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Comentario de artículo

El voluntariado juvenil en América del Sur: un análisis de su


orientación y formalización utilizando la teoría de los orígenes sociales
de la sociedad civil1

Hugo Cabrera Segura


Coordinador Programa Nacional de Voluntariado
Ministerio Secretaría General de Gobierno

El artículo El voluntariado juvenil en América del Sur: un análisis de su


orientación y formalización utilizando la teoría de los orígenes sociales de la
sociedad civil de René Olate, publicado por la Revista de Trabajo Social de la
Universidad Católica, sintetiza los resultados de una investigación que, desde
cierta óptica teórica, se dio a la tarea de identificar aquellos factores que
inciden en la “orientación” y “formalización” de los programas de
voluntariado juvenil de un conjunto de países latinoamericanos. La pregunta
fundamental fue ¿cuáles son las variables que, en distintos niveles, influyen en
la orientación y formalización de los programas de voluntariado juvenil
actuales? Para responder esta interrogante se desplegó una mirada cuantitativa
y empírica, empleando una muestra de programas de voluntariado de América
del Sur, comparándola con una muestra de países de América Latina. La
pregunta base de la investigación no se dio en el aire; se asumieron antes
ciertas opciones teóricas, como la idea de que el voluntariado es un continuum
entre diversas prácticas o realidades, o que la génesis y funciones de la
sociedad civil -entendida aquí como Tercer Sector- están asociadas a ciertos
elementos contextuales de la sociedad que la acoge, como por ejemplo los
niveles de inequidad social o de efectividad del gobierno. A lo largo del
artículo el autor invita a conocer los detalles del itinerario científico del
estudio -difícil de detallar aquí por sus características- para mostrar hacia el

1Artículo Publicado en la Revista Trabajo Social de la Pontificia Universidad Católica de


Chile. N° 76. Julio 2009. El presente comentario fue preparado para el lanzamiento de
dicha publicación.

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final los principales resultados de su esfuerzo: algunos factores aparentemente
exógenos a la dinámica voluntaria juvenil, como los niveles de pobreza o la
efectividad del gobierno de un país, tienen cierto grado de incidencia, directa o
indirecta, en la formalización de los programas voluntarios de jóvenes. Por
otra parte, factores “internos” como el liderazgo juvenil y el estilo incluyente
de las prácticas voluntarias están asociados positivamente a la formalización
de los programas. También se descartan algunas hipótesis que relacionaban
otros factores con las variables dependientes antes mencionadas.

Desearía destacar el cometido de René Olate por varias razones. Más allá de
los méritos propios de su investigación (que ya serán comentados), con la
elección del voluntariado y especialmente el juvenil como objeto de estudio, él
visibiliza ante la comunidad académica y, más allá, ante la sociedad en
general, una temática muy pocas veces tomada con la atención que realmente
merece. El estudio hace volver la mirada hacia una práctica social que hoy se
abre paso con fuerza entre las preferencias de las personas y muy
especialmente de los jóvenes. Según algunas encuestas, en Chile un 8% de los
jóvenes realiza acciones de voluntariado. El voluntariado, entendido en
general como cierta práctica solidaria, colectiva y sin pago, está dentro de las
actividades asociativas predilectas de los jóvenes, junto con las de carácter
deportivo, cultural y religioso. Algunos incluso han llegado a sostener que el
voluntariado emerge hoy como una práctica que ha llegado a reemplazar la
antigua dedicación juvenil a la actividad política.

A ello cabe agregar que en general los chilenos ven al voluntariado como la
mejor expresión de la solidaridad, por sobre las “donaciones” o los “valores de
buena crianza”.

