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final los principales resultados de su esfuerzo: algunos factores aparentemente
exógenos a la dinámica voluntaria juvenil, como los niveles de pobreza o la
efectividad del gobierno de un país, tienen cierto grado de incidencia, directa o
indirecta, en la formalización de los programas voluntarios de jóvenes. Por
otra parte, factores “internos” como el liderazgo juvenil y el estilo incluyente
de las prácticas voluntarias están asociados positivamente a la formalización
de los programas. También se descartan algunas hipótesis que relacionaban
otros factores con las variables dependientes antes mencionadas.
Desearía destacar el cometido de René Olate por varias razones. Más allá de
los méritos propios de su investigación (que ya serán comentados), con la
elección del voluntariado y especialmente el juvenil como objeto de estudio, él
visibiliza ante la comunidad académica y, más allá, ante la sociedad en
general, una temática muy pocas veces tomada con la atención que realmente
merece. El estudio hace volver la mirada hacia una práctica social que hoy se
abre paso con fuerza entre las preferencias de las personas y muy
especialmente de los jóvenes. Según algunas encuestas, en Chile un 8% de los
jóvenes realiza acciones de voluntariado. El voluntariado, entendido en
general como cierta práctica solidaria, colectiva y sin pago, está dentro de las
actividades asociativas predilectas de los jóvenes, junto con las de carácter
deportivo, cultural y religioso. Algunos incluso han llegado a sostener que el
voluntariado emerge hoy como una práctica que ha llegado a reemplazar la
antigua dedicación juvenil a la actividad política.
A ello cabe agregar que en general los chilenos ven al voluntariado como la
mejor expresión de la solidaridad, por sobre las “donaciones” o los “valores de
buena crianza”.
A su vez, cierto discurso social -que por desgracia algunas veces es ocupado
por el poco fértil discurso de lo “políticamente correcto”- concibe al
voluntariado como un medio a través del cual las personas se involucran en la
solución de los problemas que afectan a la sociedad y, con ello, expresan sus
compromisos como ciudadanos. Esto implicaría el ejercicio de ciertas virtudes
cívicas por parte de las personas movilizadas. Adicionalmente, el voluntariado
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permitiría la satisfacción real y tangible de necesidades de personas, grupos y
comunidades pobres o excluidas. La suma de todo lo anterior haría posible
decir que el voluntariado contribuiría a formar una sociedad más unida y
estable, con mayor tejido social.
Es por ello que un esfuerzo como el de René Olate es tan valioso. Éste permite
poner la atención en una práctica que -a juicio de varios, entre los que me
incluyo- tiene mucho que aportar al mejoramiento de la calidad de vida
personas y grupos, y también al desarrollo económico, cultural y político de
Chile y de los demás países del mundo. Existen muchos ejemplos de ello en el
ámbito internacional.
Estimo que esto último, la idea del valor del voluntariado, es compartido por
el autor cuyo artículo comentamos. Al reseñar con gran precisión la evolución
del voluntariado en la América Latina de las últimas décadas, él habla, por
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ejemplo, de una nueva fisonomía del voluntariado, vinculada a la idea de
“voluntario militante” o “transformador”, actor menos propicio a las acciones
asistencialistas y más identificado con la actividad promocional. Con ello
aborda una dimensión del voluntariado pocas veces apreciada por los ojos
prejuiciosos de algunos que lo asocian invariablemente a prácticas
conservadoras o generadoras de dependencia. También, al concebir al
voluntariado como un continuum que tiene, en un extremo, expresiones
informales de ayuda mutua y, en el otro, formas altamente formalizadas y
complejas (como las del servicio cívico), da cuenta acertadamente de la
variedad de expresiones que adopta hoy el voluntariado. Este último punto es
relevante y también coherente con las actuales investigaciones sobre el tema:
el voluntariado del siglo XXI exhibe una diversidad notable de
configuraciones donde elementos como la ausencia de recompensa económica
por la acción o la informalidad de los programas no son necesariamente
características definitorias del voluntariado.
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La falta de autocrítica de algunos defensores del voluntariado ha limitado los
esfuerzos por refrenar la generación en sus seno de prácticas asistencialistas,
autoritarias o decididamente antisolidarias, como lo insinúa Will Kimlicka.
De acuerdo a las distintas teorías recogidas por René Olate, ciertos factores
contextuales de algunas sociedades, así como algunos rasgos de las
organizaciones y programas, inciden en la dinámica de los programas
voluntarios. Los resultados de la investigación muestran que entre los factores
que más claramente explican el proceso de formalización de los programas
están el liderazgo juvenil y el estilo incluyente de llevarlos adelante. Éstos
aparecen como importantes catalizadores de dicho proceso. Y no es
irrelevante que el liderazgo sea concebido como un facilitador de la
formalización, habida cuenta que es dable pensar que ciertos estilos de
liderazgo podrían beneficiarse de niveles bajos de formalidad. Con todo,
resulta más llamativo el hallazgo que indica que la perspectiva inclusiva
incide positivamente en la formalización de los programas. En este sentido, el
autor había desafiado las miradas dominantes en torno al particular mediante
una de sus hipótesis; si dichas perspectivas sostenían que los programas de
voluntariado que tienen menos requisitos de ingreso tienden a ser menos
formales, René Olate sostuvo al principio de la investigación que “los
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programas incluyentes están positivamente asociados con el nivel de
formalización”.
Por otra parte, los resultados de la investigación muestran que ciertas variables
contextuales o externas a las organizaciones y programas voluntarios podrían
estar incidiendo en algunos aspectos importantes del voluntariado juvenil,
aunque estos resultados son más moderados e indirectos. Por ejemplo, el nivel
de pobreza tiene un moderado efecto positivo en el liderazgo juvenil y
también un efecto parecido en la formalización. Esto habla del influjo de
ciertas realidades sociales, por ejemplo, la pobreza de otros que genera el
mentado malestar y ánimo de actuar en algunos jóvenes. También refiere la
complejidad de la dinámica de factores que inciden en las conductas
prosociales como el voluntariado y, por lo mismo, de la necesidad de
objetivizar sus relaciones.
Imposible reseñar aquí todas las ideas que engendran los resultados de esta
investigación. Tampoco es la idea, porque son los lectores de este excelente
número de la Revista de Trabajo Social de la Universidad Católica los
verdaderos llamados a realizar este ejercicio.
Les puedo asegurar es que este artículo propiciará una reflexión profunda
acerca de cómo es que se ha llegado a un escenario donde iniciativas juveniles
otrora pequeñas, exhiben ahora grados tan sorprendentes de formalización y
desarrollo. Sí, hablo de lo que en el país sería Un Techo para Chile, pero
también de Gesta, Crearte, Servicio País, América Solidaria, Trabajo en la
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Calle, Proyecto Propio, Adopta un Hermano y un largo etcétera. Ahora, es
cierto que este proceso no sólo se explica a partir de las variables relevadas
por René Olate, pero éste sin duda entrega elementos clave para su
comprensión.
Muchas gracias.