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El público busca otro tipo de experiencia en los museos de arte, una que tiene
que ver con la intimidad, con la forma de apropiarse del mundo, con lo que las
imágenes u objetos lo hacen sentir, con el poder realizar una interpretación
personal. Aquí es donde nos tenemos que preguntar si los museos están
ofreciendo esta posibilidad:
1
B.Bettleheim, Children, Curiosity, and Museums. Museum Education Anthology, p.18. National Art
Education Association, Virginia 1984.
2
Dewey John. Art as an experience. New Haven and London: Yale University Press 1998.
33
Waterfall Milde, Grusin Sarah. Where’s the Me in Museums. Vandamere Press, Arlington
Virginia,1989.
Encontrar nuestro “Yo” hace la diferencia, en ese momento el museo se
convierte en un lugar en donde nos sentimos cómodos explorando los misterios
del mundo, nos conectamos con los objetos, re-descubrimos el mundo.
Los visitantes adultos que van con frecuencia a los museos se olvidan del
espectro de experiencias que ofrecen éstos espacios. Es una paradoja que se
necesite que alguien con una perspectiva “inedita” (como los niños o visitantes
que van por primera vez al museo) nos devuelva la capacidad de asombro, y
es que en el caso de los no especialistas en arte, la curiosidad trasciende las
expectativas de el “debería ser…” “Se supondría que…” o el “Si porque …” que
genera el miedo a no “saber entender”.
El historiador del arte James Elkins hace una reflexión muy interesante en su
libro: Pictures and tears: A History of people who have cried in front of
paintings.
Elkins decide escribir su libro a raíz de una experiencia personal que tuvo
cuando era niño: Su padre acostumbraba llevarlo a un museo en Nueva York
en el que había un cuadro de San Franciso de Asis del artista italiano Giovanni
Bellini, que produjo en Elkins una fuerte impresión desde la primera vez que lo
vió. Cada vez que iban al museo, el niño volvía a pararse frente a éste cuadro y
lo contemplaba absorto, se maravillaba ante las texturas de las rocas y otros
elementos del paisaje, se sorprendía al ver a los animales que rodeaban al
Santo, y lo mas importante: cada vez que veía esta pintura se sentía
profundamente conmovido, por alguna razón le daban ganas de llorar. Cuando
creció y empezó a estudiar Historia del Arte, Elkins descubrió que otro
historiador había escrito un libro monográfico sobre el cuadro de San
Francisco que tanto impacto le había causad en su infancia, sobra decir que lo
leyó de principio a fin. El libro contenía la biografía completa del pintor, las
influencias artísticas de la época, y todo un análisis estético e iconográfico de la
obra, que parecía haber sido “desmenuzada” por el autor sin pasar nada por
alto. Al terminar de leer el libro, Elkins volvió al museo para ver la pintura con
su nueva mirada llena de conocimiento, pero sucedió algo insólito, al pararse
frente al cuadro no sucedió nada, no pudo sentir emoción alguna, la magia se
había perdido Cada nuevo texto que leía transformaba algo que había sentido
en algo que sabía, ¿sería que el conocimiento había literalmente matado su
capacidad de sentir?.
Elkins decidió hacer un experimento, puso anuncios en revistas y periódicos
pidiendo a la gente historias sobre sus experiencias frente al arte,
concretamente a personas que se habían conmovido hasta las lágrimas frente
a una obra. Al mismo tiempo escribió algunas cartas que explicaban el proyecto
a renombrados historiadores del arte, y que hacían la pregunta concreta:
¿Alguna vez lloraron frente a una obra de arte?.
La realidad es que Elkins no esperaba muchas respuestas, pero al poco tiempo
se sorprendió al recibir más de 400 cartas de todo tipo de público, al leerlas, se
dio cuenta de que muchas de estas personas habían llorado frente a obras de
Mark Rothko. Intrigado, Elkins viajó a Houston en Estados Unidos para visitar la
famosa capilla4 que contiene varios lienzos de éste artista. Los encargados de
cuidar el lugar le comentaron que los visitantes que más se conmovían eran los
que pasaban más tiempo en la capilla, de hecho esto era muy fácil de verificar
al leer lo que el público escribía en el libro de comentarios:
Un lugar infinito.
La diferencia entre las cartas que recibió del público que había llorado frente a
una obra de arte, y las cartas de los historiadores y especialistas en la materia,
era abismal, de entrada muy pocos tomaron en serio la pregunta de Elkins y
menos aún le respondieron. Esto no es de extrañar si leemos algunas
observaciones de los expertos:
4
La capilla ecuménica construida en Houston, reúne 14 lienzos que Rothko pintó especialmente para
crear un ambiente dedicado a la meditación. Actualmente funciona como capilla, como museo y como
foro.
“Tenemos la necesidad de ser competentes culturalmente para poder acceder
a lo verdaderamente valioso e importante”.
Pierre Bordieu.
Aún así, hubo quien si le contestó, tal fue el caso de Gombrich quien le
escribió:
“Jamás he podido reir o llorar frente a una obra de arte, pero recuerdo que en
una ocasión mi amigo el pintor Oscar Kokoschka lloró frente al cuadro San
Cristóbal sumergido en el agua de Hans Memling. Kokoschka se conmovió
profundamente al ver los delicados pies desnudos de San Cristóbal , lo cual es
realmente curioso si uno piensa en que mi amigo es un hombre realmente
grande y en su obra los pies y las manos siempre son exagerados”.
“Para la segunda vez que los vi era yo invulnerable, sospecho que nosotros, los
historiadores del arte en particular, tenemos puesta una gran armadura; pero
gracias por sugerir que nos deshagamos de una parte de ella”.
“Tener una experiencia implica tener una sensación integradora, tiene que
haber una transacción viva, consciente y reflexiva, en la que hay una sensación
de anticipación y de culminación”.