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Sociedad

Un nómada a la deriva
Caminante. Albert Robinson Roberts no es un indigente sino un juglar a la deriva; hace más de
diez años abandonó la música aunque esta no lo abandonó a él. Hoy recorre San José en un viaje
circular: su vida es un acto de resistencia al precio de la imaginación.

María Montero.
mmontero@nacion.com

Es mediodía y otra ciudad se dibuja en las sombras del asfalto. El vacío tiene la forma de la luz y todo lo
que existe, la consistencia de un reflejo. Para quien mira estas sombras detenidamente, la realidad podría
perder fácilmente su carácter sagrado.

En las inmediaciones del parque España, tres siluetas


se detienen al borde de la acera. Una de ellas conoce el
significado de aquel instante en que, por misterioso
azar, el sol se proyecta desde lo alto, desdoblando
sobre el suelo esa segunda existencia de las cosas, tan
inasible y fluctuante como un espejismo: es la silueta de
Albert Robinson Roberts.

-Vea ese poste ahí, dice Robinson, señalando hacia


abajo. La sombra de un poste se yergue al lado de
nuestras propias sombras y parece como si también
esperara para cruzar la calle.

-Él también es materia pero nosotros somos materia en movimiento. Yo puedo atravesarlo -dice,
desplazándose un poco y provocando una fusión de su sombra con la del poste- pero en realidad él
también me atraviesa a mí.

La empinada cuesta de avenida 7 sube hacia los barrios del este -Aranjuez, Otoya, Escalante- dejando
atrás el mismo centenar de cuadras que conforman la ciudad desde hace más de 100 años.

Dicen los libros que San José fue la segunda capital, después de París, en brillar con luz ajena (el invento
del siglo; la vanguardia): la luz eléctrica. De esa vieja modernidad, nos ha quedado el monóxido de
carbono.

Robinson camina lentamente y cada paso es una


revelación: un neumático, dos chapas, tres millones de
medias, una pantufla de pie izquierdo, dos tangas, una
esponja de lavar platos, varias tuercas de grueso
calibre, la mitad de un pantalón, varios pantalones
completos, una lámina de aluminio, cordones,
diademas, cuatro toneladas de pantis, ligas, anillos,
pulseras, bolsas, clavos, piedras y todos los escondites
del mundo en los bolsillos de ese otro cuerpo que lleva
sobre el cuerpo, a manera de vestimenta.

Todos los días, San José se derrumba un poco y


Robinson arrastra los escombros. A él no le preocupa
que la ciudad esté amotinada y que muchos la
consideren intransitable. Él mismo está amotinado; atrincherado en el esplendor de su extravagancia.
-El hombre puede seguir su propio rastro, pero le da
pereza, dice Robinson, desenterrando un enorme
tornillo con la punta del pie, apenas visible entre la
hojarasca. "Cobre; plata; plomo; son elementos que no
dejan pasar espíritus", continúa, sopesando el
invaluable hallazgo y desenterrando de sus propios
bolsillos una figura similar, pero plástica, que encaja a la
perfección con la cabeza de la tuerca.

Sin tiempo para explicaciones, une ambas figuras con


un cordel, limpia sus bordes y, con una pregunta, pone
un nuevo objeto ante nuestros ojos:

-¿Qué significa esto?, dice, ofreciendo el tesoro.

La pregunta es incontestable porque no es una pregunta, sino una forma de convertir en diálogo el eterno
monólogo en que fluye su travesía.

-Yo solo sé que todos los días me tengo que levantar


contra el mal que quiere destruir el reino de Dios, dice
Robinson. "Debo juntar el bien con el mal: lo que está
suelto, amarrarlo; lo que esta amarrado, soltarlo".

Desinterés. Dice que cumplirá 60 años el próximo 5 de


noviembre. Dice la verdad pero se equivoca: cumplirá
59. Quitarse un año de encima no puede considerarse
un acto de vanidad y, tratándose de él, tampoco un
atributo de su mala memoria.

El error solo puede achacarse al desinterés:


sinceramente, no es en este tipo de asuntos en los que
está interesado un hombre como Albert Robinson
Roberts.

"Antes era Albert Robinson Roberts", corrige él, "ahora soy Ramsés: reencarné en el 83".

-¿En serio?

-He muerto más veces que la momia azteca: llevo 28 reencarnaciones. Soy Taras Bulba, Gengis Khan,
Jehová, el abuelo de Jesucristo, Nat King Cole, el doble de Elvis Presley y el primo de Abraham, dice.
"Yo.", agrega despacio, "en realidad, soy Albert Einstein".

