hidrógeno y del ázoe.
.,Los cometas se conducen como las nebulosas no re
solubles, y deben ser miradas como masas gaseosas
dotadas de luz propia. ,. ' „ K^jiUnt*'
))En mayo de 1866 apareció súbitamente una brillante
- IW -
estrella en la constelación de la Corona boreal, para des-
aparecer luego en el espacio de algunos dias; al punto se
apresuraron los astrónomos á someter al análisis espec-
tral la luz de aquella estrella, que no era, por lo demás,
sino una estrella conocida, pero muy débil, vuelta re-
pentinamente brillante. El espectro obtenido presentó el
de una estrella análoga á la de nuestro Sol, atravesado
por cierto número de rayas brillantes. Esta última circuns-
tancia indicaba la presencia de un gas luminoso á una
temperatura elevadisima, y conteniendo hidrógeno. «El
carácter del espectro de esta estrella—decían los señores
Higgins y Miller,—relacionado con la súbita explosión
de su luz y la disminución rápida de su brillo, nos lleva
á suponer que, á consecuencia de alguna grande convul-
sión interior, se han desprendido de ella grandes canti-
dades de gases, que el hidrógeno que formaba parte de
ella se ha inflamado, combinándose con algún otro ele-
mento, y ha producido la luz representada por las rayas
brillantes; que, en fin, las llamas han calentado la ma-
teria sólida de la fotoesfera de la estrella hasta una viva
incandescencia. Cuando el hidrógeno ha quedado consu-
mido, todo el fenómeno ha disminuido de intensidad, y
la estrella se ha extinguido rápidamente.» ¿No se en-
cuentran ahí todos loa caracteres de un verdadero incen-
dio, que nos ha sido dado percibir en las profundidades
de los espacios celestes? iNo hay que olvidar que, en
atención al inmenso alejamiento del lugar en que se pro-
dujo el fenómeno, la luz debió tardar un tiempo consi-
derable en advertirnos de ello, y que habían transcurrido
quizá diez años, veinte años, cien años, y aun más, que
había terminado cuando lo advertimos.»
— 167 -
Observemos ahora que esas estrellas rojas (ó viejas),
cuyos espectros resultan tan notables, son al mismo
tiempo variables, con una periodicidad más ó menos re-
gular, debiendo atribuirse sus variaciones á cambios que
sufre el poder absorbente de su atmósfera.
« He ahi - dice á su vez el P. Secchi - cosas b^en ex-
traordinarias y singularmente interesantes, reveladas por
un pequeño instrumento, cuyo poder no se sospechaba
siquiera hace algunos años. A pesar de sus imperfeccio-
nes, nos ha iniciado en tales maravillas, que podemos,
sin indiscreción, pedirle todavía más. Dia llegara en que
podrá hacernos conocer los movimientos propios de as
estrellas. Combinando la indicación del espectro de as
estrellas con las observaciones de los astrónomos y las
leyes de la óptica, podremos determinar las órbitas de
esos astros que tardan millares de años en descubrir sus
trayectorias.» , , „ j;„
Terminaremos citando un elocuente párrafo de un dis-
curso del mismo ilustre sabio: «El hombre, ante la in-
mensidad de la creac.ón-escnbe,-parece desapar cer
como un átomo en el infinito... Es un error. Su ESPÍRITU
en el hecho de comprender estas maravülas, es ya mas
grande y más vasto que el asunto que abarca. Este sólo
hecho desu inteligencia nos muestra que su naturaleza e,
mucho más sublime que la de la materia, y que tiene un
destino mucho más noble que todas por los espacioso
brilla con vibraciones luminosas. De igual manera que en
una muchedumbre numerosa cada individuo conserva su
personalidad en medio de esta multitud, en la cual se ha-
lla, por decirlo asi, anegado, de igual manera el hombre
no deja de ser objeto de los cuidados de su Autor porque
— 168 —
habite un globo perdido en los espacios, en medio de
muchos millones de globos semejantes. Asi, ningún acto
de la providencia, extraordinaria para con el género hu-
mano, debe parecer imposible, aun en presencia de esos
seres innumerables que pueblan, quizás, el espacio.»
CAPÍTULO XVII

