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Ciencia y no ciencia

A unque palabras como "imperialismo" ya no estén de moda, no cabe


duda de que la cultura estadounidense ha hecho múltiples imposiciones al
resto de los países de América. Una de las más criticadas es esa manía de
apoderarse del gentilicio "americanos" para referirse a sí mismos,
dejándonos a los demás con el problema de cómo nombrarnos para que no
nos confundan con ellos.
Curiosamente, los científicos han sido acusados, en cierto modo, de lo
mismo, pues se han apoderado de la palabra "ciencia". Su significado
original es "conocimiento", pero a lo largo de los últimos siglos ha llegado a
ser identificada exclusivamente con una cierta actividad muy bien definida,
que muchos relacionan con batas blancas, laboratorios llenos de matraces o
computadoras, y publicaciones especializadas en un lenguaje
incomprensible (y muy matematizado). Es decir, lo que hacen los químicos,
biólogos, físicos y entes similares.
Y sin embargo, hay muchas actividades que podrían disputar la
denominación de "ciencias". En primer lugar las llamadas ciencias sociales
(historia, sociología, antropología y similares), aunque también a veces las
humanidades e incluso disciplinas tan disímbolas como el derecho, la
teología o la producción de derivados cárnicos buscan desesperadamente
llamarse "ciencias". Hay ciencias de la comunicación, ciencias
administrativas y ciencias ocultas. ¿Cuál es la diferencia entre éstas y las
ciencias que estudian la naturaleza?
Quizás hay más similitudes que diferencias: una definición amplia de
ciencia, tratando de ser inclusiva, destacaría un método racional, basado en
la formulación de hipótesis para explicar algún aspecto del mundo a nuestro
alrededor, que a continuación serían sometidas a prueba mediante la
acumulación de evidencia. La coincidencia (o el desacuerdo) entre evidencia
e hipótesis se establecerían mediante argumentación lógica. De este modo,
sería tan científica la explicación del arcoiris como una descomposición de la
luz por las gotas de lluvia como la de la caída del imperio romano debido a
una intoxicación por plomo (pero no es claro cómo podría ser científica una
hipótesis sobre la producción de carne o la redacción de leyes...).
Muchas otras disciplinas, sin embargo, insisten en ser ciencias cuando en
realidad son sólo conjuntos de ideas confusas o supercherías, sin
coherencia interna ni evidencia confiable que las apoye: la creencia en ovnis
y la astrología son sólo dos ejemplos. Distinguir a la ciencia seria de estas
impostoras no es fácil para el gran público, y varios pensadores han
abordado el problema sin llegar a resolverlo en forma definitiva.
¿Y qué hay del método científico y la experimentación, tan característicos
de lo que llamamos ciencias naturales? Eso será tema de una próxima
colaboración.Estr
Resumen:
El presente artículo recoge en lo esencial la ponencia homónima presentada el pasado
23 de noviembre de 1998 dentro de las Jornadas de divulgación científica organizadas
por Eusko Ikaskuntza. En el análisis de la situación actual de lo que podríamos
denominar contencioso entre ciencia y sociedad, el fenómeno del auge de las
pseudociencias es paradójico. En el texto se recoge esta situación, intentando ahondar
en las razones de la aceptación acrítica de las falsas ciencias, y presentando alternativas
que permitan cambiarla, específicamente dentro del ámbito de la comunicación social de
la ciencia.
1. Introducción: la paradoja actual
Comenta Ignacio Ramonet en su libro Un mundo sin rumbo: crisis de fin de siglo [1]:
"En sociedades presididas en principio por la racionalidad, cuando ésta se diluye o se disloca,
los ciudadanos se ven tentados a recurrir a formas de pensamiento prerracionalistas. Se
vuelven hacia la superstición, lo esotérico, lo ilógico, y están dispuestos a creer en varitas
mágicas capaces de transformar el plomo en oro y los sapos en príncipes. Cada vez son más
los ciudadanos que se sienten amenazados por una modernidad tecnológica brutal y se ven
impelidos a adoptar posturas recelosas antimodernistas."
Es cierto que nos enfrentamos a una situación paradójica: por un lado podemos recoger
numerosos indicadores de la creciente importancia (y necesidad) de la ciencia y sus
tecnologías en la sociedad actual, de la cada vez mayor relevancia de la llamada comunicación
social de la ciencia (periodismo, divulgación, museos o centros de ciencia, mundo educativo....
que constituyen los enlaces actuales entre la investigación científica y los ciudadanos); por otro,
la valoración o apreciación social de esta misma ciencia no se ajusta con el papel que tiene en
la sociedad. Pero además, podemos percibir un creciente irracionalismo, asociado
normalmente con lo que en este trabajo denominaremos globalmente pseudociencias (que
definiremos por extensión y por exclusión en el apartado siguiente).
La paradoja estriba en que si ahora mismo se obviaran los productos de la tecnociencia la
civilización humana colapsaría. A pesar de que se desconozca o se minusvalore, la ciencia -
¡atención! también culpable de complicidad con los sistemas económicos y de poder, no se
crea en una especie de torre de marfil por encima del bien y del mal-, la ciencia, decíamos, es
el sustrato base de nuestro presente y la única vía factible de futuro. El problema deriva en una
percepción de la ciencia como una especie de iglesia con sus rituales y sus oficiantes: los
ciudadanos llegamos, por lo general, a disfrutar de los dones de la ciencia pero sin llegar a
comprenderlos ni a analizarlos. El que esto sea erróneo y equívoco no quita para que algo así
suceda. Cuando por una razón u otra se hurta o evita el debate, la libre crítica que está en el
fondo del método científico, queda la liturgia. Y las pseudociencias aprovechan este abismo
entre ciencia y sociedad para aparecer como ciencias cuando realmente no lo son.
2. Pseudociencias: hacia una definición.
No podemos ahondar más en el análisis presente sin realizar algún tipo de definición de las
pseudociencias. Ciertamente, no es un tema sencillo, aun cuando etimológicamente equivalga
a "falsas ciencias": disciplinas, por lo tanto, que si aparentemente se revisten del manto de la
ciencia, no lo son en realidad. El término "falso" parece indicar, siendo además por lo general
cierto, una cierta intención de engaño consciente: a menudo se intenta tal disfraz con el interés
de dar una respetabilidad que poseen los productos de la ciencia, y abusar del marchamo
científico a la hora de acallar las posibles críticas.
En otros casos, se usa el prefijo para como identificador de algunas de estas disciplinas, como
es el caso de la parapsicología, o en el genérico de "fenómenos paranormales": se pone así de
manifiesto el propio interés de los promotores de tales disciplinas por situarse al margen de la
corriente principal de la ciencia. Muy normalmente, en estos sectores se caracteriza al
conocimiento científico de "ciencia oficial", con el claro interés de desprestigio que supone
adscribir la ciencia a un cierto establishment dogmático. Algo que ha encontrado cierto eco en
