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1987

El pueblo está bravo,


¡Gloria al Bravo Pueblo!
EDUARDO FERNÁNDEZ
Discurso pronunciado en el Congreso de la República, el 5 de julio de 1987
Señor Presidente:

A las glorias de nuestros próceres, respeto, admiración y gratitud. A los problemas y


desafíos de la Venezuela del presente: ideas claras, voluntad decidida y un resuelto a
conducir los cambios que el país reclama.

De la Venezuela que ha sido, no es de lo que vengo a hablar. De la Venezuela que es y


de la Venezuela que puede ser, de esa Venezuela es de la quiero hablar.

En la víspera del siglo XXI nuevos horizontes se abren para nuestra marcha. Se nos ha
dicho que tenemos una gran historia. Yeso es verdad, pero no podemos seguir
viviendo de la nostalgia por las glorías de ayer.

Se nos ha dicho somos un gran país, y eso es verdad: pero podemos ser más grandes
todavía.

Se nos ha dicho que debemos sentirnos orgulloso de la democracia que tenemos y eso
es también verdad: pero podemos tener una democracia mejor de la que tenemos.

Todo lo que hemos logrado a lo largo de 176 años nos hace fuertes en la fe en
nosotros mismos. Inspirados en los grandes momentos de nuestro pasado los
venezolanos podemos avanzar sin vacilaciones y sin miedo. Levantemos en este 5 de
julio una voz de confianza en nuestra Patria, y un himno de optimismo frente a la
negación y el desaliento. Podemos hacerlo mucho mejor de lo que lo estamos
haciendo con la colaboración de todos vamos a lograrlo.

Estamos a las puertas de una nueva etapa en la historia de Venezuela. El año que
viene es año elecciones. 1988 nos plantea una coyuntura de cambio, final de una
jornada, comienzo de una nueva era.

Esta es la oportunidad para la gran rectificación, para demostrarle al mundo y a


nosotros mismos, que por encima de las divergencias consustanciales a la vida
democrática, los venezolanos de esta hora no hemos perdido la capacidad de
entendernos para el servicio de los intereses superiores del país. La historia tiene los
colores y la textura del pueblo, de las distintas generaciones. En cada tramo, el saldo
de conquistas y fracasos redondea la faena de las búsquedas colectivas que marcaron
el rumbo a lo largo de los días y se empieza a marchar hacia nuevos derroteros.

Hoy hemos escuchado de nuevo, con reverente emoción, la lectura de la Partida de


Bautismo de nuestra Patria. Ellos nos dieron el acta, nos corresponde a nosotros
ahora asegurar la independencia. Demos gracias a Dios por habernos concedido el
privilegio de nacer en esta tierra de promisión y por habernos dado la gracia de existir
en este tiempo cargado de angustias, pero al mismo tiempo desbordante de
formidables posibilidades.

Demos gracias por la cuota de deber que nos ha sido asignada y vayamos a cumplirla
con la alegría del militante de una causa de fe, con la pasión de patria que inspira
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nuestra vocación de servicio y con la indoblegable voluntad que anima los combates
recios.

La historia de Venezuela ha venido evolucionando en ciclos de 30 años. Tal vez ocurre


lo mismo con la historia de cualquier nación. Al fin y al cabo, 30 años representan el
ciclo normal de vigencia de una generación, de su pensamiento y de su vitalidad
creadora.

El 1777, con la creación de la Capitanía General de Venezuela, comenzamos a existir.

Treinta años más tarde, en 1806, la invasión de Miranda anuncia el fi n de la época


colonial y el nacimiento de un nuevo ciclo, que encontró en la Declaración de la
independencia SU fundamento y en los campos de batalla, su consagración.

Treinta años más tarde en 1830, Venezuela separada de Colombia, inicia su vida como
Nación Independiente bajo la hegemonía de la llamada oligarquía conservadora.

Treinta años más tarde, en 1860, la guerra larga impone una nueva etapa en la vida
nacional inspirada por el Federalismo y el Liberalismo.

Treinta años más tarde en 1899, triunfa la Revolución Restauradora, bajo el tema
sugerente de “Nuevos Hombres, Nuevos Ideales y Nuevos Procedimientos”, la
frustración posterior no puede haber desacreditado para siempre he irremisiblemente
la promesa que envuelven los nuevos hombres, los nuevos procedimientos y los
nuevos ideales.