A su vez, cierto discurso social -que por desgracia algunas veces es ocupado
por el poco fértil discurso de lo “políticamente correcto”- concibe al
voluntariado como un medio a través del cual las personas se involucran en la
solución de los problemas que afectan a la sociedad y, con ello, expresan sus
compromisos como ciudadanos. Esto implicaría el ejercicio de ciertas virtudes
cívicas por parte de las personas movilizadas. Adicionalmente, el voluntariado
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permitiría la satisfacción real y tangible de necesidades de personas, grupos y
comunidades pobres o excluidas. La suma de todo lo anterior haría posible
decir que el voluntariado contribuiría a formar una sociedad más unida y
estable, con mayor tejido social.

Pero este discurso reivindicador del voluntariado, al final del día, no se


compadece 100% con el trato que recibe en la praxis. En nuestro país todavía
es difícil encontrar actores sociales que se tomen en serio el voluntariado. No
se explica de otro modo, por ejemplo, su reducida consideración como objeto
de política pública, su escaso apoyo por parte de otros actores sociales (como
la empresa privada) y su valoración social modesta (en términos de su
presencia en la esfera pública, en los medios de comunicación, en la discusión
académica, etc.).

Esta medianía de la práctica voluntaria parece tener diversas explicaciones.


Por ejemplo, desde ámbitos como el político, social y también el académico,
el voluntariado tiende a ser concebido como una forma de intervención social
menor (al menos en comparación con la acción social del Estado -estable y
profesional- o con la performance cualificada de otras expresiones asociativas
y técnicas, como la de algunas Organizaciones No Gubernamentales expertas).
Además, constituiría una manifestación más bien elemental de ciudadanía y
participación (en relación a la acción política o a la de ciertos movimientos
sociales). ¿Qué opinan ustedes?

Es por ello que un esfuerzo como el de René Olate es tan valioso. Éste permite
poner la atención en una práctica que -a juicio de varios, entre los que me
incluyo- tiene mucho que aportar al mejoramiento de la calidad de vida
personas y grupos, y también al desarrollo económico, cultural y político de
Chile y de los demás países del mundo. Existen muchos ejemplos de ello en el
ámbito internacional.

Estimo que esto último, la idea del valor del voluntariado, es compartido por
el autor cuyo artículo comentamos. Al reseñar con gran precisión la evolución
del voluntariado en la América Latina de las últimas décadas, él habla, por
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ejemplo, de una nueva fisonomía del voluntariado, vinculada a la idea de
“voluntario militante” o “transformador”, actor menos propicio a las acciones
asistencialistas y más identificado con la actividad promocional. Con ello
aborda una dimensión del voluntariado pocas veces apreciada por los ojos
prejuiciosos de algunos que lo asocian invariablemente a prácticas
conservadoras o generadoras de dependencia. También, al concebir al
voluntariado como un continuum que tiene, en un extremo, expresiones
informales de ayuda mutua y, en el otro, formas altamente formalizadas y
complejas (como las del servicio cívico), da cuenta acertadamente de la
variedad de expresiones que adopta hoy el voluntariado. Este último punto es
relevante y también coherente con las actuales investigaciones sobre el tema:
el voluntariado del siglo XXI exhibe una diversidad notable de
configuraciones donde elementos como la ausencia de recompensa económica
por la acción o la informalidad de los programas no son necesariamente
características definitorias del voluntariado.

La postura de René Olate ante el voluntariado es digna de reconocer. A mi


juicio, ésta parte del reconocimiento del voluntariado como una práctica
válida y significativa, que contribuye a las estrategias de combate a la pobreza
y, por otra parte, al desarrollo económico y social. Sin embargo, a lo largo del
texto no cede a la tentación de reivindicar el voluntariado a cualquier precio.
Despliega una mirada provista de toda la objetividad y rigor científico posible.
Es preciso destacar esto. La mejor manera de relevar el valor del voluntariado
es tratarlo con objetividad, dejarlo que se defienda solo ante el juicio crítico
del cientista social. Y es que muchos apólogos de la sociedad civil y del
voluntariado, en un afán defensivo, reivindicacionista o simplemente idealista,
han querido eximir al voluntariado de su examen crítico y han levantado en
paralelo loas basadas en sólo algunas de sus dimensiones, como su valía
ciudadana o moral. Como manifestación del género humano, por cierto que el
voluntariado es una muestra de lo que podríamos llamar “capital ético” de una
sociedad, pero no sólo eso. Es mucho más.

