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REFLEXIONES SOBRE DUCHAMP, FISICA CUANTICA Y MYSTERIUM CONIUNCTIONIS

por

Max Lanzaro

Cuando Jung publicó su primera gran obra sobre la alquimia (Psicología y Alquimia, 1944) al final de la Segunda
Guerra Mundial, la mayor parte de los libros sobre el tema describen esta disciplina como poco más que una
precursora fraudulenta e ineficiente de la química moderna. Hoy en día, más de cincuenta años después, la alquimia
es una vez más un tema respetado y de interés tanto académico como popular, y la terminología alquímica se utiliza
con frecuencia en libros de texto de psicología profunda y de otras disciplinas.
Jung interpretó la práctica de la alquimia como una proyección simbólica de los procesos psíquicos. En Psicología
y Alquimia y Mysterium Coniunctionis (1955/56), la exploración empírica de Jung y el redescubrimiento de la
psique objetiva le llevó a reconocer que la base del esfuerzo del alquimista era la unión arquetípica de los opuestos
mediante la integración de las distintas polaridades: lo consciente y lo inconsciente, el instinto y la razón, lo
espiritual y lo material, lo masculino y lo femenino. En el resumen último de sus puntos de vista sobre el tema,
influenciado en parte por su colaboración con el Premio Nobel de física Wolfgang Pauli, el anciano Jung tiene la
visión de un gran misterio psico-físico al que los antiguos alquimistas dieron el nombre de unus mundus (un solo
mundo). En la raíz de todo ser, en lo más íntimo, existe un estado donde se unen lo físico y lo espiritual.
Vistas desde esta perspectiva, las distintas etapas del proceso alquímico adquieren un nuevo significado. La
alquimia, al igual que la psicología analítica, es una disciplina en la que tanto las nociones de realidad subjetiva y
objetiva como las de separado y opuesto quedan disueltas. Ambas disciplinas son ciencias que tratan de reintegrar
estas realidades separadas a su forma original, sin divisiones. Mientras Jung se hallaba inmerso en su investigación,
las nociones de hermetismo y de alquimia, lejos de perder terreno intelectual, siguieron influyendo en diversos
movimientos artísticos post-romanticos y vanguardistas como el surrealismo, que se estaba dedicando a explorar
ciertos aspectos de la experiencia como proceso.
Los surrealistas pretendían dar un salto hacia lo irracional por dos motivos. Uno era el disgusto heredado de sus
predecesores directos (los dadaistas) por el desastre que las viejas estructuras aparentemente racionales de
pensamiento y comportamiento, habían causado en la sociedad europea. El otro, más positivo, fue que la
exploración del mundo de lo irracional (el inconsciente) les permitía utilizar unas fuentes de creatividad totalmente
nuevas. Esta fue la razón por la que mostraron tanto interés por el arte de los enfermos mentales. Aquellas personas
que habían sido declaradas mentalmente incompetentes por la sociedad racional burguesa se convirtieron, para los
miembros del grupo surrealista, en pioneros de la exploración de un reino que podría ser descrito sin apología como
“visionario”.
Estas consideraciones nos muestran la estructura básica del pensamiento surrealista, aunque también hubo otras no
menos importantes. Una de ellas fue algo que habían aprendido de Freud – el poder de la líbido. En lugar de
resistirse a ella, como solían hacer los artistas religiosos y visionarios del pasado, los componentes del movimiento
surrealista pretendían aprovechar la líbido en beneficio de su obra. Rebelándose hasta cierto punto, contra la
primera generación de modernistas, veían en estos a sus predecesores menos inmediatos, encontrando en ellos una
fascinación por las imágenes intrínsecamente ambiguas y cargadas de significados múltiples. En tercer lugar,
quedaron fascinados, al igual que lo fueron los mismos simbolistas, por ciertos aspectos de la filosofía hermética,
especialmente por la alquimia y las ideas rosacruces.
Consideraban la alquimia como un sistema pseudo-racional que podría utilizarse para ridiculizar las pretensiones
del racionalismo científico moderno. Se aproximaron a ese conglomerado de información de una manera mucho