Treinta años más tarde se anuncia un nuevo ciclo con la irrupción de la Generación del
28, que reclama impaciente en ilusión de Juventud el ingreso del país en el siglo XX.

Treinta años más tarde, en 1958, la Nación entera provoca el derrocamiento de la


última dictadura y se inicia el periodo estelar de nuestra historia independiente, el
más fecundo en progreso institucional, material y moral de nuestra evolución
republicana.

AQUÍ Y AHORA UN CAMBIO FUNDAMENTAL

Treinta años más tarde, aquí y ahora, el país es convocado a conquistar por primera
vez un cambio fundamental, más trascendente que cualquier otro intento en el
pasado, por la vía del voto popular y no por el camino traumático de las rupturas
cruentas y de las violencias fratricidas.

1988 representa una coyuntura de cambio sin ruptura. Una nueva historia está por
iniciarse. La voluntad de cambio que existe en el país abrirá el camino de una nueva
realidad.

Los venezolanos queremos un cambio. Las voces se expresan con creciente sonoridad:
“queremos elegir”, “déjennos trabajar”. No es menos democracia sino “una mejor
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democracia” lo que reclamamos, queremos empleo estable y bien remunerado,
queremos salarios que no se encojan bajo los efectos de la inflación. Queremos
oportunidades que permitan que los proletarios se conviertan en propietarios, que la
clase media se fortalezca, el capital se democratice, los profesionales no se frustren y
que el país entero marche hacia adelante con optimismo y entusiasmo.

La gente quiere ser protagonista y no meros espectadores del proceso político y


social. Eso dice la voz de la provincia, frente a los excesos del centralismo. Eso dice la
voz de la provincia, frente al exagerado intervencionismo del Estado. Eso dice la voz
del ciudadano común, frente a la hipertrofia del poder de los partidos políticos.

Es la voz de un pueblo que ha madurado. La voz de un tiempo que quiere florecer en


tiempo nuevo.

En esta fecha, que es de todos los venezolanos, levantamos nuestra palabra para decir
que tenemos conciencia de la magnitud de los problemas que confronta la Nación,
pero que tenemos confianza en la capacidad del país para superar esos problemas. El
pueblo que hizo posible la Independencia, no puede tener miedo frente a las
dificultades. El pueblo que ha respondido con generosidad cuando ha sido convocado
a la grandeza, conserva intacta su disposición para el combate y la lucha. Con un
programa claramente definido, con un liderazgo inspirado en nobles propósitos, con
la ayuda de Dios, no hay crisis, por difícil que ella pueda ser, que el pueblo venezolano
no pueda derrotar.

No tengamos miedo al cambio. La hora reclama cambios radicales en lo político, para


alcanzar una mejor democracia: cambio radicales en lo económico, para ensayar un
nuevo modelo de desarrollo que provoque un estallido de productividad, cambio
radical en lo social, para organizar y darle voz e influencia a todos los sectores de la
comunidad nacional: cambio radical en lo cultural, para robustecer los valores de
nuestro venezolano, cambios radicales en lo moral, para que todos nos sintamos
convocados a ser mejores y a enterrar para siempre el facilismo, la corrupción y el
egoísmo, y cambios radicales en lo personal para alcanzar el desarrollo de todas las
capacidades de cada uno de nosotros.

No hay factor más negativo en la Venezuela de hoy que los espíritus reaccionarios y la
resistencia a los cambios que reclama el país.

Al final de todos los ciclos históricos anteriores también se hizo presente la terca
oposición a interpretar los signos de los tiempos.

Cada nueva etapa tuvo que nacer al precio de traumáticos conflictos.

La violencia hizo siempre de “Partera de la Historia” para nuevos alumbramientos.

En víspera del siglo XXI, con el alto grado de civilización que hemos alcanzado con la
estabilidad democrática e institucional que hemos logrado, tenemos la oportunidad
de alumbrar ese nuevo tiempo que se anuncia, por el esfuerzo de todos los
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venezolanos y no por la imposición de la fuerza, que tantas frustraciones ha producido
a lo largo de la historia. Aceptemos el desafío. Tenemos que atrevernos. No le
tengamos miedo al cambio. Conquistemos con los votos lo que tiempo atrás se
hubiera intentado por la violencia.

