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Juventud de Éxito

Diego Merino Naranjo


ÍNDICE

Introducción 3

CAPÍTULO I
Un Joven de éxito tiene voluntad y conocimiento 8

CAPÍTULO II
Un Joven de éxito sabe escuchar 13

CAPÍTULO III
Un Joven de éxito no interrumpe 17

CAPÍTULO IV
Un Joven de éxito alienta y estimula 21

CAPÍTULO V
Un Joven de éxito es positivo 26

CAPÍTULO VI
Un Joven de éxito trata de mejorar el ambiente donde vive 30

CAPÍTULO VII
Un Joven de éxito tiene una actitud triunfadora 35

CAPÍTULO VIII
Un Joven de éxito pone en práctica lo que aprende 41

CAPÍTULO IX
La satisfacción del camino recorrido y del trabajo realizado 50

CAPÍTULO X
Cartas dirigidas a papá, mamá y al Amigo de los Jóvenes 53

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INTRODUCCIÓN

En un pequeño pueblo vivía un anciano con su hijo de 17 años. Un día el dócil


caballo blanco con el que trabajaba saltó la reja y se fue con varios caballos
salvajes. La gente del pueblo empezó a murmurar: “¡Ay qué desgracia la suya,
Don Cipriano!”. Y él. Tranquilo, contestaba: “Quizás es una desgracia o quizás,
una bendición”.

Días después, el caballo blanco volvió acompañado de una hermosa yegua


salvaje. Entonces, la gente se acercó de nuevo al anciano diciéndole: “¡Ay qué
bendición!”, a lo que Don Cipriano terminó replicando como siempre: “Quizás
es una desgracia o quizás, una bendición”. A los pocos días, mientras montaba
la yegua salvaje para domarla, el hijo adolescente sufrió una caída y se
fracturó la pierna, por lo que empezó a cojear. La gente volvió donde el
anciano padre: “¡Qué desgracia la suya, buen hombre”. Pero él siempre
repetía: “quizás es una desgracia o quizás, una bendición”.

Días después, una guerra involucró a todos los jóvenes del pueblo, los que
fueron llevados al frente de batalla. La cojera de aquel muchacho lo salvó de
semejante obligación. Toda le gente del pueblo saludó al anciano, felicitándolo
por la suerte de su hijo: “¡Ay qué bendición la suya, Don Cipriano!” Y Don
Cipriano, con su fe inquebrantable, contestó una vez más: “Solo Dios sabe;
quizás sea una bendición o quizás, una desgracia”.

El libro que tienes en tus manos puede convertirse en una bendición o una
desgracia. Es una bendición, si lo tratas como a tu mejor amigo, y en una
desgracia, si lo tiras por ahí, si no lo lees o lo confundes entre el polvo, el
olvido y la soledad.

No lo he concebido para que sea un libro más. Quisiera que lo tuvieras como el
mejor regalo que has recibido. Cuídalo; llévalo en tu maletín, en tu mochila.
Encuentra en él a un amigo, a un consejero y haz que lo que tú has leído o
aprendido se pueda multiplicar por todos los rincones de la patria. Si te gusta,
recomiéndalo, porque es un instrumento donde se puede encontrar paz y
seguridad, un vehículo capaz de llevarte por un sendero que, luego, puede
convertirse en camino y en una gran autopista hacia el éxito. Está, como lo
irás descubriendo, dirigido a todos los seres humanos que quieren mejorar,
que buscan una razón para vivir, más allá de las comodidades, de la riqueza
material. Aquí aprenderás que ser millonario, no significa tener dinero sino
dominar conocimientos.

Está orientado a niños y jóvenes que quieren mejorar su proyecto de vida y


que, tal vez, no tienen un diseño de lo que harán en el futuro. El libro, de una
manera muy sencilla, llega a concebir ideas que nos darán seguridad,
confianza en el mundo y una esperanza de vida. Por esta razón, es
recomendable también para padres de familia que están viviendo momentos

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difíciles con sus hijos y que no saben qué camino seguir para ayudarlos.
Igualmente, está a disposición de los profesores que se preocupan por
desarrollar la destreza de la lectura en sus estudiantes y quieren tener una
evaluación sobre la comprensión lectora de sus alumnos.

Padres, estudiantes y profesores tienen en este libro un instrumento de trabajo


con el que podrán diseñar, planificar, ordenar y hacer un seguimiento de la
evolución y el perfeccionamiento humano. Es, pues, un recurso muy
importante para los departamentos de Sicología y Orientación Vocacional de
todas las instituciones educativas.

Juventud de Éxito nace de una larga experiencia compartida con trescientas


cincuenta mil personas en todo el país y de las cartas enviadas por un
sinnúmero de personas, en las que se ha planteado toda la gama de problemas
juveniles, pero también sus sueños y esperanzas. Así, pues, aquí nos hemos
propuesto hablar de esos temas de una manera no convencional y plasmar
aquellos sueños en un pedazo de papel.

Este libro se propone mantener viva la esperanza...

RECOMENDACIONES PARA
PADRES
¿Papas, mamas, han perdido la esperanza? ¿Sus vidas se han convertido en un
tortuoso camino de eventos rutinarios, sin alegría y sin amor?... Quizás haga
falta, entonces, recordar el ejemplo del ave con mayor experiencia, por sus
años de vida: el águila.

¿Sabían ustedes que esta poderosa ave llega a vivir hasta los setenta años?
Pues bien, para llegar a esa edad, cuando bordea los cuarenta años, debe
tomar una decisión trascendental y, sobre todo, debe cumplirla a rajatabla.

Parecería que a los cuarenta, el águila ha llegado al ocaso de su vida: sus alas
lucen débiles y apretadas, apenas pueden mantenerla en el aire; sus garras
logran asirse de sus presas con mucha dificultad y su otrora robusto y
ganchudo pico prolonga su curva dirigiendo la arista contra su propio pecho.
Sus plumas gruesas y agrietadas son ahora un estorbo para el vuelo y apenas
guardan el calor que su cuerpo necesita. El animal está a punto de morir de
frío o de inanición. El ánimo parece resignarse a los designios de la naturaleza
y, se diría, el poder y la majestuosidad están a punto de clavar el pico. Sin
embargo, en los momentos más duros de aquella agonía, sacando fuerzas de
quién sabe dónde, como un elan misterioso, el águila remonta el vuelo hacia lo
más alto de la montaña, busca un lugar para su nuevo nido donde no tenga
necesidad de volar, un paredón en la peña, una concavidad, y allí se queda a
ejecutar el ejercicio de su renovación: Comienza a golpear con su pico en las
paredes rocosas de su nido y lo hace con tal fuerza y decisión que, al cabo de

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un tiempo, lo arranca de su cuerpo y se queda prácticamente indefenso. Así
permanece, armado de paciencia, hasta que la naturaleza, sabía y renovadora,
le devuelve el órgano desechado, nuevo, resistente, funcional.

Ya con su pico restablecido, el águila inicia su proceso de renovación del resto


de sus armas. Picotea sobre sus garras hasta arrancarlas para dar oportunidad
al crecimiento de unas nuevas. Lo mismo hace con sus plumas, en un acto de
remozamiento total que le toma alrededor de cinco meses. Ahora está lista
para inaugurar una nueva vida que se inicia con un vuelo triunfal y que, con la
misma entereza con la que ha llevado su retiro renovador, se prolongará por
alrededor de treinta años más.

En nuestras vidas, muchas veces, tenemos que hacer lo mismo que el águila:
encontrarnos a nosotros mismos, evaluarnos y comenzar un proceso de
renovación que nos lleve al vuelo victorioso que debe ser nuestra vida. Es
importante cambiar de paradigma, desprendernos de viejas fórmulas, taras,
vicios, que nos causan dolor y comenzar a renovar nuestra vida. ¡Padres,
ustedes son los pilares! ¡Ustedes pueden cambiar su vida y dar ejemplo para
que la vida de sus hijos sea de éxito!

RECOMENDACIONES PARA LOS

HIJOS

El único sobreviviente de un naufragio llegó a la playa de una diminuta y


deshabitada isla.

Rezó fervientemente a Dios, pidiéndole ser rescatado. Cada día escudriñaba el


horizonte, buscando la ayuda que necesitaba, pero aquella inmensidad no
hacía más que recordarle su profunda soledad. Finalmente, cansado de
esperar, optó por construir una cabaña de madera para protegerse de la
intemperie y guardar las pocas pertenencias que había logrado rescatar.

Un día, después de haber investigado por todos los rincones de la isla, el


náufrago divisó una gran columna de humo que se levantaba hacia el cielo. Un
negro presentimiento se apoderó de él. Corrió desesperado y se encontró con
la dura realidad que sospechaba. Su cabaña estaba envuelta en llamas. Allí
mismo, frente al fuego crepitante, cayó de rodillas, levantando sus brazos
hacia el infinito, llorando de rabia e impotencia...

“¡Dios mío, cómo dejaste que esto sucediera!”. Así, tumbado sobre su dolor,
aferrado a la arena, se quedó dormido hasta el día siguiente. Cuando abrió los
ojos, muy temprano, descubrió que un barco se acercaba hacia un pequeño
atracadero natural. El sonido de su bocina retumbante confirmó que había sido
descubierto y que se acercaban a rescatarlo.

“Pero, ¿cómo supieron que estaba aquí y que necesitaba ayuda?”, preguntó el
hombre a sus salvadores.

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“Vimos tu señal de humo”, contestaron ellos.

¡Qué fácil es descorazonarse cuando las cosas marchan mal! Pero, ya está
visto que el desánimo puede ahondar la adversidad. La prudencia, la
serenidad, son necesarias para esperar las señales de humo que nos dará la
vida. Debemos tener fe en medio de la incertidumbre y el fracaso; debemos
tener fe para alcanzar nuestro proyecto de vida.

¡No te desanimes! ¡Estás preparado para el Éxito!

Si eres de aquellos que quieren renovar su vida, si estás como el náufrago


buscando las señales de humo, entonces, creo que este libro no habrá llegado
en vano a tus manos. Puedes empezar a leerlo. Estoy seguro de que
encontrarás en él, el poder invisible del amor.

¡Adelante, triunfador! ¡Es hora de empezar el camino del éxito!

RECOMENDACIONES PARA
PROFESORES

Querida Señorita:

Hoy, mamá “lloró” y me preguntó:

-¿Julia, sabes para qué vas a la escuela?

Le dije que no sabía.

Ella dijo que es para hacerme un futuro.

Entonces, le pregunté:

¿Qué es el futuro, mamá. ¿Qué forma tiene?

Mamá contestó: No sé Julia, nadie puede saber cómo es su propio futuro,


menos el ajeno; pero quien trabaja para forjarlo está más cerca de conocerlo.
No te preocupes, hija, porque ya lo irás descubriendo.

Entonces, con lágrimas en los ojos, me dijo:

Mamá dice que todos tienen que trabajar para que los niños nos hagamos el
mejor futuro posible. ¿Usted cree, señorita, que podemos empezar a hacer el
futuro? ¿Puede tratar de hacerlo lindo para mi mamá y para mí?

La quiero mucho.

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Julia.

Los maestros somos la guía de nuestros alumnos.

Somos las personas bendecidas para forjar un futuro.

Es el momento de empezar a hacer el futuro de Julia, Carlos, Manuel, Mónica y


de todos nuestros alumnos.

¡Adelante, creadores de futuro! Este libro lo guiará para el éxito.

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UN JOVEN DE ÉXITO TIENE VOLUNTAD Y CONOCIMIENTO

En una hermosa ciudad se inicia el recorrido de este inolvidable viaje...

Aquella mañana se presentaba muy triste para mí. La lluvia monótona que caía
sobre el tejado parecía golpear sobre mi ánimo.

Sentía mucho miedo, temblaba, seguramente por el frío que me llegaba hasta
los huesos. No quería levantarme. Aquel lunes me anunciaba otra semana de
tedio y de aburrimiento, sin que nada me llamara la atención, ni siquiera “la
esperanza”, aquella banderita que se enarbola cuando las cosas no andan bien,
la misma que se llevó mi padre cuando emprendió su viaje a España, en busca
de “nuevos horizontes”. De eso ya hace más de un año; la esperanza sigue
hipotecada por esta larga espera y nosotras, mi madre y yo, nos sentimos
abandonadas.

A veces, cuando me quedo así en la cama, buscando las respuestas en el


techo, me pongo nostálgica, por describir de alguna manera esta sensación de
vacío que busca llenarse con recuerdos. Entonces, pienso en mi padre y lo veo
de nuevo acogiéndome en sus brazos, buscando las palabras más dulces para
decirme, para tocarme con su ternura, para besarme delicadamente en la
frente. Podría quedarme así largamente, dándole vueltas a los sueños; pero mi
madre está aquí para sacarme de mi juego mental...

-¡Casandra, apúrate, hija, que te atrasas al colegio!

- Ya, mamá, me estoy vistiendo.


- ¡Pero qué lenta eres! ¡Cada vez te pareces más a tu padre!

Así es mi madre: se la pasa gritando y gritando, como si con eso pudiera


remediar la angustia que también la atrapa a ella... A veces, tengo ganas de
desaparecer de este mundo. A veces, me asaltan ideas fijas...

-¡Hija, no olvides tu mochila' Y por favor, no te descuides de los estudios.

“Descuidarme de los estudios”… Parece que mi madre adivinara. En los últimos


tiempos, mis calificaciones han bajado notablemente. Es que, la verdad, el
colegio se ha transformado en un martirio para mí. Me molesta la presión de
mis profesores, las interminables sesiones con la sicóloga y, como si todo esto
fuera poco, los regaños de la rectora. No sé qué sería de mi vida sin mi amiga
y compañera María José...

- Hola, Casandra. ¿Qué tal el fin de semana?

- Mal, como siempre. Pasé aburrida arreglando la casa.

María José me tomó del brazo para decirme que estaba conmigo en las
buenas y en las malas, que me entendía y que el tedio que me cargo es

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compartido. “Ya vendrán tiempos mejores” -me dijo, mientras me conducía,
sin que al principio me diera cuenta, a sumarme a una formación de todo el
alumnado.

- ¿Qué pasa ahora? ¿Por qué nos hacen formar en el patio?

Mientras buscábamos nuestra fila correspondiente, me contó que la Madre


Superiora se preparaba para “dar una sorpresa” a todo el colegio. Se trataba
de la visita de alguien que venía desde Quito y a quien, por sus conferencias y
por la forma de dirigirse al auditorio habían empezado a llamar “El Amigo de
los jóvenes”.

¿El Amigo de los jóvenes? -pregunté- Pero si los jóvenes no tenemos amigos,
somos incomprendidos, nadie nos escucha... Cómo me gustaría que mi madre,
mis profesores, la rectora y todos entendieran que somos adolescentes y que
tenemos ganas de vivir, de ser felices y de aferrarnos a... una esperanza ¡Sí,
tenemos la esperanza de que algún día este mundo cambie!, de que no haya
egoísmos, indiferencia, corrupción, violencia, y todo lo que afecta a nuestra
sociedad. Deberían saber, padres y profesores, que tenemos necesidad de que
nos escuchen; que hace falta detener el mundo para dar un poco más de
tiempo a la juventud- Que nos den el tiempo no solo para juzgarnos sino para
escucharnos y saber que nosotros, es cierto, los necesitamos a ellos; pero ¿de
qué forma?...

¿Ustedes, grandes, se han olvidado de cuando fueron adolescentes? ¿No


tuvieron las mismas necesidades? ¿No se dan cuenta de que, muchas veces,
nos quedamos callados porque no sabemos cómo llamar su atención?

Mi amiga María. (Sé escuchaba un poco sorprendida este monólogo que me


había ido saliendo así, espontáneamente, como una respuesta a aquella ironía
de contar por fin con un “Amigo de los Jóvenes”. Siempre estuvimos llenos de
preguntas, amiga -le dije- pero no sabemos si para muchas de ellas los
grandes tienen la respuesta ¿La tendría aquel visitante que venía desde Quito?
No sé por qué, pero me sentía provocada como si hubieran venido a picarme,
precisamente, en lo que más me dolía, la falta de comprensión. Seguramente -
pensé- se trata de alguien que viene a repetir el cuento que ya nos han
contado tantas veces, para dejarnos solas y vacías, como siempre. Y ahora,
mucho más, porque a esa soledad se había sumado la ausencia de mi padre.
“Nuestro destino pendiente de un trabajo en el exterior”. Me resultaba duro
admitir este absurdo que pone por delante el éxito económico como condición
de felicidad y de futuro, aún cuando en ese empeño las familias se fueran
destruyendo así como la mía. La sensación de abandono volvió a instalarse en
mi ánimo.

- “Tienes razón, Casandra -dijo mi amiga- nadie va a comprender nuestra


forma de ver la vida, nadie sabe de nuestros ideales. Yo tampoco creo ya en
nadie. Creo que vamos a perder el tiempo asistiendo a esa conferencia”

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“Amigo de los jóvenes” -dije yo en son de burla- ¿Cuándo se ha visto eso? Ni
siquiera los profesores quienes, supuestamente, nos conocen...

La formación en el patio se había consolidado y ya la Madre Superiora había


hecho su invitación formal a la conferencia de aquel personaje venido de Quito.
Ahora, mientras el alumnado se dirigía hacia el teatro del colegio, María José y
yo intercambiamos nuestras miradas y gestos especiales, lo que significaba
complicidad en el acto que nos proponíamos realizar. Poco a poco,
disimuladamente, nos fuimos deslizando hacia los baños y, cuando nos
disponíamos a continuar con nuestra charla que, de todas maneras, nos
resultaba más interesante, una voz conocida nos interrumpió con su tono
autoritario y prepotente.

