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TELETECNOLOGÍAS: MIRADAS DESDE DERRIDA Y STIEGLER

Andrés Felipe Rodríguez

“De ahí que todo esté en que nos pongamos a pensar el emerger y en que, rememorándolo,
lo cobijemos (…) mientras representemos la técnica como un instrumento, seguiremos
pendientes de la voluntad de adueñarnos de ella. Pasamos de largo de la esencia de la
técnica. En cambio si nos preguntamos de qué modo lo instrumental esencia como un tipo de
lo causal, entonces experienciaremos lo que esencia como un sino de un hacer salir lo
oculto.”

La pregunta por la técnica. Martin Heidegger.

Normalmente tendemos a creer que lo teletecnológico se limita a las últimas creaciones de los seres humanos, así, cuando
hablamos de teletecnologías creemos limitarnos a la Televisión, la Radio y el Internet. Sin embargo, esta es una perspectiva
sumamente pobre, pues lo que esta palabra nos suscita se extiende al campo de la percepción en general. Pero, ¿qué se quiere
decir con esto? Anticipemos algo: La constitución más íntima de los seres humanos es precisamente teletecnológica.

En una entrevista que Jaques Derrida realizó con Bernard Stiegler (Ecografías de la televisión) nos enfrentamos a todo un análisis
de la teletecnología. Allí, ésta es “definida” desde su capacidad archivística por excelencia, pues nos permite guardar, asegurar, de
una manera sorprendente cualquier advenimiento, cualquier acontecimiento, bueno o malo, que golpee la historia. Así mismo, esta
doble potencialidad se da la mano con un envío hacia el futuro, con una esperanza; pues archivar siempre es conservar y por lo
mismo, garantizar el retorno de lo archivado. Bien, para entender esto tan singular que acontece en la teletecnología habrá
también que precisar lo que el archivo quiere decir; hay que ir despacio. Vamos a adentrarnos a través de la fotografía siguiendo
una tesis de Bernard Stiegler que parece ser fundamental y que nos permitirá llegar a una problemática mayor, la cual por ahora
dejamos en suspenso.

A partir del siglo XIX podemos decir que nuestra “relación con el mundo” se transformó de una manera nunca antes vista, apareció
ante nosotros un avance técnico, científico y artístico, que nos dio la creencia en la posibilidad de “retener” el tiempo y el espacio
de una manera “impresionantemente fiel”. Este avance es la fotografía. A saber, nuestra primera “impresión” frente a una foto
resulta precisamente ser la creencia antes mencionada, creemos que efectivamente la imagen-objeto1 producida por la cámara,
sea analógica o digital —cada una con su particularidad— es una copia fiel tanto del lugar encuadrado como del instante en que se
“imprimió”. Pues bien, esto no es tan evidente como parece. Así, antes que nada debemos aclarar, sin demorarnos mucho, qué es
lo que sucede con estas imágenes-objeto antes mencionadas.

Empecemos por lo que sucede en la imagen analógica. Stiegler, siguiendo a Barthes, va a sostener que la imagen analógica causa
en nosotros una creencia de eso ha sido, pues nos permite creer que la imagen analógica nos da la imagen de algo que
efectivamente existió en algún momento y lugar. Nos da la creencia en que eso ha sido, pues las ondas lumínicas enviadas por el
objeto han quedado impregnadas en la foto y a su vez, esas ondas o partículas análogas de la foto llegan a nuestras retinas
dándonos algo en lo que creer. Este es el noema de la foto «lo que en fenomenología se llamaría su intencionalidad: lo que veo
siempre ya, de antemano, en toda foto (analógica), a saber: que lo que se capta en el papel ha sido realmente»2. Lo que vemos en
la foto es un spectrum, el cual no es otra cosa que el conjunto de las luminancias que quedaron impresas en el papel fotosensible.
Hay una continuidad táctil desde el objeto hasta nosotros que produce algo terrorífico: ¡el objeto me toca pero yo no puedo
tocarlo! En efecto dicha continuidad es garantizada gracias a que las partículas electromagnéticas emanadas por el objeto
fotografiado han quedado impregnadas en el papel fotosensible. Según lo anterior, Stiegler afirma que el spectrum viene
acompañado de un efecto fantasmal. Así, el objeto pudo haber desaparecido hace cien años y sin embargo, creo saber que las
ondas de luz emanadas por el mismo, hoy me tocan. Supongamos que vemos una foto nuestra, en cierto sentido, ¿nos estamos
tocando a nosotros mismos desde el pasado sin poder tocarnos a su vez?

Tenemos confianza en la foto analógica, creemos que lo fotografiado de hecho ha sido, porque la posibilidad de que sea
manipulada solo es accidental; la foto solo puede ser “intervenida” por alguien, sea en el proceso de revelado o en el montaje.
Pero también durante la realización y producción de la fotografía, pues la cámara misma otorga ciertas posibilidades técnicas de
enfoque, profundidad de campo, el manejo del diafragma, la velocidad de obturación, etc. Hay un análisis en la producción de la
foto. Así mismo, la foto conserva de cierto modo las luminancias del objeto, sin embargo, esto no le quita que sea una analogía3.
Pues bien, Stiegler de la mano de Barthes va a decir que hay un efecto de real producido por la imagen analógica, más adelante
será necesario aclarar las causas de dicho efecto de real que por ahora quedan entre paréntesis.

