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América Latina:

hacia una segunda independencia

Ignacio Medina Núñez1

Este escrito ha sido publicado como capítulo del libro ECONOMÍA


GLOBAL: ACTUALIDAD Y TENDENCIAS, coordinado por
Carlos Moslares García y Álvaro Pedroza Zapata. Ediciones de
ITESO y la Facultat d´Economia IQS- Univeristat Ramon Llull de
Barcelona. ISBN: 978-607-7808-32-9. Este capítulo de Ignacio
Medina “América Latina: hacia una segunda independencia” se
encuentra en las páginas 207- 224.

Introducción

El sentido de la tragedia se ha interiorizado tanto en los seres humanos que, a veces, se


llegan a aceptar ciertos hechos de nuestra historia como un callejón sin salida. En la
literatura griega, encontramos claros ejemplos de esta visión: ¿Cómo evitar que Edipo
cumpla su destino trágico de matar a su padre y casarse con su madre? ¿Cómo
solucionar el castigo impuesto a Prometeo encadenado? ¿Cómo darle una esperanza a
Sísifo en su eterno esfuerzo por volver a levantar una piedra que siempre vuelve a caer?
¿Cómo impedir que Pandora deje salir todos los males sobre los mortales o por lo
menos que dichos males puedan ser acompañados también por la esperanza?

En la tradición cristiana y su origen en las raíces hebreas también se profundizó en una


visión pesimista de la vida sobre la tierra concibiéndola como un valle de lágrimas,
esperando solamente que en la otra vida la situación sería mejor para aquellos que
alcanzaran la salvación: “Felicité a los muertos que ya perecieron, más que a los vivos
que aún viven” (Ecl. 4,2).

¿Puede tener lo que hoy llamamos región latinoamericana un destino trágico? La


situación que hoy vive esta región, después de cerca de 200 años de su independencia,
representa todavía un gran fracaso en el nivel económico y una gran decepción en el
aspecto político; las relaciones internacionales, especialmente en relación a los Estados
Unidos, aún ahora con la administración del presidente demócrata Barack Obama, no
parecen mejorar. Sin embargo, tenemos derecho a la esperanza, especialmente porque
los ciudadanos podemos poner todas nuestras fuerzas en incidir y cambiar las políticas
públicas de los gobiernos en la búsqueda de nuevos modelos de desarrollo.

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El Profesor Medina es Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Guadalajara y es investigador
en el ITESO (Universidad jesuita en Guadalajara, México) y en la Universidad de Guadalajara. Email:
nacho@iteso.mx En la recolección de datos y diversas correcciones, este trabajo tuvo el apoyo de
Marisol Arámbula, estudiante de Ciencias Políticas del ITESO, y de Andrés Méndez, licenciado en
filosofía de la Universidad de Guadalajara.
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Con el objeto de expresar la profundidad de la crisis económica por la que está pasando
desde hace mucho tiempo esta parte del continente y su población, este escrito pretende
ofrecer un diagnóstico de la región latinoamericana, teniendo en cuenta que veníamos
de la llamada “década perdida” de los años 80s y en un proceso de transición desde las
dictaduras militares y autoritarismos del siglo XX en la búsqueda de procesos
democráticos que partieran ciertamente de la realización de procesos electorales pero
que avanzaran a nuevas formas de participación de los gobernados.

Después de la terrible crisis económica de 1994-95 que se abatió sobre México, efecto
inmediato del salvaje neoliberalismo propiciado por Carlos Salinas, que ocupó la
presidencia de 1988 a 1994, los países latinoamericanos parecieron vivir una etapa de
estancamiento o ligera elevación de su producto interno bruto, hasta que Argentina, en
diciembre del 2001 –posterior a los dos gobiernos neoliberales de Carlos Menem y la
pésima administración inicial de Fernando de la Rúa-, sorprendió con la primera gran
crisis del siglo XXI y que se mostró en la brutal caída de su economía durante todo el
2002.

La recuperación económica de Argentina después del 2001 ha sido muy significativa,


incluso podría servir a los latinoamericanos como un ejemplo notable de nuevos
modelos de colaboración entre ciudadanos y gobierno, tal como se dio en el gobierno de
Néstor Kirchner para enfrentar la crisis y plantear nuevas alternativas. Junto con
Argentina, teniendo en cuenta los indicadores mencionados en el concepto de
“Desarrollo Humano” de la ONU (ingreso, salud y educación), los otros países que
están a la punta en la región latinoamericana son Chile, Uruguay y Costa Rica,
situándose en un nivel sorprendente por arriba de potencias económicas como México y
Brasil. Sin embargo, toda la región, al igual que el resto de los países subdesarrollados,
ha sido golpeada, durante 2008 y 2009, por la crisis financiera iniciada en los países
industrializados.

La problemática situación económica de la región se sigue asemejando a las tragedias


griegas sin aparente salida, cuando estamos por conmemorar los 200 años de
independencia. Contra la visión de la tragedia y el pesimismo sobre un destino
manifiesto, podemos afirmar que aún existen posibilidades para construir mejores
alternativas de desarrollo, a partir de nuevos gobiernos y numerosas formas de
participación ciudadana.

