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Hermanos jucs,
Saludos desde Huánuco. Es una grata sorpresa encontrar los escritos de muchos de
ustedes, en particular los referentes al creyente y su participación política, respecto
a la cual me gustaría compartir algunas reflexiones.
Esto nos lleva a pensar en la misión de Jesús. Jesús vino a inaugurar la era del reino
de Dios. Jesús reitera el mensaje previamente anunciado por el Bautista:
Arrepentíos porque el reino de Dios se ha acercado (Mt.3:2;4:17). El reino de Dios
comienza con el anuncio de su llegada. Al arrepentimiento Jesús añade: Creed en el
evangelio. El ingreso a este reino es individual, mediante el arrepentimiento y la fe.
El ingreso al reino de Dios es también mediante la aceptación de la gracia de Dios,
de la misericordia incondicional de Dios por el pecador. La iglesia es definida como
la comunidad de los redimidos.
El reino de Dios se había acercado porque Él, el Rey del Universo se había hecho
hombre. El Rey de Reyes y Señor de Señores encarnado, que vino a inaugurar la
nueva era, la era del Reino de Dios, según su presentación pública en Nazaret: "El
Espíritu de Dios está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a
los pobres, sanar a los quebrantados de corazón, a proclamar libertad a los cautivos
y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a predicar el año (la era) de
la buena voluntad de Jehová. (LC.4:18,19). Ahora y hasta la Segunda Venida de
Cristo estamos en la era del favor de Dios, que llama al hombre, no importa su
condición, a reconciliarse con él por medio de su Hijo, el León-Cordero, del Rey-
Siervo.
Jesús define su Reino en función a los pobres, a los excluidos por la sociedad. Su
reino es un reino de misericordia para aquellos que el mundo ha desechado por
diferentes razones.
Toda participación política que pretenda llamarse cristiana debe estar inspirada en
esta actitud de compasión, comprometida con la búsqueda de reducir o aun
eliminar las enormes brechas sociales tan propias de nuestros países
latinoamericanos.
De allí que el reino que Jesús inaugura, el Reino de Dios, ese reino caracterizado por
la misericordia y la justicia, sufre tensión frente a los reinos de este mundo (el Reino
de Dios sufre violencia). El reino de Dios frente a los anti-reino, los reinos de este
mundo, cuyo dios es Satanás mismo (Jesús lo llama el príncipe de este mundo). De
allí que Jesús nos urge a orar (¿clamar?): Venga tu reino. El verdadero creyente vive
con una insatisfacción esencial frente a los valores que rigen el mundo presente. El
anhelo ferviente del verdadero creyente es que la misericordia y la justicia
inherentes al Reino de Dios y al Señorío de Cristo en toda su plenitud se manifieste,
se haga patente ahora, ya.
Quiero seguir compartiendo algunas ideas que nos ayuden a reflexionar. Creo que
este espacio no debe ser uno de confrontación, sino de edificación. Espero que esta
reflexiones nos ayuden a pensar un poco y entender mejor nuestra identidad como
hijos de Dios y nuestro rol en este mundo. Quiero advertir que al final termino con
un comentario que algunos pueden tildar de político-partidario, pero no puedo
evitarlo si hablamos desde una perspectiva ética.
Dios es Dios de todo, del mundo espiritual y del mundo material, incluso de la
política, de la economía. Esto no quiere decir que los creyentes debemos luchar por
imponer una teocracia, es decir pretender coactar a una sociedad para que acaten
los valores del reino de Dios, y pretender hacerlo por medios políticos. Por ejemplo,
¿debemos luchar contra el matrimonio gay? ¿O más bien esto es un reflejo de una
sociedad decadente y carente de un testimonio claro y vital de la iglesia que no
está cumpliendo su rol de ser sal de la tierra y luz del mundo? ¿Enviar Nuestra
batalla debe darse mediante enfrentamientos verbales o mediante testimonios de
vida? Todos conocemos lo que sucedió con ese emperador romano convertido al
cristianismo y que promulgó muchas leyes para favorecer el desarrollo del
cristianismo a lo largo y ancho de su imperio. Como bien han observado algunos
gracias a las leyes de Constantino Roma se cristianizó pero la iglesia se paganizó.
Luego los abusos que sucedieron en la Suiza protestante de Calvino cuando el
poder político y el poder religioso se fusionaron. De allí que no debemos olvidar las
palabras de Jesús: Mi reino no es de este mundo. Él oró que la voluntad de Dios sea
hecha en la tierra como en el cielo, pero no intentó lograr esto por medios
humanos.
Quienes pretenden que Dios gobierne directamente los asuntos de este mundo y
mediante leyes impuestas se equivocan. Dios lo hace por medio de su Espíritu y por
medio del testimonio de su iglesia, en palabras y obras, que es llamada a ser sal y
luz del mundo. Creo que dentro de este testimonio se enmarca la participación
política de los creyentes. De allí que la postulación a cargos públicos es válida,
siempre y cuando realicen por medios lícitos, en nuestro mundo actual mediante
elecciones democráticas y con un claro sentido ético y bíblico, o mejor aún, con un
sentido de ética bíblica. Es cierto que Daniel ni Nehemías buscaron cargos públicos
y que Dios los puso allí, pero ellos vivieron en un contexto de monarquías
absolutistas, donde solo existía la dedocracia, pero aún así Dios les abrió las
puertas para llegar al centro del poder.
Si Dios guía a un hombre a funciones de esa naturaleza, creo que no somos quienes
para impedirlo o aún juzgarlo. Lo que preocupa en la actual coyuntura política es la
candidez (o seducción del poder) que muchas iglesias padecen para dejar ser
utilizadas como plataforma política. Que haya candidatos que se autoerijan
representantes de los evangélicos cuando nadie los eligió como tales, denotando de
partida una falta de ética. En este sentido lamento que el hermano que aparece
como número 1 en la lista parlamentaria de un partido cuyo líder ha sido
condenado (en un juicio impecable) por corrupción y violaciones de los derechos
humanos, se haya prestado al juego de aparecer como el representante de los
evangélicos, y que no solo no haya sido capaz de hacer deslindes respecto a la
corrupción, sino que se desdiga y caiga en el lamentable relativismo moral
afirmando que lo que antes condenó cuando era presidente del Concilio Evangélico,
ahora lo acepta porque uno cambia su manera de pensar.
Adolfo.