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Se inicia con
tres rolas
cantadas por el
trovador, a
ÉL: Me importa un pito que las mujeres tengan los senos como
manera de
magnolias o como pasas de higo/ un cutis de durazno o de llamadas: Con la
papel de lija/ le doy una importancia igual a cero al hecho que frente marchita,
Algo contigo y
amanezcan con aliento afrodisíaco o con aliento insecticida/
Eco. Al empezar
puedo soportar perfectamente una nariz que sacaría el primer esta última
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baja. No, no se ría, no estoy reprimiendo nada. Me gustan
mucho las mujeres, es en serio. ¿Qué cuáles llaman mi
atención? Excelente pregunta. (Se levanta y va al frente) Estuve
tentado a decirle la verdad, pero cómo iba a tomarlo, se
imaginan si le he dicho: Doctora, todas me gustan. Sí, de verdad
lo digo, siempre he creído que no hay mujeres feas, sólo gustos
diferentes y en ocasiones... hombres demasiados ebrios. La
belleza femenina trasciende a la imagen de sus cuerpos. No
está en la imagen sino en la forma en que con su piel nos
envuelven, en la que los labios, la carne, forman un círculo de
totalidad y nos aprisionan. (Observando al público) Claro que
existe cada cosa. Pero volvamos con mi terapeuta, porque ella,
a pesar de mi renuencia a hablar desencadenó muchas cosas
dentro de mí. ¿Dónde la dejé? Ah, ahí está (Señala y vuelve al
lugar en que había colocado a la psicóloga) Pues mire, no me
gusta ningún tipo de mujer en particular, vamos, soy de gustos
extraños, pero ahora que lo pienso, hay una clase de mujer que
me mata, la que....(Aquí el actor deberá hacer una descripción
minuciosa de la mujer que tiene enfrente, describiendo su
rostro, su cuerpo. Todo con mucha sutileza, sin caer en
actitudes vulgares. Luego de describirla se acerca a ella como si
fuera a besarla. Pausa, corta y se levanta.)
En la primer consulta, ¡hijo de la chingada! y por supuesto que
ahí me tenían semanalmente tomando mi terapia. Mi padre se
extrañaba que fuera tan puntual con la psicóloga. Él, tan
escéptico, empezó a creer que los psicólogos servían para
algo. Mis encuentros con ella fueron pasando sin mayor
trascendencia, era una mujer adorable e interesante, pero no
sabía volar; y fue esa carencia de vuelo lo que me llevó a dar
por concluidas mis visitas, informando a mi padre que el proceso
terapéutico había llegado a su fin, lo cual tomó con mucha
serenidad, porque yo empezaba a salir con una nueva vecina y
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eso renovaba sus esperanzas en mí: su vástago se estaba
haciendo hombre.
Pues sí, la vecinita era una chica de mi edad con ojos preciosos
(ya ubicó a otra espectadora y va hacia ella), era muy tierna, y
atención con esto, tierna no quiere decir estúpida, bueno, no
siempre. Nuestra relación parecía noviazgo de secundaria (le
toma la mano), salir de la mano a tomar un helado, a comer
pizzas o al cine a ver cualquier tonta película de
Schwarzenegger que yo, por supuesto no veía. Digamos que
aprovechaba la oscuridad....para dormir. ¿No me creen? De
verdad dormía, y lo hacía porque además de ya saberme los
finales donde el tipo rudo y fortachón mata a 500 mil hombres, y
a cambio de esto sólo paga con una bala en el brazo; ella sí las
veía, y las veía entusiasmada, llena de emoción, mientras el tipo
brincaba entre el fuego. Yo quería acariciarla y me sentía tan
idiota, parecía inmune a mis efectos. Eso me llevó a la
conclusión que para una pareja, Schwarzenegger es un efectivo
represor de la líbido. Una tarde, luego de una sesión de cine
fuimos a su casa e hicimos el amor. Allí en su cama virginal me
percaté que tampoco volaba. Decidí arrojarla de mi vida como lo
hago con todas mis amantes no voladoras: dejo que la cama las
succione y se sumerjan en su mundo terreno para yo seguir en
el mío aéreo.