más autoconsciente que los artistas que habían examinado ese mismo material en los años anteriores a la I Guerra
Mundial – su utilización de la imaginería proporcionada por esa fuente está, casi siempre, teñida de ironía.
El ironista supremo del arte de aquel periodo es, en mi opinión, Marcel Duchamp (1887-1968). Su impacto sobre el
arte se extendió mucho, en múltiples direcciones y durante un largo período de tiempo. Duchamp aporta nuevos
medios (o técnicas mixtas) al traspasar en repetidas ocasiones los límites tradicionales entre pintura, escultura y
técnicas de grabado. La obra maestra “alquímica” de Marcel Duchamp es El gran vidrio, o La novia desnudada
por sus solteros, incluso, cuyo título, en francés, Le Grand Verre tiene ecos onomatopéyicos de la “Gran Obra” de
la alquimia (Le Grand Ouvre).
Esta obra “definitivamente inacabada” muestra el diseño de un extraño dispositivo mecánico y viene acompañada
de un enigmático “manual”, “La Caja Verde”, que contiene notas del artista. Juntos, los paneles de vidrio y las
notas, parecen tan complejos y ambiguos como un trabajo de alquimia. Esta obra se ha visto como una
interpretación crítica del mito que rodea la devoción a la Virgen María. La asunción de la Virgen a los cielos y la
novia desnuda son símbolos, al mismo tiempo, de la transformación y purificación de la materia base y de la
revelación. El matrimonio sagrado entre las sustancias es el tema central de la alquimia, algo que tal vez podría
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describirse hoy día como afinidad química. La idea básica de este trabajo tan sumamente complejo parece ser algo
que es central en la alquimia – la unión de los opuestos, que se traducirá en el nacimiento del ser perfecto (“el
andrógino”).
El propósito del "molinillo de chocolate", como llama Duchamp al dispositivo de los tres tambores ubicado en el
centro del panel inferior de El Gran vidrio, recordando la piedra de molino de la Melancolía de Durero, es triturar
la materia en estado de nigredo, a la que se refiere irónicamente como el chocolate. El significado de la nigredo
(putrefactio) en Melancolía es simple; la melancolía o materia negra es la primera etapa del proceso alquímico, el
momento primero, la primera señal. La tristeza de la “bilis negra” impregna el universo del alquimista, pero no
obstante es el primer paso en el camino hacia la luz. En El Gran Vidrio las enormes tijeras simbolizan la división y
pulverización (separatio) de la materia, mientras que los siete cilindros o “tamices” son instrumentos de refinado
(destillatio). Una vez que el material ha sido disuelto (sublimatio), se eleva, como el vapor, para luego caer de la
nube en forma de gotas, volviendo a poner en marcha el proceso (multiplicatio). En términos iconográficos, la
“novia” de Duchamp, como todos los elementos de El Gran Vidrio, es un mecanismo cuya humanidad es simbólica
y cuya fuerza motriz es el deseo instintivo. Este deseo está simbolizado por el fuego de un motor de combustión, el
material combustible simboliza el amor y la simiente viene simbolizada por la chispa de la pólvora. Lo masculino
es representado por los solteros uniformados, que son traídos de vuelta a la vida por la llamada de lo femenino.
Llegados a este punto, podemos dar un pretencioso salto intelectual para conectar con las palabras de Jung: “Con la
invención de la turbina, que produce electricidad a partir de su motor, el hombre fue capaz de desviar el curso de
los ríos y utilizar luego esta potencia para realizar multitud de operaciones, por tanto, ha tenido éxito en la
utilización de la maquinaria para transformar la energía natural, instintiva, que sigue su propio camino sin
necesidad de trabajo.” La máquina psicológica que transforma la energía es el símbolo. La actividad simbólica
surge de la necesidad existencial de armonizar las fuerzas opuestas (lo masculino y lo femenino), que se hallan en
un estado de tensión recíproca, y, por lo tanto, de dar expresión a la líbido en unos términos que vayan más allá de
lo instintivo, hacia los ámbitos de lo creativo y lo cognitivo.
La primera operación de la alquimia consiste en romper (torturar, desangrar, desmembrar) la estructura de la