Tenemos una gran tarea por delante y no podemos darnos el lujo de esperar. Los
llamados a la calma y las invitaciones a esperar próximas oportunidades, nos
recuerdan aquel clamor angustiado que precedió a la firma del Acta de la
Independencia, “¿Y es que 300 años de calma no bastan?”.

Estamos animados por una noble impaciencia, por una patriótica impaciencia y por un
deseo de traducir en realidades los sueños y los ideales que hace muchos años nos
trajeron al combate político y a la lucha social.

LA VENEZUELA QUE ES

Centenares de miles de venezolanos desempleados, jóvenes universitarios graduados


al precio de muchos de muchos sacrificios que no encuentran ocupación, madres de
familia que no pueden hacer el mercado, colas infamantes para comprar la leche para
los niños, empresas actuales o potenciales que no logran desarrollar sus posibilidades,
trabajadores que ven deteriorarse poder adquisitivo del salario, liceístas que no
pueden entrar a la universidad, atletas que no encuentran campos deportivos
suficientes, creadores intelectuales que no sienten un clima cultural adecuado,
vecinos que quieren organizarse y elegir y participar en los asuntos de la comunidad,
fronteras que quieren estar mejor cuidadas y más densamente pobladas, soldados
que quieren estar mejor preparados y equipados, maestros que quieren una nueva
educación para formar un nuevo venezolano, fieles que quieren un mejor clima
espiritual y moral para rendir mejor culto a Dios, agricultor que quiere convertirse en
empresarios del campo, playas y montañas que quieren desarrollar su fascinante
potencial turístico.

Es todo el país, en todas sus expresiones sociales, el que está listo para el cambio.
Vibrando frente a la invitación de progreso y desarrollo que nos anuncia el porvenir.

CENTRALISMO, ESTATISMO Y PARTIDISMO

Lo que estamos esperando es la voluntad de abrirle camino a esas inmensas ganas de


trabajar para derrotar al pesimismo, para lanzarnos con alegría a liberar las amarras
del centralismo, del estatismo y del partidismo.

Treinta años han pasado y todo lo le que ayer pudo haber servido para llenar vacíos,
para corregir fallas y cumplir deficiencias, hoy se han convertido en freno limitante de
nuevas posibilidades. Crecieron demasiado y se prolongaron patológicamente en el
tiempo. El centralismo, el estatismo y el partidismo exagerado amenazan hoy la salud
de las instituciones democráticas que en alguna medida ellos mismos contribuyeron a
crear.

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El exceso de centralismo, asfixia a las regiones y agota a la propia capital.

El exceso de estatismo ha degenerado en burocratización, corrupción, despilfarro de


recursos y en las más indeseables formas de intervención.

El exceso de partidismo termina desnaturalizando la eminente función de los partidos


y conduce a los vicios del ejercicio mediatizado de la democracia.

El partido político es para sostener y profundizar el ejercicio democrático y no para


erigirse en intermediario obligado de una suerte de democracia indirecta. Lejos de
debilitarse ante la aparición de nuevos canales de expresión de la voluntad popular,
los partidos saldrán robustecidos en la medida en que se concentren en lo que es
específico de sus funciones y reintegren a los ciudadanos el respeto a la autonomía de
las instituciones que no tienen por qué estar subordinadas a los intereses partidistas o
a los dictados de sus cúpula dirigentes.

El surgimiento de nuevos movimientos sociales como la organización de los vecinos


por ejemplo, no podemos verlo como un hecho hostil a los partidos, sino como sano y
plausible desarrollo que merece todo el aliento y el estímulo del Estado democrático y
de todos los que creemos en la libertad y el pluralismo social.

LA VENEZUELA QUE DEBE SER

Frente a estos reclamos de cambio y de renovación, el liderazgo político del país tiene
que presentar sus respuestas.

Ya las conocemos:

Reorientar al Estado hacia su función de gerente del bien común, que solo interviene
para proteger a los débiles, para corregir injusticias y para orientar la sociedad y
conducirla en la dirección que esta ha determinado democráticamente.

Demostrar confianza en las regiones y en las comunidades locales y asignar a sus


instancias de gobierno más atribuciones y competencias para que las decisiones sean
más cercanas y más sensibles a los problemas y a quienes los sufren: redefinir el papel
de los partidos políticos en términos que recojan el grado de maduración democrática
que ellos mismos han contribuido a conseguir, para que sean más democráticos, más
permeables a las demandas de sus bases y de la sociedad en general y para que se
dispongan a interactuar y relacionarse con nuevas organizaciones de la sociedad
civil vigorosas y autónomas.