Aunque no me lo crean, la cuestión de la mujer que vuela no es Acompañamiento
melancólico, sin
una fantasía. Lo vi y también lo viví. Contemplé en todo su ser triste, está
recordando a una
esplendor a una mujer levitando. Ella estaba boca arriba, con las
mujer que le
piernas ligeramente abiertas, soportando el peso de él, su encantó pero que
nunca poseyó.
saliva, su calor, su sudor. Lo abrazaba, se había fusionado con
su espalda, estaban completamente desnudos, desplegándose
en el aire. Los dos cuerpos se amaban en plenitud. Cada
movimiento de sus caderas, cada sonido emitido por su boca
era como un aleteo. Se elevaban y alrededor de ellos se
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formaba un haz de luz que se intensificaba. Yo los observaba
por la rendija de la puerta. Cuando abrí los ojos vi como los
cuerpos se desprendían y caían despacio, sudando,
abrazándose cada vez más fuerte conforme se daba el
descenso. Fue un espectáculo sublime. Desde ese instante me
di cuenta que no estaba dispuesto a desperdiciar mi vida con
cualquier mujer si ésta no sabía vencer las reglas de la
gravedad.
Lo increíble de esta historia es que ese lugar en que contemplé
tal magnitud fue un prostíbulo, la mujer etérea era una
prostituta.
Yo iba con mis amigos, llevábamos algunos billetes e íbamos
dispuestos a perder nuestras respectivas castidades.
Observamos mujeres de todo tipo. Volteaba a la izquierda, luego
a la derecha, había cualquier cantidad de féminas con vestuario.
Altas, chaparras, flacas, gordas, niñitas extorsionadas a las que
apenas les crecían los pechos, cuarentonas olvidadas buscando
sus últimos acostones negociables. Mis dos amigos
seleccionaron a dos chicas protuberantes y entraron en las
habitaciones de sus respectivas compras, mientras yo me
quedaba buscando algo que terminara por convencerme y fue
ahí, durante ese momento de búsqueda, que topé sin querer
con esa puerta. Luego de salir de mi estupor pasó por mi
cabeza la idea de que cualquier mujer, por lo menos de las que
estaban allí, podía llevarme a esa misma experiencia.
Seleccioné a una chica medianamente alta, de cabello castaño,
piernas flacas y pechos perfectamente, geométricamente
circulares. Le mostré el dinero y me introdujo en la habitación.
No pude, simplemente no pude. Íbamos más o menos a la mitad
del camino, ella comenzó a acelerar y yo a esperar que se diera
el fenómeno. Se apartó de mí agotada y con un gesto de
frustración me preguntó si estaba nervioso. “Para nada -le
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contesté-, estoy esperando a que vueles”. Se hincó amenazante
a mi lado y me dijo: “¿Qué te pasa, estás loco?”. Ante sus
palabras comprendí que ella no me llevaría a la sublimación. Me
incorporé, me vestí lo más pronto que pude y salí del cuarto
para encontrarme con mis felices amigos, sonrientes,
agrandados, cara de idiotas satisfechos. Deduje que lo habían
pasado de maravilla, pero cuando les cuestioné sobre si habían
volado se quedaron con una cara de incertidumbre que me hizo
entender que para ellos hubiera dado lo mismo tirarse a una
gallina.
Camino a casa pensé que con seguridad no había escogido a la
mujer idónea, por esa razón regresé al día siguiente a meterme
en aquel burdel y buscar otros servicios, particularmente los de
la que vi volar (pausa). Llegué y pregunté por la chica de la
habitación del centro del pasillo. “Ana”, me dijeron se llamaba.
Por fin sabía su nombre: Ana, la mujer que necesitaba. Pero Un ritmo de tango
cachondo( es muy
tuve mala suerte, coincidió con que ese día era su día de breve, 10 seg.
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reservaciones. Pregunté a la matrona del negocio qué
necesitaba para tener una cita con ella. “Ay, niñito pendejo, me
dijo, la lista es larga y necesitas mucho”. “Puedo pagarle, dije, y
me sonrió burlona anotándome en una lista. “Tráeme el dinero y
tendrás el servicio la semana que viene”. ¡Una semana de
espera! Me parecía excesivo. Pero pongan atención en que el
tiempo fue lo primero en que pensé, ya luego de haber pagado
razoné: ¡qué imbécil! Di el dinero y no recibí ninguna garantía,
solamente me anotó en una libretita arrugada. Creí que me
habían timado, pero no me quedaba más que esperar.