Con la imagen digital sucede algo realmente sorprendente. Mientras en la imagen analógica la manipulabilidad es solo accidental,
en la imagen digital es lo más propio, esto es, el ser manipulable se convierte en condición de posibilidad de la producción de la
imagen. ¿Por qué? Lo que tenemos en la imagen digital, concretamente, ya no son las luminancias análogas a las del objeto como
tal; los fotones se transforman en pixels, los cuales a su vez son dígitos. En lo digital nos encontramos con un código binario de
unos y ceros, que actualmente nos dejan ver una imagen. «La digitalización rompe la cadena, introduce la manipulación
directamente en el spectrum y, al mismo tiempo hace indistintos espectros y fantasmas»4. Recordemos, los espectros no son más
que conjuntos o totalidades de partículas electromagnéticas, mientras los fantasmas son ese algo que nos toca y a su vez no
podemos tocar. El eso ha sido se vuelve dudoso, ya no sabemos si lo que se nos aparece en la imagen digital efectivamente
ocurrió. Pone en duda la creencia en la continuidad táctil de las luminancias, esto es, del spectrum. Se nos hace dudosa la creencia
en que lo que vemos viene de un pasado que ocurrió: los fotones chocan contra la placa fotosensible y por un proceso de
discretización, esto es, de análisis, de separación, la imagen es descompuesta hasta llegar a ser un código binario que se nos
aparece como la imagen digital. La imagen está mucho más alejada de su “origen”, pero sigue siendo una imagen y por lo tanto
mantiene cierta, aunque dudosa, continuidad táctil.

Ahora bien, hay un tercer tipo de imágenes: las imágenes analógico-digitales. En este tercer tipo de imagen la discretización es
más patente, pero somos en cierto sentido más conscientes de la interrupción de la continuidad que nos garantiza un efecto de
real, y sin embargo, decimos que eso ha sido. A saber una fotografía tomada con una cámara analógico-digital, tendrá las
características de las dos, todas las posibilidades que se tenían en la foto analógica y que se habían de cierta manera perdido en la
digital retornan de una nueva manera. Ahora encontramos una suma de los dos tipos de imágenes antes mencionados. Además,
una vez que sabemos que la imagen analógico-digital ha tenido un proceso que la aleja cada vez más de lo “fotografíado”, también
nos sería posible decir que eso no ha sido. Parece haber otra cosa que condiciona nuestra percepción, en este caso, de la imagen-
objeto. Sin embargo, esta misma condición se extiende a nuestra percepción en general, y este es precisamente el tema que nos
ocupa. Algo que sin duda nos causa perplejidad y tiene que ver directamente con la creencia en que eso ha sido junto a una
constitución técnica, o mejor teletecnológica, que antecede y conforma toda percepción.

Ahora vale la pena explicar en qué consiste el efecto de real antes mencionado. En primera instancia podríamos decir que éste
consiste, o mejor, es producido por la síntesis que realiza el spectador cuando se enfrenta a una imagen-objeto, pues toma una
multiplicidad de ondas o partículas de luz y las unifica para producir una imagen “uniforme”. Si no se efectuara una síntesis
simplemente no sería posible la creencia en que eso ha sido; el efecto de real sólo se logra si es realizada una síntesis subjetiva
que incluye un acto intuitivo e intencional o noema de la foto. Aún así, el problema va más allá de la síntesis subjetiva. La síntesis
del spectador no es la única que es realizada en este proceso. Antes de que el spectador realice la síntesis subjetiva otra ya se
había producido, a saber, la síntesis que efectúa la máquina fotográfica. Tanto en la imagen analógica como en la imagen digital
hay una infidelidad con el eso ha sido, tanto de la una como de la otra nos es posible dudar. Simplemente en la segunda se nos
presenta dicha síntesis operada por la máquina de una manera sumamente manifiesta, y sin embargo, como ya se había afirmado,
el efecto de real se sigue produciendo. Seguimos creyendo que eso ha sido, gracias a que como dice Stiegler «la imagen siempre
es discreta pero, en cierto modo, siempre lo es lo más discretamente posible» 5. Ahora bien, el hecho de darnos cuenta de esto, es
gracias a la aparición del tercer tipo de imagen, la imagen analógico-digital, que como “suma de las dos” hace más patente toda la
interrupción que hay en la “continuidad” fotográfica tanto de un tipo de imagen como de otro.

Así hay dos síntesis que son efectuadas junto al análisis que permite la discretización, pero esto se efectúa en todos los tipos de
imágenes.

Por otra parte, Stiegler nos dice lo siguiente: «La imagen en general no existe. Lo que se llama imagen mental y lo que yo
denominaré aquí imagen-objeto, siempre inscripta en una historia, en una historia técnica, son dos caras de un único y mismo
fenómeno»6. Lo que Stiegler quiere decir aquí es básicamente que el efecto de real o la síntesis subjetiva es siempre antecedida
por una síntesis técnica, debe haber un conocimiento previo, tal vez inconsciente, de las operaciones técnicas para que el efecto
de eso ha sido sea posible y podamos creer que en efecto lo fotografiado existió. Así mismo, en la imagen analógico-digital se nos
hace más patente dicha síntesis técnica, e incluso podemos llegar a dudar del eso ha sido. Aunque quizás sea más preciso decir
que nuestra relación con las cosas está siempre cribada y no es tan directa como solemos creer.

