Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Marxismo Hoy nº 14
.......... Julio 2005
El marxismo y la guerra
A 30 años de la derrota imperialista - Guerra y revolución en Vietnam
Índice
Presentación
A 30 años de la derrota imperialista - Guerra y revolución en Vietnam (J. M. Municio)
Intervención imperialista en Iraq - Un nuevo Vietnam para EEUU (Raquel E. Andreu)
60º Aniversario del Día D -La verdad sobre la Segunda Guerra Mundial (Alan Woods)
El programa militar de la revolución proletaria (V. I. Lenin)
Pacifismo burgués y pacifismo socialista (V. I. Lenin)
El voto contra los créditos de guerra 8 (Karl Liebknecht)
El enemigo principal está en casa (Karl Liebknecht)
A los trabajadores y soldados de los países aliados (Karl Liebknecht)
Manifiesto de la Cuarta Internacional sobre la guerra imperialista y la revolución proletaria mundial (León
Trotsky)
Presentación
Hace treinta años que el imperialismo norteamericano sufría una derrota humillante en
Vietnam. Las imágenes de los últimos soldados estadounidenses huyendo en helicóptero desde
el tejado de la embajada norteamericana de Saigón, mientras las tropas del Vietcong hacían
una entrada triunfal en la ciudad, recorrieron el mundo entero apoderándose de la mente de
millones de jóvenes y trabajadores. El coloso norteamericano caía derrotado por un ejército de
campesinos harapientos movidos por una inquebrantable fe en la victoria. Más de treinta años
de guerra ininterrumpida, de genocidio sangriento contra un pueblo inocente, acababan con la
victoria de los esclavos. Vietnam representó el punto más álgido de la lucha por la liberación
nacional de los pueblos coloniales y creó una nueva correlación de fuerzas, que impidió al
imperialismo norteamericano nuevas intervenciones militares directas por varias décadas.
Toda la experiencia de la guerra de Vietnam y la lucha armada de la guerrilla del Vietcong
puso de manifiesto la imposibilidad de separar la lucha por la liberación nacional de la
liberación social. Dicho de otro modo, la emancipación de las cadenas coloniales y alcanzar la
independencia nacional sólo pueden adquirir sentido para las masas oprimidas y esclavizadas
con el derrocamiento del capitalismo y la construcción de la sociedad socialista. Sólo
nacionalizando la propiedad imperialista y la de sus cipayos burgueses locales, y colocando el
conjunto de la economía productiva, las industrias y la tierra bajo el control efectivo de los
trabajadores y los campesinos pobres, es posible acometer las grandes reformas que los países
coloniales y ex coloniales necesitan. Sólo de esta manera se puede acabar con el atraso
industrial y agrario, se puede modernizar la base económica del país y garantizar unas
condiciones de vida dignas para la población.
Toda la experiencia histórica de la lucha por la liberación nacional ha demostrado la falacia
que supone para el proletariado y los campesinos pobres subordinarse a alianzas políticas con
una supuesta "burguesía progresista y antiimperialista" en los países dependientes. En realidad,
esta estrategia impulsada por el estalinismo en el mundo colonial cosechó derrota tras derrota,
dejando el campo libre para que el imperialismo pudiera mantener su dominio antes y después
de la independencia de las colonias. Debido al peso aplastante de los grandes monopolios y la
banca sobre el mercado mundial, la independencia de las colonias respetando el marco del
capitalismo no ha supuesto mejoras sustantivas para cientos de millones de hombres y mujeres
de estos países. Por eso es absolutamente necesario completar el colosal movimiento
anticolonial que se desarrolló en los años de posguerra con la revolución socialista en todos
estos países.
En esta nueva edición de Marxismo Hoy queremos rendir tributo al combate del pueblo
vietnamita en el treinta aniversario de su victoria. Y lo hacemos abordando aquella lucha
titánica desde una óptica marxista, presentando la heroicidad de un pueblo y también las
carencias y errores de la dirección, condicionada por la política impulsada desde Moscú, con el
objetivo de que las lecciones de Vietnam sirvan en la forja de los nuevos cuadros marxistas.
Completamos este número con otros trabajos sobre la guerra y el programa marxista, entre
ellos un texto de Alan Woods sobre la Segunda Guerra Mundial, en el que se analizan las
causas materiales y políticas de la guerra y la estrategia desarrollada en la misma por las
potencias imperialistas y la URSS. También un análisis sobre la intervención imperialista en
Iraq y las perspectivas actuales para la ocupación cuestionada por la incesante actividad
armada de la resistencia y la oposición masiva de la población. Finalmente publicamos una
serie de trabajos teóricos sobre la guerra y el marxismo de V. I. Lenin, Karl Liebknecht y León
Trotsky. En ellos se puede encontrar una guía fundamental para definir la política proletaria
ante los conflictos armados que se dan en estos momentos. Confiamos en que el contenido de
este nuevo número de Marxismo Hoy contribuya a fijar la posición del marxismo ante la
guerra y las luchas de liberación nacional, en un período donde guerra y revolución vuelven a
marchar unidas.
Marxismo Hoy nº 14
.......... Julio 2005
El marxismo y la guerra
A 30 años de la derrota imperialista - Guerra y revolución en Vietnam
De Indochina a Vietnam
Indochina era una de las partes más ricas del inmenso imperio colonial francés. Su conquista
había comenzado en 1859 y concluyó en 1888. Representaba un seis por ciento del territorio colonial,
pero sus 24 millones englobaba a un tercio de sus habitantes. Antes de la Segunda Guerra Mundial
figuraba entre los principales exportadoras mundiales de arroz
Indochina se dividía en cinco territorios. Vietnam estaba configurado por la colonia de Cochinchina
al sur, la semicolonia de Tonkin al norte y el protectorado de Annam en el medio. Camboya y Laos
también eran protectorados que completaban Indochina. Los annamitas (vietnamitas) constituían la
mayoría de la población. La colonia era fundamentalmente campesina, si bien una incipiente clase
obrera se va a ir desarrollando especialmente en el sur, la Cochinchina. En las primeras décadas del
siglo XX, entre el campesinado y los sectores populares, se va desarrollar un amplio movimiento
anticolonial, vinculado a la lucha por la posesión de la tierra. La insurrección más destacada fue la
rebelión de Yen-Bay, encabezada por los comunistas en 1930. El poder colonial estaba compuesto por
unos 8.000 funcionarios y una élite de terratenientes colaboracionistas, que aplicaron una tremenda
política represiva a través de su temida policía política, la Sûreté.
Las libertades democráticas quedaban restringidas a 5.000 funcionarios y 8.000 colonos blancos.
No hubo nunca ningún atisbo de apertura o autogobierno, por lo que por fuerza la oposición se
mantenía en la clandestinidad. La oposición se va expresar minoritariamente en un partido nacionalista
burgués, el Partido Nacional de Vietnam, y mayoritariamente en torno al Partido Comunista de
Indochina.
Desde sus inicios la lucha contra la dominación colonial tuvo un marcado carácter de clase. No era
extraño. Desde 1900 el imperialismo francés insertó la economía de su colonia en el mercado mundial
sobre la base de la explotación brutal de los indochinos. Se apropió de gran parte de las tierras para
entregárselas a los empresarios franceses para el desarrollo de minas y plantaciones. Con el objetivo
de obtener mano de obra para la incipiente industria, la administración colonial multiplicó los impuestos
sobre la cosecha del campesinado, forzándoles a abandonar una tierra que hasta entonces les
garantizaba la subsistencia. Para garantizar el poder colonial en aldeas y pueblos se utilizó a los
terratenientes autóctonos que vieron reforzado su poder a la vez que crecía la desigualdad social y el
odio del campesino hacia ellos.
Esta minoría terrateniente, francesa y vietnamita, acaparaba cada vez más tierras. En los años
treinta, 6.200 propietarios controlaban el 45% de los arrozales en el sur. En el norte, el 2% poseía el
40% de la tierra. Los herederos de esta clase de terratenientes se convirtieron en los funcionarios de la
administración colonial.
En este contexto, la lucha por la liberación del yugo francés tenía que estar inevitablemente unida
a la lucha contra la débil y corrupta burguesía vietnamita.
El comunismo indochino
No es de extrañar por las razones anteriormente señaladas que el Partido Comunista Indochino se
desarrollase como una fuerza de masas. La revolución de 1917 iluminó a los oprimidos de todo el
mundo, incluso ante una minoría de hijos de terratenientes y mandarines su efecto fue claro. En un
país con un 80% de analfabetos, el acceso a las ideas revolucionarias sólo podía ser cosa de capas
privilegiadas. Algunos de ellos sensibles a la pobreza de su pueblo y al desprecio racista francés
giraron hacia la izquierda y abrazaron el marxismo. Tal fue el caso de Nguyen Ai Quoc, más conocido
por su pseudónimo de Ho Chi Minh (aquel que ilumina). Hijo de un médico anticolonialista, emigró a
Francia donde se afilió al Partido Socialista, del que pasó en 1920 al recién creado Partido Comunista
Francés. Viajó a Moscú y pasó a trabajar para la Internacional Comunista (IC). Participó en la
revolución china de 1925, donde organizó a los primeros cuadros del comunismo vietnamita. Tras la
derrota en China pasará a la URSS y seguirá trabajando para la Internacional Comunista en Tailandia.
Sus seguidores permanecieron en el sur de China y en mayo de 1929 formarían el Partido Comunista
Indochino.
Sin embargo, este Partido Comunista Indochino nació lastrado por el progresivo proceso de
degeneración burocrática que padeció el Estado soviético y el conjunto de la Internacional después de
la muerte de Lenin. La Internacional Comunista creada como herramienta para la extensión de la
revolución socialista en el mundo, lo que a su vez suponía la única garantía para el avance del
socialismo en la URSS, se había ido convirtiendo en un mero instrumento de la política exterior de la
burocracia estalinista. El fracaso de la revolución en occidente, especialmente en Alemania en 1918 y
1923 había agudizado el aislamiento del joven Estado obrero soviético, atenazado también por la
catástrofe económica después de tres años de guerra contra la contrarrevolución y la atomización del
proletariado soviético. En esas condiciones objetivas la democracia obrera fue eliminada
sistemáticamente dentro del Partido Bolchevique y en el conjunto de los órganos de poder soviéticos,
los sóviets. La burocracia estalinista consolido su posición después de expropiar el poder político a la
clase obrera y eliminar físicamente a miles de comunistas, incluidos todos los camaradas de armas de
Lenin en 1917, que se opusieron a este rumbo termidoriano. Las purgas no se limitaron a la URSS, se
extendieron al conjunto de la Internacional y las secciones comunistas nacionales. En ese proceso los
teóricos de la burocracia crearon un nuevo programa para justificar la defensa de sus posiciones. Con
la teoría del socialismo en un solo país se abandonó la política leninista de la revolución internacional
sometiendo al conjunto del movimiento comunista de todo el mundo a los intereses que la burocracia
de Moscú tenía en cada momento determinado. Los múltiples errores de Stalin llevaron al desastre al
comunismo chino en 1926/1927, aislando aún más a la URSS y paradójicamente fortaleciendo a la
propia burocracia. El error fundamental de la burocracia estalinista en China fue abandonar todas las
enseñanzas de Lenin respecto a la posición de los comunistas en la revolución colonial, y sustituirlas
por el gastado programa menchevique de colaboración de clases. Desde Moscú se impuso a los
comunistas chinos una alianza política con la supuesta burguesía progresista china, representada en
el Kuomintang de Chiang Kai-shek. De esta manera se reproducía el viejo esquema reformista que
consideraba una quimera la lucha por la revolución socialista en los países atrasados, de manera que
el papel del proletariado y de sus organizaciones debería limitarse a prestar apoyo a la burguesía
nacional para garantizar el desarrollo de la "democracia capitalista" posponiendo la lucha por el
socialismo a un horizonte incierto. Estas tesis fueron refutadas por Lenin y Trotsky precisamente con el
triunfo de la revolución socialista en octubre de 1917, pero ahora volvían a ser desempolvadas por los
epígonos estalinistas.
Después de que el Partido Comunista Chino se disolviese en el Kuomintang, éste les pagó con la
represión y el exterminio. Lejos de sacar conclusiones, la IC profundizó en esta política y los partidos
comunistas de los países coloniales incorporaron a sus programas las alianzas con una supuesta
burguesía nacional progresista como estrategia para la "liberación nacional". Así, abandonando el
programa leninista de vincular la liberación nacional a la social se abrazaba la teoría etapista de
alcanzar primero la liberación nacional de la mano de la burguesía y aplazar la lucha por el socialismo.
La idea de la existencia de una clase capitalista progresista era tan equivocada en Indochina como
en China. Como ya hemos explicado, salvo una pequeña minoría, el grueso de los capitalistas eran los
sostenedores del orden colonial y aunque hubiesen preferido librarse de Francia, el miedo a las
reivindicaciones sociales de obreros y campesinos les echaban en brazos de la metrópoli. Sin
embargo ni Ho Chi Minh, ni el resto de la dirección se movería un ápice de las directrices marcadas
desde Moscú.
La línea de colaboración con la burguesía no era patrimonio de los partidos comunistas en los
países coloniales. También en Europa se desarrolló la estrategia del frente populismo, alianzas con
partidos burgueses en nombre de la lucha contra el fascismo. En la metrópoli el frente popular llega el
poder en 1936. La formación de este gobierno con participación del Partido Comunista francés
animaría la lucha de clases en las colonias. Sin embargo, la alianza con la burguesía va a ser una
mordaza. Al igual que en España, los socialistas y comunistas franceses aceptaron la existencia de las
colonias, claves para el mantenimiento del capitalismo francés. El ministro de las colonias francesas,
miembro del Partido Socialista lo señaló claramente: "el orden francés debe reinar en Indochina y en
todas partes". De hecho los sindicatos siguieron prohibidos en la colonia y dirigentes comunistas como
Nguyen Van Tao se pudrían en prisión .
Esta vergonzosa traición no fue contestada por el Partido Comunista Indochino. Supeditándose a
Stalin (en esos momentos aliado con el capitalismo francés e inglés) abandono las consignas "abajo el
imperialismo" o "confiscación de tierras".
La nefasta política de la IC bajo control de la burocracia estalinista y del PCI provocó el desarrollo
de una importante oposición que pronto se unió a Trotsky en su lucha internacional por recuperar las
genuinas ideas de Marx y Lenin. Esta oposición registró un importante crecimiento, especialmente
entre la clase obrera del sur, ganando al grupo comunista organizado en torno al periódico La Lutte (La
Lucha). Llegaron a ganar algunas elecciones locales y jugaron un papel crucial en la huelga general de
1938. El avance trotskista fue tan serio que Ho tuvo que llegar a acuerdos con ellos. Incluso en las
elecciones al Consejo Colonial Cochinchino (organismo con escasos poderes elegido con sufragio
restringido) tres candidatos trotskistas fueron elegidos con un 80% del voto, derrotando a los
candidatos del Partido Comunista Indochino y de la burguesía. Especialmente carismático y querido
será su dirigente Ta Thu Thau. La militancia trotskista llegará a varios miles, ganando a importantes
sectores del Partido Comunista. Este proceso será cortado con el estallido de la Segunda Guerra
Mundial que afectará decisivamente al futuro de Indochina.
En 1940 el imperialismo japonés invade Indochina. Los comunistas, diezmados por la represión
francesa anterior, no tenían fuerzas para oponerse a la maquinaria militar japonesa. Las tropas y
funcionarios coloniales van a colaborar con Japón mientras en la Francia ocupada se instala el
gobierno fascista de Petain. La represión contra el Partido Comunista Indochino y los trotskistas será
implacable. Sus dirigentes irán directamente al campo de concentración de Poulo Cóndor.
Ho Chi Minh regresará a Vietnam en 1941 para reorganizar la lucha contra Japón y por la
independencia. En mayo, formará la Liga por la Independencia de Vietnam (Vietminh), una
organización frentepopulista, dirigida por un núcleo duro de unos 3.000 comunistas, que pretende
agrupar a obreros, campesinos, capitalistas y terratenientes contra el dominio colonial.
Todo cambia en 1945. Los aliados ocupan Francia y De Gaulle, en alianza con el Partido
Comunista Francés, toma el poder. La posibilidad de acabar con el capitalismo en Francia se vuelve a
aplazar a consecuencia de la política frentepopulista del PCF, dictada en este caso tras los acuerdos
de Stalin con EEUU y Gran Bretaña sellados en Yalta. Las autoridades coloniales francesas por su
parte, establecen conversaciones secretas con el Vietminh para buscar un acuerdo que garantice la
preponderancia francesa en la región, pero Japón reacciona virulentamente y el 9 de marzo de 1945
toma el control directo de la colonia tras encarcelar a las autoridades y colonos franceses.
Ante este escenario, el Vietminh se integrará en el bloque de los aliados, al lado de Estados
Unidos, la URSS, China y Francia, y se desarrolla rápidamente, especialmente al norte, en Tonkin.
Para estimular este proceso, Francia anuncia el 24 de marzo un nuevo estatuto para Indochina cuando
sea liberada: cada uno de los países (Vietnam, Laos, Camboya) será autónomo y Francia ejercerá de
árbitro. De Gaulle, miope ante el movimiento de liberación nacional que se desarrollaba, esperaba ser
acogido como liberador cuando Japón fuese derrotado. Pero estas reformas llegan tarde y son
insuficientes. Incluso Bao-Dai el emperador títere del protectorado de Annam, reflejando la presión
popular, reclama la independencia al igual que el rey de Camboya, Sihanouk. En estos meses se va a
producir un hecho terrible. El delta del río Mekong, en el sur, constituía la reserva de arroz de Vietnam.
La utilización de todas las vías de transporte por parte del ejército japonés cerró la llegada de arroz al
norte. De los diez millones de habitantes murió un millón durante la hambruna de 1945.
El Vietminh salió enormemente fortalecido de la lucha contra la hambruna: orientando a los
campesinos contra el pago de impuestos (en 1943 suponían el equivalente a cuatro veces más de
trabajo que 1935) y el asalto de almacenes, se ganaron su confianza. Así, se dotaron de una amplia
base de masas. Desde entonces el Vietminh siempre iba a ser más fuerte en el norte.
La utilización de las armas atómicas en Hiroshima y Nagasaki aceleró la rendición de Japón. En
Indochina se produce un vacío de poder. Los únicos con capacidad para llenarlo son los comunistas.
Como ocurrió en tantas ocasiones, la guerra trajo de la mano la revolución. Las unidades del
Vietminh avanzaron hacia Hanoi y pronto, el 19 de agosto, 200.000 personas encabezadas por Ho Chi
Minh toman el palacio, el ayuntamiento, los barracones de la policía..., toman el poder.
El proceso no se dio sólo en el Norte. En el Sur, especialmente en Saigón, se extienden los
comités del pueblo (organismos similares a los sóviets), los campesinos toman las tierras y los obreros
las fábricas. La posibilidad de avanzar hacia un genuino régimen de democracia obrera está abierta,
sólo hace falta unificar los comités en un poder obrero único. En Hanoi, el 2 de septiembre, ante medio
millón de personas, Ho Chi Minh proclama la independencia. Nace la República Democrática de
Vietnam (RDVN).
Desgraciadamente, el Partido Comunista Indochino y Moscú tenían otros planes. Siguiendo sus
tesis etapistas, la dirección comunista ingresa en una coalición de partidos, el Frente Nacional Unido,
junto a partidos nacionalistas burgueses. El gobierno de la recién nacida república democrática de
Vietnam cuenta con participación del partido derechista Quoc Dan Dang y el emperador Bao-Dai es
nombrado ¡asesor político supremo!
Rápidamente la acción del gobierno se orientará a calmar la situación en el Sur. Nguyen Van Tao,
dirigente del PCI lo dice alto y claro. "Aquellos que inciten a los campesinos a tomar el control serán
severamente castigados... nuestro gobierno, repito, es un gobierno democrático y de clase media, a
pesar de que haya comunistas ahora en el poder".
En Saigón el movimiento desconfía, en agosto se celebran manifestaciones de masas. Los
trabajadores y campesinos del sur no se fían de que haya que permanecer de brazos cruzados
esperando que el Vietminh negocie la independencia con los franceses. Los trotskistas participan con
pancartas que rezan: "armas para el pueblo", "formación de comités populares", "fábricas bajo control
obrero", "tierra para los campesinos". Ngo Van Xuyet, dirigente trotskista, describe la situación: "de
este primer despertar de las masas, que habían estado siempre ‘atadas y amordazadas’, emanaba
una tensión eléctrica en medio de una calma inusual, la calma que precede a la tormenta. (...) Pero
Roosevelt, Churchill y Stalin habían decidido nuestro destino en Yalta y Postdam. No iban a lanzar
nuestros cuerpos y nuestras almas a un futuro en el que no había mañana. Ante la inminente llegada
de las tropas británicas, y ante la amenaza del retorno del viejo régimen colonial (el general Cedile,
enviado especial de la ‘nueva Francia’ ya estaba en el palacio de Saigón de gobernador general),
todos decidimos buscar y conseguir armas; todos vivíamos en la misma atmósfera eléctrica" (Jonathan
Neale, La otra historia de la guerra de Vietnam, pág. 37)*.
Efectivamente la clase obrera creó milicias para defender la revolución. En Saigón se formó la
guardia obrera dirigida por los trotskistas. La respuesta del PCI fue clara y amenazante: "aquellos que
inciten al pueblo a tomar las armas serán considerados provocadores y saboteadores, enemigos de la
independencia nacional (...) nuestras libertades democráticas están garantizadas por nuestros aliados
democráticos". Pero ¿quiénes eran estos supuestos aliados democráticos? La ceguera política de la
dirección del Vietminh se convierte en un obstáculo decisivo para el avance de la revolución. Pensar
que Estados Unidos o Gran Bretaña iban a ayudarles en su lucha contra Francia era tanto como no
entender nada.
Evidentemente, en 1945 Francia era más importante que Vietnam para Estados Unidos. De Gaulle
planteó al embajador americano: "¿A dónde queréis llegar? ¿Queréis que nos convirtamos, por
ejemplo, en uno de los Estados federados bajo la égida rusa? Los rusos están avanzando deprisa,
como bien sabéis. Cuando caiga Alemania, estarán sobre nosotros. Si la gente de aquí se da cuenta
de que estáis en contra de nosotros en Indochina, la decepción será mayúscula, y nadie sabe qué
consecuencias puede tener" (Ibíd., pág. 135).
Para poner la guinda al pastel, Stalin estaba de acuerdo en que Indochina siguiera siendo
francesa. Meses antes, el mundo ya había sido dividido entre la burocracia soviética y el imperialismo.
Como Francia no tenía tropas ni recursos, se habían puesto de acuerdo en que tropas inglesas
tomarían el sur a los japoneses y China jugaría el mismo papel en el norte de Vietnam.
La dirección del PCI, bajo la presión de Moscú, aceptó estos planes. Así pues, cuando el 12 de
septiembre comenzaron a llegar las tropas británicas (en su mayoría gurkas nepalíes) bajo el mando
del general Gracey, el Vietminh organizó la recepción cediendo sus locales al ejército imperialista
británico con la consigna "bienvenidos los aliados". Por cierto, un ejército enviado, no por el
conservador Churchill, sino por el nuevo gobierno laborista.
En esta atmósfera de confraternización con las tropas imperialistas, los comités del pueblo
aumentan sus recelos y denuncian esta colaboración. El 14 de septiembre, el jefe de la policía del
Vietminh, simpatizante del Partido Comunista de Indochina reprime la reunión donde se celebraba la
asamblea de comités y detiene a sus dirigentes. ¡La política de colaboración con la burguesía nacional
había dado paso a la colaboración con la burguesía imperialista!