A finales del siglo XX

Los últimos 10 años del siglo XX, en la gran patria americana que soñó Bolívar,
parecieron dar ciertas esperanzas en el ámbito económico, debido a las incipientes tasas
de crecimiento; durante todos esos años, los países de América Latina y el Caribe
tuvieron una evolución positiva del Producto Interno Bruto (PIB) aunque no pareja ni
continuada en una línea ascendente: hubo tasas significativas de crecimiento del PIB
como en 1994 y 1997 y 2000 (5.2%, 5.1% y 3.8% respectivamente) y otras muy
exiguas como en los años 1995 y 1999 (1.1% y 0.5% respectivamente) (Cfr. CEPAL,
2002: p.107). Algunos observadores interpretaron esta última década del siglo como un
símbolo de despegue enfilado al desarrollo, atribuyendo la causa precisamente al
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modelo neoliberal, basado en la liberación de las fuerzas del mercado que, aunque
causaba efectos dolorosos en gran parte de la población y en el mercado interno de
algunas naciones, prometía ser la solución a mediano y largo plazo.

No obstante, la propia CEPAL, en el tránsito de un siglo a otro, daba un grito de alerta;


nuestros países seguían siendo un desastre en términos económicos, y se empezaba a
notar un gran desencanto de aquellos gobiernos civiles surgidos de las dictaduras pero
que no ofrecían ninguna mejora en las condiciones materiales de vida; en cambio,
imponían severos programas de ajuste.

El 15 de marzo del 2000, la CEPAL elaboró un documento de diagnóstico sobre toda la


región titulado “La brecha de la equidad en América Latina y el Caribe”; más adelante,
en Santiago de Chile, se dio a conocer públicamente, en una reunión del 15 al 17 de
mayo del 2000, con el objetivo de dar un seguimiento al Plan de Acción de la Cumbre
de Desarrollo Social que se había realizado en Copenhague, Dinamarca, en 1995. Esta
Cumbre social pretendía superar la pobreza, el desempleo y la marginalidad social. El
estudio de la CEPAL constaba de 331 páginas con numerosos cuadros y gráficas, y
encontraba que el número de personas latinoamericanas en situación de pobreza2 había
crecido hasta cerca de 200 millones. Un dato positivo en este mismo diagnóstico es el
señalamiento de que, entre 1990 y 1997, en 11 países se experimentó un proceso de
recuperación económica sostenida con una continuidad en la inversión y una
repercusión positiva en el mercado de trabajo, además de que la tasa de inflación
descendió del 41% al 36%.

Se puede ver que hay un descenso leve en la pobreza absoluta durante los años 90s en la
mayoría de los países, a excepción de Colombia, Paraguay y Uruguay: pero ese ligero
mejoramiento no ocurrió en la pobreza relativa cuando vemos las tendencias en la
desigualdad en el fin del siglo XX; dice por ejemplo un reporte del Banco
Interamericano de Desarrollo (BID) que “Teniendo en cuenta cualquier criterio de
medida, América Latina permanece como la región más desigual en el mundo.... La
distribución del ingreso no ha mejorado en los 1990s y permanece debajo de los niveles
de hace dos décadas” (LADB, No. 39, Oct.22, 1999). El estudio del BID muestra que
una cuarta parte de la riqueza de América Latina se encuentra en manos del 5% de la
población mientras que los más pobres, el 30%, reciben sólo el 7.5% del ingreso de la
región. En este sentido, los países con la peor desigualdad son Brasil, Chile, Guatemala,
Ecuador, México, Panamá y Paraguay, donde hay un abismo entre los más ricos y el
resto de la sociedad. En términos analíticos, podemos afirmar con toda claridad que
puede convivir plenamente un cierto nivel de crecimiento junto con la marginación de
beneficios sociales para gran parte de la población.

La contradicción principal:
Pobreza y desigualdad dentro del crecimiento económico

Dentro del incipiente crecimiento económico de los 90s, hay otros factores que no
permiten el optimismo en materia de un verdadero proyecto de desarrollo. Tenemos en

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Aunque hay numerosas maneras de conceptualizar la pobreza, generalmente se ha tomado el indicador
de las personas que sobreviven con la cantidad de dos dólares al día.
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primer instancia el período de los años 80s como la década perdida, caracterizada por
sus profundas crisis económicas, y en donde encontramos, paralelamente al crecimiento
cero, una profundización de la desigualdad social: “la mayor parte de los analistas
observan que la pobreza y la inseguridad empeoraron sustancialmente en los años
1980s” (Korzeniewics, en LARR, no. 3, 2000: p. 8). Habría también que observar que la
leve tendencia, en los 90s, hacia la disminución de la pobreza se frenó durante los años
de 1998 y 1999, como se comprueba en las cifras oficiales.