- ¡Señorita Quezada y señorita Ramírez, para ustedes también es la


conferencia! Era un hombre alto, delgado, paliducho y con un bigote que le
atravesaba toda la cara. Siempre andaba de mal genio y maldiciendo el
momento en el que había decidido enrolarse como maestro. No tenía ninguna
vocación para su trabajo de inspector del colegio; sin embargo, se tomaba la
molestia de recriminarnos y de damos consejos en el aire, como aquellos con
los que nos advertía que nunca triunfaríamos sin disciplina. “Triunfo y
disciplina”, pronunciadas así, eran por entonces palabras sin sentido. Nos miró
con sus ojos acusadores y nos ordenó como era su costumbre.

¡Ya empieza la conferencia y ustedes todavía en el baño! ¿O es que pensaban


echarse la pera? ¡Vamos, señoritas, vayan al teatro!

“¡Qué aburrido! el Amigo de los jóvenes, debe ser un viejo latoso”, pensé
mientras nos dirigíamos al teatro, bajo la mirada vigilante del Inspector. Al
llegar al local, repleto de estudiantes, una hermosa canción invadía el
ambiente: “Ecuador siempre primero; latido de mi corazón”. El alumnado
coreaba las estrofas conocidas de aquella melodía con la cual nuestra selección
de fútbol había clasificado para la competencia mundial. De todas maneras,
nuestra llegada concitó la atención de las compañeras que nos miraban con
reproche, mientras nos dirigíamos a ocupar nuestros asientos.

Arriba, en el escenario, estaban ya la Madre Superiora y el famoso “Amigo de


los Jóvenes”. Mientras lo analizaba con la mirada, me preguntaba si sería,
verdaderamente, lo que se comentaba de él, alguien que ayuda y orienta, un
“amigo leal, sincero y fiel” que entiende a los incomprendidos jóvenes. Debo
admitir que mis prejuicios empezaron a disiparse con solo mirarlo en sus
gestos sencillos y en su predisposición para el diálogo. Algo lo hacía diferente y
no era solo su aspecto físico, en el que también me había equivocado. Ni viejo
ni latoso; era un hombre de mediana estatura, de entre treinta y cuatro y
treinta y seis años, con rostro agradable y adornado con una pequeña barba y
una sonrisa que contagiaba a todas. ¿Qué novedades nos traía este
caballero?...

La música dejó de sonar para dar paso a la presentación que la Madre


Superiora había preparado. Empezó por resumirnos el largo currículo del

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“Amigo de los Jóvenes”, quien llevaba una experiencia de trato con la juventud
en varios establecimientos educacionales del país, en los cuales había
trabajado con más de cien mil adolescentes. Era un personaje muy querido y
respetado, según decía la Madre, por su entusiasmo y capacidad de influir de
manera positiva en la mente y el corazón de la gente. Pero no hacía falta que
ella lo dijera: su personalidad se revelaba desde el primer momento y en cada
uno de sus gestos. Espontáneamente, sin que nadie lo dirigiera, el auditorio
explotó en largo y sonoro aplauso. Cuatrocientas alumnas emocionadas
expresaban de esta forma su predisposición a escuchar al invitado. El, con un
gesto aplomado nos pidió cesar los aplausos y empezó a hablar. De la manera
más sencilla fue desarrollando su discurso en el que desfilaban historias de
personajes que, desde su infancia, habían comenzado a dar forma a sus
sueños, a construir, a trabajar para alcanzarlos y, cuando los hubieron
alcanzado, cuando el éxito hubo de hacerse presente como premio a sus
esfuerzos, mantener la humildad con la que había empezado a labrarse su
futuro. Allí estaban, dibujados por el verbo del expositor, Thomas Alba Edison,
Walt Disney, Henry Ford y otros...

Como si me hubieran puesto frente a un espejo que reflejara mi integridad,


empecé a preguntarme, como lo habrían hecho aquellos personajes, ¿cuál es
mi objetivo de vida? ¿Qué he dejado hasta ahora y que puedo dejar como
aporte para mis semejantes? ¿Qué he descubierto en mí y en los demás?...
Miré a mi amiga María José e, instintivamente, le di un abrazo cargado de
nuevas intenciones. Ella, muy receptiva, me susurró:

“Yo, lo único que quiero en la vida es tener alguien que me quiera... no sé si


un novio o... Ayer, un chico me quedó viendo, no sé... es muy simpático...
¿Será que, tal vez, me estoy enamorando?...”

Mientras tanto, el Amigo de los Jóvenes, pasando de las anécdotas a una


suerte de metodología, se diría mejor “filosofía de vida”, nos recomendaba
diseñar nuestra vida, como lo hace un arquitecto con las casas, para las cuales
toma en cuenta las necesidades de quienes habrán de habitarlas, antes de
hacer sus primeros trazos en el papel, antes de colocar la primera piedra y de
iniciar la construcción. Se trataba, pues, de trazar una clara imagen de nuestra
vida y de saber, o planificar, hasta donde queremos llegar... Sabido esto,
habremos puesto un objetivo al que deberemos cuidar con una gran voluntad,
pero armados de conocimientos. Poderoso mensaje el de nuestro amigo, ahora
lo considero así porque aún sigo sorprendida.

Los argumentos habían sido expuestos con claridad y estábamos convencidas


de su trascendencia. Sin embargo. El expositor debía estar seguro de haber
llegado a nosotras, de igual manera que nosotras debíamos reafirmarnos en lo
que habíamos aprendido y, quizás, en el propósito de nuestra vida. Por eso, el
Amigo de los Jóvenes nos pidió ponernos de pie y hacer gala de nuestro buen
ánimo contestando en alta voz y con palmadas a la pregunta que estaba a
punto de formularnos.

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- “¿Qué tipo de personas van a ser ustedes?”

“¡Personas de éxito!”, respondimos en coro y dimos una palmada. Él repitió


la pregunta y nosotras volvimos a contestar “¡Personas de éxito; y de éxito!”
Y dimos dos palmadas. El hombre volvió a preguntarnos y nosotras
respondimos “¡Personas de éxito! ¡De éxito! ¡De éxito!” y dimos tres
palmadas.

Las jóvenes gritaban, estaban felices; el ambiente cada vez era mejor, el
salón que iba a explotar. Cuatrocientas adolescentes, de pronto metidas en
un proyecto en busca de éxito, de objetivos de vida, armaban un jolgorio,
una algarabía pocas veces sentida en nuestro plantel. Las paredes
retumbaban y los gritos de éxito se escuchaban en todos los rincones.

Como un gran maestro, el expositor condujo al auditorio hacia el silencio.


Nos miró a todas y cada quien se sintió frente a él corno si fuera su único
interlocutor, como un individuo considerado en todos sus derechos y
potencialidades. La euforia, sin embargo, debía tener un asidero, debía
cimentarse en hechos concretos. Por eso, el Amigo de los Jóvenes nos habló
de la voluntad y de los conocimientos como requisitos insalvables para
alcanzar aquello por lo que habíamos hecho una especie de juramento, el
éxito. Los conocimientos, argumentó, no solo se los adquiere en las aulas del
colegio y la universidad sino, y sobre todo, leyendo. Nos habló de un
promedio de dos libros por semana, ocho por mes, noventa y seis por año...

“El conocimiento es el alimento para el éxito”; eso estaba claro para


nosotras; pero, además de leer esa cantidad voluminosa de libros que nos
recomendaba, deberíamos cumplir con algunas estrategias para alcanzar la
felicidad...

María José me tomó del brazo y, como no le hacía caso, me pellizcó y me dijo
por lo bajo que le habían dado un baldazo de agua fría, que ella había
apostado por el éxito y la felicidad, pero que no estaba dispuesta a leer
noventa y seis libros en un año. “Este hombre está loco”, me dijo y me volvió
a pellizcar. Yo le devolví la “caricia” y la mandé a callar.

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UN JOVEN DE ÉXITO SABE ESCUCHAR

Mucho de lo que me han dicho mi padre, mi madre, mis profesores,


independientemente de su contenido, es posible que haya caído al vacío, lo
reconozco. Trato de reordenar sus palabras; pero me cuesta porque, claro, el
tiempo y el espacio son diferentes. Recuerdo los sonidos y hasta puedo
repetirlos; sin embargo, en su momento, no llegaron a conmoverme y, mucho
peor, a convencerme. Es que, como dice nuestro conferencista, “normalmente
oímos pero no escuchamos”; es decir, nos negamos a que la riqueza de las
palabras lleguen a la profundidad de nuestro espíritu para enriquecernos el
alma. Ahora, mientras escucho al Amigo de los Jóvenes, siento vibrar cada una
de sus palabras en todo su contenido y, cosa curiosa y ajena a mi
personalidad, me siento tranquila y mesurada, como si la magia de cada
vocablo me colocara en una dimensión abierta para el entendimiento y
generosa para repetir esas palabras y expresar lo que siento. Ahora sé que los
que me escuchan están captando un pedacito de la verdad que a mí me toca y
la verdad de los acontecimientos que ahora cuento.

“Sabe escuchar aquel que siempre desea sintonizar la verdad. Esta viene
revestida de mil formas”, nos dijo nuestro conferencista. Ahora estoy segura
de que saber escuchar es entrar en la intimidad de las personas y captar la
verdad que nos quieren comunicar; es comprender las circunstancias y dar un
tinte específico al mensaje que se encuentra dentro de ellas, como dijo nuestro
amigo. Saber escuchar constituye, además, la primera estrategia del éxito, de
acuerdo al criterio del expositor; pero, dentro de ese “saber” está la capacidad
selectiva de quien escucha; es decir, saber distinguir entre lo bueno y
beneficioso, como los consejos de nuestros padres, amigos, hermanos o
maestros, y lo que puede resultarnos perjudicial- En definitiva, como dice
nuestro amigo, “saber escuchar es un símbolo de la madurez humana”.

Escuchando al conferencista, de quien recibía como en una especie de lluvia las


claves para comunicarme y entenderme mejor con mis semejantes, vino a mi
mente el recuerdo de Verónica, una compañera de apenas dieciséis años,
quien se vio obligada a retirarse de los estudios, precisamente, porque no supo
escuchar.

Cuando dejó de ir al colegio, sus amigas empezamos a extrañarla porque


Verónica era una buena compañera; dulce, simpática y alegre. Nadie se
imaginaba lo que pudo haberle pasado porque se retiró sin decirnos una
palabra. Aunque yo, que la conocía más de cerca, empecé a sospechar alguna
metedura de pata, algún problema con Miguel, un muchacho de su misma
edad que había empezado a inquietarla con insinuaciones fuera de tono. “Es
que él es mi novio” me decía cada vez que la alertaba sobre las intenciones de
Miguel. “Le estás permitiendo que haga contigo demasiadas cosas”, le dijo otra
compañera; pero Verónica parecía enorgullecerse de esas licencias. Un día,
llegó con la novedad de que había ido a la cama con aquel joven, que fue lo
más hermoso, que pensaba seguir haciéndolo porque estar con él era como

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entrar al cielo. Debió ser así, supongo, Verónica debió “entrar al cielo” varias
veces, porque no la volví a ver durante mucho tiempo, hasta el día en que la
encontré a la salida del colegio...

Me vio y se me lanzó a los brazos, llorando y pidiéndome disculpas porque no


había sabido escucharme y además, en lo más profundo de su confesión, me
reveló que había creído que todo lo que yo le advertía, había sido solo por
envidia.

Lloré con ella y le dije que no se preocupara por esas cosas y que me contara
por qué había abandonado el colegio. Ella me tomó de la mano y me pidió que
la acompañara hasta el parquecito cercano, donde se tiró de bruces sobre la
grama y empezó a llorar desesperadamente. Logré que se calmara un poco y
entonces pude escuchar de sus labios la noticia más terrible que he recibido en
mucho tiempo... “¿Te acuerdas del niño recién nacido que encontraron
despedazado por los perros en la quebrada?”, me dijo... Un escalofrío recorrió
todo mi cuerpo. Esa noticia me había conmovido hasta la médula, como se
dice, y ahora Verónica estaba a punto de revelarme algo peor... “¡Era mi hijo! -
Me gritó- ¡No tengo perdón de Dios!”

Como si adivinara mis pensamientos, el expositor nos reveló que, “cada año en
América, más de dos millones de jóvenes mujeres cometen el error de dejarse
arrastrar por las tentaciones de una relación carnal extra matrimonial; de ellas,
más de un millón dan a luz en condiciones riesgosas y casi todas ellas no
quieren a sus bebés, porque, simplemente, no están preparadas para tenerlos.
Son madres adolescentes a su pesar y constituyen una carga dura de
sobrellevar porque, con esos “errores”, comprometen no solo su propia
estabilidad sino la de sus padres y familiares. Y si bien los costos de estos
deslices son asumidos generalmente en familia, hay un valor adicional que
termina siendo cargado a la comunidad y al país”.

“Los bebés de madres jóvenes -continuó el conferencista- tienen más


probabilidades de nacer con bajo peso; para ellos, el riesgo de morir durante
su primer mes de vida se multiplica por cuarenta. Sin embargo, quizás lo más
grave esté dado por el desprecio y el abandono de que son víctimas estas
criaturas inocentes”... Es lo que le pasó al hijo de Verónica, pensé, no tuvo
nombre ni apellido, y me arrancó de nuevo dos lágrimas que no pude
disimular. María José, que también conoce esta historia, me pasó su pañuelo y
me susurró su pregunta: “Es por Verónica, ¿verdad?”. “Hice una ligera
inclinación y le devolví su prenda, cuando descubrí que ella también estaba
llorando. “Lo mío es por Elena”, me dijo y se cubrió el rostro con sus manos...

Elena era una chiquilla que vivía en el barrio, pero que casi nadie conocía
porque rara vez salía de su casa para otra cosa que no fuera su asistencia al
colegio. María José, que siempre ha sido más amiguera que yo, la conoció
primero. En realidad, nunca pudimos ser muy amigas de ella porque era un
poco tímida y retraída. Era buena estudiante, ¡eso sí! Y ésa es la mayor pena
que nos causa porque con ella se fue una vida talentosa.
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¡En qué mala hora sucedió aquello! ¿Y cómo hizo aquel muchacho conquistador
para convencer a una chica tan recatada de salir a una fiesta, sin el permiso de
sus padres? Había cumplido, no hacía mucho, los quince años y había entrado,
como se hace en las parodias llamadas “fiestas rosadas” a relacionarse con la
sociedad; es decir, a graduarse de “señorita” y a asumir ese rol con toda la
serie de prejuicios y falsos valores que se esgrimen “en sociedad”.
Seguramente, por ese resquicio entró la verborrea de su conquistador, quien la
habría invitado a experimentar la “independencia que se adquiere al tocar esa
edad”, “En estas decisiones ya no cuentan los padres”, le habría dicho para
convencerla de salir a una fiesta, sin consultar a nadie y experimentar con
ciertos juegos que, supuestamente, algunas de sus compañeras ya habían
vivido.

La trampa y el engaño de siempre, ese “truquito para padres” que nosotras


nos pasamos de unas a otras, había sido el argumento de Elena. “Voy a hacer
unas tareas en casa de una compañera y me voy a quedar a dormir allí,
porque el deber es muy largo”.

Cuentan quienes la vieron que había bailado toda la noche con el muchacho
que la cortejaba, que había disfrutado de la comida y la algazara juvenil y que,
finalmente, había salido con el chico, quien había ofrecido llevarla a casa en el
auto de papá. El muchacho, ya pasado de tragos, le había propuesto tener
relaciones para celebrar “como corresponde” sus quince años; había empezado
a acariciarla con torpeza y desesperación. Elena lo había rechazado de plano y
le había exigido que la llevara inmediatamente a su casa. El joven, ya
completamente borracho había optado por insultarla y por descargar toda su
rabia e impotencia en el acelerador del auto.

Mientras el vehículo se desplazaba a gran velocidad, la chica gritaba pidiendo


auxilio, suplicando al conductor desaforado un poco de cuidado e invocando,
desde entonces, el perdón de sus padres, a quienes empezó a conceder toda
razón en sus preocupaciones. Lo demás son nebulosas que apenas pudo
recordar. Un resplandor que los dejó ciegos, un frenazo a destiempo y el
impacto brutal de dos vehículos que terminaron abrazados con sus hierros
retorcidos en la mitad de la calzada y de la noche...

Ya en el hospital, con la vida pendiente de un monitor de impulsos vitales, con


una serie de sondas que le invadían el cuerpo, aún entre sueños y pesadillas,
recibió la noticia de que el muchacho conductor había fallecido. Quiso llorar,
cuentan quienes la vieron en aquel terrible lecho, pero apenas pudo esbozar un
gesto trágico de impotencia pues la sangre coagulada le había endurecido
hasta las pupilas.

Todo el dolor moral se había concentrado en su pecho y nada ajeno podía


sacarlo del lugar; ni la noticia de que los ocupantes del otro vehículo, una
pareja matrimonial de adultos, también habían fallecido, ni la inexplicable
ausencia de sus padres, a quienes nadie se habría comedido en dar la noticia.

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Mientras los médicos luchaban por salvarle la vida, haciendo un esfuerzo
sobrehumano, haciendo gestos mínimos, dicen, había logrado que una de las
enfermeras escuchara el rumor de su sentida confesión. Había invocado a Dios
solicitando su perdón y había pedido a la enfermera que comunicara su
arrepentimiento y su dolor a sus padres y que pidiera perdón por ella a los
familiares de las víctimas del accidente. Así, con un dolor agudo en el pecho y
en el alma, arrepentida por no haber aprendido a escuchar a tiempo, Elena
murió.

Un pedacito de ese dolor quedó en el ánimo de la enfermera; pues, ella nunca


pudo cumplir el último encargo de la quinceañera; nunca pudo encontrar a los
padres de Elena, porque ellos, aquella noche, habían salido a buscar a su hija y
había colisionado su vehículo en el mismo accidente que cobrara, de un solo
golpe, cuatro vidas...