Pese a todo, Saigón se levanta contra los ocupantes. El día 22 las tropas británicas habían
ocupado los edificios principales, entre ellos la cárcel, donde liberan a los franceses y declaran la ley
marcial. Inmediatamente detienen al gobierno vietnamita y arrestan a sus líderes. Cínicamente el
general Gracey señala: "a mi llegada, el Vietminh me dio la bienvenida, rápidamente le di una patada".
Muchos comunistas, descontentos con su dirección, se unen a los trotskistas y controlan los suburbios
obreros durante varios días. Los británicos tienen que recurrir a los soldados japoneses prisioneros
para sofocar la sublevación. El ambiente es tremendo: muchos soldados rasos japoneses se niegan a
intervenir y se pasan a los sublevados. Las tropas británicas, mayoritariamente indios y nepalíes
podrían haber sido contagiadas. Sin embargo, la dirección Vietminh negocia un alto el fuego en
octubre. En un nuevo ejemplo de ceguera política, dan orden de no atacar a británicos y japoneses,
sólo a los franceses. Finalmente la insurrección es aplastada, y también el sueño de independencia
que apenas había durado un mes. La represión es brutal, oficialmente 2.700 muertos vietnamitas, en la
realidad muchos más.
El Vietminh se retira hacia sus posiciones fuertes en el norte. También los trotskistas de La Lutte
se preparan para continuar la acción militar contra los franceses. Una nueva página negra del
estalinismo se va a escribir. La experiencia de Saigón convence a los líderes del PCI, hostigados por la
burocracia de Moscú, de la necesidad de eliminar a la oposición trotskista. Ho Chi Minh crea las
llamadas "brigadas honorables", cuya labor será asesinar a los dirigentes trotskistas, muchos de ellos
recién liberados del campo de concentración japonés de Poulo Cóndor. Entre los asesinados se
encuentran Tran Van Thach y Ta Thu Thau. Éste se hallaba en el norte. Fue juzgado tres veces por los
comités del pueblo. Su popularidad era tan grande que en las tres ocasiones fue liberado. El jefe del
Vietminh en el sur, Tran Van Giau, da finalmente orden de asesinarle. La vileza de éstos crímenes
continuó hasta años después. En 1946, Ho Chi Minh, ante las preguntas de Daniel Guerin en París,
responderá cínicamente: "Thau fue un gran patriota y debemos llorarle... todos los que no sigan la
línea que he trazado serán descartados"*.
Una vez que las tropas francesas restablecieron el orden colonial sobre Cochinchina, el sur de
Laos, y el sur de Annam, el Vietminh se lanzó a la lucha guerrillera. En el norte, las tropas chinas
mantenían una convivencia forzada con el Vietminh, a la espera de poder sustituir a Ho Chi Minh por
dirigentes burgueses prochinos. En este período un nuevo giro nacionalista y hacia la derecha se
produce en la dirección estalinista. El 11 de noviembre de 1945 en el órgano de expresión del
Vietminh, el diario La República de Hanoi, se podía leer: "Queriendo demostrar que los comunistas, en
su condición de militantes de vanguardia de la raza, son siempre capaces de sufrir los mayores
sacrificios por la liberación nacional, y están dispuestos a poner los intereses de la patria por encima
de los de su clase y a sacrificar los intereses de su partido para servir a los de su raza; (...) a fin de
eliminar cualquier malentendido en el interior y en el exterior que pueda poner trabas a la liberación de
nuestro país; el comité ejecutivo central del Partido Comunista Indochino, reunido en sesión el 11 de
noviembre de 1945 ha decidido la voluntaria disolución del Partido Comunista Indochino" (Jean
Lacouture, Los comunistas en el mundo asiático. En Historia General del Socialismo; de 1945 a
nuestros días, Tomo 1, pág. 201).
Mientras, Francia animada por sus éxitos militares trataba de hacer algunas maniobras tramposas
que consolidasen su dominio. En enero de 1946, concede la autonomía a la Camboya del rey
Shihanouk y da un nuevo estatuto político a Cochinchina, la zona económica decisiva por su caucho,
arroz y comercio. También, con el objetivo de volver al norte, controlado por los chinos y el Vietminh,
Francia alcanza en febrero un acuerdo con la China de Chiang Kai-shek para sustituir sus tropas por
soldados franceses. Increíblemente Ho Chi Minh acepta todas estas maniobras de los imperialistas
galos. Harto de los abusos chinos en el norte considera que lo mejor es negociar con los franceses
para librarse de ellos. El 6 de marzo de 1946 se llega al acuerdo con el general Leclerc. A cambio de la
entrada de tropas francesas en el norte se reconocía la República de Vietnam como "estado libre" que
formaba parte de la Federación Indochina y por supuesto de la Unión Francesa.
Sobre el destino para el nuevo estatuto de Cochinchina, Francia se comprometía a hacer un
referéndum sobre su futura unidad o no con el "Estado libre". En realidad era un triunfo diplomático
francés, alejaba a los chinos del norte y aunque, no proclamada solemnemente, su autoridad se
aceptaba en toda Indochina.
¿Como era posible que Ho Chi Minh y el Vietminh aceptasen semejante claudicación? La
respuesta sólo podía venir de fuera de Vietnam. Efectivamente, Moscú había dado el visto bueno a las
negociaciones. Fiel a sus compromisos para el reparto del mundo los partidos comunistas bajo su
influencia no debían suponer ningún obstáculo en los acuerdos geoestratégicos de la burocracia
estalinista. Para empezar en la propia Europa occidental. En Francia había un gobierno de
concentración nacional apoyado por el PCF con ministros comunistas. Ministros que en aras de la
estabilidad capitalista aceptaban el colonialismo y daban el plácet a los acuerdos que mantenían a
Francia como potencia imperialista. Un informe del Partido Comunista Francés aconsejaba a los
comunistas vietnamitas que se asegurasen que su lucha "cumplía con los requisitos de la política
soviética" advirtiendo que aventuras prematuras "podrían no estar en la línea de las perspectivas
soviéticas". El viceprimer ministro francés y dirigente del PCF, Thorez, resaltó: "El PCF, en ninguna
circunstancia deseaba que se le considerase el liquidador final de la posición francesa en Indochina y
deseaba ardientemente ver la bandera francesa en todos los rincones de la Unión Francesa" (Jim
Hesman, Vietnam 1945, la revolución descarrilada). Lo mismo ocurrió en Italia cuando el PCI,
siguiendo directrices de Moscú, renunció a tomar el poder.
Sin embargo, a pesar de la tremenda degeneración política de sus direcciones estalinistas, estos
partidos representaban a la clase obrera y este tipo de componendas contra natura estaban llamadas
a romperse. En primer lugar en Vietnam, donde los acuerdos de marzo de 1946 fueron duramente
contestados. Ho Chi Minh fue acusado incluso por los nacionalistas de derechas de "vender la patria a
sus camaradas comunistas franceses". En una reunión de masas en Hanoi, Ho Chi Minh tuvo que
declarar: "juro que no os hemos vendido a los franceses". A pesar de los esfuerzos de Ho, que en
septiembre ratificó y desarrolló el acuerdo de marzo, este no tardó en saltar por los aires.
En 1945 y 1946 los parlamentarios del PCF votaron a favor de los presupuestos con una partida
especial para las tropas en Vietnam. Además de la oposición interna en el Vietminh, un sector
importante entre los franceses de Indochina veía con desconfianza los acuerdos. La burguesía colonial
y local era consciente de que por muy moderados que fuesen los dirigentes del Vietminh podían ser
desbordados por sus seguidores. Además, parecía evidente que de celebrarse un referéndum en
Cochinchina, sería ganado mayoritariamente por los partidarios de unir todo Vietnam. Entre tensiones
continuas, los franceses violaron el acuerdo después de no lograr dividir al gobierno Vietminh. En
noviembre de 1946 las tropas francesas bombardearon el puerto de Haiphong asesinando a 6.000
personas según cifras oficiales. Mientras Ho Chi Minh solicita patéticamente la ayuda de las potencias
aliadas y del Papa, el PCF en Francia felicita al ejército francés por los bombardeos. Tres semanas
después, el 19 de diciembre, el Vietminh contraatacará en Hanoi intentando expulsar a las tropas
francesas.
El imperialismo francés expulsará al gobierno vietminh de Hanoi. Quedan por delante siete años
de guerra de guerrillas. El Vietminh, reducido en un primer momento a un gobierno fantasma, vagando
por las regiones altas y medias del país, va a ir ensanchando sus apoyos con cada vez más
guerrilleros bajo su control y a partir de 1950 contando con importantes unidades de combate. En
enero de ese año el ejército popular chino de Mao, tras derrotar a Chiang Kai-shek, alcanzaba la
frontera con Vietnam. La guerra contra los franceses iba a cambiar de rumbo.
Hacia 1947 el ejército francés integrado por 75.000 hombres controlaba las grandes ciudades de
Annam y Tonkin. Mientras trataba de machacar a los guerrilleros, Francia buscaba un interlocutor con
el que montar un gobierne títere vietnamita que combatiese a los comunistas. Socialistas y comunistas
franceses recelaban de las implicaciones de esa vía y preferían volver a negociar con Ho Chi Minh.
Finalmente la burguesía francesa impuso la línea dura, rechazando todos los llamados de Ho Chi Minh
a negociar y consiguió en el viejo emperador de Annam, Bao-Dai, el títere que buscaba, ¡Sí, el mismo
individuo que Ho había nombrado como su asesor político en 1945!
Cercados por la lógica imperialista, Ho y el Vietminh van a sacar conclusiones de la nueva
situación. Se trata de resistir, continuar la guerra para desgastar al gobierno francés en el interior de la
metrópoli. Tras varios meses de negociaciones entre Bao-Dai y Francia, aquel accedió finalmente a la
farsa propuesta. En junio de 1948 se firmó un primer acuerdo que se cerró definitivamente en abril de
1949. Se reconocía la unidad de Cochinchina, Annam y Tonkin en un solo Vietnam. Se creaba la
República de Vietnam, gobernada por el emperador Bao-Dai (sin duda una curiosa república, a cuyo
frente se situó el monarca), como un Estado títere del imperialismo francés cuyo único objetivo era
tratar de dotar de una base autóctona a la lucha contra el comunismo, la verdadera preocupación del
imperialismo francés y norteamericano. Cuando se crea este falso Vietnam independiente la gran
preocupación para las potencias occidentales se llama Mao. Shangai había caído en abril y Chiang
Kai-shek se ha refugiado en Taiwán. El objetivo es evitar que el avance comunista se propague en
Vietnam y que el Vietminh pueda recibir apoyo chino.
La nueva República de Vietnam, al igual que los Estados asociados de Camboya y Laos se
enmarcaban dentro de la Unión francesa bajo el concepto de soberanía limitada. Todos los intentos de
Bao-Dai y el ejército francés, apoyados desde junio de 1950 por Estados Unidos, de estabilizar la
situación política en el país se estrellaron contra la voluntad de resistencia del pueblo vietnamita.
El gobierno de la República Democrática de Vietnam controlado por el Vietminh, fue consolidando
los territorios bajo su control. Las circunstancias habían empujado a Ho hacia la izquierda. Los hechos,
siempre tercos, habían demostrado lo absurdo de tener como aliados a los terratenientes y la
burguesía "patriótica". Esta no había dudado en pasarse a Francia ante el miedo al comunismo. La
base de masas del Vietminh y del recién formado Lao Dang (Partido del Trabajo Vietnamita), a
diferencia de épocas anteriores cuando eran mayoritarias las capas medias y los intelectuales, está
cada vez más formada por campesinos sin tierra y trabajadores. El Vietminh aplicará la reforma agraria
en las zonas que controla. Así, posiblemente sin ser plenamente consciente de ello, estaban sentando
bases firmes para derrotar al imperialismo occidental. El partido organizaba a los campesinos sin tierra
para llevar a los terratenientes ante reuniones del pueblo, humillarles y hacerles pedir perdón y por
supuesto confiscarles las tierras. El poder del viejo orden en las zonas rurales se había roto
definitivamente en el norte. Se había solidificado de forma definitiva la alianza entre los oprimidos, el
Vietminh y Ho Chi Minh.
A principios de los 50, el gobierno de la RDVN controlaba la Alta Región de Tonkin, el Than Hoa al
norte, amplias zonas en el centro del país e incluso zonas de la Cochinchina en el extremo sur.
Además, el 16 de enero de 1950 recibió el reconocimiento de la China comunista y el 30 el de la URSS
y los países de Europa del Este. A estas alturas el PCF también muestra su apoyo. De Gaulle, tras
utilizar a los comunistas para estabilizar la nueva Francia capitalista que surgió tras la Segunda Guerra
Mundial, les agradeció sus servicios con una patada en el culo, expulsándoles del gobierno.
Desde 1950, el Vietminh, que hasta entonces había estado a la defensiva, va a pasar a la ofensiva
contra el ejército colonial. En las zonas que controla va a conseguir, en siete años, la erradicación casi
plena del analfabetismo; consigue que el 50% de las tierras cultivadas produzcan en régimen de
cooperativas y se inicia un cierto proceso de industrialización. Una parte de las armas ligeras utilizadas
por los guerrilleros serán producidas en sus fábricas.
A principios de 1954, el mítico general comunista Giap cuenta con 6 divisiones y 40 batallones
dotados de eficaz y moderno armamento. Además, el Vietminh desarrolla una importante política hacia
el exterior que le dota de la simpatía de buena parte del movimiento obrero mundial.
El poder colonial francés cada vez lo tenía peor. Contaba con 120.000 soldados europeos y
africanos y con unas pocas decenas de miles de soldados vietnamitas. Trataba de formar un ejército
con estos últimos, pero era incapaz de resolver una pequeña contradicción. ¿Qué vietnamita iba a
querer morir por los intereses franceses? El germen de un nacionalismo anticomunista, pero cada vez
más antifrancés se incubaba en la propia administración de Bao-Dai. Estos sectores pronto van a mirar
hacia EEUU, que a estas alturas está sufragando el 80% del esfuerzo bélico francés.
En cualquier caso, el otro quebradero de cabeza del colonialismo estaba en el interior de la
metrópoli. La opinión pública francesa cada vez encontraba menos sentido a esta guerra. Cuando la
propia Federación Indochina, símbolo del viejo imperio, había sido formalmente desmantelada en
octubre de 1950, nadie entendía ya para qué ir a combatir a 10.000 kilómetros a defender un régimen
impopular. El gobierno Bao-Dai era percibido como lo que era, un gobierno corrupto, que ni siquiera
había convocado unas elecciones, y donde cualquier mínima reivindicación democrática era
duramente reprimida. Los propios nacionalistas vietnamitas de derechas querían acabar con Bao-Dai,
convencidos de que su gobierno era ineficaz y un obstáculo para derrotar al Vietminh.
El gobierno francés, sabedor de esta coyuntura y temeroso de que el triunfo de estos sectores
llevase aparejado la pérdida de su dominio en beneficio de EEUU, comenzó a pensar en negociar una
paz honrosa y quitarse de encima la patata caliente. Estos planes se aceleran desde que en 1952 su
ejército va de retroceso en retroceso frente al empuje guerrillero.
De hecho ya se había visto obligado a conceder la independencia a Camboya a finales de 1953.
Sin embargo, como siempre ocurre en la tradición militar de las potencias imperialistas, la clase
dominante francesa pensó que una paz digna debía venir de una posición fuerte en el tablero militar.
En éste, las cosas iban mal y fueron peor. Incluso en Laos había progresado el Vietminh. En algunas
zonas se había implantado un régimen similar al suyo, el Pathet Lao.
Francia no quería negociar directamente con Ho Chi Min. Quería el marco de una conferencia
internacional donde Moscú pudiera moderar a éste. Confiaba en que a cambio de concesiones
económicas, China y la URSS convencieran a Ho para llegar a un acuerdo con Bao-Dai.
A la vez que renunciaba a un encuentro bilateral, el ejército francés organizó una operación militar
con el objetivo de cerrar Laos a las tropas Vietminh. Esperaban dar una lección a las tropas del
entonces ministro de Defensa de la RDVN, el general Giap. Los franceses atrincheraron 18.000
hombres en el campamento montañoso de Dien-Bien-Phu. El plan era sencillo; atraer al enemigo,
derrotarlo y cortar definitivamente su expansión a Laos. Pero el gato se convirtió en ratón. Giap movió
astutamente 33 batallones de infantería, 6 regimientos de artillería y uno de ingenieros. Sin darse
cuenta los franceses estaban rodeados por 50.000 guerrilleros, además de otros 20.000 repartidos a lo
largo de las líneas de comunicación. El 13 de marzo de 1954 comenzó el asalto. Los franceses
aguantaron durante dos meses, pero el 7 de mayo se consumaba el desastre; rendición incondicional.
Un testigo presencial de la batalla lo describió así: "Salían correctamente formados, hombres con la
mejor disciplina de Saint-Cyr. Incluso sus botas relucían al brillo del Sol, como indican las ordenanzas.
No se alteraban sus formaciones con la marcha. Las armas automáticas respondían al catálogo de
última hora en el mercado. Parecía un ejército al que había de pasar revista un general recién llegado.
Después, se hicieron cargo de la plaza los vencedores: eran hombres desarrapados. Casi desnudos.
Sucios, por supuesto. La suciedad era su único signo de uniformidad. Hombres famélicos, con armas
inconcebibles. Nadie podía imaginar que estos, y no los perfectamente disciplinados hombres de
Francia, eran los vencedores" (Pablo J. de Irazazábal, USA: El síndrome de Vietnam, pág. 10).
La historia cambiaba definitivamente. Un ejército de campesinos en alpargatas derrotaba a una de
las primeras potencias occidentales, representada por algunas de las brigadas más laureadas durante
la segunda guerra mundial. El sacrificio heroico del pueblo vietnamita y su tenacidad en la lucha se
convirtió en una fuerza imparable. 20 años después se repetirían las mismas escenas.
Las negociaciones para la paz habían comenzado en Ginebra en abril de 1954. Además de
Francia y los tres Estados indochinos (Laos, Camboya y Vietnam, éste con delegaciones de Bao-Dai y
el Vietminh) participaron EEUU, la URSS, China y Gran Bretaña. Las noticias que llegaron de Dien-
Bien-Phu aceleraron todo el proceso. El resultado de esta batalla reforzaba seriamente la posición del
Vietminh en la mesa negociadora. El único punto de apoyo que le quedaba a Francia y Bao-Dai era
agitar con el espectro de una intervención militar norteamericana. Los acontecimientos previos a Dien-
Bien-Phu habían desatado la fiebre intervencionista en Washington. El almirante Radford, jefe de la
Junta de Jefes del Estado Mayor, propuso el envío de aviones para tirar bombas atómicas contra el
Vietminh. Ante la requisición de que esto podría provocar la respuesta china, el mismo almirante
contestó que se haría lo mismo sobre Pekín. Fue en esas fechas cuando el secretario de Estado, John
Foster Dulles, creó la llamada teoría del dominó, que el presidente Eisenhower hizo suya el 7 de abril:
"Si cae Indochina, caerán Birmania, Tailandia, Malasia e Indonesia; la India será sitiada por el
comunismo y amenazadas Australia, Japón, Nueva Zelanda, Filipinas y Formosa (Taiwán)". Nixon, su
vicepresidente, le ratificó: "si los franceses se retiran de Indochina, EEUU se verá obligado a enviar
tropas" (Íbid., pág. 8).
China y la URSS no querían más problemas con el imperialismo norteamericano. La antileninista
teoría de la "coexistencia pacífica" empezaba a perfilarse. Era la enésima teorización para justificar el
abandono de la extensión de la revolución socialista y se podría resumir como "tú no te metas en mi
casa y yo no me meteré en la tuya". EEUU, la URSS y China acababan de llegar a un acuerdo para la
partición de Corea tras tres años de guerra y no querían que el asunto vietnamita lo entorpeciera. Así
pues, presionaron al Vietminh para que llegase a un acuerdo con Francia.
Como ocurrió en 1945, la política de los dirigentes estalinistas chinos y soviéticos estaba
induciendo al Vietminh a perder una oportunidad histórica. Tras Dien-Bien-Phu era el momento de
pasar a la ofensiva y alcanzar la independencia a través de la liquidación del capitalismo en todo
Vietnam estableciendo el poder de los obreros y campesinos. Francia estaba en crisis, el desastre
militar había provocado la caída del gobierno Laniel y elecciones anticipadas. En la colonia la
desmoralización aumentaba. El Vietminh contaba con 60.000 activistas en el Sur. En realidad, ya nadie
ponía en duda que Vietnam sería independiente, el debate era si sería o no comunista. El propio
Eisenhower reconocería más tarde "jamás he hablado ni me he carteado con nadie con un mínimo de
conocimiento de los temas indochinos que no creyera que si las elecciones se hubieran celebrado
durante los combates, posiblemente el 80% de la población hubiera votado a Ho Chi Minh" (Jonathan
Neale, Op. Cit., pág. 43).
Finalmente, el 21 de julio se acordó el cese de las hostilidades en todos los frentes: las fuerzas de
la RDVN evacuarían Laos y Camboya y en Vietnam las tropas de la RDVN y de la Unión Francesa se
reagruparían a ambos lados del paralelo 17. En el plano político se proclamaba por primera vez a
escala internacional la unidad e independencia de Vietnam. El paralelo 17 no se constituía
formalmente como frontera, aunque el mando de la zona norte quedaba en manos de la RDVN y el de
la zona sur en manos de la Unión Francesa. Ambas zonas harían consultas a partir de 1955 para que
antes de julio de 1956 hubiese elecciones generales de las que saliera un gobierno para todo Vietnam.
EEUU no se adhirió a estos acuerdos si bien señaló cínicamente que no los entorpecería.
Posteriormente se supo que el 29 de septiembre, Francia y EEUU firmaron en Washington un
acuerdo secreto por el que se comprometían a apoyar un gobierno fuerte anticomunista en el Sur. En
la práctica dos cosas quedaban claras pese a lo firmado: una era la definitiva salida de Francia de
Vietnam; la otra, la división fraudulenta de Vietnam en dos países distintos para mantener la influencia
imperialista. Una estrategia que los imperialistas franceses y británicos habían adoptado
recurrentemente en Asia Central, China, Oriente Medio y África ante el avance de la lucha de
liberación nacional en sus colonias.
En octubre de 1954, tras siete años de lucha en la selva, el gobierno de Ho Chi Minh volvía a
instalarse en Hanoi. La dirección estalinista del Vietminh, a pesar de los errores ya analizados, había
ganado la guerra, pero sin embargo había perdido la paz. Después de nueve años de guerra y un
millón de muertos se volvía casi al punto de partida de 1945. El imperialismo seguía presente, el
sufrimiento del pueblo vietnamita no había terminado. Es cierto que los franceses habían sido
expulsados, pero como había señalado el presidente Nixon, era la hora de los norteamericanos.
segunda parte
La política imperialista dividió el cuerpo vivo de Vietnam. Estaban naciendo dos países
irreconciliables, al sur del paralelo 17 una dictadura capitalista baluarte de los intereses imperialistas
en la zona. Al norte, un régimen que había roto con el capitalismo, con una economía planificada, que
a pesar de haberse creado a imagen y semejanza de los regímenes burocráticos imperantes en la
URSS y China, se había ganado el derecho de ser un referente para los trabajadores y campesinos del
sur y del conjunto de la zona. Esta contradicción entre los dos sistemas, difícilmente soluble, tardaría
veinte años en ser definitivamente resuelta.