Por otro lado, algo que parecen no entender todavía las diversas corporaciones
multinacionales que sostienen el modelo neoliberal -el Banco Mundial (BM), el Fondo
Monetario Internacional (FMI), etc.- es que, como lo ha reconocido claramente la
CEPAL, el crecimiento por sí solo no garantiza una mejor distribución del ingreso y,
por ello, no puede uno atenerse confiadamente a las cifras macroeconómicas: ni los
empleos productivos, ni los mejores salarios, ni la eficiencia laboral, ni las mejores
políticas sociales son una consecuencia mecánica del puro crecimiento en términos
cuantitativos. Ello quiere decir que América Latina puede seguir experimentando
mayores desigualdades sociales paralelo al crecimiento económico debido a que no
existe una relación directa entre dicho crecimiento y la distribución de la riqueza social.
“El crecimiento económico en la región no ha sido acompañado por significativas o
duraderas reducciones en la pobreza y la inequidad” (Korzeniewicz, en LARR, no. 3,
2000: p. 8). También hay que tener en cuenta que la continuidad del mismo crecimiento
económico no está garantizada mientras exista tal brecha interna entre productividad e
ingresos, mientras no se enlacen de manera más horizontal los sectores productivos,
mientras la tecnología siga acaparada sólo por pequeños grupos trasnacionales, y
mientras no exista una repercusión centrífuga del arrastre de las exportaciones y el
comercio hacia otros sectores del mercado interno.

Podemos también observar la fragilidad de nuestras economías cuando gran parte de la


producción sigue dependiendo de los llamados sectores informales. “Según
estimaciones de la CEPAL, de cada 100 nuevos empleos creados entre 1990 y 1997, 69
correspondieron a este sector, al que pertenece el 47% de los ocupados urbanos en la
región. Esto explica el actual estancamiento del promedio de los niveles de
productividad del trabajo... En 13 de 18 países, el salario mínimo real de 1998 fue
inferior al de 1980. Los trabajadores informales, en promedio, reciben una
remuneración media que equivale a la mitad de la que perciben empleados y obreros en
establecimientos modernos y sus ingresos han crecido, por regla general, a un ritmo
menor, lo que ha contribuido a acrecentar la desigualdad en los ingresos laborales.
La distancia entre los ingresos de profesionales y técnicos y los de asalariados en
sectores de baja productividad aumentó un 28%, como promedio, entre 1990 y 1997”
(CEPAL, 2000: p.p. 11-13).

La propia CEPAL dio a conocer otro estudio denominado “Panorama social de América
Latina 1999-2000”, donde se reafirmó el diagnóstico sobre el incipiente crecimiento
económico en los 8 primeros años de la década de los 90s, afirmando que tal tendencia
positiva se vio interrumpida en 1998 y 99; con sus fuentes, la CEPAL afirmaba que
existían, en el fin de milenio, 220 millones de personas en la pobreza, lo que constituía
el 45% de la región latinoamericana y caribeña. Si lo queremos ver en el marco de la
pobreza extrema, un estudio del BID reconocía que más de 150 millones de
latinoamericanos, más del 30% de la población, tenían un ingreso debajo de los dos
dólares norteamericanos cada día para poder cubrir sus necesidades básicas (Cfr.
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Latinamerican Press. Sept 27, 1999, en LADB no. 39, Oct.22, 1999). Con datos más
recientes, la CEPAL, en su División de Estadísticas y Proyecciones Económicas, dejaba
asentado que, en 2007, el 34.1% de la población latinoamericana (referido a los 19
países de habla hispana y portuguesa) se encontraba en situación de pobreza.

Una endeble recuperación económica

Lo que resulta notable es que las economías de la región, que se habían visto frenadas
en 1998, volvieron a recuperarse en el 2000 porque “el PIB se expandió a una tasa
media anual del 4% en el 2000, comparado con el 2.3% en 1998 y sólo el 0.3% en 1999.
Esta mejora del crecimiento estuvo acompañada por tasas de inflación aún menores que
las favorables tasas de los últimos años” (CEPAL, 2000, Introducción). Se puede
afirmar, también, que en algunos países como Chile y Uruguay, los indicadores de
pobreza se han aminorado en algunos puntos porcentuales, pero no se puede negar -
sobre todo en comparación con la llamada “década perdida” de los años 80s en el siglo
XX-, que la pobreza es un fenómeno persistente en América Latina, en donde, aun
focalizando los años 90s, la distribución del ingreso no ha tenido variaciones
significativas.

Las economías latinoamericanas, en general, han estado creciendo, pero no muestran


una tendencia constante de crecimiento; más aún, en los dos primeros años del
comienzo del nuevo siglo XXI parece que vamos entrando a otra década perdida: de
haber crecido el Producto Interno Bruto (PIB) en 3.8% en el año 2000, el crecimiento
durante el año 2001 fue solamente de 0.3%, mientras que al término del 2002, la
actividad económica regional cayó en un -0.5%, con lo cual el PIB por habitante fue
negativo, estimándose en un -1.9% para ese mismo año. Hay que considerar también
que “la región transfirió recursos financieros netos al exterior3 en una magnitud no
registrada desde fines de los ´80; … La inflación subió al 12%, el doble que en 2001,
tras 8 años de declinación” (CEPAL Notas, 2003: p.1).

La consecuencia de esta situación ha sido también manifiesta para todo el año 2002:
“empeoraron las condiciones de vida de un gran número de latinoamericanos y se
estima que la pobreza aumentó en 7 millones de personas. La tasa de desocupación se
elevó desde un 8.4% de la fuerza de trabajo en 2001 a 9.1%, mientras que las
remuneraciones reales cayeron, en promedio, en un 1.5%. Entre otros signos de
debilidad del mercado laboral, destacan el incremento del desempleo y de la
informalidad” (CEPAL Notas, 2003: p.1). Para el 2001, alrededor de 214 millones de
personas (el 43% de los latinoamericanos) vivían en la pobreza; con la retracción
económica del 2002, aumentó la cifra de los pobres, que llegó ya al 44% de la población
(Cfr. CEPAL, 2002).