-Ah, también.

-Ah sí, un bichito, pero hay que ser humilde.

En una esquina de la antigua Fábrica Nacional de Licores, Robinson


señala la parte alta del edificio, a nuestras espaldas.

-Estas son escrituras de la cultura tolteca, dice, como si tuviera ojos en


la nuca.

En lo alto del muro, justo en el ángulo que corta la esquina, sobresalen


unos rostros en bajorrelieve que jamás habíamos visto y no
precisamente por su reciente fabricación, sino por todo lo contrario:
porque siempre estuvieron ahí.

En su espontánea disertación sobre los lenguajes arquitectónicos de la


zona, la erudición y la fabulación son esclavas de una ciencia aún
mayor: la casualidad mística.
En su exhaustiva interpretación urbana, todo accidente, toda eventualidad, es fundamental para
comprender el mapa de relaciones simbólicas que "los dioses" - sus dioses- despliegan alrededor. Para
él, no basta con saber que tal o cual edificio es neoclásico: hay que tomar en cuenta la cantidad y
disposición de los postes de luz que hay delante, valorar el significado de la imagen de una Virgen de Los
Ángeles pintada en un azulejo en la acera de enfrente, sin desdeñar el ángulo de ubicación de una basura
que dice centenario y sobre la que brilla un cielo azul, solo interrumpido por una lejana columna de humo
gris. Las asociaciones libres son vitales e infinitas.

Irónica provocación. Las palabras de Robinson siempre


destilan un denso barniz universitario y el perfume de la
locura, aunque nunca se sabe. Con él, a veces todo
parece una irónica provocación.

"También me preocupo por el entorno espiritual de la


comunidad", dice, "porque en la medida en que la
comunidad pierde la perspectiva espiritual de mi labor,
en esa medida el cosmos se desordena. Estamos en
tiempos de transición: todo el mundo está quisquilloso,
desde los dioses hasta los animales. Si el faraón no los
estimula a estar en conciencia, todo se desordena. El
cosmos está en juicio y Jesucristo está sobre la jugada,
incluso con plata".

Vagar sin rumbo. Con más de 10 años de rodar sin rumbo, Robinson es lo mas parecido a un guía
turístico en ruta permanente por la "dimensión desconocida". Conoce San José centímetro a centímetro:
las calles se hacen bajo sus pies y estos, siempre están trazando y entrelazando coordenadas
imaginarias.

"Hace 16 años que no descanso porque si descanso, hay que volver a empezar desde el principio",
explica.

Nos atrevemos a preguntarle hacia dónde vamos ahora.

-Vamos por aquí-, responde con caballerosidad,


lanzándose a la calle.

Alcanzamos la otra orilla y llegamos a una desvencijada


verdulería. En su interior, "el faraón" brinda con Milory al
tiempo que se come un banano. Nosotros, a falta de
bebida, brindamos con el banano.

-¿Y si conseguimos una guitarra?

-Podría cantar, aunque hace tiempo que no lo hago.

-Es como andar en bicicleta: lo que bien se aprende nunca se olvida.

-Es cierto: la reina Isabel fue mi profesora de primer grado; la reina de Holanda, mi profesora de
protocolo; San Luis Gonzaga, mi profesor de guitarra.

Abandonamos la pequeña cueva y, de golpe, recibimos el impacto del mediodía.

-¿Qué vas a hacer hoy?, le preguntamos.

-Caminar.

-¿Y después?

-Cerrar las puertas del infierno.


Otros tiempos. El presagio del aguacero disuelve las esquinas; apura los tragos; abre los paraguas. Está
a punto de llover y cientos de pájaros se lanzan desde lo alto de las azoteas. Todas las miradas se elevan
hacia el cielo, excepto la de Robinson, que siempre está en todas partes.

Hace muchos años, Albert Robinson Roberts tocaba la guitarra y cantaba sus propias canciones con el
grupo Fontana. Era un éxito. Se presentaba en bares y hoteles, y se ganaba la vida como músico
profesional.

"Hace 30 años estaba recién casado", recuerda. "La historia comienza cuando me lanzo a las orillas para
alimentar a la familia. Imagínese, seis hijos. El canto para mí siempre fue más una necesidad que un
placer y yo, con lo que sabía, estaba tratando de salvar a la familia de la crisis de los años 80" .

Incluso para Robinson es difícil precisar en qué momento sustituyó todo por la deriva urbana
incondicional, pues el tema desaparece de la conversación sin dejar rastro.