Tras los acuerdos de Ginebra, conforme a lo previsto, el ejército Vietminh se retiró de Camboya y
en Vietnam y Laos cada parte se reagrupó en las zonas asignadas.
En el Sur, Bao-Dai era un títere quemado. La inutilidad y corrupción de su gobierno le había
enfrentado con su propia base social. El influjo francés también estaba finiquitado. Un sector de la
burguesía y terratenientes consideraban Ginebra una claudicación ante los comunistas y confiaban
sólo en los EEUU para volver a poner las cosas en su sitio. Por otra parte los imperialistas de EEUU
buscaban un hombre de su entera confianza para manejar el país, y lo encontraron en la figura del
primer ministro Diem. En octubre Washington decidió concederle ayuda directa, pasando por encima
de Francia.
El ejército survietnamita, amenazado con el corte de créditos si no apoyaba a Diem, decidió
abandonar a Bao-Dai y la línea profrancesa. Finalmente la propia Francia enfrentada a la insurrección
argelina decidió retirar las tropas que le quedaban en el Sur. De esta manera, los norteamericanos se
hacían con el control total del Sur. Francia y Bao-Dai no eran eficaces en la lucha anticomunista. La
lucha la debían protagonizar ellos y el Sudeste Asiático les pertenecía: en septiembre de 1954 los
norteamericanos impulsan la creación de la Organización del Tratado del Sudeste Asiático, un
equivalente regional de la OTAN, al que se adhirieron Australia, Nueva Zelanda, Tailandia, Filipinas y
Pakistán, cuyo objetivo era apuntalar la dominación capitalista amenazada por el avance de la
revolución.
El supuestamente nacionalista antifrancés Diem se convirtió rápidamente en un títere de la gran
superpotencia. Este hecho ponía en evidencia una vez más que no hay liberación nacional real sobre
bases capitalistas. La burguesía nacional de los países ex coloniales es una clase débil y dependiente,
totalmente subordinada al imperialismo. Plantear cualquier alianza política con ellos es una postura
antimarxista condenada de antemano al fracaso.
Apoyado por los americanos, Diem consolidó su poder. Se hizo una base social entre los
empresarios urbanos (mayoritariamente chinos) y, sobre todo, los 900.000 refugiados que procedentes
del Norte habían llegado al Sur tras los acuerdos de Ginebra. En su mayoría eran católicos como
Diem, gentes que habían colaborado con la administración colonial.
En octubre de 1955 Diem organizó un referéndum de dudosa limpieza para expulsar al emperador
Bao-Dai. El 26 de octubre se proclamaba la nueva república que inmediatamente fue reconocida por
Washington, París y Londres. Animado por esto convocó elecciones a una Asamblea Nacional que
ganó sin mucha oposición y con evidente manipulación. La primera decisión de dicha Asamblea fue
repudiar los acuerdos de Ginebra sobre elecciones libres que debían realizarse en julio de 1956 en las
dos zonas de Vietnam. Evidentemente sabían que esas elecciones las ganaría Ho Chi Minh.
Como en toda dictadura que se precie, en las elecciones de marzo de 1956 sólo se podían
presentar partidos anticomunistas. Aún así seis parlamentarios de izquierdas fueron elegidos. Uno se
titulaba representante de la oposición. Tomó posesión de su escaño pero rápidamente fue
encarcelado. Los americanos confiaban que con su ayuda económica, reorganizando un fuerte ejército
y una poderosa policía podrían estabilizar a Diem como a Syngman Rhee en Corea del Sur.
Sin embargo algo fallaba en la ecuación. Los campesinos y trabajadores survietnamitas odiaban al
nuevo régimen. No habían combatido siete años contra los franceses para que el viejo dominio de los
terratenientes volviese. Durante la guerra en las zonas del Sur controladas por el Vietminh si bien no
se había procedido a una reforma agraria integral, sí se habían suavizado los impuestos y de las
tierras comunales se habían alquilado muchas más hectáreas a los campesinos pobres que a los
terratenientes.
Con el gobierno de Diem se volvió a la vieja explotación. Es verdad que los asesores americanos
le recomendaron realizar una reforma agraria para aliviar la tensión social, una estrategia aplicada con
cierto éxito en Japón, Corea y Filipinas. Sin embargo en Vietnam del Sur los vietnamitas que apoyaban
al gobierno basaban su riqueza en la tierra. La burguesía industrial solía ser francesa o china y en todo
caso la de base vietnamita era al mismo tiempo terrateniente y no estaba dispuesta a perder sus
tierras. Hubo siete planes de reforma agraria y todos fueron una farsa. Los propios servicios de
información americanos lo reconocían: "Diem, en vez de redistribuir la tierra a los pobres ha revertido a
favor de los terratenientes. El 15% de la población posee un 75% del suelo". Además, el trigo en pocos
años perdió un 30% de su valor.
La represión anticomunista se hizo asfixiante. Todos aquellos que se movilizaron exigiendo las
elecciones previstas en Ginebra fueron encarcelados. Se calcula en unos 100.000 los detenidos y en
unos 12.000 los ejecutados. Por ejemplo en la provincia de Tay Ninh el 90% de las células comunistas
habían sido aniquiladas para finales de 1956.
Los comunistas de los pueblos del sur empezaron a presionar a sus dirigentes para reanudar la
lucha, pero la respuesta era siempre negativa. La línea estratégica general venía marcada por la
coexistencia pacífica. Pero Diem les ofrecía cárcel y muerte, no pacifismo. La paciencia se estaba
acabando, también la sumisión a la línea oficial de Hanoi.
Ho Chi Minh intentó repetidas veces que la situación no estallase, y en 1958 ofreció por dos veces
conversaciones a Saigón para normalizar relaciones entre los dos Estados.
Finalmente la situación se hizo insostenible en el Sur. Le Van Chan, cuadro comunista del Sur
describe muy bien cual era el panorama: "...a finales de 1959, cuando si no tenías una pistola no
podías mantener la cabeza sobre los hombros (...) los miembros del Partido no podían encontrar
resguardo y seguridad en ningún lugar. Casi todos fueron encarcelados o asesinados (...) los comités
de algunos pueblos, que habían tenido entre 400 y 500 miembros durante la resistencia antifrancesa y
100 o 200 en 1954, se quedaron con 10, e incluso esos 10 tuvieron que irse a la selva para sobrevivir.
Ante tal actividad del gobierno Diem, la demanda de actividad armada por parte de los miembros del
Partido crecía cada día (...) los miembros del Partido sentían que ya no era posible hablar de lucha
política mientras se enfrentaban a las balas del gobierno. Y sin embargo, a pesar de la amargura que
había en el partido y de la rabia hacia el Comité Central, el Comité Regional, el Comité de Zona y el
Comité Local, los miembros del Partido no fueron capaces de romper con la organización que los
estaba asesinando. (...) No obstante, algunos individuos (jóvenes que se acababan de alistar) se
enfadaron tanto que cogieron las armas que el Partido había escondido y salieron de la selva para
matar a los funcionarios que les estaban haciendo la vida imposible a ellos o a sus familias (...)
Algunos de esos individuos sentían tanta rabia que se dejaban capturar sólo para mostrarle al partido
su resentimiento" (Ibíd., pág. 50).
La presión hacia el partido en el Norte cada vez va a ser mayor. El asesinato de los agentes
gubernamentales de Diem fue aumentando mes a mes, como señala el mismo Van Chan: "El Comité
Central seguía defendiendo la lucha política. Si la hubieran mantenido ¿dónde hubieran encontrado los
cuadros para llevarla adelante?".
Desde marzo de 1958 los antiguos guerrilleros que no se habían trasladado al Norte después de
Ginebra empezaron a reagruparse y organizar algunos núcleos de combate.
El III Congreso del Lao Dong (Partido del Trabajo) se reunió en Hanoi en septiembre de 1959. Le
Duan, uno de sus dirigentes, había estado de gira por el Sur. A su regreso solicitó al Congreso ayuda
para los guerrilleros de Cochinchina. El Congreso se clausuró con la decisión de hacer de la
"liberación del Sur" una tarea tan importante como la "construcción del socialismo en el Norte". Le
Duan, el abogado defensor de los guerrilleros del Sur, fue elegido Secretario General. Con seis años
de retraso, el cambio de estrategia estaba decidido.
Durante las celebraciones del año nuevo vietnamita en enero de 1960, los guerrilleros lanzaron
una ofensiva en toda regla para aniquilar a la policía secreta y a los jefes locales. En el delta del
Mekong, en la provincia de Ben Tre, se organizó un genuino levantamiento popular a modo de prueba.
El historiador Gabriel Koldo señala: "Masas prácticamente desarmadas tomaron en poco tiempo gran
parte de la provincia; la tierra fue distribuida durante la revuelta. La fórmula funcionó en todas partes, y
pronto dio al Partido una amplia presencia y poder a pesar de la capacidad del ARVN (el ejército de la
República de Diem) de recuperar rápidamente los edificios públicos. En pocos meses el poder cambió
de manos en Vietnam".
El ejemplo de Ben Tre se extendió como la pólvora. El campesino pobre volvía a tener un
referente en quien confiar. La fase definitiva de la guerra por la liberación nacional y social había
comenzado.
La preocupación aumentaba en Saigón y Washington. La efervescencia política crecía en el Sur.
Un sector de la burguesía pidió la liberalización y democratización del régimen: se daban cuenta de
que la represión radicalizaba la insurrección. El 11 de noviembre de 1960, una semana después de la
elección de Kennedy, estos sectores organizaron un golpe de estado fallido. Diem empezaba a ser una
pieza molesta y prescindible para el imperialismo norteamericano.
Además de la inestabilidad en Vietnam del Sur, en Laos se complicaba la situación. Desde
Ginebra gobernaba en el país una coalición de la derecha con el ejército del Vietminh en aquel país, el
Pathet Lao (Frente Patriótico). La derecha tomó el poder y quiso liquidar al Pathet. Estos reanudaron la
lucha armada. Un nuevo foco de preocupación para Washington. Tras golpes y contragolpes, la guerra
civil era un hecho en Laos.
El 20 de diciembre de 1960 en la selva de V. Minh, extremo sur de la zona sur, se creó el Frente
Nacional de Liberación de Vietnam del Sur (FNL). Su programa abogaba por sustituir a Diem por un
régimen democrático que llevase una política de independencia y no alineamiento y que tendiese a
reunificar la patria. Un programa moderado que no contemplaba el socialismo. Una semana después
Ho Chi Minh daba la orden de crear una vía a través de cordilleras y selvas para abastecer al Sur. El
Vietminh pasa a llamarse VietCong, ya que Cong tenía un significado ambiguo, se utilizaba para hablar
tanto de comunidad, en general, como de comunismo en particular.
A pesar de su programa moderado y etapista, que parecía un calco del de Ho en los años 40, la
realidad obligaba al FNL a aplicar una política revolucionaria en las zonas que controlaba. La fusión de
la lucha por la unidad nacional con la lucha anticapitalista se convertiría en una fuerza que nadie
podría detener.
Un analista del gobierno de EEUU, Douglas Pike, en su libro VietCong, señalaba lo siguiente: "En
los 2.561 pueblos de Vietnam del Sur, el Frente Nacional de Liberación creó una multitud de
organizaciones sociopolíticas de nivel nacional en un país donde las organizaciones de masas eran
casi inexistentes. Aparte del FNL, nunca había existido un partido político de masas en Vietnam del
Sur (...) Lo que más me llamó la atención del FNL fue su sentido integral: primero como revolución
social, y luego como guerra. El objetivo de este vasto esfuerzo de organización era reestructurar el
orden social de las aldeas e instruirlas para controlarse a sí mismas" (citado en Howard Zinn, La otra
historia de los EEUU, pág. 425).
En los tres primeros meses de 1961, Kennedy mandó hacer un examen del régimen de Diem. Lo
que el informe señalaba era muy significativo: en 1960 los comunistas habían destruido 284 puentes,
4.000 oficiales survietnamitas habían muerto en combate, los terroristas (curiosa coincidencia con el
lenguaje de nuestros días cuando se habla de la resistencia iraquí) atacaban Saigón con impunidad,
era imposible reclutar nuevos soldados; los funcionarios de Diem habían encarcelado en un solo
pueblo a 1.500 personas, de las cuales 1.200 no presentaban evidencia de delito alguno. Las fuerzas
del Vietcong en Vietnam del Sur se habían duplicado y alcanzaban ya los 9.000 hombres de plena
dedicación guerrillera. El control comunista sobre el delta del Mekong era absoluto.
Con Kennedy recién elegido presidente de los EEUU (20 de enero de 1961), en la primavera el
Vietcong lanzó una nueva ofensiva. Kennedy temía implicarse más en Vietnam sin haber estabilizado
antes Laos. Sin embargo, su estrepitoso fracaso en la invasión de Cuba, con la derrota a manos del
pueblo cubano en Bahía Cochinos, le convenció: ya no se podía retroceder en ninguna parte del
mundo.
Kennedy envió a Vietnam a su vicepresidente Lyndon B. Johnson para cerciorarse de la situación.
El informe que éste redactó a su vuelta era claro: enviar más ayuda militar, dar un lavado de cara al
régimen de Diem, cada día más impopular, y realizar una reforma agraria que minara el apoyo
campesino al Vietcong.
En junio Kennedy y Jrushchov llegaron a un acuerdo sobre Laos por el que se constituyó un nuevo
gobierno de Unidad Nacional.
Pero la situación en Vietnam tenía su propia dinámica. Los consejos americanos sentaron mal a
Diem y el periódico gubernamental Dan Viet se despachaba sin miramientos: "La democracia de los
EEUU nos arrojará en manos del comunismo. No puedo delegar funciones por la sencilla razón de que
no confío en nadie". Diem empezaba a sentar las bases de su fin.
En cualquier caso Kennedy empezó a enviar cada vez más militares. Ya en mayo de 1961 mandó
400 miembros de las fuerzas especiales, violando claramente los acuerdos de Ginebra. En enero de
1962 ya eran 2.646 militares y 11.300 a finales de ese mismo año. Sorprendentemente, hoy algunos
repiten el mito de que Kennedy estaba tratando de salir de Vietnam y por eso lo asesinaron. Ningún
dato objetivo corrobora dicha tesis, más bien al contrario. Con él se inició la presencia militar masiva
estadounidense, si bien siempre engañó a su pueblo, ocultando estos envíos y camuflándolos como
consejeros o asesores.
A pesar de los apoyos americanos, el Vietcong aumentaba su influencia. En 1962 los efectivos del
FNL se calculaban entre 250.000 y 300.000. Diem trató de aislar las fuerzas guerrilleras de la
población campesina, lanzando la llamada guerra especial. Se idearon aldeas estratégicas donde
concentrar a la población, unas 700 con cerca de 8 millones de habitantes, donde los campesinos
acabaron sintiéndose prisioneros en su propio pueblo. Nada se logró, salvo deteriorar aún más la
imagen de Diem que en abril de 1961 había vuelto a arrasar en unas elecciones a todas luces
fraudulentas. La histórica ruta de aprovisionamiento del Norte al Sur aprobada por Ho y que llevaría su
nombre, ruta Ho Chi Minh, estaba dando sus frutos.
Incluso en este momento la dirección del FNL seguía manteniendo un programa etapista y
moderado. Aprovechando los acuerdos sobre Laos, plantearon una solución similar para Vietnam, es
decir un gobierno de Unidad Nacional, entre la derecha y ellos. Nadie atendió esta propuesta. La
burguesía sabía, quizá mejor que la propia dirección del FNL, que sus bases estaban luchando contra
el capitalismo. Un gobierno de ese tipo no hubiese podido frenarles, así que ¿para qué darles cancha
en el gobierno con el riesgo de facilitarles la tarea? La única salvación para la oligarquía vietnamita y
los imperialistas era aplastarles.
Así pues, la intervención militar norteamericana fue en aumento: en 1963 eran ya 23.300 los
"consejeros" norteamericanos desplazados en Vietnam. El presidente Kennedy ahora presentado
como poco menos que pacifista lo tenía muy claro tan pronto como en 1956: "Vietnam representa la
piedra angular del mundo libre en el Sureste Asiático. Es nuestra prole. No podemos abandonarlo, no
podemos ignorar sus necesidades" (Discurso ante el Senado).
La caída de Diem
El rechazo a Diem iba en aumento. En febrero de 1962 se había producido otra intentona golpista
fracasada contra él. En mayo los budistas se manifestaron contra el dominio católico en el gobierno y
la represión a su culto. El 11 de junio un bonzo de más de 70 años se abrasó vivo en una calle de
Saigón. Las imágenes conmocionaron a medio mundo. Varios siguieron su ejemplo en los siguientes
meses. Como consecuencia los militares budistas serían a partir de ese momento un riesgo para el
presidente. Mientras, en la Embajada norteamericana cundía el nerviosismo, entendían que estos
enfrentamientos sólo beneficiaban a los comunistas.
El nuevo embajador de EEUU lo tenía claro: Diem era un obstáculo para derrotar al comunismo y
había que deshacerse de él. Además, como ocurriera en ocasiones anteriores, el antiguo títere del
imperialismo, harto de la ingerencia y chulería americana, desarrolló algunos puntos de vista
independientes y se enfrentó a la llegada de más tropas norteamericanas. Diem quería dinero y armas,
no soldados. En su desafío a los norteamericanos, llegó a enviar a su hermano Nhu para contactar con
Hanoi y sondear la posibilidad de abrir negociaciones para una posible unificación del país.
Finalmente el embajador norteamericano organizó un golpe de Estado el 1 de noviembre de 1963.
Diem y su hermano huyeron pero un pelotón de soldados los reconoció y los ametralló.
Las discrepancias en el corazón del imperialismo también se pusieron de manifiesto tras la caída
de Diem. El Pentágono no había visto con buenos ojos el golpe cocido entre la camarilla de Kennedy y
la CIA. El general Harkins, en Saigón, habló claro: "en resumidas cuentas, para bien o para mal hemos
apoyado a Diem durante ocho años largos y duros. Me parece incongruente derribarlo ahora, patearlo
y deshacernos de él". A finales de ese mes, Kennedy fue asesinado y Johnson es nombrado
presidente. La situación se complicaba aún más.
El general que sucedió a Diem al frente del país, Duong Van Minh, estaba muy vinculado a los
budistas y se orientó hacia la formación de un gobierno que abriera negociaciones con el Norte. Pero
estos planes contaban con el rechazo del Pentágono, que en esta ocasión interviene con rapidez para
organizar un nuevo golpe de Estado el 30 de enero de 1964 y sustituir a Van Minh por el general
Khanh.
Sin embargo la historia volverá a repetirse. El apoyo al Vietcong no hace más que crecer, y el
propio general Khanh llega a la conclusión de que la única salida viable es un gobierno de Unidad
Nacional con el FNL. Se produce un intercambio de mensajes y en uno de ellos Huynh Tan Phat,
miembro del Comité Central del FNL responde de manera significativa: "Apruebo de corazón tu
resuelta declaración en contra de la intervención americana y te felicito por haberla hecho. Has
afirmado muy claramente que EEUU debe dejar que los survietnamitas solucionen los problemas de
Vietnam del Sur. En tu reciente conferencia de prensa tu actitud fue igual de clara (...) El camino que
has decidido es difícil (...) en la consecución de este objetivo, puedes estar seguro de que cuentas
también con nuestro apoyo. Enero 1965" (Jonathan Neale, Op. Cit., pág. 75).
Los americanos al tener conocimiento de esta correspondencia orquestaron un mes después otro
golpe que tumbó a Khanh. Con la sabiduría de analizar las cosas una vez sucedidas, algunos
comentaristas "democráticos" han señalado el error que supuso que EEUU no apostase por la vía de
un acuerdo. En realidad no existe tal error. Un gobierno de unidad nacional, por mucho que Hanoi,
Moscú, Pekín y la dirección del FNL se hubiera empeñado, hubiese sufrido las presiones de los
trabajadores y los campesinos que vinculaban, correctamente, la unidad de Vietnam a mejorar sus
niveles de vida. Un gobierno así hubiese tenido que ir a elecciones que sin lugar a dudas hubiesen
ganado los comunistas. Un gobierno así habría tenido que atender las demandas de sus bases y se
hubiera visto obligado a romper con el capitalismo. Llegados a este punto, los EEUU estaban en un
callejón con sólo dos salidas posibles: aplastar el peligro comunista o perder la guerra, no había
término medio posible, menos aún teniendo en cuenta el contexto internacional y en particular en el
Sureste Asiático. Al hecho de que un régimen como el cubano se había consolidado a escasos
kilómetros de Florida, se sumaba que, en el Sudeste Asiático, Washington veía peligrar Indonesia.
Baste recordar que a finales de 1965 un golpe orquestado por la CIA aniquiló al Partido Comunista de
Indonesia. La CIA calculó entre 250.000 y 500.000 los comunistas indonesios asesinados. Como dijo
Einsenhower: "¿Qué creéis que provocó el derrocamiento del presidente Sukarno en Indonesia? (...)
Bien os puedo decir una cosa: la presencia de 450.000 soldados de EEUU en Vietnam del Sur (...)
tuvo muchísimo que ver con ello" (Ibíd., pág 83).
En todo caso el derrocamiento de Khan ocurría en junio de 1965 y ya un año antes, los EEUU
habían optado decididamente por involucrarse totalmente con el objetivo de derrotar por las armas a
Hanoi.
El Secretario de Defensa, McNamara, había volado a Vietnam en diciembre de 1963 y a su
regreso su informe no dejaba lugar a la duda: "Los progresos realizados por el Vietcong han sido
grandes durante el tiempo trascurridos desde el golpe de estado (se refiere al que derrocó a Diem en
noviembre de 1963), y me atrevo a afirmar que, desde junio, la situación ha ido en realidad
empeorando en las zonas rurales en un grado mucho mayor del que suponemos, pues, por desgracia,
dependemos exclusivamente de informes vietnamitas muy distorsionados...La situación es muy
inquietante. Si no pueden modificarse las tendencias actuales, dentro de los dos o tres meses
próximos la situación desembocará, en el mejor de los casos, en una neutralización, y, más
probablemente, en un Estado dominado por los comunistas" (Pablo J. de Irazazábal, pág. 26).
Esta información acabó por decidir el siguiente paso en la guerra, el ataque directo a Vietnam del
Norte. Desde el 1 de febrero de 1964 comenzaron las operaciones encubiertas en Vietnam del Norte,
bajo el nombre operación Plan 34-A, igualmente ocultadas al pueblo americano. El punto de inflexión
se produjo en los cuatro primeros días de agosto, en plena campaña electoral norteamericana.
Johnson y McNamara informaron a la opinión pública que se había producido un ataque de torpederos
norvietnamitas contra destructores americanos: "mientras estaban llevando a cabo una misión rutinaria
en aguas internacionales, el destructor estadounidense Maddox sufrió un ataque no provocado".
Posteriormente quedó demostrado que el gobierno había mentido. Si es que en algún momento se
llegó a producir dicho ataque lo que era evidente es que el destructor no estaba haciendo una misión
rutinaria, sino que su actuación se enmarcaba dentro de la operación Plan 34-A, en concreto de
espionaje electrónico no en aguas internacionales sino en aguas norvietnamitas.
Era la excusa necesitada ante la opinión pública americana para justificar una implicación masiva.
Mentiras, mentiras y más mentiras, nada nuevo en la historia de las guerras, exactamente igual que la
excusa de las armas de destrucción masiva en Iraq, esgrimida por el Sr. Bush para justificar la
intervención imperialista contra Iraq.