materia y dejarla reducida a un estado de caos creativo (massa confusa, prima materia). Partiendo de aquí, durante
el proceso de transformación, surge lo verdadero, las polaridades creativas que comienzan a interactuar para
conseguir la coniunctio o unión alquímica. En esta unión final, dice Jung, la luz anteriormente confinada es
rescatada y conducida hasta el punto de su realización definitiva y redentora.
Si bien estas afirmaciones aparentemente se refieren a la naturaleza y al universo material, Jung también percibe en
ellas un modelo o paradigma para el aspecto natural y material de la naturaleza humana. Bajo el pretexto de liberar
la luz confinada en la materia, los alquimistas trataban de rescatar la energía psíquica o espiritual encerrada en el
cuerpo y la mente (el “hombre natural” de San Pablo) y hacer que esa energía quede disponible para las grandes
tareas del espíritu humano.
Duchamp escribió que: “En ningún momento del proceso descrito en El Gran Vidrio se muestra a la novia entrando
en relación con la realidad masculina; el proceso culmina, no en la posesión física, sino en una visión final, la
revelación”. Octavio Paz señala que: “Esto a veces se interpreta como una alegoría del onanismo o como la
expresión de una visión pesimista del amor: la unión verdadera es imposible y por lo tanto, la no consumación o el
voyeurismo (los ojos como testigos) son una alternativa, no menos cruel, al remordimiento que sigue a la
posesión”.
En este último trabajo de ensamblaje (Etant Donnes, también conocida como Vista: 1 La Cascada, 2 luz de gas), el
artista revela que la unión es posible, pero sólo cuando la mirada se transforma en contemplación y conocimiento
del contenido psíquico proyectado. Sólo entonces es posible integrar el ánima femenina en la conciencia masculina
y las características del ánimus masculino en la conciencia de lo puramente femenino. Duchamp trabajó en secreto
desde 1946 hasta 1966 en Etant Donnes, que debe ser vista a través de una mirilla en una puerta frontal, la vista es
conducida directamente hacia un agujero en una pared de ladrillo. El fondo contiene un paisaje con una cascada.
Duchamp es también famoso por añadir un bigote a una reproducción de la Mona Lisa, aparentemente un acto de
profanación vanguardista, pero con la menos evidente intención de hacer resaltar de manera ingeniosa el carácter
andrógino de la figura. Actualmente, de conformidad con el silencio impuesto por la religión, el racionalismo y el
materialismo, la alquimia ha sido despojada de cualquier tipo de dignidad científica, lo cual se ha justificado de
diversas maneras.
Duchamp respondió al positivismo científico de su época con sus propias notas meta-irónicas sobre “physiche
amusante”: “Un hilo recto, de dos metros de longitud cae desde una altura de un metro sobre un plano horizontal, y
deformándose a su antojo, nos ofrece una nueva representación de la unidad de longitud”. En la alquimia, el
principio femenino del mercurio simboliza las propiedades protomórficas, mutables y fluidas de los fenómenos
naturales.
Cuando Duchamp declara el 4 de Octubre del 54: “Para mí hay algo más que ‘sí’, ‘no’ e ‘indiferente’ – por ejemplo
la falta de investigaciones de este tipo”, está mostrando su comprensión de las bases fundamentales de la teoría

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cuántica; “indiferencia” sería su término para “superposición”, e “investigaciones” su término para “mediciones
experimentales”.
Puede que la inclinación de nuestro siglo por atribuir tanto poder a la ciencia se vea compensada por las
desconcertantes incertidumbres inherentes a la mecánica cuántica, que demuestran que es imposible determinar a la
vez la posición exacta y la velocidad de algunas partículas subatómicas. Además sabemos que la forma en que se
presentan estas partículas depende del propio acto de observación.

Referencias:

C.G. Jung: Psychology and Alchemy (Collected Works Vol.12).


C.G. Jung: Mysterium Coniunctionis (Collected Works Vol.14).
Octavio Paz: Marcel Duchamp: Appearance Stripped Bare. Arcade Publishing, 1991.

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