Las respuestas las conocemos.

No tengamos miedo. Abordemos los cambios que reclama el país. Tenemos


suficientes diagnósticos y estudios para actuar y para actuar ya. Y el pueblo no acepta
más excusas.

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En la víspera del nacimiento de un nuevo ciclo de nuestra historia, ante la obligación
que nos impone los retos de la proximidad del año 2000, el aniversario de la
Independencia de la Patria nos convoca a un nuevo consenso nacional. Vamos en este
recinto y a proyectarlo por todo el país, entendimiento para avanzar, unidad para
crecer, aliento para producir, justicia para distribuir.

EL CLAMOR EN LA CALLE

De la calle nos llega el clamor que reclama reformas en el sistema electoral para elegir
a nuestros representantes en los cuerpos deliberantes, para separar efectivamente las
elecciones Presidenciales de las Legislativas y de las Municipales, para escoger a los
gobernadores de Estado por el voto popular, directo y secreto, para elegir al alcalde y
para crear gobiernos locales efectivos y eficientes.

Vamos a aprobar esas reformas, vamos a abrirles anchas avenidas a la participación


popular.

La reforma electoral la podemos estrenar en este mismo periodo constitucional. Si la


aprobamos ahora, los venezolanos podríamos escoger el 4 de diciembre del año que
viene por su nombre y apellido a nuestros representantes los cuerpos deliberantes,
Congreso, Asamblea Legislativa y Consejos Municipales. Y podríamos establecer de
una vez las elecciones a mitad del periodo para renovar parcialmente las Cámaras y
totalmente los Concejos Municipales.

En la calle se siente el reclamo de los pobres, de los marginados, de los desempleados.


La angustia de la clase media en trance de proletarizarse, que contempla indefensa
como se le encoge la calidad de vida. Vamos a dar pruebas concretas de sensibilidad
humana y oportunidades de realización a la justicia social.

En la calle se siente la insatisfacción frente a un modelo de desarrollo económico y


social que ya no da para más. Vamos a desencadenar las fuerzas productivas, a
estimular la libre iniciativa de tos venezolanos, a ofrecer una oportunidad a la
creatividad y al espíritu empresarial que existe en muchos de nuestros compatriotas.

En la calle se escucha la protesta de la juventud que reclama claridad de propósitos,


autenticidad y sinceridad de parte del liderazgo nacional y una fresca invitación a la
grandeza que derrote al flagelo de la droga y a la tentación de la delincuencia.

Ser joven no es una amenaza. La juventud no puede ser vista jamás como una
amenaza. Solo las sociedades enfermas desconfían de sus jóvenes muchachos.

Ser joven es una promesa. Una nación fresca y saludable como la nuestra, tiene que
demostrar confianza en su juventud.

No es la represión la respuesta de la juventud, es la sinceridad, la disposición a


comprender y a conducir sin prejuicios y con sentido de responsabilidad los cambios
que la hora reclama, al camino que debemos señalar.
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Los jóvenes quieren que se abran universidades, no que se cierren. Que se abran
campos deportivos, que se adelanten programas de empleo juvenil y de cultura
popular y que se abran caminos para la participación de la juventud en la construcción
del nuevo país.

Metas de excelencia en la educación, en la ciencia, en la tecnología, en el deporte, en


la cultura y respeto a su propia dignidad, es lo que reclama nuestra juventud.

En la calle se escucha el reclamo por una administración justicia revestida de la más


alta dignidad y de la mayor confianza. El consenso político para las reformas
necesarias en el Poder Judicial es fácil de lograr. Las ideas al respecto están claras. La
Comisión Presidencial para la Reforma del Estado tiene las proposiciones. Es una
cuestión de voluntad política. Hay que responder al reclamo nacional.

TENEMOS CAPACIDAD PARA El ENTENDIMIENTO

¿Será posible abordar con éxito todo este programa de cambio?

Respondo con una categórica y rotunda afirmación.

Frente a los que cultivan el pesimismo y el desaliento, proclamo confianza en la


capacidad del país y en la de nosotros los venezolanos para salir adelante en esta
encrucijada fundamental de nuestra historia.