Una resolución, preparada meses antes, fue aprobada casi unánimemente en la cámara. Daba a
Johnson el poder para tomar las medidas militares que considerase convenientes. Ni siquiera hubo
una declaración de guerra como exigía la Constitución. Las medidas tomadas por Johnson no dejaban
lugar a la duda: bombardeos masivos sobre Vietnam del Norte y envío progresivo de soldados a
Vietnam del Sur, hasta llegar al punto álgido en febrero de 1969 de 543.054 hombres.
El horror
A pesar de que en campaña Johnson se había mostrado contrario al envío de tropas, tras el
incidente de Tonkin organizado desde el Pentágono y su victoria electoral el 2 de noviembre de 1964
cambió de opinión.
Los bombardeos sobre Vietnam del Norte comenzaron en marzo de 1965, y se extendieron a
Vietnam del Sur, Laos y Camboya hasta el final de la guerra. La operación Trueno Rodante se puso en
marcha el día 3. Los temibles B-52 empezaron a descargar su mortífera carga sobre todo en Vietnam
del Norte. La estrategia militar norteamericana era clara: frenar la guerra en el Sur destrozando el
Norte, poner de rodillas al régimen de Hanoi para que este frenase al FNL.
Los generales americanos estaban convencidos que sería cosa de unas pocas semanas, pero
nada más lejos de la realidad: en los tres primeros años serán arrojadas sobre Vietnam del Norte
634.000 toneladas de bombas, más que las caídas en Europa durante toda la Segunda Guerra
Mundial. Durante los ocho años de intervención norteamericana se lanzaron más de ocho millones de
toneladas con una fuerza explosiva 640 veces superior a la bomba atómica de Hiroshima. Con la
misma cínica tranquilidad que en nuestros días, los imperialistas norteamericanos aseguraban que
sólo bombardeaban objetivos militares, industrias e infraestructuras. La realidad por supuesto fue muy
distinta.
Los norvietnamitas no se rindieron en las tres semanas previstas. Recibieron ayuda militar china y
soviética y cavaron una inmensa red de refugios donde reconstruir parte de la industria, así que los
objetivos de los bombardeos pasaron a ser todo bicho viviente. Se trataba, como recientemente en
Yugoslavia, de sembrar el terror y la desmoralización entre la población civil para romper su capacidad
de resistencia y que presionasen a sus dirigentes. Evidentemente nada de eso ocurrió. El asesinato
indiscriminado de miles de civiles tuvo el efecto contrario, unir a la población en la lucha contra el
agresor imperialista. Muchos son los testimonios que dan fe de la brutalidad de los ataques aéreos. La
práctica normal era la siguiente: vuelo de reconocimiento, bombas y ametrallamiento desde el aire por
si quedaba alguien vivo. En el Norte los bombardeos no respetaron ni hospitales, ni escuelas ni
iglesias. En 1967, habían sido destruidas 391 escuelas, 95 instituciones sanitarias, 8 iglesias y 30
pagodas. Al fin y al cabo con la cantidad de bombas lanzadas, los objetivos militares fueron destruidos
enseguida.
La resistencia a los bombardeos tuvo un calado popular. Además de las defensas antiaéreas
suministradas por Moscú, toda la población se implicó. Un piloto de un bombardero F-105 describía la
situación: "Si bajaba, me iba a enfrentar al intenso fuego de las pequeñas armas, de las automáticas y
hasta de los revólveres; y ni se te ocurra pensar que un revólver no puede tumbar a un gran pájaro si
se le da en el lugar adecuado. Cuando suena la trompeta y miles de personas se tumban sobre sus
espaldas y disparan sus armas personales de bajo calibre hacia el aire, pobre del que tenga la mala
fortuna de pasar por ahí" (Jonathan Neale, Op. Cit., pág. 90). Un informe de la CIA señaló que la
operación Trueno Rodante fue la más ruinosa de la historia. De hecho, EEUU perdió durante toda la
guerra 3.719 aviones y 4.869 helicópteros, de ellos 4.320 sólo en el delta del Mekong.
Cuando toda la brutalidad convencional no fue suficiente se generalizó el uso de napalm, Agente
Naranja y otros herbicidas y defoliantes para destruir los refugios guerrilleros en el Sur. También las
bombas de fragmentación. Se devastó un tercio del total de bosques y selvas del país. También
32.000 soldados norteamericanos fueron infectados y muchos de ellos acabaron demandando a su
ejército ante los tribunales.
La implicación masiva
A mediados de 1965 parecía claro que Vietnam del Norte no se iba a rendir. Como hemos visto,
EEUU organizó un golpe contra el general Khann por el temor a que negociase por su cuenta. Tras
este golpe sus sustitutos fueron lo más degenerado de las élites vietnamitas. El general Nguyen Van
Thieu se proclamó presidente y el mariscal Nguyen Cao Ky vicepresidente. Ambos eran una pareja de
elementos corruptos involucrados en el tráfico de heroína, pero apoyaban acríticamente los
bombardeos en el Norte y el envío masivo de tropas al Sur.
Si en enero de 1965 eran 23.000 los soldados norteamericanos desplazados, en diciembre la cifra
alcanzaba los 180.000. En su inmensa mayoría soldados de reemplazo, hijos de trabajadores, carne
de cañón al servicio del capital. El 80% de los que entraron en combate durante la guerra procedían de
la clase obrera, un 20% eran hijos de trabajadores de cuello blanco. Al frente de ellos se situó un
auténtico troglodita, el general William Westmoreland. Muchos llegaron a Vietnam pensando que les
iban a recibir como libertadores, como en la Europa de la Segunda Guerra Mundial. Al fin y al cabo era
lo que les enseñaban en los campos de entrenamiento y lo que repetía metódicamente el Estado
norteamericano, sus instituciones y los medios de comunicación. El choque con la realidad era brutal.
Nadie los quería allí. Aunque sólo iban durante un año para evitar problemas en el interior de los
EEUU, tanta rotación se convirtió en un problema desde el punto de vista militar.
Las primeras operaciones tenían como objetivo cortar las relaciones del FNL con el Norte. Se
dieron duras batallas en los accesos a la ruta Ho Chi Minh, los marines entran por primera vez en
acción el 18 de agosto de 1965. Pronto se hizo evidente para todos que el Vietcong tenía un
importante apoyo popular. Así pues se trataba de aplicar la misma lógica que en los bombardeos en el
Norte. En enero de 1966 Westmoreland lanza la operación El Machacador (hasta Johnson le pide que
suavice el nombre de cara a la opinión pública) .
Esta operación es una auténtica guerra de exterminio, daba igual que el objetivo fuera civil o
guerrillero. McNamara está convencido de que el FNL no podría soportar un ritmo brutal de bajas. Se
trataba de crear el terror masivo e indiscriminado. Los reclutas serán entrenados para ello: "La primera
vez que patrullamos fuimos donde unos marines habían hecho una emboscada a un grupo de
vietcongs (...) Después tenía que darle patadas a un muerto en un lado de la cabeza hasta que parte
de su cerebro empezara a salirse por el otro. Yo le dije (...) ¿qué me estás diciendo? Entonces no
entendía la lógica. Lo entendí más tarde (...) Eran hombres serios y dedicados a lo que hacían. Me
estaban enseñando a no romperme en pedazos. Yo vi cómo les pasó a otros. Vi a tíos que se
suicidaban (...). Ellos querían enseñarle a un novato exactamente lo que se iba a encontrar" (Ibíd.,
pág. 99).
La brutalidad como método. McNamara exigía cifras, no había olvidado su puesto de contable en
la Ford y trasmitía todo lo aprendido allí a la guerra. Lo principal tras cada combate era el cómputo de
los muertos, si no se cazaba guerrilleros, valían igual los civiles que al fin y al cabo los apoyaban. La
presión sobre los oficiales era muy fuerte. Muchos comprendían que la única forma de promoción era
dar parte con buenas cifras de muertos. Los soldados veían enemigos por todas partes. En este
contexto, los elementos más psicópatas florecían en cada compañía convirtiéndose poco a poco en el
modelo a seguir. Las salvajadas, violaciones, asesinatos de campesinos indefensos no eran excesos
individuales. Al igual que hoy con las torturas en Abu Ghraib, estos métodos salvajes eran tolerados,
impulsados y premiados por el mando. El teniente de marines Caputo llegó a Danang en 1965, su
testimonio es esclarecedor: "La estrategia de desgaste del general Westmoreland afectó a nuestra
actitud. Nuestra misión no era la de ganar terreno o conquistar posiciones, sino sencillamente matar:
matar a comunistas y matar al máximo posible (...). La victoria era un cómputo alto; la derrota, un
porcentaje bajo; y la guerra era un tema de aritmética (...) esto llevó a prácticas como el cómputo de
civiles como si fueran del Vietcong (...) Así no es sorprendente que algunos hombres acabaran
despreciando la vida humana y disfrutando de quitársela a otros"(Ibíd., pág. 105).
Finalmente este horror suministró una visión distorsionada de la evolución de la guerra al alto
mando. Muchos oficiales hinchaban las cifras reales para complacer a sus superiores. Las cuentas no
le salían a McNamara. Al final se puso de moda cortar las orejas de los muertos para evitar
falsificaciones.
Todo este salvajismo era impotente: las redes de la guerrilla en aldeas y ciudades, reflejando su
apoyo social, la convertían en un enemigo difícilmente abatible. Durante la guerra el ejército
norteamericano y su aliado survietnamita realizaron dos millones de operaciones de búsqueda y
destrucción. Sólo en el 1% de los casos llegaron a tomar contacto con el enemigo. Además la ruta Ho
Chi Minh seguía funcionando. Durante 1965, 100.000 combatientes pasaron del Norte al Sur. En 1967
el Vietcong podía oponer 250.000 soldados a los 450.000 norteamericanos y al millón survietnamita.
Durante la lucha contra Francia se cavaron cientos de kilómetros de túneles que comunicaban las
aldeas unas con otras. Los guerrilleros vivían en esos túneles, pasadizos con un ancho máximo de 150
cm de diámetro. Entre pasadizos se construían habitaciones más amplias para dormir, cocinar,
almacenar armas...Incluso se hacían representaciones teatrales con actores llegados del Norte, para
subir la moral de la tropa. Algunas representaciones se hacían en los tremendos cráteres generados
por los bombardeos de los B-52. Las condiciones de vida eran inhumanas, la resistencia
sobrehumana. El 100% de los vietcongs capturados tenían parásitos o gusanos intestinales, el 50%
convivía con la malaria.
La capacidad de inventiva para hacer frente a un enemigo muy superior en tecnología y armas no
tenía límites. Las latas de Coca-Cola abandonadas por los marines se convertían en granadas. Los
morteros y cohetes USA que no estallaban eran reconvertidos en minas. Trampas que pronto
carcomieron la moral del enemigo. Según las fuentes se calcula entre un 10% y un 25% de las bajas
norteamericanas las causadas por este tipo de armamento artesanal, que provocaron más de 10.000
amputados.
Las bajas norteamericanas cada vez se hacían más insostenibles. En enero de 1967 se lanzó la
operación Cedar Falls a cien kilómetros de Saigón. Las imágenes brutales de la destrucción de un
pueblo llegaron a Occidente conmoviendo a millones de personas. Los movimientos de protesta en
EEUU empiezan a cobrar fuerza.
La presión aumenta sobre Westmoreland. Había prometido una guerra corta y estaba metido en
un avispero. En estas circunstancias, los mandos militares norteamericanos preparan la mayor
operación de toda la guerra, la operación Junction City. El objetivo es el cuartel general vietcong, cerca
de Camboya al final de la ruta Ho Chi Minh. Tras cuatro meses de duro cuerpo a cuerpo, de febrero a
mayo de 1967, el saldo final es de 2.800 guerrilleros y 280 soldados norteamericanos muertos. Un
fracaso rotundo para los militares norteamericanos pues el mando vietcong no es capturado. Se ha
replegado a Camboya.
Cada día más bajas, cada día más presión en EE.UU. En noviembre, en un solo combate en la
colina 875 en Taicto mueren 280 soldados, los mismos que en cuatro meses. La cosa va de mal en
peor. Los norteamericanos tienen que utilizar tropas de sus aliados de Corea, Filipinas, Australia y
Tailandia.
Se recrudece la estrategia de bombardeos indiscriminados. En 1967 se lanzan el doble de bombas
en el Sur que en el Norte de Vietnam. La utilización masiva de napalm para arrasar la selva en la que
se esconde el Vietcong se convierte en su contrario. Una eficaz arma de propaganda norvietnamita
para desenmascarar a la bestia imperialista y sus crímenes entre la clase obrera occidental. Truong
Nhu Tang era dirigente del FNL, recordaba así los bombardeos de los B-52: "Una experiencia de terror
psicológico en estado puro, en la que nos hundimos día sí y día no durante años (...) desde un
kilómetro, la onda expansiva dejaba a sus víctimas sin sentido. Un golpe a medio kilómetro hacía caer
las paredes de cualquier búnker no reforzado, enterrando vivos a los que se habían refugiado en su
interior (...) Volvíamos horas más tarde para encontrar, como ocurrió muchas veces, que no había
quedado nada (...) No era sólo que las cosas quedaran destruidas, de alguna forma increíble habían
dejado de existir (...) El terror era total. Uno perdía el control de las funciones corporales mientras la
mente gritaba órdenes de escapar incomprensibles".
La magnitud de la destrucción amenazaba con hacer mella en la moral guerrillera. Para evitarlo, el
general Giap se va a jugar una carta arriesgada.
El Tet era el primer día del año nuevo vietnamita y durante la mayoría de los años de guerra lo
habitual era que la guerrilla suspendiese las actividades. Parecía que en 1968 sucedería lo mismo,
pero en esta ocasión no fue así. El ejército norvietnamita organizó un acto de distracción masiva en
Khe Shan, en la zona desmilitarizada entre el Norte y el Sur. Los norteamericanos concentraron su
atención allí.
Para desconcierto de los mandos militares norteamericanos, decenas de miles de vietcongs se
lanzaron al asalto de 36 capitales de provincia, Saigón, Hue, Pleiku, Dalat... Tomaban el control de
varias y ajusticiaban a 3.000 colaboracionistas. Giap se la jugaba, el desgaste de las bombas y
represión americana estaba pesando en la moral de los guerrilleros. Había que sacarlos de los túneles.
Era la hora de la insurrección urbana, el asalto final. 100.000 hombres entraron en acción. Un grupo
especial asaltó la Embajada americana en Saigón, tomaron el control de una parte, Hue fue tomada en
su totalidad, Ben Tre también.
En EEUU nadie salía de su asombro. Johnson había despedido 1967 afirmando ante sus
conciudadanos que el final estaba cerca. Lo que veían en sus pantallas los norteamericanos no
cuadraba muy bien con esta idea. Además, la férrea censura informativa a duras penas se mantenía.
Cientos de fotógrafos y periodistas que llevaban siguiendo el conflicto durante años estaban hartos de
mentiras. La oposición a la guerra que ya se extendía por todo EEUU les estaba contagiando.
Escenas brutales dieron la vuelta al mundo, la famosa escena del jefe policial survietnamita
metiendo un tiro en la sien a un guerrillero proviene de esos días en Saigón. Los periódicos publicaban
las declaraciones de un oficial americano en la reconquista de Ben Tre: "era necesario destruir la
ciudad para salvarla".
Las embajadas de Filipinas y Corea fueron asaltadas. El aeropuerto de Saigón y el cuartel general
del ejército del Sur también. Sin embargo, el esperado levantamiento popular en la ciudad no terminó
de cuajar. Eso hizo imposible la victoria. La superioridad en tanques y blindados permitió al ejército
americano frenar la ofensiva. Las 36 ciudades tomadas fueron recuperadas al cabo de unos días.
La defensa vietcong de Hue fue heroica. En esta ciudad se sitúa la parte final de la magnífica
película de Kubrick La chaqueta metálica. No fue recuperada hasta principios de marzo. Allí, en la vieja
ciudadela imperial, resistía el alto mando vietcong. Cada metro cuadrado recuperado por el ejército
norteamericano le costó un muerto. La aviación usó napalm contra una zona urbana. La ciudad tenía
17.000 casas, 10.000 fueron destruidas.
Desde el punto de vista militar la ofensiva fue un desastre. El Vietcong fue despedazado. 45.000
muertos, 6.000 prisioneros. Además, el Tet, provocó 800.000 desplazados que perdieron su hogar.
Sin embargo, esta indiscutible derrota se había convertido en una incuestionable victoria política.
Norteamérica se sentía más vulnerable, el asalto a su Embajada era un símbolo y todo un shock para
millones de norteamericanos que aún confiaban en las mentiras de su presidente. Hablaremos más
adelante del movimiento contra la guerra, pero un hecho casi increíble se produjo en Washington,
aparecieron banderas vietcongs en manifestaciones en sus calles.
¿Por qué fracasó la insurrección urbana con la que contaba Giap cuando lanzó la ofensiva?
Algunos testimonios de la época ofrecen respuestas. Tran Baah Dong era responsable de los
comunistas clandestinos en Saigón y afirmó que la organización del FNL allí había sido "un éxito
maravilloso con los intelectuales, los estudiantes, los budistas, todos, excepto entre los trabajadores
entre los que la organización se encontraba en una situación peor que mala" (Jonathan Neale, Op.
Cit., pág. 120). Tras estas declaraciones hechas en 1974 fue destituido y humillado en público por la
dirección del partido
Ya hemos señalado que el FNL, a semejanza del Vietminh anteriormente, tenía una concepción
etapista y frentepopulista. A pesar de que la realidad era tozuda insistían en agrupar a todas las clases
sociales en la lucha por la unión del país, lo que incluía a la llamada "burguesía progresista". Así pues
a cambio del apoyo puntual de algunos empresarios (evidentemente, por las razones ya explicadas, la
débil burguesía vietnamita era un mero títere del imperialismo) los dirigentes del Vietcong no hicieron
esfuerzos sistemáticos para organizar a los trabajadores del Sur. Buena parte de los sindicatos y
huelgas en el Sur no fueron dirigidas por ellos. El apoyo entre los campesinos del Sur al Vietcong
estaba garantizado, entre otras cosas, por la reforma agraria impulsada en el Norte que actuaba como
un poderoso imán. Pero la orientación del Vietcong no fue basarse en la clase obrera organizada, ni
estimular sus organizaciones clasistas. Al fin y al cabo, la contradicción evidente entre capital y trabajo
se hubiera extendido al interior del FNL, rompiendo así su línea frentepopulista Su modelo era muy
similar al empleado por Mao en la guerra campesina que libró contra Chiang Kai-shek. Este factor
explica la debilidad del Vietcong entre los trabajadores urbanos.
Si se hubiesen logrado manifestaciones de cientos de miles en Saigón, el ejército norteamericano
difícilmente hubiese podido reprimirlas, menos con el ambiente existente en sus filas del que nos
ocuparemos más adelante.
En la concepción de la dirección del FNL esta posibilidad no estaba presente. Sus cuadros
estaban educados en una dura y larga lucha militar. Por tanto, la insurrección para ellos era una acción
militar más, en el que la gente apoyaría al ejército guerrillero. Por tanto, no es casual que la ofensiva
se hiciera fuerte en ciudades más pequeñas y vinculadas al campo, como Hue o Ben Tre.
La guerra se traslada a Norteamérica
La elección de Nixon
El 13 de mayo de 1968 se iniciaron las negociaciones para la paz en París. Tras varios tiras y
aflojas el 18 de enero de 1969 se abrió la conferencia cuatripartita con representación de EEUU, el
gobierno survietnamita, el gobierno de Hanoi y el FNL.
Rápidamente se llegó a un dialogo de sordos. Nixon había tenido mucho que ver en ello. En los
mítines de la campaña electoral daba su total y patriótico apoyo al gobierno de Johnson para que
negociase lo que quisiera, y sin embargo por detrás, negociaba en secreto con el régimen de Thieu
instándole a no llegar a ningún acuerdo. Al fin y al cabo los norteamericanos querían irse de Vietnam
pero no salir derrotados. Una contradicción de difícil solución. El 8 de junio el FNL se transformó en
gobierno revolucionario provisional de Vietnam del Sur. Rápidamente fue reconocido por China y la
URSS. Ante el fracaso de la conferencia cuatripartita, Nixon propuso a Hanoi una negociación secreta
entre Kissinger y Le Duc Tho. Ho Chi Minh había muerto el 3 de septiembre de 1969 pero su sucesor
Le Duan no cambió el curso de la negociación. En diciembre los americanos informaron a Hanoi que
retirarían lentamente sus tropas. Este iba a ser el plan de Nixon: vietnamizar la guerra, dando apoyo
material y económico al sur, pero no más tropas. Lo que se guardó de señalar a Hanoi fue otra parte
de su estrategia: la operación Fénix, que trataba de debilitar al Vietcong antes de llegar a una retirada
total, para que el gobierno de Vietnam del Sur se pudiera mantener.
Fénix fue un programa secreto organizado por William Colby, jefe de posición de la CIA en Saigón
y posteriormente director de toda la CIA.
Se trataba de asesinar a cualquier sospechoso de colaborar con el Vietcong. Como eso era difícil
de saber, los asesinatos fueron cada vez más indiscriminados. Fue también una oportunidad para la
venganza de los terratenientes escondidos en las ciudades. Los soldados del ejército de EEUU
también colaboraron con los agentes de la CIA y la policía survietnamita. Iban a un pueblo y reunían a
los sospechosos, los agentes de la CIA se los llevaban y los asesinaban o internaban en campos de
tortura. Se calcula entre más de 30.000 y 40.000 los asesinados de esta manera. Lógicamente,
muchos eran dirigentes o militantes del Vietcong, pero otros muchos no. El resultado fue aumentar el
odio al ocupante y al régimen títere de Thieu. Es verdad que tras el Tet el FNL pasó verdaderas
dificultades. Cuando en 1975 se ganó la guerra en muchos pueblos no se pudo ni formar un comité
comunista.
La otra forma de debilitar al Vietcong fue atacar Camboya. Allí en la frontera, tenían su santuario
los dirigentes comunistas. La guerra de Vietnam se extendía a toda Indochina.
Camboya se había mantenido relativamente neutral, desde la Conferencia de Ginebra en 1954,
con el príncipe Sihanouk como jefe de Estado. En mayo de 1965 Camboya rompió relaciones con
EEUU y reconoció al FNL. Sin embargo, con el inicio de las negociaciones de paz en Paris, temeroso
de una victoria comunista, el régimen camboyano había tratado de reestablecer relaciones con
Washington haciendo la vista gorda ante los bombardeos que la aviación americana había iniciado en
su territorio contra el Vietcong.
La derecha se hizo de nuevo con el gobierno en Phnom Penh, con el primer ministro general Lon
Nol. Recelosos de Shihanouk y con el apoyo norteamericano le derrocaron en marzo de 1970; Lon Nol
inmediatamente prohibió a los vietnamitas usar su territorio y Shihanouk se refugió en Pekín.
El Khmer Rojo, la guerrilla maoísta, estaba enfrentado a Shihanouk desde 1962, pero ahora
montaron con él un gobierno de Unión Nacional en el exilio, amparado por Pekín. Las guerrillas
camboyana y vietnamita se extendieron por Camboya. El intento de echar al Vietcong de Camboya se
convirtió en otro extraordinario fracaso norteamericano. Mao llamó a todos los pueblos del mundo a
unirse a Camboya contra el imperialismo.
EEUU y sus aliados survietnamitas invadieron Camboya. Si Nixon había mantenido en secreto los
bombardeos, la invasión la tuvo que anunciar por televisión. El ambiente de oposición en EEUU volvió
a crecer. Nixon había vuelto a mentir. Además, las operaciones para cortar la ruta Ho Chi Minh, como
las realizadas anteriormente en Laos, fueron un fracaso.