lo que se denomina el pensamiento postmoderno o el relativismo cultural, según cuyos
postulados el conocimiento científico no es sino uno de entre los posibles, sujeto a los mismos
vaivenes e influencias irracionales que otras actividades humanas. Nos llevaría fuera del
objetivo de este trabajo realizar una crítica del postmodernismo. Recomendamos, en cualquier
caso, el trabajo de Sokal y Bricmont Imposturas Intelectuales,[2] que pronto va a ser publicado
en castellano.
Epistemológicamente, sin embargo, resulta complicada la definición de pseudociencias, por
cuanto es una definición negativa: "lo que no es, aunque parezca, ciencia". Plantea
inmediatamente la cuestión sobre qué o quién dictamina el que sea o no ciencia. Es decir, nos
sumerge en el tormentoso asunto de la definición de ciencia, y sus criterios de demarcación, un
tema que ha ocupado una buena parte de la discusión filosófica de nuestro siglo. Para un
análisis en profundidad de este tema, recomendamos la lectura de los artículos de William Grey
titulados "Ciencia y psi-encia: la ciencia y lo paranormal" [3]. El también filósofo Paul Kurtz [4]
comenta que las pseudociencias son materias que:
"a) no utilizan métodos experimentales rigurosos en sus investigaciones;
b) carecen de un armazón conceptual contrastable;
c) afirman haber alcanzado resultados positivos, aunque sus pruebas son altamente
cuestionables, y sus generalizaciones no han sido corroboradas por investigadores
imparciales."
Nos puede valer esta caracterización por cuanto apunta a rasgos que con suficiente
información uno puede intentar evaluar. Así, tenemos el asunto del armazón conceptual, que
podríamos redefinir como "la existencia de hipótesis no refutables o no falsables" (en el sentido
popperiano). Sin entrar en detalle en la cuestión de la falsabilidad, esta característica está
presente en muchas pseudociencias. Pongamos unos ejemplos:
• El psicoanálisis es una teoría de la mente que impide la realización de experimentos
que puedan ser falsados. Una afirmación clásica (y básica para el desarrollo de su
teoría psicopatológica) del psicoanálisis es que todos los hombres tienen tendencias
homosexuales reprimidas. Intentemos realizar una prueba que permita descubrir si esta
hipótesis es científica: un test de conducta y tendencia que dilucide si el sujeto tiene
tales tendencias. Si el test falla, el psicoanalista dirá que esto es así porque las
tendencias están reprimidas, y no salen a la luz; si el test resulta correcto, el
psicoanalista lo interpretará como una comprobación de su hipótesis. No hay manera,
por lo tanto de saber si la hipótesis puede ser falsa, y por lo tanto no es científica.
• Otro caso extremo lo da una teoría solipsista. Sea: "Yo, Javier Armentia, acabo de
crear el mundo hace 25 minutos y medio, con todo lo que se puede ver ahora en él,
incluyendo al lector de este artículo". No hay manera de refutar esta trasnochada
teoría: si alguien dice que él tiene recuerdos de su infancia, o pruebas de que allí
estuvo, sus familiares, fotos, etc... siempre le podré contestar que yo acabo de crear
todo eso, incluso la memoria de ese pasado inexistente. Bien, algo similar afirman los
llamados creacionistas evangélicos, para quienes la Biblia es literalmente cierta. Si
alguien intenta explicar que es imposible que el mundo se creara hace sólo 6.000 años,
como afirman, porque hay fósiles y rocas más antiguos, porque ahora nos llega la luz
de galaxias mucho más lejanas que 6000 años-luz, ellos responden que Dios, en su
infinita providencia, creó tales pruebas falsas: creó la luz en camino hacia la Tierra, y
plantó los fósiles y rocas antiguas...
• Pensemos, finalmente, en la homeopatía, doctrina médica según la cual diluciones
extremas de un principio activo son capaces de tener los mismos (o superiores) efectos
que el principio sin diluir. Las diluciones homeopáticas son tan extremas que ni siquiera
tomando el equivalente al agua de todos los océanos de medicina homeopática existe
una posibilidad real de encontrar una sola molécula de tal principio. Una dilución
homeopática CH14, típica por ejemplo en algunos de los medicamentos que se venden
actualmente en nuestras farmacias contiene 10-28 partes de soluto (principio) por cada
parte de disolvente (agua normalmente). Si recordamos de la química que el número
de Avogadro nos da el número de moléculas presentes en un mol, 6.023 x 1024, en un
mol de medicina de este tipo habría típicamente 10-3 moléculas: se harían necesarios
al menos 1000 moles (varios metros cúbicos) para encontrar una molécula. Y esto con
un CH14, que normalmente se encuentran en estas farmacias diluciones hasta CH18 o
CH20. ¿Es posible realizar un test sobre la homeopatía? Difícilmente: si sale negativo,
los homeópatas suelen afirmar que ello se debe a que su "medicina" no habla de
enfermedades, sino de enfermos, con lo que las pruebas epidemiológicas no resultan
adecuadas. Las pruebas químicas tampoco valen: ellos no reniegan (ahora, no
ciertamente hace dos siglos) de la química, sino que invocan a una entelequia
informacional, algo llamado "la memoria del agua", completamente indetectable, y no
refutable, por lo tanto.
Por otro lado, es cierto que los proponentes de las pseudociencias son normalmente muy
reacios a la evaluación o público escrutinio de sus experimentaciones. Esto ha venido
sucediendo, por ejemplo, en la parapsicología durante el último siglo. A menudo, un presunto
psíquico (persona de la que se afirma que tiene poderes mentales no convencionales {1})
pierde sus facultades cuando el experimento se diseña de manera que se eviten las
posibilidades de fraude, es decir, de conseguir los resultados mediante trucos, como hacen los
ilusionistas y mentalistas. Suele aducirse entonces la existencia de una especie de fuerza
mental negativa que surge normalmente de los escépticos, y que bloquea a estas personas
"sensitivas".
Algo similar sucede en el caso de los videntes y astrólogos. A pesar de ganarse la vida, a
menudo, con sus actividades, muy pocas veces permiten hacer pruebas sobre sus poderes. De
hecho, ellos mismos suelen sobreestimar sus capacidades cuando se puede contrastar su
habilidad, como mostró, estudiando predicciones publicadas de más de una decena de
videntes españoles Luis Angulo [5]. A pesar de que afirmaban ser capaces de adivinar
correctamente por encima del 90%, lo cierto es que ninguno superaba el 20% de aciertos,
incluyendo como tales obviedades del estilo "en verano habrá incendios", etc.
Se suele olvidar un principio fundamental del método científico, expresado en la máxima de
Hume: "el peso de la prueba reside en quien hace la afirmación", y completado con
"afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias". Más adelante hablaremos del
papel del escepticismo científico, pero ateniéndonos a estas máximas vemos cómo
sistemáticamente las pseudociencias hurtan el análisis para evitar tener que demostrar sus
afirmaciones. Uno no tiene que demostrar que no existen platillos volantes: pero debe exigir a