En esta hora de negociaciones, manifiesto el orgullo de un venezolano, hijo de este


tiempo, por lo mucho que hemos alcanzado, pero al mismo tiempo, declaro con toda
la fuerza de mi voz que no estamos satisfechos y convoco al esfuerzo de todos,
unidos, para seguir hacia adelante.

Estamos orgullosos de la democracia que tenemos, entre otras cosas porque ella nos
permite avanzar hacia una mejor democracia.

No tenemos esa fatiga del alma que se empeña en pintar una leyenda negra de los
últimos 30 años. Eso no es justo, ni es científico, ni es objetivo.

En esta hora de dificultades en que algunos pretenden devaluar todo lo que con tanto
esfuerzo ha conquistado el pueblo venezolano, yo levanto mi voz con toda convicción
para defender lo que merece ser defendido de la “democracia que tenemos” y para
asumir el compromiso de cambiar lo que debe ser cambiado y, para conquistar “la
democracia que queremos”.

Tenemos derecho a sentirnos orgullosos de la madurez alcanzada en nuestro debate


democrático, de la estabilidad de nuestras instituciones fundamentales, del alto nivel
de consenso para defender, en medio de contradicciones perfectamente naturales, el
piso democrático que señala el marco constitucional del país.

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Tenemos derecho a sentirnos orgullosos del Pacto de Punto Fijo, testimonio de una
grande y noble capacidad para el entendimiento. Allí se consagro la sabiduría, el
patriotismo y la vision trascendente de esos grandes estadistas nuestros. Rómulo
Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba.

Esa capacidad para el entendimiento de los venezolanos está viva y presente en esta
hora en que el reclamo de cambio nos convoca de nuevo a un gran entendimiento
nacional.

Tenemos derecho a sentirnos orgullosos de lo que hemos logrado a lo largo de estos


30 años. Bajo el liderazgo de nuestros presidentes democráticos, aunque he
combatido a varios de ellos.

Orgullosos de la valerosa defensa de la estabilidad democrática y de la reforma


agraria, del proceso de industrialización y de la política petrolera del presidente
Rómulo Betancourt.

Cómo no sentirnos orgullosos de la dignidad republicana con la que el Presidente Raúl


Leoni reconoció el hecho inobjetable de la victoria del jefe de la oposición en
apretado veredicto y entregó el poder, por primera vez en nuestra historia, a quien lo
había ganado desde las trincheras adversas a su gobierno, y de su visionaria
dedicación a la construcción de la Represa del Gurí que con toda justicia lleva hoy su
nombre.

Como no sentirnos orgullosos de la majestad conferida a nuestra Primera


Magistratura y de la política de pacificación, del firme nacionalismo, de los ambiciosos
programas de vivienda popular y de la política internacional soberana que
caracterizaron la presidencia de Rafael Caldera.

Como no sentirnos orgullosos de la culminación del proceso de nacionalización del


hierro y del petróleo, y de la oportunidad ofrecida a nuestra juventud con el plan de
becas Gran Mariscal de Ayacucho en la Presidencia de Carlos Andrés Pérez.

Como no sentirnos orgullosos del impulso dado a la educación y al desarrollo de la


inteligencia, a la cultura y al deporte, a la participación de la mujer y a la
institucionalización de la libertad en América Latina, durante el quinquenio del
Presidente Luis Herrera Campíns.

Como no sentirnos orgullosos de la imagen de cordialidad con la que ha señalado


Jaime Lusinchi al ejercicio público de la Primera Magistratura, así como la lucha contra
el narcotráfico y el esfuerzo por estimular la agricultura que se han puesto de
manifiesto durante este periodo.

Hace apenas unos días, nos dijo el Presidente Lusinchi, que se sentiría feliz si su
administración fuera recordada históricamente por el empeño puesto en el desarrollo
de la agricultura. Ojala que así sea, Presidente. Se lo deseamos con toda la sinceridad
de quienes queremos todo lo bueno para nuestro país.
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En la Venezuela que queremos construir es necesaria una clara conciencia de
continuidad que permita proyectar en el tiempo, más allá de las fronteras de un
periodo constitucional, las políticas positivas para el desarrollo y el progreso del país.

Ha sido esta conciencia de continuidad la que ha hecho posible el Complejo Industrial


de Guayana y la construcción de la Represa del Gurí y la construcción del Metro de
Caracas y la política petrolera. Dando continuidad a las políticas que la merecen,
profundizando los aciertos sin preguntar quién puede beneficiarse con los méritos y
corrigiendo los errores sin quedarnos viendo hacia el pasado, es como vamos a
avanzar con firmeza y decisión.

