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La filosofía aristotélica es, a la vez, producto y refutación de las concepciones

platónicas de la realidad. Aristóteles contrariamente a Platón, se interesa por


el mundo físico, por el devenir de las cosas y a su vez la explicación de estas,
por el ser y la inteligibilidad de la naturaleza en que vivimos. Aristóteles se
distanció de las posiciones idealistas, para elaborar un pensamiento de
carácter naturalista y realista. Para Aristóteles existen varios modos de ser.
Existe, en primer lugar, aquel ser que no existe de por sí ya que su existencia
depende de la existencia de otro ser. Luego existe el ser que no depende de
otro para su existencia. En definitiva todos los demás modos dependen de
éste para poder ser pensados, pero el ser por excelencia es radicalmente
independiente. Este modo de ser es la substancia, a la cual Aristóteles
identifica con toda las cosas individuales.

Los organismos vivientes tienen origen (generación), cambian


(movimiento) y desaparecen (disolución). El problema aristotélico consiste en
explicar el devenir de las cosas manteniendo, a la vez, la racionalidad del
universo. Este sostiene una visión teológica del universo; ya que él decía que
el universo es un todo organizado en el cual cada una de la partes tiene un
fin y una función determinada. El gran arquitecto del universo es, Dios, al
crear al mundo da a cada uno de sus componentes un sitio y una función
específica. El devenir no constituye un movimiento caótico, desorganizado o
ilógico. El proceso de devenir está determinado por el propósito final de la
cosa. Todo desarrollo está dirigido hacia la realización de la potencialidad
intrínseca en la naturaleza misma del ente.

De acuerdo con Aristóteles, el devenir de las cosas está delimitado por


cuatro causas o factores indispensables. En primer lugar está la causa formal
que es la que nos indica el ser de las cosas, lo que la cosa es (actualidad). En
segundo lugar está la causa material que nos indica la materia prima de la
cual está compuesta la cosa (potencialidad). En tercer lugar está la causa
eficiente que constituye el agente que actualiza la potencialidad (agente
motor). Y la última causa la constituye la causa final o el propósito de la cosa
en sí.

Las causas provocan los cambios accidentales. Podría decirse que las
causas son lo que permite que las cosas sean. Por ejemplo, el papel es causa
del libro, pero no es su única causa, es su causa material únicamente (se
refiere a la materia de la cual están formadas las cosas), ya que un montón
de papel no hace un libro: se necesita también la idea o el concepto de libro.
A esto se le lama causa formal (se refiere a la idea o concepto del objeto). Sin
embargo esas dos causas siguen sin ser suficientes para conformar un libro,
se necesita un agente que realice el cambio, en este caso, el escritor; a esta
causa se le llama causa eficiente. La causa final se refiere a la finalidad del
objeto, en este caso podríamos decir que la lectura es causa del libro. Sin
embargo, el papel, el escritor y la lectura no son todas las causas que tiene el
libro. Todo lo que interviene entre el motor y un objeto se considera causa, es
decir, la imprenta, la tinta, la literatura, etc. También son causas del libro, ya
sea directa o indirectamente, y se pueden contener dentro de alguno de los
cuatro tipos de causa. De hecho, podríamos clasificar todas las causas en
materiales y formales. Hay varios tipos de relaciones entre las causas.
Pueden ser de reciprocidad (por ejemplo la lectura y el libro), de anterioridad
y posterioridad, (el escritor es anterior al libro), de lejanía y proximidad (se
puede decir que el hombre es causa del libro), y en acto y potencia (un
escritor puede ser causa potencial de un libro aunque no esté escribiendo).

Ejemplos:

Causa Material Causa Formal Causa MotrizCausa Final

Zapato La forma del zapato Zapatero Para caminar

Casa La forma de la casa Constructor Para vivir

Bate de Madera La forma del bate Carpintero Para batear

Traje La forma del traje Costurera Para vestir

De acuerdo con Aristóteles, existe una identidad lógica entre la causa


final, la eficiente y la formal. Por tanto, podemos reducir todo devenir a una
relación entre forma y la materia. Aristóteles piensa, en definitiva, la mayoría
de las veces, como biólogo y por eso afirma que el fin y el motor se reducen
a la forma: es ella quien mueve al ser vivo desde adentro, como naturaleza y
su perfeccionamiento, como enteléchia, es la finalidad de la vida. Aparece así
la prioridad formal que caracteriza la metafísica aristotélica.