quienes afirman que son naves extraterrestres que aporten las pruebas suficientes para
soportar tal teoría. Y que además esas pruebas sean "extraordinarias": es decir, que no sean
circunstanciales o un conjunto de casos curiosos. Podemos entender esto con una analogía: si
yo afirmara que en el salón de casa tengo una vaca, la afirmación podría parecer a cualquiera
curiosa o extravagante. Pero podría ser creído sin más (por otro lado, bastaría con visitar el
salón de mi casa para comprobar la veracidad de mi afirmación). Pero si lo que afirmo tener en
casa es un unicornio, las cosas cambian: la ciencia no ha encontrado nunca un unicornio, por lo
que mi afirmación es extraordinaria. En este caso no bastaría con que yo mostrara mi casa a
una persona (o varias), sino que estaría obligado a permitir que expertos -zoólogos en este
caso- comprobaran que lo que hay en mi salón realmente es un unicornio, y no un caballo con
un cuerno de pega en la frente...
Evidentemente, el mundo de las pseudociencias es tan amplio como lo son las fronteras de la
ciencia, donde se suelen quedar, adquiriendo un marchamo de "alternativo" que resulta muy
del gusto de esta época de pensamientos blandos y Nuevas Eras. Pero podemos distinguir dos
tipos fundamentales, atendiendo al grado de "alarma social" que pueden crear. Es claro que
leer horóscopos, o frecuentar las mesas de adivinos no suele provocar mayores males que una
pérdida económica. Acaso, ciertos sujetos sin escrúpulos que aprovechan su consulta de
videncia para robar a las víctimas todo su dinero y posesiones serían lo más grave en este tipo
de pseudociencias. Igualmente, algunas personas especialmente susceptibles pueden llegar a
hipotecar su vida por lo que les digan o dejen de decir estas personas. En este grado, cercano
al mundo de los timadores, están los productos milagro, como el agua imantada que hace unos
años llenó los hogares españoles de imanes en torno a los grifos de agua corriente. Las
maravillas que prometían estos inventos del TBO eran tan inexistentes como la posibilidad de
imantar el agua... Jugando con la incultura científica, estas compañías hacían su agosto
vendiendo imanes de quinientas pesetas a quince mil.
Lo mismo sucede con el asunto de los platillos volantes: son creencias en principio no dañinas
para el conjunto de la sociedad. Una vez más, con la salvedad de fenómenos sectarios como el
sucedido el año pasado al hilo de la venida del cometa Hale-Bopp con la secta "Heaven's
Gate", cuyos adeptos se autoinmolaron buscando la salvación de sus amigos extraterrestres.
En una escala superior de peligrosidad está precisamente el mundo de las sectas, que a
menudo utiliza el atractivo de lo paranormal o pseudocientífico para conseguir nuevos adeptos.
En el fondo, sin embargo, la peligrosidad de estas sectas es un asunto difícil de definir, por
cuanto el límite entre lo que se conoce como secta y una religión establecida podría no ser
mucho más que demográfico.
Posiblemente, el grado más alto de la escala lo ocupan las pseudociencias asociadas a los
temas sanitarios. Las mal llamadas medicinas alternativas suponen en muchos casos un
peligro real. Un ejemplo está en el caso aireado hace un par de años en Barcelona en torno al
"método Hamer" de curación del cáncer. Según este austriaco y sus seguidores en varios
países (médicos titulados, por cierto), el cáncer tiene un origen exclusivamente psicosomático:
se produce en el fondo por una actitud negativa y autodestructiva del paciente. La terapia que
va a curarle es conseguir que elimine tal negatividad, mediante terapias de grupo, olvidándose
de los tratamientos "convencionales". Pero estos pacientes de cáncer están normalmente
perdiendo la posibilidad de que uno de esos tratamientos le cure realmente, y está perdiendo
en la mayor parte de los casos un tiempo precioso para atacar el cáncer antes de que sea
irreversible.
Resulta especialmente penoso que en nuestro país (también en nuestro entorno europeo) la
ciencia médica preste tan poca atención a estos fenómenos pseudomédicos. En especial, las
organizaciones médicas colegiadas sólo luchan contra el intrusismo: es decir, denuncian a los
que practican pseudomedicinas si y sólo si no son médicos titulados o no están colegiados. Por
contra, en numerosas organizaciones provinciales se han creado ya secciones oficiales de
homeopatía, naturopatía y otras pseudomedicinas. Pensemos en la gravedad del tema cuando
nos encontramos con enfermedades como el cáncer o el Sida (otro de los ámbitos en que las
pseudoterapias están literalmente matando personas con completa inmunidad).
Finalmente, dentro de esta difusa caracterización o tipología de las pseudociencias, no
deberíamos dejar de lado otras corrientes de pensamiento irracionalista dentro del ámbito de
las ciencias humanas. Debemos mencionar que fenómenos similares a los comentados, y en
algunos casos con gran capacidad de dañar nuestra sociedad, se producen en otras áreas de
conocimiento donde normalmente no hablamos de pseudociencias. Nos referimos por ejemplo
a fenómenos relacionados con la xenofobia y el racismo, a menudo (recordemos las teorías
nazis del III Reich sobre pureza étnica aria) sustentadas con profusión de datos aparentemente
científicos. En una escala similar se sitúan los planteamientos sexistas o racistas que se ven a
menudo en nuestra sociedad. A veces, por defecto o a veces por exceso, aunque estos temas
nos llevarían más lejos de lo que da de sí este artículo. Igualmente, mencionaremos en esta
línea ciertas tendencias extremistas que se dan en la temática medioambiental, donde se están
creando casi sistemas de creencia y se están utilizando las peores artes de las falsas ciencias
para defender ideologías irracionales o intereses económicos. Un tema amplio, donde por el
momento todavía hay poco debate crítico.
3. El mercado de lo paranormal: oferta y demanda.
Comentábamos al final del apartado anterior la existencia de intereses económicos y de poder,
algo que caracteriza a toda actividad humana, pero especialmente a las pseudociencias.
Parece que los humanos tenemos necesidad de conocer lo que nos depara el futuro, aliviar
nuestras penas y angustias, intentar mejorar... de la manera que sea. Las pseudociencias
normalmente proporcionan este tipo de alivio, análisis o solución de manera sencilla y a cambio
de un simple "donativo" económico. Esta demanda es la que permite la aparición del mercado
de lo paranormal, que mueve cifras difícilmente calculables, pero en cualquier caso
astronómicas. Se habla de que sólo el asunto de la futurología supone una cifra de negocio
superior a los 40.000 millones de pesetas anuales en nuestro país. Los medicamentos
homeopáticos empiezan a suponer cerca de la tercera parte de la cifra de negocio de las
farmacéuticas europeas...
Cuando se debaten asuntos pseudocientíficos a veces se tiende a acudir a la refutación de las
hipótesis, o a la exigencia de pruebas suficientemente sólidas que sean un soporte de los
mismos. Pero debemos reconocer que en muchos casos, la gente normal no acude a estos
poderosos métodos de crítica. Le damos más peso a la autoritas: quién hace la afirmación,
