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Los niños llegan a la vida sin haberlo solicitado, son los padres los que deciden su llegada
al mundo no sin antes reconocer que unos lo hacen con profundo amor y responsabilidad, y otros
por el contrario al anuncio de su embarazo lo asumen con resignación de un deber, sin tomar en
cuenta los que optan por acabar con la vida del bebé por medio de un aborto.
Pero sea cual sea la razón de su existir los que estamos a cargo de la vida de los niños no
debemos dejar de pensar en los derechos que adquieren al momento de nacer. Entre estos
derechos hay uno muy especial que les beneficia en el desarrollo de su personalidad y este es la
oportunidad de que se les inculquen las virtudes morales.
Un niño es un ser puro y limpio que se debe traer al mundo para que crezca sanamente en
mente cuerpo y espíritu siendo los padres los custodios y administradores de su vida; ellos están
presentes para amar y guiar a su pequeño especialmente durante los primeros años que son la
base de su formación.
Educar a los niños es sacar lo mejor de ellos y para eso los padres nutrientes se aseguran que
tengan los mejores alimentos, ropa, juguetes, instrucción académica, amor y disciplina adecuada,
con el fin de verlos felices y triunfadores.
Todo lo anterior es tangible porque lo vemos y lo sentimos pero hay algo más profundo que los
educadores deben empeñarse en inculcar, y esto es lo relacionado con las virtudes que una ves
que los niños las asimilan les permiten convertirse en personas buenas, es decir, en gente de bien.
Los niños son como las bellotas, encierran en su ser todas las facultades para convertirse
en un enorme roble fuerte y productivo una ves que han desarrollado las virtudes. Lo que vaya a
ser de ellos es el resultado de la unión de cuatro elementos fundamentales: la naturaleza, la
crianza, la oportunidad y el esfuerzo.
Hablando de la naturaleza podemos decir que son los dones que el niño trae al nacer relacionados
con la buena genética trasmitida por los padres, en cuanto a la crianza es la parte que les
corresponde enteramente a los padres y son ellos los responsables de proporcionarles una
educación a través de sus propias acciones.
En lo que se refiere a la oportunidad, podemos definirlo como los momentos precisos en los que
están presentes los educadores para enseñar en palabra y obra cada una de las virtudes para que
los niños las asimilen y las puedan poner en acción. Y en cuanto al elemento del esfuerzo lo
podemos identificar como el entrenamiento constante para fortalecer la capacidad para decidir lo
que es mejor para si mismo y los demás y de esta manera poder tomar el camino correcto.
Practicar las virtudes familiares es la clave para fortalecer a los niños en su bienestar personal
asegurando con esto su vida y su felicidad.