La Astronomía fabulosa
POR M. HOUZEAU

Siempre ha sido considerable la influencia de los as-


tros en las imaginaciones, y por lo tanto, los progresos
de la Astronomía á través de las edades nos dan una ñel
imagen de las conquistas del espíritu humano. Vamos,
pues, á estudiar los orígenes de la Astronomía, que son,
' hasta cierto punto, el alfabeto de esta ciencia.
Contamos hoy, con profusión, con relojes y calenda-
rios, pero nuestros primeros padres no poseían nada que
les permitiese medir el tiempo, ó mejor dicho, tenían el
Sol y la Luna, que sirven aún algo á nuestros campesi-
nos, pero tan poco, que se encarga á la campana el seña-
lar á los trabajadores de los campos las principales inci-
dencias del día. El curso del Sol daba la su<;esión de los
días y las lunaciones indicaban los meses. En cuanto á
las estaciones y á la renovación del año, ninguna regla
había en su principio que permitiese la formación de un
- no -
calendario. El hombre primitivo era, pues, su propio as-
trónomo, y los diversos sistemas propuestos en los pri-
meros tiempos reflejaban vivamente el temperamento de
sus autores.
La oscuridad de la noche ejercía una suerte de terror
sobre el espíritu de nuestros antepasados; de igual ma-
nera que la existencia material sucede á la nada, el día
sucede á la noche, que es el origen del tiempo, como el
invierno es el del año. Los ostiacos del lenissei contaban
sus años por las nieves, los iroqueses de la América del
Norte por los inviernos. Los númidas, los galos de Cé-
sar, los germanos de Tácito, estimaban los periodos
diurnos por las noches. En el Norte, principalmente, la
noche tenia una importancia considerable, y los pueblos
escandinavos poseían las ideas mejor encadenadas y más
poéticas. «El día era el hijo de Nott, la Noche. Esta vá la
primera, dice un pasaje del Edda, montada sobre un ca-
ballo Rinfaxe (crines de hielo). Todas las mañanas, al
acabar su carrera, el corcel riega la tierra con las gotas
de espuma que caen de su freno: es el rocío. El Día si-
gue montado sobre Sinfaxe (crines luminosas); estas
crines iluminan el aire y la tierra».
lisos pueblos creían también que la noche más larga,
la del solsticio de invierno, había engendrado todos los
días, .y que el mundo había sido creado durante una no-
che semejante. Por eso era llamada la noche-madre. Era
la mejor fiesta del año, y al mismo tiempo el origen del
año nuevo. Se la llamaba también /««/, nombre actual
de la ñesta de Navidad, que la ha reemplazado.
Los caldeos decían que el mundo había comenzado en
el equinoccio de otoño, cuando la noche se hace más
larga que el día.
— 171 -
t'-n en siglo xvni los tribunales franceses ordenaban
3un comparecer dentro de catorce noches. Los ingleses
dicen forlhnight, contracción de fourier nights, catorce
noches, para designar un intervalo de dos semanas, que
llamamos impropiamente quince días.
Las fases de la Luna han sido muy notadas, y el ciclo
de esas apariencias diversas es bastante corto para pres-
tarse á una división cómoda del tiempo, que era el mes
antiguo, y que sirve aún á los israelitas y musulmanes
para calendario. Cuando los indios de muchas tribus se
reunían para una empresa, la señal de la cita era gene-
ralmente un plenilunio designado largo tiempo antes.
Los hermosos claros de luna de los países que tienen
una atmósfera generalmente pura, invitan á los juegos y
a las fiestas. La Luna nueva interrumpía los regocijos,
•íue continuaban á más y mejor, con fogatas, cuando se
veía el delgado creciente plateado después de la puesta
de Sol. Los antiguos peruanos decían que la Luna esta-
ba muerta durante los tres dias de su invisibilidad. Los
jasias del Noroeste de la India pensaban que el Sol la
quema. Muchos pueblos salvajes creían ver en la luna-
ción una querella entre el Sol y la Luna, que eran para
ellos marido y mujer, volviendo á pasar cada mes por
las mismas fases. La Luna aumenta desde el novilunio
hasta el plenilunio, después decrece y lo mismo ocurre
con su dominación; finalmente, el Sol triunfa, y se traga
á su adversaria, cuya cabeza escupe en el cielo.
Para los antiguos eslavos, habiendo sido la Luna in-
fiel á su esposo con la bella Venus, la estrella de la ma-
ñana, estaba condenada á errar en el cielo.
Los indios dakotas de la América del Norte pensaban
- ITf -
que la Luna en su declinación es comida por unos ra-
toncillos Los polinesios la hacían devorar por los espí-
ritus de los muertos. Los hotentotes decían que decrece
cuando, sufriendo de dolor de cabeza, se lleva la mano
á la frente, que oculta á nuestras miradas. Los esquima-
les se figuraban que la Luna, desmayada de fatiga y
desfallecida de hambre después de haber cumplido su
carrera, se retira un instante para descansar y tomar ali-
mento. La manera como engorda á ojos vistas después
de su reaparición, demuestra con que avidez se ha sa-
ciado.
En todo tiempo las manchas de la Luna han fijado la
atención y provocado la imaginación. No hay probable-
mente ningún pais en que no se represente un cuadro
ficticio en el disco de nuestro satélite, y sin embargo, en
medio de las figuras diversas que se suelen representarse
en la Luna parecen predominar dos tipos principales,
siguiendo cierta distribución geográfica.
En el Asia Oriental, la visión común es la de una lie-
bre ó un conejo. Los japoneses y los chinos se represen-
tan un conejo sentado sobre su cuarto trasero, co-
locado delante de un almirez y pistando arroz á la
manera de aquellos paises. Los hindos ven una liebre ó
un corzo, y dan á la Luna el nombre de portador de lie-
bre ó de corzo. Los siameses colocan en la Luna la figu-
ra de una liebre, por más que algunos distingan en ella
un hombre y una mujer que cultivan su campo.
Para la mayoría de los pueblos indios de la América
del Norte la liebre es el símbolo de la Luna, como el
tigre ó el jaguar es el del Sol. Los mejicanos pretendían
que había en el disco de la Luna un conejo, al cual re-
- 173 -
ferian uno de sus mitos. En la América Central ciertos
monumentos representan la Luna bajo la figura de un
cántaro ó de una concha con volutas de la que sale una