Esta situación general tiene sus variantes regionales, porque las economías más
afectadas en el 2002 fueron las de América del Sur: “el PIB per capita de Argentina
caerá en un 12%, con un acumulado de -22.4% en 4 años, y el de Uruguay acumulará
una caída de 20% del PIB por habitante en el cuatrienio. Al interior del MERCOSUR,

3
La misma CEPAL estimaba entonces la cantidad de recursos financieros transferidos al exterior en unos
39,000 millones de dólares.
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sólo Brasil registrará un crecimiento marginal este año 2002 (0.2%). Las economías de
la Comunidad Andina han seguido trayectorias diferentes, pero Venezuela reducirá su
PIB per capita en torno a un 9%. Perú y, en menor medida Ecuador, exhibirán un buen
crecimiento económico y, en menor medida, Ecuador, Bolivia y Colombia registrarán
un crecimiento económico positivo, pero por debajo del aumento de la población. Chile
también exhibe un bajo dinamismo en 2002. Para México, las 5 economías del Mercado
Común Centroamericano, Haití, Panamá y la República Dominicana, la pérdida de
dinamismo de la economía de Estados Unidos durante el bienio 2001-2002 fue un factor
relevante. Sólo Costa Rica, El Salvador y República Dominicana tendrán un
crecimiento positivo del PIB per capita” (CEPAL Notas, 2003: p. 3)

Un mal comienzo de siglo

América Latina constituye un panorama con riesgos de explosividad a partir de esta


situación tanto de falta de crecimiento como de desigualdad en la distribución de la
riqueza. Se dieron ciertos años de leve crecimiento económico general y, en general, se
señala, una moderada reducción de la pobreza en la década del siglo XX con algunos
débiles éxitos en materia distributiva, pero parece que la transición de un siglo a otro
nos está volviendo a la situación de la década perdida de los 80s; hay que tener en
cuenta, además, otro fenómeno importante: la “expansión impresionante en el acceso a
las comunicaciones, que ha tendido a homogeneizar las aspiraciones de consumo. Los
jóvenes urbanos, más que ningún otro grupo, se encuentran expuestos a estímulos e
información sobre nuevos y variados bienes y servicios que se convierten en símbolos
de movilidad social y a la que la mayoría de ellos no puede acceder” (CEPAL, 2000:
p.15). La pobreza, entonces, se manifiesta en otras consecuencias como la
discriminación étnica, la segregación residencial y el incremento de la violencia urbana.

Otro de los pesos que siguen anclando a América Latina en el fondo de este problema
social es la dimensión creciente de la deuda externa. Ciertamente en la década de 1980,
este tema fue objeto de gran polémica cuando se enarboló la propuesta radical de la
supresión de la deuda por parte de los países pobres al ocurrir la primera crisis de
endeudamiento en 1982, particularmente en el caso mexicano; pero los países
industrializados mantuvieron con firmeza la negociación país por país otorgando
simplemente soluciones coyunturales y puntuales como el Plan Baker (1986) y el plan
Brady (1989), que tan sólo lograron canalizar recursos frescos en negociaciones
bilaterales para poder seguir pagando los intereses.

El resultado catastrófico sigue a la vista: en 1972, la deuda de toda América Latina era
de 42 mil millones de dólares; en 1993 ya se había elevado a 528 mil millones; en 1996,
la cantidad global de la deuda ascendía a 641 mil millones; en 1999, solamente en
intereses, los países tuvieron que pagar en ese año 123 mil millones de dólares (Le
Monde Diplomatique, 2000: p. 2); en el año 2002, la deuda externa ascendía a 725 mil
millones de dólares (CEPAL, 2002b). Tomando otra fuente, el FMI ha señalado
recientemente, en su informe de septiembre de 2005, que la deuda externa de América
Latina en el 2004 se ubicó en los 780 mil millones de dólares, representando un 34.4%
del PIB de la región” Si contáramos la cantidad total de intereses que han tenido que
pagar los países latinoamericanos a las instituciones acreedoras, se puede ver que tan
sólo entre 1982 y 1996, dicha cantidad ascendía ya a 749 mil millones de dólares, una
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cifra que en sí misma ya era superior a la deuda total acumulada. Tomando la


contabilidad de otros años se puede ver que “Por concepto del pago de servicio de la
deuda, entre 1990 y 2004, la región pagó 1.9 millones de millones de dólares, lo que
representa un promedio anual para estos 15 años de 126.9 miles de millones de dólares”
(Hernández G., 2005). Esto quiere decir que, en intereses, Latinoamérica ya ha pagado
el monto total de la deuda y, sin embargo, el capital adeudado sigue creciendo de
manera exorbitante.