Pasé una de las semanas más lentas que recuerde, no pensaba
en otra cosa que no fuera Ana y el encuentro que tendría con
ella. Vivía anhelándola sin siquiera haberla tocado. Estaba
cegado para todo lo que no fuera ella y la única forma de liberar
mi tensión fue escribir. (Va hacia su silla, se sienta y comienza a
escribir sobre una hoja, se fastidia, tira la hoja, vuelve a escribir
y a romper otra hoja). Es un momento
triste, sumamente
Entre hojas y tintas gasté mi semana esperando el ansiado día breve
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llanto el que me dio valor para volver a tomar pluma y papel
para seguir escribiendo como un tributo a Ana. En esa noche
entendí cuál era mi verdadera vocación y decidí, así nada más
que sería escritor. (Después de este momento de profunda
tristeza viene una risa que va en crescendo). La cara de mi
padre cuando se lo dije, abrió sus ojos enormes, estaba
pasmado. “Últimamente escribes mucho, ¿qué? ¿Algún trabajo
importante?” No, papá, quiero ser escritor. ¡Qué cara, qué
bárbaro! Escritor. No mames, todos ingenieros, médicos y éste
cabrón sale conque escritor. Se moría. Literalmente se moría, y
a la larga creo que esa fue una de las razones por las que se
murió. Ay, papá, pero te quiero, donde sea que te encuentres, te
quiero. (Se escucha un fuerte relámpago). Parece que va a
empezar a llover, eso hace más bohemia mi confesión. Prosigo.
La literatura ha sido mi sostén. A través de ella puedo estar más
cerca de caminar en el aire, ahí está todo lo que soy y puedo
ser. Ahí se deposita este pensamiento romántico que mi
corazón alberga. Estaba decidido a escribir mi historia sobre
Ana, pero me sentía temeroso frente a las letras que plasmaba,
entonces comencé a leer y leer para tener bases y no escribir
cualquier estupidez que llevara mi “juventud al éxtasis” o a “un Es una música
dulce que
grito desesperado”. Día a día pasaba horas en el escritorio, acompaña el
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mi táctica es hablarte y escucharte/ construir con palabras un
puente indestructible./ Mi táctica es/ quedarme en tu recuerdo/
no sé cómo/ ni sé con qué pretexto/ pero quedarme en ti./ Mi
táctica es ser franco y saber que eres franca/ y que no nos
vendamos simulacros/ para que entre los dos no haya telón ni
abismos./ Mi estrategia es en cambio/ más profunda y más
simple./ Mi estrategia es que un día cualquiera/ no sé cómo ni
sé con qué pretexto/ por fin me necesites. (Deberá esperar unos
segundos la reacción de la espectadora). No siempre
funcionaba, pero era una forma de mostrarme transparente
hacia ellas, sin máscaras ni etiquetas, me transparentaba para
que ellas tuvieran la iniciativa de llevarme por sus mundos.
Algunas se reían, no faltaba la que me brindaba un pequeño
aplauso o por el contrario, la que con la mirada o a veces con el
bolso me despedían inmediatamente. Pero afortunadamente
existían las que permitían esa transparencia y la tomaban para
descargar sus melancolías y en el mejor de los casos para
desatar sus pasiones. Hubo algunas que en la intimidad me
confesaban haberse sentido atraídas por la originalidad de mi
flirteo, unas pocas me dijeron que aceptaban porque yo no
podía ser un mal tipo. Loco sí, pero no mal tipo, ¡qué halago! “no
puede haber maldad en alguien que gusta de la poesía”. Si bien
esta táctica mostrada me permitió la conquista de muchos
cuerpos, también generaba vacíos más profundos que sólo me Acompañamiento
de la canción “te
llevaban a arrojarlas a un abismo en el que poco a poco yo quiero”, de Mario
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sin hacer de lado mi transparencia. También estaban las que
exigían poco, las que sólo me necesitaban un instante a su lado
para abrazarlas. (Escoge otra espectadora, se sienta a su lado,
la toma de la barbilla, luego de la mano, empieza a cantarle). Si
te quiero es porque sos/ mi amor, mi cómplice y todo/ y en la
calle codo a codo/ somos mucho más que dos.
Claro que en ocasiones, de acuerdo a la apariencia que tuvieran
afloraba mi malinchismo y adoptaba otras personalidades.
(canta de nuevo, adoptando otra pose) Love me tender, love me
sweet, never let me go. You had made my life complete and I
love you so. (La suelta)
Una vez llegué así. Era una mujer que transpiraba sexualidad,
pensé que podría ser una grandiosa experiencia, adopté la pose
ya vista y empecé a cantar lo que ya otras veces me había
funcionado. La respuesta fue inmediata y mi reacción también.
