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altar y a quienes se asocian a nuestra celebración a través de la radio
o de la televisión. Nos encontramos ante la imagen de la Inmaculada
Concepción, venerada en el santuario de Itatí, fundado en el año
1615, y centro de la honda tradición mariana de esta región. Desde
entonces, muchos miles de peregrinos han acudido ante esta imagen
para honrar a María; para poner sus intenciones y sus vidas bajo su
protección e intercesión. Hoy queremos acudir también nosotros a la
Virgen María, para atestiguar ese mismo amor y esa misma confianza
en la que es Madre de Dios y Madre nuestra. Queremos ser buenos
hijos que vienen a saludar a su Madre; hijos que se saben necesitados
de su protección maternal; hijos que quieren demostrarle
sinceramente su afecto.”
El beato: un espectáculo
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hizo Juan Pablo II. Justamente, cuando un cristiano vive en un grado
superior el compromiso que deriva de su condición de bautizado,
como fue el caso de Juan Pablo II, la Madre Teresa de Calcuta y de
otros, la Iglesia lo propone como ejemplo para todos los fieles
cristianos. Todos estamos llamados a ser santos, cada cual allí donde
Dios lo llamó a vivir y a desempeñar su misión: en el matrimonio, en
la familia, con tales vecinos, entre estos compañeros de trabajo, con
esta profesión o función pública, siendo un fiel laico, un consagrado,
un diácono o un sacerdote.
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voces”: la voz del pueblo, la voz de Dios y la voz de la Iglesia, tienen
que coincidir para que el proceso siga su curso. No basta una sola de
esas voces, deben estar las tres en perfecta consonancia.
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El milagro, como decíamos, tiene la finalidad de suscitar la fe en
Jesucristo y en su Cuerpo que es la Iglesia. Por eso, una verdadera
devoción a los santos es auténtica si nos hace mejores cristianos,
más personas y al mismo tiempo ciudadanos más responsables. Eso
resplandece hoy en la vida de Juan Pablo II. Dios se comunica con
nosotros y esa comunicación es más real que todo lo que vemos y
tocamos. Lo hace porque nos ama y porque quiere que seamos
inmensamente felices, pero no con una felicidad mal entendida y peor
encontrada, esa que se alimenta con la adicción al poder, a la droga,
al sexo, al alcohol y que no deja más saldo que la tristeza, la
desesperación y el miedo. Dios nos ama y se comunica con nosotros
para acompañarnos en la maravillosa aventura de hacer de este
mundo un mundo de hermanos y hermanas que peregrinan hacia
Dios cuidándose unos a otros y juntos atentos para que nadie queda
afuera.