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La corrección política como sucedáneo

de la no discriminación
Por Alejandro Juárez Zepeda*

El pasado 19 de octubre, el presidente Felipe Calderón emitió el decreto por el que se instaura el “Día
Nacional contra la Discriminación”. Como se acostumbra en dichas ocasiones, hubo un numerito especial
para los medios de comunicación, con salón, proscenio e invitados especiales incluidos. El acto,
aderezado con los emotivos e infaltables discursos, sirvió para resaltar el carácter plural y diverso de
nuestra sociedad, así como lo inconcebible y atroz que resulta a estas alturas discriminar (al menos en el
discurso) por cualquiera de las causas establecidas en el artículo 1° constitucional; a saber: “por origen
étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la
religión, las opiniones, las preferencias, el estado civil, o cualquier otra que atente contra la dignidad
humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y las libertades de las personas”.

Sin embargo, la institución del “Día Nacional contra la Discriminación” contrasta dramáticamente con la
actuación del gobierno federal en materia de diversidad y respeto a las diferencias. Por citar nada más
dos de los ejemplos más notables:

El 28 de enero de 2010, la Procuraduría General de la República (de la administración que hoy aboga
por la no discriminación, la tolerancia y el respeto a las preferencias) interpuso una acción de
inconstitucionalidad en contra de las reformas legales al Código Civil del Distrito Federal que extendieron
el derecho al matrimonio y la adopción a parejas conformadas por personas del mismo sexo. Las
reformas ponían remedio a la discriminación de iure que persistía en contra de las personas
homosexuales que deseaban formar una familia, permitiendo que se acogieran a dicha figura legal.

En el mismo sentido, en 2006, la Cámara de Diputados hizo hecho llegar al titular del Poder Ejecutivo un
punto de acuerdo en el que lo exhortaba a declarar el 17 de mayo, “Día de Lucha contra la Homofobia”.
Después de mucho darle vueltas y decir que sí pero no cuando, el Presidente concluyó en 2010 que era
mucho más bonita la expresión: “Día de la Tolerancia y el Respeto a las Preferencias”. Y así lo decretó en
aquella ocasión, dejando vacío de sentido al dichoso día que no se atrevió a decir su nombre.

Como señaló con toda oportunidad Gilberto Rincón Gallardo, aquel defensor de la igualdad y la no
discriminación, primer Presidente de la época más brillante del Consejo Nacional para Prevenir la
Discriminación (CONAPRED): “el lenguaje se encuentra en la base de casi toda nuestra experiencia”. Por
ende, se halla también en la discriminación. De acuerdo con Rincón Gallardo: “aprendemos a nombrar
las cosas y a las personas a partir de nuestro entorno; al mismo tiempo, integramos prejuicios, matices
despectivos, atribuciones arbitrarias. Productos y productores del hecho lingüístico pasamos la vida
lidiando con las palabras, produciéndolas y reproduciéndolas, la mayor parte de las veces sin conciencia
del oscuro poder que esconden”. Más adelante, Rincón Gallardo abunda: “el lenguaje de la
discriminación se alimenta de la carne y la sangre de las personas puestas históricamente en situaciones
de vulnerabilidad”. Concluye: “tal situación, por lo demás, no se resume en sucesos aislados. Más bien
por el contrario, nuestra cultura está traspasada por hábitos lingüísticos que son a menudo vejatorios y
ofensivos para quienes difieren en algún aspecto de la mayoría”.

El CONAPRED es un órgano de Estado cuya función, de acuerdo con la Ley Federal para Prevenir y
Eliminar la Discriminación (que lo crea), es “contribuir al desarrollo cultural, social y democrático del país;
llevar a cabo las acciones conducentes para prevenir y eliminar la discriminación; formular y promover
políticas públicas para la igualdad de oportunidades y de trato a favor de las personas que se
encuentren en territorio nacional; y coordinar las acciones de las dependencias y entidades del Poder
Ejecutivo Federal en materia de prevención y eliminación de la discriminación”. Y aunque esto sonaría a
contar con un marco legal y de acción suficiente que, traducido en acciones de gobierno, coadyuvaría en
la erradicación de prácticas discriminatorias contra los grupos de población vulnerables e históricamente
excluidos, por la vía de campañas de educación y sensibilización, y el diseño y cabildeo, dentro y fuera
del gobierno, de políticas públicas a favor de la igualdad, la tolerancia y el respeto a las diferencias; nada
está más alejado de la realidad.

