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1er documento: Pensar "Lo Nuestro" Desde la Postmodernidad y Ante los Desafíos del

Tercer Milenio
Javier Ortiz - Director del Prenoviciado Salesiano en
Cochabamba.

RESUMEN - Estas consideraciones fueron una exhortación a los jóvenes, que ante tanta
injusticia, corrupción, relativismo moral y pérdida de los valores, se sienten agobiados,
desilusionados y hasta derrotados en continuar la marcha de la vida, queriendo ser alguien que
pase por esta sociedad dejándola mejor de cómo la encontraron. El ambiente postmoderno, con
sus ideas y formas de ser propuestas, no debe mellar el pensar, el quehacer científico y el actuar
moral de acuerdo a nuestra forma cultural de ser ciudadanos. Debemos y podemos, también
nosotros, desde los precarios medios que nos permiten acceder al tren de la historia, aportar
algo bueno y diferente a lo que hasta ahora pensamos, tenemos y vivimos.

INTRODUCCIÓN

Este artículo quiere ser un llamado, especialmente a los jóvenes, a pensar en este momento
singular de nuestra historia. Hay hombres que son actores y otros espectadores de lo que
acontece. En este momento de transición de la historia, existe una sensibilidad llamada
postmodernidad (Colomer, 1991: 413) y unos desafíos serios que nos abren el telón del tercer
milenio cristiano. Hay muchos visos de respuestas ante ambos. Como jóvenes ¿cuál podría ser
una manera de dejar de ser simples espectadores y llegar a ser actores de nuestra propia
historia?

1.- Modernidad y Postmodernidad

En todo cambio de época o de parámetros para comprender el saber y el quehacer humano, ha


habido una serie de confusiones y de desorientaciones que ha llevado a la humanidad a tomar
distintas posturas: unos, buscando nuevos paradigmas que les lleven a adquirir mayor seguridad
que los anteriores para resolver los nuevos problemas planteados por las situaciones de vida
cambiantes; y, otros, que se portan indiferentes ante los cambios, escépticos ante el pensar o
decostruyendo todo lo logrado por el pensamiento y la experiencia del hombre, y que era fuente
de seguridad y prosperidad. Estos últimos se cansaron de pensar (Doyle, 1996: 120), han
perdido la fe en sí mismos y en todo lo que les rodea. Prefieren dejar que la vida fluya como un
río en el día a día de la historia, contemplándola desde la orilla y sin mojarse en ella. A estos les
llamamos postmodernos.

¿Por qué postmodernos? Porque han roto y desechado los principios básicos de toda la
racionalidad que habían postulado los modernos. Aquí sólo quiero puntualizar tres aspectos
tomados en cuenta por Andrés Torno (1996: 137-154).

a. Los modernos, frente a la heteronomía medieval o primitiva, que sometía a los individuos
a autoridades exteriores, exigieron emancipación. Pero no por capricho. Lo heterónomo
(legislado por normatividad ajena) debe dejar paso a lo autónomo (legislado por normatividad
inherente en cada uno) porque sería indigno para el hombre guiarse por criterios que no percibe
su razón.
b. "Pero el no guiarse por criterio alguno sería igualmente indigno. Y por eso la autonomía,
en tanto que derecho de la razón inmanente en cada individuo, es a la vez un deber de
racionalidad: no proceder conforme a la razón es antihumano y absurdo" (Torno, 1996: 140).
c. Los postmodernos ensalzan la autonomía racional del sujeto hasta el punto de caer en un
subjetivismo. "El hombre es la medida de todas las cosas", como diría Protágoras en el Teeteto.
La verdad objetiva pasa a ser verdad subjetiva (Doyle, 1996: 126). El subjetivismo lleva a un
relativismo y éste a un nihilismo. Ningún conocimiento es estable y eterno, todo cambia. "No
existe verdad objetiva y sólo esto es objetivo", parece ser la frase de los postmodernistas.
d. Los modernos afirmaron que todo asunto filosófico es tal, si se piensa como pertinente
para todos y cada uno de los humanos. Es decir, el pensamiento es universal, va más allá de
quien lo piense y de las coordenadas del espacio y del tiempo.
e. Los postmodernos no creen en los "metarrelatos", en la comprensión unitaria,
omnicomprensiva y metafísica de la historia (Vattimo, 1993: 6), si no en una razón
"fragmentada". Se piensa sólo en el aquí y en el ahora, en lo particular, sectario e inmediato.
f. El pensador moderno se define como un sujeto autónomo, ético, en cuanto que la propia
razón se convierte en ley para sí mismo. Si no se creyera en la razón no se tendría orientación
clara sobre el ser y sobre el actuar
g. El hombre, para los postmodernos, está arrojado en el mundo, como para Heidegger, pero
con la gran diferencia de no estar proyectado hacia el futuro, sino anclado en el presente. Esto
hace que de hombre autónomo y ético pase a ser un hombre light (Rojas, 1.995) y estético
(Dardichón, 1993: 9). Se queda contemplando lo bello que es la nada de su ser, saber y hacer.
h. "En todo caso hay una crisis global del pensamiento crítico, una crisis de paradigmas; hay
una crisis de la esperanza y se proclama el fin de las utopías" (Richard: 9).
i. Se culmina, así, la historia de los grandes imperios e ideologías contrarias que nos
brindaban seguridades; para dar paso al mundo de la globalización, donde el horizonte humano
se ha abierto enormemente y las perspectivas son siempre más imprevisibles. Donde se han
cambiado los parámetros del tiempo, del espacio y parece, también, los de la moral y de la vida.
j.
2.- El Tercer milenio y sus desafíos