quién lo cuenta. Esto nos remite al papel de los medios de comunicación, a los que se les
"supone" credibilidad, y en los que a veces aparecen este tipo de afirmaciones extraordinarias.
Comentaba el profesor emérito de periodismo norteamericano Curtis MacDougall [6] que
habida cuenta de que gran parte de la gente "conoce lo que lee en los periódicos" (por
extensión en los medios de comunicación audiovisual), éstos tienen un papel fundamental en la
propagación y asentamiento de las supersticiones modernas: "¿Qué es lo que una persona
sabría si durante el último cuarto de siglo se ha basado solamente en los periódicos
norteamericanos para obtener información sobre percepción extrasensorial, astrología,
predicciones del fin del mundo, espiritismo, fantasmas, poltergeists, exorcismos, el hombre de
las nieves, serpientes marinas, curación psíquica, clarividencia, ovnis y fenómenos similares?
¿Tendría esta persona los hechos?". La respuesta es negativa en opinión de MacDougall:
estos temas se presentan por lo general (en una abrumadora mayor parte de los casos) de
manera acrítica y sesgada a favor de lo sobrenatural.
Pero convendría matizar: en un reciente seguimiento realizado a cuatro de los principales
periódicos de nuestro país por el periodista Oscar Menéndez [7] durante el mes de octubre de
1998, muestra que de las noticias con corte pseudocientífico aparecidas normalmente éstas se
han dado en secciones no relacionadas con la ciencia, de hecho normalmente con medios de
comunicación (televisión), recogiendo lo aparecido en programas televisivos. En general el
tratamiento dentro de las secciones de ciencia (ciencia, sociedad, o futuro) era bastante sobrio.
Se echa de menos un estudio más completo sobre este tema, que -en mi opinión- encontraría
ciertas lagunas dentro de las propias secciones de ciencia, especialmente relacionadas con
pseudociencias en el mundo de la salud.
Es cierto que la prensa escrita es bastante parca en la acogida de estas temáticas,
apareciendo normalmente en artículos amplios de suplementos específicos o de fines de
semana, normalmente, más que como noticias "propagandísticas". Sin embargo, la situación
cambia si consideramos globalmente los medios de comunicación.
Por un lado tenemos un sector de publicaciones específicamente dedicadas a la promoción de
las pseudociencias: como Más Allá, Enigmas, Año Cero, Karma 7... En ellas los criterios de
veracidad y verificación mínimos de la labor periodística se olvidan: lo único que vale es lo
espectacular, los misterios, un conglomerado de filosofías Nueva Era y expedientes X que tiene
en cualquier caso un importante público en nuestro país. Tienen una menor tirada que las
revistas de divulgación científica (como Muy Interesante o Quo), pero al dedicarse de manera
monotemática a estos asuntos casi llegan a exclusivizarlos. Al fin y al cabo, las revistas de
divulgación se dedican principalmente a la ciencia y normalmente no dedican demasiado
espacio a los temas paranormales.
La prensa periódica de corte general, como decíamos, apenas trata estos temas. Ciertamente,
aparecen de vez en cuando afirmaciones de lo paranormal sin suficiente contenido crítico;
ciertamente, también, normalmente no es en las secciones donde la noticia científica tiene
cabida en estos medios. La pregunta que nos podemos hacer es por qué los criterios básicos
de la actividad periodística de comprobación de la noticia se suelen suspender al tratar estos
temas. Cuando se trabaja correctamente, lo cierto es que la maravilla pseudocientífica cae por
su propio peso, y queda en la anécdota.
El problema más acuciante lo tenemos en los medios audiovisuales, en la radio y la televisión.
La propia dinámica de los mismos permite más fácilmente presentar el lado humano de la
pseudociencia (los videntes, los contactados...) sin más. Más todavía cuando lo que se busca
es el espectáculo, como sucede en lo que se suele catalogar como televisión basura. Es difícil
pensar que estos pseudodebates o programas de testimonios pueden hacer otra cosa que
apoyar estos misterios aparentes. Por contra, la presencia de la divulgación científica es en
estos medios realmente escasa... Comentaba a este respecto Miguel Ángel Almodovar [8] que
estos programas se mantienen por los mismos criterios que rigen el resto de la parrilla: la cuota
de pantalla, lo que significa beneficios a través de la publicidad. Pero que, como se ha dado ya
en Francia, al investigar sobre el tipo de público de estos programas, sobre las preferencias de
compra de este público, las propias agencias de publicidad acaban dejando de apoyarlos, por
cuanto no les interesa ese perfil para sus promociones. Un fenómeno que está llegando ya a
nuestro país: este año los "teledebates" que hicieron el agosto en las temporadas pasadas han
ido desapareciendo, dejando paso a la fórmula de los ordinary-people-shows, que podría en el
futuro seguir igual camino. En cualquier caso, queda claro que en una fórmula competitiva en
términos de público y publicidad, los programas de divulgación científica, o aquellos en los que
se plantee un debate serio, con argumentos, están completamente "fuera de onda".
Porque en el fondo, la permanencia y transmisión de las pseudociencias a través de los medios
de comunicación pertenece al mismo tipo de fenómeno al que se enfrenta la propia
comunicación social de la ciencia. Un tema sobre el que no podemos extendernos en este
artículo, pero sobre el que planea la propia agonía y renacimiento del periodismo científico.
Posiblemente, además, en el caso de las falsas ciencias, se vive una situación todavía más
exagerada, cuando desde el mismo lado del estamento científico (la investigación), estos temas
son considerados de escaso interés, o incluso directamente perniciosos. Es decir, si solemos
comentar que uno de los principales problemas que tiene la comunicación social de las ciencias
y el periodismo científico es el escaso interés por parte de los propios científicos (estamos
obviamente generalizando) por el tema, en el caso de las pseudociencias tenemos ración
doble: estos temas están mal vistos.
4. El escepticismo científico.
En el último párrafo del anterior apartado planteamos la segunda paradoja que tiene el mundo
de las pseudociencias: ni siquiera los científicos ven interesantes (en general) estos temas, ni
los consideran adecuados para establecer una crítica. Es comprensible: lo cierto es que un
experto psicólogo puede resultar completamente desconocedor de lo que se "vende"
actualmente en el mundo de la parapsicología, o un astrónomo ignorar por completo las
afirmaciones de los astrólogos. Sencillamente, la propia especialización del mundo de la
investigación científica provoca un completo desinterés por temas tan menores, de escaso
contenido científico.
Sin embargo, es un planteamiento erróneo, por cuanto se trata de asuntos que tienen
capacidad de llegar fácilmente al ciudadano, de manera que la ausencia (por propia voluntad)
de los científicos en estas arenas, deja a los proponentes, a los más desmelenados y a los más
