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Maingueneau, Dominique y Frederic Cossutta (1995): “L’analyse des Discourse

constituans”, en Langages Nº 117, marzo de 1995, pp. 112-125. (Traducción de M.


Eugenia Contursi para uso exclusivo del Seminario “Análisis del Discurso y
comunicación”, 2005).

El análisis de los discursos constituyentes

Este artículo se inscribe en un modo de acercamiento al discurso que nos


esforzamos por elaborar después de los años 70 por caminos complementarios a
través de una reflexión sobre el análisis del discurso (AD)1 y sobre el discurso filosófico
(DF)2 respectivamente. En la convergencia de estas investigaciones, nos ha parecido
necesario dar, en el seno de la producción enunciativa de una sociedad, un estatuto
específico a los tipos de discurso que pretenden tener un papel que, dicho
rápidamente, se puede llamar fundador y que nosotros llamamos constituyente.
Delimitar tal conjunto es lanzar la hipótesis de que esos discursos comparten un cierto
número de constreñimientos en cuanto a sus condiciones de emergencia y de
funcionamiento.
En este artículo vamos a presentar la problemática de la “constitución” sin
caracterizar en detalle los diversos discursos constituyentes. En el estado actual se
trata más de un proyecto de investigación que de un conjunto de resultados que se
pudieran sintetizar.

I
Los discursos constituyentes
La pretensión adjudicada al estatus de los discursos constituyentes es la de
fundar y no ser fundados. Esto no significa que los otros múltiples tipos de
enunciaciones (las conversaciones, la prensa, los documentos administrativos, etc.) no
ejercen acción alguna sobre ellos; bien por el contrario, existe una interacción continua
entre discursos constituyentes y no constituyentes, al igual que entre discursos
constituyentes entre sí. Pero está en la naturaleza de estos últimos el negar esta
interacción o el pretender someterla a principios. Los discursos constituyentes ponen
en obra una misma función en la producción simbólica de una sociedad, una función
que podríamos llamar archéion. Este término griego, etimón del latín archivum,
presenta una polisemia interesante para nuestra perspectiva: «ligado a la arché,
“fuente”, “principio”, y a partir de allí “mando”, “poder”, el archéion es el lugar de la

1
Ver en particular D. Maingueneau (1984; 1987; 1991).
2
F. Cossutta (1989).

1
autoridad, un palacio, por ejemplo, un cuerpo de magistrados, pero también los
archivos publicados»3. El archéion asocia así íntimamente el trabajo de fundación en y
por el discurso, la determinación de un lugar asociado a un cuerpo de enunciadores
consagrados y una elaboración de la memoria4.
En el estado actual de nuestra reflexión son constituyentes esencialmente los
discursos religioso, científico, filosófico, literario, jurídico. El discurso político nos
parece operar en un plano diferente, construyendo configuraciones móviles en la
confluencia de los discursos constituyentes, sobre los cuales se apoya, y los múltiples
estratos de topoi5 de una colectividad.
Los DC dan sentido a los actos de la colectividad, son garantes de múltiples
géneros discursivos. El periodista de oposición, en un “debate de sociedad”, apelará a
la autoridad del sabio, del teólogo o del filósofo, pero no a la inversa; las prácticas
exegéticas son forzosamente no simétricas: el verdadero exegeta lee el texto que
enseña a leer. Los DC poseen así un estatuto singular: zonas de habla entre otras y
hablas que se afirman en desmedro de toda otra. Discursos limitados, ubicados sobre
un límite y trazadores del límite, deben generar textualmente las paradojas que implica
su estatuto. Con ellos se establecen en toda su agudeza las cuestiones relativas al
carisma, a la Encarnación, a la delegación de lo Absoluto: para autorizarse solo a ellos
mismos deben establecerse como ligados a una Fuente legitimante. Son a la vez auto
y heteroconstituyentes, estas dos caras se suponen recíprocamente: solo un discurso
que se constituye tematizando su propia constitución puede jugar un papel
constituyente para los otros discursos.
Se puede estudiar esta constitución según tres dimensiones:
--- La constitución como acción de establecer legalmente, como proceso por el cual el
discurso se instaura construyendo su propia emergencia en el interdiscurso.
--- Los modos de organización, de cohesión discursiva, la constitución en el sentido de
una disposición de elementos formantes de una totalidad textual.
--- La constitución en el sentido jurídico-político, el establecimiento de un discurso que
sirve de norma y de garante de los comportamientos de una colectividad. Los
discursos constituyentes pretenden delimitar, en efecto, el lugar común de la
colectividad, el espacio que engloba la infinidad de “lugares comunes” que allí circulan.

