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Jorge Lallana

El liberalismo en España.
Este texto es un texto narrativo de carácter histórico, considerándose una fuente primaria de
información ya que está reproducido literalmente del original. El autor es Carlos Marichal, un
doctor en historia por la universidad de Harvard en 1977. El destinatario es colectivo porque está
destinado a todo aquel que lea el libro. El fragmento hace referencia al período que va desde 1837,
año en el cual tras el motín de la Granja se promulgó una nueva Constitución que estableció la
soberanía compartida entre rey y cortes, bicameralidad, sufragio masculino directo censitario y
ordenó los derechos individuales, a 1840, año en el cual María Cristina deja la regencia y ésta pasa
a manos de Espartero, 'héroe ' de la primera guerra carlista que acababa de concluir.

El texto se dedica a explicar algunas de las diferencias políticas entre progresistas y moderados,
fraguadas durante la regencia de María Cristina. Por ejemplo, en las últimas líneas del texto se
refiere a los distintos grupos sociales que representaban unos y otros: los progresistas tenían a su
lado a la pequeña y mediana burguesía y sectores artesanales (línea 15), mientras que los moderados
se identificaban más con la alta burguesía más conservadora. No es extraño, pues uno de los puntos
que separaba a progresistas y moderados era el tipo de sufragio que proponían para las elecciones
legislativas: los primeros se mostraban favorables a ampliar el derecho al voto, mientras que los
segundos eran partidarios de un sufragio censitario muy restringido, que dejara la decisión y
participación política en manos de esa alta burguesía. También explica las diferencias entre ambos
partidos en cuanto al gobierno municipal: entre las líneas 9 y 12 se nos explica cómo ante la
importancia y amplias competencias de los ayuntamientos (reclutamiento, recaudación, etc), los
moderados buscaban controlar esos gobiernos locales. Esto se explica por el predominio progresista
en muchos grandes municipios, y de ahí la lucha por centralizarlos por parte del partido moderado.
Así nacería la llamada Ley de Ayuntamientos promulgada por los moderados en 1845, que dejaba el
nombramiento de las alcaldías más importantes en la Reina. Conocemos también, aunque no se
mencionen en el texto, otras fuentes de discrepancia entre estos dos grandes partidos políticos,
como la cuestión de la soberanía compartida entre Cortes y Reina, en la que los moderados
preferían un desequilibrio de la balanza a favor de Isabel II mientras que los progresistas eran
favorables a una limitación de las competencias regias.

El liberalismo aspira a la eliminación de las características propias del Antiguo Régimen, a la vez
que pretende construir otra sociedad basada en los principios liberales. En lo político la constitución
se erige como la norma reguladora de la vida pública. Se rechaza la monarquía absoluta y se apuesta
por la monarquia constitucional. Se eliminan los privilegios de la nobleza y el clero así como del
régimen señorial. Se proclaman los derechos del individuo y la soberanía nacional, se establece la
división de poderes y el sufragio universal. Se formula la nación como el conjunto de españoles,
con igualdad de derechos políticos y como depositaria de la soberanía nacional. Aboga por un
estado unitario y centralizado. En lo económico defiende la propiedad privada, libre y plena, se
rechazan los bienes vinculados y los comunales, se aspira a la libertad de comercio e industria, a la
libertad de contratación de los trabajadores y a la fiscalidad común. No se rechaza la religión pero
se tiende a limitar el poder económico de la Iglesia y aflora el anticlericalismo.
Los dos sectores del liberalismo son los moderados y los progresistas.
Los moderados defienden la soberanía compartida entre Corona y cortes ( Corona además del poder
ejecutivo ostenta un derecho a veto de las leyes). Defiende la propiedad privada, el orden público, el
centralismo y el entendimiento con la iglesia. Es partidario del sufragio restringido y sus apoyos
sociales son las clases medias enriquecidas por la desamortización, la aristocracia latifundista y la
burguesía de negocios industriales, comerciales o financieros.
Los progresistas solo reconocen la soberanía nacional representada en las Cortes. Amplia el sufragio
con respecto a los moderados, pero sin hacerlo universal y las libertades de prensa y asociación. Sus
bases sociales son los sectores subburgueses no proletarizados.

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