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UN JOVEN DE ÉXITO NO INTERRUMPE

La segunda estrategia para tener éxito en la vida, de acuerdo a lo que nos


explicara el Amigo de los Jóvenes, consistía en “no interrumpir”. Aun siendo
una derivación natural de la primera estrategia, confieso que me costó
admitirla y, más que eso, asimilarla. La vida cotidiana me pone
permanentemente en contacto con los “interruptores”, que hacen la gran
mayoría de seres humanos: Llego a mi casa, quiero hablar con mi madre, pero
me interrumpe; quiero hablar con el profesor, y me interrumpe; con la rectora,
e igualmente me interrumpe. Nunca me escuchan o me escuchan a medias; lo
que, en algunos casos puede resultar hasta tragicómico. Es lo que me pasó con
mi padre, hace ya mucho tiempo: Estábamos sentados a la mesa, almorzando.
Mi papá tomaba la sopa distraídamente, mientras miraba las noticias en la
televisión. Percibí un zumbido desagradable en ese momento y luego, la caída
en picada de una enorme mosca en el plato de sopa de papá. “¡Puah, qué
asco!”, dije en el acto; pero papá pareció no escuchar. La mosca pataleaba
entre cuatro alverjas y yo me desesperaba. “¡Papá, tienes una...!”. No pude
terminar la frase porque el señor me mandó a callar. “¡Pero, papá...!“. Nada.
“Hablamos después”, me dijo y siguió aferrado a la pantalla del televisor, aún
en ese momento, cuando pasaban el largo segmento de anuncios comerciales.
La cuchara iba y venía entre el plato de sopa y la boca de papá y, en una de
esas, ¡splash! ¡La pescó y se la llevó a la..! ¡Ay, qué asco! Ninguna de mis
interjecciones pudo llamar la atención de mi padre.

Después, cuando fui a verlo a su cuarto, le solté la noticia a quemarropa.


“¡Papá, te acabas de comer una mosca por no saber escuchar!”. Después de
fruncir su cara, de carraspear y de lavarse la boca varias veces, se acercó a
mí, me abrazó, me pidió disculpas y admitió que había cometido un error. “Los
mayores también debemos aprender a escuchar y a no interrumpir”, me dijo.

Cuando escribo estas notas, tengo muy presente al Amigo de los Jóvenes y
hago míos muchos de sus consejos, algunas de sus frases e, inclusive, unas
cuantas historias. Con él he aprendido que la comunicación, que es un símbolo
fundamental de la civilización y la convivencia, debe ser de “doble vía”; es
decir, de ida y vuelta; ósea que, cuando uno habla, el otro se calla y escucha y
viceversa. Esto suena tan simple y elemental, como el viejo ejemplo de los
asnos que han perennizado la sentencia “cuando un burro rebuzna, el otro
hace silencio”. Sin embargo, cuando hablamos de la segunda estrategia para el
éxito, “no interrumpir” resulta más complejo de lo que parece; es decir, no es
tan simple ni tan burdo. La estrategia tiene connotaciones que la relacionan
con el respeto a los semejantes y, sobre todo, con la simple sabiduría.

En su conferencia, nuestro amigo nos puso un ejemplo muy claro: Una


maestra había pedido a sus alumnos que escogieran un animal o una cosa que
quisieran ser o que los representara en su forma de ser. Una veintena de
animales habían servido de argumento para explicar la personalidad de los
alumnos e, incluso, para ilustrar sus aspiraciones. Alguien había escogido al

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león porque deseaba morder a los compañeros que le caían mal; una chica se
había decidido por la paloma porque anhelaba la paz de su hogar; pero
Manuel, un pequeño muchacho de aspecto melancólico, había escogido ser un
televisor, con el argumento de que necesitaba ser escuchado.

“Para que mi familia me tome en cuenta -había dicho- para que me escuchen y
no me interrumpan; para que me amen como papá ama al televisor; para que
se peleen por estar conmigo; ¡Yo quiero ser un televisor!

“A mí no se me ha ocurrido esa idea genial

-dijo María José- Pero muchas veces he tenido que pararme frente al televisor
para lograr que me escuchen algo”, La verdad es que no hay nada más
horrible que llegar cansada del colegio y encontrarte con que nadie te está
esperando y, si hubiera alguien, encontrarlo embobado frente a una pantalla y
sin que, por lo menos, te conteste el saludo. Nunca se nos hubiera ocurrido
que la falta de comunicación ha sido la causa del fracaso de muchos
matrimonios y de la quiebra de no pocas empresas. Cada vez le encuentro
mayor razón a nuestro expositor, quien ha insistido mucho en estas dos
estrategias, “saber escuchar” y “no interrumpir”, como las claves de una
comunicación productiva, en todas las ramas de la actividad humana, tanto en
las cotidianas y domésticas como en las empresariales. Muchas veces, la falta
de comunicación, como dice nuestro amigo, ha desembocado en situaciones
patéticas y dolorosas, como aquella del chico Francisco, que nos relatara...

“Tenía diecisiete años, nos contó, y padecía de una grave enfermedad, por lo
que había permanecido durante mucho tiempo recluido en su casa, recibiendo
los cuidados intensivos que le proporcionaba el personal médico. Un buen día,
cansado de esta rutina, decidió salir a dar vueltas por la ciudad. Su madre
supo entender esta necesidad, le dio su bendición y le pidió tener cuidado. Así,
pues, Francisco se aventuró a recorrer las calles y anduvo por ahí, sin rumbo,
mirando a los transeúntes, a los vendedores, deteniéndose en las vitrinas de
los grandes almacenes. Nada nuevo despertó su curiosidad; pero, de pronto,
detrás del mostrador de un almacén de música, el joven Francisco descubrió a
una muchacha simpática, quizás de su misma edad, que atendía a unos pocos
clientes con mucha amabilidad y con una sonrisa hermosa y dulce que logró
cautivarlo desde el primer momento. No lo pensó demasiado: Abrió la puerta y
entró sin mirar nada que no fuera ella. Acercándose poco a poco, llegó al
mostrador y siguió mirándola descaradamente...

“¿Te puedo ayudar en algo?”, dijo ella y pareció dedicar le lo mejor de su


dulzura...

Se había quedado paralizado frente a ella, pensando en que jamás había visto
un rostro tan bello y luminoso, en cómo sería besar esos labios con sus labios,
tocar su pelo castaño, sus manos delicadas... “¿Te puedo ayudar en algo?”,
repitió ella. “Sí... una canción; digo, una melodía; es decir, un CD; quiero
comprar un CD”. Sin dejar de mirarla, tomó un disco cualquiera y se lo

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entregó. “¿Quieres que te lo envuelva?”. El movió la cabeza hacia delante
como una reverencia y ella, entrando en el juego, empezó a envolver el disco
lentamente. El muchacho tomó el paquete, salió de la tienda y emprendió una
carrera, saltando a veces, hasta su casa.

Desde ese día, Francisco volvió a la tienda diariamente para repetir la misma
ceremonia. Así se fue enamorando, casi en silencio, regocijándose con solo
verla sonreír y llenando su gaveta de objetos personales con muchos paquetes
sin abrir. Nunca le dijo nada más que aquella frase con la que solicitaba su
disco musical, aunque varias veces estuvo a punto de confesarle sus ansias y
su amor. La amaba tanto que temía herirla con otras palabras o, quizás, tema
miedo de romper el hechizo cotidiano que se había formado entre los dos...

“Te amo tanto, pero no me atrevo a decírtelo”: Un texto pequeño para resumir
en una tarjeta la intensidad de sus sentimientos, una firma clara con su
nombre y un número telefónico fue lo único que se atrevió a dejar
disimuladamente; sobre el mostrador. Salió corriendo como siempre, pero esta
vez, la angustia de saber una respuesta, la duda, el temor, lo acompañaron
hasta su casa.

Pasaron los días. Francisco no se atrevió a regresar por la tienda. Esperó que
ella le diera una señal...

Sonó el teléfono y rompió el silencio que se había instalado en la casa del


muchacho. La madre levantó el auricular y contestó apenas con un susurro. Al
otro lado, la chica de la tienda preguntaba con urgencia por Francisco...

“¿Por qué has tardado tanto en llamar, criatura de Dios?”, dijo la señora y se
lanzó en un llanto, inconsolable.

Su hijo había muerto hacía tres días y había pedido a su madre que visitara a
“la chica de la tienda de música” y le dijera cuánto la había amado... “¿Por qué
has tardado tanto, niña, por Dios?”...

Cuando la chica de la tienda fue a visitar a la madre, le contó que había


encontrado la esquela de Francisco por casualidad, haciendo la limpieza del
local. Las dos mujeres se tomaron de la mano y fueron al cuarto del chico
infortunado. Allí, la muchacha pidió ver los paquetes que había envuelto para
su hijo, abrió uno de ellos y mostró a la madre una tarjeta que ella había
escrito para él: “Sé que me amas como yo a tí. Llámame, por favor. Sofía”
Hubo un silencio prolongado. La madre empezó a abrir los paquetes
lentamente. En cada uno de ellos bahía una tarjeta con la misma leyenda y con
la misma firma amorosa de Sofía.

“¡No permitan que el tiempo les quite las oportunidades -dijo con vehemencia
el Amigo de los Jóvenes- Lo que tengan que decir díganlo ahora! Y no se

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olviden de las reglas de oro de la comunicación: Saber escuchar, no
interrumpir”...

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UN JOVEN DE ÉXITO ALIENTA Y ESTIMULA

¡Qué manera de narrarnos esas historias ejemplar la del Amigo de los Jóvenes!
Sabía sacarle partido a cada situación y cada escena era motivo de una
reflexión. La Madre Superiora que siempre se escapaba apenas hacia sus
presentaciones, se había quedado calladita y como hipnotizada desde el primer
momento de la conferencia. Los profesores y el inspector, de igual manera,
atendían con mucho interés el desarrollo dinámico de una exposición que
resultaba tan reconfortante como el oxígeno para la vida. Es que era de la vida
de lo que él hablaba: de la de sus semejantes, a la que había dedicado por
entero sus años de estudio, y de la suya propia, cargada de tantas
experiencias.

“Cuando era niño -nos contó nuestro amigo- mi padre escribía poesías y me
pedía que yo las recitara cuando, la casa se llenaba de invitados. No sé si lo
hice bien o mal, pero la familia me aplaudía y mis padres me abrazaban
orgullosos, diciéndome que había estado bien. Ahora pienso que, más allá de
cualquier destreza dramática, lo que ellos aplaudían era la entrega y la
predisposición de ánimo para dar calor a una reunión familiar. De todas
maneras, esas palabras, “estuviste bien, hijito”, han guiado mi vida y me han
dado la confianza necesaria para alcanzar el éxito”. Con esta pequeña historia,
el Amigo de los Jóvenes nos introdujo a una nueva estrategia, y quizás la más
importante, para alcanzar el éxito: alentar y estimular, así como lo habían
hecho sus padres durante sus primeros años...

Alentar y estimular. Actividades claves que, como lo he podido comprobar,


pueden tener infinidad de formas y matices, así como la inmensa gama del
comportamiento humano. Nos contaba nuestro amigo que cuando él cursaba el
último año de la secundaria, se había peleado con su enamorada.
Naturalmente, aquello le había afectado mucho; pero no al extremo de
arruinar su vida, como ha ocurrido en ciertos casos, ni de echarle a perder sus
estudios. Caballeroso como es, había decidido escribirle una carta de
despedida y nada mejor que una clase de literatura para inspirarse y
ejecutarla. Mientras el profesor explicaba la importancia de la expresión escrita
en la manifestación de los sentimientos, nuestro estudiante trazaba de esta
manera, espero no traicionarlo con mi memoria, los versos de su inspiración:

“Adiós te dije un día,


adiós te digo hoy.
Mi alma llena de melancolía,
te dice que ya me voy...
No aparentes agonía,
porque de ti, cansado estoy...
Perdiste, amada mía.
Adiós, me voy, me voy.”

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¡Romántico! ¿O simpático? En todo caso, inspiración de juventud, de la que
no se escapa nadie. El maestro de literatura, al ver al “poeta” concentrado en
otra cosa, sin atender a su cátedra, se le había acercado pidiendo
explicaciones que, claro, el muchacho no pudo dar, porque las del amor no
eran válidas para justificar su descortesía. El profesor, entonces, había
tomado la carta y se había puesto a leer con cierto interés, mientras el
muchacho, inmóvil, esperaba su reprimenda. “¡Qué bien escribes, hombre -le
había dicho, entusiasmado- Préstame la carta que yo también estoy enojado
con mi mujer!”

Una gran carcajada se escuchó en el teatro. Hasta el profesor de Matemática,


un hombre de pelo engominado y tieso como sus actitudes, se desternillaba de
risa y, casi, casi rodaba de gusto en el proscenio con su pequeña gordura. “Si
así fueran sus clases -me decía yo- digo, menos tensas, el rendimiento
estudiantil sería mucho más efectivo”. Le decían “el intocable” por su
rigurosidad acartonada, por jugar siempre al rol de profesor exigente, difícil y
por la petulancia que exhibía cada vez que nos hablaba de su infinidad de
títulos universitarios, Siempre he pensado que el “Señor de Matemáticas”
aprendió de todo, menos relaciones humanas y, mucho menos, el arte de
enseñar; es decir, de comunicarse. O es posible que lo haya aprendido y que
se le haya olvidado en el camino, plagado de quién sabe qué frustraciones, que
pretendía sustituir humillando y asustando a sus alumnas o demostrándonos
que él era una “lumbrera”... como si la educación necesitara de tales
desplantes. ¡Pobre! Pensar que se regocijaba con la pequeñez de tomarnos
lecciones con trampa y de llamamos con un número y no por nuestro nombre-
“¡La número veinticuatro, pase a dar su lección!” decía, esbozando una sonrisa
maliciosa. Dar una lección era, pues, dar un paso seguro hacia el fracaso;
mejor dicho, hacia su fracaso; porque, a fin de cuentas, la razón de ser de un
profesor es el aprendizaje de sus alumnos y, más que eso, es hacer que los
estudiantes amen la materia y, por lo tanto, investiguen.

Esta digresión sobre el “Señor de Matemáticas” viene apropósito de aquello de


“alentar y estimular”, “, una de las importantes estrategias para el éxito, de la
que nos hablara nuestro amigo conferencista. Dando vueltas a este tema, me
he dado cuenta de que, aparte de la actividad promotora específica de esta
herramienta, nuestro amigo nos había señalado que, si bien el éxito es una
meta de tendencia individual, algunos pasos hacia su conquista son, de alguna
manera, de carácter colectivo.
Quien alienta y estimula para el logro de metas exitosas es un ser humano
sensible y generoso que se enriquece, él también, con el éxito de los demás. El
aliento y el estímulo son, pues, un regalo que no solo se manifiesta en
palabras sino, y sobre todo, en actitudes, en hechos del corazón. Me estoy
acordando con esto del padre de mi amiga María José...

Alguna vez, al poco tiempo de habernos conocido, mi amiga me dijo: “Yo llevo
a mi padre dentro de mí”. Entonces, no le di mayor importancia porque me
pareció que se trataba de una de esas frases hechas para salir de apuros, para

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aparentar lo que no se siente. Después, cuando me enteré de la historia,
llegué a comprender la verdadera dimensión de aquellas palabras...

Cuenta mi amiga que don Fernando, así se llamaba su padre, se había llevado
una gran decepción con su nacimiento; pues él se había preparado para recibir
a un varón. Sin embargo, aquellos prejuicios machistas se habían ido disipando
con el paso de los años y, fundamentalmente, con el cultivo de una hermosa
relación basada en el respeto mutuo y en la confianza. Así es como fue
naciendo el amor.

María José cuenta que su padre la colmaba de halagos y atenciones, que


siempre estaba pendiente de ella y que, de vez en cuando, la sorprendía con
un pequeño regalito material… Un día, cuando habría tenido alrededor de diez
años, María José había preguntado a su padre: “¿Papi, qué me vas a regalar
cuando cumpla quince años?”. Don Fernando había reído de buena gana; pero,
luego, con un cierto tono de solemnidad, le había dicho que él siempre busca
los más bellos regalos para su hija y que, cuando llegara su tiempo de
quinceañera, le daría algo muy especial.

Los años fueron pasando. María José crecía y se formaba bajo el amparo y
estímulo de sus padres. Desde entonces, alentada en cada uno de sus actos,
mi amiga había obtenido excelentes resultados en sus estudios. Ella ha sido
siempre, me consta, una gran estudiante; no quiero decir “matona” porque
esa palabra ha adquirido connotaciones peyorativas. Gran estudiante y buena
compañera; dedicada a sus tareas; pero no “sacrificada”, es lo que quiero
decir. Ella hace sus cosas con amor, el mismo que ha recibido de sus padres,
de algunos profesores y de quienes la queremos.

Había llegado el tiempo de la primera ilusión. María José estaba por cumplir
sus quince años y la familia se preparaba para celebrarlo. Una tarde de
domingo -me contaba mi amiga- acompañada de sus padres, había asistido
como era costumbre a la celebración de la misa. Luego de escuchar el sermón
del padre, inexplicablemente, sufrió un desvanecimiento; todo se volvió oscuro
para ella y perdió la conciencia. Al abrir de nuevo los ojos, médicos y
enfermeras se movían frenéticamente, llevando y trayendo exámenes,
haciendo juntas y consultas.

Don Fernando y su madre, al pie de su cama de hospital, le tomaban las


manos y aparentaban serenidad. Así pasaron varios días en los que, desde su
lecho de enferma, María José sorprendió varias veces a sus padres llorando en
silencio. Fue por ellos como llegó a comprender que una vieja dolencia que la
había acompañado desde muy temprana edad se había agudizado hasta el
punto de volverse, prácticamente, irremediable. Comprendida esta situación,
mi amiga empezó a prepararse para “lo peor”. Si Dios le había reservado este
inesperado final, debía recibirlo con resignación y humildad. Entonces, se inició
en ella un proceso de reflexión sobre aquellas cosas amadas que pronto
tendría que dejar... “Si pudiera volver, de alguna manera, en el aire, en el
sueño, en alguna sustancia etérea, para seguir amando lo que amo, para

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cuidar de la vida de mis padres, para asistir a sus momentos de regocijo o
para alertarlos de todo lo que pudiera hacerles daño... ¡Si pudiera, mi Dios, si
pudiera, no me sería tan dolorosa la muerte!”. Lo había dicho, tal vez, entre
sueños a su padre. Él la había tomado de la mano y le había prometido que
seguiría viviendo, que estaba seguro de ello, y que, el día de su cumpleaños,
recibiría un regalo que le duraría toda la vida.