3
D. Maingueneau (1991: 22).
4
En Maingueneau (1991) la noción de “archivo” ha sido precisamente utilizada en lugar de y en
el puesto de la “formación discursiva” en razón de su lazo con el archéion griego. Pero esa
elección tuvo inconvenientes, en la medida en que ese concepto está bien alejado del uso que
se hace de archivo en la lengua corriente.
5
N. de T.: los “topoi” (su singular es “topos”) son los lugares comunes en la retórica
argumentativa, por ejemplo, en la argumentación política, la fundamentación de la acción por
“el bien común”.

2
Hablamos aquí de los DC de nuestro tipo de sociedad, los que, en lo esencial,
han nacido del mundo griego. Porque según las épocas y las civilizaciones, la función
del archéion no moviliza los mismos DC. En nuestras sociedades, esos discursos son
a la vez unidos y desgarrados por su pluralidad. Su existencia se une a la gestión de
su imposible coexistencia, a través de configuraciones en reformulación constante.
Cada DC aparece a la vez como interior y exterior a los otros, que atraviesa y por los
que es atravesado; cada posicionamiento debe legitimar su palabra definiendo su
lugar en el interdiscurso. Así, el discurso filosófico, en su versión tradicional, se
atribuye la misión de asignar su lugar a cada uno, y, también constantemente, se ve
impugnado por los que consideraba subordinados. De hecho, los DC se excluyen y se
llaman en una intrincación irreducible: el discurso filosófico implica la formalidad de la
Ley, pero la Ley implica el discurso filosófico; el discurso científico no puede tener
lugar sin conjurar, a cada instante, la amenaza del religioso, el cual no deja de
negociar su estatuto en relación al discurso científico...
La filosofía rechaza por regla general el dejarse estudiar como un discurso
entre otros, o incluso a ser tratada como discurso; lo que atestigua la pobreza de los
estudios conducidos en esa dirección, si se los compara con aquellos que han sido
conducidos en otros dominios6. Por otro lado, en los años 70, la coyuntura no era
favorable. La “Escuela francesa” de análisis del discurso estaba muy orientada hacia la
exploración de la Ideología y se apoyaba en una concepción muy pobre de la
discursividad. A nuestros ojos falta, por el contrario, relativizar la doble pretensión de la
filosofía de ser autoconstituyente y de legislar sobre las pretensiones emanadas por
otros tipos de discursos. Es la declinación de la pretensión hegemónica de la filosofía,
así como los desarrollos fecundos en las disciplinas del lenguaje, los que han dado la
ventaja de la consistencia a un proyecto de investigación sobre el DF. Este proyecto
ha comenzado por articular las operaciones discursivas con su sustrato lingüístico7,
para aprehender en su especificidad un tipo de discurso que apunta a la explicitación
máxima de sus propias condiciones de posibilidad. Han sido, así, puestas en evidencia
las relaciones íntimas que en filosofía inscriben las formas conceptuales y lógicas en
las formas expresivas8. Pero una perspectiva tal, que privilegia el estudio inmanente
de los sistemas doctrinales, corre el riesgo de sub-evaluar la relación de los
enunciados filosóficos con los de otros DC, así como su inscripción en un contexto

6
Desde 1992, en el Colegio Internacional de Filosofía, bajo la responsabilidad de uno de
nosotros (F. Cossutta) funciona un grupo de trabajo sobre el discurso filosófico que reúne
lingüistas y filósofos. Un próximo número de Langages será consagrado al análisis del discurso
filosófico.
7
F. Cossutta (1994a).
8
F. Cossutta (1989).

3
institucional que ni las teorías del reflejo (Luckacs), ni las del síntoma (Althusser), ni
mucho menos las del archivo (Foucault), permitían pensar.
Nos parece, en efecto, que un análisis de la constitución de los DC se debe
dedicar a mostrar la conexidad entre lo intradiscursivo y lo extradiscursivo, la
intrincación de una representación del mundo y de una actividad enunciativa. Los DC
representan un mundo, pero sus enunciaciones forman parte de ese mundo que
representan y se hacen una con la manera en la que niegan su propia emergencia, el
evento de habla que ellas instituyen. No investigaremos, entonces, como en el
recorrido estructuralista, una teoría de la “articulación” entre el texto y una realidad
muda, no textual: eso presupondría la unión misma que queremos desmontar. De
hecho, la enunciación se desarrolla como un dispositivo de legitimación del espacio de
su propia enunciación, en la articulación entre un texto y una manera de inscribirse en
un universo social. Nos rehusamos así a disociar en la constitución discursiva las
operaciones enunciativas por las cuales se instituye el discurso, que construye así la
legitimidad de su posicionamiento, y el modo de organización institucional que el
discurso presupone y estructura a la vez.