“Cantas muy bonito, pero no te entiendo, ¿no te sabes alguna
de Luis Miguel?” (Pausa) Si Schwarzenegger es un alto
represor de la líbido, una mujer así lo es más, y no fue la única,
sólo que menciono a ésta porque me hiere el ego confesarles lo
que otras pedían (pausa, reflexiona, canta cualquier cosa burda
que en ese momento se le ocurra, lo más burdo posible. Canta
un pequeño fragmento y se detiene fastidiado)
No puedo caer en generalidades y definir mi vida sexual como
irrelevante, pero no hubo nada que dejara tatuada mi piel, que la
llenara de plumas. Encontré mujeres que después de hacer el
amor sólo pensaban en ciertos temas que no encajaban
conmigo: boda, fidelidad, hijos y familia; pocas entendían el
concepto real, pocas veían al amor de forma contraria a un
compromiso, como una posesión legal. Mi renuncia a ellas era
contundente, no podía concebir la trivialidad de su amor. Hay
entre todas ellas una que recuerdo con cierto cariño, y digo
cariño porque en verdad eso fue, aunado a una profunda
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ternura -y que conste que esta vez la ternura y la estupidez van
separadas-. Fue una chica invidente que conocí en la estación
del tren, yo no me había percatado de su discapacidad, la
abordé como se me estaba haciendo costumbre. “Puedo
perdonarle todo a una mujer, menos que no sepa volar”, se rió y
respondió: “Pues habría que poner señales para ciegos”. Yo
también reí, reímos juntos, abordamos el tren y compartimos
una noche en la que aprendí a sentir sin poner de por medio los
ojos, a conocer la piel en su más puro sentido: el tacto. La
misma ternura que me inspiró me impidió ser cruel y tirarla al
abismo como hacía con las otras. La dejé a las puertas de su
casa y nos despedimos con un beso en los labios, sin adioses.
Ese mismo día las reflexiones de mi vida se hicieron presentes,
percatándome cuan inútil era. Me estaba aferrando a encontrar
a mi musa ofreciéndole únicamente esta piel y éstas vísceras
sucias, manchadas por tantos cuerpos incongruentes conmigo,
llenando esa incongruencia con nada más que la esperanza de
que a cada fracaso venía una nueva. Cada vacío que dejaban
en mi almohada me hundía más en mi propia mierda, porque ni
siquiera estaba seguro de hacer bien lo único que me llenaba
además del cuerpo femenino: escribir. Pero no me quedó más
que seguir intentándolo porque cierto día mi padre explotó, sacó
todos sus corajes acumulados y me escupió a la cara mi
inutilidad. Tuve que abandonar el hogar sin más remedio que
pedir asilo a otro bueno para nada, un simpático amigo escultor
que al igual que cualquier artista creía firmemente que su obra
transformaría al mundo. Esculpía una gran variedad de cosas,
todo de carácter sexual, porque consideraba que la gente debía
dejar abiertas todas las posibilidades de su sexualidad, ya que
decía que vivíamos en un universo de mal cogidos (echa un
vistazo pícaro a varios espectadores) Era su punto de vista. Viví
unos meses con él, en su escultórico departamento, rodeado de
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miembros gigantes y vulvas de yeso y bronce. Él con su
escultura, yo con mis letras, compartiendo comida, ropa y en
ocasiones amantes. Vivíamos tan bien que nos alcanzaba para
comer cinco días de la semana. Para saciar el hambre íbamos
con el taquero de la esquina, quien andaba en plan de conquista
con una joven. Yo le daba un poema a cambio de una dotación Unos cuantos
acordes lentos
de tacos servidos con todo. No sé cuántos poemas míos están como introducción
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desamamos no la pasamos bien.
Esos otros que inventamos/ los otros nos inventan/ nos recrean
a su imagen y semejanza/ nos convencen de que al fin somos
otros.
Sólo en el lenguaje del amor se permite escribirle a los
fantasmas. Tensión, algo de
suspenso, pues es
Lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la presentación de
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llevado a ninguna. Me incorporé para mirarla de cerca, no
necesité preguntarle quién era, pero yo le puse Aurora -y cómo
le revienta que le diga así-, pero me encanta hacerla rabiar pues
con el enojo muestra un poco de sensualidad. Desde ese día
me acompaña a todas partes, incluso creo que muchas veces
se ha quedado mirándome tras la cortina del baño. No finjas.