Con el agua encima, Robinson rebusca entre sus bolsillos hasta descubrir un nuevo impermeable: lo que
alguna vez fue una tela plástica negra amarrada a una especie de antena circular, apenas para lucir como
un cruce entre Batman y Mi marciano favorito.

Nos resguardamos en un restaurante chino, cerca de La Corte, donde acompañamos un café con queque
de zanahoria y chocolates. Quizás sea por culpa de Borges -que dice que la lluvia es una cosa que
siempre sucede en el pasado-, que Robinson recuerda una de sus canciones: especialmente una.

Desde la silla plástica, rasga una guitarra imaginaria, y canta.

Estoy en el olvido/ porque me abandonaste/ no sé que hacer/ si moriré/ cómo extraño ese nido/ me siento
como herido/ cual flor al viento/ me deshojé/ Yo fui quien flores te envió y poemas dejo escritos para ti/ Yo
quien te amó, te canto y también permitió/ que te fueras así/ Con el pasar del tiempo/ todo es correr tras
viento/ este no es tiempo/ de amar así/ otros te prometieron y ya ves/ nada te dieron/ mas yo de mi todo
te di/ Yo fui quien flores te envió y poemas dejo escritos para ti/ yo quien te amo, te canto y también
permitió/ que te fueras así/ Yo, yo, yo, te amé.

Hoja de vida
Hoja de vida

Yuri Lorena.
yjimenez@nacion.com

¿Quién es este personaje?

Jiménez

Quienes transitan a diario por las calles del centro de San José, sin duda habrán visto alguna
vez la figura inconfundible de este hombre negro, envuelto en toda clase de trapos, vagando sin
prisa ni rumbo aparente, inmerso en su propio mundo.Pero en esa otra dimensión en la que nos
desenvolvemos el resto de los mortales, existen una esposa y seis hijos que han tenido que
aprender a sobrellevar la forma de vida que escogió él. Proa conversó con Luz, una de las
mayores, y con Albert, el menor, quienes viven con su madre en Santa Ana. De verbo sagaz e
inteligente, Luz deja de lado lo obvio (lo difícil que ha sido saber a su padre viviendo en las
calles) y más bien pondera la admiración que siente por él."Es muy inteligente, habla como tres
idiomas, sabe mucho de filosofía y psicología. En realidad sabe de todo, siempre encuentra la
forma de dejarnos callados porque tiene una manera única de buscarle la lógica a las cosas.
aunque la lógica no siempre es real".Se refiere a que, por más que sus hijos entiendan la
"elección" hecha por su padre -quien nació y se crió en San José y hoy tiene 58 años- nunca
van a aceptar que haya escogido la calle para vivir. Los intentos de la familia por sacarlo de sus
cábalas y llevarlo de vuelta a casa han sido vanos. Antes de convertirse en el singular
deambulante que es, Albert se sumía ocasionalmente en depresiones, sobre todo cuando tenía
problemas laborales, apunta Luz.Fuera de estos lapsos, se desempeñó con éxito en varios
trabajos vinculados con agencias de viajes y hotelería. Esto, sin mencionar su faceta de
músico, que lo llevó incluso a grabar un disco que hoy sus hijos guardan -y a menudo
escuchan- con orgullo.De hecho, todos sus hijos han heredado el gusto por el instrumento
favorito del padre: la guitarra, y algunos de ellos, el talento para interpretarla.Albert, quien
estudia diseño publicitario, es muy talentoso para ejecutar música clásica con la guitarra. Con
23 años, es quien menos recuerdos tiene de un padre lúcido, pues Robinson lleva casi dos
décadas de haber empezado su periplo infinito por las calles de San José. Aún así, Albert habla
de su papá con admiración y respeto. "No es que está loco; más bien es demasiado inteligente.
Recuerdo que, de chiquillo, yo pasaba por San José y me lo encontraba en el parque. Por ese
tiempo, tenía un trabajo y entraba a las 9 de la mañana, pero ya desde las 8 estaba
observando, filosofando y escribiendo". El muchacho se declara admirador de la música de su
padre. "Es como calypso y jazz mezclado. Su disco me llega al alma", confiesa.Todos los hijos
de Robinson son profesionales o están en vías de serlo, precisa Luz. Cada quien ha tenido que
seguir con su vida ante la persistente negativa de Robinson de llevar la suya de forma más
"normal". "Creo que él vive tranquilo. Se refugia en las calles, y no creo que sienta la diferencia
entre dormir sobre un cartón o en una cama caliente. No hemos tenido más opción que aceptar
que va a salir de las calles solo cuando él quiera", opina Luz. El libre albedrío, que llaman...
Aunque los demás, no lo entiendan.

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