Posicionamiento y comunidad discursiva


Los DC son el espacio de un conflicto permanente entre diversos
posicionamientos.
Esta noción de “posicionamiento” (doctrina, escuela, teoría, partido,
tendencia...) es muy pobre; indica solamente que se relaciona los enunciados con
diversas identidades enunciativas que se definen las unas a las otras. Es un tema
remanente en el análisis del discurso en Francia: la unidad de análisis pertinente no es
el discurso en sí mismo, sino el sistema de relación con los otros discursos a través
del cual se constituye y se mantiene9. La relación con los otros y la relación consigo
mismo no son más que ilusoriamente distinguibles, el interdiscurso no se encuentra en
el exterior de una identidad cerrada sobre sus propias operaciones. Ciertamente, el
posicionamiento pretende nacer de un retorno a las cosas, de una justa aprehensión
de lo Bello, de lo Verdadero, etc. que los otros posicionamientos habrían desfigurado,
olvidado, subvertido..., pero esta focalización de un término exorbitante en los
discursos es en realidad atravesada por los otros discursos.
Las diversas escuelas filosóficas del mundo helenístico no son las corrientes o
escuelas de ciencias humanas o los laboratorios de la física contemporánea, pero en
todos los casos, el posicionamiento supone la existencia de redes institucionales

9
Sobre este punto, véase Maingueneau (1984).

4
específicas, de comunidades discursivas10 que comparten un conjunto de ritos y de
normas. Se puede distinguir comunidades discursivas de dos tipos, estrechamente
imbricadas: las que niegan y las que producen el discurso. Un DC no solo moviliza
autores, sino una variedad de papeles socio-discursivos: por ejemplo, los discípulos de
las escuelas filosóficas, los críticos literarios de los diarios, los jueces, etc.
La forma que toma esta “comunidad discursiva”, ese grupo que existe solo por
y en la enunciación de los textos, varia a la vez en función del tipo de DC involucrado y
de cada posicionamiento. El posicionamiento no es solamente un conjunto de textos,
un corpus, sino la intrincación de un modo de organización social y de un modo de
existencia de los textos. Nada hubieran podido imaginar los escritores de las Luces
independientemente de la red internacional de la “República de las letras” o los
autores jansenistas independientemente de los “solitarios” de Port-Royal. Mientras que
la escuela de Epicuro estaba centrada en la figura de un maestro venerado y se refería
a un corpus dogmático, los discípulos de Pirro consideraban la idea misma de la
escuela como contradictoria con el espíritu del escepticismo11. En un caso como en el
otro, doctrina y funcionamiento institucional son indisociables. El discurso literario, por
su lado, incluye un número de escritores que pretender obrar fuera de toda
pertenencia; pero es justamente una de las características de la literatura suscitar tal
pretensión.

Inscripción y medium
El carácter constituyente de un discurso confiere un estatus particular a sus
enunciados, que son cargados de toda la autoridad adjudicada a su estatuto
enunciativo. Antes que de “enunciado”, de “texto”, de ver la “obra”, tenemos aquí un
problema de inscripciones. El concepto de inscripción frustra toda distinción empírica
entre oral y gráfico: inscribir no es forzosamente escribir. Las literaturas orales están
“inscriptas” como un número de enunciados míticos orales, pero esa inscripción va por
vías distintas de las del código gráfico. La inscripción es radicalmente ejemplar, guía
los ejemplos y da el ejemplo. Producir una inscripción no es tanto hablar en nombre
de, sino continuar la huella de Otro invisible, que asocia los enunciadores modelo de
su posicionamiento y la presencia de esa Fuente que funda el DC: la Tradición, la
Verdad, la Belleza...
La inscripción está surcada por el deslizamiento de una repetición constitutiva,
la de un enunciado que se ubica en una red apretada de otros enunciados (por filiación
o por rechazo) y se abre a la posibilidad de una reactualización. Una de las
10
Sobre las comunidades discursivas ver Maingueneau (1984: cap. 5) y Maingueneau (1987:
39).
11
Cossutta (1994 b: 55).