Eres muerte pero me deseas. Dice que todavía no me lleva
porque aún yo no he caído en el silencio, pero que en el instante
en el que yo no tenga nada más que decir, me tomará. Yo no sé
si lo dice literal o metafóricamente, pero enfurece cuando le
insinúo las suciedades que comparto con mis amantes. Muchas
veces la he convidado a mis orgías, pero se aleja, le teme al
amor. Tan imperceptible y tan vulgarmente terrena, viniendo
hora tras hora con acompañantes nuevos, inquilinos que entran Dar un pequeño
acorde a manera
en su territorio sin pedirlo, y a mí, que se lo he pedido varias de sonido de viento
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hablar de ella ¿eh? Muerte celosa. Llegó a mi vida después que La música entra en
cuanto comienza
tú pero lo que dejó en mí ni en tu mundo me lo quitas. ¡Ah, elector a decir el
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quedas inmóvil/ al borde del camino/ y te salvas/ entonces/ no te
quedes conmigo.
Mario Benedetti -me dijo-. No fue necesario más. Le invité un Es el momento
más pleno, debe
trago y aceptó, y tú (a la muerte) mirabas desde lejos (la lleva a ser algo muy
romántico sin llegar
su lugar), sentadita, bebiendo un café que te quitara lo frío.
a ser cursi. Debe
Frente a frente, compartiendo la mesa, bebiendo un par de durar durante todo
el poema.
tequilas hablamos de todo, pero jamás abrimos la boca. Éramos
dos seres sumidos en un sólo universo que se unía a través de
nuestras manos que empezaban a tocarse. Salimos del lugar sin
apartar las manos, apretándolas fuerte, dejando que un
cosquilleo nos recorriera. Nos besamos a la puerta del bar, un
beso profundo de labios, dientes, lengua; entonces sentí una
punzada aquí (tocándose junto al corazón) y me di cuenta que
mis pies no tocaban el suelo, y sin sentir la dureza del piso
llegamos a un hotel, entramos en la habitación y comenzamos a
despojarnos de todo (comienza a quitarse la camisa). Nos
abrazamos desnudos sobre esa cama y hubo un momento en el
que todo lo que no representaba a nosotros dos, se esfumó.
Nos fuimos cubriendo de luz. Floté. Sí, floté, y entretanto pude
alcanzar a verte (a la muerte) conteniendo las náuseas,
huyendo aterrada de ese lugar. ¡Qué bueno que no te quedaste!
De envidia tú también te habrías muerto.
Experimenté la fantasía que mi cuerpo tanto había anhelado.
¡Inés! Y todavía, cuando descendíamos levantabas con una
mano mi cabeza, poniendo la otra sobre mi rostro y susurrando:
(Debe realizar todas las acciones que sean posibles mientras
vaya describiendo el texto de Cortázar) “Toco tu boca, con un
dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera
de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera y
me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, Es el momento
más triste de la
hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano obra, debe haber
elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con demasiada
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soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tristeza. La música
entra en cuanto él
tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide cae al suelo para
exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi no hacer creer que
terminó la obra.
mano te dibuja... (Suspira. Lo siguiente debe ser totalmente Igualmente dura la
música todo el
lleno de felicidad)
poema.
Inmediatamente supe que esas palabras no eran suyas (va a la
mesa y toma un libro, que acaricia lentamente), pero eso fue,
precisamente lo que me hechizó, que tuviera la capacidad de
convertirme, a través del lenguaje de sus caricias y de las
palabras que salían de su boca. Éramos dos moscas que se
habían encontrado en un parabús bajo una tarde lluviosa.