Desafortunadamente, el CONAPRED ha asumido sus funciones como si se tratara de una cruzada de


orden moral. Así pues, se ha constituido en el paladín de los estigmatizados que va apuntando con el
dedo flamígero del comunicado de prensa, la amonestación indignada y el dato duro insuficiente a
quienes pecan (de pensamiento, palabra y obra, como en la Iglesia) de discriminación.

Tan fundamentalista se ha puesto la cuestión, que son de antología la pifias del organismo
gubernamental. En sus excesos, ha llegado a intervenir en conversaciones entre particulares que circulan
por la red social twitter. A propósito, es digna de mención la escaramuza que tuvo lugar hace algunos
meses entre el titular del Consejo y el diputado Gerardo Fernández Noroña. Los pormenores de dicho
sainete han sido profusamente difundidos, así que para resumir diré solamente que el diputado en
cuestión, de sobra conocido por su estilo desenfadado, calificó a un interlocutor de “down”. Una
periodista se lo reclamó airadamente, también por twitter, y ahí empezó el desaguisado. (Me atrevo a
decir que si la periodista no hubiera alzado la voz indignada, nada habría pasado, lo que me lleva a
pensar que en México el acceso a la justicia es desigual. ¿Qué habría pasado si fulanito de tal se hubiera
quejado por la homofobia consuetudinaria de Norberto Rivera, Sandoval Íñiguez, Emilio González y
demás buenas conciencias? Bueno, pues los resultados están a la vista).

Con una diligencia inusitada en nuestros servidores públicos, el CONAPRED activó de golpe un
“procedimiento de reclamación” por la expresión del diputado Fernández Noroña. Dicho sea de paso, el
diputado (y el resto de la sociedad) nos enteramos de los hechos a través de una entrevista de radio (es
bien sabido que el titular de CONAPRED procura la presencia en los medios de comunicación y los
eventos públicos como elemento imprescindible en el cumplimiento de su gestión). Al diputado se le
acusaba, entre otras cosas, de utilizar –cito el oficio de CONAPRED– “una expresión peyorativa, las cuales
(sic) pueden incitar al odio, violencia, rechazo, burla, persecución y exclusión de dicho sector social”,
según un comunicado oficial.

¿Alguien aquí podría decirme cómo recrudeció la discriminación hacia las personas con discapacidad
mental el comentario de Noroña? ¿Alguien tiene alguna duda de que la medida se trató de un favor del
presidente del CONAPRED a su muy buena amiga, la periodista denunciante, que, dicho sea de paso, hoy
forma parte del Consejo Consultivo de dicho organismo? ¿Ustedes creen que si a mí me llamaran
maricón por twitter, el señor Ricardo Bucio actuaría con la misma celeridad?

Como decíamos, el CONAPRED se ha tomado tan en serio su papel de desfacedor de entuertos, que
anda como don Quijote peleando contra los molinos de viento de la discriminación. Pero se está
extralimitando al llevar a cabo acciones para las cuales no está legalmente facultado, censurando y
dictando medidas cautelares, que consisten en votos forzados de silencio a quienes utilizan expresiones
ofensivas (claro, mientras éstos no sean cuates, o bien, pertenezcan a la oposición, no sean gobernadores
o funcionarios panistas y/o jerarcas religiosos, porque en casos así parece que su determinación vacila).