5
características de los enunciados que pertenecen a los DC es estar a la vez más o
menos cerrados sobre su organización interna y ser reinscribibles en otros discursos.
Por su manera de situarse en un interdiscurso, una inscripción se ofrece al mismo
tiempo como citable (por ejemplo, el uso que hacen los filósofos de las fórmulas
generalizantes o de los aforismos). Más extensamente, un estilo en literatura, un
esquema de pensamiento científico, cualquier cosa consubstancial a una obra, pueden
ser reactualizados por los discípulos o los epígonos o reinscriptos en contextos
diferentes. Así, una obra constituyente juega su papel no solamente por los contenidos
que vehiculiza sino también por los modos de enunciación que autoriza.
La inscripción se distribuye sobre los peldaños de jerarquías inestables. Ciertos
textos adquieren un estatuto de inscripción último, devienen los que se podría llamar
architextos. Así, la Ética de Spinoza o la República de Platón para la filosofía, la
“Declaración de los Derechos del Hombre” para el discurso jurídico, los escritos de los
Padres de la Iglesia para el discurso cristiano... Bien entendido, el establecimiento de
los architextos legítimos se convierte en objeto de un incesante debate entre los
posicionamientos, cada uno buscando imponer los suyos o su interpretación de los
que son reconocidos por todos.
La noción de inscripción supone una referencia a la dimensión medialógica de
los enunciados, para retomar un término de R. Debray12, es decir, las modalidades de
soporte y de transporte de los enunciados. Un posicionamiento no se define, entonces,
solamente por los “contenidos”. Entre el carácter oral de la epopeya, sus modos de
organización textual, sus contenidos, existe una relación esencial; al igual que entre el
medio televisivo y los “contenidos” que pueden allí ser investidos. El “soporte” no es un
soporte, no es exterior a aquello que se considera que “vehiculiza”. Sobre este punto
como sobre otros, se trata de sobrepasar las inmemoriales oposiciones del análisis del
texto: la acción y la representación, el fondo y la forma, el texto y el contexto, la
producción y la recepción... En lugar de oponer los contenidos y los modos de
transmisión, un interior del texto y un entorno de prácticas no verbales, es preciso
desarrollar un dispositivo donde la actividad enunciativa liga una manera de decir y un
modo de puesta en relación de los hombres.

Heterogeneidad discursiva
El análisis de los DC no se reduce al estudio de algunos textos privilegiados
(las obras de los grandes sabios, los grandes textos religiosos, etc.) o de algún tipo de
textos privilegiado (las producciones teológicas para los teólogos, los artículos
científicos para los investigadores científicos, etc.). Le interesa una producción
12
Cours de médiologie genérale, París, Gallimard, 1991.

6
discursiva profundamente heterogénea. Una jerarquía se instaura entre los textos
realmente autoconstituyentes y los que se apoyan sobre ellos para comentarlos,
resumirlos, refutarlos... Al lado de la “gran” filosofía, de la “alta” teología o de la ciencia
“noble”, existen manuales para el último año del nivel secundario, sermones
dominicales o revistas de divulgación científica. Los DC suponen esta interacción de
regímenes diversos, que tienen cada uno un funcionamiento específico. Esta
multiplicidad de regímenes de producción discursiva no es contingente: las
producciones constituyentes que se podría llamar “cerradas”, aquellas donde la
comunidad de enunciadores tiende a coincidir con la de los consumidores, están
siempre duplicadas por otros géneros, a menudo juzgados como menos nobles, que
son tanto o más necesarios para el funcionamiento del archéion. El hecho de que en la
Francia contemporánea la filosofía sea objeto de los manuales de enseñanza
secundaria no es un accidente exterior a la esencia de la filosofía, como si esta última
pudiera escapar a toda didacticidad. Es lo mismo que ocurre cuando las obras
literarias son objeto de las críticas de los diarios o suscitan emisiones televisivas.
La heterogeneidad es igualmente interna a una misma fuente enunciativa: en el
interior del discurso científico un sabio puede manejar múltiples géneros, de los cuales
algunos no ponen de relieve la ciencia “pura”, un escritor puede hacer crítica literaria...
La filosofía pretende manejar las condiciones de su reproductibilidad, determinando los
principios de su reescritura. Así, las obras filosóficas que se fijan en una forma
discursiva canónica (el diálogo para Platón, la meditación para Descartes, la
exposición more geométrico para Spinoza), no obstante pueden igualmente ser
reconfiguradas a través de otros dispositivos enunciativos: Descartes, por ejemplo,
propone múltiples presentaciones de su doctrina (en el Discurso del método o en los
Principios de filosofía).
Al interior de un mismo espacio constituyente (el literario, el religioso, el
científico...) debemos, entonces, efectuar ciertas distinciones:
-- Entre los conjuntos de enunciados primeros y los conjuntos de enunciados
segundos; esta es una oposición entre regímenes enunciativos. Los enunciados
primeros contienen un gran número de enunciados “cerrados”, donde se mezclan lo
especular y lo especulativo: allí se escribe para un número limitado de pares
legitimados. Desde ese punto de vista, un artículo en una revista científica será
“primero”, pero no un manual o un artículo en un periódico de gran tirada. El Discurso
del método no es primero porque está abierto al gran público y se ofrece para el relato
del descubrimiento de una doctrina que fue propuesta en otro lado: obtiene en última
instancia su legitimidad de su afiliación con los textos de más arriba;

7
-- Entre el conjunto de enunciados fundadores y no fundadores; el conjunto de
enunciados fundadores son solo una minoría; instauran un nuevo dispositivo
enunciativo, una nueva manera de hacer filosofía, física, derecho, etc. El Discurso del
método es fundador de una nueva manera de pensar la relación entre la filosofía y su
lector, pero no es primero desde un punto de vista doctrinal.