Lo que existe es la cosa individual en la cual la forma y materia son


inseparables. En la realidad no existe materia sin forma ni forma sin materia.
La materia posee, de por si, la forma pero en potencia, mientras que la forma
constituye el fin hacia el cual la actualización de la materia se dirige. El
universo se encuentra en un estado de devenir continuo, pero dicho
devenires de naturaleza racional y lógica. El devenir constituye el proceso
por el cual cada uno de los entes que componen el universo logra realizar el
propósito final o la forma impuesta en ellos por el Motor Inmóvil: Dios.

El universo está constituido en su límite superior por la Forma Pura, el


Motor Inmovil o Dios, y en su límite inferior por la materia prima o
indeterminada. La naturaleza es el reino del devenir entre estos límites. La
posición jerárquica de cada una de las especies la determina su distancia de
la forma pura, mientras que la posición de cada individuo dentro de la
especie la determina mayor o el menor grado de actualización de su
propósito final o forma inherente a su especie. Además, cada especie a su
nivel superior de determinación conserva consigo las determinaciones de las
especies inferiores.

No obstante estos dos principios describe la naturaleza como un


sistema organizado desde la materia inorgánica, que simplemente existe; el
reino vegetal que además de existir, posee vida (es capaz de nutrición y
reproducción); el reino animal (capacidad de existencia y vida que tiene
sensaciones, placeres, dolores y capacidad de moverse espontáneamente).
Sobre la jerarquía natural existe Dios que es la perfección misma y, por tanto,
la aspiración suprema del hombre y de todos los seres existentes.

Aristóteles rechaza la concepción platónica del hombre; ya que para


Aristoteles lo único que existe es el ente individual en el cual la forma y
materia son inseparables. El cuerpo es la materia y el alma es la forma. El
cuerpo tiene vida en potencia, pero es el alma quien actualiza esa
potencialidad. El alma es el agente eficiente y la causa final del cuerpo y
primero de un cuerpo que tiene vida en potencia. La teoría de las ideas parte
de la búsqueda Socrática por definir la esencia de las cosas, especialmente,
las virtudes. Frente a la separación radical entre el mundo sensible y el
mundo inteligible planteada por las doctrinas platónicas, defendió la
posibilidad de aprender la realidad a partir de la experiencia. Por tal razón
este estuvo en contra de las tesis de su maestro ya que este consideró que
las ideas o conceptos universales no deben separarse de las cosas, sino que
estaban inmersas ellas, como forma específica a la materia. Así pues, la
posición de Aristóteles ante la Teoría de la Ideas de su maestro Platón es de
rechazo ya que este nos dice que lo verdaderamente existente no son los
"reflejos" de las Ideas, sino los entes individuales, captados por la inteligencia
y en los que reside el aspecto universal. Si las Ideas son esencias que existen
separadamente de las cosas, entonces son substancias, esto es realidades
subsistentes, en tanto y en cuanto poseen existencia independiente, según
Aristóteles. Este decía que su maestro Platón duplicaba las dificultades
teniendo así que explicar dos mundos; que si la esencia de las cosas está
separada de estas entonces no puede ser propiamente su esencia. Para
Aristóteles lo único que existe es el ente individual en el cual forma y materia
son inseparables. El hombre para este es la unión del cuerpo y el alma
formando una unidad indisoluble.

Cada especie conserva las determinaciones de las especies anteriores.


El alma del hombre, por tanto, se conserva la determinación vegetativa de
las plantas. Si el hombre desarrolla al máximo solamente esa potencialidad
estaría actualizando la naturaleza correspondiente a una especie inferior y
entonces estaría degenerando. En segundo lugar, el alma también conserva
la determinación sensitiva de los animales la cual una vez mas esta
actualización única de esta determinación implicaría una degeneración o
desviación de la naturaleza inherentemente humana. En tercer lugar, el
hombre posee la determinación intelectiva, que es la característica de su
especie; en esta determinación la que describe su esencia y su causa final. El
verdadero hombre virtuoso tiene como fin el actualizar el máximo aquello
que determine su esencia o sea que su verdadero fin es su capacidad o
potencial racional.