“El complejo de Adán” padecido por algunos de nuestros gobernantes, que se


empeñaron en sentirse los primeros habitantes de esta tierra ignorando todos los
antecedentes y alegando que comenzaban todo de nuevo a partir de cero, debe ser
erradicado de todos los que aspiramos gobernar a Venezuela.

EL TIEMPO HA LLEGADO

Venezuela puede ser el sueño realizado de los hombres que hace 176 años nos
entregaron esta herencia: la promesa cumplida de su pueblo en este tiempo, el legado
digno de sus jóvenes. Que aquellos lo reciban triunfales y la mejoren, y la
perfeccionen y nos superen.

Vamos a cumplir el destino de nuestra generación para que vengan luego las próximas
generaciones y planten su bandera más alto todavía y puedan decir con orgullo que lo
hicieron aún mejor que nosotros para que su orgullo sea nuestro mejor orgullo.

En estas mismas Cámaras, Presidente Lusinchi, nos conocimos en tiempo de duro


combate parlamentario, combate que no fue obstáculo, por cierto, para el
surgimiento de una recia y noble amistad que ha superado con éxito la prueba de la
controversia política y de las diferencia ideológicas. Entonces aprendí a conocer y
respetar su modo adeco de amar y servir a Venezuela; así como estoy seguro de que
usted aprendió a conocer y a respetar mi modo copeyano de amar y servir a
Venezuela.

Es buena esta ocasión para proclamar, que por encima del modo adeco, o del modo
copeyano, o de cualquiera de los modos representados en la estupenda policromía de
nuestra democracia, a todos nos tiene que vincular en esta hora un modo
genuinamente venezolano de amar y de servir a Venezuela.

Por eso señor Presidente, permítame recoger el llamado que usted formuló
recientemente, para comprometer todos a llevar el próximo proceso electoral con
toda la dignidad de una rotunda manifestación de amor por Venezuela. Vayamos al
debate cívico, con grandeza espiritual, con elevación de propósitos, con conciencia de
patria, que nos aconseja no olvidar nunca la unidad fundamental que nos vincula y el
destino común que nos obliga.

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Cuantas veces los venezolanos de tantas generaciones tuvieron que descubrir en las
cárceles, o en el exilio, que un poco más de unidad no le quita lo valiente a nadie, que
un poco menos de pugnacidad ennoblece los afanes de lucha, que una dosis mayor de
tolerancia y de disposición al dialogo es necesaria para la salud de la democracia.

Vayamos a nuestra contienda cívica no con el ánimo torcido de la descalificación


recíproca, sino con el espíritu constructivo de la fraterna emulación. Pidamos un voto
a favor. A favor de la mejor esperanza, a favor del mejor programa, a favor del mejor
liderazgo, a favor del mejor proyecto político y desechemos la fácil tentación de pedir
un voto que envuelva la negación del contrario, la siembra del pesimismo o el cultivo
del desaliento.

Todo, unidos. Hacia una Venezuela nueva que si podemos alcanzar con el orgullo de lo
que hemos sido, de lo que somos y de lo que llegaremos a ser. Todos, unidos.

El orgullo de lo que hemos alcanzado no puede impedirnos evaluar los errores


cometidos y las grandes tareas incumplidas. La más grande de nuestras deudas, la que
tiene mayor prioridad y la mayor urgencia es la que hemos acumulado con el pueblo
venezolano.

El pueblo esta bravo.

De la calle nos llega, señores congresantes de todos los partidos, una creciente voz de
protesta que se expresa en manifestaciones de diversa índole.

El pueblo esta bravo.

No nos equivoquemos en el diagnóstico.

No se trata de un fenómeno que podemos desestimar.

El pueblo esta bravo.

No nos equivoquemos en el tratamiento.

Vayamos al encuentro de su protesta con el ánimo dispuesto a reconocer las razones


que le asisten y con voluntad decidida a producir, de una manera incruenta,
consciente e institucional, los cambios que son indispensables.

Para que entonces podamos gritar, todos, unidos:

EL PUEBLO ESTA BRAVO

GLORIA AL BRAVO PUEBLO

Caracas, 5 de julio de 1987.

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