En este tercer milenio, nos encontramos ante desafíos nuevos lanzados por los contextos socio-
cultural y político. Se trata en especial de la crisis de valores (Colomer, 1991: 415; Mardones,
1988: 68-72), que sobre todo en las sociedades ricas y desarrolladas, asume las formas,
frecuentemente propaladas por los medios de comunicación social, de difuso subjetivismo, de
relativismo moral y de nihilismo. Los fenómenos de la multiculturalidad, y de una sociedad que
cada vez es más plurirracial, pluriétnica y plurirreligiosa, traen consigo enriquecimiento; pero
también nuevos problemas, dudas e inseguridades

3.- Pensar lo nuestro

Nosotros no nos dejamos vencer por las visiones postmodernistas, pesimistas, agoristas,
apáticas, ingenuas y cínicas de la historia y del tiempo, que nos dicen, por todos lados, que la
historia ha llegado a su fin o que no queda nada por hacer para cambiar la situación de
inseguridad y miedo que nos causan la pobreza, la corrupción y las injusticias.

Al decir NO al fin que se quiere decretar para la historia, estamos volviendo a decir SI a la utopía.
Estamos expresando nuestra fe en lo nuevo, en lo diferente, en lo alternativo. Esperamos contra
toda esperanza, como pueblo abrahámico. Sabemos que hay pobreza, segregación, injusticia;
pero nada ni nadie podrá quitar del corazón de la humanidad la utopía de querer construir una
mesa redonda inmensa donde quepamos todos, donde se comparte con amor el pan de la vida y
el vino del gozo de la fraternidad; sin que haya algunos adentro y muchos afuera del convite;
unos encima y muchos debajo de la mesa; sino todos alrededor partiendo, repartiendo y
compartiendo el banquete de la hermandad.

CONCLUSIONES

Ha concluido un capítulo de la historia, pero no se ha puesto el punto final. Para nosotros


comienza una nueva época, se inicia un nuevo capítulo, con la contradicción "Norte - Sur", en la
cual los del Sur van a mostrar que también cuentan y que la historia también se puede escribir
desde abajo.
No estamos al final de la historia sino ante la exigencia de cambios profundos por venir; la utopía
que se reivindicó de una humanidad igualitaria sigue siendo hoy más que nunca un imperativo.
Hay que buscar nuevos caminos y crear nuevas alternativas inéditas. Habrá de consolidar su
independencia real y la viabilidad de un modelo propio de crecimiento y desarrollo dentro de la
justicia social que tenderá inexorablemente hacia la integración y la unidad.

Jóvenes, no estamos al final de la historia. Estamos en la medianoche de la vida, a nivel personal


e histórico; pero ustedes no tengan miedo a esta oscuridad porque están preparados para
pensar y afrontar el amanecer de un mañana mejor para nuestra patria y de un nuevo milenio
para la humanidad entera.

2do. Documento. Homilía de monseñor Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto


Iguazú.