En el Foro Social Mundial (FMS) realizado en Porto Alegre, Brasil, a finales de Enero
del 2001, el tema de la deuda externa fue también objeto particular de atención,
señalando ese sistema de créditos e intereses internacionales como algo “injusto,
ilegítimo y fraudulento; este sistema funciona como un instrumento de dominación que
priva a los pueblos de sus derechos fundamentales, con el único fin de aumentar la
usura internacional”, como se señala en el documento final del Foro; de manera
particular, Bernard Cassen, presidente de la entidad francesa ATTAC, declaró con
firmeza: “Anular el pago de la deuda es una decisión política de los gobiernos. Los
banqueros no podrán oponerse a una acción internacional; ellos bien saben que la deuda
ya fue saldada, y que las actuales condiciones hacen imposible su pago” (Excelsior. 31
enero 2001). De hecho, se realizó una semana internacional contra el pago de la deuda
externa en julio del 2001 en Ginebra, Suiza, paralela al encuentro convocado por el
Grupo de los 7 países industrializados (G-7); pero el problema sigue avanzando sin
ninguna solución de fondo.

La preocupación sobre la fragilidad económica y desigualdades sociales del antes


llamado Tercer Mundo y en especial sobre la región latinoamericana no viene
solamente por parte de los llamados grupos globalifóbicos o altermundistas, que
empezaron a manifestarse con más resonancia a partir de la reunión de la OMC en la
ciudad de Seattle, USA, a finales de 1999, y que han continuado sus protestas en la
reunión del Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional, en Washington D.C. en
Abril del 2000, y también en otras ciudades de Europa y el mundo entero durante todos
los años del siglo XXI. La preocupación por la situación latinoamericana también la han
expresado instituciones internacionales como el BID, por ejemplo, en el análisis que
presentó su presidente Enrique Iglesias en el informe anual “Progreso Económico y
Social” en Mayo del 2000. Ahí se señalaban diversos problemas económicos graves en
la región, relacionados con otros no menos importantes como la falta de una educación
suficiente, la corrupción, el incumplimiento de las leyes, etc.; se afirmaba, por ejemplo,
que en los últimos 50 años, los países latinoamericanos cayeron del segundo al quinto
lugar mundial, si consideramos el PIB per cápita (solamente arriba de África), pues
simplemente comparando con el ingreso promedio por habitante de los países
industrializados, los latinoamericanas ganaban 10,600 dólares menos al año.

Esta situación se hace más grave en particular para algunos países, pues mientras
México, Chile o Argentina4 tienen aproximadamente entre 3 mil y 6 mil dólares de
ingreso anual promedio por habitante, otros países como Honduras, Haití, Nicaragua y
Bolivia tienen solamente entre 400 y 700 dólares anuales de ingreso promedio. El BID
señalaba así en su diagnóstico una baja tasa de crecimiento, inestabilidad económica,
desigualdad en la distribución del ingreso, etc. pero al hablar de desarrollo también
4
Con la terrible crisis económica de Argentina que explotó en diciembre del 2001, hay que tener en
cuenta que su PIB del 2002 decreció en -11%, y de manera semejante su ingreso per capita descendió a
un -12.1% (CEPAL, 2002b: pp.108-109)
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consideraba otros indicadores más allá del ámbito productivo como es el estancamiento
educativo en los diversos niveles, el poco respeto a la vida y la propiedad, y en diversos
casos, la ingobernabilidad. Por ejemplo, de manera particular, “en términos del imperio
de la ley y el control de la corrupción, América Latina se sitúa en un nivel inferior a
cualquier otro grupo de países, con excepción de África” (La Jornada, 8 mayo 2000).

Esto nos lleva a considerar lo complejo de nuestro panorama regional cuando “los
países latinoamericanos se encuentran apesadumbrados no sólo por la pobreza y la
inequidad sino también por la debilidad del imperio de la ley, es decir, la garantía de
que los ciudadanos y cualquier negocio reciban un trato imparcial y predecible por parte
del gobierno, de la justicia y de otras instituciones” (Economist, No. 8170, 05/13/2000:
p. 34).

Siempre será importante seguir midiendo el Producto Interno Bruto de la región, porque
ahí se expresa en alguna manera el potencial económico en términos de crecimiento o
decrecimiento, comparando año con año.

Países de América latina y el Caribe


Producto Interno Bruto

PIB 2000 4,0


PIB 2001 0,4
PIB 2002 -0,4
PIB 2003 2,2
PIB 2004 6,1
PIB 2005 4,9
PIB 2006 5,8
PIB 2007 5,8
PIB 2008 4,2

Fuente: CEPALSTAT http://www.cepal.org/estadisticas/bases/


PIB total a precios constantes de mercado, tasas anuales de variación (Porcentaje
sobre la base de cifras en dólares a precios constantes de 2000)

Con estos números, hay cierta razón para pensar en un cierto impulso al crecimiento; sin
embargo, esta dinámica no se sostiene porque al igual que la última década del siglo XX
basta con ver los eventuales desequilibrios. Basta con ver los años del 2001 y 2002 y,
posteriormente, la previsión que existe por parte dela propia CEPAL para el 2009 con
un decrecimiento de -1.9 por la terrible crisis económica internacional, aunque, de
manera demasiado optimista se quiere preveer una recuperación del 3.1% (CEPAL
2008-2009). El decrecimiento de solamente -1.9 tendrá que ser confirmado a final del
año 2009; hay que señalar que, en el caso de México, la propia institución bancaria
central, el Banco de México, ha señalado una posible caída de más del 6%.