Según el libro de Física de Aristóteles:

De los entes, unos son por naturaleza, otros por otras causas; por naturaleza,
los animales

y sus partes, las plantas y los cuerpos simples, como la tierra, el fuego, el
aire y el agua (pues de estas cosas y de otras semejantes decimos que son
por naturaleza), y todos ellos parecen diferenciarse de los que no están
constituidos por naturaleza; ya que cada uno tiene en sí mismo un principio
de movimiento y de reposo, unos en cuanto al lugar, otros en cuanto al
aumento y la disminución, otros en cuanto a la alteración. Por el contrario,
una cama, una prenda de vestir y cualquier otra cosa de este género, en
tanto que en cada caso las predicamos así, es decir, en cuanto que son
productos de la técnica, no tienen en sí mismas ninguna tendencia natural al
cambio, sino solamente en cuanto tienen el accidente de ser de piedra o de
tierra o de una mezcla de ambas y bajo este respecto; pues la naturaleza es
un principio y una causa de movimiento y de reposo para la cosa en la que se
da primariamente por sí y no por accidente.

Para poder distinguir entre lo natural y lo artificial no se puede uno


contentar con lo inmediato que simplemente es, sino que ha de poder
atenderse a lo que en cierto modo es la causa de que lo que es venga
precisamente a serlo. Es necesario captar la noción de substancia y su
diferencia con respecto a los denominados accidentes. No obstante, “ser por”
no solo compete a una cosa y a su causa, sino a una cosa que cambia y a la
causa de su cambio. Para poder distinguir entre natural y artificial, tal como
lo hace Aristóteles, tenemos que contar, además de con la cosa o con el
acontecimiento, con una visión que los contemple como efectos y, en
consecuencia, pueda preguntar por sus causas. En definitiva, pues,
Aristóteles nos explica la distinción entre natural y artificial como la
diferencia que hay entre lo que es por sí y lo que es por otro, referido
siempre, claro está, al cambio. Por naturaleza es, pues, la cosa que cambia
su lugar o crece o disminuye o se altera obedeciendo a un principio o causa
que le sea intrínseco. Y siendo así por naturaleza, la naturaleza misma, nos
dice Aristóteles, es ese mismo principio y causa del movimiento y del reposo
de ese tipo de cosas.
Aparte, o contrapuestas a las cosas que son por naturaleza, están las cosas
producidas por la técnica. En estas cosas no encontramos ninguna tendencia
natural en ellas mismas al cambio. La única excepción, apunta Aristóteles, se
da cuando coincide que cualquiera de esas cosas artificiales tiene algún
componente natural. Entonces, “por accidente”, cabe que tengan esa
tendencia al moviendo, pero no las afectará en tanto que cosas producidas
por la técnica, sino en cuanto que sus componentes naturales pueden aún
manifestar su condición de tales. Así, por ejemplo, ocurre con la mesa hecha
de madera, que puede tener movimientos de alteración que parten de ella
misma en la medida en que son movimientos de la madera de que está
hecha, y también ocurre con cualquier utensilio que, dejado suelto en el aire,
cae hacia la tierra por ser éste el movimiento natural de lugar propio de sus
componentes naturales (metal, piedra, madera, etc.). Por tal razón, hay cosas
que son por naturaleza y otras que son por técnica, y se diferencian unas de
otras por el carácter intrínseco o no del principio de su propio movimiento.
Sólo lo natural se mueve por sí. Lo artificial, si se mueve por sí, es debido a la
coincidencia de tener componentes naturales, y en tanto que es producto de
la técnica, se mueve por otro. En definitiva, lo natural y lo artificial confluyen
en un orden único que tiene su patrón en la naturaleza misma.

