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Santiago, 2006.

Una casa fría, vieja y azul.


El eterno eco del silencio se cuela por las grietas del cemento colonial del siglo XIX.
El llanto de un corazón siempre roto acompaña los acordes de una canción en un idioma extraño que
habla, al parecer, de un insecto.
Por cada lamento que daba se escapaba un poco de la fuerza de aquel frágil niño que vivía aquí, en
este pequeño mar de silencio y hielo, cerca del centro de Santiago por Avenida Brasil.
El delineador negro que traía puesto era de mala calidad, lo supo cuando la piel blanca de su
antebrazo se manchó con gotas negras. Jamás volvería a comprar maquillaje en el almacén de enfrente, pensó.
Tendría unos 16 años, poco le faltaba para cumplir 17 y ya había derramado más lágrimas que
sonrisas. Miles de veces se había prometido no llorar jamás, nunca cumplió. No podía cumplir.
De nuevo el silencio. La canción había acabado. Sus lamentos se hicieron más débiles, no quería que
escucharan los vecinos. No pudo contenerse. Vomitó. Vomitó lo poco que le quedaba en el estómago.
Llevaba unos tres años haciendo lo mismo después de cada comida y aún le era desagradable sentir la comida
en las narices y el hedor permanente impregnado en la piel, el pelo y la ropa. Lloró. Lloró más fuerte. Botó
todo el odio que traía. Odio a sí mismo por hacer esto. Estaba cansado. Su cuerpo estaba cansado.
Se jaló el pelo y enterró la cabeza en sus rodillas. Ahogando el llanto en su piel, tratando de
devolverlo, se lo tragó.
Su celular sonó desde un lugar lejano, ni idea tenía de la ubicación del teléfono. Quiso encontrarlo,
aquella melodía le indicaba que la persona más importante de su vida deseaba hablarle.
Con la vista recorrió toda la habitación siguiendo la música. Se detuvo. Maldijo. Comenzó otra vez.
Se maldecía por dejar en cualquier lugar su celular. Se levantó, pisó el vomito, maldijo otra vez. Tendría que
limpiar eso. Al fin las lágrimas dejaron de correr, parecían habérsele acabado, pero siempre quedaban para
una próxima ocasión.
Se detuvo de nuevo. Comenzó a sonar por tercera vez. Caminó hacia el baño, se oía lejano aún.
Caminó por el pasillo hasta la cocina, lo sintió en el living, debajo de unos cojines, lo tomó.
Tres llamadas perdidas y un mensaje de texto.
<<Estás bien? paso algo? x q no contestas? rspnd>>
Se sentó. Quisiera haber podido escuchar su voz, pero hubiera sido peor, se hubiera preocupado por
su tono de voz, correría a su casa, lo vería así, la cara manchada, los ojos rojos, hinchados y oliendo a vómito.
Y lo que menos quería era que lo viera así... dando lástima, suplicando a gritos mudos por un poco de
atención, de amor, de protección.
Se recostó de costado con el teléfono en sus manos. Respondería rápido, o si no lo tendría en menos
de cinco minutos tocando su puerta.
"Estoy hecho mierda, estoy mal, estoy enfermo, vomitando como siempre desde hace tres años; no
pasa nada, sólo que no valgo la pena. No conteste por que te hubieras preocupado, me conoces demasiado
como para no darte cuenta de que estaba llorando hasta secarme por dentro, que en realidad ya no soy el
mismo de antes, no el que conociste."
Aquel gran nudo otra vez alojando en su garganta, quería llorar de nuevo, llamarlo, botar todo,
decirle todo aquello.
<< :) stoi bn, es q m kede dormido y no alcance a contestar>>
Pero no tuvo el valor de hacerlo, nunca tenía el valor para nada.
<< xD sorry x despertarte es q taba agurrio duerme q mañana t paso a buskar temprano pal cole q ti
bem :* (besho) xD>>
Logró arrancarle una sonrisa. Se levantó al baño, se lavó la cara, se miró al espejo, sus ojos verdes
brillaron más que nunca, mofándose de él, con una horrible mueca gastada y hecha pedazos al igual que su
alma.
Limpió, no quería pistas que le ayudaran a recordar, quería despertar mañana en el mismo lugar,
viendo las mismas caras felices y conformes con él, encontrándose con el mismo niño de hace tres años hecho
hombre, superando cada obstáculo de la vida, sin llorar, sin quebrarse, sin la maldita bulimia.
Se duchó. Durmió. Durmió profundamente pareciendo que no despertaría hasta dentro de varios
años.
A lo lejos, una canción, sin nombre, sin intérprete, sin autor.
El techo. Blanco, infinito, Uruha con una sonrisa parecida a la de la Mona Lisa de Da Vinci, parece
tener luz propia, limpio, hermoso, gorgeous, pensó. Le gustaba esa palabra.
Había olvidado el celular impaciente por ser contestado.
- Hola hola- su voz al otro lado del teléfono, la de siempre.
- ¿Mmm...?
- ¡DESPIERTA!
- Tarado.
Colgó. Una sonrisa se abrió paso en su rostro.
Allá afuera en el mundo, un nuevo día.