II

Vamos a ilustrar nuestro propósito con dos textos, el Discurso del método y las
primeras Cartas Provinciales13, que precisamente no son enunciados primeros, como
lo serían Meditaciones cartesianas o el Augustinus de Jansenio. A títulos diferentes se
sitúan sobre fronteras. Las Provinciales están en la intersección de tres DC (religioso,
científico, literario): libelos religiosos escritos por un sabio, revelan una contaminación
entre razonamiento matemático y discurso religioso y poseen hoy un estatuto de
architexto literario. En cuanto al Discurso del método, presenta la particularidad de ser
un prefacio a una obra científica y de dirigirse a un público extenso movilizando
fuentes enunciativas diferentes de las de los discursos dirigidos a especialistas. Como
las Provinciales, juega también el papel de architexto literario. Estos textos “segundos”
escritos en francés para un público grande son a su modo “fundadores” puesto que
instauran un gesto de distanciamiento del ejercicio tradicional de la teología y de la
filosofía, una manera de enunciar lo filosófico y lo teológico que va a devenir
prototípica para enunciaciones posteriores.
El uno y el otro son en general leídos a través de un presupuesto “retórico” que
separa el ”contenido” a transmitir y los “medios” de su transmisión. Los jansenistas
habrían tenido la tesis de “hacer pasar” en la opinión (la defensa de Antoine Arnauld
en situación de ser condenado en la Sorbona) y Pascal habría provisto el género de
discurso que permite tocar a un público ignorante en teología. En cuanto a Descartes,
él se habría decidido a escribir una biografía intelectual para interesar en su filosofía a
todos los buenos espíritus. En nuestra perspectiva, esta concepción retórica es
inadecuada: el “medium”, lejos de ser un simple marco, un instrumento contingente,
informa en profundidad al enunciado.
El DC implica en efecto un tipo de ligazón específica entre operaciones del
lenguaje y espacio institucional. Las formas enunciativas no son allí un simple vector
de ideas, representan la institución en el discurso al mismo tiempo que legitiman (o
deslegitiman) el universo social donde vienen a inscribirse. Hay constitución

13
Más exactamente, las diez primeras, aquellas donde el enunciador se coloca en honesto
hombre neutral, no en jansenista.

8
precisamente en la medida en la que un dispositivo enunciativo funda, de algún modo
performativo, su propia posibilidad, haciéndolo como si obtuviera esa legitimidad de
una fuente que no haría más que encarnar (el Verbo revelado, la Razón, la Ley...). Hay
así una circularidad constitutiva entre la imagen que deja ver de su propia instauración
y la validación retrospectiva de una cierta configuración de redes de comunicación, de
difusión de los saberes, de repartición de la autoridad, de ejercicio del poder que
garantiza, denuncia o promueve por su gesto instaurador.
Este proceso especular entre discurso e institución juega sobre tres registros:
-- una demarcación escenográfica del discurso hace de este último el lugar de
una representación de su propia situación de enunciación;
-- una demarcación en un código del lenguaje permite, jugando con la
diversidad irreductible de zonas y de registros de la lengua, producir un efecto
prescriptivo que resulta de la conformidad entre el ejercicio del lenguaje que implica el
texto y el universo de sentido que desarrolla;
-- Una demarcación imaginaria da al discurso una voz, que certifica el espesor
de un cuerpo, fijando así el ethos asociado a la escenografía y al código del lenguaje.

Escenografía
La situación de enunciación no es un simple cuadro empírico, es construida
como escenografía14 a través de la enunciación. Aquí la grafía es el proceso de
inscripción legitimante que traza un círculo paradójico: el discurso implica un
enunciador y un coenunciador, un lugar y un momento de enunciación que validan la
instancia misma que les permite establecerse. Desde este punto de vista, la
escenografía está a la vez más arriba y más abajo de la obra.
El Discurso del método supone una escenografía en la que un sujeto afirma la
excelencia del "método", del encadenamiento de razonamientos para un lector del cual
no se presupone como una propiedad el estar dotado de "buen sentido". Esta relación
es inseparable de un uso de la lengua que es concebida como transparente al
pensamiento. En cuanto a la escenografía de las Provinciales, esta asocia un
enunciador y un lector presentados como honestas personas "neutrales", a través de
un uso de la lengua también "neutro", fundado sobre las prácticas del lenguaje de una
elite garantizada por la Academia. El texto testimonia así la excelencia de lo que lo ha
hecho posible, a saber, la colaboración de un honesto hombre geómetra (Pascal) y de
teólogos (Arnauld, Nicole). No hay allí cálculo retórico más que el emplazamiento de
un dispositivo enunciativo que hace uno con el contenido argumentativo del texto. La
figura del "Provincial", el lugar del tercero neutral asignado al lector, aparece
14
Para una presentación más detallada de este concepto, véase Maingueneau (1993: cap. 6).