Ante las noticias de la extensión de la guerra a Camboya, las huelgas y ocupación en las
universidades se extendieron. Dos días después del anuncio de Nixon, 2.000 personas incendiaron el
edificio del Cuerpo de Entrenamiento de los Oficiales de reserva en Kent (Ohio). Al día siguiente los
estudiantes tomaron el campus. La Guardia Nacional entró sin miramientos reprimiendo la ocupación:
cuatro jóvenes fueron asesinados y nueve heridos. La gente respondió indignada: se calcula en más
de cuatro millones de estudiantes los que salieron a las calles y ocuparon 1.350 universidades. En 536
se declaró la huelga. Los estudiantes de 400 colegios se declararon en huelga en señal de protesta.
Fue la mayor huelga general estudiantil en la historia de EEUU. Durante aquel curso escolar de
1969/1970, el FBI contabilizó 1.785 manifestaciones estudiantiles. Ronald Reagan, gobernador de
California, cerró todo el sistema universitario. El sindicato de los funcionarios estatales, de condado y
municipales se declaró contra la guerra.
Nixon sintió pánico. Anunció que las tropas norteamericanas estarían fuera de Camboya antes de
junio. Pero los acontecimientos de Kent estaban radicalizando el movimiento. Muchos ya no pensaban
que el sistema se podía reformar porque era básicamente válido. Y lo más peligroso, ese ambiente se
estaba trasladando a las tropas.
Los soldados se movilizan
Las negociaciones se desarrollaron durante años sin avances y sobre el terreno las operaciones
militares norteamericanas fracasaban. En marzo y abril de 1971 una nueva ofensiva para cortar la ruta
Ho Chi Minh en el centro de Laos había servido de muy poco. La presión para la vuelta de las tropas
era asfixiante. Así pues, Washington se jugó una baza sorpresa. La baza china. En julio de 1971
Kissinger voló a Pekín y llegó a una alianza de hecho con Mao. EEUU se convertiría en su aliado
contra la URSS a cambio de que Pekín presionase a Hanoi para llegar a un acuerdo.
¿A qué respondía semejante traición del régimen maoísta? Hemos visto como desde 1950 el
apoyo chino había sido fundamental para la resistencia vietnamita. Sin embargo, el régimen de Mao,
era sustancialmente un régimen calcado al de la URSS. Un régimen estalinista, donde la democracia
obrera no existía, y donde su política exterior poco tenía que ver con el genuino internacionalismo
leninista. Pronto, los intereses de la casta burocrática que dominaba en Pekín colisionaron con los de
la burocracia soviética. Procesos similares se habían producido en otros países, como en Yugoslavia,
cuando Tito harto de la injerencia de la burocracia rusa había roto con Moscú en 1948.
En lugar de impulsar una Federación chino-soviética que hubiese supuesto un avance sin
precedentes en el desarrollo mundial, desde 1960 se enfrentaron permanentemente, hasta el punto de
llegar a escaramuzas militares fronterizas. Este enfrentamiento pronto se trasladó al conjunto del
movimiento comunista. Algunos quisieron ver en China un verdadero espíritu leninista internacionalista
frente a los manejos de la URSS. Curiosamente esta lucha llevó a una carrera por la hegemonía en los
movimientos internacionales que durante años benefició enormemente a Hanoi. Ho Chi Minh se
presentó durante muchos años como el abanderado de la unidad en el campo comunista. El prestigio
de cada burocracia estaba en juego lo que, unido al riesgo de una victoria americana en la frontera
china, llevó a que tanto chinos como soviéticos apoyaran el esfuerzo bélico de Vietnam del Norte y el
Vietcong. Pero estos apoyos siempre fueron motivos de disputas. K.S. Karol, describe la situación de
las siguiente forma: "Ya en marzo de 1965, Juslov y Ponomarev anunciaron triunfalmente a la
delegación del Partido Comunista Italiano una información de sus militares referente al bloqueo por
parte de los chinos de los convoyes destinados a Vietnam. Aquella campaña susurrada provocó, poco
después, puntualizaciones enérgicas de Pekín; en ellas acusaba a Moscú de no haber utilizado
deliberadamente los trenes especiales colocados a su disposición. Fueran cuales fuesen las razones,
el caso era que la mayor parte del material soviético se llevaba hasta Haiphong por vía marítima, con
lo que rodeaba el territorio chino (...) durante la primavera (1966) los chinos se declararon convencidos
de que la URSS utilizaba su ayuda para presionar a los vietnamitas, para obligarles a hacer
concesiones, y de hecho a capitular" (K. S. Karol, La segunda revolución china, págs. 444-445).
Como vemos, las recriminaciones eran recíprocas, los dirigentes chinos y soviéticos peleaban por
una cuestión de prestigio. La traición de Mao en 1971, al llegar a un acuerdo con Kissinger, eliminaba
de un golpe las ilusiones de aquellos que veían en Pekín un referente frente a la decadente burocracia
soviética. Esta disputa benefició a Hanoi, que pudo oscilar entre uno y otro y tener una voz propia.
Cuando China les abandonó, contaron con más material y apoyo soviético. La baza china, que luego
se repitió vergonzosamente en Angola y Mozambique, tampoco les había servido de nada a Nixon y
Kissinger.
El acuerdo de París
Con los chinos mirando a otra parte, Nixon reinició los bombardeos indiscriminados contra
Vietnam del Norte en 1972. Quería arrancar a cualquier precio un acuerdo a Hanoi. Fue entonces
cuando los pilotos empezaron a rebelarse en un número preocupante.
Hanoi también se la jugó. Para acelerar las negociaciones y tener una posición de fuerza lanzó
una importante ofensiva en mayo de 1972. Era su respuesta a las presiones chinas tras el acuerdo
Mao-Kissinger. La ofensiva de Pascua fracasó. Los blindados norvietnamitas llegaron a cien kilómetros
de Saigón y se libró una dura batalla en Queng Tri cerca de la frontera. Sin embargo, el Vietcong
apenas pudo intervenir; nunca había llegado a recuperarse de la ofensiva del Tet, y la operación Fénix
estaba pasando una dura factura.
En esta situación, sin que ningún bando pudiera avanzar definitivamente, y con el imperialismo
cada vez más desgastado en casa, se acercaba la firma de la paz.. En julio la paz parecía al alcance
de la mano. Pero el gobierno de Thieu se negó. No quería reconocer al FNL como parte igual.
Desesperado (ya sólo quedaban 40.000 soldados americanos en Vietnam del Sur), Nixon volvió a
ordenar bombardeos indiscriminados de Hanoi y Haiphong. Tras éstos se llegó al acuerdo. Era el 27
de enero de 1973.
Se acordó la retirada en 60 días de las tropas americanas que todavía permanecían en el Sur y la
liberación de los soldados presos. Se abrían negociaciones entre el gobierno de Saigón y el Vietcong
para organizar un Consejo de Concordia y Reconciliación que prepararía una consulta electoral. Todo
bajo supervisión internacional. A cambio de comprometerse de no derribar al gobierno del Sur, el
gobierno del Norte recibiría 5.000 millones de dólares de EEUU.
Los soldados americanos salieron en el plazo previsto. Era la mayor derrota de su historia. Las
negociaciones acordadas entre el FNL y el gobierno de Thieu empezaron en marzo. La paz se
mantuvo durante unos meses pero, al igual que en 1954, los acuerdos eran inaplicables sobre el
terreno.
El gobierno del Sur logró mantenerse dos años. Realmente no tenía por qué ser así. Cualquiera se
daba cuenta de que había habido unos ganadores, Hanoi y el Vietcong, y unos perdedores, el
imperialismo y sus títeres en Saigón. Si se mantuvo dos años fue porque Hanoi se empeñó en
mantener el acuerdo. Posiblemente desconfiaba de sus propias fuerzas tras tantos sacrificios, también
temía la reacción china o la posible vuelta a los bombardeos si lo rompía.
Una vez más, no había salida intermedia. El gobierno de Thieu y el Vietcong representaban dos
modelos sociales irreconciliables. Thieu lo entendió pronto. A los pocos días de los acuerdos declaró:
"Si los comunistas entran en vuestros pueblos deberíais dispararles inmediatamente en la cabeza".
Los americanos continuaron financiando a la policía survietnamita. La prensa norteamericana
reconoció la existencia de 20.000 "consejeros civiles" después de la retirada de las tropas, y que la
operación Fénix, rebautizada como Programa F-6, estaba todavía en pleno apogeo.
Al fin Saigón
El recuerdo de los acuerdos de Ginebra estaba muy presente entre los militantes del Vietcong y no
iban a permitir que, después de haber expulsado a los americanos, Thieu los masacrase como había
hecho Diem. Así pues continuaron la lucha. En mayo de 1974 tras la conquista de nuevas posiciones
militares por parte del FNL, Saigón suspendió las negociaciones. A Hanoi nunca llegaron los 5.000
millones prometidos. Igual que los acuerdos de Ginebra, los de París eran inaplicables.
Si en Laos se constituyó en abril de 1974 un nuevo gobierno de coalición, en Camboya los khmers
rojos, muy fortalecidos, se negaron a algo similar y continuaron la lucha. A pesar de los miopes
cálculos americanos, que creían que Thieu "había quitado la iniciativa a los comunistas", todo
empujaba hacia el reinicio de la guerra abierta. El 10 de marzo de 1975, el ejército norvietnamita lanzó
la ofensiva en el puente de Ban Me Thuot, al noroeste de Hue. Se pudo comprobar lo que era el
gobierno de Vietnam del Sur sin los soldados americanos. El régimen se desmoronó. El ejército
survietnamita desertó en masa. Era un ejército de quintas que no le veía sentido a morir por un
gobierno corrupto y dictatorial. Hue cayó rápidamente. La estampida se generalizó. Todos aquellos
que habían participado en la represión anticomunista huyeron hacia los faldones americanos.
No hubo resistencia. El gobierno había tratado de agrupar a la población amenazando con un
supuesto baño de sangre a manos de los comunistas Esto no ocurrió, la guerrilla vietcong controló las
aldeas y confraternizó con sus habitantes. Los tanques del Norte enfilaron hacia Saigón. Thieu dimitió
el 21 de abril. Su sucesor firmó la rendición incondicional. Era el 30 de abril de 1975.
Han pasado 30 años de la derrota más humillante del imperialismo norteamericano, el aniversario
ha pasado prácticamente desapercibido en Occidente. Apenas un par de minutos en los telediarios y
un par de páginas en algún periódico. ¿Olvido, casualidad...? Nada de eso. Incluso en un alarde de
cinismo algunos cuestionan el resultado final: "Hoy sabemos, en cambio, que había mucho más de
nacionalismo puro y duro que de marxismo en aquella contienda (...). En el tránsito de 1975 a 2005,
cabe preguntarse si, de verdad, Washington perdió la guerra vietnamita" (editorial de El País, 3 de
mayo de 2005). La burguesía se siente fuerte y cree que el peligro comunista es un recuerdo de la
historia. Aprovechan la caída del estalinismo para reinventar el pasado, que en manos de los
historiadores y comentaristas burgueses se ha vuelto impredecible. Ha sido un silencio consciente. El
imperialismo no conmemora derrotas.
Más allá de tonterías como la de El País, Vietnam y sus efectos han tenido un largo recorrido en la
historia. "El yanqui necesita jarabe vietnamita" se sigue oyendo en muchas manifestaciones. Desde
entonces las intervenciones terrestres norteamericanas han sido pocas. Han utilizado otros medios:
financiación de mercenarios (Nicaragua), guerra aérea (Yugoslavia)... Ningún gobierno quería pasar
por lo que pasaron Johnson y Nixon, una guerra prolongada, con un fuerte desgaste en bajas propias y
la un fuerte movimiento de oposición en casa. Tuvo que acontecer el 11-S para que la burguesía
norteamericana empezara a cambiar la psicología de su población, contraria a implicarse en
intervenciones militares en suelo extranjero con soldados de tierra. Luego han venido Afganistán e
Iraq. A pesar de todo, la sombra de Vietnam es alargada. La oposición masiva en todo el mundo,
incluido en EEUU, a la guerra de Iraq fue incluso antes de su comienzo, una diferencia con lo que
aconteció en Vietnam durante el primer período de la intervención imperialista. De hecho, la
movilización de millones de trabajadores y jóvenes contra el imperialismo norteamericano ha supuesto
un cambio formidable en toda la situación política mundial.
El pueblo vietnamita obtuvo una magnífica victoria. La economía planificada se extendió a todo el
país. Rompieron con el capitalismo y consiguieron su liberación nacional. Cualquier persona
consciente debe apoyar incondicionalmente estas conquistas, que sentaron las bases para poder
recuperar un país arrasado por la destrucción sembrada por millones de bombas imperialistas, un país
en el que murieron por la guerra entre dos y cinco millones, según las fuentes.
Los acontecimientos posteriores también han demostrado los límites de un Estado obrero como el
vietnamita, dónde estaba ausente la democracia obrera y las deformaciones burocráticas, a imagen y
semejanza de la URSS, impedían el avance hacia el socialismo. Desgraciadamente, los límites de una
economía planificada sin la participación consciente de los trabajadores, sin una democracia obrera
genuina, volvieron a quedar de manifiesto. Vietnam no ha sido ajeno a lo acontecido en el mundo
desde 1989 tras el colapso de la URSS y de los otros Estados obreros deformados de Europa del
Este. Hoy es desde las filas del propio PCV desde donde se abandera una progresiva vuelta al
mercado como en China o la URSS. Pero en el caso de Vietnam, como en los países anteriormente
mencionados, la restauración del capitalismo supondrá una pesadilla para las masas. El control
burocrático fue un freno, primero en Camboya, donde la toma del poder por la guerrilla del Khmer Rojo
dio origen a uno de los regímenes más despreciables de la historia, que suministró "argumentos" a
todos aquellos reaccionarios que utilizan el estalinismo y sus derivados para manchar las ideas del
genuino comunismo. Si Pol Pot —el líder del Khmer Rojo— se mantuvo fue porque los
enfrentamientos entre la URSS y China continuaron en el tiempo. Vietnam se convirtió en aliado de la
URSS y Camboya de China. Finalmente Vietnam invadió Camboya y expulsó a Pol Pot en 1979. China
respondió invadiendo Vietnam y fue derrotada. No es objeto de este artículo analizar estas luchas.
Simplemente las mencionamos como reflejo del límite del estalinismo, de lo lejos que puede llegar la
antimarxista teoría del socialismo en un solo país.
Pero nosotros no nos quedamos con eso. Nos quedamos con la valentía, abnegación y sacrificio
de millones de oprimidos que lo dieron todo por cambiar su situación y con ello el mundo. Su ejemplo
inspirará a generaciones de revolucionarios durante siglos. La guerra de Vietnam fue una de las más
claras demostraciones de la barbarie imperialista, pero también una de las más bellas gestas que la
humanidad haya protagonizado en el siglo XX.
En el siglo que comienza el imperialismo vuelve a estar cuestionado a escala planetaria. EEUU no
tiene contrapeso en el mundo. Lo único que le puede hacer frente es la lucha de los oprimidos.
Pensaron que Iraq era pan comido. Volvieron a equivocarse. Llevan dos años empantanados en una
nueva guerra. Sí, en una genuina guerra por la liberación nacional del pueblo iraquí. La victoria
vietnamita se gestó porque mientras luchaban por expulsar al imperialismo, luchaban por una vida
mejor, por la tierra y contra el capitalismo. La historia es terca: no hay genuina liberación nacional sin
liberación social. El que el Vietcong, a pesar de muchos errores en la política de su dirección, fuese
claramente identificado con la revolución y el socialismo ayudó a ganar la simpatía internacional del
movimiento obrero y a acelerar la acción contra la guerra en todo el mundo. Esa es la tarea que la
resistencia iraquí tiene por delante: dotarse de un programa socialista, la mejor garantía para la
victoria.
Marxismo Hoy nº 14
.......... Julio 2005
El marxismo y la guerra
A 30 años de la derrota imperialista - Guerra y revolución en Vietnam
La guerra de Iraq hacía demasiado tiempo que se había planificado en los elegantes
despachos de la burguesía estadounidense. En 1991 el imperialismo norteamericano no
consiguió el objetivo de acabar con Sadam Hussein y así hacerse con el control de un país
tan rico. Tuvo que posponer para otro momento sus deseos. Pero hizo pagar a la población
iraquí por esta pérdida de tiempo: el bloqueo económico llevó a la muerte a más de 500.000
niños en menos de una década por falta de alimentos y medicinas. Además los bombardeos
continuaron en la zona de exclusión aérea, que no era más que una parte del país ocupado.
EEUU esperaba la ocasión que le sirviera de excusa para volver a la carga contra este
maltratado país: el 11 de septiembre de 2001, las terribles escenas de la muerte de
centenares de personas en Nueva York fueron utilizadas, tendenciosamente, por un
gobierno que pasará a la historia por su violencia sangrienta.
Como Trotsky explicara ya en 1914 ante la Primera Guerra Mundial, "en esto [la guerra], la
diplomacia tiene una doble tarea a realizar. Primero, necesita desencadenar la guerra en el
momento más favorable para su país desde el punto de vista internacional y militar. Segundo,
tiene que usar métodos por los cuales responsabilice ante la opinión pública por el sangriento
conflicto al gobierno enemigo" (León Trotsky, 1914, La Guerra y la Internacional).
A miles de ciudadanos norteamericanos les quisieron convencer de que Iraq, después de la
invasión a Afganistán, se había convertido en el refugio y paradero de Bin Laden y de terribles
armas de destrucción masiva.
Como no tardaron en darse cuenta millones de personas en todo el mundo, el petróleo era la
base, la esencia, de esta terrible guerra. Pero otros motivos, no menos importantes, se unían al
petróleo para que la burguesía más poderosa del planeta no dudara en atacar: la importancia
geoestratégica del país, barrer la competencia europea en una zona decisiva para la economía
mundial, los intereses personales de la familia Bush y sus aliados, y sobre todo, erigirse ante los
pueblos oprimidos del mundo como la autoridad a la que hay que temer y por tanto adorar.
Todo el teatrillo alrededor de la ONU y de los inspectores sólo tenía como objeto crear una
cortina de humo que engañara a la población de todo el mundo. Mientras tanto, EEUU ganaba el
tiempo que necesitaba hasta tener sus preparativos bélicos dispuestos para la invasión.
Sin embargo la guerra no iba a ser el paseo triunfal que los imperialistas habían soñado.
Como señaló Alan Woods en un artículo fechado en noviembre de 2002, meses antes de iniciarse
el ataque: "En el otro lado de la ecuación, los iraquíes lucharán una guerra defensiva, no en
Kuwait, sino en su propio país. El odio que existe hacia el imperialismo estadounidense se puede
expresar en un espíritu de lucha que puede deparar desagradables sorpresas para los invasores.
No va a ser una tarea sencilla ocupar un país como Iraq". La caída fulminante de Bagdad y otras
ciudades en manos estadounidenses hizo creer a los invasores que todo había ido según lo
previsto (incluso mejor). El 5 de mayo de 2003, un George Bush exultante se dirigía a las tropas
desde un portaviones declarando el fin de la guerra. En pocos días el pueblo iraquí, haciendo
caso omiso de las petulantes palabras del presidente norteamericano, se levantó contra su
ocupante iniciando una heroica lucha por la liberación nacional. El valor, la fuerza y la moral de
resistencia arden en la mente de centenares de miles de hombres y mujeres en estos momentos.
Ese elevado espíritu de lucha entre los invadidos, en absoluto es igual en el campo invasor.
Las deserciones empiezan a preocupar al Pentágono. La organización de los familiares de
soldados muertos o heridos no son buenas noticias para el gobierno imperialista de los EEUU. La
moral de la tropa es muy baja. El porcentaje de la población de EEUU contra la guerra aumenta
cada día y con cada noticia de otro soldado muerto. Vietnam resuena en la cabeza y la memoria
de los jóvenes que pueden ser llamados a filas. En Europa la invasión fue capaz de crear el
movimiento antiguerra y antiimperialista más masivo de la historia. Un país tras otro se ven
obligados por la presión interna a retirar sus tropas de suelo iraquí, como pasó con las españolas.
Con esta ocupación se ha fomentado la rebelión en todo Oriente Medio y el mundo árabe; el odio
al imperialismo se ha elevado a la enésima potencia. ¿Puede salir victorioso EEUU en estas
condiciones? El imperialismo se encuentra enfangado en la situación política más difícil desde la
guerra de Vietnam. La lucha de liberación nacional del pueblo iraquí y la oposición mundial de
las masas, como diría Trotsky hace noventa años, está "apagando el aullido patriótico de estos
chacales del capital" representados por el que quisiera pasar a la historia como el emperador del
mundo en el siglo XXI, el ignorante señor Bush.
Marxismo Hoy nº 14
.......... Julio 2005
El marxismo y la guerra
A 30 años de la derrota imperialista - Guerra y revolución en Vietnam
El pasado mes de junio se cumplieron sesenta años del día que, en una mañana desapacible de tormenta, las
tropas aliadas desembarcaron en las playas de Normandía. Este fue el Día D, la tan largamente aplazada invasión
de Europa. Una semana después de las celebraciones oficiales visité Normandía con algunos amigos y
compañeros. Hoy las mismas playas están plácidas y tranquilas. Paseando por las playas durante un brillante y
soleado día de junio era difícil imaginar las terribles escenas de caos y carnicería que se vivieron hace sesenta
años, cuando ni siquiera la mitad de los hombres consiguieron salir de la playa de Omaha porque antes fueron
derribados por el fuego mortal de las armas alemanas.
La historia del Día D se ha contado en muchas ocasiones. A la opinión pública ha llegado una impresión
conmovedora a través de películas como El día más largo y, más recientemente, Salvar al soldado Ryan. Las
recientes celebraciones, acompañadas por toda una serie de documentales de televisión, han reavivado las
historias sobre la heroica invasión de Francia, el terrible coste de vidas humanas, el sacrificio y el valor. Todo
esto es cierto, pero no nos cuenta toda la historia.
Los cementerios militares, con sus interminables hileras de cruces, proporcionan una información detallada
pero no pueden decir todo lo ocurrido. El cementerio estadounidense es como un jardín maravillosamente
cuidado, con música de fondo de campanas que tocan melodías como El himno de batalla de la República y
ancianos engalanados con medallas que lloran por los compañeros y la juventud que perdieron.
Hay una cosa curiosa que me llamó la atención. Las cruces del cementerio norteamericano sólo ponen la fecha
de la muerte. No hay fecha de nacimiento. Parece que los soldados nunca nacieron, sólo murieron. Para que fuera
ésta su única función en la vida. Murieron para que los demás puedan vivir en paz y democracia. En cualquier
caso esa es la leyenda oficial. La verdad sobre la guerra es algo diferente. Pero en aniversarios como éste, lo
último que se busca es la verdad.
Las celebraciones oficiales del Día D fueron como una elaborada pieza teatral. Como en el teatro, todo estuvo
cuidadosamente ensayado y orquestado. Este año el papel de empresario lo jugó habilidosamente Jacques Chirac
y el gobierno francés. Como se podría esperar lo hicieron con gran brillantez. Los pueblos y las ciudades estaban
todos cubiertos con banderas de los aliados y placas con frases como: "Bienvenidos libertadores" y "Gracias".
Todo muy conmovedor.
Sí, conmovedor, pero también un poco sorprendente. Después de todo se trataba del sesenta aniversario. En el
cincuenta aniversario, que es una fecha más lógica para las celebraciones, el escenario fue bastante diferente. Las
celebraciones entonces fueron a una escala mucho menor. Las celebraciones oficiales prácticamente se limitaron
a un puñado de dignatarios. Muchos de ellos fueron acordonados para separarles del público.