Pero, ¿qué quiere decir Stiegler al afirmar que la imagen en general no existe? Pues bien, toda imagen-objeto también es un
recuerdo objeto que se diferencia de la imagen mental —que a su vez es un recuerdo mental— solo por su perdurabilidad en el
tiempo. Así, un recuerdo mental siempre es susceptible de ser borrado, carga en sí la posibilidad de su muerte a corto plazo,
mientras que un recuerdo objeto, por ejemplo un regalo, permanece en el tiempo mucho más. Ahora bien, Stiegler afirma lo
siguiente: «no hay imagen ni imaginación sin memoria, ni memoria que no sea originariamente objetiva. La cuestión de la imagen
es indisolublemente la cuestión de la huella y la inscripción: una cuestión de escritura en sentido amplio» 7. Tendemos a creer que
tal y como se aparece el mundo ante nuestros ojos, la fotografía lo logra presentar. Ahora bien, esto para Stiegler (siguiendo a
Barthes) es verdad, y se debe a que lo propio de la fotografía es la producción de un efecto de real, pues la imagen en el papel (en
el caso de la fotografía analógica) que percibimos jamás guarda en sí misma una fidelidad absoluta con lo fotografiado. De la
misma manera la imagen mental tampoco guarda esa fidelidad que creemos que tiene frente a lo real. Por lo anterior, la memoria
se ve involucrada aquí de manera directa, pues una imagen siempre es una huella, guarda, conserva algo ya pasado o que
creemos que ha pasado; que ha sido. Así, es necesario dar un salto a Derrida y la cuestión del archivo, la cual es inseparable de la
cuestión de la memoria. Esto siempre teniendo claras las diferencias entre Stiegler y Derrida, pero también la gran influencia del
último sobre el primero.

En Mal de archivo: una impresión freudiana, Derrida nos recuerda que la palabra archivo, desde su origen griego, quiere decir dos
cosas: a saber, la más conocida viene de la palabra “arkhé”, como lugar de origen, fundamento, principio histórico y ontológico.
Pero también designa el “arkheion” —que posteriormente será el “archivum” romano— a saber, el lugar donde se ubican los
documentos que versan sobre la ley, estando sujetos únicamente a la interpretación del “arcontes”, esto es, del guardián, de ese
alguien que tiene el poder sobre los mismos, el poder sobre la lectura de la ley: tiene el poder sobre la censura y el acceso a lo
archivado. A esta doble cara del archivo Derrida la llama como su carácter topo-nomológico. El archivo se compone de esta doble
significación que incluye, al lugar de origen, la casa propia, el comienzo y, en otras palabras, el pasado, junto a la correspondiente
legislación (nómos) de dicho lugar; la censura, la represión. Así, el acto de archivar es un deseo de origen, de retorno a la casa
(oikos) que cobija también la ley de la misma8.

Pero la cosa no se queda aquí, siguiendo a Freud, Derrida sostiene que al interior de lo que se llama archivo (insistimos en “se
llama” porque Derrida en todo el texto va a sostener que del archivo solo tenemos una impresión, y no un concepto como tal, ya
formado, único y definido) se guarda un peligro, una violencia propia del archivo, a saber, una pulsión de muerte, pulsión
destructiva o más bien autodestructiva: aneconómica. Siendo esto así, nos introducimos en un problema aún mayor, lo que
aparentaba ser únicamente una cuestión de orden y distribución va de la mano con lo anárquico. Nos encontramos entre lo
represivo y lo destructivo, entre querer conservar y destruir; una verdadera aporía. Esto es el mal de archivo que Derrida anuncia,
un peligro propio que resguarda la técnica, al mismo tiempo que ésta (la técnica) nos da seguridad. La técnica, el archivo, nos dan
seguridad frente a lo inesperado, gracias a estos podemos, de cierta manera, calcular su llegada, aunque sea siempre de una
manera muy inexacta. Pero también hay en el archivo una pulsión anarchivística, que es potencialmente destructora de la
memoria, autodestructiva, suicida. Y sin embargo, tal tendencia a destruir siempre deja un rastro, una huella, un archivo que
deviene espectro de lo asesinado, una nueva marca se produce entonces: la misma huella que Stiegler anuncia sobre la imagen
fotográfica, así, podríamos decir que la imagen también es una cuestión de archivo.

Lo anterior nos deja ver una confianza que Derrida tiene en las categorías tradicionales del Psicoanálisis y sin embargo va a
ponerlas en duda o mejor va a llevarlas más allá. El Psicoanálisis hasta el momento, en opinión suya, se había limitado a ser una
“ciencia” o un “proyecto de ciencia” cuyo objeto era la memoria, ubicada tanto en el preconciente como en una instancia más
profunda, a saber, el inconsciente. Sin embargo, en el archivo hay algo irreductible a la memoria; esto es, al pasado. El archivo no
solo nombra aquello que se refiere a la memoria, le corresponde también un lanzamiento hacia el futuro, pero siempre hacia uno
incalculable; es una carta sin destinatario determinado, hacia Otro que nos es totalmente ajeno: una pura singularidad.