“Yo también tengo la esperanza de volver hacia tí con el viento, para


acariciarte suavemente, para cuidar de tí y sonreír con tus alegrías -le había
dicho su padre- Porque lo más probable es que yo parta antes que tú hacia el
encuentro con Dios”...

Un día viernes muy temprano, mientras las enfermeras la preparaban para


llevarla al quirófano, pues sería sometida a una delicada operación, María
José recibió el abrazo de su madre y otros familiares que habían llegado a
felicitarla por su cumpleaños. Estaba ya anestesiada y apenas se daba cuenta
de la ausencia de su padre. Sin embargo, al llegar a la sala de operaciones,
acostado sobre una mesa paralela a la suya, don Fernando la había estado
esperando...

“Haciendo un esfuerzo, estiró su mano hacia mí –me contaba María José- Yo


le di la mía y él, llorando de emoción, me dijo que estaba listo para
regalarme algo suyo”...

Ésa fue la última vez que vio a su padre. Los médicos del hospital habían
extraído uno de sus riñones para implantárselo a ella. María José sobrevivió
con éxito a la operación; pero su padre, quizás por la edad o, mejor, porque
Dios así lo había dispuesto, no pudo resistir. A los quince días de haberle dicho
que don Fernando estaba en recuperación, su madre le entregó una carta que
él había escrito, en previsión de su muerte...

“Hija de mi alma, ojalá no tengas necesidad de leer esta carta; digo, ¡que el
Señor me dé las fuerzas necesarias para pasar esta dura prueba!. Si así no
fuera, ¡que ese mismo Dios que me quita la vida te proteja y te dé salud y
felicidad! María José, mi gran amor, acepta el último regalo que te ofrezco, el
que te prometí hace algunos años. Ahora llevas en tí algo mío y, de esta
manera, yo seguiré viviendo en un rinconcito de tu ser. ¡Vive por mí, hijita
mía! ¡Sé feliz! Yo vendré a visitarte con el viento, como alguna vez lo
hablamos, y estaré pendiente de tus cosas y, con ello, te seguiré amando”.

Lloró... Durante largo tiempo, mi amiga lloró- En el cementerio, arrodillada


sobre la tumba de su padre, siguió lamentándose. No solo por haberlo perdido
sino porque nunca se atrevió a decir cuánto lo amaba. Lloro... Yo lo sé porque
ahora, cuando nuestro conferencista nos conmueve con sus relatos, mi amiga
María José se ha acordado de don Fernando... y un par de lágrimas se deslizan
por sus mejillas.

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Una extraña emoción colectiva se sentía en el ambiente, como si todo el
auditorio hubiera participado de la historia de mi amiga. Es que este Amigo de
los Jóvenes tiene la capacidad de llegarnos a lo más profundo y de hacernos
recorrer, con sensibilidad, nuestra existencia. Como ya se ha dado cuenta de
que nos tiene conmovidos, aprovecha la oportunidad para recalcarnos su
mensaje de estímulo y aliento...

“Jóvenes -nos dice- que nadie les quite el derecho de abrir la boca para alentar
y estimular. Ahora que pueden, abracen y besen a sus padres, díganles cuánto
los aman. Hagan lo mismo con sus compañeras, amigas, profesores. Ahora
mismo, miren a quien tienen a su lado, al frente, atrás, denle un abrazo y
díganle cuánto lo quieren. ¡Vamos, jóvenes, ustedes pueden hacerlo! ¡Vamos!
¡Ahora!...

El teatro estaba a punto de explotar de emoción. Todas las jóvenes, los


profesores, las autoridades, se pusieron de pie y abrazaron a la persona más
querida. Hubo lágrimas, caricias, amor, perdones, confesiones. El rencor había
abandonado el local y se sentía en todos una predisposición a encontrar todo lo
bueno que cada quien lleva en sí...

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UN JOVEN DE ÉXITO ES POSITIVO

Había pasado ya casi una hora desde el inicio de la conferencia; pero parecían
cinco minutos. La gente estaba como hipnotizada, escuchando a aquel hombre
que en ese momento nos anunciaba la siguiente estrategia para alcanzar el
éxito: ser positivos.

“Ser positivos” No sé si a todos les pasa lo mismo; pero a mí me resulta, o me


resultaba, forzado asimilar esta nueva estrategia para alcanzar el éxito. ¿Cómo
se puede ser positivos, pienso yo (pensaba) cuando mi mamá, que siempre
anda de mal genio, me grita, me dice que este país es una porquería y que
quiere irse, ella también, a España? ¿Cómo se puede ser positiva, si mis
maestros siempre se quejan de su sueldo, del país, de la dolarización? ¿Cómo,
si la mayoría de profesores sienten vergüenza de su profesión, porque el
salario indigno que reciben no les alcanza ni para el arriendo?

Como si hubiera estado escuchando mis preguntas, el Amigo de los Jóvenes


empezó a contarnos la historia del maestro Julián un joven profesor a quien los
alumnos buscaban siempre como se busca a un amigo y lo estimaban por su
carácter alegre y por su vocación de servicio. Enseñar era para él una pasión a
la que se entregaba a pesar de la crisis del país, de la abulia del resto de
profesores y de lo miserable de sus sueldos. Era un hombre positivo y siempre
buscaba contagiar de su entusiasmo a sus semejantes. Un discurso que el
Profesor Julián había escrito con motivo del Día del Maestro le sirvió a nuestro
amigo conferencista para ilustrar su estrategia:

“Somos maestros porque nacimos en el mismo instante en que, en la boca de


un niño, surgió una pregunta. Hemos sido llamados para responder como
amigos, como sicólogos, como misioneros... Por eso, nuestros referentes son
Jesús, Moisés, Montalvo, Espejo- Somos de aquellos cuyas caras han sido
olvidadas pero cuyas lecciones vivirán para siempre en los logros de nuestros
alumnos.

“Somos los hombres y mujeres que, pese a los cuadros, las fórmulas, los
logaritmos, los verbos con que machacamos nuestra existencia, buscamos
promover en nuestros alumnos la capacidad de descubrir por sí mismos el
mundo del cual apenas les damos una noticia...

“La riqueza material no es nuestra meta. De ser así, hubiéramos escogido otra
profesión. Sin embargo, somos buscadores de tesoros, pero de otra índole:
buscamos la sabiduría en cada uno de nuestros pupilos. Por eso, en nuestras
ansias de encontrarla en medio de tanto derrotismo y mediocridad, somos
también guerreros que batallamos todos los días contra la falta de optimismo y
de apoyo de los padres. Sin embargo, no estamos solos: Tenemos grandes
aliados en los niños y en los jóvenes que buscan atrapar el mundo con nuestro
concurso. La patria digna que soñamos, la patria grande y soberana, es
posible, compañeros profesores... con nuestros alumnos. La patria se

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construye con cada uno de ellos, día a día. ¡Gracias a Dios por hacernos este
encargo!”

Quisiera contagiar a mucha gente, a mis amigos, a los compañeros, a los


jóvenes en general, del entusiasmo que el Amigo de los jóvenes pudo inculcar
en nosotras; pero, claro, no tengo su capacidad ni su vocación. Por eso
quisiera, en este momento, dejar correr sus mismas palabras...

“Ser positivo significa ser triunfador; dar gracias a Dios por la vida, por los
hijos, por los padres; ver lo bueno; valorar lo que tenemos y luchar por
mejorarlo. Quien no lucha renuncia a su futuro y, en vez de vivir, vegeta,
como si estuviera sembrado en un solo lugar, quejándose de todo, pero sin
atreverse a dar un solo pasó...

“Jóvenes amigos, a ustedes Dios les ha dado la oportunidad de estudiar; pero,


qué hermoso sería que toda la juventud pudiera hacerlo. Sabemos que, hoy
por hoy, eso no es posible porque la gran mayoría tiene que trabajar para
mantener a sus hermanos menores, a su familia. Sabemos que muchos otros
yacen en las camas de los hospitales públicos con enfermedades del
subdesarrollo. Todo eso nos conmueve; pero, ¿deberemos nosotros
desaprovechar la oportunidad que nos ha sido dada por el hecho de vivir en
una sociedad injusta? ¿Qué ganaríamos con eso?
“Sabemos que miles de personas han pasado la noche sobre el frío cemento
de un portal o junto a la basura y a las ratas. Otros, han amanecido en la
veredas frente a las embajadas de España y de Estados Unidos con la
esperanza de que se les conceda una visa para huir de este país... ¿Significa
eso que tenemos que sentamos a lamentar la situación?

“Nos duelen los doce compatriotas que van a España en busca de una mejor
vida para los suyos y regresan en doce catafalcos de muerte. Pero el dolor no
puede amedrentarnos y hacernos olvidar nuestro propósito de vida...

“Muchos se van a Estados Unidos, convencidos por la publicidad de que es un


paraíso; pero no saben que en ese país, cada tres segundos, violan a un niño;
cada seis segundos, maltratan a una mujer; cada ocho minutos, se produce un
homicidio. Los norteamericanos, hartos de su “civilización”, consumen nada
menos que el cincuenta por ciento de las drogas que se producen en el mundo.
Los alienados de ese país ponen droga a los niños en los caramelos, en las
pegatinas, porque buscan la anarquía y la perversión de lodo lo que les
rodea... ¡Y es allá, a los Estados Unidos, a donde sueñan ir muchos
ecuatorianos, subestimando lo que el país puede ofrecerles y, sobre todo,
menospreciando sus propias posibilidades para salir adelante!.

¡NO desprecies al Ecuador! ¡Cámbialo!

“Vivimos en un país, mis queridas jóvenes, donde los niños no entran armados
a los colegios a disparar a mansalva sobre sus propios compañeros. Aquí nadie
nos amenaza con volar edificios públicos estrellando aviones de pasajeros,

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porque nuestro estado no es intervencionista. Aquí ocurren escándalos, es
verdad; pero nada comparables con los adulterios en las altas esferas de
gobierno. Aquí asaltan a plena luz del día en nuestras ciudades grandes; pero
a esa misma hora lo están haciendo por miles en ciudades como Nueva York,
París o Tokio. Aquí amigas, muchos policías reciben coimas por dejar pasar
ciertas contravenciones; pero nada comparable con los sobornos a gran escala
que se dan en otros países. Si el agua “potable” de Portoviejo tuvo alguna vez
agentes tóxicos a causa de las aguas servidas, el Rin, río que cruza media
Europa, recibió en un solo día tal descarga de desechos de una fábrica
farmacéutica que terminó con la vida de todos los peces y anímales acuáticos.
Si la desnutrición afecta a tres millones de ecuatorianos, la sobrealimentación,
la obesidad, la arteriosclerosis, matan mil veces más en los Estados Unidos. La
bulimia y la anorexia son enfermedades de la abundancia y el desperdicio y no
hay un pueblo tan mal alimentado como el de los Estados Unidos.

“Somos un pueblo subdesarrollado, carecemos de muchos beneficios de la


tecnología de punta, pero nuestro es horizonte es mucho más limpio que el de
quienes lo tienen todo. Aquí nadie se muere de tedio o de soledad. Aquí
funciona todavía la solidaridad y el amor, cuando se da, es auténtico. Aquí, con
nuestras necesidades, seguimos siendo seres humanos; no estamos
ruborizados ni endurecidos por la competencia comercial...

“¿Qué somos caóticos, impredecibles, desorganizados, indisciplinados? Es


verdad, eso es parte de nuestro subdesarrollo; pero nosotros podemos
cambiar porque nos sobra voluntad e imaginación. Nosotros, vamos camino de
la cumbre, mientras otros están de bajada. Todas las posibilidades son
nuestras y nos queda mucho por hacer; es decir, por vivir. De manera que,
jóvenes estudiantes, dejemos de maldecir al país; dejemos de odiarlo cada vez
que se congestiona el tránsito o no funcionan los teléfonos.

“Para mejorar lo primero que debemos hacer es amar a nuestro país;


conocerlo, explorarlo, reconocerlo como nuestro y sopesar sus fortalezas y
debilidades. Solo así entenderemos que residir en Guayaquil puede ser mejor
que holgazanear en Estocolmo y que caminar por Ambato es preferible a
esperar un tren en Madrid. Aquí todavía el médico visita sus casas, los pájaros
entran por las ventanas, el cielo se ve azul y la gente expresa sus sentimientos
y sus sueños...

“Podemos hacer del Ecuador un paraíso, porque nuestra naturaleza es


generosa y podría alcanzar para todos. Todo es cuestión de ponernos de
acuerdo. Aquí nacieron nuestros padres, aquí cultivaron la tierra, se amaron y
nos mostraron por primera vez luz del sol que aún nos acompaña. Tenemos
nuestras buenas costumbres, nuestras tradiciones, nuestra cultura. La colada
morada, las guaguas de pan, son formas de recordar a nuestros abuelos. Los
pases del Niño, la procesión de San Jacinto por los esteros de la costa son
nuestro regocijo por la existencia de Dios. La Mama Negra, Los Sanjuanes, el
Inti Raimy, los Pendoneros, son maneras de reafirmar nuestra identidad. ¡No la
perdamos jamás!”

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En ese momento de emoción un fuerte aplauso estremeció el teatro. La gente
se puso de pie y, nuevamente, se escuchó al fondo aquella hermosa canción
“Ecuador siempre primero latido de mi corazón, todo el mundo”...

Las chicas, todas, nos pusimos de pie y, espontáneamente, empezamos a


corear “¡Sí se puede! ¡Si se puede! ¡Si se puede!”

Cómo me gustaría contarle todas estas cosas a papá! Decirle lo bien que me
ha hecho escuchar a un hombre que ama al país, que cree en él y en su gente,
que valora nuestra cultura y se siente orgulloso de nuestras tradiciones. En la
próxima carta que le escriba, me propongo hablarle del arroz de cebada de los
lunes, de la sopa chorreada o del caldo de manguera; digo, hablarle de lo
nuestro como país y de lo nuestro como familia. Sé que nos estará extrañando
y que no dejará de pensar en su regreso. Apenas termine con esa deuda que
adquirió en sucres y que ahora le toca pagar en dólares, él emprenderá su
vuelo de retomo. Sus cartas me hacen esperarlo; pero ahora me siento más
optimista porque yo tengo cosas que ofrecerle y que proponerle; porque no
todo puede ser dolarización y angustia, porque a mi Ecuador le quedan sus
valores y una juventud presta a cultivarlos...

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UN JOVEN DE ÉXITO TRATA DE MEJORAR EL AMBIENTE DONDE
VIVE
La profesora María Elena había notado que Gabriela, una pequeña niña de su
aula, no jugaba con las otras compañeras. Su ropa lucía muy descuidada y
constantemente daba la impresión de necesitar un buen baño. Era una niña
problema y hacía falta revisar sus antecedentes, para lomar alguna medida.
Una noche, puesta a la tarea de revisar el expediente de Gabriela, María Elena
quedó sorprendida de los informes de los primeros años. Así, la profesora de
primer grado había escrito: “Gabriela es una niña muy brillante, muy dulce,
con una sonrisa tierna y generosa. Realiza sus trabajos de manera limpia y
tiene muy buenos modales. Es un placer compartir con ella y tenerla en este
colegio”.

Su profesora de segundo había escrito: “Gabriela es una excelente estudiante;


se lleva bien con todas sus compañeras. Últimamente, sin embargo, se la ve
preocupada; quizás porque su madre padece una enfermedad incurable. El
ambiente de su casa no debe resultar muy favorable para su formación”.

La profesora de tercero había evaluado así su rendimiento: “La madre de


Gabriela ha muerto. Debe haber sido muy duro para ella soportar esta carga
emocional. No obstante, la chica trata de hacer sus labores con su mejor
esfuerzo; pero no cuenta con la colaboración de su padre, quien no muestra
mayor interés por las cosas de Gabriela. El ambiente de su casa está afectando
su rendimiento y su autoestima”

Su profesor de cuarto año había registrado este comentario: “Gabriela se


encuentra atrasada con respecto a las demás compañeras y no muestra mucho
interés en la escuela. No tiene amigas y, en ocasiones, se queda dormida en
clase”.

El problema de Gabriela se agudizaba cada día y las relaciones con sus


compañeras se volvían más tirantes. Ahora se burlaban de todo o,
simplemente, le hacían la cruel “ley del hielo”. María Elena, conocedora de su
historia. Analizaba las situaciones y buscaba la forma de abordarla para tocar,
delicadamente, su tema...

Había llegado el tiempo de Navidad y las alumnas de María Elena, como era
costumbre, le habían llevado pequeños regalos envueltos en papeles brillantes
y de rico diseño. Gabriela, con la cabeza gacha, sin atreverse a mirar a su
profesora, había entregado también su regalo, pero envuelto en una hoja de
cuaderno...

Cuchicheos, comentarios agrios, risitas burlonas se habían escuchado mientras


la profesora abría el regalo de Gabriela, Era una vieja pulsera de alpaca y un
frasco de perfume con apenas unas gotas en su interior; era lo que la niña
había logrado conseguir para su maestra y era, sobre todo, un pequeño
recuerdo de su madre que guardaba, entre otros objetos. María Elena se había
colocado la vieja manilla en su mano izquierda y había pasado la tapa del

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perfumero por detrás de sus orejas. “No sabes cuánto aprecio tu regalo -le
había dicho- porque sé lo que te ha costado desprenderte de estas cosas”.
Gabriela se acercó para darle un beso. “Ahora usted huele como mi mamá... y
eso me gusta. Gracias por recibir mi regalo, señorita”, le dijo, con lágrimas en
los ojos...