Antes de la crisis financiera del 2008, se podía ver por varios años que “la región está
creciendo al 5,6% anual, con tasas que superan el 8 y 9% en Argentina, Nicaragua y
Venezuela, Brasil y México cerca del 4%. Pero esto no es gratuito: reprimarización de
las economías, débil reindustrialización, exacción de recursos naturales, degradación
ambiental, fuerte concentración de la riqueza: el 10% más rico de la región se apropia
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del 48,6%, mientras que el 10% más pobre apenas recibe el 1,6%” (Lucita E., 2008)5.
Es decir, aun antes de dicha crisis, las tasas de crecimiento tenían enormes costos, pero,
de cualquier manera, no resolvían el problema básico que tiene la región: crecimiento
de la riqueza pero sin una mejor distribución de los beneficios sociales. La crisis acelera
la contradicción entre ricos y pobres pero también entre las mismas empresas
generadoras de la producción.

Esta es una situación casi estructural que perdura en el comienzo del siglo XXI y que
necesariamente se ha agravado con la crisis económica internacional iniciada en el 2008
a partir de la quiebra de numerosos bancos norteamericanos. Estos años de 2008 y 2009
se han convertido en la expresión de una de las más terribles crisis del capitalismo en
donde incluso, por parte de diversos gobiernos del primer mundo, se ha tenido que
admitir el fracaso del modelo neoliberal: el Estado tiene que intervenir en la economía y
ejercer controles severos sobre el actuar de las instituciones financieras. Nadie como
Nicolas Sarkozy, presidente de Francia, expresó críticas severas al modelo del libre
mercado. “La idea de la omnipotencia del mercado que no debía ser alterado por
ninguna regla, por ninguna intervención pública; esa idea de la omnipotencia del
mercado era descabellada. La idea de que los mercados siempre tienen razón es
descabellada… Se ha permitido que los bancos especulen en los mercados en vez de
hacer su trabajo que consiste en invertir el ahorro en desarrollo económico y analizar el
riesgo del crédito. Se ha financiado al especulador y no al emprendedor” (Sarkozy, 25
sept. 2008). Y posteriormente Barack Obama, como presidente norteamericano lo
expresó también en su toma de posesión en enero del 2009: “Esta crisis nos ha
recordado que, sin un ojo atento, el mercado puede descontrolarse” (Obama B., 20
enero 2009).
Esta terrible crisis económica ha tenido graves consecuencias en los países del primer
mundo; pero mucho más graves son los efectos en los llamados países en vías
desarrollo, entre los cuales se encuentra la región latinoamericana. “Después de crecer
seis años de manera ininterrumpida, el PIB de América Latina y el Caribe se contraerá
un 1,9% en 2009, de acuerdo con las estimaciones de la CEPAL. Esta caída supone una
reducción del PIB por habitante de alrededor del 3,1% y tendrá un impacto negativo
sobre el mercado laboral. Se prevé además que, como consecuencia de la disminución
de la demanda de trabajo, la tasa de desocupación regional aumente del 7,5% observado
en 2008 a alrededor del 9% en 2009” (CEPAL, 2008-2009: p. 5). Con ello, parece que
volvemos a la espiral de la adversidad, como si estuviéramos de nuevo obligados a
levantar la piedra de Sísifo6.

Nuevas prácticas de desarrollo alternativo

Ante el panorama desolador de la región latinoamericana, pudiera experimentarse una


sensación de tragedia; parece no haber una salida clara que nos ponga en camino de un

5
Estos datos concuerdan también con los mencionados por el Centro de Estudios sobre la Economía
Mundial: “El 10% de las personas más ricas recibe entre el 48% delos ingresos totales generados por la
región, mientras que el 10% más pobre sólo accede al 1.6%” (Hernández G., 2005).
6
En la mitología griega, por algún pecado que cometió contra los dioses, Sísifo fue condenado a empujar
una roca de manera permanente hasta la cima de una montaña, de donde volvía a caer para que el mortal
volviera a empujarla hacia arriba. El castigo era un trabajo inútil y que no tenía esperanza de cesar.
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desarrollo con crecimiento y redistribución de la riqueza social; pero la visión pesimista


de la desesperanza no puede tener cabida, porque existen numerosos indicios para
mostrar caminos mejores. En el ámbito mundial, ciertamente hay que citar el caso de
varios países asiáticos, los llamados “tigres” que, en un lapso de 40 años durante la
segunda mitad del siglo XX, fueron capaces de pasar de situaciones tercermundistas a
condiciones de países casi de primer mundo; entre ellos, ciertamente vale la pena citar
el caso de Singapore, que en su experiencia de 1965 al 2000, bajo el liderazgo de Lee
Kuan Yew, tuvo una singular transformación en la constitución de un estado social que
luchó fuertemente contra la corrupción y supo ofrecer a su población hasta la actualidad
uno de los mejores ingresos per capita mundiales: “¿Podía haber esperado llegar a un
Singapur independiente con un PIB de 3 mil millones en 1965 para hacerlo crecer 15
veces hasta 46 mil millones de dólares en 1997… y tener el octavo ingreso per capita
más alto del mundo en 1997, según el Banco Mundial?” (Yew L.K., 2006: p. 760).