'V^ando se pasa de la América del Norte á la del Sur


la imagen colocada por las creencias populares en el glo-
bo de nuestro satélite sufre un cambio completo; la lie-
bre y el conejo son reemplazados por un rostro humano.
Los incas cuentan que una moza de la vida alagre, pa-
seándose á la luz de un hermoso claro de luna quedó
enamorada de la belleza del astro y deseó poseerlo; lan-
zóse hacia él para besarlo: la Luna la estrechó con su
vigoroso movimiento y la retiene aún.
Para los potowotomios del Orinoco las manchas de la
Luna figuran una vieja doblada por los años, y algunas
tribus del norte del continente, especialmente los otta-
was, sostienen lo mismo.
En el archipiélago de Samoa distinguen en la Luna
una mujer y su hijo, que han sido transportados alia, b n
las islas Book ven hombres; en Timor una vie,a que está
hilando. , . i j„i
Las principales naciones africanas, sobre todo las del
Sur, distinguen también un rostro humano.
L^s antiguos escandinavos referían las manchas del
astro de la noche á una verdadera eyenda. «Mane di-
ce el Edda, arregla los cursos de la Luna y sus diferen-
tes cuartos. Un día raptó á dos niños. B.l y H.nke que
volvían de una fuente y llevaban un cántaro suspendido
de un palo. Esos doé niños no abandonan la Luna, como
cualquiera puede ver». ^ , r^ „\«r.Ai<,
En la explicación de los esquimales de la Groenlandia,
- 114 -
Anninga, la Luna, hermana de la bella Malina, el Sol,
perseguía un dia á su hermana é iba á alcanzarle cuando
ésta se volvió, y con los dedos ennegrecidos con el ho-
llin de una lámpara, ensució el rostro y el vestido de
Anninga, que conserva todavía las señales.
Los jasias, que entienden que la Luna está quemada
cada mes por el Sol, ven en las manchas de su disco las
cenizas que resultan de esa combustión.
La visión griega de una cara de joven ha quedado en
las naciones latinas. Los pueblos de origen germánico,
sin salir de las figuras de tipo humano, se inclinan más
á la imagen de un hombrecillo encorvado bajo el peso
de un haz. Shakespeare habla muchas veces de un hom-
bre cerca del cual se veía un perro y un matorral.
En Francia, según las localidades, • los campesinos
creen ver: la cara del traidor Judas; Judas ahorcado de
una rama de saúco; Juan de los Nabos haciendo rodar
un carretón lleno de nabos robados; el fraticida Caín,
apoyado sobre un azadón y mirando al inocente Abel,
tendido á sus pies; un villano culpable de haber cor-
tado leña del bosque en el dominio de su señor y atrapa-
pado por la Luna; un labrador que iba á cercar un cam-
po el domingo y está condenado á helarse en la Luna
cargado con un haz de espinos; un cazador y su perro;
una cabra y su guarda que la ordeña cerca de un mato-
rral, siempre con el sempiterno haz...
No hay necesidad de decir que con un buen anteojo se
ven sencillamente partes luminosas y partes obscuras, y
descúbrense regiones montañosas y cráteres de volcanes
extinguidos. Algunos astrónomos encuentran una gran
semejanza con la cola de un pavo real, ó mejor con el
- ITO -
aspecto que ofreceria el yeso en polvo, dispuesto irregu-
larmente y bien regado, sobre el cual cayese la luz del
Sol; los lagunajos de agua figurarían perfectamente los
cráteres.
Durante los primeros eclipses de Luna, los primeros
hombres experimentaban el mayor terror. Los eclipses
totales de Sol son muy raros: hay cuando más uno por
siglo en un lugar dado, y su duración no excede de mu-
cho de cinco minutos. Los eclipses parciales de este astro
no son mucho más sensibles que la interposición de las
nubes, de manera que esos fenómenos se producen casi
sin llamar la atención. No sucedía lo mismo con los
eclipses de Luna que tienen efecto en el momento del
plenilunio, y como nuestro satélite es entonces visible
toda la noche, si el cielo está claro, se siguen fácilmente
los cambios que se producen en su disco.
Cuando la Luna se eclipsaba los incas la creían enfer-
ma. Así que se la veía encentada, extendíase la inquie-
tud por todos los corazones. Si fuese á desaparecer pqr
entero, seria la señal de una muerte cierta: no podría
sostenerse ya en el cielo, caería en la tierra, aplastarla á
los pobres mortales, y acabaría el mundo. Así, en cuan-
to se advertía uno de esos eclipses, cuyas fechas se igno-
raban, cada uno se precipitaba sobre los instrumentos
que podía hallar á mano, tambores, trompetas, calderos,
metiendo un ruido espantoso. Ataban á los perros y les
daban de latigazos para hacerles exhalar gritos lastime-
ros, persuadidos de que la Luna ama á esos animales y
que, enternecida con sus gemidos, haría un esfuerzo para
reanimarse (probablemente por esta razón se dice de un
perro que llora por la noche que ladra á la Luna). ¿Ha-
- 116 -