Queremos recordar que uno de los principales desafíos de la Iglesia es formar en la fe y en la


razón a los que se preparan para vivir, es decir, hacer crecer en el amor a Jesucristo a los niños y
jóvenes, hacerlos crecer en la fe en el evangelio y en el amor a las ciencias de tal modo que
sean capaces de enfrentar el desafío del mundo que les toca vivir. Fe y razón encontrarán -por el
esfuerzo cotidiano- el equilibrio que los capacite para vivir.

Hoy nos toca enfrentar un mundo y una historia que se definen como el tiempo de la
postmodernidad, tiempo que conlleva la desestabilización y la desestructuración de la síntesis
cultural que ha prevalecido en occidente hasta los tiempos más recientes.

La postmodernidad se presenta como un desafío y contiene elementos que debemos saber leer.
Esta posmodernidad es exponente de los abusos del racionalismo moderno, del formalismo vacío
de las virtudes humanas y cristianas y del autoritarismo de todo tipo. Desgraciadamente el
postmodernismo ha roto el equilibrio entre la razón, los sentimientos y la fe. Ya no existe lo
blanco o lo negro. Existen los desequilibrios de los sentimientos del individualismo: “ya no
pienso, ya no tengo principios, siento y porque siento obro”. La postmodernidad impulsa la
desaparición de toda "verdad objetiva", de las virtudes personales y sociales, el bien común y el
accionar comunitario para el "bien objetivo y moral".

En este contexto se encuentra el hombre de hoy, especialmente el niño y el joven. Y es por eso
que la Iglesia como educadora tiene ante sí un gran desafío: armonizar la fe y la razón para
poder tener una percepción equilibrada de la realidad, del mundo que nos dejó Dios como
compromiso de construcción.

Herbert Marcuse, padre de la revolución postmodernista, señalaba que toda realidad es una
construcción social, que la verdad y la realidad no tienen un contenido estable y objetivo. Y aún
más: no existen. Para el postmodernismo la realidad es un "algo que hay que interpretar" y en
ese contexto toda interpretación -cualquiera sea- tiene un valor equivalente. Se trata, pues, de
una hermenéutica individual y sensible, carente de objetiva racionalidad. Se podría decir a la luz
de esa manera de pensar posmoderna que “cuando todo es válido, nada es estable” y por lo
tanto "todo puede ser cambiado", creando una sociedad con normas distintas que sirvan a un
modelo determinado por el "momento". Así podrían cambiarse las estructuras políticas, sociales,
religiosas, la estructura del varón o de la mujer o el lugar del hombre en el mundo. El
posmodernismo propone que todo puede ser "deconstruido y construido" o "reconstruido" a
voluntad del sujeto y según las transformaciones sociales del momento. A la luz de esta
pretensión ideológica nos damos cuenta por qué el equilibrio y la estabilidad legal o jurídica no
son permanentes, por qué las leyes no tienen estabilidad, por qué la identidad de las personas
pueden ser cambiadas y la sexualidad de las mismas pueden proclamarse relativas.

Este es el gran desafío cultural frente al cual se encuentra hoy la Iglesia, la escuela y por qué no
el Estado. Y todo esto porque la postmodernidad al exaltar la desestabilización y la
deconstrucción destruye todo derecho establecido para el bien común y se vuelve contra las
leyes de la naturaleza (la ley natural), contra las tradiciones culturales de los pueblos e incluso
contra la Revelación Divina. El postmodernismo pretende fundar una nueva ética liberal e
individualista en la que cada uno tiene derecho a tomar sus propias decisiones y a elegir en
nombre de esta nueva ética el derecho a tomar decisiones intrínsecamente malas: considerar
como bien el aborto, la homosexualidad, el amor libre, el cambio de identidad y el rol de sexos,
la eutanasia, el suicidio asistido, el rechazo de cualquier forma de autoridad legítima o jerarquía
e imponer la tolerancia obligatoria a todas las opiniones. La norma para el posmodernismo es el
“derecho individual a elegir y hacer legítimo cualquier tipo de sentimiento por más irracional que
éste sea".