9
inseparable de la del autor. Este último es una conciencia individual soberana, libre de
toda sujeción a una comunidad y que obtiene su legitimidad de su matriz de reglas de
la razón. Por su manera de inscribirse en el espacio de comunicación, atestigua la
existencia de esa comunidad utópica de gente de buen sentido que desbarata las
fronteras que traza la costumbre. La "extranjeridad" del autor Pascal, la del hombre de
"buen sentido" que atraviesa la teología, es también la del personaje de la narración:
para escribir las Provinciales ha debido, armado únicamente de su lógica, confrontarse
a una serie de posicionamientos teológicos replegados sobre su discurso. El texto
celebra, por otro lado, esa naturalidad desligada de toda atadura que lo vuelve posible:

Yo no les temo ni por mí ni por ningún otro, no estoy ligado a comunidad


alguna, ni a la particularidad que fuera. Todo el crédito que ustedes pueden tener es
inútil a mis efectos. Yo no espero nada del mundo, allí no aprehendo nada, allí no veo
nada, no necesito, por la gracia de Dios, ni del bien ni de la autoridad de nadie15.

Las Provinciales, como el Discurso, construyen así su legitimación


sobrepasando las fronteras normalmente impartidas a la filosofía o a la teología. La
una y el otro ubican en posición de autoridad a las mujeres y a las personas del
mundo, y no a los pares. La conclusión del Discurso lo muestra netamente:

Y si yo escribo en francés, que es la lengua de mi país, antes que en latín, que


es la de mis preceptos, es a causa de que espero que aquellos que no se sirven más
que de su pura razón natural juzguen mejor mis opiniones que los que no creen más
que en los libros antiguos16.

Desde este punto de vista, la abundante correspondencia entre Descartes y la


Princesa Elizabeth no es anecdótica: en correspondencia con una mujer de gran
mundo, el filósofo atestigua, de alguna manera performativa, que su filosofía excede
su círculo tradicional de difusión, que su destinatario es todo ser dotado de buen
sentido y aplicado al estudio. De la misma manera, la carta de la mujer de mundo en el
comienzo de la 3ra. Provincial viene a atestiguar la legitimidad de la escenografía
instaurada por el texto.
No podemos entonces contentarnos con hablar de "difusión" de un "contenido"
que sería independiente de la escenografía: esta última es parte pregnante del
posicionamiento, al mismo título que los "contenidos". El discurso interviene así en el
mundo que se estima que representa. El Discurso parece querer solamente tocar un

15
17º Carta, en Obras completas, Seuil, 1963, p. 454.
16
Obras filosóficas, p. 649. Subrayado nuestro.

10
público más vasto, pero para eso modifica el contenido mismo de la filosofía. Las
Provinciales aparentan poner a las personas honestas al corriente de una querella de
teólogos pero, al hacerlo, cambian el estatuto del discurso teológico. El
desplazamiento del debate teológico hacia una escenografía de tipo racionalista es el
índice de una reconfiguración del espacio constituyente teológico. La jerarquía de la
autoridad de los DC pendula: la teología se encuentra sometida a la doble jurisdicción
de la Academia para la lengua y de la Razón para los criterios de veredicción.