Desde aquel día, María Elena, además de enseñar aritmética, lectura y


escritura, comenzó a motivar con amor y sabiduría a sus alumnas, a educarlas
de verdad. La nueva herramienta para el ejercicio de sus tareas no la había
adquirido en el aula universitaria; Su sensibilidad había abierto un espacio para
la ternura, solo eso...

Un año después, una nota encontrada bajo su puerta decía a María Elena:
“Usted ha sido la mejor maestra que he tenido”. Allí estaba la firma clara y la
gratitud de Gabriela. Catorce años después, otra nota llegada desde el exterior
del país, con los mismos rasgos, pero más definidos, le decía que ella seguía
siendo la mejor maestra de su vida. Quien firmaba era la Doctora Gabriela
Medina, la misma que, un año después, le pediría que fuera su madrina de
bodas; pues había adquirido compromiso con un joven médico extranjero y la
ceremonia estaba en cierne. Por supuesto, María Elena aceptó gustosa
semejante invitación. Y nada mejor que llegar a la boda luciendo el viejo
brazalete y con el olor de aquel perfume a flor de piel.

“Gracias, María Elena, por creer en mí. Muchas gracias por hacerme sentir
importante y por mostrarme las posibilidades de hacer la diferencia”, le había
dicho Gabriela en el oído, mientras la abrazaba con todo su calor. “Gracias a tí
por ayudarme a despertar mi sensibilidad, por enseñarme cómo hacer la
diferencia. Yo no sabía lo que era amar ni educar hasta que te conocí”, le
respondió María Elena...

¿Quién hubiera pensado que María Elena, la profesora y amiga que conocemos
y admiramos, tuviera la hermosa experiencia que nos ha contado? Aunque,
analizando mejor, habría que concluir en que solo una mujer solidaria y
entusiasta como ella pudo haber vivido aquello que nos ha contado. Hay seres
humanos, se diría, callados, prudentes, humildes; pero que guardan en su
interior un rico bagaje de conocimientos y de amor. Uno de ellos es María
Elena, nuestra querida profesora que nos ha sorprendido con su historia,
quizás motivada por este Amigo de los Jóvenes que tiene la virtud de hacernos
mirar hacia nuestro interior y de sacarnos la alegría que, a veces, se resiste a
salir…

“¿Se puede o no se puede?”, preguntó el motivador. Todos los asistentes, con


mucha emoción, cantamos: “¡Si se puede! ¡Sí se puede!”. El ambiente estaba
cargado de energía positiva; todo era posible...

Las cosas se nos habían mostrado diferentes desde el día en que la selección
del Ecuador había clasificado, por primera vez, al mundial de fútbol. El nivel de
autoestima de los ecuatorianos había subido muchísimo. Aquellos “no se
puede” o “no hay como” que habían sido como el pan de cada día habían

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muerto. Años de derrotas habían quedado atrás, gracias a un grupo de
deportistas ecuatorianos que nos habían devuelto la esperanza. Era como si
aquella euforia de orgullo nacional nos hubiera tocado de nuevo para hacernos
gritar que creemos en el futuro.

Hábilmente, nuestro conductor nos había llevado hacia la última estrategia


para alcanzar el éxito: mejorar el ambiente donde vivimos; es decir, nuestro
entorno social. “Mejorar el ambiente”, nos explicaba, significa, entre otras
cosas, “construir”. “Solo los líderes construyen -nos dijo más adelante-
cualquier bobalicón puede destruir”. Entonces, como si nos llamara al
cumplimiento de algún cometido trascendente, nos señaló la responsabilidad
de ser jóvenes triunfadoras, líderes capaces de respetar la opinión de los
demás, de aportar con ideas y acciones, de defender nuestras tesis y de
construir un nuevo país. Esa construcción empieza por casa; por el
mejoramiento de nuestras relaciones familiares y de nuestro entorno
inmediato. Nuestros padres deberán ser, entonces, nuestros primeros aliados,
porque con ellos nos sentimos seguros.

El carismático motivador explicaba su experiencia sobre la importancia de


crear un buen ambiente...

“Cuando fui Director de una institución educativa encontré a dos niños


escondidos detrás de un árbol. Al preguntarles por qué no entraban a clase,
me contestaron que tenían miedo porque la maestra los insultaba y
maltrataba. A nadie le gusta ir donde solo recibe insultos y lo maltratan.
¡Aprendamos a tratar bien a los demás!

“Jóvenes, uno de los secretos para el éxito estará siempre guiado por la
capacidad de tratar bien a los demás, por ser inteligente con las emociones,
por ser inteligente interpersonal. Permítanme decirles que las personas que no
saben tratar bien a los demás son inútiles en todo y no tienen futuro. Deben
saber que las empresas serias y de gran visión están en busca de personas
calificadas en inteligencia emocional. De hecho, las miles de personas que
llegan a conquistar sus metas han basado su éxito en la capacidad de tratar
bien a la gente”

“Los cascarrabias, los intolerantes, los energúmenos, los resentidos, los


envidiosos, los castigadores, los difíciles y complicados, los rígidos y
almidonados, los acartonados, los gritones, los ceremoniosos, los que siempre
andan con el pecho inflado y con aire de autoritarios, los amargados son tontos
emocionales”... Dijo esto, mirando a nuestro Inspector y, como si adivinara la
risita que conteníamos, empezó a contarnos la historia del inspector, otro,
cuyo parecido se me antoja premeditado.

El inspector era un energúmeno, padre de tres hermosas chiquillas, con


quienes tampoco podía disimular su enojo consustancial. Su mal carácter y su
facilidad para enredarse con los problemas de los demás habían incrementado
su prestigio de “tonto emocional”. Era famoso por insultar a su esposa, por
agredir a sus hijas, por meter en líos a sus compañeros y por la prepotencia
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con la que trataba a sus alumnos. Mientras repito la historia, me parece que
estoy viéndolo pasearse solitario por los corredores del colegio, mascullando
maldiciones, a la caza de algún infractor para “fusilarlo”. Pero, como nadie ha
osado faltar a su código de conducta, se enfurece con lo único que tiene cerca,
su propia sombra. Habiéndola dejado por los suelos, se va en busca de alguno
de sus compañeros para echarle la culpa de su sueldo miserable o de quién
sabe qué otra “desgracia”...

Sin embargo, gracias a Dios, los “tontos emocionales” también reciben


lecciones. En lo que toca al Inspector, ésta le había llegado con la última
Navidad:

Cansado y aburrido había llegado a su casa. Un arbolito humilde con su juego


de luces le guiñaba el ojo buscándole una sonrisa. Nada. El aguinaldo no había
alcanzado para mayor cosa y no había motivo para celebrar. Cuatro paquetes
de simplezas al pie del árbol querían, a su modo, levantar el ánimo. Nada. La
más pequeña de sus hijas, de cuatro años, con la ilusión de halagar a su
papito, se había acercado al árbol a depositar el regalo que ella,
personalmente, había hecho y que ahora terminaba de empaquetarlo con un
bonito papel brillante. Sin detenerse a pensar ni por un instante, el inspector
se había lanzado contra la niña y le había arrebatado el paquete. “¡Estamos en
crisis, no tenemos ni para la comida, y tú y tu mamá desperdician lo poco que
nos queda en adornos y en regalos! ¿Se han vuelto locos en esta casa?”. Con
estos gritos, el furioso padre se había propuesto lanzar el paquete de su hija
contra el árbol luminoso que insistía en su alegría...

- “Es un regalo para tí, papito. No lo botes”


- “¿Un regalo para mí? ¿Y cuánto has gastado en este regalo?
- “Nada. Lo más caro es el papel; pero es uno que tenía guardado del año
pasado”...

El hombre, ligeramente conmovido, había empezado a abrir el paquete; pero,


para su sorpresa, estaba vacío... completamente, vacío...

“¿Me estás tomando el pelo? ¿Te estás burlando de tu padre, encima de


todo?”, había gritado de nuevo; pero la niña, lanzándose a sus brazos y
llorando le había dicho que esa caja estaba llena de besos y buenos deseos,
que no se ven, que no pesan, que no cuestan, pero que se sienten y, a veces,
cuando se abre el corazón, emiten un delicado perfume como de flores recién
abiertas...

Por primera vez alguien había arrancado lágrimas a un hombre tan duro y,
aparentemente, inconmovible. El inspector había abrazado a su hija y le había
pedido perdón por olvidarse de las cosas tiernas y por dudar del cariño de su
propia familia. Desde entonces, según el relato de nuestro amigo, el inspector,
el hombre renovado por el amor, recurre a la cajita dorada de su hija para
aspirar el perfume de las flores recién abiertas y sentir el poder de la ternura.

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Cada historia nos marcaba un silencio, una reflexión. El Amigo de los Jóvenes
nos regalaba ese espacio para volver sobre las cosas personales. Sabía que
cada quien, desde su particular experiencia, estaba mirándose en el espejo,
con una nueva perspectiva...

“Ahora, ustedes ya saben que son responsables del ambiente que les rodea -
nos dijo- Su responsabilidad es mejorar ese ambiente, desde la casa hasta la
edificación de un país diferente. Su responsabilidad es luchar por su proyecto
de vida individual y por el proyecto de vida del país. ¡Háganlo así y serán
millonarias!”

Nos inculcó ese concepto para enriquecernos en todos los aspectos de nuestra
actividad. Nos pidió que fuéramos “jóvenes millonarias de carácter”, de
personalidad millonaria, que sepan que la vida implica un proceso que va de la
siembra a la cosecha, que sepan que en la vida todo tiene un precio y que la
única forma de pagarlo es con el trabajo.

Desde levantarse, tender la cama y arreglar el cuarto, pasando por la cotidiana


declaración de amor a los padres y hermanos, el saludo al día que comienza, el
respeto a la naturaleza en el simple acto de dar de beber a las plantas, el
respeto al espacio de los demás, hasta la brega en los estudios, el
compañerismo, los sueños, el éxito personal y el proyecto por un nuevo país,
son tareas que hacen millonarios a quienes las realizan. En esto creo
firmemente. Por eso, respondiendo a la exhortación de nuestro amigo
conferencista, he elegido vivir y no morir, he optado por amar y no odiar, por
construir y no destruir, por sonreír y no hacer muecas. Sé que el futuro está en
mis manos, en las manos de la juventud. Sé que la esperanza se hace posible
con la acción y, por eso, renuevo mi fe cada mañana y me propongo defender
mi derecho a la existencia, a mi proyecto de vida, así como escuchar y
entender a la gente, alentarla y estimularla. Estoy aprendiendo a ser positiva,
a reconocer el camino del éxito y a compartir mi entusiasmo y mi alegría con
los seres que más amo...

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UN JOVEN DE ÉXITO TIENE UNA ACTITUD TRIUNFADORA
Nuestro amigo conferencista, según nos cuenta, ¡ha con frecuencia a un
restaurante donde una mesera guapa y risueña lo atendía siempre con mucha
amabilidad. Por eso este singular cliente había hecho de este lugar de comidas
su sitio preferido. Curioso e investigador de alma humana como es nuestro
amigo, un día se le ocurrió plantear a la chica la pregunta que le había estado
rondando: ¿A qué se debe esa actitud siempre dispuesta al servicio amable y
grato? Mientras servía el plato del día, sonriendo como siempre, la guapa
mesera contestó que su buen humor se lo debía a don Juan, su jefe, un
gerente único y eficiente que en todo momento tenía algo positivo que decir.
Que cuando alguien le preguntaba por sus cosas, siempre respondía que “si
pudiera estar mejor, tendría un gemelo”. Toda la gente lo quería y lo respetaba
por su actitud, de acuerdo a la versión de la muchacha. Era un motivador
natural. Si un empleado tenía un mal día, don Juan siempre estaba para decir
cómo ver el lado positivo de cualquier situación...

Todas las cosas parecían marchar en armonía en aquel restaurante y nuestro


amigo conferencista, aún teniendo la respuesta que le diera la mesera, quiso
averiguar las razones personalmente. Así, pues, decidió hablar con el mentado
don Juan, a quien le solicitó que le diera respuesta a su inquietud. “No
entiendo -le dijo- cómo es posible que una persona pueda ser positiva todo el
tiempo... ¿Cómo lo hace?”

El gerente, un hombre relativamente joven, con una sonrisa en los labios, le


respondió: “Cada mañana me despierto y me digo a mí mismo: Juan, tienes
dos opciones hoy: Puedes escoger estar de mal humor o bien, de buen humor;
claro, escojo estar de buen humor. Cada vez que sucede algo malo, puedo
escoger entre ser una víctima o aprender de ello. Pues, escojo aprender de
ello. Cada vez que alguien viene a mí a quejarse, puedo aceptar su queja o
enseñarle el lado bueno de la vida.
Escojo, entonces, el lado bueno de la vida”...

Nuestro amigo no podía conformarse con una respuesta. Tal como había
contestado aquel gerente, las cosas resultaban demasiado fáciles y eso no
podía ser así. Los problemas siempre resultan más o menos complicados. Al
menos, eso era lo que pensaba por entonces. De manera que siguió
inquiriendo sobre el tema.

“Los problemas son más fáciles de lo que uno se imagina -continuó diciendo
don Juan- Todo en la vida tiene alternativas y se puede elegir. Cuando se quita
todo lo demás, lo que no cuenta, cada situación plantea una elección. Usted
elige cómo reaccionar; bien o mal. Usted elige cómo la gente afectará su
estado de ánimo. Usted elige estar de buen humor o de mal humor. A fin de
cuentas, usted elige cómo vivir su vida”.

Un hombre modesto, sin mayores pretensiones que las de servir a sus


semejantes y ganarse el pan de cada día, era un sabio en sus cosas y había

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dado una hermosa lección a nuestro amigo conferencista. Desde entonces, don
Juan se ha convertido en uno de sus referentes y recurre a su experiencia cada
vez que se ve frente a un problema, sabiendo que debe tomar una decisión:
elegir la mejor opción antes de realizar algo de manera irreflexiva...

Varios años más tarde, por hacer una visita de cortesía, nuestro amigo pasó de
nuevo por aquel restaurante. Entonces, pudo enterarse de que don Juan había
sido asaltado en su local. Herido por una bala que comprometía su vida, había
sido llevado al hospital. Después de 18 horas de cirugía y semanas de terapia
intensiva, había sido dado de alta, aún con fragmentos de bala en su cuerpo.
Cuando alguien preguntaba por su salud y por su estado de ánimo, él
contestaba: “Si pudiera estar mejor, tendría un gemelo”. Al interrogarlo sobre
su experiencia traumática, sobre su enfrentamiento con la muerte y su
reacción en el momento del asalto, don Juan había dicho, que lo primero que
se le vino a la mente fue, que debió haber cerrado con llave la puerta de atrás.
Cuando estuvo tirado en el piso, había recordado su vieja fórmula; elegir entre
dos opciones: elegir vivir o elegir morir... La buena elección le ha permitido
seguir contando su historia.

Es posible que el hombre haya sentido miedo, es natural; pero, con toda
seguridad, fue su actitud positiva la que lo ayudó a salir de ese trance. Cuenta
con cierta gracia que los médicos no dejaban de decirle que estaría bien; pero,
cuando fue llevado al quirófano y vio las expresiones de preocupación en sus
caras, se había asustado realmente... El leía en sus ojos que ya lo daban por
muerto. Eso lo hizo reaccionar positivamente. Entonces, cuando le preguntaron
si era alérgico a alguna sustancia, había respondido: “Soy alérgico a las balas,
quítenmelas pronto”. En medio de las risas de facultativos y enfermeras, había
pedido que lo operaran como si estuviese vivo, no como si hicieran una
autopsia. Él había optado por la vida... El Amigo de los Jóvenes nos contó esta
historia como solo él sabe hacerlo. Una vez terminada, hizo un silencio y
agregó: “Con don Juan aprendí que cada día tenemos que tomar la decisión de
vivir plenamente; tenemos que elegir. Al final, la actitud lo es todo”...

La actitud, de acuerdo al concepto de nuestro amigo, es la que hace la


diferencia entre los triunfadores y los mediocres. Por eso nos recomendó que,
cuando el cielo esté gris, nos acordemos de cuando lo vimos profundamente
azul; cuando sintamos frío, pensemos en un sol radiante que nos haya
calentado; cuando suframos una derrota temporal, nos acordemos de nuestros
triunfos, de nuestros logros.

Que, cuando necesitemos amor, revivamos las experiencias de afecto y de


ternura, como aquella cajita dorada a la que acudía el Inspector; que nos
acordemos de lo que hemos dado con alegría o de los regalos que nos han
hecho, como la vida que mi amiga María José recibió en un riñón de su padre;
que recordemos los abrazos y besos que nos han dado, los paisajes que hemos
disfrutado y los que hemos inventado. Si todo eso hemos tenido, lo podemos
volver a tener y lo que hemos logrado, lo podemos volver a ganar...

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Nos aconsejó alegrarnos por lo bueno que tenemos y por lo bueno de los
demás, a quienes es saludable aceptarlos tal como son; desechar los recuerdos
tristes y dolorosos y, sobre todo, no guardar ningún rencor, porque eso nos
lastima; pensar en lo bueno, en lo amable, en lo bello y en la verdad...

Recorrer la vida, nuestra vida, y detenemos donde haya bellos recuerdos y


emociones sanas y vivirlas otra vez; concebir algún atardecer de esos que nos
emocionan; revivir esa caricia espontánea que se nos dio; disfrutar
nuevamente de la paz que ya hemos conocido; pensar y vivir el bien. “Allí en
tu mente están guardadas todas las imágenes -nos dijo emocionado- ¡sólo tú
decides cuales has de volver a mirar!”

Hizo una pausa y nos dejó con la expectativa de lo que vendría. Una persona
como él genera siempre interés y nosotras estábamos ansiosas por escucharlo
desarrollar su siguiente tema. No esperábamos que iniciara el ritual de su
retirada; pero lo vimos acomodar lentamente sus notas dentro de una carpeta,
ponerse de pie y arreglarse la. Corbata... “Ustedes han sido muy amables,
muy atentas conmigo -empezó a decir- Quiero despedirme con...”

