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Actualmente, los alumnos sordos que cursan sus estudios son frecuentemente
enmarcados dentro de un modelo médico tradicional o clínico-terapéutico, es decir, se
concibe la sordera que padecen como una patología que es necesario remediar. No obstante
es necesario cambiar esta concepción entorno a este tipo de alumno, ya que si bien se trata
de un aprendiz con necesidades educativas especiales, sabemos que todos los alumnos en
algún minuto de su historia educativa también lo son, ya que están en constante desarrollo y
por ende requieren de un tratamiento especial, de un currículum flexible, de metodologías
de aprendizaje especializadas, entre otros.
Es por estos motivos que se hace imperante la necesidad de incorporar un método
de enseñanza que potencie las capacidades del niño sordo y que no lo juzgue por sus
limitaciones, fomentando una formación no sólo de los aspectos cognitivos, sino también
de la afectividad, temática generalmente poco valorada en materia educacional, pero no por
ello menos relevante y significativa en el proceso de formación.
Durante mucho tiempo el objetivo de la educación del sordo fue la oralización, ya
que este alumno sordo era visualizado como un ser enfermo incapaz de comunicarse a
través de la lengua oral, lo cual centraba la formación en un solo aspecto, en desmedro del
desarrollo integral del sujeto, ignorando la capacidad que poseen estos alumnos de
comunicarse por otros medios, como el visual, gestual, kinésico y espacial entre otros.
Sesgos que han influido en la formación educativa de los sordos y en los modelos
pedagógicos utilizados a lo largo de la historia.
La historia de la educación del sordo nos demuestra cómo la concepción que se ha
tenido del lenguaje y de las lenguas ha sido determinante para definir los modelos
pedagógicos enfocados a la educación de las personas sordas. Muchos de estos modelos
reflejan un concepto restringido del lenguaje, circunscribiéndolo a la mera articulación de
los sonidos de la lengua y a la formulación de ciertas estructuras gramaticales, y dejan de
lado los aspectos cognoscitivos, sociales, afectivos, culturales, que conllevan la adquisición
y el desarrollo del lenguaje.
Se hace imperante entonces optimizar la capacidad de los sistemas educativos para
encontrar soluciones adaptadas a las características de los alumnos sordos que permitan su
desarrollo lingüístico, social, emocional y académico, acortando la brecha existente con los
demás alumnos, ya que innumerables pruebas aplicadas a estos evidencian un considerable
retraso respecto a sus coterráneos oyentes, especialmente en las áreas de ortografía,
compresión de párrafos, vocabulario, conceptos matemáticos, cálculo matemático, estudios
sociales y ciencias.
De estos resultados ha derivado una polémica que atraviesa la historia de la
educación de los niños sordos y es que ha estado muy polarizada entre dos concepciones
imperantes, la audiológica y la sociocultural, con las implicaciones que cada una de ellas
supone para el desarrollo lingüístico, cognitivo y social de las personas sordas y, por
consiguiente, para su inclusión o exclusión en la comunidad en la que les ha tocado vivir
La perspectiva audiológica consiste en analizar los distintos grados de pérdida
auditiva, la localización del déficit, las ayudas técnicas que pueden compensar o paliar las
pérdidas auditivas (audífonos, implantes cocleares, etc.); mientras que desde la perspectiva
sociocultural las personas sordas se definen no por lo que les falta (la audición), ni por lo
que no son (oyentes), sino por lo que son, personas con capacidad que además comparten
con otros semejantes una lengua, una historia y una cultura propia, que les confiere una
identidad que debe ser aceptada y reconocida en una sociedad que abogue por la igualdad
en la diversidad. Sin duda es rescatable la perspectiva sociocultural, ya que trabaja a partir
de las potencialidades del niño sordo y no del déficit que este puede tener, sin embargo,
para que esta sea efectiva en el aula es necesario resolver bastantes dificultades existentes,
la primera de ellas consiste en la forma de evaluar al niño sordo, tradicionalmente para
ingresar a escuela regular se le pide una audiometría que permite identificar el grado de
sordera que este posee, además de alguna prueba que mida el coeficiente intelectual del
niño, es decir, se parte desde la dificultades que este posee para incorporarse a un sistema
educativo al cual debe ceñirse y adaptarse, también se ve enfrentado a un currículum rígido,
creado y pensado para oyentes “normales”, en el cual no hay cabida para la diferencia y
mucho menos para alumnos sordos, además de la falta de profesores que conozcan y
dominen la metodologías de enseñanza para sordos o manejen la lengua de signos y la
utilicen de forma efectiva en los procesos de enseñanza-aprendizaje de estos alumnos,
sumado a las dificultades para interactuar con los demás alumnos oyentes y con los
profesores al no compartir un código comunicativo, así como en las dificultades para seguir
el ritmo de aprendizaje de sus compañeros oyentes de aula. Sin duda, una gran variedad de
barreras que es necesario derribar para lograr la inclusión del sordo no sólo en la escuela,
sino también en la sociedad.