«En un sentido enigmático que se aclarará quizá (quizá, ya que nada debe ser seguro aquí, por razones esenciales), la cuestión del
archivo no es, repitámoslo, una cuestión del pasado. No es la cuestión de un concepto del que dispusiéramos o no dispusiéramos
ya en lo que concierne al pasado, un concepto archivable del archivo. Es una cuestión del porvenir mismo, la cuestión de una
respuesta, de una promesa y de una responsabilidad para mañana. Si queremos saber lo que el archivo habrá querido decir, no lo
sabremos más que en el tiempo por venir, pronto o quizá nunca. Una mesianicidad espectral trabaja el concepto del archivo y lo
vincula, como la religión, como la historia, como la ciencia misma, con una experiencia muy singular de la promesa».9

Así, la técnica no tiene nada de “teleológico”, su movimiento no tiene un fin determinado, anticipable, predeterminable. Se trata de
un “regalo”, una herencia para todos y para ninguno. El archivo nos vincula con el porvenir, con lo que vendrá, con el
acontecimiento o con lo impredecible. La tendencia que dentro del archivo nos hace mirar la muerte, como ya se había dicho,
siempre deja cicatriz: el olvido se efectúa a cabalidad, el archivo siempre va de la mano con una selectividad, una ley, «la
intención de matar ha sido efectiva, el pasaje al acto también, esto ha dejado un archivo, e incluso si no hubiera habido pasaje al
acto el inconsciente habría podido guardar el archivo de la pura intención criminal, de su suspensión o de su represión». 10 Guarda
tanto el peligro como la salvación (algo que ya alguna vez Heidegger recordaba en La pregunta por la técnica refiriéndose a
Hölderlin). Para Derrida, el archivo es el inconsciente, una virtualidad inmanente a su actualización, lo que el Psicoanálisis
denomina como ley de transferencia, y que para él (Derrida), no es tanto la “posibilidad” de transferir o no una violencia o una
promesa propias de lo inconsciente a otros y al mundo, sino más bien, la complementariedad de estas en la inmanencia; las dos
“unidas pero diferentes” (Derrida diría que hay Différance). «(…) la técnica amenaza la herencia. Ahora bien, al mismo tiempo hay
que decir lo contrario: sin una posibilidad de repetición, de reiteración, de iterabilidad, por lo tanto sin el fenómeno y la posibilidad
de la técnica tampoco habría herencia. No hay herencia sin técnica. Así, pues, la herencia está en tensión con la técnica. Una
técnica pura destruye la herencia, pero sin ella ésta no existe» 11. Para Derrida las dos caras se dan inseparables una de la otra, en
algo así como una actuvirtualidad; son indiscernibles. Esto es algo que sin duda resulta un verdadero reto para el pensamiento, es
casi inconcebible, inimaginable, algo que sólo la fe, talvez hasta ahora y talvez para siempre, puede otorgar.

Ahora bien, hay que tener cuidado cuando hablamos del pasado y del futuro, de la memoria y del porvenir, pues siempre estamos
tentados a entenderlos, o más bien, localizarlos sobre una historia lineal, ordenada y causal. Y no es que sea un error hacerlo,
incluso resulta mucho más pedagógico que toda esta “glosolálica” descripción de la temporalidad y la espacialidad. Aún así, como
ya se ha dicho, no llegamos al fondo del problema siguiendo esta creencia. Para Derrida, lo propio de la técnica es el archivo, esto
quiere decir, que la técnica en primera instancia es un proceso de almacenamiento, la posibilidad de guardar o de conservar lo “ya
pasado”, de “hacer presente” aquello que ya no lo está. Así, la técnica nos atraviesa en todo momento como archivado, como la
posibilidad de traer lo muerto a la presencia o, en otras palabras, como la repetición: una constante insinuación del pasado en el
presente. El archivo garantiza la repetición, esto es, garantiza la reproducción de lo archivado. Repetimos en todo momento y en
todo lugar, cuando nos sentamos, cuando nos paramos, incluso cuando pensamos. En todo momento estamos archivando,
guardando, conservando. Para entender esto Horacio Potel nos da una luz:

« (…) la vida es huella, porque la vida se protege como repetición, como différance, como ceniza, porque no es del orden de la
presencia, porque no hay vida presente primero que luego se resguarde en la repetición, en el suplemento, en la huella; sino que
es la huella, la différance, el retardo, la repetición lo que es originario o dicho de otro modo que es el no-origen lo originario»12