comedidos, con todo el escenario para ellos solos.
Es éste el gran problema, y el gran reto que plantean las pseudociencias: al fin y al cabo, son
populares, y seguirán siéndolo si no hay una crítica racional a ellas. Esta ausencia permite
además una cierta impunidad por parte de los proponentes de las pseudociencias, que quedan
como únicos interlocutores en el panorama. Recuerdo a este respecto en un programa de
televisión de hace unos años cómo se presentaba un caso de poltergeist: una casa donde las
cosas se movían solas -presuntamente- y en cuyas paredes habían aparecido manchas de
sangre. Uno de los "expertos" que estaba en ese programa proponía como explicación que un
espíritu de una persona muerta provocaba la fenomenología. Otra persona, que se
autocalificaba de "científico", decía que no era necesario: era energía de la mente de uno de
los habitantes de la casa, que se transformaba en materia, en ese caso, en manchas de
sangre. Este investigador insólito añadía como prueba de sus afirmaciones que, como todo el
mundo sabe, a través de la relación de Einstein la materia y la energía pueden transformarse, y
que en este caso eso era lo que había sucedido. Obviamente, uno echaba de menos alguien
que explicara que si la primera hipótesis era no científica (al no ser falsable), la segunda era
directamente anticientífica, es decir, una pura estupidez. Me temo, sin embargo, que si los
productores del programa hubieran invitado a un científico, éste no habría podido sino
balbucear alguna explicación: es difícil que tuviera un conocimiento de la realidad del fenómeno
de los poltergeists...
Ahí es donde entran en juego los escépticos. Esta palabra tiene una connotación negativa,
proveniente del propio origen filosófico de la doctrina de la suspensión de juicio. Por ello,
vamos a intentar aclarar el término. En general podemos diferenciar varios tipos de
escepticismo:
• Un escepticismo nihilista, extremo, afirma que es imposible alcanzar cualquier
conocimiento de manera veraz. Llevado al extremo, todo es válido porque nada es
cierto. Es la absoluta duda y el completo pasotismo. Este tipo de escépticos admitirían
lo mismo arre que so, por lo que es obvio que no nos referimos a ellos.
• Un escepticismo menos extremo, como el del propio Hume, en el que se plantea la
imposibilidad de la certeza, pero que establece mecanismos de acuerdo para aceptar
las cosas. Una especie de consenso para funcionar en un mundo donde no existe una
fiabilidad completa.
• Un escepticismo científico, nacido ya en este siglo, impulsado al principio por los
filósofos pragmatistas, según el cual una de las bases del método científico es una
duda escéptica, que se supera cuando se aportan pruebas suficientes que justifiquen la
toma de decisión. Frente al primer tipo de escepticismo, éste permite llegar a
conclusiones y evitar la abstención del juicio. Frente al segundo, este escepticismo no
llega a un consenso por mayoría, sino por acumulación de pruebas, que se han de
realizar conforme a los postulados del propio método científico.
Tengamos en cuenta que en definitiva, en el propio proceso de la investigación científica, este
tipo de escepticismo es básico. Uno de los principios del método es la conocida navaja de
Occam, que aboga por una simplicidad en las causas, por no andar buscando más allá de lo
que tenemos a mano, si no es estrictamente necesario. Este principio es uno de los
fundamentales del escepticismo también, como lo es la afirmación antes mencionada de Hume
sobre las afirmaciones y el peso de la prueba.
El escepticismo moderno difiere, sin embargo, de la corriente principal de la ciencia, en que
opina que es interesante analizar científica y racionalmente las afirmaciones que se hacen
sobre lo paranormal. Esta vocación de no dejar de examinar nada rompe con la actual
costumbre de la especialización, pero a la vez entronca directamente con el trabajo de quienes
se dedican a la comunicación social de la ciencia. Ello es así porque se reconoce el poderoso
atractivo de lo oculto para la gente de la calle, a la vez que el peligro que su aceptación acrítica
supone. Y toma postura al respecto, estableciendo como necesidad o conveniencia el que la
ciencia dé a conocer lo que realmente se sabe sobre estos temas, y que no se quede callada
ante las afirmaciones irracionales.
No es una postura negativista, como se suele afirmar de los escépticos, sino un elemental
quehacer ciudadano, que reconoce que en nuestra sociedad el marchamo de "científico" tiene
un valor muy importante, y por lo tanto no es conveniente que cualquiera pueda ponérselo sin
más. Los escépticos no van "contra" los ovnis, los astrólogos o los homeópatas. Sencillamente,
advierten públicamente que las afirmaciones de este tipo están mal fundamentadas, no tienen
comprobaciones adecuadas y que además hay suficientes sospechas de que estén
funcionando mecanismos "normales" que pueden explicarlos (la navaja de Occam antes
mencionada).
Además, el escepticismo apuesta por la divulgación y la comunicación social de la ciencia, por
cuanto sabe que conforme la sociedad comprenda mejor el papel (el valor y el método) de la
ciencia, y desarrolle una capacidad de crítica ante las afirmaciones de todo tipo, las
irracionalidades tendrán más dificultad para expandirse sin más.
Desde hace unos decenios, personas interesadas en divulgar estas posturas (científicos,
filósofos, comunicadores o periodistas, y más gentes) se han ido estableciendo como pequeños
grupos escépticos, intentando facilitar la información científica sobre estos temas, e intentando
promover un pensamiento crítico en la sociedad {2}. Es una labor ardua, que no podría ser
llevada a cabo sin la colaboración de los interlocutores más dispuestos, precisamente los que
están estableciendo los vínculos entre la ciencia y la sociedad: científicos y educadores,
comunicadores, divulgadores y periodistas...
Como comentábamos anteriormente al analizar la situación de los medios de comunicación con
respecto a las pseudociencias, es claro que los periodistas científicos no "caen" tan fácilmente
en las afirmaciones de estas falsas ciencias, porque normalmente disponen de un criterio
científico para discernir entre afirmaciones fundadas y saltos en el aire. Aunque no siempre: el
periodista científico (de hecho, cualquier periodista) posee las herramientas básicas para
ejercer una crítica ante cualquier tipo de información que recibe. Quizá deberíamos abogar por
que estos criterios de la profesión de comunicador se lleven a sus verdaderas consecuencias,
incluso con temas que parecen menores como los horóscopos o los platillos volantes.
Como final de este artículo, quiero mencionar que en los últimos años en nuestro país (pero no
sólo aquí), esta reivindicación por parte de los sectores implicados en la comunicación social de
la ciencia se está dando cada vez con más fuerza. Algo que es interesante. Por ejemplo, la
Asociación Española de Periodismo Científico, con el impulso de su fundador Manuel Calvo
Hernando, lleva incluyendo el tema de las pseudociencias entre sus principales actuaciones.