En la actualidad, muchas personas califican al CONAPRED como la “policía del lenguaje” o una
institución “que nos enseña a hablar correctamente”. En twitter se ha popularizado la expresión
“¡conapreeed!” cada vez que alguien se expresa equívocamente haciendo uso de términos como “naco”,
“maricón” o “puta”. Yo mismo fui censurado por cierto articulista cuando llamé “criado de los
empresarios” al Secretario del Trabajo, Javier Lozano Alarcón. Aparentemente, el articulista considera que
la palabra “criado”, aplicada en cualquier contexto es, sin más, un término discriminatorio.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha sido clara al establecer límites a la libertad de


expresión, pero también lo que se conoce como “discursos protegidos”. Así pues, la Relatoría Especial
para la Libertad de Expresión asienta en su informe 2008: “de particular importancia es la regla según la
cual la libertad de expresión debe garantizarse no sólo en cuanto a la difusión de ideas e informaciones
recibidas favorablemente o consideradas inofensivas o indiferentes, sino también en cuanto a las que
ofenden, chocan, inquietan, resultan ingratas o perturban al Estado o a cualquier sector de la población.
Así lo exigen el pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura sin los cuales no existe una sociedad
democrática.”
Mientras tanto, el CONAPRED, aquejado de un complejo de policía, se lamenta a menudo y con cierta
amargura de que “no tiene dientes” para sancionar a quienes incurren en prácticas discriminatorias (esto
es, aquellos que dicen cosas feas como “naco”, “puto”, “retrasado mental”, “indio”, “vieja”, “maricón”, etc.).
Y es a esto, tristemente, que se reduce actualmente la política para prevenir la discriminación, que nos
cuesta anualmente a los mexicanos y mexicanas 96 millones 694, 698 pesos, de los cuales, la mayor
parte se destina a “servicios generales” y “servicios personales” (lo que sea que eso signifique).

El papel del CONAPRED no es ser niñera de escuincles malhablados. La discriminación es un fenómeno


mucho más complejo, que debería ser abordado con menos frivolidad y mayor profesionalismo. Basta
leer la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación para entender que no se trata de una
institución de carácter sancionador (no es una Comisión de Derechos Humanos, por ejemplo) sino un
órgano de carácter educativo y consultivo, que puede cabildear la implementación de políticas públicas
que propicien un cambio cultural y social a favor de la tolerancia y el respeto a las diferencias.

Sin embargo, veo que poco le interesa su función preventiva, sensibilizadora y educativa. Está más
preocupado por sancionar a los incorrectos, y usar los medios de comunicación como púlpito para alertar
sobre plagas y pecados discriminadores. Por encima de la educación, el diagnóstico social, la
construcción de indicadores, las campañas de concientización y el diseño, implementación y evaluación
de política pública en la materia; la denuncia, la censura y la indignación han sido su modus operandi. Bajo
esta lógica, el comunicado de prensa se ha convertido una acción de gobierno per se. Sobre el particular,
es memorable el del 20 de junio de 2010, en donde manifiesta preocupación por los actos de
discriminación que tuvieron lugar ¡en el mundial de fútbol de Sudáfrica! (no es chiste); o aquel en el que
hace pública su decisión de investigar los “comentarios racistas” de dos jugadores del Pumas.

No quisiera dar la impresión de que hablo sin fundamento sobre la labor de CONAPRED. En virtud de
ello, me permito plantear las siguientes interrogantes: ¿qué hizo el CONAPRED (aparte de comunicados,
claro está) para defender el matrimonio igualitario ante la SCJN? ¿Cuántos manuales, guías y talleres se
han editado e impartido para orientar a la sociedad (maestros, padres de familia, funcionarios, obreros,
trabajadores, jóvenes y niños) acerca del valor y la importancia de convivir en la diversidad? ¿Existe
alguna estrategia para evitar y prevenir la discriminación hacia las familias homoparentales,
particularmente en las escuelas y centros de salud? ¿Cuántos talleres para erradicar el bullying por
obesidad, orientación sexual, desventaja económica, se han llevado a cabo en las escuelas y centros de
trabajo? ¿Qué hizo CONAPRED cuando el Presidente quiso negar la seguridad social a un matrimonio
lésbico? ¿Dónde está el apoyo de CONAPRED a las iniciativas de reforma a las leyes de seguridad social
para beneficiar a los matrimonios homosexuales? ¿Qué ha hecho CONAPRED en materia de inclusión
laboral para personas con discapacidades, orientaciones sexuales e identidades de género diversas, e
indígenas? ¿Alguna vez presionará el CONAPRED al Presidente de la República para que, por fin, declare
el “Día Nacional de Lucha contra la Homofobia” el 17 de mayo, como lo pidió la Cámara de Diputados?