Código del lenguaje


El espacio enunciativo común, donde un sujeto desprovisto de todo aparato
instituye una relación con un coenunciador que es su doble, va a la par con un cierto
uso de la lengua, transparente a los encadenamientos de la razón.
Se admite comúnmente que Descartes ha innovado al escribir filosofía "en
francés". De hecho, su Discurso no se desarrolla en la medida de una lengua, el
francés, sino a través de un código del lenguaje que se elabora en una interlengua, a
través del espacio de confrontación de variedades del lenguaje. Variedades "internas"
(usos sociales variados, niveles de lengua, dialectos...) o variedades "externas"
(idiomas "extranjeros")17. Distinción por lo demás relativa en la medida donde la
distancia entre lengua "extranjera" y "no extranjera" no está dada sino es asignada por
cada posicionamiento. Para un filósofo de principios del siglo XVII el latín no es una
lengua "extranjera". En esta noción de "código del lenguaje" se asocian la acepción de
sistema semiótico que permite la comunicación y la de código prescriptivo. El código
del lenguaje que moviliza el discurso es, en efecto, aquel a través del cual él
[Descartes] establece que se debe enunciar, el único legítimo a los efectos del
universo de sentido que instaura. Este código del lenguaje se retrotrae sobre la
interlengua. Confiriendo al francés el estatus de idioma de la filosofía, el discurso de
Descartes contribuye a redistribuir las relaciones de fuerza.
O, en esa época el francés hizo de sí mismo el marco ideológico que participa
de la misma dinámica que la que intenta promover el Discurso del método. El trabajo
de depuración que conducen las letras y la Academia que acaba de ser fundada va a
la par con el desarrollo de un discurso sobre la claridad del francés, sobre su supuesta
conformidad con un orden natural del pensamiento, que no es “exterior” al discurso de
Descartes. La dinámica esclarecedora del método cartesiano inviste una lengua que
es ella misma atravesada por la dinámica de un recorrido hacia la claridad. Se produce
así un apuntalamiento recíproco de dos fuerzas. En el Discurso del método, la lengua

17
Sobre los conceptos de "código del lenguaje" y de "interlengua", ver Maingueneau (1993:
Cap. 5).

11
francesa es ligada a un código del lenguaje que la hace acceder a un nuevo estatus.
Cuando, prolongando el pensamiento cartesiano, Arnauld y Lancelot en la Gramática
general y razonada de Port-Royal consagraron la conformidad del francés al orden de
la razón, pusieron en evidencia este círculo: las obras cartesianas escritas “en francés”
liberan las categorías que permiten precisamente pensar la singularidad de esa lengua
francesa y legitimar oblicuamente la enunciación filosófica que se ha transmitido a
través de ella.
Pero lo esencial es la manera en la que se establece en el Discurso del método
la distancia entre el latín y el francés. Lejos de ser algo dado estable y evidente, esta
distancia depende del posicionamiento cartesiano. Existen, en efecto, una infinidad de
maneras de “escribir en francés”, antes que en latín. En Descartes, no existe conflicto,
tensión entre latín y francés. Su sintaxis, de la que hemos constantemente subrayado
la característica muy hipotáctica, mantiene una relación de parasitismo con la del latín
clásico. Escribir en francés no es escribir en contra del latín sino desplegar la razón en
un espacio lingüístico que es, fundamentalmente, indiferente a la diferencia entre
francés y latín. De hecho, Descartes no escribe ni en latín ni en francés, si se entiende
por “francés” un idioma que reivindicaría su identidad asociando una estructura y una
visión de mundo irreductibles. Él escribe en un lenguaje en el que es analizado el
pensamiento; o el lenguaje puede desarrollarse en toda lengua cuya sintaxis se
somete al “método”. Con la gente honesta, el francés accede a la universalidad, con
las letras lo hace el latín, pero los dos son una manifestación del código de la Razón.
Esta reversibilidad eufórica entre francés y latín se hace posible por el hecho de que la
sintaxis del francés escrito a sido formada, en la época del francés medio, a través de
la del latín clásico. Se puede creer que se pasa sin solución de continuidad de una
lengua a la otra.

Consideremos ahora las Provinciales. En los comentarios tradicionales se


distingue en el texto de Pascal entre el razonamiento propiamente dicho, que sería el
contenido a “hacer pasar”, y el género del discurso, que sería el instrumento al servicio
de ese contenido (la ficción del amigo de Provincial, el género epistolar, la ironía
mundana...). Pero, yendo más allá, el “medium” no es neutro. Las Provinciales, a
través de su enunciación, muestran la superioridad de la lengua de las personas
honestas sobre la “jerga” replegada en si misma de los teólogos. Esta recusación de la
legitimidad de un discurso opaco se apoya en una convergencia entre razonamiento
geométrico y lengua de la gente honesta que reenvía al ideal de formación del juicio
que será definido en la Lógica de Port-Royal. Hay en esta concepción de la lengua
como representación del pensamiento una unidad profunda entre el francés claro, el

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que intenta promover la Academia, y la lengua lógica o matemática. Al comienzo de la
3era. Provincial está incluida una carta elogiosa de un miembro de la Academia, que
establece el problema en términos de la instancia habilitada para zanjar las
diferencias: ¿quién en la Sorbona o en la Academia tiene autoridad en materia del
sentido de las palabras? La Academia se ubica en tercero neutral, fundado para
asegurar la univocidad del stock léxico de la comunidad, cuyo poder debe ejercerse
sobre la totalidad de las zonas del discurso:

Quisiera que la Sorbona, que debe tanto a la memoria del difunto Sr. Cardinal, quiera
reconocer la jurisdicción de su Academia francesa. El autor de la carta estaría contento:
pues en calidad de académico, yo condenaría con todo mi poder a ese poder próximo
que hace tanto ruido para nada18.