brian hablado de otra manera de Diana Cazadora los
griegos de la antigüedad clásica i*
En el Perú, durante los eclipses de Luna, los hombres,
las mujeres y los niños gritaban con un conjunto ensor-
decedor: ¡Mama quilla! ¡mama quilla! esto es ¡Mamá lu-
na! suplicando á las potencias celestes que no la dejasen
morir. Cuando recobraba su luz se alababa al gran dios
Pachacamac, sostén del universo, que la habla curado, y
gracias á esta curación había evitado que tuviese fin la
existencia de los mortales.
Los hurones y caribes tenían casi las mismas ideas: el
terrible demonio Maboya, que es el autor de las apari-
ciones horripilantes, de las enfermedades, del trueno y
de las tempestades, trata de devorar al astro de las no-
ches. Para poner en fuga al monstruo, armábase una
gran batahola golpeando sobre los árboles, sobre tambo- '
res, sobre calderos y sobre todo, agitando las maracas,
calabazas que contienen guijarros, como nuestras cam-
panillas contienen cascabeles. «Los caribes, dice Estertú
(Í667) danzan entonces toda la noche, lo mismo los jó-
venes que los viejos, las mujeres que los hombres, sal-
tando á pies juntillas, con una mano sobre la cabeza y
la otra en la nalga, sin cantar, pero lanzando gritos lú-
gubres y espantosos. Los que han comenzado á bailar
están obligados á hacerlo hasta que asoma el alba, sin
atreverse á dejarlo por ninguna clase de necesidad, mien-
tras lo cual una joven agita una calabaza que contiene
algunas piedrecitas y trata de acordar su voz grosera con
aquella zambra inoportuna».
Los esquimales esconden las provisiones y cierran las
casas, por miedo á que entren en ellas el Sol ó la Luna.
- m—
Los hombres lanzan gritos y dan fuertes golpes; las mu-
jeres tiran de las orejas á los perros. Si esos animales
gritan, el fin del mundo no está próximo, porque existían
antes que los hombres y tienen un presentimiento mucho
más cierto del porvenir.
Para algunas tribus de la América del Sur, un perro
gigantesco devora á la Luna durante los eclipses; para
los guaranis de la cuenca de Orinoco es un jaguar;
para los makalos ictiófagos del estrecho de Fuca, es un
tiburón. En estas ocasiones, ciertas tribus disparaban
flechas al aire para apartar á los pretendidos enemigos
del Sol y de la Luna. Esto recuerda una hazaña de Al-
fonso VI, rey de Portugal (1664); habiendo sabido que
se vela en el cielo un cometa precursor de la muerte de
un soberano, salió para verle, y después de haberle in-
sultado, le disparó una porción de pistoletazos.
Los escandinavos tenían casi las mismas ideas. La
Luna y el Sol, Mane y Sunna, que son hermano y her-
mana, marchan aprisa, perseguidos por dos lobos terri-
bles dispuestos á devorarlos. El más temible es Managar-
mer, monstruo que engorda con la substancia de los
hombres que se acercan á su fin; se come á veces la Luna
y derrama sangre por el cielo y los aires.
A pesar del estado relativamente adelantado de la As-
tronomía, entre los hindos, este pueblo conservaba en
el cielo la cabeza y la cola del dragón que tenía de devo-
rar al Sol y la Luna durante los eclipses: eran los dos
nudos de la órbita lunar sobre la eclíptica. Hoy aún, la
duración de la revolución de la línea de los nudos es
llamada el período dracónico.
Se encuentra entre los hebreos una tradición análoga.
- 178 -
El astro del Apocalipsis nos representa una mujer vestida
en el Sol, que tiene la Luna bajo sus pies y lleva una
diadema coronada de doce estrellas: un dragón de siete
cabezas, capaz de arrastrar con su cola una tercera par-
te de las estrellas del cielo, espera para devorarlo el fruto
que aquella mujer va á dar al mundo.
En las ciencias populares de Sumatra y de Malacca, el
oscurecimiento del astro está causado por una gran ser-
piente que se enrosca en sus pliegues. Los alfurus de
Ceram creen que la Luna se duerme durante los eclipses,
y tocan el tambor para despertarla. Los siameses se
imaginan aún hoy en día, que los eclipses están causa-
dos por la malignidad de un dragón que devora al Sol ó
la Luna; meten entonces gran ruido en las sartenes y
calderos para expulsar aquel animal pernicioso. Los le-
trados conocen este fenómeno, saben que se puede pre-
ver por anticipado y calcular su retorno.
Lo mismo pasa en la China, pero en este país emi-
nentemente conservador, la corte misma y las autorida-
des del Imperio, han perpetuado indefinidamente las
tradiciones de los primeros tiempos. Un eclipse de Sol
era una advertencia dada 3I Emperador para hacerle
examinar sus faltas y repararlas. Si el fenómeno era
anunciado por un astrónomo oficial (i), se daba aviso á
todo el Imperio, y la corte le prepara á él con el ayuno
y el retiro. El dia fijado, se esperaba, por todas partes