Para la región latinoamericana, podemos utilizar los indicadores del llamado Índice de
Desarrollo Humano (IDH), en donde se mide no solamente el ingreso sino también los
niveles de salud y educación, lo cual nos ofrece un mejor diagnóstico de los países que
lo que se nos mostraba solamente al medir el crecimiento económico. Ciertamente los
mejores países en el nivel del IDH están bastante alejados de los primeros del ranking
mundial, y por eso nuestra región latinoamericana en general puede considerarse
todavía en el subdesarrollo. Sin embargo, una cosa puede quedar clara: no es la
capacidad de crecimiento económico de un país lo que determina una mejor calidad de
vida para sus habitantes, cuando vemos que países como Chile, Uruguay, Cuba o Costa
Rica que, siendo pequeñas economías, se encuentran dentro de la región con los mejores
índices de desarrollo humano, adelante de potencias regionales como México y Brasil.
En este sentido, algo deben haber estado haciendo los países con mejor IDH en
comparación con aquellos como Honduras, Guatemala, Nicaragua y Haití, que se
encuentran como los más rezagados en estos indicadores básicos.

Ranking de los países latinoamericanos según su IDH


Posición País IDH Posición
regional mundial
1 Chile 0.874 40
2 Argentina 0.860 46
3 Uruguay 0.859 47
4 Cuba 0.855 48
5 Bahamas 0.854 49
6 Costa Rica 0.847 50
7 México 0.842 51
8 Trinidad y Tobago 0.833 56
9 Panamá 0.832 58
10 Antigua y Barbuda 0.830 59
11 Venezuela 0.826 61
12 Santa Lucia 0.821 66
13 Brasil 0.807 70
14 Ecuador 0.807 72
15 Dominica 0.797 77
16 Perú 0.788 79
17 Colombia 0.787 80
18 Granada 0.774 86
  11  

19 Jamaica 0.771 87
20 Belice 0.771 88
21 Surinam 0.770 89
22 República Dominicana 0.768 91
23 San Vicente y las Granadinas 0.766 92
24 Paraguay 0.752 98
25 El Salvador 0.747 101
26 Guyana 0.725 110
27 Bolivia 0.723 111
28 Honduras 0.714 117
29 Nicaragua 0.699 120
30 Guatemala 0.696 121
31 Haití 0.521 148

Fuente: http://hdr.undp.org/es/estadisticas/ (Datos del 2006 publicados en 2008)

Lo que está en cuestión, sin duda, es la rigidez de un modelo económico neoliberal que,
en pocos años, no ha mostrado ser capaz ni siquiera de hacer crecer la economía en
forma constante, y mucho menos aliviar la situación social de millones de
latinoamericanos en la pobreza. El modelo industrializador y el endeble crecimiento
económico han estado subordinados a la potencia del norte de América, que, en alianza
con las élites nacionales, no ha propiciado una verdadera transferencia tecnológica para
un desarrollo más autónomo.

En numerosos casos nacionales, ha sido impresionante la participación de la población


en los procesos electorales, que, por la vía pacífica, la vía político electoral, se han
decidido por un cambio de rumbo en las políticas económicas gubernamentales. En el
siglo XXI, habiendo empezado una tendencia con la elección de Hugo Chávez en
Venezuela, en 1988, han llegado a diversos gobiernos varios líderes emergentes que han
estado planteando un rompimiento con el modelo neoliberal e incluso con el modelo
capitalista de explotación. La región no está destinada a permanecer encadenada sino
que, en la práctica, puede estar ensayando variantes dentro del marco de la democracia
para aflojar las cadenas y buscar enfilarse hacia otras alternativas de desarrollo.

En la última década, a partir de ciertos postulados programáticos básicos definidos por


los gobiernos que han sido electos, se puede encontrar una realidad heterogénea que
antes era imposible encontrar en América Latina. En el siglo XX, los gobiernos de
izquierda –o aun los gobiernos moderados progresistas como los de Jacobo Arbenz en
Guatemala- no podían tener cabida debido a la fuerza de los militares, las oligarquías
internas y sobre todo la intervención militar abierta de los gobiernos norteamericanos:
golpes de estado y dictaduras eran parte de la “normalidad” de la región. Sin embargo,
políticamente ha ido ganando fuerza el consenso alrededor de la democracia y los
procesos electorales en un proceso alentado por los mismos Estados Unidos y aceptados
verbalmente por casi todas las élites locales.

Lo notable en el siglo XXI es el surgimiento de gobiernos progresistas y de izquierda


moderada o radical que han llegado al poder ejecutivo de sus países a partir
precisamente de los postulados del liberalismo: los procesos electorales en un modelo
democrático. Por ello, surgió Hugo Chávez en 1998, ratificado en el 2000 y luego en el
2006; también Evo Morales en Bolivia en 2005; Lula da Silva en Brasil en el 2002 y
  12  

ratificado en el 2006; el Partido Socialista de Chile con Ricardo Lagos y continuado


luego por Michelle Bachelet en el 2005 (con una segunda vuelta en enero de 2006);
Rafael Correa en Ecuador en el 2006 y reelecto en el 2009; el regreso del Sandinismo
con Daniel Ortega en Nicaragua, en el 2006; Néstor Kirchner en Argentina en el 2003
con un gobierno continuado por su esposa Cristina en el 2007; Mauricio Funes
gobernante de El Salvador por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional
(FMLN) en el 2009, etc.