El gran reto que se presenta a la escuela, al Estado y a la Iglesia, consiste en fundar una nueva
ética que se sustente en el amor cristiano, restablecer la cultura del amor que la Iglesia llama
"crear una nueva civilización del amor". Siguiendo las palabras de Jesús, estamos llamados a
evangelizar a través de todos los instrumentos que nos brinda el tiempo en que vivimos,
haciendo el esfuerzo en esta cultura de implantar el Evangelio de Jesús y la ética cristiana que
de él se desprende, para poder frenar esta otra ética disociadora de la postmodernidad.

El feroz individualismo de esta nueva ética postmoderna genera realidades a las que nos vamos
adhiriendo sin darnos cuenta en nuestro afán de ser "modernos y actuales". Así es que vamos
aceptando, casi con naturalidad, el desinterés por el estudio y la formación, la exclusión de la
educación y del progreso espiritual y cultural, la cultura de la comodidad y del placer hedónico y
desmedido, la aparente relación al amor vacío de contenido que lleva a un pansexualismo, a la
precoz maternidad y finalmente al "aborto" justificado con leyes llenas de incoherencia moral,
llegándose a afirmar que con el aborto estamos defendiendo la vida.

Esto debe llevarnos a realizar un vez más la profunda confesión y convicción de que "Jesús es el
Señor del tiempo y de la historia", profesión de fe de la Iglesia y de todas las comunidades
eclesiales hermanas. Profesión de fe que la escuela cristiana ha defendido y realizado en pos de
una sociedad mejor formada y de una cultura coherente con el fin del hombre que es el Bien
Supremo.

Podemos afirmar que educar -tarea propia de un maestro- no es simplemente y nunca lo será
tan sólo el comunicar información o proporcionar capacitación en diferentes habilidades. La
educación no es y nunca lo será, algo meramente utilitario. La educación consiste en formar
personas que sean capaces de vivir en plenitud la vida humana. Se trata de impartir aquella
sabiduría que es capaz de hacer tomar conciencia de la presencia del Creador en la vida.

Jesús, el Señor de la historia, quiso vivir como uno de nosotros. Su grandeza infinita de Dios
compartió la pequeñez de nuestras vidas sin tener vergüenza de llamarse hermano nuestro. La
eternidad visitó nuestra humanidad haciéndose hermano, trabajador, miembro de una familia,
no sólo como un hecho histórico más sino para cambiar la historia toda. El nació en tiempos de
un gran paganismo, de una gran disolución de la sociedad, pero por medio de su mensaje y su
vida, entremezclado con los hombres de su tiempo y sus conflictos, vivió expuesto al rechazo y
al dolor hasta sufrir por nuestra transformación y la del mundo entero la violencia, la tortura y la
muerte en la Cruz.

Pero el que murió en la cruz, resucitó haciendo que su señorío sobre la historia sea plenitud de
vida y de espíritu, haciendo eterna su presencia y su mensaje, mensaje que -si queremos salvar
a la humanidad- debemos profundizar conociéndolo cada vez más y llevándolo a todos los que
amamos, a todos los seres de esta tierra, en especial a los niños y a los jóvenes.

Este mensaje de fe debemos predicarlo con paciencia en esta historia concreta, pues Jesús no ha
venido a salvarnos "de la historia", sino "en la historia". Nos enseña la Iglesia que el encuentro
con Jesús y la salvación que Él nos ofrece se darán en el "corazón de la vida", en medio de sus
circunstancias concretas, conflictos y dolores, controversias y errores, personas concretas y
comunidades, grupos violentos y autoritarios y sectas urbanas. Esta es nuestra historia, la cual
debe ser visitada por Dios a través nuestro para ser transformada, convirtiéndonos en
evangelizadores de una nueva civilización, la civilización del amor.

La escuela debe convertirse en un templo en donde la Verdad -que es Dios mismo- sea
predicada, vivida y llevada a la familia y a la sociedad. No dejemos de invocar al Espíritu Santo
para que Él derrame su dinamismo de amor sobre nosotros, sobre nuestras escuelas y sobre
esta historia concreta que debemos transformar, porque sin este dinamismo del Espíritu
perderemos fuerzas y efectividad en nuestra misión como cristianos.

1. Leer y utilizar la técnica del subrayado.


2. Escribir en el cuaderno 7 ideas principales de cada documento (1er. Doc. 7 y
2do. Doc. 7)
3. Definir cuáles son los desafíos que enfrenta la iglesia en la post modernidad y
cuál es la labor de la Iglesia en atención a estos problemas sociales.

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