La iterabilidad propia del archivo, su reproductibilidad, devela también su differance, esto quiere decir que por más que se repita
siempre se repite algo nuevo. A saber, ¿cómo es posible que afirmemos, casi dogmáticamente, que en medio del devenir seamos
siempre los mismos? ¿Con esto no se pone en duda también a la subjetividad, al Yo del que nos fiamos tanto cuando decimos “yo
soy yo”? ¿Acaso el Yo no estaría atravesado también por esta espectralidad? En fin, lo que se repite para Derrida siempre es
ceniza, huella, se repiten los fantasmas, y siempre se repiten en ambientes totalmente diferentes, que los transforman, los
disfrazan, hasta hacerlos irreconocibles. La pulsión de muerte, precisamente es la pulsión a asesinar el archivo, es “pulsión de
olvido”, pero si se llegara a olvidar siempre quedaría una huella. Recordando a Stiegler nos quedaría por lo menos una imagen
objeto, pero teniendo en cuenta que «sin imagen mental no hay, nunca hubo, ni habrá jamás imagen-objeto (la imagen sólo es en
cuanto es vista), recíprocamente, sin imagen objetiva —no importa lo que pueda creerse— no hay, nunca hubo ni habrá jamás
imagen mental»13. El archivo, la huella, y su destrucción son inseparables, se trata de una cuestión de olvido tanto como de
destrucción en la práctica: aunque olvidemos, si hay algún objeto que nos haga recordar así mismo tenderemos a hacerlo
desaparecer. El archivo en su interior siempre guarda un peligro, pues cuando nos recuerda algo “malo”, cuando el retorno es el
retorno de lo peor, se desata una pulsión olvidadiza y destructiva, pero eliminar el archivo es ya un peligro mayor, pues lo peor
podría retornar y no estaríamos más o menos preparados para recibirlo. «Por eso, dice Derrida que no sólo hay que pensar el
acontecimiento de lo que está por venir en su singularidad (el acontecimiento es aquello que viene de golpe, de pronto, cuando no
se lo espera, a interrumpir el curso normal de la historia y del tiempo, la sucesión lineal de los «ahoras»), sino que también hay
que pensar la irrupción del acontecimiento, del arribante absoluto como la doble posibilidad de lo malo y de lo bueno, de la
catástrofe y la promesa»14. De esto la importancia de archivar, además es inevitable, siempre queda una huella detrás de la
muerte aunque muchas veces pueda ser censurada hasta hacerla irreconocible. Por ejemplo, podemos destruir el material histórico
fotográfico de una nación, o el de nuestra familia (un álbum), pero esto ya forma una nueva huella, la de la destrucción, que nos
llevaría inevitablemente a recordar el archivo destruido. Estas son las implicaciones políticas del archivado, “tan peligroso como
salvador” y por lo tanto a muchos les cuesta demasiado trabajo aceptar una libertad de acceso al mismo. Instauran un “arcontes”
tan poderoso que hace casi imposible el develamiento de lo archivado: no es nuevo decir que los Estados censuran y censuran lo
que les causa malestar, pero también lo hacen las personas desde sus situaciones singulares, y desde los acontecimientos que las
atropellan. Hay «angustia ante el fantasma que no deja de amenazar con volver… o con no volver nunca más, aunque nos
empeñemos en ir a buscarlo. Las conjuraciones poseen siempre esta doble incertidumbre: por un lado, podemos convocar a un
espectro que no quiere hacerse presente; por otro, podemos intentar neutralizar un fantasma que se niega a abandonar nuestra
morada»15.

La fotografía es un buen ejemplo, pero hay multiplicidad de archivos, las computadoras hoy en día son grandiosas máquinas de
archivado, podríamos decir, guardando reservas, que el mundo se mueve hoy gracias a ellas. Para Derrida «la estructura del
archivo es espectral. Lo es a priori: ni presente ni ausente «en carne y hueso», ni visible ni invisible» 16, y por lo tanto la pulsión de
muerte es también pulsión a asesinar nuestros espectros. Los espectros que se convierten en fantasmas, retornan incesantemente,
se repiten tal y como podríamos decirlo de la repetición que opera en una fotografía, en especial de la fotografía analógica-digital
que nos hace más patente lo sumamente cribada que es nuestra percepción, pero esto también ocurre en cualquier teletecnología,
por ejemplo en la escritura. Se repite el pasado, en nosotros se repiten los espectros del pasado, pero siempre lo hacen de manera
diferente. Siempre retornan de nuevas maneras, en situaciones nuevas y singulares. Si creemos que hay repetición totalmente
idéntica esto se debe más a una confusión:

«Se confunden lo análogo y lo idéntico: “Es exactamente la misma cosa que se repite, exactamente la misma cosa”. No, una cierta
iterabilidad (diferencia en la repetición) hace que lo que vuelve sea no obstante un acontecimiento completamente distinto. El
retorno de un fantasma es cada vez otro retorno en otra escena, en nuevas condiciones a las cuales siempre hay que prestar
atención si no se quiere decir o hacer cualquier cosa»17

Reprimir, censurar, archivar, dejar huella, siempre van de la mano, el problema empieza cuando se censura en exceso, cuando se
ponen barreras casi insuperables, cuando no se le da paso al carácter de herencia del archivo, que termina siendo su lado más
importante; pues éste (el archivo) es más que una cuestión de la memoria. El pasado no es tan originario e irremplazable que solo
pudiera ser imitado. Los espectros retornan, se repiten en situaciones nuevas. El simulacro, más que ser una imitación del origen,
es el origen mismo. En cierto sentido no repetimos el origen, más bien, “repetimos la repetición”, espectralizamos los espectros,
archivamos los archivos. Lo que está en juego aquí es una lógica de lo espectral, incluso puede decirse que ésta lógica es la lógica
del acontecimiento, donde coincide con el acontecimiento, pero la peculiaridad de esta lógica es que no opera causalmente, más
bien es una casualidad que se repite, una eterna “tirada de dados” (recordando a Nietzsche) pero siempre actualizada en nuevas
situaciones. De ahí que los espectros y fantasmas de hoy se nos hagan casi irreconocibles, pues tienen nuevas caras, diferentes a
las del pasado. La técnica al ser archivística, en el sentido que pretende guardar, conservar, también lleva consigo grandes
peligros. Así mismo también es repetitiva, de eso se trata la técnica, de repetir.