Todos estos gobiernos han estado cuestionando el modelo de desarrollo llamado


neoliberalismo, que se distingue por las políticas de crecimiento económico basadas
solamente en el libre comercio; en esta concepción neoliberal, siempre se pensó que
dicho crecimiento tarde o temprano llegaría a desparramar los beneficios sociales para
toda la población, cosa que ciertamente no ha ocurrido.

Esta ideología general de la izquierda en estos gobiernos emergentes, aunque es


bastante heterogénea en su aplicación en cada país, se ha enfrentado a los grupos
económicos más poderosos al interior con una política social que se caracteriza sobre
todo por programas de distribución de recursos focalizados directamente a los sectores
más desfavorecidos y, en el marco internacional, varios gobiernos entre los que
destacan sobre todo Venezuela, Bolivia y Ecuador, han expresado una exigencia de
autonomía frente a los organismos financieros y en particular frente a la intervención de
los Estados Unidos. De esta manera, por lo general, estos gobiernos se han opuesto al
proyecto norteamericano de la Alianza del Libre Comercio de las Américas (ALCA) o a
diversos tratados bilaterales de libre comercio, que solamente significan la apertura de
fronteras a productos del exterior sin tener en cuenta la producción nacional y el
mercado interno. Estamos, en este sentido, a la puerta de nuevas alternativas y cambios
sociales para una nueva reorientación de la economía, a partir de la política.

Conclusiones

El gran sueño de Simón Bolívar sobre la gran patria americana no se ha cumplido: toda
la región se dispersó en numerosos países que optaron por la vía nacional y cuyas fechas
de emancipación de España empezarán a ser motivo de conmemoración y alegría. Sin
embargo, junto con la fiesta por las fechas de independencia hay que recordar también
las tareas pendientes que dejaron los libertadores a las nuevas generaciones: por un
lado, la consolidación de una libertad política que se tiene que manifestar en
instituciones más democráticas; por otro lado, la orientación de un modelo de desarrollo
cuyos beneficios se repartan entre todos los habitantes y que no sean acaparados
solamente por las élites.

Las nacionalidades latinoamericanas empezaron a existir hace cerca de 200 años, lo cual
es motivo de orgullo. Las otras tareas son asignaturas pendientes porque, por un lado,
pesa mucho el posible retroceso que implica la existencia del golpe de Estado en
Honduras el 28 de junio del 2009, con un presidente constitucional depuesto
violentamente por militares y civiles, cuando había sido electo con todas las reglas de la
democracia electoral. Y pesa aún más el descontrol y manipulación de una economía
regional que tiene tantos recursos naturales pero no ha alcanzado un crecimiento estable
y mucho menos una mejor distribución de la riqueza social.
  13  

Aunque las causas de nuestra situación latinoamericana son muchas, en términos


históricos podemos referirnos al fracaso de un modelo llamado neoliberalismo7 que se
impuso de manera salvaje en toda la región: esa veloz apertura a los mercados
acompañada de severos programas de ajuste al interior de cada país han mostrado su
inoperancia: “El llamado Consenso de Washington ha concluido en un fracaso
mayúsculo. Las políticas del ajuste estructural que impulsara en los años 80s y 90s,
provocaron la exclusión de la producción y del consumo de millones de personas en
todo el continente. Hoy en América latina más del 40% de su población es pobre y entre
el 15% y el 20% indigente, y las desigualdades sociales se han acrecentado” (Lucita E.,
2008).

Ni la región se ha estabilizado en su crecimiento económico ni la pobreza ha dejado de


ser un problema alarmante en la mayoría de los países. Por eso se hace necesario
transformar el trabajo inútil de Sísifo en algo productivo y remunerador. Pero hay que
matizar esta afirmación en el sentido de que en realidad sí ha habido trabajo muy
productivo a partir de la enorme cantidad de recursos naturales que tiene América
Latina, pero la realidad es, por un lado, la enorme transferencia de recursos hacia las
naciones industrializadas y, por otro, cómo gran parte de dichos recursos es acaparado
por unos pocos, al interior de los estados nacionales. Necesitamos inventar nuevos
modelos de desarrollo alternativos y optar por ellos. De esta manera, puede ser útil
recordar las recomendaciones de Wallerstein, cuando analizamos la situación caótica
del actual sistema-mundo: “Necesitamos primero que todo intentar comprender
claramente qué es lo que está sucediendo. Necesitamos después decidir en qué dirección
queremos que se mueva el mundo. Y debemos finalmente resolver cómo actuaremos en
el presente de modo que las cosas se muevan en el sentido que preferimos”
(Wallerstein, 2005: p. 122). Por eso hay que afirmar que nos alegramos con aquella
independencia de hace casi 200 años, pero también debemos reconocer que los ideales y
las metas de muchos de aquellos luchadores decimonónicos todavía están vigentes para
las generaciones del siglo XXI.

7
Sobre el modelo neoliberal en sus lineamientos teóricos y en sus repercusiones en América Latina,
puede consultarse a Medina y Delgado (2003).
  14  

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