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“Si para suprimir del mundo una doctrina bastase con cerrar la boca a uno solo,
eso sería facilísimo..., pero las cosas no van por ese camino...porque sería
necesario no solo prohibir el libro de Copérnico y los de sus seguidores, sino
toda la ciencia astronómica, e incluso más, prohibir a los hombres mirar al
cielo”.
Galileo.
Cuanto más nos adentramos en el estudio, análisis, reflexión de la dinámica interna del
pensamiento científico y de sus concomitantes históricos, sociales, culturales y
filosóficos, con mayor claridad vemos la dimensión y riqueza que encierran las teorías
científicas, más allá de una simple colección de “fórmulas” o de algún conjunto de
problemas que puedan resolverse por métodos de mostrar y repetir. En particular, la
física, para el entendimiento, la racionalidad y la aplicabilidad, se origina en
concepciones, en teorías y, muchas veces, rupturas y replanteamientos. La física, la
química, contrario a lo que inicialmente se cree, no se originan en ecuaciones y
fórmulas. Al contrario, ellas encierran y son expresión de una magistral síntesis de
conceptos, procedimientos, interpretaciones, conexiones y de la geometría o geometrías
que subyacen a los fenómenos o que construyen los científicos para dar consistencia a
sus modelos y para fortalecer la concordancia entre estos y los hechos. Galileo Galilei
estructura tres principios fundamentales para la nueva ciencia y para la nueva actitud
frente a la naturaleza, motivado fundamentalmente en la defensa del modelo
heliocéntrico de Copérnico, en medio de la polémica con los físicos aristotélicos,
quienes se aferraban a la defensa del modelo geocéntrico de Ptolomeo: el principio
clásico de relatividad del movimiento, con lo cual demostró que si es posible que los
habitantes de la tierra permanezcamos en reposo respecto a la tierra pesar de su gran
velocidad y que por tanto el modelo heliocéntrico era compatible con los hechos si
estos los analizamos de una nueva manera. El principio de independencia de los
movimientos, con lo cual refutó otro argumento aristotélico: “Si la tierra se mueve, por
qué una piedra que se deja caer desde lo alto de una torre vertical no se aleja o golpea la
pared?.” Y la ley de la inercia. Estos principios, mostrados como un simple definición,
un recetario o una frívola ecuación, (algunos textos de física enuncian el principio de la
relatividad clásico con la ecuación X′ = X-vt, así simplemente), empobrecen los
procesos de conceptualización. Veamos este planteamiento de Alexandre Koyré :
“Por ello pensamos que la actitud intelectual de la ciencia clásica podría estar
caracterizada por esos dos momentos, por lo demás íntimamente ligados: la
geometrización del espacio y la disolución del Cosmos, es decir, la desaparición, en el
interior del razonamiento científico, de toda consideración a partir del Cosmos; (No
hay nada más curioso que confrontar a este respecto a Galileo con Kepler. Kepler es
aún cosmólogo. Galileo ya no lo es.); la sustitución del espacio concreto de la física
pregalileana por el espacio abstracto de la geometría euclidiana. Esta sustitución es
la que permite la invención de la ley de la inercia”. (Estudios Galileanos.)