Hasta ahora no se ha hablado de otra cosa que de un plano virtual, que también podría ser llamado plano espectral. Pues de lo que
estamos hablando no es otra cosa que de la pura virtualidad que atraviesa todo lo actual, o que le es inmanente. Los espectros son
virtualidades y no abstracciones. Como la fórmula de Proust, lo virtual es «real sin ser actual, ideal sin ser abstracto». Así mismo,
lo anterior nos permite decir que siempre somos herederos, la herencia no es algo que nos llegue y nosotros la tomemos, más bien
es algo que somos desde siempre y en todo momento y lugar, lo que hagamos con esa herencia es lo que entregamos a esos
destinatarios desconocidos. «Para Derrida la herencia no es algo que se recibe pasivamente, sino una afirmación activa y selectiva
que los herederos, con cierta «fidelidad infiel», han de retomar y reafirmar. De ahí también que toda herencia sea virtual» 18. De
ahí que el inconsciente del psicoanálisis especialmente el de la tradición Freudiana (habría que mirar a Jung pero esto no nos
corresponde ahora), sea llevado hasta su límite y ampliado hacia algo más “global” que los problemas Edípicos sumamente
individuales. Lo virtual, lo archivístico, que no es otra cosa que lo técnico, tiene un carácter particular dado actualmente, pero
también el de pura virtualidad, el de lo espectral, que involucra tanto el pasado como el futuro; la memoria y la herencia.

«¿Se deberá continuar pensando que no hay archivo pensable para lo virtual? ¿Para lo que sucede en el espacio y el tiempo
virtuales? Es poco probable, esta mutación está en curso, mas será necesario, para tener rigurosamente en cuenta esta otra
virtualidad, abandonar o reestructurar de arriba a abajo nuestro concepto heredado de archivo. Llegará el momento de aceptar
una gran conmoción en nuestro archivo conceptual y de cruzar en él una «lógica del inconsciente» con un pensamiento de lo
virtual que ya no esté limitado por la oposición filosófica tradicional del acto y la potencia)»19.

A lo anterior Derrida le da el nombre de actuvirtualidad, lo actual y lo virtual se hacen inseparables uno del otro. Entre ellos hay
differance, esto es, los espectros son inseparables de su actualidad y la actualidad inseparable de sus espectros. Los dos al mismo
tiempo, se implican mutuamente, e involucran la memoria y el porvenir. Son archivo en sentido amplio, archivos en tanto objetos
técnicos (una fotografía) y archivos en tanto recuerdos mentales, que a su vez involucran un envío hacia el futuro. El hecho de
tomar una fotografía es al mismo tiempo conservar lo pasado y permitir su retorno mañana, es permitir la repetición del
acontecimiento archivado según nuevas configuraciones: un retorno del origen de manera diferente.
«Al mismo tiempo que marca una relación (una ferancia) —una relación con lo que es otro, con lo que difiere en el sentido de la
alteridad, por lo tanto con la alteridad, con la singularidad del otro20—, la diferancia remite también, y por eso mismo, a lo que
viene, lo que llega de manera a la vez inapropiable, inopinada, y por lo tanto urgente, imprevisible: la precipitación misma. El
pensamiento de la diferencia es entonces también un pensamiento de la urgencia, de lo que no puedo ni eludir ni apropiarme,
porque es otro. El acontecimiento, la singularidad del acontecimiento: ésa es la cosa de la diferancia21.

Sin embargo como ya se había dicho antes hay que tener cuidado cuando se habla del pasado y del futuro porque estos no pueden
estar atados totalmente a una linealidad histórica. Si el acontecimiento viene del futuro es de un futuro que al igual que el pasado
nos atraviesa en todo momento y lugar. Así, cuando se habla del futuro en el sentido del acontecimiento se quiere decir algo
diferente. Derrida nos habla de una experiencia mesiánica a priori, es decir, del futuro implicado en esa pura virtualidad, en esa
pura espectralidad. No nos movemos hacia el futuro, más bien es el futuro el que viene al encuentro. Pero sabemos que dicho
encuentro está condicionado por la capacidad de archivar de guardar el pasado, de la posibilidad del retorno de lo archivado, sea
malo o sea bueno. «Antes de saber si se puede diferenciar entre el espectro del pasado y el del futuro, puede que haya que
preguntarse si el efecto de espectralidad no consiste en desbaratar esta oposición, incluso esta dialéctica, entre la presencia
efectiva y su otro»22.

Así mismo, Derrida también habla de otra cara de lo que solemos llamar actual. A saber, la cara técnica; lo artefactual. Stiegler
afirma que solo hasta el surgimiento de la fotografía analógica-digital se nos hizo sumamente patente la profunda relación que
tenemos con la técnica a la hora de realizar cualquier síntesis subjetiva, Derrida nos va a hablar de una artefactualidad: la manera
en que los dispositivos técnicos en general condicionan nuestra percepción del mundo y de lo que llamamos actualidad.
Precisamente, Stiegler dice que la imagen en general no existe, porque toda imagen está cribada de antemano por una operación
técnica, la “pureza” de la imagen es más producto del efecto de real que se logra a través de la técnica.