Un sonoro “¡no!” se escuchó en la sala, seguido de muchas voces que le


gritaban que no se fuera y que siguiera con su charla motivadora. De pronto,
una joven se puso de pie, corrió hacia el escenario y, con lágrimas en los ojos,
abrazó a nuestro amigo, “¡Gracias por todo! –Le dijo- Es la primera persona
que me ha dicho que me ama”. Visiblemente conmovido, el Amigo de los
Jóvenes abrazó a la chica, le dio un beso en la frente y se puso a conversar
brevemente con ella, como si se tratara de una amiga de años. Luego, sacando
unos libros de su maletín, pidió que pasaran al escenario las presidentas de
cada curso. “Quiero obsequiarles un libro que puede guiar su camino al éxito:
El Poder Invisible del Amor”, dijo. Cuando hubieron pasado las chicas al
escenario, pidió que cada una de ellas, además de decir su nombre y el curso
al que representan, improvisara un mensaje para ser jóvenes de éxito.

“Agradezco a la Madre Superiora por haber invitado al Amigo de los jóvenes -


dijo la primera presidenta- Él nos ha enseñado mucho... Ahora, quisiera
contarles que yo, hace tiempo, estuve a punto de destruir mi vida: Tuve un
amigo llamado Eduardo que me introdujo en el mundo de las drogas. El,
acusándome de timorata, me llevó a un lugar conocido como Club 24, donde
se tenía por costumbre sentarse en círculo y beber veinticuatro botellas de
cerveza, una tras otra, hasta terminarlas. Yo estaba consciente de que no
había ningún futuro en todo eso y de que, finalmente, me autodestruiría si
continuaba utilizando esas drogas, Pero Eduardo me acusaba de cobarde y de
mojigata o me picaba con sus desafíos truculentos... Era mi mejor amigo o, al
menos, eso es lo que yo pensaba, porque no tenía a nadie más. No quería
quedarme sola, pero tampoco quería terminar como drogadicta... Había una
lucha tremenda dentro de mí...

Recuerdo que una tarde, luego de haber hablado con mis padres, a quienes
confesé mi problema, decidí que aquello de la amistad con Eduardo era
demasiado arriesgado para mí. Así comencé a hacer nuevos amigos, mientras
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Eduardo fue cayendo cada vez más ahajo, en las garras de la drogadicción.
Apenas logró terminar el décimo año de educación básica, según supe. He oído
decir que anda por ahí, en jorgas de alienados, desvariando, poseído por los
terribles fantasmas de la droga o haciendo de mula para el narcotráfico
internacional.

Es muy triste... me duele de veras por su suerte; pero me siento agradecida


conmigo misma porque tuve el valor de confesarme con mis padres, escuchar
sus consejos y tomar la decisión correcta... ¡Gracias de todo corazón, Amigo
de los Jóvenes!

“Creo que este día ha sido el más emocionante de mi vida -dijo, con frases
entrecortadas, la segunda presidenta- Ahora creo en mí y en lo que puedo
hacer. Pese a todos los sufrimientos que he tenido, pienso que puedo ser una
persona feliz y creo que nadie me podrá apartar de mi proyecto de vida.
Gracias”.

“Mi nombre es María y estoy en quinto curso -dijo con firmeza la tercera
participante- He sufrido mucho desde que... cierta ocasión, al salir de una
fiesta, un joven..., (La voz de María se quebró de pronto, pero continuó) un
joven... abuso de mí, inclusive, me amenazó con matarme si se lo contaba a
alguien... Me dijo que, además, nadie me creería porque él era hijo de un
hombre poderoso y honorable... Me insultó, me dijo que yo era una zorra y me
acusó de haber buscado, yo misma, que aquello sucediera... Se burló
descaradamente de mí, diciendo que mis padres se avergonzarían de lo
sucedido... Canalla!... El miedo y la vergüenza me han hecho mantener este
vejamen en secreto, durante dos años... Ahora, gracias a la fortaleza que me
ha infundido aquí el Amigo de los Jóvenes, les cuento esta triste historia para
que ninguna de ustedes, si esto les ha pasado o les llegara a pasar, se quede
callada; para que se cuiden y desconfíen de aquellos modositos, hijos de
honorables, que no rompen un plato cuando están en público... Gracias por e
suncharme”.

“¡Bravo, mujer valiente!”, grite emocionada y me sumé a la ovación que la sala


le tributó a María por su coraje y en señal de solidaridad. “He sido tan
ambiciosa y tan obsesionada con las cosas de la escuela -dijo la cuarta
presidenta- que no he podido disfrutar de mi juventud. Ahora pienso que esa
“aplicación” no solo que fue poco saludable sino también egoísta. Es duro
admitirlo; pero es verdad, porque lo único que me preocupaba era yo misma y
mis propios logros. En la secundaria, no me he dado ningún respiro para
cultivar una amistad, para conocer a la gente que me rodea. No ha habido
nada más importante que mis estudios y mi formación; en eso he puesto todos
mis esfuerzos. Me he estado acostando alrededor de las dos de la madrugada y
levantando a las seis de la mañana, estudiando solo para obtener las mejores
calificaciones, sin otro objetivo... más humano. Me he pasado soñando con una
carrera de neurología o cirugía, solo porque me parecen las más difíciles y no
porque con ellas podría servir a los demás. Sentía, por otra parte, que los
maestros y hasta las mismas compañeras esperaban ese sacrificio de mí.
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Siempre se sorprendían si mis calificaciones, por algún accidente, no
resultaban perfectas. Solo mis padres llegaron a preocuparse, a señalarme que
me estaba volviendo una ermitaña, que me estaba enfermando de
misantropía, e hicieron lo posible para que no me tomara las cosas con tanta
severidad... Ahora me doy cuenta de que pude lograr lo que quería sin trabajar
tanto, sin obsesionarme y que, además, me habría podido divertir.

“¡Dejemos de molestarla y, sobre todo, no la despreciemos! Ustedes saben de


quien estoy hablando, así que no nos hagamos las hipócritas” La quinta
presidenta, una chica del décimo año de básica, miró desafiante a toda la sala.
Hubo un silencio. Nadie se atrevió a mirar a nadie; pero todas sabíamos de
quien estaba hablando... “¿Qué nos creemos -continuó- que somos mejores
solo porque nuestra piel es distinta o porque tenemos un poco más de
comodidades que ella? ¿Qué complejo tenemos que nos hace rechazarla?
¿Acaso es una persona disminuida o estúpida? Y aún si lo fuera, ¿qué derecho
tendríamos para burlarnos de ella? Pero resulta, compañeras, que ella no es ni
tarada ni deficiente, es una buena estudiante y, si no la molestáramos tanto y
si no hiciéramos de su vida una pesadilla aquí, en el colegio, ella sería
brillante... ¡Nosotras nos estamos robando sus oportunidades; le estamos
cortando las alas, compañeras! Con nuestra actitud negativa, la estamos
perjudicando. Y creo que nosotras también nos estamos perjudicando porque
su amistad puede sernos enriquecedora... Ahora, yo quiero enriquecerme con
la amistad de Rosita y le extiendo mi mano, y le pido que me perdone si
alguna vez tuve algún gesto de desprecio para ella”...

La chica bajó del escenario. Seguida por la mirada turulata de sus compañeras,
caminó por el pasillo hasta la última fila del teatro, donde estaba Rosita, una
muchacha morena que había buscado el último rincón para asistir a la
conferencia. Con lágrimas en los ojos, Rosita extendió su mano y pudo decirle
gracias a la presidenta. Los aplausos emocionados de todas las compañeras
sirvieron de fondo al abrazo fraterno que se dieron las dos chicas...

“Yo era feliz hasta que entré en la escuela -dijo la sexta presidenta con cierto
aire de misterio- Descubría el mundo por mi cuenta en las cosas que me
rodeaban, cuando me llegó la hora del estudio obligatorio. Entonces, los demás
descubrieron, ¿o decidieron?, que me era difícil aprender y me calificaron sin
más trámite de ruda. Ruda en Matemáticas, ruda en Literatura, ruda en
Ciencias Naturales. Con esa “rudeza”, me gané muchas enemistades, porque
nadie me tomaba en cuenta y porque así, marginada, me fui apagando y
entristeciendo. Había terminado la primaria con gran esfuerzo y, en la
secundaria, apenas podía leer...

Mis padres, preocupados por mi bajo rendimiento, contrataron los servicios de


un terapeuta. Este hombre llegó a mi casa con gran solemnidad, me ordeno
sentarme en una silla del comedor y empezó a torturarme con un cuestionario
y con unas pruebas aburridísimas. Como era de esperarse, en ninguna de ellas
pude salir avante.

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Luego de cobrar sus honorarios, el tal terapeuta tomó a mi madre del brazo, la
llevó a un lado y le dijo que lo sentía mucho, que no veía posibilidades en mi”
y que, en definitiva, yo era prácticamente una tarada. Mi madre, muy enojada,
echó al hombre de la casa, diciéndole que esos no son calificativos que usan
los terapeutas, que fuera a estudiar de nuevo o a comprar otro título
universitario que le quedara más afín...

¿No sabía o no me interesaba lo poco que me habían obligado a leer? Un día,


tuve la suerte de que cayera en mis manos un libro desconocido. Se llamaba
“Viaje al Centro de la Tierra” y su autor era un tal Julio Verne.

Lo abrí en la primera página y no lo cerré hasta que me enteré de todo su


contenido. Me sentía transformada, enriquecida, llena de imágenes y
conocimientos. Había encontrado una razón para leer. Entonces, vinieron otros
títulos y autores: Emilio Salgary, Simenon, Flaubert, Jorge Icaza, en fin...
Además de encontrarles sentido a las palabras, de convertirlas en imágenes,
sentí que mi vocabulario se había vuelto complejo y que usaba los términos
con propiedad. Entonces, la Matemática, las Ciencias Sociales, encontraron
cabida en mi entendimiento y la Literatura ha ido pesando en mis
inclinaciones, lo mismo que la pintura y el teatro... Y, bueno, aquí estoy, frente
a ustedes, contándoles esta pequeña experiencia y pidiéndoles que no declinen
en su proyecto de vida, que se valgan de las estrategias que nos ha regalado
aquí nuestro amigo conferencista. Muchas gracias a él y a ustedes....

La música de nuestra selección de fútbol volvió a inundar el ambiente,


mientras cuatrocientas alumnas agradecían con aplausos y gritos, la
intervención del Amigo de los Jóvenes. Muchas compañeras quisieron
acercarse al conferencista para estrecharle su mano o pedirle un autógrafo.
Era una avalancha de gente que se precipitaba sobre el escenario; pero solo
pocas compañeras lograron su objetivo; yo, entre ellas...

Mientras las compañeras me empujaban, logré decirle al Amigo de los Jóvenes


que le agradecía de veras por habernos rescatado la esperanza. Le conté que
había grabado partes de su intervención, que había tomado apuntes y que me
proponía escribir una historia. El hombre me miró y me sonrió; sacó de su
maletín un libro que le sobraba y me lo regaló con esta dedicatoria: “Para
Casandra, en quien adivino a una joven triunfadora. Mucha suerte y que se
haga realidad esa historia. Te amo, Chiquita...

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UN JOVEN DE ÉXITO PONE EN PRÁCTICA LO QUE APRENDE
El auditorio se había quedado casi vacío; la algarabía era solo un recuerdo o se
escuchaba lejos. La Madre Superiora y varías alumnas nos habíamos quedado
hasta el final y rodeábamos al “Amigo de los Jóvenes”, como queriendo
aprovechar todos los instantes de su carismática presencia. Luego de haber
disertado por más de dos horas y haber firmado autógrafos por más de
cuarenta minutos, el hombre seguía brindando a quienes quedábamos su calor
humano, sus dones y su sonrisa.

Como seguíamos allí, igual que abejas engolosinadas con la miel, nuestro
amigo seguía contándonos pequeñas anécdotas o trayendo a cuento algunos
aforismos de su colección. Era una charla interminable que no dejaba espacio
para nuestra Madre Superiora que, desde hacía rato, intentaba decir algo, ella
también. Él Amigo se dio cuenta e inmediatamente le hizo un gesto amable,
invitándola a tomar la palabra. “No sabe lo agradecidas que estamos por todo
lo que ha hecho en esta Institución y por los valores que ha inculcado en
nuestras jóvenes con tanta maestría -le dijo la Madre, visiblemente
emocionada, y continuó- Algún día sabrá todo el bien que les ha hecho. Le
agradezco tanto, señor, y quisiera, abusando de la confianza que nos ha
brindado, hacerle una invitación; El grupo de jóvenes que me acompaña es de
sexto curso Sociales y, todos los días miércoles por la tarde, hace trabajo
social con los presos de la cárcel de la ciudad. Estas chicas me han pedido que
lo invite, si dispone de tiempo, a dar una charla para los presos, el día de
mañana”. Aquel hombre bondadoso no podía negarse a tal pedido. Con su
sonrisa franca nos dijo que le encantaría porque, además de llevar a esa gente
un mensaje de paz, a él le gusta profundizar en el conocimiento del alma de
sus semejantes. “Con cada charla, siempre hago nuevos
Amigos -dijo- y aprendo algo diferente”.

El ambiente en ese lugar era muy tenso; digo, nosotras, a pesar de haber
estado algunas veces allí, no podíamos actuar serenamente. El movimiento de
guardias y policías, los gritos de los presos, el aire enrarecido de los calabozos,
los controles de las visitas, los documentos, el sello de tinta que nos ponen en
la muñeca, todo eso crea una atmósfera de inquietud que impide actuar con
normalidad. Pero, bueno, estábamos ahí, cumpliendo con el trabajo social que
nos habíamos propuesto desde el inicio del año, y había que seguir adelante.

Frente a una cancha de indor fútbol, en un viejo galpón cubierto de latas


oxidadas, un grupo de unos ochenta reclusos nos esperaba, metiendo bulla y
haciendo comentarios de tono picante. Nosotras, aparentando serenidad,
temblábamos por dentro y buscábamos estar siempre junto a los guardias,
previniendo cualquier acto de agresión que pudiera darse. La Madre Superiora,
junto a nosotras, parecía rezar en silencio, aunque, de rato en rato, nos decía
por lo bajo que no perdiéramos la fe, que estábamos allí, en un acto de
solidaridad cristiana.

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Nos preparábamos ya para iniciar el acto. Nuestro amigo conferencista había
sacado sus notas sobre una pequeña mesa que le habían preparado y el
Director del reclusorio disponía los últimos detalles de la reunión. De pronto,
Rosana, una de las presidentas de curso, me tomó del brazo con fuerza y
comenzó a temblar. “¡Dios mío, es él!”, me dice y me señala con disimulo
hacia la parte de atrás del grupo de presos, donde se destacaba, por imberbe,
un muchacho que, a pesar de sus grandes ojeras, no aparentaba más de
veintidós años o, quizás, menos. “¡Es él! -me volvió a decir- Eduardo, el del
Club 24... Mi ex-enamorado”. Procuré tranquilizarla diciéndole que todas
estábamos ahí para protegerla, que quizás ese hombre ya no se acordaba de
ella; pero que, por las dudas, se escondiera entre nosotras...

Habiendo dado un pequeño discurso de introducción, el Director de la cárcel


dio la bienvenida a la delegación del colegio, a la Madre Superiora y al
conferencista, a quien pidió que ocupara una especie de estrado para iniciar su
charla...

“Un día, Satanás y Jesús estaban conversando –empezó diciendo el Amigo de


los Jóvenes y guardó un estudiado silencio para jugar con el suspenso-
Satanás acababa de venir del Jardín del Edén y se vanagloriaba de haber
capturado a millones de seres humanos en el mundo, utilizando diversas
carnadas, a las cuales no habían podido resistir. Saltaba de gusto este
demonio y saboreaba ya de todas las diabluras que pensaba ensenarles; el
odio, el abuso, la bebida, las drogas, las maldiciones, los crímenes, la guerra,
el armamentismo... “¡Me voy a divertir en grande!” dijo Satanás y soltó una
sonora carcajada”...

¿Cómo continúa la historia? El Amigo de los Jóvenes hizo una nueva pausa-
Sabía que, con aquella introducción, había logrado comprometer a su auditorio
en la historia que desarrollaba y cuyo final era la muerte...

La idea de nuestro amigo era demostrar que algunos de los actos que
realizamos no siempre han sido guiados o inspirados por Dios sino por
Satanás. Lo hizo con sobrados argumentos e invitó a la concurrencia a un acto
de contrición y de reconciliación con Dios y con nosotros mismos, con nuestra
sustancia espiritual- Nos hizo ver que los seres humanos que hemos cometido
errores tenemos en la infinita misericordia del Señor, todos los días y cada
instante, la oportunidad para mejorar nuestra vida y hacer que ésta tome el
rumbo de la felicidad. Nos dijo que, gracias a ello, los seres humanos podemos
mejorar; sobre todo, cuando reconocemos nuestras debilidades, nuestros
errores y todo aquello que nos vincula con Satanás. Luego, dirigiéndose a los
reclusos, pidió que quienes desearan dieran algún testimonio de su vida y de
su reconciliación.

Eduardo, aquel muchacho pálido y ojeroso que mi compañera había


descubierto entre los penados, aquel que estuviera a punto de echar a perder
la vida de esta chica, obligándola a consumir estupefacientes, cabizbajo, con
las manos en los bolsillos, caminó hacia el pequeño escenario improvisado y se
quedó ahí, mirándonos, sin atreverse a decir nada. Por momentos, parecía que

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lloraba porque su rostro presentaba una mueca de tristeza conmovedora;
pero, no seguramente, sus lágrimas lo estaban quemando por dentro... Mi
compañera volvió a aferrase de mi brazo y a temblar. Yo la abracé con todas
mis fuerzas e hice que escondiera su rostro contra mi pecho...