Notas:
1: Normalmente en parapsicología se discriminan diferentes facultades: percepción
extrasensorial, que incluye la telepatía (lectura de otra mente), la clarividencia ("ver" a
distancia, es decir, sin usar los sentidos) o la precognición (antelación de sucesos futuros); y
psicocinesis, o facultad de ejecutar acciones físicas sin hacer nada "físico", sino sólo "mental".
El que se hallen tan caracterizados no impide poner dudas sobre su existencia, especialmente
a falta de experimentación suficiente y suficientemente replicada por investigadores
independientes. VOLVER
2: En nuestro país existe ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico, Apdo 310,
08860 Castelldefels, que edita la revista El Escéptico. E-mail: arp_sapc@yahoo.com. VOLVER

Ciencia y no-ciencia, 2
Déjà vu

E n la entrada anterior mencioné dos características de la ciencia que


permiten asignar valores de verosimilitud a supuestos hechos o datos: la
posibilidad del contraste experimental y la coherencia con un corpus de
conocimiento ya consolidado. También comenté que ninguna es definitiva
ya que siempre es posible descubrir cosas radicalmente nuevas que
derrumben parcialmente el edificio ya construido. Por ejemplo, la teoría de
la relatividad que planteó Einstein fue una revolución y no encajaba en
ninguna de las características mencionadas: no eran en ese momento
objeto de experimento y le daban un revolcón a la gravedad newtoniana
que era como se entendía entonces. Eran una gigantesca construcción
teórica que fue aceptada poco a poco porque el proceso deductivo era
impecable. Luego, algunas de sus predicciones fueron verificadas como, por
ejemplo, que los campos gravitatorios modifican la trayectoria de la luz.
Y aquí quería llegar: otras características que permiten diferenciar la ciencia
de la pseudociencia están relacionadas con su estructura interna y su
dinámica. Simplificando, el corpus de conocimiento de la ciencia está
formado por hechos, hipótesis y teorías. Los hechos deben ser verificables,
las hipótesis deben ser contrastables y las teorías deben, enlazando en un
conjunto coherente el conocimiento previo, proponer nuevas hipótesis: si
esta teoría es cierta, en tales circunstancias debería pasar tal cosa. Estas
predicciones se someterán a verificación experimental que las refutarán o
corroborarán. Ojo, que mientras que una refutación suele ser definitiva, una
verificación nunca es completa porque sólo garantiza que la cosa funciona
en las condiciones del experimento pero no puede ofrecer seguridades sobre
lo que pasaría en escenarios alternativos.
Las pseudociencias no funcionan así. Normalmente los hechos que
defienden no son nunca verificables y sólo funcionan en condiciones fuera
de control: ante la ausencia de escépticos, sólo si no hay medidores de
campo cerca, etc. Si se hace un experimento y el resultado es negativo
suele acudirse a disculpas que tampoco son verificables, como que el
supuesto telépata perdió la concentración, o que hay energías negativas y
cosas así. Lógicamente, tampoco se dan detalles sobre qué es "energía
negativa" ni cómo puede medirse, cómo se origina...
Las pseudociencias tampoco plantean hipótesis ni elaboran teorías, lo cual
es lógico dada la imposibilidad de probar o refutar los presuntos hechos
paranormales que las fundamentan.
Esta ausencia de una estructura sólida es una buena pista para distinguir la
ciencia del cuento chino. Para que se les tome en serio por la comunidad
científica los defensores de la telepatía (sigo con ese ejemplo) deberían
desarrollar una "teoría telepática", que explicara los principios del fenómeno
y, a través del conocimiento adquirido, propusiera, por ejemplo, que la
intensidad de la comunicación es constante y no desciende con la distancia
entre emisor y receptor lo cual sería, por cierto, un descubrimiento
extraordinario.
¿Está libre la ciencia de pseudociencia? Pues no, claro que no. Lo que pasa
es que su propia dinámica permite separar el grano de la paja. A veces
tarde, es cierto, pero las chifladuras acaban cayendo en el olvido o en el
ridículo; por ejemplo, la dianética de Hubbard, la energía orgónica de Reich,
la cámara Kirlian, los rayos N de Blondlot...
¿Les pongo una lista de pseudociencias y hechos a los que asigno
personalmente una verosimilitud indistinguible de cero? Aquí van:

• los poderes de las pirámides: la forma piramidal serviría lo mismo


para dormir bien que para afilar cuchillas que para conservar los
alimentos.
• la levitación de gente (normalmente siempre muy lejos de nosotros)
mediante la meditación, que permitiría violar la ley física de la
gravitación
• la telequinesia, que permitiría mover objetos sólo con el pensamiento
• la telepatía, que permitiría la comunicación mental entre personas
• la cirugía psíquica, según la cual algunos chamanes o curanderos
harían cirugía mayor mediante sus manos, sin penetrar físicamente
en los tejidos
• la quiromancia, donde las arrugas de las manos describen el carácter
del individuo y permiten conocer aspectos de su futuro
• el tarot, como instrumento de adivinación del pasado, presente y
porvenir
• los biorritmos, una teoría que defendía que la suerte, los estados de
ánimo y habilidades como la creatividad, potencia sexual y cosas así
se debían a superposiciones de ritmos físicos, emocionales e
intelectuales con periodos diferentes
• la astrología, que afirma que la posición de algunos cuerpos celestes
influye en el destino de las personas
• el viaje astral, que permitiría personarse de forma no física en
lugares lejanos mediante una disociación del cuerpo físico y del
"cuerpo astral"
• el espiritismo, práctica que permitiría comunicarse con espíritus
normalmente a través de personas intermediarias llamadas mediums
• la numerología, por la que se predeciría el futuro de una persona
interpretando el orden de los números en la fecha de nacimiento o un
valor numérico de las letras de su nombre
• la radiestesia o rabdomancia, que facilitaría entre otras cosas
localizar a personas mediante un péndulo o una varita sobre un mapa
• la homeopatía, que pretende los poderes curativos de una sustancia
pueden aumentarse reduciendo su concentración en agua, incluso
hasta la desaparición física de la misma
En fín, una chocante cantidad de propuestas que siguen siendo creídas por
bastante gente, incluso en países desarrollados, donde la cultura está al
alcance de todos. Una versión más ligera pero también mucho más lucrativa
de la pseudociencia son productos como las plantillas magnéticas, los
parches antigrasa, los revitalizantes a base de ginseng o jalea real, las
dietas milagro, las pulseras magnéticas, el agua imantada...
Para finalizar con este rollo que me he marcado, me gustaría destacar una
diferencia más de funcionamiento entre ciencia y no-ciencia y que atañe a
la experimentación.
La experimentación es el primer carro de combate de la ciencia normal y se
asume siempre un principio básico: todo experimento es repetible e
independiente del experimentador. Por eso, es esencial que los
experimentadores tengan un buen control sobre las condiciones del
proceso; por ejemplo, algunas reacciones químicas sólo se producen en un
rango concreto de temperatura, por lo que ésta deberá estar claramente
controlada por el experimentador lo que deberá reflejarse en su cuaderno
de laboratorio. Cualquier otro equipo en el mundo debería ser capaz de
obtener los mismos resultados si replica el experimento. Y si no ocurre, la
duda aparece y debe ser resuelta: ningún investigador toma en cuenta
experimentos no repetibles.
Este marco es antagónico con la no-ciencia. Por ejemplo, los poderes "psi"
sólo se manifestarán en condiciones favorables, entendiendo éstas como la
ausencia de controles y controladores que perturban el experimento con su
agresiva incredulidad. Este marco es el que permite que, ante controles
estrictos, los fenómenos paranormales no se produzcan. Según los
paranormalistas esto no se debe a que el control evita el fraude sino que
inhibe la potencialidad del sujeto. El principio de repetibilidad salta hecho
pedazos y, con él, se instala la necesidad de que yo crea en experimentos
que a mí no me funcionan y en resultados que no puedo repetir. Mi
credulidad no llega a esos extremos.
Y ahora les dejo, que el espíritu de Rhine me está echando aire helado en
las orejas.
Soy asiduo a los blogs que recomiendo en un lateral. Hace nada surgió, de
nuevo, una polémica en Por la boca muere el pez de Javier Armentia. El
tema original fue una foto de fantasmas que Iker Jiménez mostró en su
programa de la cadena Cuatro. El señor Jiménez es un tema recurrente en
los blogs llamados "escépticos" donde se le da caña como representante de
una comunidad de personajes que explotan y viven de la credulidad ajena.
Yo mismo le he mencionado en alguna ocasión, aunque más bien como
decorado para otros objetivos. En los comentarios de la entrada de
Armentia aparece un poco de todo pero me llamaron la atención los de un
contertulio en concreto, que firma como magic16v. Extraigo del contexto
dos frases:

En mi llana y modesta opinión, creo que muchos cientificos, en ocasiones,


se deberían apartar un poco de la senda del empirismo y mirar un poco más
lejos; y con esto no quiero decir que se crea todo, pero tampoco rechazar
cualquier versión de cualquier cosa, sólo por no ser totalmente consistente
desde un punto de vista científico.
No estoy cuadriculando a los científicos, lo que quiero decir es que muchos
dicen que si no se puede probar científicamente, no existe o no es verdad.
Y quiero hacer también un par de comentarios al respecto. La visión que
magic16v refleja es compartida por mucha gente que ve la ciencia desde
fuera y que no conoce bien lo que llamamos "método científico" que, más
que un método, es una forma de trabajar y de compartir el trabajo y sus
resultados.
Empezaré comentando que la ciencia tiene un objetivo básico: aumentar el
conocimiento colectivo. Luego vendrán más cosas, el prestigio, el dinero, o
lo que sea, pero eso es objetivo de los científicos, no de la ciencia.
El conocimiento es el conjunto de datos, hechos y relaciones entre ellos que
se demuestran ciertos. Y aquí viene el quid de la cuestión ¿cómo distingo la
certeza de la falsedad? O ilustrado en ejemplos ¿por qué acepto que la
malaria la transmite la picadura de un mosquito, que trasfiere un protozoo
de un animal a otro? Y en cambio ¿por qué no acepto que exista la
telepatía?
Necesito herramientas que me permitan distinguir lo que debe incorporarse
al conocimiento científico y lo que debe descartarse por no merecer
credibilidad. Estas herramientas existen y permiten asignar un valor de
verosimilitud a hechos y teorías. Por ejemplo, si a mí me preguntan que
verosimilitud (probabilidad de ser cierto) le asigno a la observación de un
dinosaurio de 20 toneladas en el Lago Ness responderé que muy baja,
próxima a cero. No la descartaré de forma absoluta porque ha habido casos
de descubrimiento de especies que se suponían extintas, como el celacanto,
pero casi porque el ejemplo tiene problemas serios: a) 20 t son un bicho
muy grande para haber pasado desapercibido hasta ahora, b) lógicamente
un sólo ejemplar no es viable en el tiempo y sería necesaria la presencia de
una población de centenares de ejemplares para haber aguantado desde el
cretácico hasta ahora, c) la comida que necesitaría una comunidad de
bichos así no puede aportársela durante millones de años un lago
oligotrófico como el mencionado, etc...
Es importante notar que el hecho es extraordinario no sólo porque implique
a un dino de gran tonelaje sino porque, además, la presencia del bicho
genera un cúmulo de problemas colaterales que entran en conflicto con
conocimientos ya consolidados que abarcan desde la genética (la
endogamia conduce a la extinción a medio plazo) a la ecología (la
producción primaria de un lago oligotrófico no es algo arbitrario) pasando
por la pura física (las aguas son muy frías y un bicho como ese entraría en
hipotermia en pocas horas).
Por tanto, yo puedo creer que Nessie existe pero necesitaría un conjunto de
pruebas muy sólidas que me expliquen cómo se han superado los
problemas genéticos, ecológicos y fisiológicos mencionados. Si me las dan,
no tengo problema en revisar todo el conocimiento que se haya refutado, es
más, estaré encantado porque se abren horizontes apasionantes. Pero eso
sí, mientras tanto seguiré asignando una verosimilitud infinitesimal al
posible hecho.
Fíjense que en el párrafo anterior he evaluado la supuesta existencia de
Nessie sólo en base a si encaja o no con el conocimiento existente. No
encaja, luego la verosimilitud es baja. Esa es una de las herramientas de la
ciencia. Eso sí, si un día muestran al dino en un pecera (grande) la
revolución será extraordinaria. Por tanto, la prueba en este tipo de casos es
simple: si me dicen que existe algo extraordinario, deberán ofrecer pruebas
sólidas para modificar mi primera opinión de alta improbabilidad.
La segunda herramienta de la ciencia es la posibilidad de someter una
hipótesis a verificación experimental. En todo aquello que no se pueda
verificar experimentalmente la ciencia no entrará; no dirá que no existe,
simplemente porque está fuera de su ámbito, que se limita a los hechos
potencialmente verificables. Por ejemplo, la existencia de vida en Marte
entra dentro del ámbito de la ciencia porque es susceptible de ser verificada
experimentalmente. La telepatía también. Pero luego hay que atenerse a las
consecuencias: si alguien defiende que la telepatía es un fenómeno real
deberá diseñarse un experimento que lo demuestre. Es más, si funciona el
experimento la cosa no acabará ahí porque a continuación se iniciaría una
línea de investigación donde deberían aclararse cosas como: qué tipo de
energía se emite, cómo se codifica el mensaje, cuales son los mecanismos
emisores y receptores y muchas cosas más relativas a la física y fisiología
del hecho.
Pero si me piden que incorpore al conocimiento científico una energía que
no se puede medir con aparatos y que no está sometida a ley física alguna,
me dejarán que no lo haga, lo siento.
La telepatía fue investigada, cómo no, especialmente en el periodo posterior
a la II Guerra Mundial. Era lógico dada la enorme transcendencia que
tendría que un estado pudiera enviar mensajes de persona a persona sin
acudir a encuentros físicos ni a medios escritos. Pero no funcionó a pesar de
que hubo proyectos con financiación millonaria.
Y en ciencia, cuando alguien afirma que ha hecho un descubrimiento, a)
debe probarlo y b) debe dar información suficiente para que otros grupos
puedan replicar sus logros. Si no lo prueba, su afirmación no será ni
siquiera publicada en ninguna revista seria. Si la réplica fracasa será
considerado, en el mejor de los casos, como un error de laboratorio y, en
otros, como un fraude.
Hay más herramientas en la ciencia para estimar la veracidad de las cosas
pero esto ya es muy largo, las dejamos para otro día.
Para rematar, vuelvo a las frases de magic16v y le contesto: los científicos
usamos más herramientas que la experimentación, de hecho, casi todas las
ideas nuevas se generan por deducción y sólo después con comprobadas
mediante experimentos. En algunos casos la experimentación no existe,
como en la matemática o va muy por detrás de la teoría, como en la física.
Las cosas no se rechazan por ser parcialmente inconsistentes con el
conocimiento existente, si fuera así no habría avances. Lo que pasa es que
si se propone algo totalmente inconsistente quien debe probarlo es el que lo
defiende. Finalmente, si algo no se puede probar, la ciencia no dice que no
exista, sino que no forma parte de su ámbito. Por ejemplo, no habrá una
línea de investigación sobre la existencia del Espíritu Santo porque eso es
religión, no ciencia.