La adquisición del lenguaje, es sin duda, un fenómeno que parece de natural
adquisición y casi automático. Por ello usualmente los términos desarrollo del lenguaje o
aprendizaje del lenguaje son usados indistintamente al considerar niños oyentes, sin
embargo, en el caso de los niños sordos, esto no es posible, se hace necesario realizar una
distinción entre el desarrollo de lenguaje, que supone el seguimiento de un patrón de forma
natural o más o menos automática y el aprendizaje del lenguaje, que en cambio, da cuenta
de un esfuerzo requerido, con la ocurrencia de actividades intencionales que involucran al
niño como aprendiz y a un adulto como profesor, siendo así el término que resulta más
apropiado para describir el proceso de adquisición lingüística en los niños sordos. Debido a
esto es fundamental disponer de diversos modelos educativos y exponer al niño a todos
ellos, para de esa forma poder identificar cuál de ellos es el más adecuado para cada sordo,
teniendo en consideración que cada alumno es un ser individual, único, provisto de
capacidades particulares, con una experiencia de vida que ha marcado cada uno de los
aspectos de su ser, es decir, un individuo multidimensional, para ello se hace imperante una
propuesta metodológica que atienda y dé respuesta a la necesidades particulares de cada
niño.
Cada método que se emplee para trabajar con los niños sordos se describe más
precisamente como una política sobre el modo de interacción comunicativa entre profesores
y estudiantes. Estos enfoques comunicacionales incluyen el oralismo, comunicación total,
comunicación simultánea o sistemas artificiales para encodificar, lo que cobra especial
relevancia en el ámbito de la educación temprana de los niños sordos, ya que un adecuado
programa de estimulación debe tener en cuenta que no sólo se debe actuar remedialmente
sobre el déficit del niño, sino que la intervención en su desarrollo lingüístico implica otras
áreas, tales como la afectiva, la intelectual y la social. Sin embrago, hoy se reconoce la
importancia de adquirir una o más lenguas lo más tempranamente posible para el desarrollo
integral de la persona, alcanzando la posibilidad de desarrollar todo su potencial afectivo,
cognitivo y social al igual que las demás personas.
Por ello ni el lenguaje oral ni el de señas pueden ser vistos como alternativas
excluyentes, sino más bien hay que considerar que los sordos siempre participarán en dos
comunidades; la oral y la sorda y lo importante es que tengan las competencias necesarias
para desempeñarse eficientemente en ambas.
Pero también se debe poner énfasis en el desarrollo emocional del niño sordo, ya
que un adecuado autoconcepto, un sentimiento de seguridad personal, y la capacidad de
establecer adecuadas relaciones sociales, favorecen los procesos de aprendizaje en la edad
escolar y los procesos de inserción social y laboral en la vida adulta.
Resulta cada vez más claro que cuando los niños se enfrentan al aprendizaje sin
algunas destrezas sociales y emocionales clave, no están en una situación favorable para
aprender y pueden tener dificultades en años de escuela y presentar problemas
conductuales, emocionales y académicos durante toda su vida. Además, una buena
autoestima, un adecuado autoconocimiento emocional junto a la capacidad para enfrentarse
a situaciones de estrés y superarlas son promotoras de bienestar personal y de gran
importancia para prevenir posibles problemas en el ámbito de la salud mental.
Se hace necesario entonces reflexionar acerca de, y planificar la educación
emocional de nuestras alumnas y alumnos sordos e incluirla de manera explícita en las
decisiones educativas y curriculares.
La relevancia de esto es que un buen número de investigaciones indican que los
niños y jóvenes sordos pueden tener dificultades para desarrollar una buena competencia
social, es decir, dificultades para controlar sus impulsos, para desarrollar un adecuado
concepto y autoestima, para reconocer y expresar emociones y sentimientos, para
desarrollar empatía, para evaluar afectos o emociones que resultan de ciertos actos o, para
establecer procesos de atribución de causa entre ciertos acontecimientos.
Las características más frecuentemente adjudicadas a los niños y jóvenes sordos
son: mayor impulsividad, egocentrismo, inmadurez social y pobre autoconcepto. Un buen
número de alumnos sordos parece tener dificultades para organizar y regular la conducta,
para tolerar la frustración, para sublimar los impulsos agresivos y expresarlos de forma
socialmente aceptable utilizando para todo ello energía intelectual, es decir, pensando.
Asimismo pueden mostrar comportamientos inadecuados ligados a inferencias inexactas en
relación a la causa de los acontecimientos y encontrar difícil diferenciar entre los
acontecimientos accidentales y los intencionales. Por último, los niños sordos pueden tener
un pobre concepto de sí mismos y una baja autoestima
Pero en ningún caso deben considerarse estas características como rasgos de
personalidad de los niños y jóvenes sordos, sino más bien como características de un
desarrollo social y personal inmaduro producto de las interacciones con el medio social en
el que crecen.
Existen importantes diferencias entre los niños y jóvenes sordos en cuanto a su
desarrollo personal y social. Las diferencias llevan a preguntarse acerca de cuáles son las
condiciones en las que crecen y se desarrollan estos niños y que pueden constituir
obstáculos o factores de riesgo en su desarrollo. No obstante, es imprescindible plantear un
enfoque sostenido a lo largo del tiempo comenzando en las etapas de educación infantil y
en continua colaboración con los demás agentes sociales implicados en favorecer el
bienestar personal, social y emocional de los alumnos sordos puede ayudarlos a descubrir
las potencialidades que poseen y no mirarse a sí mismos desde los déficit, colaborando así
no sólo con su desarrollo cognitivo, sino también con el desarrollo afectivo y emocional.
Conclusiones
Se debe trabajar desde las potencialidades del niño sordo, no desde el déficit que este
presenta al momento de incorporarse a la educación regular.
Es necesario exponer al niño sordo a más de un método de aprendizaje, de manera que sea
él quien elija con cuál de ellos trabajar para comunicarse efectivamente con los otros e
insertarse en la sociedad.
La incorporación temprana de los diversos métodos de aprendizaje para el sordo tiene
efectos positivos a largo plazo en los ámbitos cognitivos, sociales y afectivos.
Objetivos
Objetivo general:
Objetivos específicos:
Referencias