¿Cuál es la diferencia en esta ocasión? Claramente está más en juego que la memoria histórica. Tiene más que
ver con nuestros propios tiempos y el hecho de que, después del enfrentamiento entre Europa y EEUU con
relación a Iraq, los gobiernos europeos, y Francia en primer lugar, estaban ansiosos por reparar los puentes rotos.
Molesto por las críticas norteamericanas de "ingratitud", el gobierno francés está intentando demostrar su
compromiso sincero con la Alianza del Atlántico Norte. El aniversario del Día D fue la excusa perfecta.
Muchos antiguos soldados estadounidenses que visitaron Francia durante las últimas semanas sin duda
quedaron sinceramente conmovidos ante la bienvenida que recibieron de la población francesa normal, que a su
vez era sincera en su deseo de prestar un tributo a los soldados que arriesgaron todo luchando en una guerra
sangrienta contra el fascismo. Cuando los hombres y mujeres corrientes hablaban de su deseo de vivir en paz y
libertad, sin duda eran sinceros. Pero las palabras y los hechos de la población corriente es una cosa y los de sus
gobiernos y clases dominantes es otra bien distinta.
La debilidad de Alemania
La invasión a través del Canal en el verano de 1944 fue sin duda una hazaña inmensa de planificación militar,
que necesitó de unos recursos y mano de obra colosales. Los alemanes habían fortificado la línea costera con
búnkeres y artillería, un enorme sistema defensivo conocido como Muro Atlántico. A pesar de los duros
bombardeos las fuerzas alemanas mantenían una fuerza considerable. Me sorprendió ver que, incluso hoy, varios
búnkeres alemanes (con algunas armas dentro aún) se mantienen en pie, desafiando el tiempo como si fueran
grotescos castillos arruinados rodeados de los cráteres provocados por las bombas.
Pero la historia de la guerra demuestra que las murallas y los búnkeres son poco útiles si no hay fuerzas serias
para defenderlos. En 1940 Francia se sentía segura detrás de las defensas supuestamente inquebrantables de la
Línea Maginot, hasta que el ejército alemán las rodeó. El comandante alemán Rundstedt se quejó a sus colegas
más cercanos de que la muralla no era otra cosa que una gigantesca mentira, un "muro propagandístico". Creía
que se debía atacar duramente a los invasores mientras que éstos aún estaban en las playas y empujarlos al mar.
Esto requería blindados móviles y no unas defensas estáticas. Desgraciadamente, Rundstedt sabía que sus fuerzas
eran reducidas y en general de pobre calidad:
"La mayoría de las tropas estacionadas en Francia eran chicos desentrenados o alemanes de la etnia
Volksdeutscheg procedente de Europa del Este. Incluso había prisioneros de guerra soviéticos, armenios,
georgianos, cosacos y otros grupos que odiaban a los rusos y querían ver libre su patria de comunismo. El
armamento de las divisiones costeras era también de segunda fila, la mayoría fabricado en el extranjero y
obsoleto" (M. Veranov, The Third Reich at War, pág. 490).
Alarmado ante la perspectiva de una invasión aliada de Francia, Hitler envió a su general más famoso, el
legendario mariscal Erwin Rommel, antiguo comandante del Afrika Korps, para asegurar las defensas costeras. El
alto mando alemán esperaba beneficiarse de la experiencia de Rommel y de su sólido conocimiento técnico,
también esperaba que su presencia calmaría a la opinión pública alemana y preocuparía a los aliados. Pero
Rommel se quedó conmocionado al ver la relativa debilidad de las defensas alemanas y particularmente por la
ausencia de fuerzas efectivas de lucha.
"Rommel se quedó consternado ante lo que encontró. Quedó conmocionado por la ausencia de un plan
estratégico global. Al principio descartó la idea de la Muralla Atlántica catalogándola de producto de la
imaginación de Hitler, la llamó Babia (Wolkenkucksheim). Inspeccionó las tropas y vio que apenas eran las
adecuadas. Desechó a la Armada y la fuerza aérea por ser casi inútiles: la Luftwaffe podría reunir a no más de 300
aviones de combate útiles frente a los miles de aviones británicos y estadounidenses que se esperaba surcaran los
cielos cuando empezara la invasión de las playas, la Armada sólo tenía un puñado de barcos.
Dada la manifiesta debilidad de las fuerzas alemanas, Rommel no encontró otra alternativa que centrar las
fuerzas en detener a los invasores al borde del agua. Por su experiencia en el norte de África, estaba convencido
de que los aviones de combate y bombarderos aliados descartarían cualquier movimiento a gran escala de las
tropas alemanas, ya que esperarían contraatacar contra una cabeza de playa establecida" (Ibíd., pág. 490).
La única posibilidad para los alemanes era detener la invasión en las playas. Como demuestran las líneas
anteriores, esta táctica estaba determinada por la debilidad y no por la fortaleza. Los alemanes concentraron sus
mejores fuerzas para este propósito, con resultados letales. Cerca de Saint Laurent, todavía se puede ver dentro de
un búnker un poderoso cañón antitanque de 88 milímetros. Desde esta posición estratégica, con un alcance que
abarcaba toda la playa de Omaha, es fácil imaginar el efecto devastador de estas armas, combinado con el fuego
incesante de las ametralladoras apuntando hacia la orilla, destruyendo los tanques y matando a un montón de
soldados.
Era tal la intensidad del fuego alemán que un comandante naval desembarcó prematuramente 29 tanques
Sherman, supuestamente anfibios, demasiado lejos de las aguas en calma y cerca de la playa, 27 de estos tanques
fueron directamente al fondo del mar con todas sus tripulaciones. Esto dejó a los hombres del Regimiento 116 sin
los tanques vitales para cubrirles cuando estuvieran en la playa. Sólo el primer día murieron, desaparecieron o
cayeron heridos más de 2.000 soldados estadounidenses y británicos.
A pesar de las enormes pérdidas sufridas en las playas de Normandía una vez desembarcaron las fuerzas
británicas y estadounidenses el resultado era una conclusión inevitable. Las fuerzas alemanas eran demasiado
débiles para ofrecer una resistencia efectiva. La razón de esta lamentable situación está clara. Hitler había estado
agotando las reservas estacionadas en Francia para hacer frente a las enorme pérdidas que había tenido en el
frente ruso.
Intrigas imperialistas
El desembarco de Normandía fue una operación militar impresionante y costosa, pero no se puede comparar
con la escala de la ofensiva del Ejército Rojo en el Este. Esto era algo obvio para cualquiera que tuviera el más
mínimo conocimiento del desarrollo de la guerra, incluidos los comandantes aliados y los gobiernos a los que
representaban. En agosto de 1942 el Estado Mayor Conjunto de EEUU elaboró un documento que decía lo
siguiente:
"En la II Guerra Mundial Rusia ocupa una posición dominante y es el factor decisivo si se busca la derrota del
Eje en Europa. Mientras que en Sicilia las fuerzas de Gran Bretaña y EEUU se están enfrentando a dos divisiones
alemanas, el frente ruso está recibiendo la atención de aproximadamente 200 divisiones alemanas. Cada vez que
los aliados abran un segundo frente en el continente, éste será un frente secundario porque Rusia continuará
centrando todas las fuerzas. Sin Rusia en la guerra, el Eje no puede ser derrotado en Europa y la posición de las
Naciones Unidas se ha vuelto precaria" (Citado en V. Sipols. The Road to Great Victory, p. 133).
Estas palabras expresan con certeza la verdadera situación que existía en el momento del desembarco del Día
D. Pero una versión completamente diferente de la guerra (y falsa) es la que normalmente se han encargado de
cultivar continuamente los medios de comunicación. La realidad es que la guerra contra Hitler en Europa fue
una lucha principalmente encabezada por la URSS y el Ejército Rojo. Durante la mayor parte de la guerra los
británicos y los estadounidenses permanecieron como simples espectadores. Después de la invasión de la Unión
Soviética en el verano de 1941, Moscú pidió reiteradamente la apertura de un segundo frente contra Alemania.
Pero Churchill no se apresuró en complacerle. La razón no era tanto militar como política.
La política y la táctica de la clase dominante británica y estadounidense en la Segunda Guerra Mundial no
estaban en absoluto dictadas por el amor a la democracia y el odio al fascismo, como la propaganda oficial quiere
hacernos creer, sino que estaban dictadas por sus intereses de clase. Cuando Hitler invadió la URSS en 1941, la
clase dominante británica calculaba que Alemania derrotaría a la Unión Soviética, que en este proceso Alemania
quedaría tan debilitada que permitiría matar dos pájaros de un tiro. Es probable que los estrategas de Washington
pensaran de una forma más o menos similar.
Pero los planes tanto de los círculos dominantes británicos como estadounidenses resultaron ser totalmente
defectuosos. En lugar de ser derrotada por la Alemania nazi, la Unión Soviética luchó e infligió una derrota
decisiva a los ejércitos de Hitler. La causa de esta extraordinaria victoria no podrá ser admitida nunca por los
defensores del capitalismo, pero es una realidad patente. La existencia de una economía nacionalizada y
planificada dio a la URSS una enorme ventaja en la guerra. A pesar de la política criminal de Stalin, que al inicio
de la guerra casi lleva a la URSS al colapso, la Unión Soviética fue capaz de recuperarse y reconstruir su
capacidad industrial y militar.
Sólo en 1943, la URSS fabricó 130.000 piezas de artillería, 24.000 tanques, armas autopropulsadas y 29.900
aviones de combate. Los nazis, con todos los ingentes recursos de Europa tras ellos, también aumentaron la
producción, fabricaron 73.000 piezas de artillería, 10.700 tanques y armas de asalto y 19.300 aviones de combate
(ver V. Sipols, Ibíd., pág. 132). Estas cifras hablan por sí solas. La URSS, movilizando el inmenso poder de una
economía planificada consiguió producir más que la poderosa Wehrmacht. Ese es el secreto de su éxito.
Había otra razón para la formidable capacidad de lucha del Ejército Rojo. Hace mucho tiempo Napoleón
insistía en la importancia decisiva de la moral en la guerra. La clase obrera soviética estaba luchando para
defender lo que quedaba de las conquistas de la Revolución de Octubre. A pesar de los monstruosos crímenes de
Stalin y la burocracia, la economía nacionalizada representaba una conquista histórica enorme, comparada con la
barbarie del fascismo, la esencia destilada del imperialismo y el capital monopolista, ésta era una conquista por la
que merecía la pena luchar y morir. La clase obrera de la URSS hizo esto a una escala espantosa.
El verdadero punto de inflexión de la guerra fue la contraofensiva soviética de 1942, culminando en la batalla
de Stalingrado y más tarde en la aún más decisiva batalla de Kursk. Después de una feroz batalla que duró una
semana, la resistencia alemana colapsó. Para furia de Hitler, que había ordenado al Sexto Ejército "luchar hasta la
muerte", el general Paulus se rindió ante el ejército soviético. Incluso Churchill, el rabioso anticomunista, tuvo
que admitir que el Ejército Rojo había "desgarrado los intestinos del ejército alemán" en Stalingrado.
Este fue un golpe devastador para el ejército alemán. Aunque no están disponibles las cifras exactas, parece
que la mitad de los 250.000 hombres del Sexto Ejército murieron en combate o de frío, hambre o enfermedad.
Unos 35.000 consiguieron salvarse, pero de los 90.000 que se rindieron apenas 6.000 regresaron a Alemania. La
victoria rusa les costó 750.000 muertos, heridos o desaparecidos. El cuadro acumulativo fue incluso más negro.
En sólo seis meses de lucha, desde mediados de noviembre de 1942, la Wehrmacht había perdido 1.250.000
hombres, 5.000 aviones, 9.000 tanques y 20.000 piezas de artillería. Más de cien divisiones fueron destruidas o
dejaron de existir como unidades efectivas de lucha.
Martín Gilbert escribe lo siguiente: "En las primeras semanas de 1943 el renacido Ejército Rojo parecía estar al
ataques en todas partes. La operación Estrella fue un masivo avance soviético hacia el oeste del río Don. El 14 de
febrero los rusos capturaron Jarkov y más al sur se estaban aproximando hacia el río Dnieper" (M. Gilbert,
Second World War). Mucho más que el desembarco de Normandía, la batalla de Kursk en julio de 1943 fue la
batalla más decisiva de la Segunda Guerra Mundial. El ejército alemán perdió más de 400 tanques en esta lucha
épica.
Después de este golpe devastador, los ejércitos rusos comenzaron a empujar hacia atrás a los alemanes, de
nuevo hacia el frente occidental. Fue la mayor ofensiva militar de toda la historia. Inmediatamente encendió las
luces de alarma en Londres y Washington. La verdadera razón del desembarco de Normandía fue que si los
británicos y estadounidenses no abrían inmediatamente un segundo frente en Francia se habrían encontrado con el
Ejército Rojo en el Canal.
Política contrarrevolucionaria
En cuanto quedó claro que la Unión Soviética emergería como la fuerza dominante en Europa después de la
guerra, las tendencias reaccionarias de Churchill, que se había visto obligado a disimular, salieron a la superficie.
Para este gángster contrarrevolucionario el enemigo principal ya no era la Alemania nazi. Era la Unión Soviética.
El Ejército Rojo había aplastado a los ejércitos de Hitler en Prusia oriental y estaba a punto de entrar en Berlín.
Churchill escribió al gobierno soviético que las conquistas del Ejército Rojo merecían "no escatimar aplausos" y
las futuras generaciones debían conocer su deuda con ellos "sin reservas, como los que hemos vivido para
presenciar estas soberbias conquistas" (Correspondence... vol. 1, págs. 305-6).
Pero estas palabras destilaban hipocresía. En realidad, Churchill no estaba en absoluto contento con el avance
ruso. El general estadounidense Eisenhower planeaba rodear y destruir a las fuerzas alemanas que defendían el
Ruhr e incluso dividir las fuerzas enemigas uniéndose con el ejército soviético. Churchill se opuso enérgicamente
a este plan, quería mantener a toda costa a los rusos fuera de Berlín. Quería que los británicos y los
estadounidenses tomaran Berlín, y no el Ejército Rojo. Envió un cable a Roosevelt el 1 de abril en el que decía lo
siguiente: "Considero por lo tanto que desde un punto de vista político deberíamos marchar tan lejos al este de
Alemania como fuera posible y que deberíamos tomar Berlín" (Roosevelt and Churchill. Their Secret Wartime
Correspondence, pág. 669).
El primer ministro británico escribió en sus memorias que la destrucción del poder militar alemán "había traído
consigo un cambio fundamental en las relaciones entre la Rusia comunista y las democracias occidentales. Habían
perdido un enemigo común, que era casi el único nexo de unión". Perfilando su estrategia, Churchill defendía la
creación de un frente para detener el avance del Ejército Rojo. Este frente tenía que llegar tan al este como fuera
posible. Berlín era el principal objetivo. Los estadounidenses deberían entrar en Praga y ocupar Checoslovaquia.
Se debía llegar a un acuerdo en las principales cuestiones entre Europa occidental y oriental antes de que los
británicos y estadounidenses "cedieran cualquier parte de los territorios alemanes que habían conquistado"
(Winston Churchill, The Second World War, Vol. VI, pág. 400).
Durante toda la guerra los intereses reales de los pueblos de la Europa ocupada no fueron la principal fuerza
motriz de los círculos dominantes de Londres y Washington. Todas sus acciones eran simplemente una expresión
de la política más cruda de las grandes potencias. El temor a la revolución nunca desapareció. Por esa razón se
decidió el desarme de Alemania aunque podría retener "las fuerzas necesarias para el mantenimiento del orden
público". Estos caballeros recordaban muy bien la oleada revolucionaria que recorrió Alemania después de la
Primera Guerra Mundial.
Churchill temía una revolución en Alemania después del colapso del régimen nazi. Más tarde admitió que a
finales de abril había dado instrucciones al mariscal Montgomery para "que fuera cuidadoso en la recogida de
armas alemanas, guardándolas de tal forma que fuera fácil para los soldados alemanes utilizarlas de nuevo" si
Londres pensaba que era necesario (ver The Daily Herald, 24/11/1954). Era exactamente la misma política
aplicada por los británicos a finales de la Primera Guerra Mundial, cuando permitieron al ejército alemán
mantener miles de ametralladoras, violando el Tratado de Versalles, para sofocar la revolución alemana.
Incluso cuando todavía no había terminado la guerra contra la Alemania nazi, los aliados estaban preparando el
aplastamiento de las insurrecciones de las masas y el apoyo de regímenes de derecha, como el régimen de
Badoglio en Italia. El historiador estadounidense D. F. Fleming dice lo siguiente: "Buscábamos preservar el poder
del estrato social superior que desde hacía tiempo había gobernado estos países" (D. F. Fleming, The Cold War
and its Origins, 1917-1960, Vol. 1, pág. 210).
En enero de 1945 el Departamento de Estado norteamericano propuso la creación de un Consejo de Seguridad
Provisional para Europa o un Alto Comisionado de Urgencia para "conseguir la unidad de la política y la acción
conjunta" en Europa. El objetivo de este organismo era poner gobiernos provisionales en Europa después de la
derrota de los nazis y el "mantenimiento del orden", es decir, la supresión de las revoluciones. Los autores del
documento insistían en que se debería hacer "todo esfuerzo posible" para "inducir al gobierno soviético a aceptar
el acuerdo".
Los imperialistas estaban aterrorizados ante la entrada del Ejército Rojo en Europa del Este y ante la
posibilidad de que el derrocamiento de los regímenes títeres nazis sirviera de señal para la rebelión. Estos temores
estaban bien fundados. El espectacular avance del Ejército Rojo y el colapso de los regímenes nazis en Europa del
Este provocaron una oleada revolucionaria tanto en Europa oriental como occidental. Sin embargo,
contrariamente a la creencia de Churchill, Stalin no tenía interés en ver revoluciones obreras en Europa debido al
efecto que podría tener sobre los trabajadores de la URSS.
Como una prueba de sus "buenas intenciones", Stalin ordenó la disolución de la Internacional Comunista
(Comintern), que había sido creada por Lenin y Trotsky en 1919 para avanzar en la causa de la revolución
mundial. La Comintern fue disuelta ignominiosamente, sin ni siquiera convocar un congreso, el 15 de mayo de
1943. Esta fue la señal de Stalin a los imperialistas británicos y estadounidenses para que comprendieran que no
debían tener miedo de él, al menos en lo que se refería a la revolución mundial.
Un autor estalinista escribe lo siguiente: "Respondiendo el 28 de mayo a la cuestión de Harold King, el
corresponsal en Moscú de Reuters, ante el efecto que tendría la disolución de la Comintern en el futuro de las
relaciones internacionales, Stalin escribió que la disolución de la Internacional Comunista facilitaba la
organización de un ataque común de las Naciones Unidas contra el enemigo común. La disolución de la
Comintern dejaba al descubierto la mentira nazi de que ‘Moscú’ tenía la intención de intervenir en los asuntos de
otras naciones y ‘bolchevizarlas" (V. Sipols, pág. 142).
En 1944 los imperialistas británicos intervinieron militarmente en Grecia para aplastar a los partisanos que
estaban dirigidos por el Partido Comunista. Esto fue el resultado directo de la política de Stalin, que había llegado
a un acuerdo con Churchill para dividir los Balcanes y Europa del Este en esferas de influencias rusa y británica.
Este no es el lugar para ocuparnos de las maniobras diplomáticas entre Rusia, EEUU y Gran Bretaña durante la
guerra, pero está bastante claro que las tres potencias estaban maniobrando para conseguir posiciones después de
la derrota de la Alemania nazi. Stalin había intentado encontrar un sitio entre las potencias imperialistas entre
1944 y 1945, en las tres grandes conferencias de Teherán, Moscú, Yalta y en Postdam. Churchill anotó su
conversación con Stalin en octubre de 1944:
"El momento era adecuado para los negocios, así que dije, ‘Tratemos nuestros asuntos en los Balcanes. Sus
ejércitos están en Rumania y Bulgaria. Nosotros tenemos intereses, misiones y agentes allí. No debemos
desviarnos en pequeñas cosas. En cuanto a Gran Bretaña y Rusia se refiere, ¿cómo podría ofrecerle tener el 90
por ciento del control de Rumania y para nosotros el 90 por ciento de Grecia y Yugoslavia a un 50-50 por
ciento?’. Mientras le traducían yo escribía en una pequeña hoja de papel:
Rumania: Rusia, el 90 por ciento; los otros, el 10 por ciento.
Grecia: Gran Bretaña (de acuerdo con EEUU), el 90 por ciento; Rusia, el 10 por ciento.
Hungría: 50-50 por ciento.
Bulgaria: Rusia, el 75 por ciento; los otros, el 25 por ciento.
Se lo pasé a Stalin que había escuchado la traducción. Hubo una leve pausa. Después tomó su lápiz azul e hizo
un gran garabato en él, nos lo devolvió. Todo se decidió en menos tiempo de lo que se tardó en escribir. Después
de esto hubo un largo silencio. El papel garabateado estaba en el centro de la mesa. Finalmente dije, ‘¿podría
parecer bastante cínico si vieran que hemos decidido estas cuestiones, que afectan al destino de millones de
personas, de una forma tan improvisada? Debemos quemar el papel’ ‘No, guárdelo’ dijo Stalin" (W. Churchill,
Triumph and Tragedy, pág. 227-8).
Las acciones de Stalin dieron luz verde a Churchill para aplastar la revolución en Grecia. Aquí, el ejército
británico aplastó a los partisanos del EAM que habían dirigido la lucha contra la ocupación nazi, entregando el
poder al rey y su camarilla reaccionaria. Esto llevó a una guerra civil sangrienta y a un gobierno reaccionario en
Grecia que duró décadas.
La derrota de Japón
Los japoneses tenían un poderoso ejército terrestre en Manchuria, el ejército Kwantung. Su fuerza total estaba
formada por un millón de hombres. Tenía 1.215 tanques, 6.640 armas y morteros y 1.907 aviones de combate.
Esta formidable fuerza de combate se enfrentaba a 1.185.000 soldados soviéticos estacionados en el Lejano
Oriente soviético. Después de la rendición alemana recibieron refuerzos de fuerzas adicionales y cuando la
ofensiva comenzó, el 9 de agosto, había en total 1.747.000 soldados, 5.250 tanques y armas autopropulsadas,
29.385 armas y morteros, y 5.171 aviones de combate. En una campaña que duró seis días el Ejército Rojo
aplastó a las fuerzas japonesas y avanzó a través de Manchuria con una velocidad asombrosa. Las fuerzas
soviéticas entraron en Corea, en Sajalin del Sur y en las Islas Kuriles, a poca distancia de Japón.
El 6 de agosto los estadounidenses lanzaron una bomba atómica sobre Hiroshima. Tres días después, el mismo
día que el ejército soviético iniciaba su ofensiva, lanzaron una segunda bomba atómica sobre Nagasaki. Todo esto
a pesar de que los muertos eran civiles y no bienes militares, y que los japoneses estaban ya derrotados y pidiendo
la paz. Estas bombas atómicas tenían la intención de lanzar una advertencia a la URSS para que el Ejército Rojo
no continuara su avance, porque si no habría ocupado Japón. El uso de la bomba atómica fue un acto político.
Tenía la intención de demostrar a Stalin que EEUU ahora tenía en su posesión un terrible arsenal de armas de
destrucción masiva y estaban dispuestos a utilizarlo contra poblaciones civiles. Había una amenaza implícita: lo
que hemos hecho en Hiroshima y Nagasaki lo podemos hacer en Moscú y Leningrado.