Aristóteles planteaba la cuestión de un modo diferente. Creía que la


naturaleza y el arte (lo natural y lo artificial) no tienen nada en común;
constituyen dos esferas diferentes de la realidad. En consecuencia, las leyes
que gobiernan estos dos tipos de entidades difieren de forma esencial y, por
esta razón, el conocimiento de ambas también es distinto. La ciencia natural
no incluye el saber-cómo de los instrumentos, las herramientas y las
máquinas, y éstas últimas no ofrecen ninguna ayuda para el conocimiento de
las entidades naturales. Se trata de dos tipos distintos de conocimiento. Los
entes naturales tienen una forma primaria, mientras que los artificiales
tienen una forma secundaria que los agentes humanos les imponen. Según
Aristóteles (Charlton, 1970), lo natural "tiene en sí mismo la fuente de su
propia formación", mientras que en el caso de lo artificial, "la fuente es
distinta y externa". Los casos paradigmáticos de lo artificial ya no son (como
lo eran para Platón) flores o pájaros artificiales, muñecas y estatuas, sino,
e.g., la rueda, que no es algo dado en la naturaleza como medio de
transporte. Los artefactos no son imitaciones de algo dado previamente, sino
auténticas invenciones; representan algo nuevo, no una simple e imperfecta
copia de un prototipo.

Lo que Aristóteles acentúa es el carácter de producto humano de los


artefactos como su rasgo común más distintivo. También enfatiza la
distinción entre las dos esferas: la natural y la artificial. No son sólo
ontológicamente diferentes (formas primarias versus formas secundarias),
sino también epistemológicamente (conocimiento teórico versus productivo;
epistéme versus techné). “Aristóteles distingue entre ‘saber-cómo’ (el tipo de
conocimiento que posee el artesano y el ingeniero) y lo que podríamos llamar
‘saber-por-qué’ o comprensión demostrativa (que sólo posee el científico). Un
constructor de barcos, por ejemplo, sabe cómo unir los tablones de madera
formando una estructura apropiada para la navegación; pero no tiene ni
necesita una demostración causal, silogística, basada en los principios
primarios de las primeras causas de las cosas. Lo que necesita saber,
entonces, es que la madera convenientemente dispuesta flota; pero no tiene
ninguna necesidad de mostrar cuáles son las causas y principios que le
proporcionan a la madera la propiedad de la flotación. Por el contrario, el
científico se ocupa de lo que Aristóteles denomina “hecho razonado”; hasta
que no haya mostrado por qué algo se comporta de la forma en que lo hace
rastreando sus causas hasta los primeros principios, no tendrá conocimiento
científico de ello.” (Laudan, 1983: 113).

La dicotomía básica que separa lo natural de lo artificial para Aristóteles se


desplaza, esencialmente, a lo largo de la línea divisoria entre lo espontáneo y
lo intencional. La esfera de la interferencia humana, i.e., la de los artefactos,
está así separada de un modo muy definido de la de la naturaleza, al ser el
producto de los agentes humanos. Ambas esferas, sin embargo, son similares
porque están estructuradas teleológicamente. En contraste con la concepción
moderna, Aristóteles no defiende que los procesos naturales sean causales
(derivados de causas eficientes) mientras que los artificiales son teleológicos
(gobernados por causas finales). Como es bien sabido, las cuatro causas de
Aristóteles funcionan en ambas esferas.

El término "naturaleza" se refiere a lo que tiene de propio o peculiar un


objeto en la medida en que dicho rasgo o rasgos determinan el ámbito de
posibles cambios que le pueden sobrevenir. Aristóteles define la naturaleza
como "la esencia de los seres que poseen en sí mismos y en cuanto tales el
principio de su movimiento" y también como "el principio y causa del
movimiento y de reposo en la cosa en que ella se halla, inmediatamente, por
sí misma y no por accidente". Con estas afirmaciones quiere indicar, al
menos, lo siguiente: la naturaleza se identifica con el ser propio de las cosas,
con su esencia; pero de las cosas capaces de cambiar a partir de sí mismas;
la naturaleza no sólo determina el tipo posible de movimientos de un objeto
sino también el tipo de reposo que le conviene (por ejemplo, a la piedra le
corresponde estar quieta en el suelo y ello en virtud de su naturaleza).
Aristóteles distingue tres tipos de causas o principios en la existencia,
movimiento y posesión de uno u otro rasgo, propiedad o característica de los
seres: por azar: algo puede existir y ocurrir como consecuencia del azar: los
llamados seres deformes o "monstruos de la naturaleza", la piedra que cae y
que accidentalmente rompe una rama...; por arte o técnica, como ocurre con
cualquiera de nuestras máquinas y las cosas que ellas hacen; por naturaleza,
como los cuatro elementos, las plantas, los animales, el hombre incluido y
sus partes.