En el Discurso del método, como en las Provinciales, el francés de las


personas honestas está investido de un poder de esclarecimiento asociado al rigor de
la demostración matemática. Pero en este texto de Pascal la descalificación del latín
se confunde con la de las diversas jergas que impiden que el pensamiento se
construya a través de las palabras. Las dos obras recorren el periplo que conduce de
la oscuridad a la luz gracias a la geometría. Pascal lo hace oponiendo al hombre de
aparato al hombre honesto armado de los únicos recursos de la lógica, mientras que
Descartes desarrolla un discurso que parece no tener exterior. El francés latinizado (o
el latín afrancesado) de Descartes se instaura en la evidencia de los encadenamientos
de una sintaxis que ha digerido, de alguna manera, todas las alteridades lingüísticas.
Por su parte, el razonamiento de Pascal se deja llevar a una deducción de tipo
geométrico, como lo ha mostrado bien O. Ducrot19, pero es menos el encadenamiento
de las razones lo que le interesa que el poder de discriminación del razonamiento.

Ethos
Un posicionamiento no implica solamente la definición de una situación de
enunciación y una cierta relación con el lenguaje; hay que tomar igualmente en cuenta
la demarcación del cuerpo, la adhesión “física”a un cierto universo de sentido. Las
“ideas” se presentan en efecto a través de un modo de decir que es también un modo
de ser, asociado a las representaciones y a las normas de “comportamiento” [modales]
del cuerpo en sociedad. Discurso de asignación de los referentes últimos, construcción
de un lugar enunciativo que da sentido a las prácticas de los hombres, los DC son
portadores de una esquematización del cuerpo, incluso si niegan esta dimensión.
18
P. 379.
19
(1971). Para una reflexión crítica sobre esta problemática, ver Maingueneau (1994).

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Tal como puede ser concebido desde una perspectiva pragmática20, el ethos
retórico releva el decir, el “mostrar”: por la manera misma en la que enuncia, el
enunciador se confiere una cierta “corporalidad”. El “tono” de voz que construye en su
enunciación implica una cierta determinación de su propio cuerpo y de aquel que le
confiere a su coenunciador. La legitimación del enunciado no pasa solamente,
entonces, por la articulación de proposiciones, es sostenida por la evidencia de una
corporalidad que se ofrece en el movimiento mismo de la lectura. La enunciación
cartesiana camina serena e inexorablemente como el viajero cuyo texto no deja de
hablar. Un viajero que no es solamente un actante en un programa narrativo sino
además carne vocal y cuerpo en movimiento. El ethos del Discurso es caminante, su
“geometría” es toma de posesión de un espacio por el paso sobre él. Es lo que capta
la célebre fórmula de Péguy, otro enunciador viajero, que habla de Descartes como de
“ese caballero francés que ha partido en muy buen paso”.
El ethos de las primeras Provinciales es fuertemente diferente. El camino
sereno del Discurso contrasta con el ethos irónico de un narrador que da vueltas. Ese
tono irónico es bien diferente de un “procedimiento”. Supone a la vez la movilidad de
un sujeto que no pertenece a ninguna institución cerrada sobre su discurso y la
movilidad de una Razón que exalta su autonomía en el puro movimiento de
separación. Ethos que es también a la medida del modo de difusión de las
Provinciales: clandestinas, inasibles y omnipresentes, escapando por poco de la
policía y de los aparatos eclesiásticos.

Conclusión

No hemos podido dar más que una idea sucinta de una investigación en curso.
Terminaremos con una pregunta que es imposible de eludir, la de la relación entre los
DC y el análisis del discurso que se hace sobre ellos. Este último es presa de una
paradoja insuperable porque a la vez muestra un DC (científico en su ocurrencia),
pretendiendo hacer evidente el carácter constituyente de todo discurso. Al pretender
negar esta paradoja, el análisis del discurso se encontraría preso en las mismas
ingenuidades que la Filosofía, la Teología, la Ciencia, cuando en sus tiempos han
pretendido reinar sobre el conjunto de lo decible. Como no es asunto del análisis del
discurso reconducir la tentación de autoproclamarse como la única instancia de
legitimación, está forzado a quedar preso en el dominio de investigación que pretende
analizar, a dejar desarrollarse un ir y venir crítico entre esos dos polos.

20
Ver O. Ducrot (1984: 200). Para una utilización sistemática del ethos en análisis del discurso
ver Maingueneau (1993: Cap. 7).

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Bibliografía

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