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Un nómada a la deriva
Caminante. Albert Robinson Roberts no es un indigente sino un juglar a la deriva; hace más de
diez años abandonó la música aunque esta no lo abandonó a él. Hoy recorre San José en un viaje
circular: su vida es un acto de resistencia al precio de la imaginación.
María Montero.
mmontero@nacion.com
Es mediodía y otra ciudad se dibuja en las sombras del asfalto. El vacío tiene la forma de la luz y todo lo
que existe, la consistencia de un reflejo. Para quien mira estas sombras detenidamente, la realidad podría
perder fácilmente su carácter sagrado.
-Él también es materia pero nosotros somos materia en movimiento. Yo puedo atravesarlo -dice,
desplazándose un poco y provocando una fusión de su sombra con la del poste- pero en realidad él
también me atraviesa a mí.
La empinada cuesta de avenida 7 sube hacia los barrios del este -Aranjuez, Otoya, Escalante- dejando
atrás el mismo centenar de cuadras que conforman la ciudad desde hace más de 100 años.
Dicen los libros que San José fue la segunda capital, después de París, en brillar con luz ajena (el invento
del siglo; la vanguardia): la luz eléctrica. De esa vieja modernidad, nos ha quedado el monóxido de
carbono.
La pregunta es incontestable porque no es una pregunta, sino una forma de convertir en diálogo el eterno
monólogo en que fluye su travesía.
"Antes era Albert Robinson Roberts", corrige él, "ahora soy Ramsés: reencarné en el 83".
-¿En serio?
-He muerto más veces que la momia azteca: llevo 28 reencarnaciones. Soy Taras Bulba, Gengis Khan,
Jehová, el abuelo de Jesucristo, Nat King Cole, el doble de Elvis Presley y el primo de Abraham, dice.
"Yo.", agrega despacio, "en realidad, soy Albert Einstein".
-Ah, también.
Vagar sin rumbo. Con más de 10 años de rodar sin rumbo, Robinson es lo mas parecido a un guía
turístico en ruta permanente por la "dimensión desconocida". Conoce San José centímetro a centímetro:
las calles se hacen bajo sus pies y estos, siempre están trazando y entrelazando coordenadas
imaginarias.
"Hace 16 años que no descanso porque si descanso, hay que volver a empezar desde el principio",
explica.
-Es cierto: la reina Isabel fue mi profesora de primer grado; la reina de Holanda, mi profesora de
protocolo; San Luis Gonzaga, mi profesor de guitarra.
-Caminar.
-¿Y después?
Hace muchos años, Albert Robinson Roberts tocaba la guitarra y cantaba sus propias canciones con el
grupo Fontana. Era un éxito. Se presentaba en bares y hoteles, y se ganaba la vida como músico
profesional.
"Hace 30 años estaba recién casado", recuerda. "La historia comienza cuando me lanzo a las orillas para
alimentar a la familia. Imagínese, seis hijos. El canto para mí siempre fue más una necesidad que un
placer y yo, con lo que sabía, estaba tratando de salvar a la familia de la crisis de los años 80" .
Incluso para Robinson es difícil precisar en qué momento sustituyó todo por la deriva urbana
incondicional, pues el tema desaparece de la conversación sin dejar rastro.
Con el agua encima, Robinson rebusca entre sus bolsillos hasta descubrir un nuevo impermeable: lo que
alguna vez fue una tela plástica negra amarrada a una especie de antena circular, apenas para lucir como
un cruce entre Batman y Mi marciano favorito.
Nos resguardamos en un restaurante chino, cerca de La Corte, donde acompañamos un café con queque
de zanahoria y chocolates. Quizás sea por culpa de Borges -que dice que la lluvia es una cosa que
siempre sucede en el pasado-, que Robinson recuerda una de sus canciones: especialmente una.