( I ) LOS dos astrónomos No é Ni fueron condenados


muerte por no haber previsto, como les prescribía la ley el
eclipse de Sol acaecido bajo el reinado del emperador Tchoa-
Kan, hacia el año »t^$ antes d« nuestra Era.
- m-
con ansiedad. Asi que el astro quedaba encentado, que
empezaba, según la expresión china, á ser comido, el
Emperador daba por si mismo la señal de alarma,
batiendo el redoble de prodigio sobre el tambor del trueno.
Los mandarines, que hablan venido con sus arcos y sus
flechas para socorrer al astro eclipsado, disparaban al aire
sin parar. Los chinos ilustrados saben que esto no son
más que formas, pero reina todavía la superstición en-
tre las gentes del pueblo que se postran de rodillas asi
que empieza el eclipse, hiriendo la Tierra con su frente y
haciendo gran ruido de tambores y de gongs para librar
al astro del dragón que amenaza devorarlo.
Los autores griegos y latinos ( Platón, Plinio, Tito
Livio), nos cuentan que se metía gran ruido durante los
eclipses. Los primeros cristianos tocaban las campanas,
no solamente durante las tempestades (i), sino también
durante los eclipses, para rechazar, según la consagra-
ción del cura, la oscuridad causada por los fantasmas,
umbra phantasmaium, recuerdo de los genios obscuros
que devoran la Luna, según el P. Lafitau.
Los primeros observadores del cielo estrellado, no
sospechaban nada acerca de la verdadera naturaleza délos
astros, ni de las distancias considerables que de ellos
nos separan. Los creían, si no al alcance de la mano, por
lo menos, y casi en un sentido literal, al alcance de la
voz. Homero dice que los pinos más elevados del mon-
te Ida rebasaban el limite de la atmósfera y penetraban
en la región etérea, á través de la cual el ruido de las
armas de sus héroes llegaba hasta el cielo. s

