por las diócesis Año de Jesucristo
16 :ev 15 al 21 de mayo de 2011
Mi más sincera felicitación a todos en el Día del Maes-
tro, motivo que nos reúne en estos momentos en torno al
Maestro por excelencia, Jesús.
Es curioso, Jesús no escribió ningún tratado de peda-
gogía; pero dictó cátedra de pedagogía basada en el amor.
El evangelio es fuente de inspiración pedagógica. Es vida.
Jesús propone un estilo de vida, un talante en el compor-
tamiento. Habla de misericordia, compasión, amor, perdón.
Enseña en parábolas, sin ambigüedades, con claridad meri-
diana, sí, sí; no, no. Hace de la verdad el eje de su enseñanza:
“Yo para esto nací y para esto vine al mundo, para ser testigo
de la verdad” (Jn. 18,37).
Al celebrar esta Eucaristía en el Día del Maestro, quere-
mos rendir homenaje al nuevo Beato Juan Pablo II, y dedi-
carla en reconocimiento y agradecimiento por todas las en-
señanzas recibidas durante su largo pontificado. Pero sobre
todo en acción de gracias al Señor por habernos regalado
este nuevo beato.
El domingo 22 de mayo celebramos nivel parroquial, en
todas las parroquias, y a nivel diocesano, en la Catedral, una
misa en acción de gracias al Señor por el Beato Juan Pablo II.
Hoy me limito a enumerar ocho retos que el papa pre-
Educación católica con
valentía e identidad
sentó en mayo 2002, ante los embajadores de los países
acreditados ante la Santa Sede:
1. La defensa del carácter sagrado de la vida
humana
2. La promoción de la familia
3. La eliminación de la pobreza
4. El respeto de los derechos humanos
5. El desarme y reducción de las ventas de armas
6. La lucha contra las grandes enfermedades
7. La salvaguarda del entorno natural
8. La aplicación rigurosa del derecho y de
convenciones internacionales
Señalar que Juan Pablo II esculpió una de las frases más
luminosas, la de la Civilización del Amor, es la medicina ur-
gente para el mundo de hoy.
Su conexión con la juventud; sus 104 viajes para visitar
148 países; sus encíclicas; su enfermedad, sus jornadas de la
juventud… Hoy le dedicamos este Día del Maestro.
A nadie se le escapa que en el mundo se dan crisis. Hay
una severa crisis económica, a la vista están el desempleo
y los despidos masivos, con consecuencias desastrosas para
muchas familias. Y hay crisis de valores, mucho más profun-
das de lo que a primera vista se cree. Está en crisis la paz, hay
inestabilidad mundial. Se combaten instituciones milenarias
como la religión y la familia; la institución divina del matri-
monio entre un hombre y una mujer se cuestiona y prosti-
tuye, degradándola a niveles impensados. La vida humana
ha perdido el carácter sagrado e inviolable, para convertirla
en un negocio de fetos y células al mejor postor. Concep-
tos fundamentales como el de libertad, justicia y verdad se
tambalean y relativizan de acuerdo a intereses espurios y
oscuros.
Y en medio de este torbellino, la educación y en parti-
cular la educación católica no queda indemne. Educar, en
el contexto actual, resulta especialmente difícil. Quisiera
destacar dos características que pueden servir de pauta al
educador católico: La primera es la identidad. La segunda es
la valentía. Y se podría añadir una tercera, la urgencia de la
educación de que habló el Papa Benedicto XVI en su carta
del 21 de enero de 2008 dirigida a la diócesis y ciudad de
Roma. En el mundo cambiante en que hoy nos movemos y
vivimos es necesario tener muy claro cuál es el producto fi-
nal de la educación y, en específico, de la educación católica.
Cuando un escultor se dispone a hacer una estatua, tiene de
antemano en la mente la idea, el modelo. Pero, ¿cuál es el
modelo que quiere cincelar el educador?
El educador tiene que tener claro el ideal de persona
que quiere educar. Monseñor Tomassi, obispo auxiliar de
Lima, Perú, concluye después de un análisis de la crisis por la
que atraviesa la educación católica: “también hoy, en la épo-
ca de la comunicación global, la comunidad eclesial percibe
toda la importancia de un sistema educativo que reconozca
el primado del hombre como persona, abierta a la verdad
y al bien. La Iglesia, a la que Cristo encomendó la misión de
anunciar ‘el camino de la vida’, siente que tiene una respon-
sabilidad educativa especial”.
La Iglesia tiene por misión la educación y defensa de “la
persona humana con todos sus derechos. La persona huma-
na, como ha sido creada originalmente, a “imagen y seme-
janza de Dios”, y como es su destino final de “Hija de Dios”.
A imagen y semejanza de Dios, dotada de libertad y
abierta a la verdad y al bien, y llamada a la dignidad de hija
de Dios, abierta a la trascendencia, a la felicidad eterna.
Nadie puede ni debiera interferir en contra de la perso-
na humana tal como ha sido concebida en el plan de Dios.
Cualquier atentado contra la persona, es un atentado contra
Dios, su Creador.
El educador católico, consciente de la centralidad de la
persona humana en todo el sistema educativo, tiene la mi-
sión de poner todo su empeño y tenacidad, con claridad,
con valentía, con todas sus energías, en la educación y for-
mación y desarrollo de la persona humana, y en el entorno
en que la persona humana crece y se desarrolla: la vida, el
matrimonio y la familia, la dignidad de la persona y los dere-
chos humanos, el derecho a la libertad religiosa, el derecho
a la educación, el derecho a nacer, a la libertad, la verdad,
la justicia, la paz.
En el mundo globalizado en el que nos ha tocado vivir,
la tendencia solapada a la que estamos caminando es hacia
una sociedad cada vez más laica en el sentido radical de la
palabra. Escribe un autor: “los cristianos debemos denunciar
y rebelarnos ante el proyecto destructivo del hombre que
está en marcha. Necesitamos sobre todo, hombres y muje-
res que vivan todo aquello en lo que creen, pero más aún,
hombres y mujeres que gocen y expresen la Verdad que les
habita. Si no somos testigos del Dios que conocemos y que
nos vive, nuestras denuncias, quejas y argumentos, aunque
verdaderos serán anecdóticos. Basta que los buenos dejen
de hacer el bien, para que venza el mal.”
Muchas veces hemos pecado de pasividad, de inactivi-
dad. Como educadores católicos debemos forjar ciudada-
nos del cielo, hombres y mujeres libres, abiertos a la verdad
y al bien y que mantengan siempre encendida la luz en sus
frentes.
Me da mucha pena que haya profesores que no quieran
el crucifijo en su salón de clase o en su oficina. Con todo
respeto y caridad les diré que no tienen cabida en una Uni-
versidad que tiene como misión educar en la fe. La Univer-
sidad católica necesita hombres y mujeres fieles a su identi-
dad católica, y hombres y mujeres valientes, afincados en la
Verdad con Mayúscula, que es Cristo.
(Homilía pronunciada por el Obispo Félix Lázaro Martí-
nez con ocasión del Día del Maestro.)