“La primera vez que usé droga -empezó a decir el muchacho, con voz
temblorosa- fue a los catorce años. No sabía qué daño me haría ni me
importaba. A pesar de que mis amigos y mis padres me advertían de que con
eso me perdería paso a paso, de que llegaría un momento en que no podría
volver atrás porque la droga me atraparía la voluntad, yo me reía
descaradamente o me enfurecía. Ya entonces los pitos, las tamugas, el crack,
me habían desvanecido el carácter, volviéndome impredecible... Entre esos
amigos, recuerdo a una que era como mi enamorada, a quien estuve a punto
de arrastrar conmigo... La fuerza de voluntad de ella me ganó y ahora me
alegro de que así haya sucedido... Ojalá ella, donde quiera que se encuentre,
me perdone: sé que no la volveré a ver; no quisiera verla porque siento
vergüenza; pero, ¡cómo me gustaría que me perdonara!...

Rosana lloraba en mi pecho y me decía por lo bajo que tenía ganas de


explicarle que ella lo había perdonado; pero que lo importante era el perdón de
Dios. Yo la contuve, aconsejándola que le hiciera llegar una nota diciéndole
esas cosas y prometiéndole orar siempre por su recuperación.

“Cuando comencé -continuó Eduardo con su testimonio- me dejé llevar por los
halagos y las presiones de mis amigos. Después, ya no hubo presión de nadie.
Me drogaba y bebía licor por mi cuenta y riesgo, sin importarme nada ni nadie.
Quería sentirme bien, rico, chévere, feliz, yo solo... solo y egoísta, como me
siento ahora. No me acuerdo desde cuándo empecé a fallar en el colegio ni
cuándo se dio el rompimiento de mis relaciones familiares. No recuerdo cuándo
perdí a mi mejor amiga ni cuándo empezó a deteriorarse mi salud de cuerpo y
alma...

En algún momento, tal vez a los 17 años, me sorprendieron en el colegio con


drogas, invitando a mis compañeros a seguirme. Me llevaron a la rectoría, me
sometieron a entrevistas con la sicóloga, llamaron a mis padres, desataron un
escándalo y terminé expulsado del colegio...

Me fui de la casa porque ya no soportaba la presión de mis padres. Traté, sin


embargo, de hacerles caso, de abandonar el vicio de las drogas; pero ya mi
decisión no contaba para nada... mi voluntad se había perdido entre los sueños
artificiales de la coca y las anfetaminas. Cuando me hizo falta, comencé a
traer droga de Colombia y me puse a distribuirla entre los pelados, a la salida
de los colegios. Eso me daba buen billete y podía pagarme mis vicios; pero, yo
quería más, probar los nuevos productos, correr nuevas experiencias...

Así, metido en el mundo del hampa, un día conocí a un hombre que me


propuso llevar droga al extranjero. Me ofreció una excelente paga y yo acepte
enseguida. Quería jugar a esa aventura y salir del país, donde mis familiares

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me seguían acosando. Además, me gustaba la idea de llevar esas cápsulas de
coca en mi estómago y, en el fondo, me hacía cosquillas la idea de que alguna
de ellas se llegara a romper y me drogara a lo grande, de una sola, de una
vez... y para siempre.

Tuve la suerte de que eso no sucediera porque en el aeropuerto algo me


delató. La policía antinarcóticos, me hizo algunas preguntas, yo me puse
nervioso y empecé a sudar frío. Traté de retroceder, pero fue demasiado tarde.
Me llevaron al hospital, me examinaron y encontraron en mi estómago el
maldito cargamento... Y aquí estoy, cumpliendo una condena de dieciséis años.
Han pasado tres y ya siento que me quemo en este infierno. Necesito paz,
serenidad para aguantar lo que me queda en esta prisión. Me siento solo,
desamparado; no tengo a nadie... pero todo esto me lo merezco y estoy
dispuesto a pagarlo. Siento que Satanás todavía me acompaña, no me suelta;
por eso, necesito ayuda, esa ayuda que usted viene a ofrecerme, señor; la de
ustedes, niñas, que dejando sus quehaceres, sus diversiones sanas, vienen a
mostrarme su inocencia, su dulzura; a demostrarme con solo su presencia que
Dios existe también para nosotros, los que hemos caído tan abajo... ¡Gracias
por venir y que el Señor los bendiga!”...

El muchacho bajó la cabeza y se dispuso a regresar al grupo de donde había


salido. Inesperadamente, se dio vuelta y se lanzó a abrazar al conferencista.
Un golpe en nuestras entrañas nos hizo contener le respiración; pero el Amigo
de los Jóvenes, sereno, sonriente, le dijo que había hecho bien en declarar
todo aquello que lo estaba torturando, que eso era un paso hacia la
reconciliación con Dios, que con ese paso había empezado a cambiar. Le dijo
que lo que le esperaba era muy duro porque, aparte de la condena que debía
cumplir, debía luchar diariamente para no volver a caer en el abismo de donde
estaba saliendo. Le pidió que se negara a vivir experiencias fáciles y mundos
de mentira, que buscara lo auténtico, los valores humanos del amor y la
solidaridad y que, cuando se sintiera desfallecer, se apoyara en la fe cristiana,
en la certeza de que el Señor lo estará ayudando y fortaleciendo con su
sabiduría y su misericordia...

Nuestro conferencista, diciendo las últimas palabras, acompañó al joven preso


hasta su asiento y, desde allí, regresó a la palestra, dirigiéndose a toda la
concurrencia. Pidió afrontar con serenidad los duros acontecimientos que
tenían por vivir en el encierro, aceptar con paz y alegría las contrariedades
propias de su condición de penados y sentir la responsabilidad de ser un
eslabón, cada quien, de una misma cadena que nos pone en relación con Dios.

En nuestro trabajo social con los presos, tenemos por norma no averiguar
jamás los motivos por los que se encuentran cumpliendo sus penas. Nuestras
tareas solidarias no quieren sabe ni hacer distingos, porque eso le
corresponde al Ser supremo, que es quien juzga, y a sus ministros en la tierra,
que son sus confesores. Sin embargo, porque los mismos reclusos suelen
comentar, a veces sin querer, nos enteramos de algunos casos. Por eso
sabíamos que, entre la concurrencia, estaban unos cuanto, sentenciados por

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casos de corrupción administrativa y otros, por estafas en los manejos
bancarios, tan conocidas en el país.

Como si adivinara su presencia, el Amigo de los Jóvenes improvisó la historia


del “Sirviente Feliz”: “Era un vasallo de corte que tenía el encargo de llevar,
todos los días, el desayuno a su rey. Siempre lo hacía con alegría, silbando o
cantando tonadillas de la región, con una sonrisa franca y serena. El rey, claro,
se complacía con su presencia; pero también le tenía envidia. “¿Cómo un
hombre de baja ralea, pobre, rudo y sin educación, podía ser más feliz que el
rey? -se preguntaba el monarca -¿Y cómo el Rey, teniendo las riquezas y el
poder, teniendo vasallos y corte de aduladores, no logra esbozar una sonrisa
de felicidad?”. Intrigado por estas preguntas, el poderoso hombre mandó a
llamar a su sirviente, para saber si él podría articular una respuesta...

“Majestad -dijo con humildad el vasallo- yo no tengo razones para estar triste.
Tengo el gusto de servir a su Alteza; tengo una casita que la corte me ha dado
por mis servicios y allí disfruto de lo que la vida me da, con mi esposa y con
mis hijos; tengo para ellos y para mí el alimento y el vestido necesarios y, a
veces, cuando su alteza me premia con alguna monedita, me doy un paseo con
los míos o me financio algún antojo familiar... ¿Cómo no estar feliz?”...

La respuesta no satisfizo las inquietudes del rey. ¿Cómo podía ser feliz ese
pobre paje si nada le pertenecía? Vivía en casa prestada, comía lo que sobraba
y vestía ropa usada. ¿Se podía ser feliz sin ser dueño de nada? Las preguntas
seguían rondando el sueño del monarca; se le volvieron una obsesión y, como
ya no podía ni dormir, llamó al más sabio de sus asesores para que le diera
una respuesta.

“Ah, Majestad -dijo el respetado sabio- lo que sucede es que él está fuera del
círculo?

“¿Fuera del círculo? -inquirió el rey- ¿Y qué circulo es ése?

“El círculo del 99 -contestó misterioso el sabio- Si su majestad lo autoriza,


podemos someter al Sirviente Feliz a la prueba del Círculo del 99. Para ello,
debemos llevar esta noche a la casa del vasallo una bolsa de cuero con
noventa y nueve monedas de oro; ni una más, ni una menos. Allí
permaneceremos hasta el alba.

Si entender muy bien el juego que proponía su consejero, el rey aceptó ir con
él y pernoctar escondido detrás de unos matorrales, frente a la casa del
esclavo. Allí, cuando vio que se apagaban las luces de la humilde casa, el sabio
se acercó sigilosamente, depositó en el corredor la bolsa y una nota en la que
se leía: “Este es un premio que te da la buena suerte como pago por tus
bondades. Disfrútalo de la mejor manera y no cuentes a nadie como lo
encontraste”.

Pasaron las horas, y vino la alborada, y se encendieron las primeras luces en la


pequeña casa del vasallo. Con un candil en la mano y cantándole al día que se

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anunciaba, el paje recorría las habitaciones, levantando a hijos y a mujer, y
lavándose por aquí, y vistiéndose por allá, y saliendo al corredor a ver a sus
animalitos y, de pronto... ¡la sorpresa!, la trampa que el rey y el sabio le
habían tendido...

El sirviente recogió la bolsa, la sacudió. El sonido metálico le sacó una mueca


extraña de su rostro. Leyó el papel y volvió a dibujar la mueca; dio un salto
que parecía de alegría; iba a gritar, pero se contuvo, Estrechó la bolsa contra
su pecho, miró a lodo lado, entró sigilosamente, como si fuera ladrón de su
propia casa, y cerró la puerta tras de sí. El rey y el sabio se arrimaron a la
ventana para ver mejor la escena. Él sirviente había depositado las monedas
sobre la mesa y las tocaba, las acariciaba, se las pasaba por su rostro,
completamente transformado... ¡Era una montaña de monedas de oro! El, que
nunca había tocado una de esas monedas, ahora sus manos no le alcanzaban
para empuñarlas a todas…

El paje amontonaba las monedas, las frotaba y hacia brillar a la luz de la vela.
Las juntaba y desparramaba; hacia pilas y quedaba, por momentos, estático,
contemplándolas. Así jugando y jugando, empezó a hacer pilas de 10
monedas. Un grupo de 10, dos de diez, tres de diez, nueve de diez y,
mientras sumaba 10, 20, 30, 40… 90, se dio cuenta de que el último grupo…
¡solo tenía nueve monedas! Su mirada primero recorrió primero la mesa,
buscando la moneda que, según su deducción, faltaba en el hallazgo. Luego,
busco en el piso, en los rincones, en la misma bolsa y, nada. Puso la última
pila al lado de las otras y comprobó que, efectivamente, era más baja. “¡Me
robaron! –Grito - ¡Me robaron, malditos!”

Una vez más busco en la mesa, el piso, en la bolsa, en sus ropas, en sus
bolsillos; corrió los muebles, pero no encontró nada. Sobre la mesa, como
burlándose de su suerte, una montañita resplandeciente le recordaba que
había noventa y nueve monedas de oro. “Es mucho dinero, pero me falta una”,
dijo y se puso a calcular, papel en mano, el tiempo que necesitaría trabajar
para hacer una moneda más y completar lo que, supuestamente le faltaba…

Se pudo de pie y empezó a caminar de un lado para otro, hablando en voz


baja, murmurando maldiciones, planificando de nuevo su vida en función de
completar su centena de monedas de oro. Estaba dispuesto a trabajar duro y
parejo para conseguir ese objetivo. “Después, quizás, no necesitare trabajar
más. Con cien monedas de oro un hombre es rico. Con cien monedas de oro se
puede vivir tranquilo, pero tengo que completar mi fortuna... tengo que
completarla”... El sirviente, tal como lo había previsto el sabio, había entrado
al círculo del 99.

De acuerdo con lo planificado, durante los siguientes meses, el sirviente


persiguió su meta de enriquecimiento. Trabajaba con desesperación, hacía
horas extras, reclamaba un mayor salario, protestaba por todo, se quejaba de
los otros sirvientes y siempre estaba de mal humor.

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Una mañana, entró a la alcoba real, golpeando las puertas y refunfuñando de
rabia. El rey, que ya conocía las razones, lo miró con paciencia y le preguntó
por las hermosas melodías que solía cantar. Él sirviente bajó la cabeza,
tratando de esconderse de la mirada de su rey, y con una voz ronca y
rencorosa, respondió que él hacía su trabajo por el que mal le pagaban y que
eso de cantar no había sido nunca ni sería parte del trato laboral… No pasó
mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente; pues, no era
agradable tener un paje que andaba siempre de mal humor.

El “Amigo de los Jóvenes” terminó su historia y miró a todos. Entonces, pidió


que cada quien mirara en su interior y analizara si no habremos sido formados
de manera equivocada, pensando siempre que nos hace falta algo más para
completar una fórmula de felicidad, sin permitirnos disfrutar de lo que nos ha
sido dado. “Mucha gente consume su vida esperando la moneda número cien”,
sentenció. “Pero, ¿qué pasaría si la iluminación llegara a nuestro entendimiento
y nos revelara, así de golpe, que nuestras noventa y nueve monedas son el
cien por ciento del tesoro? ¿Que no nos hace falta nada, que nadie se ha
quedado con lo nuestro, que lo demás, incluida la ambición, solo es una
trampa, para que seamos envidiosos, peleemos, para que vivamos la vida mal
humorados, infelices, resentidos? ¿Qué pasaría? ¡Cuántas cosas cambiarían si
pudiéramos disfrutar de nuestros tesoros tal como son, tal como nos vienen!
¡Qué fácil nos vendría la felicidad si desecháramos la inspiración satánica de
poseerlo todo y de alimentar nuestra voracidad, obsesionados por una moneda
más!”

El auditorio había quedado en silencio. Cada quien, supongo, hacía su examen


de conciencia y admitía sus errores; pero, ¿cómo remediar los daños?, ¿cómo
reformar esa conciencia que tanto se había equivocado? La rehabilitación, la
supuesta razón de ser de todo sistema carcelario, como sabemos y como lo
saben los reclusos, no ha funcionado. La pregunta, entonces, se mantiene, se
mantenía flotando en el ambiente: ¿Cómo reconstruir, volver a formar, pieza
por pieza, los soportes morales de la conciencia? “Amigos -dijo nuestro
expositor después de todo, nos queda la esperanza de que, a partir de ahora,
vamos a tomar el desafío y vamos a aprender a ser mejores y a rectificar
nuestra actitud frente a la vida, frente a los seres humanos y, principalmente,
frente a Dios, que nunca nos abandona...

Fracaso no significa que somos unos fracasados; simplemente, todavía no


hemos podido demostrar nuestra valía. Fracaso no significa que no hemos
logrado nada; evidencia que hemos aprendido algo. Fracaso no significa que
jamás lograremos nuestras metas, porque estamos encerrados; sencillamente,
tardaremos un poco más en alcanzarlas. Fracaso no es comprobar que Dios
nos haya abandonado; ¡es que Dios tiene una mejor idea y un plan de
salvación para nosotros!

¡Muchas gracias por escucharme!”

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La concurrencia aplaudió muy agradecida. Muchos reclusos, comentando el
suceso, se acercaron al conferencista, le estrecharon su mano y le pidieron
que vuelva.

Poco a poco, rodeados de aquellos hombres que nos acosaban con


preguntas, que nos hacían encargos y nos pedían que regresáramos, fuimos
saliendo del lugar. Ya en la calle, el aire de la libertad nos devolvió el aliento.

“¡Qué día hemos tenido! -pensé- ¡qué cantidad de emociones encontradas!


¡Qué provocaciones para meditar!” Ahora, lo que deseaba era correr a mi
casa y, como si buscara reencontrarme con mi propia esencia, abrazar a mi
madre y comentar con ella todas las historias que me han contado, las
estrategias para alcanzar el éxito de las que hemos estado hablando en estos
días, las experiencias en la cárcel, las ideas, las conversaciones con mi amiga
María José. Tengo ganas de hablar de todo con mi madre, de la renovación
que siento por dentro, de las nuevas ilusiones, de la actitud positiva, de esta
libertad que ahora adquiere una nueva dimensión, cuando sé que poseo las
herramientas para enfrentar la adversidad, cuando tengo en mis manos mi
futuro. La verdad es que siempre tuvimos la libertad de elegir; pero no lo
sabíamos; estábamos presas del miedo a la incertidumbre; estábamos en
una cárcel, cuyos barrotes eran nuestra propia incredulidad.

Ahora, me siento renovada y estoy segura de que nadie me quitará la alegría


de tener un proyecto de vida, de amar y respetar a la gente y de estar más
cerca de Dios, que es nuestro guía. Mientras me dirijo a mi casa, voy
elaborando mentalmente una carta, o un poema, para mi madre. Se la diré,
se la recitaré de alguna manera; pero tiene que saber que ella tiene ahora
una nueva hija…

Querida Madre:

Ayer y hoy han sido los días más especiales de mi vida. Lo que he visto y
aprendido me han llevado a reconocer mis errores, a olvidar los resentimientos
y a mirar con optimismo el futuro. Hoy, cuando empiezo a diseñar mi proyecto
de vida, quiero estar en paz contigo y decirte cuanto te amo. Este pequeño
barquito de papel que navegaba a la deriva ha encontrado su rumbo y se
dirige a un hermoso puerto. En este viaje, estás a mi lado; pero también, en
tierra firme, iluminando mi ruta.