Si hay en la vida de cada hombre un instante de felicidad total,
éste había sido el mío y no quería que muriera nunca. Por eso
me aferré a ella , por eso la quise entera para mí, “pero el amor
no es posesión”, me dijo. Lo que yo había manifestado tantas
veces hoy se volvía en mi contra, ¿cómo amar sin poseer? Con
mi deseo de dominarla la fui perdiendo y ella se negaba cada
vez más a volar conmigo. Una noche (se para en una silla)
volamos alto, muy alto, fue el más prolongado de nuestros
viajes, casi rozando el firmamento. Cuando mi boca se detuvo
en su oído se lo murmuré: “te quiero eterna”. Otro pinchazo,
éste más agudo, golpeó en mi pecho y empecé a caer solo, a
caer desde lo más alto de la noche (cae de la silla
vertiginosamente) Ahora sí ya no tenía nada más que decir. (Se
va incorporando con dolor, debe denotar un vacío profundo)
Tengo una soledad tan concurrida/ tan llena de nostalgias/ y de
rostros de ti/ de adioses hace tiempo/ y besos bienvenidos/ de
primeras de cambio/ y de último vagón/ tengo un soledad tan
concurrida/ que puedo organizarla como una procesión/ por
colores/ tamaños y promesas/ por época/ por tacto y por sabor/
sin un temblor de más/ me abrazo a tus ausencias/ que asisten
y me asisten/ con mi rostro de ti/ estoy lleno de sombras/ de
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noches y deseos/ de risas/ y de alguna maldición/ mis
huéspedes concurren/ concurren como sueños/ con sus
rencores nuevos/ su falta de candor/ yo les pongo una escoba/
tras la puerta/ porque quiero estar solo/ con mi rostro de ti/ pero
el rostro tuyo/ mira a otra parte/ con sus ojos de amor/ que ya no
aman/ como víveres/ que buscan a su hambre/ miran y miran/ y
apagan mi jornada/ las paredes se van/ queda la noche/ las
nostalgias se van/ no queda nada/ ya mi rostro de ti cierra los
ojos/ y es una soledad/ tan desolada.
(Va a la mesa, se sienta, se sirve una copa de vino, bebe, toma
la pluma y escribe) No me he repuesto aún de esa caída. Inés
se llevó una parte de mí consigo, mis besos, mi pasión, mis
vuelos. Todo eso se lo entregué, y sin embargo esa entrega no
fue suficiente para mantenerla a mi lado.
Luego de caer (llama con la mano a la muerte, debe esperar a
ver la reacción) a esta mujer le dio por volver a visitarme, estaba
listo para irme con ella. Es más, le dije que podía hacer conmigo
cuanto quisiera, incluso pensé que esta ocasión sí iba a saciar
su curiosidad. Y yo no entendía porqué me dejabas seguir
hablando del amor, no fue sino hasta hoy que me percato que
todo es un show montado. ¡Qué ironía! Eso te da vida, muerte.
Si con mis líneas hago sufrir a otros tú te ahorras cierto
esfuerzo. Pues sí, descubrí tu secreto. Óyeme bien, óiganme
todos, a mí no puedes quitarme nada, lo que deseaba ya lo viví
Música
y por tal no temo a caer en tu lecho ¿Que debo morir por todas
melancólica. De
aquellas a quien herí? Mentira. Yo puedo jurarles que a nadie ser posible
solamente la parte
quise lastimar. Eso me exime. Lo que todos ustedes creen que
que corresponde a
fue un juego, fue en realidad una búsqueda y no puedo ser la introducción de
“La muerte eres
culpable por buscar lo que tanto he amado. Si ustedes que han
tú”, de Silvio
escuchado mi historia creen que debo ser condenado, no Rodríguez. Suena
hasta que
importa, yo me iré con ella inmediatamente, pero si aquí mismo desaparece el
está quien me crea, si alguna de las mujeres que se encuentran actor con la
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en este lugar toma la iniciativa y se atreve a decirme que quiere muerte.
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en una baratija. (Música, él toma del brazo a la muerte y se van
caminando juntos hacia el fondo del escenario. Oscuro)
FINAL 2:
¿Tú? ¿Es verdad, en verdad estás dispuesta a intentarlo? Pues
entonces ven. ¡Señoras y señores! La vida aún tiene sentido.
Tú estás dispuesta a emprender un vuelo y eso me basta, eres
la mujer que esperaba, sin temores. Si realmente sabes volar,
entonces vámonos donde ella no nos fastidie. Aquí está el
ejemplo de la redención de un hombre ante el amor y tú te vas
sola. Sí, sé que algún día tú y yo tomaremos cuentas, pero hoy
no. Hoy vuelvo a vencerte, hoy gracias a ella puedo continuar
mi peregrinar por el mundo, predicando la existencia de la mujer
que vuela. Escúchame, escuchen todos. Don Juan no ha
muerto, y no morirán mientras haya hombres que perduren la
esencia de una pasión, sin confundirla con esas baratijas que
del amor nos venden. Parto pues (Se coloca tras la espalda de
la mujer) hasta que vuelva a caer, hasta que inevitablemente
tenga que volver a verte. Hasta pronto, Aurora. (Levanta en sus
brazos a la mujer con la que esté, simulando un vuelo. Música
en crescendo, oscuro)
FIN
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