( I ) Esta práctica subsiste aún en muchas localidades ru-


rales de FraacUjy España.
— 180 -
Este cielo era un hemisferio sólido, una campana que
reposaba sobre la Tierra. Era, según la expresión de Eu-
rípides, una cobertera puesta sobre las obras del subli-
me obrero. El salmista hebreo del siglo xi, antes de
nuestra Era, decía al Señor: «Extendéis los cielos como
un pabellón.»
En esta bóveda hemisférica se encontraban, fijas como
clavos, las estrellas de Anaximenes; Empedocles las su-
ponía insertas en la bóveda de cristal.
La campana celeste recubría una tierra llana, rodeada
de agua por todas partes. Cada pueblo se creía en el
centro, y la China es aún hoy el Imperio del Medio. Los
incas enseñaban el centro de la tierra en el santuario del
Cuzco, cuyo nombre significa ombligo., como los griegos
lo veían en el templo del Sol en Delfos, llamado tam-
bién el ombligo (ómfalos) del mundo habitable y cele
brado á este titulo por Pindaro. Los chinos ponían el
ombligo de la torre en la ciudad de Khotois. La conexión
de la tierra plana y semejanie á una torta, ha reinado en
la civilización europea hasta las Cruzadas, y aún la
conservan los lazzaroni de Ñapóles.
Los hawaianos, los maories y los esquimales creían
que el cielo estaba sostenido por una columna, como la
antigüedad clásica lo suponía llevado poi Atlas. Los tro-
gueos suponían el cielo fluido. Para explicar el movi-
miento circular del Sol, los polinesios suponían que el
gran dios Mani lo retiene con una cuerda, y esta idea
era también la de los pernamos.
Para el pastor de Sapta Sindhu los astros eran fuegos
encendidos por Agní (el fuego elemental) ó por Varuna
(ia bóveda celeste). El himno que dirigía á los dioses no
- 181 -
menciona la luna de rayos helados más que para procla-
mar su impotencia ante los fuegos del cielo. (Se observa
á menudo que la Luna es citada como un lugar helado;
la explicación, probablemente más sencilla, es la diferen-
cia de temperatura entre el día y la noche).
La agrupación de las estrellas en constelaciones es
muy antigua. La Osa Mayor, la Osa Menor, la V del
Toro, las Pléyades, Orion, son conocidas desde más lar-
go tiempo. La Via Láctea, que es el camino del invierno
para los escandinavos, era el camino de las almas para
los iroqueses y muchas naciones de América. Las almas
entraban en el mundo por la puerta que se encuentra en
la intersección del Zodiaco y La Via Láctea en la cons-
telación de los Gemelos; salían para volver hacia los dio-
ses por la puerta del Sagitario, situada de una manera
análoga. Nuestros campesinos la llaman aún el catmno
de Santiago, y la mitología la atribuye á una gota de le-
che caída del seno de Juno al dar de mamar á H*''^"'^^-
Es el rio celeste de los chinos, un brazo de mar poblado
de tiburones para los tahitianos, el campoe n que los ma-
nes de los puelches cazan los avestruces, la polvareda de
estrellas de los peruanos.
Las Pléyades son un grupo de estrellas bastante pró-
ximas, visibles en invierno en la parte de la constelación
del Tauro vecina al Carnero y Perseo. Los iroqueses y
muchos pueblos antiguos creían ver en ellas un grupo de
bailarines y bailarinas.
En la India, en Italia, en Inglaterra y en Francia se
figuran mejor unas gallinas y sus cluecas; los aldeanos
franceses le llaman al grupo de las Pléyades el gallinero.
Según Cielo y Tierra, las observaciones de las Pléya-
— 181 -
des son de la mayor importancia para los chovitapis In-
dios pies negros: las fiestas de este pueblo están regula-
das por la aparición y desaparición de ese grupo de
estrellas. Cuando desaparecen de la bóveda estrellada,
que es en el otoño en aquel país, se empiezan los traba-
jos agrícolas, precediéndose á la sementera; es el Inissi-
man ó fiesta de los hombres; cuando reaparecen es el
Montoka 6 fiesta de las mujeres. El primer regocijo tiene
por significación el entierro ó combustión de la semilla;
el segundo, la vuelta del ausente. El último día antes de
la aparición de las Pléyades (y este conocimiento supone
una astronomía avanzada) las mujeres se divierten bai-
lando alrededor de un mástil: es el Marristam, en el cual
tomaban parte las vestales de Sol. Ocan es la fiesta del
otoño, durante la cual se festeja á los difuntos con una
danza llamada stapascan ó baile de los muertos. Las mu-
jeres juran por las Pléyades y los hombres por el Sol.
Se las llama las Siete, lo cual explica la idea de perfección
y significa las Siete Perfecciones. En todas las fiestas re-
ligiosas, siempre se dirige hacia ellas el caramillo y se
las elevan súplicas para obtener la felicidad en la vida.
Para esos indios, las Pléyades eran en otro tiempo sie
te mozos que guardaban durante la noche la semilla san-
ta ejecutando una danza sagrada. Epison, la estrella de
la mañana, encantada con su gracia, los transportó ai
cielo, donde la vista de sus holgorios regocija las estre-
llas. La Danza de la arena de los guerreros malayos da
una idea de esta danza celeste.
El baño de purificación prescrito á los médicos indios
encierra un agujero de forma triangular en el que se co-
locan siete piedras calentadas que se recubren de agua
-183 -
• lia. C>uando los médicos han hecho sus invocaciones,
fuegan á las Pléyades que les ayuden á curar las enfer-
medades de! cuerpo. Tienen como talismán siete huesos,
sie/e bolas, ó siete botones.
Para los antiguos las Pléyades (depiein, navegar) eran
la constelación de los navegantes, porque eran visibles
de abril á noviembre, época de la navegación por el Me-
diterráneo, y servían en lugar de la Estrella Polar, para
la orientación de los marinos durante la noche. Según la
fábula, esas Pléyades ó Atlántides eran las siete hijas de
Atlas y de Pleione. Fueron arrebatadas por Busiris, rey
de Egipto, y libertadas por Hércules. Perseguidas en se-
guida por Orion, fueron cambiadas en estrellas. La más
brillante. Alción, n del Toro, es de tercera magnitud;
Electra y Atlas son de cuarta; Merope, Maya y Tazge-
to son de quinta; Seleno, Pleyón y Arterope son de
sexta y octava magnitud. Estas dos últimas son invi-
sibles sin auxilio de los instrumentos, y Seleno sólo
puede ser vista por unos ojos penetrantes Disminuyó pro-
bablemente de brillo en la época de la guerra de Troya,
porque una versión antigua refiere que ha desaparecido
á causa de la carnicería de aquellos combates.
Cosa notable: nuestro Sol y su sistema son arrastra-
dos hacia un punto del espacio situado entre fi y « de
Hércules, y mucho más cerca de esta última, bajo la in-
fluencia de un astro cortado que es quizás Alción.
En la Osa Mayor los habitantes de los países septen-
trionales veían la figura grosera de un oso común, ó la
del rengífero ó el perro. Se representa también como un
carro (el Carro de David de las campiñas) (i).
( I ) En España aparecen representadas com un rebaño de
siete cat>rillas.
- ISí —
Los irogeses habían echado de ver la inmovilidad
aproximatíva de la estrella polar; la llamaban la que no
anda y la observaban para orientarse en sus viajes.
(Interrumpimos aquí, por falta de espacio, la t r a d u c -
ción del original de M. Honzeau, de cuyo trabajo, ó sea
la Introducción de la Bibliografía general de la aslrono-
mia, 1887, escrito en colaboración con M. Lancaster, re-
produciremos, sin embargo, la descripción de lajiesta del
siglo entre los aztecas.)
«El periodo de cincuenta y dos años les parecía á los
aztecas un ciclo de tal manera completo (1) que p r e g u n -
taban si, al espirar este término,-el gran reloj del cielo,
cumplida ya su revolución, no se detendría quizá para siem-
pre. El siglo aztecaamenazaba á gran número de h o m b r e s
u n a vez en su vida, y á algunos, dos veces, l-a noche fa-
tal en que iba á expirar el q u i n q u a g é s i m o segundo año
era, pues, un momento solemne. Aquella noche se apa-
g a b a n los fuegos sagrados de los templos y los fuegos de
los hogares privados. R o m p í a n s e todas las vasijas que
habían contenido víveres. La noche se pasaba entre ti-
nieblas, vacilante la población entre el terror y la espe-
ranza. •