Nada más rendirse Japón, la actitud de Washington hacia Moscú cambió inmediatamente. Ahora estaba ya
acabada la forma que adoptaría el mundo de la posguerra. El mundo estaría dominado por dos grandes gigantes:
el poderoso imperialismo estadounidense, por un lado, y el poderoso estalinismo ruso por el otro. Representaban
dos sistemas socioeconómicos fundamentalmente antagónicos, con intereses opuestos. Era inevitable una lucha
titánica entre los dos.
Los imperialistas norteamericanos ahora se sentían los amos del mundo. Habían sufrido relativamente poco en
la guerra. Su base productiva estaba intacta, mientras que la industria de Europa estaba en ruinas. Dos tercios del
oro disponible en el mundo se encontraban en Fort Knox. EEUU tenía un inmenso ejército y el monopolio de las
armas nucleares. Podían imponer sus condiciones al resto del mundo. Sólo la Unión Soviética se interponía en su
camino. La arrogancia del poder estadounidense fue expresada en palabras por el director del The New York
Times, Neil MacNeil, cuando escribió lo siguiente: "Tanto EEUU como el mundo necesitaban la paz basada en
los principios norteamericanos, la Paz Americana [...] Deberíamos aceptar la paz norteamericana. No deberíamos
aceptar nada más" (Neil MacNeil, An American Peace, Nueva York, 1944, pág. 264).
El marxismo y la guerra
A 30 años de la derrota imperialista - Guerra y revolución en Vietnam
II
A lo dicho hay que añadir la siguiente consideración general. Una clase oprimida que no
aspirase a aprender el manejo de las armas, a tener armas, esa clase oprimida sólo merecería que
se la tratara como a los esclavos. Nosotros, si no queremos convertirnos en pacifistas burgueses o
en oportunistas, no podemos olvidar que vivimos en una sociedad de clases, de la que no hay ni
puede haber otra salida que la lucha de clases. En toda sociedad de clases —ya se funde en la
esclavitud, en la servidumbre, o, como ahora, en el trabajo asalariado— , la clase opresora está
armada. No sólo el ejército regular moderno, sino también la milicia actual —incluso en las
repúblicas burguesas más democráticas, como, por ejemplo, en Suiza—, representan el
armamento de la burguesía contra el proletariado. Esta es una verdad tan elemental, que apenas
si hay necesidad de detenerse especialmente en ella. Bastará recordar el empleo del ejército
contra los huelguistas en todos los países capitalistas.
El armamento de la burguesía contra el proletariado es uno de los hechos más considerables,
fundamentales e importantes de la actual sociedad capitalista. ¡Y ante semejante hecho se
propone a los socialdemócratas revolucionarios que planteen la "reivindicación" del "desarme"!
Esto equivale a renunciar por completo al punto de vista de la lucha de clases, a renegar de toda
idea de revolución. Nuestra consigna debe ser: armar al proletariado para vencer, expropiar y
desarmar a la burguesía. Esta es la única táctica posible para una clase revolucionaria, táctica que
se desprende de todo el desarrollo objetivo del militarismo capitalista, y que es prescrita por este
desarrollo. Sólo después de haber desarmado a la burguesía podrá el proletariado, sin traicionar
su misión histórica universal, convertir en chatarra toda clase de armas en general, y así lo hará
indudablemente el proletariado, pero sólo entonces; de ningún modo antes.
Si la guerra actual despierta entre los reaccionarios socialistas cristianos y entre los jeremías
pequeñoburgueses sólo susto y horror, sólo repugnancia hacia todo empleo de las armas, hacia la
sangre, la muerte, etc., nosotros, en cambio, debemos decir: la sociedad capitalista ha sido y es
siempre un horror sin fin. Y si ahora la guerra actual, la más reaccionaria de todas las guerras,
prepara a esa sociedad un fin con horror, no tenemos ningún motivo para entregarnos a la
desesperación. Y en una época en que, a la vista de todo el mundo, se esta preparando por la
misma burguesía la única guerra legítima y revolucionaria, a saber: la guerra civil contra la
burguesía imperialista, la "reivindicación" del desarme, o mejor dicho, la ilusión del desarme es
única y exclusivamente, por su significado objetivo, una prueba de desesperación.
Al que diga que esto es una teoría al margen de la vida, le recordaremos dos hechos de
carácter histórico universal: el papel de los trusts y del trabajo de las mujeres en las fábricas, por
un lado, y la Comuna de 1871 y la insurrección de diciembre de 1905 en Rusia, por el otro.
El propósito de la burguesía es desarrollar trusts, empujar a niños y mujeres a las fábricas,
donde los tortura, los pervierte y los condena a la extrema miseria. Nosotros no "exigimos"
semejante desarrollo, no lo "apoyamos", luchamos contra él. Pero ¿como luchamos? Sabemos
que los trusts y el trabajo de las mujeres en las fábricas son progresistas. No queremos volver
atrás, a los oficios artesanos, al capitalismo premonopolista, al trabajo doméstico de la mujer.
¡Adelante, a través de los trusts, etc., y más allá de ellos, hacia el socialismo!
Este razonamiento, con las correspondientes modificaciones, es también aplicable a la actual
militarización del pueblo. Hoy la burguesía imperialista no sólo militariza a todo el pueblo, sino
también a la juventud. Mañana tal vez empiece a militarizar a las mujeres. Nosotros debemos
decir ante esto: ¡tanto mejor! ¡Adelante, rápidamente! Cuanto más rápidamente, tanto más cerca
se estará de la insurrección armada contra el capitalismo. ¿Cómo pueden los socialdemócratas
dejarse intimidar por la militarización de la juventud, etc., si no olvidan el ejemplo de la
Comuna? Eso no es una "teoría al margen de la vida", no es una ilusión, sino un hecho. Y sería
en verdad gravísimo que los socialdemócratas, pese a todos los hechos económicos y políticos,
comenzaran a dudar de que la época imperialista y las guerras imperialistas deben conducir
inevitablemente a la repetición de tales hechos.
Cierto observador burgués de la Comuna escribía en mayo de 1871 en un periódico inglés:
"¡Si la nación francesa estuviera formada sólo por mujeres, qué nación tan horrible sería!".
Mujeres y niños hasta de trece años lucharon en los días de la Comuna al lado de los hombres. Y
no podrá suceder de otro modo en las futuras batallas por el derrocamiento de la burguesía. Las
mujeres proletarias no contemplarán pasivamente cómo la burguesía, bien armada, ametralla a
los obreros, mal armados o inermes. Tomarán las armas, como en 1871, y de las asustadas
naciones de ahora, o mejor dicho, del actual movimiento obrero, desorganizado más por los
oportunistas que por los gobiernos, surgirá indudablemente, tarde o temprano, pero de un modo
absolutamente indudable, la unión internacional de las "horribles naciones" del proletariado
revolucionario.
La militarización penetra ahora toda la vida social. El imperialismo es una lucha encarnizada
de las grandes potencias por el reparto y la redistribución del mundo, y por ello tiene que
concluir inevitablemente a un reforzamiento de la militarización en todos los países, incluso en
los neutrales y pequeños. ¿Con qué harán frente a esto las mujeres proletarias? ¿Se limitarán a
maldecir toda guerra y todo lo militar, se limitarán a exigir el desarme? Nunca se conformarán
con papel tan vergonzoso las mujeres de una clase oprimida que sea verdaderamente
revolucionaria. Les dirán a sus hijos: "Pronto serás grande. Te darán un fusil. Tómalo y aprende
bien a manejar las armas. Es una ciencia imprescindible para los proletarios, y no para disparar
contra tus hermanos, los obreros de otros países, como sucede en la guerra actual y como te
aconsejan que lo hagas los traidores al socialismo, sino para luchar contra la burguesía de tu
propio país, para poner fin a la explotación, a la miseria y a las guerras, no con buenos deseos,
sino venciendo a la burguesía y desarmándola".
De renunciar a esta propaganda, precisamente a esta propaganda, en relación con la guerra
actual, mejor es no decir más palabras solemnes sobre la socialdemocracia revolucionaria
internacional, sobre la revolución socialista, sobre la guerra contra la guerra.
III
Los partidarios del desarme se pronuncian contra el punto del programa referente al
"armamento del pueblo", entre otras razones, porque, según dicen, esta reivindicación conduce
más fácilmente a las concesiones al oportunismo. Ya hemos examinado más arriba lo más
importante: la relación entre el desarme y la lucha de clases y la revolución social.
Examinaremos ahora qué relación guarda la reivindicación del desarme con el oportunismo. Una
de las razones más importantes de que esta reivindicación sea inadmisible consiste precisamente
en que ella, y las ilusiones a que da origen, debilitan y enervan inevitablemente nuestra lucha
contra el oportunismo.
No cabe duda de que esta lucha es el principal problema inmediato de la Internacional. Una
lucha contra el imperialismo que no esté indisolublemente ligada a la lucha contra el
oportunismo es una frase vacía o un engaño. Uno de los principales defectos de Zimmerwald y
de Kienthal(4), una de las principales causas del posible fracaso de estos gérmenes de la Tercera
Internacional, consiste precisamente en que ni siquiera se ha planteado francamente el problema
de la lucha contra el oportunismo, sin hablar ya de una solución de este problema que señale la
necesidad de romper con los oportunistas. El oportunismo triunfó, temporalmente, en el seno del
movimiento obrero europeo. En todos los países más importantes han aparecido dos matices
fundamentales del oportunismo: primero, el social-imperialismo franco, cínico, y por ello menos
peligroso, de los Plejánov, los Scheidemann, los Legien, los Albert Thomas y los Sembat, los
Vandervelde, los Hyndman, los Henderson, etc.; segundo, el encubierto, kautskiano: Kautsky-
Haase y el Grupo Socialdemócrata del Trabajo en Alemania; Longuet, Pressemane, Mayeras,
etc., en Francia Ramsay McDonald y otros jefes del Partido Laborista Independiente, en
Inglaterra; Mártov, Chjeidze, etc., en Rusia; Treves y otros reformistas llamados de izquierda, en
Italia.
El oportunismo franco esta directa y abiertamente contra la revolución y contra los
movimientos y explosiones revolucionarias que se están iniciando, y ha establecido una alianza
directa con los gobiernos, por muy diversas que sean las formas de esta alianza, desde la
participación en los ministerios hasta la participación en los comités de la industria armamentista
(en Rusia)(5). Los oportunistas encubiertos, los kautskianos, son mucho más nocivos y peligrosos
para el movimiento obrero porque la defensa que hacen de la alianza con los primeros la
encubren con palabrejas "marxistas" y consignas pacifistas que suenan plausiblemente. La lucha
contra estas dos formas del oportunismo dominante debe ser desarrollada en todos los terrenos de
la política proletaria: parlamento, sindicatos, huelgas, en la cuestión militar, etc. La
particularidad principal que distingue a estas dos formas del oportunismo dominante consiste en
que el problema concreto de la relación entre la guerra actual y la revolución y otros problemas
concretos de la revolución se silencian y se encubren, o se tratan con la mirada puesta en las
prohibiciones policíacas. Y eso a pesar de que antes de la guerra se había señalado infinidad de
veces, tanto en forma no oficial como con carácter oficial en el Manifiesto de Basilea, la relación
que guardaba precisamente esa guerra inminente con la revolución proletaria. Mas el defecto
principal de la reivindicación del desarme consiste precisamente en que se pasan por alto todos
los problemas concretos de la revolución. ¿O es que los partidarios del desarme están a favor de
un tipo completamente nuevo de revolución sin armas?
Prosigamos. En modo alguno estamos contra la lucha por las reformas. No queremos
desconocer la triste posibilidad de que la humanidad —en el peor de los casos— pase todavía por
una segunda guerra imperialista, si la revolución no surge de la guerra actual, a pesar de las
numerosas explosiones de efervescencia y descontento de las masas y a pesar de nuestros
esfuerzos. Nosotros somos partidarios de un programa de reformas que también debe ser dirigido
contra los oportunistas. Los oportunistas no harían sino alegrarse en el caso de que les dejásemos
por entero la lucha por las reformas y nos eleváramos a las nubes de un vago "desarme", para
huir de una realidad lamentable. El "desarme" es precisamente la huida frente a una realidad
detestable, y en modo alguno la lucha contra ella.
En semejante programa nosotros diríamos aproximadamente: "La consigna y el
reconocimiento de la defensa de la patria en la guerra imperialista de 1914-1916 no sirven más
que para corromper el movimiento obrero con mentiras burguesas". Esa respuesta concreta a
cuestiones concretas sería teóricamente más justa, mucho más útil para el proletariado y más
insoportable para los oportunistas que la reivindicación del desarme y la renuncia a "toda"
defensa de la patria. Y podríamos añadir: "La burguesía de todas las grandes potencias
imperialistas, de Inglaterra, Francia, Alemania, Austria, Rusia, Italia, el Japón y los Estados
Unidos, es hoy hasta tal punto reaccionaria y está tan penetrada de la tendencia a la dominación
mundial, que toda guerra por parte de la burguesía de estos países no puede ser más que
reaccionaria. El proletariado no sólo debe oponerse a toda guerra de este tipo, sino que debe
desear la derrota de ‘su’ gobierno en tales guerras y utilizar esa derrota para una insurrección
revolucionaria, si fracasa la insurrección destinada a impedir la guerra".
En lo que se refiere a la milicia, deberíamos decir: no somos partidarios de la milicia
burguesa, sino únicamente de una milicia proletaria. Por eso, "ni un céntimo, ni un hombre", no
sólo para el ejército regular, sino tampoco para la milicia burguesa, incluso en países como los
Estados Unidos o Suiza, Noruega, etc. Tanto más cuanto que en los países republicanos más
libres (por ejemplo, en Suiza) observamos una prusificación cada vez mayor de la milicia, sobre
todo en 1907 y 1911, y que se la prostituye, movilizándola contra los huelguistas. Nosotros
podemos exigir que los oficiales sean elegidos por el pueblo, que sea abolida toda justicia
militar, que los obreros extranjeros tengan los mismos derechos que los obreros nacionales
(punto de especial importancia para los Estados imperialistas que, como Suiza, explotan cada vez
en mayor número y cada vez con mayor descaro a obreros extranjeros, sin otorgarles derechos).
Y además, que cada cien habitantes de un país, por ejemplo, tengan derecho a formar
asociaciones libres para aprender el manejo de las armas, eligiendo libremente instructores
retribuidos por el Estado, etc. Sólo en tales condiciones podría el proletariado aprender el manejo
de las armas efectivamente para sí, y no para sus esclavizadores, y los intereses del proletariado
exigen absolutamente ese aprendizaje. La revolución rusa ha demostrado que todo éxito, incluso
un éxito parcial, del movimiento revolucionario —por ejemplo, la conquista de una ciudad, un
poblado fabril, una parte del ejército— obligará inevitablemente al proletariado vencedor a poner
en práctica precisamente ese programa.
Por último, contra el oportunismo no se puede luchar, naturalmente, sólo con programas,
sino vigilando sin descanso para que se los ponga en práctica de una manera efectiva. El mayor
error, el error fatal de la fracasada II Internacional, consistió en que sus palabras no
correspondían a sus hechos, en que se inculcaba la costumbre de recurrir a la hipocresía y a una
desvergonzada fraseología revolucionaria (véase la actitud de hoy de Kautsky y Cía. ante el
Manifiesto de Basilea). El desarme como idea social —es decir, como idea engendrada por
determinado ambiente social, como idea capaz de actuar sobre determinado medio social, y no
como simple extravagancia de un individuo— tiene su origen, evidentemente, en las condiciones
particulares de vida, "tranquilas" excepcionalmente, de algunos Estados pequeños, que durante
un período bastante largo han estado al margen del sangriento camino mundial de las guerras, y
que confían poder seguir apartados de él. Para convencerse de ello basta reflexionar, por
ejemplo, en los argumentos de los partidarios del desarme en Noruega: "Somos un país pequeño,
nuestro ejército es pequeño, nada podemos hacer contra las grandes potencias" (y por ello nada
pueden hacer tampoco si se les impone por la fuerza una alianza imperialista con uno u otro
grupo de grandes potencias)..., "queremos seguir en paz en nuestro apartado rinconcito y
proseguir nuestra política pueblerina, exigir el desarme, tribunales de arbitraje obligatorios, una
neutralidad permanente, etc." (¿"permanente", como la de Bélgica?).
La mezquina aspiración de los pequeños Estados a quedarse al margen, el deseo
pequeñoburgués de estar lo más lejos posible de las grandes batallas de la historia mundial, de
aprovechar su situación relativamente monopolista para seguir en una pasividad acorchada, tal es
la situación social objetiva que puede asegurar cierto éxito y cierta difusión a la idea del desarme
en algunos pequeños Estados. Claro que semejante aspiración es reaccionaria y descansa toda
ella en ilusiones, pues el imperialismo, de uno u otro modo, arrastra a los pequeños Estados a la
vorágine de la economía mundial y de la política mundial.
En Suiza, por ejemplo, su situación imperialista prescribe objetivamente dos líneas del
movimiento obrero: los oportunistas, en alianza con la burguesía, aspiran a hacer de Suiza una
unión monopolista republicano-democrática, a fin de obtener ganancias con los turistas de la
burguesía imperialista y de aprovechar del modo más lucrativo y más tranquilo posible esta
"tranquila" situación monopolista.
Los verdaderos socialdemócratas de Suiza aspiran a utilizar la relativa libertad del país y su
situación "internacional" para ayudar a la estrecha alianza de los elementos revolucionarios de
los partidos obreros europeos a alcanzar la victoria. En Suiza no se habla, gracias a Dios, un
"idioma propio", sino tres idiomas universales, los tres, precisamente, que se hablan en los países
beligerantes que limitan con ella.
Si los 20.000 miembros del partido suizo contribuyeran semanalmente con dos céntimos
como "impuesto extraordinario de guerra", obtendríamos al año 20.000 francos, cantidad más
que suficiente para imprimir periódicamente y difundir en tres idiomas, entre los obreros y
soldados de los países beligerantes, a pesar de las prohibiciones de los Estados Mayores
Generales, todo cuanto diga la verdad sobre la indignación que comienza a cundir entre los
obreros, sobre su fraternización en las trincheras, sobre sus esperanzas de utilizar
revolucionariamente las armas contra la burguesía imperialista de sus "propios" países, etc.
Nada de esto es nuevo. Precisamente es lo que hacen los mejores periódicos, como La
Sentinelle, Volksrecht y Berner Tagwacht(6), pero, por desgracia, en medida insuficiente. Sólo
semejante actividad puede hacer de la magnífica resolución del Congreso de Aarau algo más que
una mera resolución magnífica.
La cuestión que ahora nos interesa se plantea en la forma siguiente: corresponde la
reivindicación del desarme a la tendencia revolucionaria entre los socialdemócratas suizos? Es
evidente que no. El "desarme" es, objetivamente, el programa más nacional, el más
específicamente nacional de los pequeños Estados, pero en manera alguna el programa
internacional de la socialdemocracia revolucionaria internacional.
Notas
1. El programa militar de la revolución proletaria fue escrito en alemán en septiembre de 1916 para la prensa de los
socialdemócratas escandinavos de izquierda, que durante la Primera Guerra Mundial se manifestaron en contra
del punto del programa socialdemócrata relativo al "armamento del pueblo" y lanzaron la errónea consigna del
"desarme". En diciembre de 1916 el artículo, redactado de nuevo, fue publicado en la Recopilación del
Socialdemócrata, T. II, con el título de La consigna del "desarme". En abril de 1917, poco antes de salir para
Rusia, Lenin entregó el texto del artículo en alemán a la redacción de la revista Jugend-Internationale. Fue
publicado el mismo año en sus núms. 9 y 10.
Jugend-Internationale era el órgano de la Liga Internacional de las Organizaciones Socialistas de la Juventud,
adherida a la izquierda de Zimmerwald, se publicó desde septiembre de 1915 hasta mayo de 1918 en Zurich.
Lenin emite su juicio acerca de esta revista en la nota La Internacional de la Juventud (véase Obras Completas, T.
XXIII).
2. Se alude a las tesis sobre la cuestión militar escritas por R. Grimm (uno de los lideres del Partido Socialdemócrata
de Suiza) en el verano de 1916 con motivo de la preparación del Congreso Extraordinario del mismo Partido.
Este Congreso, cuya celebración había sido señalada para febrero de 1917, tenía que resolver la cuestión de la
actitud de los socialistas suizos ante la guerra.
3. Neues Leben (Vida Nueva ) órgano del Partido Socialdemócrata de Suiza; se publicó en Berna desde enero de
1915 hasta diciembre de 1917.
4. Se alude a las conferencias socialistas celebradas en los pueblos de Zimmerwald y Kienthal (Suiza). La
Conferencia de Zimmerwald, o I Conferencia Socialista Internacional, se celebró del 5 al 8 de septiembre de
1915. La Conferencia de Kienthal, o II Conferencia Socialista Internacional, se celebró en del 24 al 30 de
septiembre de 1916. Ambas contribuyeron a agrupar, sobre la base ideológica del marxismo, a los elementos de
izquierda de la socialdemocracia europea, que más tarde jugaron un papel decisivo en la lucha por la creación de
partidos comunistas y la propia Tercera Internacional.
5. Los comités de la industria armamentista fueron creados en 1915 en Rusia por la gran burguesía imperialista.
Tratando de someter a los obreros a su influencia y de inculcarles ideas defensistas, la burguesía ideó la
organización de "grupos obreros" anejos a esos comités. A la burguesía le convenía que en esos grupos hubiese
representantes de los obreros, encargados de hacer propaganda entre las masas obreras en favor de una mayor
productividad del trabajo en las fábricas de materiales militares. Los mencheviques participaron activamente en
esta empresa seudopatriótica de la burguesía. Los bolcheviques declararon el boicot a los comités de la industria
armamentista y lo aplicaron eficazmente con el apoyo de la mayoría de los obreros.
6. La Sentinelle, órgano de la organización socialdemócrata suiza del cantón de Neuchatel (Suiza francesa), fundado
en Chaux de Fonds en 1884. En los primeros años de la Primera Guerra Mundial, el periódico mantuvo una
posición internacionalista. El 13 de noviembre de 1914, en el número 265 del periódico, fue publicado, en forma
abreviada, el Manifiesto del CC del POSDR La guerra y la socialdemocracia de Rusia.
Volksrecht (El Derecho del Pueblo), órgano del Partido Social demócrata de Suiza y de la organización
socialdemócrata del cantón de Zurich. Se publica en Zurich desde 1898. Durante la Primera Guerra Mundial el
periódico presentó artículos de los zimmerwaldianos de izquierda. En él aparecieron también artículos de Lenin,
como por ejemplo, Doce breves tesis sobre la defensa hecha por G. Greulich de la defensa de la patria, Sobre las
tareas del POSDR en la revolución rusa, Las maniobras de los chovinistas republicanos. Más tarde el periódico
adoptó una posición anticomunista y antidemocrática.
Berner Tagwacht (El Centinela de Berna), órgano del Partido Socialdemócrata de Suiza, publicado desde 1893 en
Berna. Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, el periódico insertó artículos de K. Liebknecht, de F. Mehring
y de otros socialdemócratas de izquierda. A partir de 1917 apoyó abiertamente a los socialchovinistas y más tarde
adoptó una posición anticomunista y antidemocrática.
Marxismo Hoy nº 14
.......... Julio 2005
El marxismo y la guerra
A 30 años de la derrota imperialista - Guerra y revolución en Vietnam
Hay indicios de que tal viraje se operó o se está operando; es decir, un viraje de la guerra
imperialista hacia la paz imperialista.