El principio aristotélico se fundamenta en que “todo lo que se mueve


es movido por otro”. Es decir que todo lo que se mueve es movido por un
agente que está en movimiento, lo cual presupone otro agente como causa
motriz y así sucesivamente. Es aquí que se ve la necesidad de postular una
primera causa de movimiento: un Motor Inmóvil el cual es Dios. Otro principio
aristotélico es que las cosas constituyen la prueba de los grados ya que las
cosas sensibles demuestran varios grados de perfección. Una son más bellas,
mejores y más ciertas que otras; por consiguiente es necesario postular un
máximo de perfección en cada uno de estos valores. Es necesario postular un
ente perfectamente bondadoso, bello y verdadero en el cual este es Dios.

La metafísica aristotélica consiste, principalmente, en la negación del


paralelismo entre el mundo ideal y formal y el mundo natural y material,
dualismo característico de la filosofía platónica. Para Aristóteles lo real es la
cosa individual en la cual la forma y materia son inseparables. Platón
establece una separación total entre el ser y no ser. El ser es idéntico a la
forma y como tal es eterno, inmutable e infinito. El no ser comprende todo
aquello que tienes origen, cambia o desaparece. Aristóteles rechaza este
dualismo entre el ser y no ser; de acuerdo con él, el ser lo constituye la
realidad concreta de las cosas individuales; estas son la substancia o el sínolo
(unión de forma y materia de las cosas individuales). Como ya mencionado
anteriormente, Aristóteles distingue entre dos modos de ser; el ser necesario
y el contingente. El ser necesario es aquel que subsiste por sí y el ser
contingente es aquel que subsiste en otro. El error platónico, según
Aristóteles, consistió en substancializar ambas formas de ser; el necesario y
el contingente.

El concepto de substancia en Aristóteles tiene dos significados. En


primer lugar, significa la cosa individual, el sínolo o la unión de forma y
materia. Desde este punto de vista, la substancia es el ser de la esencia. En
segundo lugar, Aristóteles concibe la substancia como la esencia del ser; esto
es, como la forma o la especie que hace de ser individual lo que es. Como tal,
el hombre individual es la substancia concebida como el ser de la esencia. El
hombre individual, sin embargo, es hombre porque comparte las
características necesarias y esenciales para ser hombre. Si la esencia del
hombre la constituye su racionalidad, todo animal racional es hombre y todo
hombre es animal racional. En este caso, la substancia es idéntica a la
esencia o forma. La substancia, concebida desde ese punto de vista, es la
esencia del ser; es la esencia o la forma del ser hombre. Definir al hombre
implica descubrir los predicados necesarios de sujeto; supone descubrir su
esencia. Según Aristóteles, el error principal de Platón consistió en considerar
las esencias como substancias separadas o independientes de los seres
cosas particulares. De acuerdo con Platón, la esencia o forma de cada ser
particular constituye lo real y existe de por sí, sin ninguna vinculación con el
mundo material.

Cuando Aristóteles inicia su pensamiento, la polémica entre Heráclito y


Parménides sigue viva. Así esta polémica nos muestra la imposibilidad de
compatibilizar el ser y el movimiento. Heráclito acepta la existencia del
movimiento, pero los seres no son estables. En cambio Parménides señala la
existencia de un ser estable, pero siendo totalmente imposible el movimiento
o el cambio. Además había un rasgo común los dos pensamientos: el
conocimiento es totalmente imposible; la solución platónica no será efectiva,
ya que separará los seres de los móviles, mostrando, además, una postura
filosófica incapaz de hacer compatibles el ser y el movimiento.