()) El año de los aztecas se componía de 18 meses de á t ^


días, á los cuales se añadían ; días epagomenos para hacer
76í días, en lugar de j6s^a^. Los años eran agrupados por
I f, número de los días de la semana mejicana, y cada una de
dichas series representaba una semana de años. Cuatro de es-
tas semanas, ó $3 años, formaban una duración solemne, que
se llamaba siglo: la intercalación de una semana de i 3 días
(representando los ; 3 cuartos de día despreciados al final de
cada siglo) restablecía el acuerdo entre el calendario y el cur-
so de Sol.
- 185 —
Era entonces noviembre. Kl cielo, generalmente claro
en esta estación, centelleaba con sus millares de estre-
llas. El gentio se daba cita en la montaña de Huixach-
tecatl, cerca de Méjico. Las Pléyades debían culminar á
media noche; era la demarcación del siglo. Cuando esta-
ban en lo más alto del cielo, se traía la victima humana
designada. Los sacerdotes la abrían el pecho y arranca-
ban el corazón. Poniendo entonces sobre aquel pecho ja-
deante los bastones de que debía salir el fuego nuevo,
los frotaban á fin de hacer surgir la llama que debia pe-
gar fuego á la pira.
Varios hombres, provistos de antorchas, rodeaban al
momento aquella llama nueva para encender en ella las
leas de madera resinosa que llevaban en la mano; eran
los correos que iban á distribuir el fuego sagrado por to-
das las provincias del imperio. En aquel momento resona-
ba lá montaña con los gritos de alegría; el mundo no ha-
bía tenido fin y el hombre podía esperar otro siglo antes
de la destrucción del Universo.
Los que no podían asistir á la ceremonia pública se
ponían de rodillas sobre el techo de las casas, preguntán-
dose si verían el nuevo siglo. Al acercarse la aurora,
vueltos los ojos hacia levante, espiaban las primeras
claridades del alba, como el pájaro de que habla el Dan-
te, que cerca del nido desús pequeñuelos mira fijamente
para ver reaparecer el día. A las primeras señales de cla-
ridad, elevábanse gritos de alegría de todas partes. En-
cendíanse por do quier fuegos nuevos; celebrábase una
fiesta magnífica; dábase gracias á Dios por haber prolon-
gado su luz y concedido un siglo nuevo.
La fiesta secular de los aztecas fué suprimida por los
- IM -
conquistadores españoles. La última victima humana ha-
bía sido sacrificada en la pirámide de Tlaloc en 1507.
ETsta celebración solemne era análoga á la de los fuegos
seculares de los romanos y semejaba aun más á la los de
fiesta de ísis en Egipto.
No se crea, sin embargo, que hayan desaparecido aun
del todo las supersticiones respecto á los eclipses y á los
fines de siglo. Los errores cuestan mucho de desarraigar,
y si la Astronomía puede registrar en sus anales los in-
mortales nombres de Hipparco, Ptolomeo, Copérnico,
Galileo, Kepler , Newton, Herschell, Leverrier y tantos
otros, no implica eso que en la triste masa de los igno-
rantes subsistan aun las más extravagantes é inexactas
ideas, lo cual quiere decir que no debemos descansar en
la tarea de difundir la educación popular, antídoto con-
tra las preocupaciones insensatas y base fundamental del
Progreso.
Reciente está aún el espectáculo que con motivo del
fin del mundo, fijado para el 13 de noviembre por un
astrónomo que tomó mal las medidas, dieron muchos
pueblos de Rusia y de Austria, entregados á la más pro-
funda desesperación, legando sus bienes á los monaste-
rios (I), ya que en breve tendrían que perderlos por ser
el fin del mundo; y aun no sólo en dichos países sino en
otras partes, y en la civilizadísima Francia, no faltaron
muchísimas personas que tuvieron sus aprensiones y sus
dudas. Esto indica una ignorancia lamentable de las
más rudimentarias nociones de la astronomía, pues á
estar enterados de lo que es un cometa, á nadie debía
darle el menor cuidado el famoso y no realizado choque.
De igual manera inspiran todavía gran terror, como de-
ciamos, los eclipses y los fines de siglo, aun en medio
-181 -
de la actual civilización, sin parar mientes en que los
siglos son divisiones puramente artificiales y los eclipses
fenómenos naturales que ninguna influencia pueden
ejercer.
De ahi que el conocimiento de la astronomía sea im-
prescindible para no incurrir en tan ridiculos temores,
aparte de su conveniencia para formarnos cargo de lo
que es el Universo, conocimiento tan esencial y tan pro-
pio de la Humanidad que es el que más nos sublima so-
bre el resto de la Creación, pues abandonando nuestro
limitado globo nos transportamos á las más remotas es-
feras y parece con ello como que cobra alas nuesta inte-
ligencia, salvando las fronteras del tiempo y el espacio,
en que están encerrados los demás seres. ¡Inmensísimo
progreso de nuestra inteligencia! Comenzó el hombre
por adorar á los astros, y hoy son, por decirlo así, sus
servidores; el Sol nos sirve de manantial de energía y
es el principal elemento para reproducir fotográficamente
las imágenes; las estrellas nos guían en las navegaciones;
hemos arrancado el secreto de su composición á los más
lejanos luminares y de las aplicaciones astronómicas sa-
can su provecho las artes, las industrias y el comercio.
¡Y quién podrá calcular aún las sorpresas que quizá
nos reserva el porvenir! ¡quién sabe si el estudio de los ^
astros, coincidiendo con otra clase de estudios, no nos
dará la clave, ó por lo menos nos dejará entrever algo
del grandioso misterio del más allá, confirmando ciertas
vagas teorías de que se han hecho eco eminentes sabiosl
Sea como quiera, no hay estudio que más levante la in-
teligencia, pudiendo expresarse su carácter con una sola
palabra: ¡Excehinr!
ÍNDICE