Estoy en el olvido/ porque me abandonaste/ no sé que hacer/ si moriré/ cómo extraño ese nido/ me siento
como herido/ cual flor al viento/ me deshojé/ Yo fui quien flores te envió y poemas dejo escritos para ti/ Yo
quien te amó, te canto y también permitió/ que te fueras así/ Con el pasar del tiempo/ todo es correr tras
viento/ este no es tiempo/ de amar así/ otros te prometieron y ya ves/ nada te dieron/ mas yo de mi todo
te di/ Yo fui quien flores te envió y poemas dejo escritos para ti/ yo quien te amo, te canto y también
permitió/ que te fueras así/ Yo, yo, yo, te amé.
Hoja de vida
Hoja de vida
Yuri Lorena.
yjimenez@nacion.com
Jiménez
Quienes transitan a diario por las calles del centro de San José, sin duda habrán visto alguna
vez la figura inconfundible de este hombre negro, envuelto en toda clase de trapos, vagando sin
prisa ni rumbo aparente, inmerso en su propio mundo.Pero en esa otra dimensión en la que nos
desenvolvemos el resto de los mortales, existen una esposa y seis hijos que han tenido que
aprender a sobrellevar la forma de vida que escogió él. Proa conversó con Luz, una de las
mayores, y con Albert, el menor, quienes viven con su madre en Santa Ana. De verbo sagaz e
inteligente, Luz deja de lado lo obvio (lo difícil que ha sido saber a su padre viviendo en las
calles) y más bien pondera la admiración que siente por él."Es muy inteligente, habla como tres
idiomas, sabe mucho de filosofía y psicología. En realidad sabe de todo, siempre encuentra la
forma de dejarnos callados porque tiene una manera única de buscarle la lógica a las cosas.
aunque la lógica no siempre es real".Se refiere a que, por más que sus hijos entiendan la
"elección" hecha por su padre -quien nació y se crió en San José y hoy tiene 58 años- nunca
van a aceptar que haya escogido la calle para vivir. Los intentos de la familia por sacarlo de sus
cábalas y llevarlo de vuelta a casa han sido vanos. Antes de convertirse en el singular
deambulante que es, Albert se sumía ocasionalmente en depresiones, sobre todo cuando tenía
problemas laborales, apunta Luz.Fuera de estos lapsos, se desempeñó con éxito en varios
trabajos vinculados con agencias de viajes y hotelería. Esto, sin mencionar su faceta de
músico, que lo llevó incluso a grabar un disco que hoy sus hijos guardan -y a menudo
escuchan- con orgullo.De hecho, todos sus hijos han heredado el gusto por el instrumento
favorito del padre: la guitarra, y algunos de ellos, el talento para interpretarla.Albert, quien
estudia diseño publicitario, es muy talentoso para ejecutar música clásica con la guitarra. Con
23 años, es quien menos recuerdos tiene de un padre lúcido, pues Robinson lleva casi dos
décadas de haber empezado su periplo infinito por las calles de San José. Aún así, Albert habla
de su papá con admiración y respeto. "No es que está loco; más bien es demasiado inteligente.
Recuerdo que, de chiquillo, yo pasaba por San José y me lo encontraba en el parque. Por ese
tiempo, tenía un trabajo y entraba a las 9 de la mañana, pero ya desde las 8 estaba
observando, filosofando y escribiendo". El muchacho se declara admirador de la música de su
padre. "Es como calypso y jazz mezclado. Su disco me llega al alma", confiesa.Todos los hijos
de Robinson son profesionales o están en vías de serlo, precisa Luz. Cada quien ha tenido que
seguir con su vida ante la persistente negativa de Robinson de llevar la suya de forma más
"normal". "Creo que él vive tranquilo. Se refugia en las calles, y no creo que sienta la diferencia
entre dormir sobre un cartón o en una cama caliente. No hemos tenido más opción que aceptar
que va a salir de las calles solo cuando él quiera", opina Luz. El libre albedrío, que llaman...
Aunque los demás, no lo entiendan.