El pasado 11 de abril se presento la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México 2010, misma que
se anunció previamente como “el mapa de la discriminación en México”. En mi opinión, el documento es
un esbozo bastante light del estado de cosas en este sentido. Por citar nada más un ejemplo, el
cuestionario sobre diversidad sexual consta tan sólo de diez reactivos, bastante generales e irrelevantes
(“aproximadamente, ¿cuántos años tenía usted cuando se dió (sic) cuenta de su orientación sexual?”; e
incluso tendenciosas: “En la Ciudad de México también es posible que las parejas del mismo sexo
adopten niños, ¿usted está de acuerdo o en desacuerdo con esta medida?). El apartado de resultados
generales relativo a la diversidad sexual consta tan sólo de 6 páginas, de las cuales sólo 4 contienen
resultados. Una página completa consta de una bonita y cliché ilustración con un joven vistiendo unos
lentes de aviador en donde se refleja la banderita del arcoiris.

Por si esto fuera poco, una de las oradoras principales en la presentación de la Encuesta Nacional sobre
Discriminación en México 2010 fue, nada más ni nada menos, que Margarita Zavala, la esposa del
Presidente que ha echado mano de cuanto recurso ha tenido disponible para bloquear los avances del
colectivo LGBTI. Claro, en su discurso dijo que el Presidente tiene un firme compromiso con la no
discriminación, faltaba más.
Visto lo anterior, el panorama no es nada alentador. Por una parte, el decimonónico Presidente persiste
en no llamar a la homosexualidad con todas sus letras, mientras el gobernador de Jalisco siente “asquito”
de los homosexuales y la jerarquía católica ya nos mandó al averno. Por su lado, el CONAPRED, en su
afán inquisidor, anda en plena redacción de un glosario de términos prohibidos (aunque esperamos que
esto cambie ahora que se ha vuelto fan de la “perspectiva de cabaret”, evidencia de una política errática
que ha transitado de la corrección política a la sátira).

Se equivocan bastante quienes le apuestan al silencio, la censura y sus derivados como sucedáneos de la
verdadera tolerancia y respeto a las diferencias. La no discriminación nada tiene que ver con la censura,
sino con aprender a convivir en la diversidad e ir propiciando un cambio cultural, basado en el respeto y
mutuo entendimiento. Pretender borrar los detalles escabrosos e incómodos de la jerga social a base de
la censura oficial, es tanto como instaurar una gestapo lingüística, una discriminación positiva radical, el
fundamentalismo de lo “políticamente correcto”, abrir un nuevo clóset para guardar ahí todo lo que no
debe ser nombrado.

Hace unos años, mi exnovio Jorge me llevó casi a rastras a ver una obra musical: Avenida Q. A pesar de mi
reticencia, salí encantado. Sobre todo, me cautivó la canción Everyone is a little bit racist que, a manera de
conclusión, leeré en una traducción libre para todos ustedes:

Todo mundo es un poquito discriminador


lo que no quiere decir que
vayamos por ahí cometiendo crímenes de odio.
Mira alrededor y te darás cuenta
que nadie es realmente correcto.
Tal vez es un hecho
que todos debemos enfrentar:
todos hacemos juicios
basados en las diferencias.

Así que todo mundo es un poquito discriminador, okey.


Los chistes que discriminan pueden ser un poco groseros
pero te ríes porque ellos están basados en una cierta verdad.

No los tomes personalmente


como ataques personales.
Todo mundo se divierte con ellos,
así que relájate.

Si todos pudiéramos admitir que somos un poquito discriminadores,


y el mundo dejara de ser tan políticamente correcto
tal vez pudiéramos aprender a vivir en armonía.

Muchas gracias.

* El autor es coordinador general de Ombudsgay, defensoría de derechos humanos para el colectivo


LGBTI.

MÉXICO, DF, A 12 DE MAYO DE 2011.

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