Jig.
PRÓLOGO 5
CAPÍTULO I. — PRELIMINARES. — LAS CONSTELACIONES.—
La Astronomía.—El Cielo: salida y puesta de las es-
trellas.—El eje del mundo.—La Estrella Polar.—Hori-
zontes, cénit, nadir, ecuador, grados. — Estrellas de
diversas magnitudes.—Estrellas de i.* magnitud.—El
cielo estrellado: las Constelaciones 7
CAP. II.—LOS SISTEMAS SOLARES. — Distribución de las
estrellas en sistemas.—Estrellas dobles. — Estrellas
cambiantes ó periódicas. — Estrellas coloridas.—La
edad de las estrellas.—Aglomeraciones estelares. . . ao
CAP. III.—DISTANCIA DE LAS ESTRELLAS Á LA TIERRA.—
Fotometría.-Medición de la distancia de las estrellas
deducida de los movimientos propios de éstas.—Movi-
mientos propios de éstas en longitud y latitud.—Otros
métodos ag
CAP. IV.—DISTRIBUCIÓN APARENTE Y REAL DE LAS ESTRE-
LLAS EN EL CIELO.—Distribución aparente.—Distribu-
ción real 40
CAP. y.—LAS NEBULOSAS.—Nebulosas resolubles é irre-
solubles.—Aglomeraciones estelares. — Via Láctea.-
Sus dimensiones.—Nebul' sas no resolubles 4$
- l ü -

CAPÍTULO VI.—NUESTRO SISTEMA SOLAR.—El sistema so-


lar.—Movimiento anuo del Sol.—Ascención y decli-
nación.—Eclíptica, equinoccios, solsticios, trópicos,
eje de la eclíptica, círculos polares celestes, coluros.
—Constelaciones zodiacales. — Órbita aparente del
Sol.—Primera ley de Kepler.—Segunda ley de Kepler.
—Perigeo y apogeo.—Excentricidad de la órbita so-
lar.—Distancia del Sol á la Tierra.—Volumen y peso
del Sol.—Su masa y densidad.—Manchas.—Movimien-
to de rotación.—Constitución física 57
CAP. Vil.—LA TIERRA.—i-orma de la Tierr^.-Su redon-
dez,—Su aislamiento en el espacio.—Eje y polos te-
rrestres.—Meridianos.—Paralelos y ecuador—Longi-
tudes y latitudes.—Su determinación.—Diferentes po-
siciones de la esfera terrestre.—Dimensiones de la
Tierra.—Peso y volumen.—La Tierra vista desde los
demás astros 77
CAP. VIH.—MOVIMIENTO DE ROTACIÓN DB LA T I E R R A . -
Pruebas de este movimiento.—Forma actual de la Tie-
rra.—El día y la noche.—Dias artificiales, solares y
sidéreos.—Crepúsculos 83
CAP. IZ.—MOVIMIENTO DE TRASLACIÓN DE LA TIERRA.—
Pruebas de este movimiento.—Distancia de la Tierra
al Sol.—Año trópico, sidéreo y solar.-El Calendario.
—Las Estaciones.—Precesión de los equinoccios. . . 92
CAP. X.—DE LOS PLANETAS.-Generalidades.—Diferen-
cias entre los planetas y las estrellas.—Sus posicio-
nes en la esfera.—Planetas inferiores y superiores.—
Movimientos de los planetas.—Leyes de Kepler.—Ley
de la gravitación universal toa
CAP. XI.—DB LOS PLANBTAS EN PARTICULAR 11 í
CAP. XII.—LA LVNA.—Elementos de nuestro satélite.—
Revolución sidérea.—Proposiciones fundamentales.-
Conjunción y oposición.—Neomenias, sizigias y cua-
draturas.-Órbita lunar.—Cielo lunar.—Fases de la
Luna.-Luz cenicienta.—M.inchas de la Luna.-Rota-
- 191 -

ción de la Luna sobre sí misma .—Libración.—El Sol


y ia Tierra vistos desde la Luna.—Geografía lunar. . 133
CAPÍTULO XIII.—LOS ECLIPSES.—Definiciones.—Eclipses
de Sol.—Eclipses de Luna.—Frecuencia y periodici-
dad de los eclipses.—Diferencias é n t r e l o s eclipses de
Sol y los de Luna.—Condiciones de posibilidad de los
eclipses.—Fenómenos que acompañan i los eclipses. 14a
CAP. XIV.—LOS COMETAS—(Qué ¡es un cometa?—r>íiatura-
leza de los cometas.—Teoría de Laplace.—Órbitas de
los cometas.—Cometas principales.—Periodicidad de
la aparición de estos astros 149
C A P . XV.—Los INSTUMENTOS ASTRONÓMICOS I55
CAP. XVI.—EL ANÁLISIS ESPECTRAL 158
CAP, XVIl.—LA ASTRONOMÍA FABULOSA, por M. Houzeau 169

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