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Y aquí estamos, casi cuatro siglos después, sumidos aun en el dualismo; bastó
con que una metáfo ra se tomara por un hecho: en su “revolucionaria” revisión
del Conductismo, la Psicología Cognitiva introdujo la mente, esa instancia
privilegiada e indubitable inventada por Descartes, en el territorio de la ciencia,
ofreciéndola como respuesta a la peculiar forma humana de experienciar una
realidad externa produciendo razones para la acción. Así, pensamientos y
emociones que conforman creencias y sistemas de creencias, surgen en
nuestra conciencia desencarnados; instituyen un Yo independiente del cuerpo,
un Yo que reasume en el lenguaje de la ciencia ese tradicional ideal de libertad,
dignidad y semejanza con la divinidad, por el cual nos consideramos diferentes
-mejores- que el resto de la naturaleza. La mente cartesiana, carente de cuerpo
o indiferente a él, despojada de pasiones -que poseen al cuerpo- sin intención
pues no escapa de sí misma y -ahora, para más- inconsciente, finalmente ha
devenido -con el Cognitivismo- en intermediaria funcional del par estímulo-
respuesta , empeñada en el procesamiento de símbolos sin sentido.
Tal parecen los elementos que manejamos para tomar decisiones, para
solucionar problemas, para razonar y actuar, cuando para explicar nuestro
funcionamiento se nos homologa a las actuales computadoras: cada vez más,
éstas son capaces de ejecutar tareas que requieren o simulan inteligencia;
muchas de ellas con fiabilidad y rapidez mayor que los humanos; no obstante
-por ahora al menos- carecen de la capacidad de ser conscientes de sí
mismas; son máquinas sintácticas, procesan cadenas de significantes carentes
de significado, el que siempre es atribuido por el programador o usuario.
Puesto así, para que alguna teorización actual sobre la mente merezca interés
y atención, debería contemplar en su descripción orgánica, estructural, la
exigencia de flexibilidad, diferencia y variación que impone la novedad del
mundo combinada con la del propio ser; de lo contrario no se ve cómo podría
establecer mínimas generalizaciones. Sobre esta base cabe rechazar las
teorías que describen al cerebro-mente como un -por sofisticado que sea-
sistema de procesamiento de información puramente sintáctico.
El arte se hace eco y hasta adelanta los problemas: los temas presentes en la
producción artística no difieren de los de siempre en la historia de la
humanidad: el enigma de ser y amar, el dolor de existir o de amar, su apertura
al miedo, al odio y a la muerte… Nada es nuevo. Sí lo es en cambio su
tratamiento, un tratamiento reduccionista, que se centra casi obsesivamente en
lo corporal y en su estatuto de objeto a merced de lo tecnológico, un cuerpo
des-subjetivado, obje tivado como cualquier otro objeto de consumo.
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BIBLIOGRAFIA :