La sustancia es en Aristóteles la forma privilegiada de ser. El ser se


dice de muchas maneras, pero fundamentalmente como sustancia, es decir,
como aquello que no se da en un sujeto sino que es ello mismo sujeto. Junto
con la sustancia, constituyen las categorías del ser: cantidad, cualidad,
relación, lugar, tiempo, posición, estado, acción y pasión. La sustancia es el
individuo concreto y particular, lo que ordinariamente llamamos "cosas" u
"objetos", es decir, esta mesa, este caballo, Sócrates, lo que es sujeto,
aquello en lo que inhieren las otras formas de ser, los accidentes. En la
medida en que definimos un objeto, lo conocemos, por la esencia, ésta puede
ser llamada también sustancia, pero sólo un sentido secundario. La sustancia
primera, la sustancia propiamente dicha, el ser, es el individuo; la esencia,
aquello por lo que conocemos el ser, es llamada por Aristóteles sustancia
segunda.

En la teoría de la virtud se echa de ver en seguida de un modo especial


que Aristóteles es un hombre de la experiencia. Define, divide y describe la
virtud con un asombroso sentido práctico y la mirada abierta a los más
variados detalles, y señala asimismo las vías prácticas que llevan a ella. Lo
que aquí nos da Aristóteles puede considerarse como la primera
fenomenología de los valores y a la vez como la fundamentación filosófica de
una fenomenología del carácter humano. La virtud es para Aristóteles
“aquella actitud de nuestro querer que se decide por el justo medio, y
determina este medio tal como suele entenderlo el hombre inteligente y
juicioso”. (Ética a Nicómaco, 1106b). Más breve, virtud es el natural obrar del
hombre en su perfección. Y puesto que la naturaleza específica del hombre
consiste en su ser racional, y este ser racional se escinde en pensar y querer,
tenemos ya con ello los dos grandes grupos capitales de virtudes: las
virtudes noéticas y las virtudes éticas. Las virtudes dianoéticas son las
perfecciones del puro entendimiento, tal como se dan en la sabiduría, en la
razón y el saber; donde, como se comprenderá, el conocer se ejercita por el
conocer mismo, por amor de la pura intuición de la verdad. Hasta aquí el
campo de la razón teorética. Igualmente las tenemos en el arte, o facultad de
hacer (tecné), y en la perspicacia y prudencia, saber práctico o razón
práctica.

Es esta terminología se advierte la huella del socratismo y del platonismo; si


no es las palabras, sí en la realidad se concibe la vida entera del hombre
desde un punto de vista netamente intelectualista, sin negar que con su
distinción entre razón teórica y razón práctica se acerca Aristótóles más que
aquellos sus maestros a la realidad. Las virtudes éticas. Mayor acercamiento
a ésta envuelve aún su introducción del concepto de virtud ética. Con ello
persigue expresamente el fin de hacer justicia al hecho del querer, como
peculiar facultad espiritual fundamentalmente distinta del mero saber. Las
virtudes éticas tienen efectivamente su campo de acción en el sometimiento
del cuerpo y de sus apetitos al dominio del alma. Ciertamente Aristóteles
sigue aquí huellas de la psicología platónica, que ya admitía en el alma una
parte dominadora y una parte que se ha de dominar, y rechazaba la
reducción socrática de toda virtud al saber; pero le cabe a Aristóteles el
mérito personal de haber descrito esta nueva realidad más exacta y
comprensivamente dirigiendo su mirada al campo de las virtudes éticas, que
entran en cuestión, y describiéndolas fenomenológicamente en sus
específicas propiedades, caracterizando así con mano maestra la valentía, el
dominio de sí, la liberalidad, la magnanimidad, la grandeza del alma, el
pundonor, la mansedumbre, la veracidad, la cortesía, la justicia y la amistad.