«(…) la síntesis del “sujeto” obedece al saber que éste tiene de las condiciones técnicas de la producción de la imagen-objeto, en
cuanto este objeto es también una huella, un recuerdo-objeto que sobredetermina una relación con el tiempo (una manera que
tiene el pasado de darse en el presente) (…) Toda imagen visual se trate de la del homo sapiens sapiens, de Lascaux, de la imagen
pictórica propiamente dicha, de la imagen fotográfica analógica o de la imagen analógico-digital, ya está siempre afectada por la
espiritualidad de la tecnología que observa, desde un cierto saber que tiene de esta tecnología»23.

Lo teletecnológico nos precede en cierto sentido, y por lo mismo condiciona nuestra percepción del mundo y la manera en que nos
hacemos con él. De ahí que Derrida hable de una nueva lógica del inconsciente que lo cruza con lo virtual o con lo espectral. Por
esto mismo, puede decirse que al ser lo espectral la “estructura” de todo archivo, de todo dispositivo técnico, de toda máquina que
permita cierta iterabilidad, el inconsciente pueda ser ahora entendido como un dispositivo técnico, pero con las precisiones antes
mencionadas, a saber, su irreductibilidad a la memoria: el inconsciente es también un asunto del porvenir. Además, los espectros
que retornan no involucran únicamente una “historia” personal, sino también a una “historia” de la humanidad. Por ejemplo, podría
decirse que después de la caída de la U.R.S.S el espectro de Marx (al que Derrida le dedica todo un libro) retorna con nuevas caras
a Latinoamérica, dando origen a las luchas guerrilleras. Y sin embargo, podríamos también decir que no es el espectro de Marx
sino uno fascista como el de Hitler el que se esconde tras las guerrillas: el presente de las guerrillas colombianas es un buen
ejemplo, pues la práctica del secuestro da lugar a dudas. Precisamente porque no podemos saber qué es lo se esconde a
cabalidad, es por lo que es útil hablar del inconsciente como dispositivo técnico o de archivado, que implicaría tanto la memoria
como lo que vendrá, junto a sus ventajas y sus terrores. Así, es mejor hablar de una singularidad del acontecimiento, de la
iterabilidad de los espectros que retornan sin saber cuándo, dónde, cómo o en qué forma; querámoslo o no.

Así mismo no sería correcto reducir la relación entre la técnica y la vida, entre la técnica, el tiempo y el espacio, a una cronología o
una sucesión, en la que se suponga un “telos” hacia el que tenderían la humanidad y sus creaciones. La técnica no es únicamente
cuestión de “progreso”, «técnica hay en todas partes, cuando escribo con un lápiz o cuando se charla alrededor de una mesa, o
cuando estoy cómodamente instalado frente a una computadora» 24. En otras palabras, nuestra relación con el mundo e incluso,
podría decirse, que con nosotros mismos, es técnica. Para Jaques Derrida, nuestra relación con el presente está técnicamente
cribada, interpretada, es infiel a todo aquello que consideramos presente; infiel a la “presencia misma”. Toda una experiencia de la
temporalidad y la espacialidad se da en nosotros, junto a la técnica que nos atraviesa, que, por decirlo de alguna manera, ya
somos en todo momento. Las creaciones de la humanidad añaden algo a nuestros sentidos, algo así como un poder mágico que los
llevaría más allá de las condiciones normales en las que nos relacionamos con el tiempo y el espacio, nos llevan a lugares que en
otras épocas quizás no fuera posible imaginar y sin embargo dichas épocas no carecían de lo que hoy podemos descubrir. Siendo
esto así, es necesario dar lugar a ese algo más profundo que nos abren estas tecnologías, algo que para Derrida no es otra cosa
que el acontecimiento: algo solamente sospechable en tanto “creemos” en su inminencia y, sin embargo, nos encontramos ante la
impotencia de su determinación; no sabemos cuándo, cómo, ni dónde nos llegará, «se trata de una experiencia a priori mesiánica,
pero a priori expuesta, en su expectativa misma, a lo que no será determinado sino a posteriori por el acontecimiento»25.

Derrida y Stiegler sospechan que en las teletecnologías opera una lógica que parece similar a la que el Psicoanálisis le otorga al
inconsciente pero la llevan más allá. Una que será nombrada como lógica de lo espectral, que en efecto nos lleva a mundos lejanos
y que también nos abre al tiempo de maneras que quizás solo el pensamiento, a medida que es atravesado históricamente por la
técnica, puede descubrir. Para ellos las teletecnologías nos dan una visión del tiempo y del espacio mucho más cercanas a la
“realidad”, pero también guardan los peligros más terribles. Recordémoslo, somos ante todo seres técnicos o, mejor aún, ante todo
seres teletecnológicos. «En todas partes estamos encadenados a la técnica sin que nos podamos librar de ella, tanto si la
afirmamos apasionadamente como si la negamos»26. Así, hablamos de teletecnologías porque al crear dispositivos técnicos se nos
da la posibilidad de acceder a mundos lejanos, y por lo tanto a acontecimientos singulares; esto en sentido topológico. Pero
también de traernos el pasado y en cierta manera intentar resguardarnos del acontecimiento, de los espectros que podrían
retornar en su peor forma, y así mismo de traernos los espectros que en cierta manera fueron “buenos” y poder repetirlos,
teniendo claro que lo que se repite siempre es diferente. ¿Acaso no son las teletecnologías poderosas manifestaciones de la
“realidad en sí”? A través de ellas parece ser que esa actuvirtualidad antes mencionada se hace más patente. ¿Será necesario
pasar a través de ellas para comulgar con esta idea? ¿Qué se nos aparece cuando hablamos por teléfono, cuando escuchamos
radio, cuando vemos televisión, cuando nos ponemos en frente de una pantalla de computador y “navegamos” por una cosa, que
no sabemos bien qué es, a la que llamamos internet? Bien, ¿y la escritura? ¿No es también esencialmente teletecnológica? Estas
son preguntas que sin duda ocuparían cientos de páginas y lamentablemente aquí solo se permiten unas pocas.