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La falta de autocrítica de algunos defensores del voluntariado ha limitado los
esfuerzos por refrenar la generación en sus seno de prácticas asistencialistas,
autoritarias o decididamente antisolidarias, como lo insinúa Will Kimlicka.

Quizás convenga explicitarlo: el voluntariado, en cuanto práctica que ha


generado su propia dinámica, con modelos y estilos de acción distintivos
(algunos de los cuales desde luego podrían ser discutibles desde un punto de
vista social), genera crecientemente nuevos modelos y estilos dignos de
atender. Para ello el voluntariado, qué duda cabe, se ha nutrido profusamente
de escuelas y teorías del trabajo social y de otras disciplinas sociales,
asumiendo algunas metodologías, estrategias y técnicas de vinculación con las
personas, generando también un aprendizaje transformador que, confío, ayude
a ampliar la mirada respecto a experiencias o buenas prácticas en el ámbito
social. Ha habido un empleo y, cosa importante, una transformación y
enriquecimiento de dichos elementos. ¿Podremos llegar a pensar que el
voluntariado no es una práctica menor, algo así como un hermano pequeño de
otros tipos de acción social, una versión incompleta o light de otras formas de
intervención social más validadas? ¿Seremos capaces de ver la riqueza y la
singularidad del voluntariado? Yo creo que sí, pero sólo en la medida en que
se lo atienda e investigue sin concesiones, entendiendo además que tiene sus
propios códigos y fortalezas. Y, por cierto, también sus debilidades.

Al respecto quizás un par de datos ayuden a una reflexión: según algunos


estudios, en Chile el 91% de las agrupaciones del Tercer Sector tienen
voluntarios; además, casi la mitad de lo que podría denominarse el empleo
total de este sector proviene de voluntarios. ¿Es posible concebir que el
voluntariado, sus prácticas y códigos no permean ya la dinámica del Tercer
Sector?

Si se oye a quienes creen que el voluntariado, especialmente el de servicios


sociales, es una forma menor de intervención social ¿qué se puede esperar que
digan del voluntariado juvenil? A la desconfianza de base ante el voluntariado
se puede sumar el desdén que una sociedad adultocéntrica, en palabras de
Claudio Duarte, tiene ante lo juvenil. Por ello es valioso el aporte de René
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Olate, quien mediante su investigación invita a tomar con atención no sólo el
voluntariado en general sino aquel que se da entre los jóvenes, personas que
de algún modo han sido tratadas más como parte de los problemas de la
sociedad actual que de sus soluciones.

Ahora, el autor atiende a dos elementos fundamentales de la dinámica de los


programas de voluntariado, la orientación y formalización de los mismos. Por
orientación entiende el tipo de función que cumplen los programas, si de
satisfacción de necesidades sociales (ámbito especialmente cercano al trabajo
social) o de expresión de ciertas inquietudes propias de los miembros de
dichos programas (como la cultura o el trabajo medioambiental). A su vez, la
formalización es vista como un proceso de complejización de los programas y
de las organizaciones que los sustentan que, más allá de sus múltiples
manifestaciones, apunta en lo fundamental hacia incremento de la efectividad
y eficiencia. Al respecto, en una sociedad como la nuestra, la formalización es
vista como un elemento básico para una mejor acción y para el aumento del
impacto de las iniciativas colectivas.

