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Lezama Lima parece lamentarse cuando nos regala esta imagen: “La
mar violeta añora el nacimiento de los dioses”. ¿Qué se añora? ¿Lo que
nunca sucedió, o lo sucedido que ya no volverá a ocurrir? La
ambigüedad acelera las paradojas poéticas cuando agrega: “la mar
inmóvil y el aire sin sus aves/ dulce horror el nacimiento de la ciudad/
apenas recordada.”
Por si fuera poco, nuestros muros de agua están vigilados, ola tras ola,
no sólo por los guardacostas cubanos, sino también -para colmo- por
las patrulleras de la U.S Coast Guard, que interceptan o deportan a
cualquiera que quiera escaparse de la isla dependiendo de si tiene los
pies secos o mojados.
El asunto del mar es tan fastidioso que en todo el siglo XX hubo un solo
pintor consagrado a las marinas. Luis Martínez Pedro se mantuvo fiel
a ese tema desde 1959 hasta 1973. Habría que preguntarse por qué no
tuvimos a un Sorolla. Nuestros pintores académicos preferían los
paisajes rurales, prolongando así las preferencias bucólicas de Martí:
“El arroyo de la sierra/ Me complace más que el mar.”
Ese mar tan quieto, esas aves extinguidas, nos remiten a El cementerio
marino, de Paul Valéry. ¿Qué otra cosa sino una necrópolis sumergida
es lo que se extiende al otro lado del malecón? Sólo Dios sabe cuántos
cubanos han naufragado tratando de llegar a la orilla de enfrente.
Algún día habrá que erigir sobre esos sepulcros abisales un
deslumbrante monumento fúnebre que brote del mar, en medio del
Estrecho de La Florida.
El malecón es también nuestro Muro de las Lamentaciones, pues los
cubanos somos los judíos errantes de los siglos XX y XXI. “¿Qué es un
malecón?” -se pregunta Stephen Dedalus en la novela de Joyce y
responde-: “un puente frustrado”.
¿Dónde quedaron aquellos espectáculos nocturnos frente al malecón
cuando cientos de botes salían durante la corrida del pargo
sanjuanero? Todas aquellas candelitas flotando en el horizonte
semejaban estrellas bajadas del cielo para beberse el agua del mar. En
la capital cerraron, o confiscaron, las tiendas donde vendían avíos de
pesca y equipos para la caza submarina. Durante décadas no se ha
visto ni un anzuelo en ningún comercio cubano, mucho menos un
snorkel o un par de patas de rana. Conseguir una vara y un carrete es
casi un milagro. En ocasiones, tener una brújula implicaba un delito,
porque despertaba sospechas en la policía política.
¿Por qué una virgen tan navegante fue a parar tan lejos de su bahía
original? ¿Por qué su iglesia está tan apartada del mar, en una antigua
mina de cobre, entre montañas? Pareciera que a ella también, como a
Martí, “el arroyo de la sierra” le “complace más que el mar”.
Por el mar nos han llegado cosas buenas y cosas malas, pero siempre
más de éstas que de aquéllas. Aquel “buque” profetizado por José
Martí, “que entre música y flor trae a un tirano”, ¿acaso no recuerda
al yate Granma?
Manuel PEREIRA
Nacido en La Habana, el 31 octubre de 1948, es el nombre literario de
Manuel Leonel Pereira Quinteiro. Novelista y ensayista cubano.
También fue traductor,crítico literario, de cine y de arte, periodista y
guionista cinematográfico.
Después de estudiar Artes Plásticas en la Academia de San Alejandro,
empezó aejercer cómo periodista, a partir de 1968, en diversas
publicaciones cubanas y extranjeras.