Demarcación entre ciencia y no-ciencia


Publicado el enero 20, 1995 por neuer

Popper opina que lo que no es falsable no es ciencia, pero eso no significa qiue sea
despreciable, ni siquiera falso:
“Sí una teoría no es científica, sí es metafísica, esto no quiere decir, en modo alguno,
que carezca de importancia, de valor, de ’significado’ o que carezca de sentido (Popper,
63).”
Podemos ver algunos ejemplos de teorías que se pretenden científicas pero que, según el
criterio de Popper, no lo son, porque son irrefutables por definición.
Si un psicoanalista dice que la homosexualidad se explica por rechazo al padre cuando
el padre es muy macho; y que también se explica como imitación del padre cuando el
padre es muy afeminado, su contenido científico es muy discutible, porque no hay
manera de imaginar un caso en el que dicha teoría pudiese ser refutada.
Naturalmente, podemos encontrar un caso en el que rechace a su padre, siendo este
afeminado, pero que, al mismo tiempo, ese mismo hijo sea homosexual.
Pero incluso en ese caso, el psicoanalista hábil diría que, aunque parezca que el hijo
rechaza a su padre, inconscientemente desea imitarlo, o algo semejante.
El psicoanálisis abunda en teorías de este estilo (irrefutables) pero también la economía
y la religión.
Ello no quiere decir que lo que digan sea falso, sino tan sólo, en opinión de Popper, que
no son científicas. Es decir, por decirlo de otro modo: que resulta muy difícil saber si las
propuestas de ese tipo de teorías son ciertas (o al menos si son refutables) recurriendo
tan sólo a argumentos racionales. Si alguien me dice que existe un Dios bueno y que
todo procede de él y yo le digo que entonces el mal también procede de él, y él me
responde que no, sino que el mal existe para que el hombre tenga libre albedrío, o algo
semejante, yo sólo puedo quedar convencido de sus argumentos por la vía emocional,
porque, por razonable que pueda llegar a resultar eso del libre albedrío en relación con
el mal, no es previsible que hallemos él o yo alguna manera de comprobar si sucede
como él dice o si, por el contrario, lo que sucede es que existe un Dios malo, o que no
existe ningún Dios, ni bueno, ni malo: la existencia del mal es compatible con las tres
hipótesis.
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Archivado en: ciencia, filosofía, Paranormal, prejuicios, religión Etiquetado: | ciencia y


metafísica, falsacionismo, Feyerabend, Feyerabend y la filosofía de la ciencia, filosofía
de la ciencia, Popper Karl, teodicea
« ¿Existe el método científico? ¿Falsan los científicos sus teorías? »

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»La arquitectura fractal

Los cuerpos en la naturaleza no pueden ser descritos apropiadamente en


términos de la geometría Euclidiana que todos manejamos normalmente. En
este sistema, objetos tales como árboles, montañas, nubes, etc, serían
simplificados a simples poliedros regulares.
En 1975 el matemático franco-americano Benoît Mandelbrot introduce el
término fractal, derivado del latín fractus, que significa roto o fracturado,
para
referirse a un tipo de geometría que estudia objetos no convencionales,
tratando de encontrar algoritmos con los que pueda describirse su forma.
Los fractales son objetos de cualquier tipo, en los que su superficie es
irregular,
pero en la cual esa irregularidad se repite geométricamente en diferentes
escalas. Poseen ciertas características: son ásperos y rugosos; son
autosimilares, es decir que la estructura tendrá los mismos elementos
básicos,
ya sea visto como un conjunto, o analizando sus partes; son infinitamente
complejos, pero se desarrollan a través de iteraciones, lo que permite
estudiarlos por medio de secuencias y dependen de las condiciones iniciales
en que fueron creados.

Los verdaderos fractales matemáticos son aquellos que parten de un objeto


llamado iniciador, que se reemplaza por un generador, en algún tipo de
repetición.

Artísticamente, este concepto puede ser aplicado en términos de


composición y
dimensión de una obra. Nuestro buen amigo Piet Mondrian exploró ambos
lados del espectro geométrico en sus pinturas, el Euclidiano y el fractal.

En arquitectura, el concepto de fractal puede apreciarse en estilos tales


como
el gótico, donde el elemento determinante era el arco apuntado, y donde se
observa una secuencia en los elementos de la fachada. Un ejemplo sería la
Catedral de Reims.
O la manera en que está proyectado un rosetón.

En el Castillo del Monte, el iniciador es un octágono, y este se repite

agregándole octágonos de menor dimensión en los extremos del primero.

Para el estudio de Joe Price, en Bartlesville, Oklahoma, el arquitecto Bruce


Goff utilizó como iniciador un triángulo equilátero, y lo repitió en diferentes
escalas y rotaciones, para diseñar la planta.

Gracias a las facilidades tecnológicas, en la arquitectura contemporánea se

está dando una fuerte tendencia a que las edificaciones estén basadas en
modelos o funciones matemáticas, permitiendo complejidades nunca antes
exploradas en la historia. Irónicamente son estos avances los que permiten
una
mejor adaptación y recreación a las formas y estructuras de la naturaleza.
Por
ejemplo, la escuela Heinz-Galinsky, del arquitecto Zvi Hecker, parte del
concepto de un girasol, con un círculo en el centro del proyecto, alrededor
del
cual rotan los elementos. El edificio combina una retícula ortogonal y una
concéntrica, como una especie de simbiosis entre la rigidez del
pensamiento
humano y el caos controlado de lo natural.
Conclusiones

Dibujar un círuclo mediante un


programa de ordenador es
extremadamente fácil. Basta decidir
un centro, un radio y una sencilla
ecuación nos proporciona las
coordenadas de los puntos que
forman el círculo. La imagen del
arbusto inferior por su complejidad,
aparentemente, escapa a una
generación tan sencilla. Parece que
sea necesario almacenar cada una
de las coordenadas del arbusto para
poder dibujarlo o generarlo.

@ La página del ciberartista Laurens Lapre es un

delicioso museo:
Sin embargo, hemos aprendido que
gracias a la recursividad podemos
generar una enorme complejidad de
forma tan sencilla como en el caso
del círculo. Hemos generado
fractales utilizando L-systems.
Partiendo de un elemento sencillo y
unas reglas elementales de
transformación aplicadas
iterativamente generamos una
extraordinaria complejidad. En el
capítulo 4 incidiremos con más

detalle en el tema de la iteración.

Hemos dado nuestros primeros


pasos en Fractint. A medida que
vayamos introduciendo temas
aprenderemos nuevas posibilidades
del programa, aunque te instamos a
que vayas explorándolas ya por tu

cuenta.

En el capítulo siguiente sentaremos


de forma más rigurosa la definición
de fractal. Para ello nos veremos
envueltos en la esquiva definición
de dimensión. Sin embargo, te
informamos que no existe una
definición consensuada en

matemáticas de fractal.

Para finalizar da un tour por la web


a los lugares que te recomendamos
en esta página. Seguro que no te
defraudan.

@ "Modelling of Plants and Fractals with

Lindenmayer Systems":

La Arquitectura Fractal

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