De acuerdo a las distintas teorías recogidas por René Olate, ciertos factores
contextuales de algunas sociedades, así como algunos rasgos de las
organizaciones y programas, inciden en la dinámica de los programas
voluntarios. Los resultados de la investigación muestran que entre los factores
que más claramente explican el proceso de formalización de los programas
están el liderazgo juvenil y el estilo incluyente de llevarlos adelante. Éstos
aparecen como importantes catalizadores de dicho proceso. Y no es
irrelevante que el liderazgo sea concebido como un facilitador de la
formalización, habida cuenta que es dable pensar que ciertos estilos de
liderazgo podrían beneficiarse de niveles bajos de formalidad. Con todo,
resulta más llamativo el hallazgo que indica que la perspectiva inclusiva
incide positivamente en la formalización de los programas. En este sentido, el
autor había desafiado las miradas dominantes en torno al particular mediante
una de sus hipótesis; si dichas perspectivas sostenían que los programas de
voluntariado que tienen menos requisitos de ingreso tienden a ser menos
formales, René Olate sostuvo al principio de la investigación que “los
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programas incluyentes están positivamente asociados con el nivel de
formalización”.

La comprobación de esta última hipótesis por la investigación es una buena


noticia para aquellos gestores del voluntariado juvenil que no han cerrado las
puertas de sus programas a personas diversas bajo el pretexto de mantener los
equilibrios internos o cierto nivel de desempeño. La aceptación de personas
con diversas habilidades, ideologías, orígenes sociales, etc., al parecer no sólo
no impide que los programas se formalicen sino que facilita dicho proceso. El
mundo del voluntariado podría así transformarse un excelente espacio de
integración y encuentro de personas diversas.

Por otra parte, los resultados de la investigación muestran que ciertas variables
contextuales o externas a las organizaciones y programas voluntarios podrían
estar incidiendo en algunos aspectos importantes del voluntariado juvenil,
aunque estos resultados son más moderados e indirectos. Por ejemplo, el nivel
de pobreza tiene un moderado efecto positivo en el liderazgo juvenil y
también un efecto parecido en la formalización. Esto habla del influjo de
ciertas realidades sociales, por ejemplo, la pobreza de otros que genera el
mentado malestar y ánimo de actuar en algunos jóvenes. También refiere la
complejidad de la dinámica de factores que inciden en las conductas
prosociales como el voluntariado y, por lo mismo, de la necesidad de
objetivizar sus relaciones.

Imposible reseñar aquí todas las ideas que engendran los resultados de esta
investigación. Tampoco es la idea, porque son los lectores de este excelente
número de la Revista de Trabajo Social de la Universidad Católica los
verdaderos llamados a realizar este ejercicio.

Les puedo asegurar es que este artículo propiciará una reflexión profunda
acerca de cómo es que se ha llegado a un escenario donde iniciativas juveniles
otrora pequeñas, exhiben ahora grados tan sorprendentes de formalización y
desarrollo. Sí, hablo de lo que en el país sería Un Techo para Chile, pero
también de Gesta, Crearte, Servicio País, América Solidaria, Trabajo en la
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Calle, Proyecto Propio, Adopta un Hermano y un largo etcétera. Ahora, es
cierto que este proceso no sólo se explica a partir de las variables relevadas
por René Olate, pero éste sin duda entrega elementos clave para su
comprensión.

Terminar invitando a continuar la investigación y el debate académico en


torno al voluntariado. El voluntariado será mejor comprendido y reconocido
no sólo a partir de la simpatía que genera en las mayorías, sino en buena
medida a partir de la comprobación de sus consecuencias positivas para los
diversos actores que involucra, y muy especialmente para sus destinatarios. Y
creo no equivocarme si apuesto a que los actores del mundo del trabajo social
tienen un rol importante en ello. No serán los que fraguaron su vocación por el
trabajo social al calor de actividades de voluntariado los que lo dejarán en su
medianía y subestimación social. Todo lo contrario: los y las trabajadores
sociales actuales, aquellos que se formaron en colonias, trabajos de verano,
preuniversitarios populares o voluntariados de diversas iglesias son los
principales invitados a propiciar un debate de alto nivel que permita al
voluntariado hablar por sí mismo de sus méritos y cualidades. Ello de la mano
del creciente interés y reconocimiento social que ha cultivado en los últimos
años.

Muchas gracias.

Santiago, 27 de agosto de 2009

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