Mamita, estoy segura de que yo sola no puedo cambiar al mundo; pero sí


puedo aportar para hacer de nuestro entorno algo más habitable, más dulce y
más feliz, Cuando todos en el país, en el continente, hagamos lo mismo, el
mundo va a cambiar; de eso estoy convencida. Por eso, si hay tantas estrellas
que se han quedado varadas en la arena, yo voy a lanzarlas al mar, una por
una... y si alguien me dijera que ese trabajo es absurdo, yo le contestaría que
muchas estrellas se pierden inútilmente, pero que las que yo devuelvo al agua
recobran la vida...

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Mamita, quisiera que la vida entre tú y yo tenga el sentido de las estrellas, que
cada día encontremos una nueva manera de ayudamos y de amar...

Tu hija que te ama,

Casandra

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LA SATISFACCIÓN DEL CAMINO RECORRIDO Y DEL TRABAJO
REALIZADO

Desde que le conté al “Amigo de los Jóvenes” que pensaba escribir mis
experiencias a partir de lo que él me había enseñado, he pasado mucho tiempo
organizando mis apuntes y transcribiendo mis grabaciones. En esta tarea, que
ya se ha vuelto un compromiso con mis amigas, mi familia y la gente que amo,
he tenido la asistencia permanente de nuestro amigo conferencista. El, con
gran paciencia y amor, se ha tomado la molestia de escribirme varias veces
para contestar mis inquietudes, compartir conmigo un poquito de sus
conocimientos, comentarme sus nuevas experiencias y, algo que le agradezco
profundamente, confiarme algunos aspectos de su vida privada, con los que be
tratado de hacer un retrato de su personalidad...

La última carta que recibí de él ha sido escrita antes de un largo recorrido que
debía hacer por toda la provincia de Manabí, llevando su mensaje a los jóvenes
de los rincones más apartados. Él es así, está donde se lo necesita y muy
pronto, creo, no habrá lugar en el país donde no se hable de sus mensajes y
de su gran amistad por la juventud de mi país...

Ahora me lo imagino conduciendo su vehículo por esos caminos del terruño,


cansado, pero con una sonrisa dibujada en su rostro, por la satisfacción de
trabajar a tiempo completo y horas extras en beneficio de sus miles de
amigos, los jóvenes ecuatorianos. Serán kilómetros y kilómetros los que le
sirven a él, aparte de llevarlo de pueblo en pueblo, para meditar en sus
mensajes, planificar sus estrategias de comunicación y pensar en su familia
que lo espera, en sus tres hijas, en sus tres Marías. En ello debió estar cuando
recibió mi llamada a su celular...

Quiero comentarle, maestro y amigo -le dije- que a veces, creemos que el
éxito está en la fama y en la fortuna; pero usted nos ha enseñado que no es
así. El éxito está en las manos de quien vive feliz, de quien ha amado, reído
mucho y ha logrado merecer el respeto de grandes y pequeños. Como usted
dice, “el éxito está en dejar huella, en ayudar a los demás”.

No sé si estas palabras son originales o, lo que es más probable, las he hecho


mías, mientras redacto esta especie de memoria. El Amigo de los Jóvenes
sigue su camino y yo, a su oído, repito lo que tengo escrito para recibir sus
comentarios: El éxito es de quien ha hecho del mundo un lugar para vivir.

La persona de éxito es la que siempre ha respetado al ser humano, a la


naturaleza y ha sabido ver lo bueno en todo y en todos.

Tener éxito es ser capaz de dar lo mejor de uno mismo. Tener éxito es estar
con Dios...

No había terminado mi lectura cuando se cortó la comunicación. De todas


maneras, le di mi agradecimiento porque sabía que, en algún momento,

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recibiría sus comentarios. No quise insistir con una nueva llamada y preferí
dejarlo con sus pensamientos...

Le habrán cruzado mil ideas por la cabeza: quizás, su infancia feliz entre seis
hermanos, sus bondadosos padres, el bosque, que según me contaba, le servía
de refugio para sus aventuras diarias... o tal vez, los inmensos árboles de los
que alguna vez me habló, que se erguían majestuosos como queriendo llegar
al cielo...

Así, dándole vueltas al cariño, habrá llegado a algún modesto hotel cerca del
mar, con el sol de la tarde poniéndole color a la nostalgia. Desde su ventana se
habrá regocijado con los pescadores artesanales que vuelven a tierra
arrastrando su trasmallo, seleccionando la pesca del día y devolviendo al mar
las especies que no han de utilizar. Cientos de pelícanos y albatros habrán
revoloteado para atrapar los desechos en el aire y, más tarde, ya con el sol
moribundo, habrán formado su perfecta línea de paz para dirigirse al refugio
de los acantilados, donde esperan siempre los polluelos hambrientos. Mientras
el paisaje cierra su ciclo cotidiano, el Amigo de los Jóvenes habrá corrido las
ventanas y se habrá refugiado en el recuerdo de sus hijas María José, María
Macarena y María Paz. Allí, en soledad, les habría escrito la carta que luego me
hiciera conocer y que ahora, sin permiso, transcribo para ustedes...

“Queridas Marías,

Este ritmo loco de trabajo, de conferencias interminables, no me permite estar


siempre con ustedes como quisiera; pero las tengo en mi memoria y las amo
en todo momento. Es que esto de luchar por los valores humanos me lleva y
me trae, me aleja y me acerca hacia lo que más quiero.

Es posible que, por ahora, no entiendan la misión que tengo en la vida; pero,
para llevarla adelante, pienso en ustedes que son la fortaleza de mi espíritu y
de mi corazón.

No se imaginan ni remotamente, pero pronto entenderán lo que es estar con


tanta gente que nos necesita. En cada joven que me plantea sus aspiraciones,
en la risa de un niño, en todos los anhelos, están ustedes para hacerme
responder mejor.

María José, María Macarena, María Paz, quisiera pasarme toda la vida con
ustedes, cada segundo, cada instante. Me siento triste sin su presencia; pero
la misión que tengo con los jóvenes, con los padres que sufren, me lleva a
seguir en la tarea de forjar con ellos un futuro mejor. Por ustedes lucho,
trabajo con gusto, vivo, respiro. Tengo una sonrisa en mis labios... y es el
reflejo de ustedes.

Las amo y las necesito.


Con amor,
Su padre

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Amanece. Con la sonrisa de sus hijas en su memoria, el Amigo de los Jóvenes
toma una ducha helada y se promete dar todo de sí en este día que le espera.
Nadie le quitará el derecho de ser feliz, Él lo ha decidido así, ¡éste tiene que
ser el mejor día de su vida! Miles de jóvenes lo esperan, mientras él ordena los
mensajes con los que los enrumbará hacia el camino del éxito...

“Nadie siente el amor sin probar sus lágrimas ni recoge rosas sin sentir sus
espinas. Nadie hace obras sin esfuerzo ni cultiva amistad sin renunciar a sí
mismo. ¡Nadie se vuelve humano sin ayudar a los demás! Nadie llega a la otra
orilla sin haber construido puentes para pasar.

Nadie deja el alma lustrosa sin el pulimento diario de Dios. Nadie puede juzgar
sin conocer primero su propia debilidad. Nadie consigue su ideal sin haber
pensado muchas veces que perseguía un imposible.

En esta época de cambios radicales, el éxito pertenece a los seres humanos


que siguen aprendiendo. Los que ya aprendieron y se creen “producto
acabado” se encuentran equipados para vivir en un mundo que no existe. Es
que el éxito no es un acto único sino un hábito, una actitud permanente”

Éstas son las notas que espero en algún momento el Amigo de los Jóvenes
revisará. Las he escrito para mis amigos y amigas y, para quien se sienta
llamado a recorrer los caminos que aquí se esbozan, tratando de ser fiel a los
principios que nos inculcara nuestro amigo. Más allá de ello, está mi profundo
agradecimiento para él, por haberme abierto los ojos y por decirme que aún
sigue viva la esperanza. Estas notas son mi reconocimiento para él y una
invitación a la juventud para tomar el camino del éxito que nos ha señalado.
¡Sigamos al Amigo de los Jóvenes! Los invito de buena fe y, como nos ha
dicho, en un desafío...

¡Nos vemos en la cumbre!

Casandra

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CARTAS DIRIGIDAS A PAPÁ, MAMÁ Y AL AMIGO DE LOS JÓVENES

DIRIGIDAS A MAMÁ Y PAPÁ

Padre:

Tú sabes lo mucho que te quiero. Tú eres un ejemplo para mí, pero siento que
no siempre nos llevamos bien.

Me haces enojar muy seguido por tus costumbres, tus quejas indirectas y tus
decisiones que no gustan a toda la familia.

Deberías hacer que las decisiones se tomen democráticamente y, aunque nos


da miedo contradecirte, quisiera que respetaras nuestras opiniones.

Debes damos mayor libertad; no todos pensamos igual que tú.

Tenemos miedo; pues, en cuanto nos vamos en contra de tu opinión, te enojas


fácilmente.

Cuando en algún restaurante nos hacen esperar mucho, te levantas e insultas


a la gente. Vosotros nos ponemos nerviosos y nos avergonzamos de ti. Luego,
el día se transforma en un infierno.

Padre, aún así te queremos; pero te querríamos mucho más si mejoraras tu


actitud.

Tu hijo,
Carlos

¡Hola papi!

Hoy. Como todos los días, me levanto con la cara triste y unas inmensas ganas
de llorar. Nuevamente estoy, dispuesta a escuchar tus groserías, insultos y
sobre todo lista para que me recuerdes y me saques en cara todo lo que has
hecho por mí.

A veces quisiera hacerte alguna tonta pregunta: ¿Acaso yo te pedí venir al


mundo? Contéstame papá.

La verdad es que ya no puedo más; cada día es un martirio.

Escucho todas esas palabras horribles que me dices ¿Qué hecho para que tú
me odies tanto? Sí papa, pienso que me odias, que quisieras que
desapareciera de tu vida. Me duele mucho que me trates mal y todos los días
lloro y le pido a Dios que me demuestres un poquito de amor.

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Quisiera ser un supermercado pura que pongas interés en mí, ser un periódico
para que me leas y te desesperes por saber que pasa en mi vida. Quisiera ser
tu mejor amiga para ver si así me regalas una sonrisa, un abrazo fuerte y un
apretón de manos...

Si padre, todo esto hace que mi vida no tenga sentido. ¿Acaso es tan difícil
decir te amo? ¡Dímelo aunque no lo sientas! ¡Miénteme!

Te quiero mucho.
Verónica

Madre:

“Estar contigo puede ser como jugar a la ruleta rusa con un revólver: cargas
una bala en los seis agujeros. Un día, puede ser que la suerte me acompañe y
te portes muy bien. Pero hay días en que el disparo sale muy fuerte... y matas
mi vida”.

Te ama.

Tu hija

PROYECTOS PE VIDA

• ”Se pueden cumplir nuestros sueños y tenemos que trabajar para


conseguirlos. No voy a hacer las cosas por obligación sino porque me
gustan”.
María Cristina.

• Yo voy a ser la mejor azafata. Lo voy a lograr porque tengo claro que lo
que quiero lo puedo alcanzar con esfuerzo, sacrificio y amor.
Ibeth

• “Yo quiero ser un gran arquitecto, diseñar las mejores casas. Quiero
conocer el mundo y triunfar”.
David

• “Quiero ser el mejor Ingeniero de Sistemas y mi mensaje es que nunca


se rindan”.
José Ignacio

• “Quiero ser un gran arqueólogo. No importa ser lo que está de moda sino
lo que te gusta.

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Carlos

• “Yo quiero ser modelo y me voy a esforzar por conseguir mi sueño”.


María Victoria

• “¡Voy ha ser el mejor economista! ¡Yo puedo hacerlo!”


Mauricio

• “Yo quiero ser el primer astronauta ecuatoriano para honrar a mi país”.


Santiago

• “Yo quiero ser astronauta, porque quiero representar a mi país y


triunfar”.
Jennifer

• “Yo Quiero ser una excelente doctora. ¡Sueña y trabaja para


alcanzar tus metas!”.
Johana

• “Quiero ser diseñadora y ser feliz con mi familia. Ser felizes lo más
importante”.
Andrea

• “Quiero ser una gran doctora. ¡Hay que luchar pura alcanzar nuestras
metas!”
Daniela

• “Yo, de grande, seré una famosa cantante porque ese es mi sueño”.


Irina

• “Quiero seguir Hotelería y Turismo porque me gusta”.


María Isabel

• “Voy ha ser una campeona en Banca, Finanzas y Marketing. ¡Voy a


luchar por vivir y disfrutar de la vida!”.
Verónica

• “Yo quiero ser una gran cantante y guitarrista”.


María de Lourdes

• “Yo quiero ser monja para ayudar a la gente con la religión”.


Sofía

• “Quiero ser un gran tenista como Nicolás Lapenti y, además, un gran


Ingeniero Eléctrico ¡Sigue intentando, nunca te rindas!”
Ricardo

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• “Yo quiero ser un Ingeniero de Sistemas. Cada uno tiene un sueno y lo
tiene que conseguir con esfuerzo ¡Estoy dispuesto a pagar el precio!”
Álvaro

• “Lo que sueñas de pequeña, tal vez lo harás de grande. Yo quisiera ser
una gran arqueólogo”.
Tañía

• “Yo quiero ser administradora de empresas para administrar una


fundación para ayudar a los niños pobres”.
Lilet

• “Andrés, tienes que ser un gran arquitecto y crear fuentes de trabajo


para que los ecuatorianos no se vayan a otros países”.
Andrés

DIRIGIDAS AL AMIGO DE LOS


JÓVENES

Portoviejo, 16 XII 2001


Gracias lo recordaré siempre
Siga adelante
LQM
Gema
PD: Lo admiro. ¡Te quiero chiquito!

• Querido “Amigo de los Jóvenes”, te agradezco por toda la ayuda que nos
diste. Me encanta tu historia del “chiquita te amo”.
¡Adelante, eres increíble!
María
Riobamba.

• Recordado “Amigo de los Jóvenes”:


Recuerdo aquella vez que estuviste en Ibarra. Tu forma de ser y tus
historias cambiaron mi vida. Nunca me había planteado un proyecto de
vida. Ahora ya lo tengo. Voy a ser azafata y ojalá algún día nos veamos
en un avión para tratarte, como tú te mereces,
Gracias,
Estefanía

• ¡HOLA!

Soy una joven muy, pero muy agradecida con el “Amigo de los Jóvenes”,
porque su libro “EL PODER INVISIBLE DEL AMOR”, me ha servido mucho.
Desde que comencé a leer el libro, mi vida tomó sentido. Ahora comprendo

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que la vida es como un edificio en que cada día tenemos que construir algo,
poco a poco, hasta llegar al último piso, que es la meta que se propone.
Aprendí a ser una mujer de ÉXITO y una persona LUCHADORA, porque me
gusta perseverar en lo que quiero.

Mi proyecto de vida es ser QUÍMICA FARMACÉUTICA y lo voy a lograr. Seré la


mejor del país y, ¿por qué no?, del mundo.

Gracias una ves más y siga adelante.

Tania Montes Gilces


Colegio “Santa Mariana de Jesús”
Portoviejo- Manabí- Ecuador

• Mi nombre es Gino Fernández Veles, de la Unidad Educativa Leonardo Da


Vinci de Manta. Le agradezco por todo lo que aprendimos y le envío esta
historia.

Un joven muchacho estaba a punto de graduarse en la preparatoria... Hacía


muchos meses que admiraba un hermoso auto deportivo de un patio de
vehículos. Sabiendo que su padre podría comprárselo, le dijo que eso era todo
lo que quería.

Cuando se acercaba el día de la graduación, el joven esperaba ver alguna


señal de que su padre hubiese comprado el auto.

Finalmente, en la mañana del día de la graduación, su padre le llamó para que


fuera a su oficina y le dijo lo orgulloso que se sentía de tener un hijo tan bueno
y lo mucho que lo amaba. El padre tenía en sus manos una hermosa caja de
regalo.

Curioso y de algún modo emocionado, el joven abrió la caja y lo que encontró


fue una hermosa Biblia de cubiertas de piel, con su nombre escrito con letras
de oro. Enojado, le gritó a su padre diciendo: ¡Con todo el dinero que tienes y
lo único que me das es esta Biblia! y salió de la oficina furioso.

Pasaron muchos años y el joven se convirtió en un exitoso empresario. Tenía


una hermosa casa y una bonita familia; pero, cuando supo que su padre, ya
anciano, estaba muy enfermo, pensó en visitarlo.

No lo había vuelto a ver desde el día de su graduación. Antes de partir, llegó


un telegrama que decía que su padre había muerto y le heredaba a él todas
sus posesiones.

Cuando llegó a casa, una tristeza y arrepentimiento llenaron su corazón. De


pronto, empezó a ojear todos los documentos y encontró aquella Biblia que su
padre le bahía regalado.

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Mientras la abría, unas llaves de auto cayeron. Ademas había una tarjeta de la
agencia de autos donde había visto ese auto deportivo que tanto había
deseado. En la tarjeta estaba la fecha del día de su graduación y las palabras
¡TOTALMENTE PAGADO!

• Los valores morales y espirituales que día a día cultivamos en nuestros


corazones, son los que nos dan muestra de nuestra verdadera personalidad.

“El Poder Invisible del Amor” es una obra realmente especial. Me he dado
cuenta de que con ella podemos crecer cada vez más y alcanzar a ser unas
mujeres de éxito, buenas líderes, armadoras de una sociedad más activa y
esperanzadora.

Karla.

• Hola, ¿cómo está?. Espero que bien. Le escribo para decirle que su libro
es educativo y “super bueno”. Le felicito y quisiera, si no fuera mucha
molestia, nos traiga la novela de superación “Jóvenes de éxito”

También le escribo para que me ayude en un problema. Se trata de papito. Él


fuma mucho: es una persona adicta al tabaco y quiero impedir que sufra las
consecuencias.

¡Necesito que me ayude por favor!

Blanca Vásconez

Colegio Matilde Amador

Guayaquil

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