Un profundo e indudable agotamiento de ambas coaliciones imperialistas; la dificultad de
continuar la guerra; la dificultad que tienen los capitalistas en general y el capital financiero, en
particular, de arrancar a los pueblos algo más fuera de todo lo que le han birlado en forma de
escandalosas ganancias "de guerra"; la saciedad del capital financiero de los países neutrales,
Estados Unidos, Holanda, Suiza y otros, que se acrecentó gigantescamente en la guerra y al cual
no le es fácil proseguir en esa "ventajosa" economía por la escasez de las materias primas y de
las reservas alimenticias; los intentos renovados de Alemania para separar uno u otro aliado de
su principal rival imperialista, Inglaterra; las declaraciones pacifistas del gobierno alemán y, con
él, las de una serie de gobiernos de los países neutrales; he ahí los indicios principales.
¿Existen probabilidades de una pronta terminación de la guerra o no?
Es muy difícil contestar a esa pregunta con una aserción. Dos posibilidades se perfilan a
nuestro parecer con bastante nitidez:
La primera es que se concluya una paz por separado entre Alemania y Rusia, aunque no sea
en la forma corriente de un tratado formal escrito. La segunda es de que tal paz no se concluya.
Inglaterra y sus aliados todavía tienen fuerzas para sostenerse un año, dos, etc. En el primer
supuesto, la guerra cesaría ineluctablemente, de no ser ahora, en un futuro próximo, y no se
pueden esperar serias variantes en su curso. En el segundo, podría continuar indefinidamente.
Detengámonos en el primer caso.
Que la paz por separado entre Alemania y Rusia se estuvo negociando recientemente; que el
mismo Nicolás II o la influyente camarilla cortesana es partidaria de una paz semejante; que en
la política mundial ya se delineó un viraje de alianza imperialista entre Rusia e Inglaterra contra
Alemania, hacia una alianza, no menos imperialista, entre Rusia y Alemania contra Inglaterra;
todo esto está fuera de duda.
La sustitución de Sturmer por Trépov, la declaración pública del zarismo de que el "derecho"
de Rusia sobre Constantinopla está reconocido por todos los aliados, la creación por Alemania de
un Estado polaco separado, son indicios que parecieran señalar el hecho de que las negociaciones
sobre una paz por separado fracasaron. ¿Quizás el zarismo haya hecho negociaciones solamente
para extorsionar a Inglaterra, para obtener de ella un reconocimiento formal e inequívoco de los
"derechos" de Nicolás el Sangriento sobre Constantinopla y de tales o cuales garantías "serias"
de ese derecho?
Dado que el contenido principal, fundamental, de la guerra imperialista en cuestión es el
reparto del botín entre los tres principales rivales imperialistas, entre los tres bandidos, Rusia,
Alemania e Inglaterra, nada tiene de improbable tal suposición.
Por otra parte, cuanto más se perfila para el zarismo la imposibilidad práctica y militar de
recuperar Polonia, de conquistar Constantinopla, de quebrar el férreo frente alemán que
Alemania ajusta, acorta y fortifica magníficamente con sus últimas victorias en Rumania, tanto
más se ve obligado el zarismo a concluir una paz por separado con Alemania, esto es, a pasar de
su alianza imperialista con Inglaterra contra Alemania a una alianza imperialista con Alemania
contra Inglaterra. ¿Por qué no? ¿No estuvo Rusia acaso a un paso de la guerra con Inglaterra por
la competencia imperialista de ambas potencias en el reparto del botín en Asia Central? ¿No se
realizaron acaso negociaciones entre Inglaterra y Alemania sobre una alianza contra Rusia, en
1898, habiéndose comprometido secretamente, entonces, Inglaterra y Alemania a repartirse entre
sí las colonias de Portugal en "la eventualidad" de que ésta no cumpliera sus obligaciones
financieras?
La marcada tendencia de los círculos imperialistas dirigentes de Alemania hacia una alianza
con Rusia contra Inglaterra, se definió ya algunos meses atrás. La base de la alianza será,
evidentemente, el reparto de Galitzia (para el zarismo es de la mayor importancia ahogar el
centro de agitación y de libertad ucranianas), de Armenia ¡y quizá de Rumania! ¡Se deslizó en un
diario alemán la "insinuación" de que se podría dividir a Rumania entre Austria, Bulgaria y
Rusia! Alemania podría acordar algunas "menudas concesiones" más al zarismo con tal de
concertar una alianza con Rusia y también, quizá, con Japón contra Inglaterra.
La paz por separado pudo haber sido concluida entre Nicolás II y Guillermo II en secreto. En
la historia de la diplomacia existen ejemplos de tratados secretos que nadie conocía, ni siquiera
los ministros, a excepción de dos o tres personas. En la historia de la diplomacia existen
ejemplos de cómo "las grandes potencias" concurrían a un congreso "paneuropeo", habiendo
negociado previamente lo principal, en secreto, entre los grandes rivales (por ejemplo el acuerdo
secreto entre Rusia e Inglaterra sobre el saqueo de Turquía antes del Congreso de Berlín de
1878). ¡Nada habría de asombroso en el hecho de que el zarismo rechazara una paz formal por
separado entre gobiernos, considerando, entre otras cosas, que en la situación actual de Rusia su
gobierno podría encontrarse en manos de Milyukov y Guchkov o de Milyukov y Kerensky, y
que, al mismo tiempo, concluyera un tratado secreto, no formal, pero no menos "firme", con
Alemania en el que se estableciera que ambas "altas partes contratantes" mantendrían juntas una
determinada línea en el futuro congreso de la paz!
No se puede saber si esta conjetura es correcta o no. De todos modos está mil veces más
cerca de la verdad, es una descripción mucho mejor del real estado de cosas que las piadosas
frases sobre la paz que intercambian los gobiernos actuales o los gobiernos burgueses en general,
basadas en el rechazo de las anexiones, etc. Esas frases son, o bien ingenuos anhelos, o bien
hipocresía y mentira que sirven para ocultar la verdad. La verdad de la situación actual, de la
guerra actual, del momento actual en que se hacen tentativas para concluir la paz consiste en el
reparto del botín imperialista. Allí está lo esencial, y comprender esa verdad, expresarla,
"enunciar aquello que realmente es", tal es la tarea fundamental de la política socialista, a
diferencia de la burguesa, para la cual lo principal está en ocultar, en esfumar esa verdad.
Ambas coaliciones imperialistas saquearon una determinada cantidad de botín, habiendo sido
precisamente Alemania e Inglaterra los dos buitres principales y más fuertes, los que más
saquearon. Inglaterra no perdió un palmo de su tierra ni de sus colonias, "adquiriendo" las
colonias alemanas y parte de Turquía (Mesopotamia). Alemania perdió casi todas sus colonias,
pero adquirió territorios inmensamente más valiosos en Europa, al apoderarse de Bélgica, Servia,
Rumania, parte de Francia, parte de Rusia, etc. Se trata de dividir ese botín, debiendo el
"cabecilla" de cada banda de asaltantes, es decir, tanto Inglaterra como Alemania, recompensar
en una u otra medida a sus aliados, los cuales, a excepción de Bulgaria y en menor escala de
Italia, sufrieron pérdidas muy grandes. Los aliados más débiles son los que más perdieron: en la
coalición inglesa fueron aplastados Bélgica, Servia, Montenegro, Rumania; en la alemana,
Turquía perdió a Armenia y parte de Mesopotamia.
Hasta ahora el botín de Alemania es sin duda considerablemente mayor que el de Inglaterra.
Hasta ahora triunfó Alemania, quedando inmensamente más fuerte de lo que nadie hubiera
podido suponer antes de la guerra. Se entiende, por lo tanto, que sería conveniente para Alemania
concluir la paz cuanto antes, pues su rival aún podría, en la oportunidad más ventajosa
imaginable para él (si bien poco probable), poner en juego una más numerosa reserva de reclutas,
etc.
Tal es la situación objetiva. Tal es el momento actual de la lucha por el reparto del botín
imperialista. Es completamente natural que este momento haya engendrado aspiraciones,
declaraciones y manifestaciones pacifistas preferentemente entre la burguesía y los gobiernos de
la coalición alemana y luego de los países neutrales. Es igualmente natural que la burguesía y sus
gobiernos estén obligados a emplear todas sus fuerzas para burlar a los pueblos, encubriendo la
repugnante desnudez de la paz imperialista, el reparto de lo saqueado, por medio de frases, frases
enteramente falsas acerca de una paz democrática, acerca de la libertad de los pueblos pequeños,
acerca de la reducción de los armamentos, etc.
Pero si es natural en la burguesía que trate de burlar a los pueblos, ¿de qué manera cumplen
su deber los socialistas? De esto se tratará en el artículo (o capítulo) siguiente.
Notas
1. Escrito en 1917. Lenin proyectaba publicar este artículo en el periódico Novi Mir (Mundo Nuevo), que era
editado en Nueva York por los socialistas rusos emigrados. Pero el artículo no apareció allí. Los dos primeros
capítulos del mismo aparecieron, luego de su reelaboración, en el último número (58) de Sotsial-Demokrat con el
título Un viraje en la política mundial.
Marxismo Hoy nº 14
.......... Julio 2005
El marxismo y la guerra
A 30 años de la derrota imperialista - Guerra y revolución en Vietnam
En la segunda sesión de guerra del Reichstag, del 2 de diciembre de 1914, Karl Liebknecht
no sólo votó contra el presupuesto de guerra, siendo el único que lo hizo en el Reichstag,
sino que también elevó un documento con la explicación de su voto, cuya lectura no fue
permitida por el presidente del Reichstag y tampoco fue impreso en el informe de sesiones
del Parlamento. El documento fue posteriormente enviado por Liebknecht a la prensa
alemana, pero ningún periódico lo publicó.
Mi voto contra el proyecto de Ley de Créditos de Guerra del día de hoy se basa en las
siguientes consideraciones: Esta guerra, deseada por ninguno de los pueblos involucrados, no ha
estallado para favorecer el bienestar del pueblo alemán ni de ningún otro. Es una guerra
imperialista, una guerra por el reparto de importantes territorios de explotación para capitalistas y
financieros. Desde el punto de vista de la rivalidad armamentística, es una guerra provocada
conjuntamente por los partidos alemanes y austriacos partidarios de la guerra, en la oscuridad del
semifeudalismo y de la diplomacia secreta, para obtener ventajas sobre sus oponentes. Al mismo
tiempo la guerra es un esfuerzo bonapartista por desorganizar y escindir el creciente movimiento
de la clase trabajadora.
El grito alemán "¡Contra el zarismo!" fue inventado para la ocasión —de la misma forma que
fueron inventadas las actuales consignas inglesas y francesas— para explotar las más nobles
inclinaciones y las tradiciones e ideales revolucionarios del pueblo en beneficio de agitar el odio
hacia otros pueblos.
Alemania, la cómplice del zarismo, el modelo de la reacción hasta este mismo día, no tiene
ninguna autoridad para erguirse en liberadora de los pueblos. La liberación tanto del pueblo ruso
como alemán debe ser obra de sus propias manos.
La guerra no es tampoco una guerra en defensa de Alemania. Sus bases históricas y su curso
desde el comienzo hacen inaceptables las pretensiones del gobierno capitalista de que el
propósito por el cual demanda créditos es la defensa de la Patria.
Una pronta paz, una paz sin anexiones, esto es lo que debemos exigir. Todo esfuerzo en esta
dirección debe ser apoyado. Sólo fortaleciendo en forma conjunta y continua las corrientes de
todos los países beligerantes que tienen tal paz como su objetivo puede esta sangrienta carnicería
ser llevada a su fin. "sólo una paz basada sobre la solidaridad internacional de la clase obrera y
sobre la libertad de todos los pueblos puede ser una paz duradera. Por lo tanto, es el deber de los
proletariados de todos los países llevar adelante durante la guerra una labor socialista común a
favor de la paz.
Yo apoyo los créditos de ayuda a las víctimas con las siguientes reservas: voto gustosamente
por todo lo que pueda llevar un alivio a nuestros hermanos en el campo de batalla así como a los
heridos y enfermos, por los cuales siento la más profunda compasión. Pero como protesta contra
la guerra, contra aquellos que son responsables por ella y que la han causado, contra aquellos que
la dirigen, contra los propósitos capitalistas para los cuales está siendo usada, contra los planes
de anexión, contra el abandono y el olvido total de los deberes sociales y políticos por los cuales
el gobierno y las clases son todavía culpables, voto contra la guerra y los créditos de guerra
solicitados.
Berlín, 2 de diciembre de 1914
Marxismo Hoy nº 14
.......... Julio 2005
El marxismo y la guerra
A 30 años de la derrota imperialista - Guerra y revolución en Vietnam
Lo que se esperaba día tras día durante los últimos diez meses, desde la invasión austriaca a
Serbia, ha sucedido. Comenzó la guerra contra Italia.
Las masas de los países en guerra han comenzado a liberarse de las telarañas oficiales de
mentiras. El pueblo alemán también ha adquirido una percepción de las causas y objetivos de la
guerra mundial, sobre quién es directamente responsable de su estallido. Los locos desvaríos
sobre las "sagradas armas" de la guerra han perdido cada vez más su ímpetu, el entusiasmo por la
guerra se ha debilitado, el deseo de una pronta paz ha crecido poderosamente por todas partes...
¡incluso en el ejército!
Esto fue un problema engorroso para los imperialistas alemanes y austriacos, que estaban
buscando en vano una salvación. Ahora parece que la han encontrado. La intervención de Italia
en la guerra debería ofrecerles una oportunidad muy bienvenida para agitar nuevos frenesíes de
odio nacionalista, para malograr el deseo por la paz, y para desdibujar las huellas de su propia
culpa. Están apostando a la fragilidad de memoria del pueblo alemán, desafiando su
condescendencia, que ha sido puesta a prueba demasiadas veces.
Si este plan tiene éxito, el balance de diez meses de sangrienta experiencia será en vano, y el
proletariado internacional será una vez más desarmado y descartado completamente como factor
político independiente.
Este plan debe ser destruido, y lo será siempre que la porción del proletariado alemán que ha
permanecido fiel al socialismo internacional siga siendo consciente y merecedora de su misión
histórica en estos tiempos monstruosos.
Los enemigos del pueblo están contando con el olvido de las masas... nosotros combatimos
esto con el siguiente recurso:
¡Averigüen todo, no se olviden de nada!
¡No perdonen nada!
Hemos visto como, cuando la guerra estalló, las masas fueron sometidas a los objetivos
capitalistas de la guerra, con embaucadoras melodías de las clases dominantes. Hemos visto
como las brillantes burbujas de la demagogia han explotado; como los tontos sueños de agosto se
desvanecieron; cómo, en cambio de felicidad, cayeron sobre el pueblo el sufrimiento y la
miseria; cómo las lágrimas de las viudas y los huérfanos de la guerra se hincharon hasta formar
grandes torrentes, como el mantenimiento desgraciado de las tres clases; la canonización
inmisericorde de la regla de las cuatro verdades —semiabsolutismo, gobierno de los junkers
[nobles], militarismo, y despotismo policial— se erigieron como la amarga verdad.
A través de esta experiencia hemos sido advertidos: ¡sepámoslo todo, no nos olvidemos de
nada!
Ofensivos son los discursos con los cuales el imperialismo italiano se regodea hablando de
sus pillajes, ofensivas son esas escenas de tragicomedia romántica en las cuales se presenta la
máscara ya conocida de los amigos del pueblo ( la "tregua civil"). Pero más ofensivo todavía es
que en todo esto podemos reconocer, como reflejados en un espejo, los métodos alemanes y
austriacos de julio y agosto de 1914.
Los instigadores italianos de la guerra se merecen todas las denuncias. Pero ellos no son sino
copias de los instigadores alemanes y austriacos, que son los principales responsables por el
estallido de la guerra. ¡"Pájaros del mismo plumaje (vuelan juntos...)"! [Dicho inglés que
correspondería al "Dios los cría y ellos se juntan" del castellano. N.T.].
¿A quiénes pueden agradecerle los alemanes por esta nueva desgracia?
¿A quiénes pueden exigirles una explicación por las nuevas pilas de cadáveres que se van a
amontonar?
Todavía esto es cierto: el ultimátum austriaco a Serbia del 23 de julio de 1914 fue la chispa
que prendió fuego al mundo, aunque este fuego se haya propagado más tarde a Italia.
Todavía esto es cierto: Este ultimátum fue la señal para la redistribución del mundo, y
necesariamente convocó a todos los estados capitalistas bandoleros a que participaran en el plan
de saqueo.
Todavía esto es cierto: Este ultimátum contenía en sí la cuestión de la dominación sobre los
Balcanes, Asia Menor, y todo el Mediterráneo, y por lo tanto contenía todos los antagonismos
entre Austria-Alemania e Italia, en un solo trazo.
Si los imperialistas alemanes y austriacos tratan ahora de ocultarse detrás del escenario de
pillaje de los italianos y el latiguillo de la deslealtad italiana, autoadjudicándose la toga de la
indignación moral y la inocencia agraviada —mientras que en Roma no han encontrado sino sus
iguales—, entonces merecen el más cruel de los sarcasmos.
La norma "¡No olvidar, no perdonar nada!" se aplica a cómo el pueblo alemán fue
simplemente manipulado en la cuestión italiana por los muy honorables patriotas alemanes.
El Tratado de la Triple Alianza con Italia no ha sido nunca más que una farsa: ¡todos Uds.,
han sido engañados con él!
Los expertos siempre han sabido que, en caso de guerra, Italia sería un oponente seguro de
Alemania y de Austria ¡y Uds., fueron llevados a creer que sería un aliado seguro!
Una buena parte del destino de Alemania en la política mundial se decidió en el Tratado de la
Triple Alianza, que fue firmado y renovado sin consultarlos a Uds. ¡hasta el día de hoy, ni una
sola letra de ese tratado ha sido compartida con Uds.!
El ultimátum austriaco a Serbia, con el cual una pequeña camarilla tomó a toda la humanidad
por sorpresa, rompió el tratado entre Austria e Italia ¡Nadie les dijo a Uds. nada de esto!
Este ultimátum fue lanzado con la expresa condena de Italia... Esto se mantuvo en secreto
para que Uds., no lo supieran.
El 4 de mayo de este año, Italia disolvió su alianza con Austria, y hasta el 18 de mayo este
hecho crucial se mantuvo oculto del conocimiento del pueblo alemán y austríaco; sí, y a pesar de
que esto era verdad, fue directamente negado por los funcionarios: una repetición de la burla al
pueblo alemán y al Reichstag [Parlamento Federal] sobre el ultimátum a Bélgica por parte de
Alemania el 2 de agosto de 1914.
Nadie les dio a Uds., la más mínima influencia sobre las negociaciones entre Alemania y
Austria con Italia, de las cuales dependía la intervención de Italia. Uds., fueron tratados como
ovejas en esta cuestión vital, mientras que el partido de la guerra, la diplomacia secreta, un
puñado de gente en Berlín y Viena tiraban los dados sobre el destino de Alemania.
El torpedeo del Lusitania no sólo consolidó el poder de los partidos de la guerra en
Inglaterra, Francia, y Rusia: invitó a un grave conflicto con los EEUU, y puso a todos los países
neutrales en contra de Alemania con apasionada indignación; también facilitó el trabajo
desastroso del partido de la guerra de Italia en el momento crítico... el pueblo alemán debía
permanecer en silencio también sobre esto: el puño de hierro del estado de sitio se cerró sobre
sus gargantas.
Ya en marzo de este año pudieran haberse iniciado las negociaciones de paz —la oferta fue
hecha por Inglaterra—, pero la ambición de ganancias de los imperialistas alemanes llevaron a
que se rechazara. Las prometedoras negociaciones de paz fueron arruinadas por los partidos
alemanes interesados en conquistas coloniales a gran escala y en la anexión de Bélgica y la
Lorena francesa, por los capitalistas de las grandes compañías navieras, y por los agitadores de la
industria pesada alemana.
Esto también permaneció en secreto, lejos de los oídos del pueblo alemán, una vez más Uds.,
no fueron consultados sobre esto.
Preguntamos: ¿a quién puede el pueblo alemán agradecer por la continuación de la horrenda
guerra y por la intervención de Italia? ¿A quién más que a la gente irresponsable de aquí, que es
la responsable?
¡Averígüenlo todo, no se olviden de nada!
Para la gente que piensa, la imitación italiana de las acciones de Alemania del verano del año
pasado no puede ser un aliciente para nuevas locuras guerreras, sólo un golpe para ahuyentar
temerosamente las esperanzas fantasmales en una nueva aurora de justicia política y social, sólo
una nueva luz que ilumina las responsabilidades políticas y el desenmascaramiento del peligro
público que significan los partidarios austriacos y alemanes de la guerra, sólo una nueva
acusación contra ellos.
Pero la regla "Averigüen y no olviden" se aplica más que nada a la heroica lucha contra la
guerra que libraron y aún libran los camaradas italianos. Luchas en la prensa, en reuniones, en
manifestaciones callejeras, luchas con energía y audacia revolucionarias, desafiando con alma y
corazón el choque rabioso de las oleadas nacionalistas con las cuales fueron fustigados y
abatidos por las autoridades. Nuestras más entusiastas felicitaciones por su lucha. ¡Que su
espíritu sea nuestro ejemplo! ¡Ojalá ese fuera el ejemplo de la Internacional!
Si lo hubiera sido desde esos días de agosto, el mundo estaría en mejores condiciones. El
proletariado internacional estaría mejor.
¡Pero la voluntad resuelta de luchar no puede llegar demasiado tarde!
La absurda consigna "aguantemos" ha tocado fondo. Sólo nos lleva más y más hondo dentro
del vórtice del genocidio. La lucha de clases del proletariado internacional contra el genocidio
imperialista internacional es el mandato socialista de la hora.
¡El enemigo principal de cada uno de los pueblos está en su propio país!
El enemigo principal del pueblo alemán está en Alemania. El imperialismo alemán, el
partido alemán de la guerra, la diplomacia secreta alemana. Este enemigo que está en casa debe
ser combatido por el pueblo alemán en una lucha política, cooperando con el proletariado de los
demás países cuya lucha es contra sus propios imperialistas.
Pensamos en forma aunada con el pueblo alemán, no tenemos nada en común con los
Tirpitzes y Falkenhayns [líderes militaristas] alemanes, con el gobierno alemán de opresión
política y esclavitud social. Nada con ellos, todo con el pueblo alemán. Todo para el proletariado
internacional, para beneficio del proletariado alemán y la humanidad escarnecida.
Los enemigos de la clase trabajadora están contando con el olvido de las masas, ojalá que el
suyo sea un cálculo totalmente equivocado. Están apostando a la tolerancia de las masas, pero
nosotros elevamos este grito vehemente:
¿Por cuánto tiempo los tahúres imperialistas abusarán de la paciencia de los pueblos? ¡Basta
de carnicería, es más que suficiente! ¡Abajo los instigadores de la guerra, de aquí y del
extranjero!
¡Que termine el genocidio!
Proletarios de todos los países, ¡sigan el ejemplo heroico de vuestros hermanos italianos!
¡Únanse a la lucha de clases internacional contra la conspiración de la diplomacia secreta, contra
el imperialismo, contra la guerra, por la paz, en el espíritu del socialismo!
¡El enemigo principal está en casa!
Octavilla de mayo de 1915
Marxismo Hoy nº 14
.......... Julio 2005
El marxismo y la guerra
A 30 años de la derrota imperialista - Guerra y revolución en Vietnam
Notas