BIBLIOGRAFIA

DERRIDA, Jaques. Espectros de Marx, Traducción de Cristina de Peretti y Jose miguel Alarcón, Trotta, Madrid, 1995.

DERRIDA, Jaques. Mal de archivo, Traducción de Paco Vidarte, Trotta, Madrid, 1997.

DERRIDA, Jaques; STIEGLER, Bernard. Ecografias de la televisión. Eudeba, Buenos Aires, 1988.

HEIDEGGER, Martin. La pregunta por la técnica, Conferencias y artículos, Traducción de Eustaquio Barjau, Del Serbal, Barcelona,
1994.

PERETTI, Cristina. Espectrografías desde Marx y Derrida, El espectro, Ça nous regarde. Grupo DeContra, Trotta, Madrid, 2003.

MELONI, Carolina. Espectrografías desde Marx y Derrida, Epitafios: Aporías de la conjuración, Grupo DeContra, Trotta, Madrid,
2003.

DOCUMENTOS EN LINEA

POTTEL, Horacio, Nietzsche y Derrida en la web,

http://jacquesderrida.com.ar/comentarios/nietzsche-derrida-web.htm

1 Stiegler va a dar el nombre de imagen-objeto a las imágenes que precisamente son "objetos”, como una imagen pictórica, una
fotografía, la imagen fotográfica, la imagen televisiva etc. Sin embargo, estas no se oponen, es más son lo mismo que lo que
llamamos imagen mental. Más adelante se explica por qué.

2 STIEGLER, Bernard. La imagen discreta, Ecografías de la televisión, Traducción de M. Horacio Pons. Eudeba, universidad de
Buenos Aires, Buenos Aires, p.184.

3 Como tal, la imagen analógica recibe su nombre precisamente porque las partículas electromagnéticas son análogas a las
“originales”.

4 Ibidem, p. 188

5 Ibidem, p.192

6 Ibidem, p.181

7 Ibidem, p.182

8 Vale la pena aclarar que aquí Derrida se refiere al principio de economía Freudiano.

9 DERRIDA, Jaques. Mal de archivo, Traducción de Paco Vidarte, Trotta, Madrid, 1997, p.44

10 Ibidem, p.74

11 DERRIDA, Jaques; STIEGLER, Bernard. Ecografias de la televisión. Eudeba, Buenos Aires, 1988, p110

12 POTTEL, Horacio. http://jacquesderrida.com.ar/comentarios/nietzsche-derrida-web.htm

13 STIEGLER, Bernard. La imagen discreta, Ecografías de la televisión, Traducción de M. Horacio Pons. Eudeba, universidad de
Buenos Aires, Buenos Aires, p.182

14 PERETTI, Cristina. Espectrografías desde Marx y Derrida, El espectro, Ça nous regarde, Grupo DeContra, Trotta, Madrid, 2003,
p.35
15 MELONI, Carolina. Espectrografías desde Marx y Derrida, Epitafios: Aporías de la conjuración, Grupo DeContra, Trotta, Madrid,
2003, p.78

16 DERRIDA, Jaques. Mal de archivo, Traducción de Paco Vidarte, Trotta, Madrid, 1997, p.92

17 DERRIDA, Jaques. Artefactualidades. Ecografias de la televisión. Eudeba, Buenos Aires, 1988, p 39

18 PERETTI, Cristina. Espectrografías desde Marx y Derrida, El espectro, Ça nous regarde, Grupo DeContra, Trotta, Madrid, 2003,
p.33

19 DERRIDA, Jaques. Mal de archivo, Traducción de Paco Vidarte, Trotta, Madrid, 1997, p.74

20 Como cuando vemos una fotografía o un archivo audiovisual de alguien, fallecido o no.

21 DERRIDA, Jaques. Artefactualidades. Ecografias de la televisión. Eudeba, Buenos Aires, 1988, p.23

22 DERRIDA, Jaques. Espectros de Marx, Traducción de Cristina de Peretti y Jose miguel Alarcón, Trotta, Madrid, 1995, p.53

23 STIEGLER, Bernard. La imagen discreta, Ecografías de la televisión, Traducción de M. Horacio Pons. Eudeba, universidad de
Buenos Aires, Buenos Aires, p.195

24 DERRIDA, Jaques; STIEGLER, Bernard. Ecografias de la televisión. Eudeba, Buenos Aires, 1988, p.111

25 DERRIDA, Jaques. Artefactualidades. Ecografias de la televisión. Eudeba, Buenos Aires, 1988, p. 26

26 HEIDEGGER, Martin. La pregunta por la técnica, Conferencias y artículos, Traducción de Eustaquio Barjau, Del Serbal,
Barcelona, 1994, p. 9

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