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VALORES Y VIRTUDES

Mons. Ramón Benito De la Rosa y Carpio

EL CAMINO DEL TRIUNFO

Es indiscutible que el ser humano nació y vive para el triunfo y para el


éxito. Hay en él una fuerza que le empuja hacia esa meta. Cuando
no se da esa tendencia interna, se debe a una causa patológica de
algún tipo.

El triunfo que se desea alcanzar puede estar concretizado en unos


grandes objetivos generales, como la felicidad o la vida eterna; o en
otros también de amplias miras, como el amor o la paz; y, en otros más
concretos, que pueden ser universales, comunitarios o individuales,
como una mejor situación económica o la capacitación profesional. ¡Son
tantos en número y diversidad las metas, objetivos o éxitos a los que se
puede tender, que es muy difícil hacer una lista completa!
Normalmente los triunfos que deseamos lograr son valores. En algunos
casos, los éxitos ansiados son objetivamente inmorales y, en principio,
no son auténticos valores. A veces, se identifica uno más amplio y
general con otro más específico y determinado, por ejemplo, la felicidad
con el bienestar económico.

Desde el punto de vista ético y moral, el deseo de triunfar y alcanzar


éxitos es absolutamente humano y legítimo. Más aún: es necesario y,
bajo la óptica cristiana, hay que decir que Dios lo quiere y nos ha
capacitado para ello. Incluso Dios pedirá cuentas, si no hemos
multiplicado los talentos que hemos recibido (véase al respecto el
Evangelio de Mateo 25, 14 – 30).

El conflicto principal surge cuando, para alcanzar una meta, de suyo


buena y legítima, se usan medios inmorales e ilegítimos. En muchas
ocasiones se ha querido validar, teórica o prácticamente, el aserto: “El
fin (una meta legítima, un triunfo, en nuestro caso) justifica los medios
(el engaño, el crimen, la corrupción de cualquier índole)”. Esta
afirmación, modernamente, se suele decir de otras maneras: “Para
alcanzar mis metas yo soy, simplemente, pragmático”; “Lo que importa
es triunfar, los medios..., no importan los que sean”. Pero la conciencia
individual, la vida misma y las corrientes de pensamiento humano–
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cristiano, sin embargo, dan la razón al aserto contrario: “El fin no


justifica los medios”. Los pragmáticos sin moral (no inmorales sino a-
morales) y los triunfadores a como dé lugar son personas de éxito
aparente y transitorio: terminan cayendo en su propia trampa y en el
fracaso. Son, en definitiva, perdedores.

En la vorágine de la búsqueda de los más diversos triunfos y en la oferta


de los más variados medios, métodos o estrategias para alcanzarlos, la
figura de Jesucristo, su enseñanza y su propia praxis sigue siendo un
parámetro a seguir, un camino ya trillado y experimentado, por no decir
el camino más seguro cuando de triunfos y medios para alcanzarlos se
trata.

Es indiscutible que Jesús de Nazareth es un triunfador: su mensaje se ha


extendido por todas partes, es un maestro aceptado por todos (incluidos
los no-cristianos), más de mil millones quinientas mil personas se
confiesan cristianos en el mundo, su dramática crucifixión en el llamado
Viernes Santo pareció hundirlo definitivamente en el fracaso más
absoluto, pero fue una derrota aparente: se levantó del sepulcro, ha
resucitado y vive para siempre.

En su triunfo Jesucristo mostró, al mismo tiempo, el camino del éxito: el


esfuerzo propio, la coherencia con los propios valore y criterios, el
sacrificio y la cruz. En verdad, no existe otro camino para un triunfo
verdadero y permanente. Desde la crucifixión de Cristo, la cruz es
sinónimo de amor, de entrega hasta dar la vida por los demás, y de
triunfo: “Victoria, tú reinarás, oh cruz, tú nos salvarás”, canta un himno
muy popular. “No es la cruz el signo del padecimiento: es el símbolo de
la redención”, decía Duarte, y “La cruz señaló el camino”, afirmaba
Mons. Pepén, al reseñar los logros del pueblo dominicano. Nuestro
destino es el triunfo y el éxito. Pero hay que pagar un precio por él:
tomarse el tiempo necesario para alcanzar las metas propuestas, poner
de su parte y proponerse las estrategias más adecuadas que no
excluyan ni la renuncia a los valores claves de la vida ni el esfuerzo y el
sacrificio. No se puede llegar al Domingo de Resurrección saltando el
Viernes Santo. Eso fue válido para Jesucristo y es válido para cualquier
ser humano.

El salmo 37 (36 en la versión griega llamada de los LXX) recoge


hermosamente el conflicto interno que vive aquel que es justo frente a
los que prosperan mediante la injusticia. Es un ejemplo que puede
aplicarse a todos los que emplean medios inmorales para triunfar, como
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la injusticia. Así se expresa el salmista (versículos 1-2, 7-8, 16, 25, 28 y


29):

No te exasperes por los malvados,


no envidies a los que hacen injusticia:
se secarán pronto, como la hierba,
como el césped verde se marchitarán.

Confía en el Señor y haz el bien,


habita tu tierra y practica la lealtad ...

No te acalores contra el que progresa


urdiendo intrigas ...
Desiste de la cólera y abandona el enojo
no te acalores, que es peor.

Lo poco del justo vale más


que la abundancia del injusto.

Fui joven, ya soy viejo,


nunca ví al justo abandonado
ni a su descendencia mendigando el pan.

Los injustos serán por siempre exterminados


y su descendencia cercenada;
los justos poseerán la tierra
y habitarán en ella para siempre.

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