El sentido realista aparece de nuevo en Aristóteles al tocar el tema del


nacimiento y desarrollo de la virtud. Ve claramente la importancia que para
ello tiene un buen natural; aprecia el conocimiento especulativo de los
valores que necesariamente ha de añadirse aun a la mejor índole; hace
especial hincapié en el consciente esfuerzo personal hacia el bien, sin caer en
la desorbitada tesis socrática de la enseñabilidad de la virtud; tiene en
mucho la aportación al perfeccionamiento moral que significa una buena
educación, y apunta sobre todo al ejercicio y a los hábitos adquiridos como
factores decisivos. Un hombre se hace constructor construyendo bien;
igualmente se hará uno sobrio y justo ejercitándose prácticamente en
vencerse y pensando y obrando rectamente.

En una visión enteramente realista asienta Aristóteles que el más seguro


camino para la virtud viene a ser prácticamente la ley, que encauza la
conducta del hombre por ciertas vías. Una tal legalidad no es ciertamente la
moralidad ideal, pero es, material y objetivamente considerada, algo digno y
valioso, habida cuenta de que el hombre medio y corriente no suele
conducirse por ideales filosóficos o éticos, sino que más bien conforma su
obrar con la ley y la costumbre.

Según Aristóteles el fin último de la educación es la felicidad del hombre


(Eudaimonía). El hombre feliz es aquel que desarrolla al máximo sus
potencialidades conforme a la más alta de las virtudes: la sabiduría. El
verdadero hombre es aquel que desarrolla su esencia racional al máximo y
por tanto, dedica su vida a las ciencias contemplativas: las matemáticas, a
física y la filosofía. Desde el punto de vista práctico, el fin de la educación es
la creación de buenos hábitos y disposiciones en el individuo. El hombre
virtuoso logra que sus actividades y sus decisiones no sean una expresión de
su vida vegetativa animal sino de su vida racional. Pero para lograr esta
disposición hacia el ejercicio del bien, es necesaria la práctica continua. La
escuela es la agencia que debe proveer los medios y la experiencia para la
formación del carácter del ciudadano joven. La educación según Aristóteles,
debe ser una función del Estado. Las leyes del Estado deben de servir de guía
y de instrumento de la formación de las nuevas generaciones.

De acuerdo con Aristóteles, solamente los ciudadanos tienen verdadero


derecho a la educación. La educación del ciudadano, por tanto, no debe
incluir las artes manuales y prácticas características del esclavo. Esta debe
ser totalmente liberal; esto es, sin ninguna utilidad práctica. En conclusión, e
fin de la educación aristotélica es la formación de un hombre prudente y
virtuoso; un hombre que mediante el ejercicio continúo puede escoger el
justo medio entre los extremos viciosos en todas sus decisiones.

Aristóteles pensaba que al igual que las demás capas y clases sociales que
coexistían en la sociedad de su época, también los esclavos podían alcanzar
la plenitud de su ser en tanto tales y, por esta vía, la eudaimonía, esto es, la
felicidad y otras virtudes morales, aunque no del mismo modo que los demás
miembros de la sociedad, contribuyendo así al bienestar de la comunidad
cívica en su conjunto. Justificar la existencia de la esclavitud, sin la cual no
podría entenderse la categoría de señor, es consecuente con su teoría del
ser, según la cual no existe nada, planta, animal, cosa u hombre, que carezca
de una potencialidad que lo impulse necesariamente hacia lo bueno, hacia un
fin último que constituye su plenitud, su realización, su telos.

Por más conflictiva que resulte a menudo la convivencia no hay duda de que
las personas nos buscamos las unas a las otras. Por placer o por necesidad.
Por si ésta no fuese una evidencia suficiente de nuestra sociabilidad natural,
Aristóteles aportaba otro argumento: la existencia del lenguaje. El fin y al
cabo, ¿qué sentido tendría un lenguaje si no lo situamos en el marco de
nuestra compleja vida social? La palabra crea vínculos y establece
relaciones. Cuanto más rico es nuestro lenguaje más denso es nuestra red de
relaciones sociales. Pensemos, por ejemplo, qué sería de la institución
familiar sin palabras como "padre" o "madre", o bien que sería de la política
sin conceptos como "mandar", "obedecer", "poder" o "jefe". En definitiva, el
lenguaje otorga un nuevo marco de posibilidades a la sociabilidad humana.

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