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II

Santiago, 2006

Un rostro pálido, mirada intensa y profunda, labios rojos, cabello negro, ojos del mismo color,
dientes idealmente blancos.
Rasguños, moretones, cicatrices, quemaduras.
El bello equilibrio de perfección e imperfección presentes en un cuerpo marcado por las terribles
huellas del tiempo y el odio.
El espejo siempre tan sincero con él. Le reflejaba sin omitir el menor detalle.
No podía fingir ante él, no podía sonreír frente a él. Sólo la mueca rota de una extraviada sonrisa.
Tenía ganas de llorar, no pudo, no debía, no mientras fuera el sostén de un pequeño ángel, no mientras
dependan de él.
Sabía perfectamente de su problema de bulimia, sabía que le mentía desde hace tres años. Era
demasiado predecible e incrédulo comparado con él, él, al que el mundo había tratado tan mal, al que había
caído y levantado miles de veces en su corta vida, un cuerpo al que ya no le entran balas.
Se metió a la ducha. El celular sonó. No le importó, por la melodía podía saber quién era, una chica
de otro curso a quién beso una vez, ahora se creía su novia y desde temprano empezaba a molestarlo.
Ni siquiera podía hablar de corrido, no era muy inteligente.
Sólo fue un beso, pensó, y ni siquiera estaba sobrio.
Quería probar, fue su primer beso, o eso recuerda.
Probó y no le gustó, por lo menos con ella.
Decidió dejar de pensar en eso, debía pensar cómo le diría a su amigo que lo sabía todo, que no le
mintiera más, que lo ayudaría, que podía apoyarse en él, que siempre estuvo, está y estará sólo para él.
Cómo decirlo.
Le costaba tanto hablar de esas cosas.
Sangró. No supo cuándo ni de dónde. Sólo veía la sangre mezclada con el agua yéndose por el
desagüe. Buscó con la vista, siguió el rastro.
Claro, el estómago, lo había olvidado por completo, eran tantas que ya no las sentía ni recordaba. Esa
era reciente, del día anterior, seguía abierta porque olvidó curarla.
Cerró la llave, salió y se secó. Presionó la herida con papel higiénico, ya no sangraba. Improvisó un
parche.
Se vistió y se fue.
No se despidió de nadie, nunca lo hacía. Poco le importaba él a su madre y a su padrastro e
igualmente sentía lo mismo por ellos. Especialmente por su madre que no era capaz de defenderlo a él, de las
golpizas que le daba ese animal desde hace años. Sin contar con la aparición de una navaja en los últimos
meses.
Quería que todo parara, no quería contestarle de mala manera sólo para no tener más problemas, pero
su carácter se lo impedía, no le importaba que él siempre ganara, quizá se desahogaba al enfrentársele, quizá
prefería que se desquitara con él que con su madre, después de todo algún día la tuvo que querer, o
simplemente le gustaba recibir golpes y guardar las marcas, así recordaría que la vida no es bella ni, mucho
menos, justa.
A paso ligero cruzó viejas calles, paraderos colapsados de gente esperando locomoción, congestión.
Vivía sólo a unas cuantas cuadras de su mejor amigo, unos diez minutos se tardaría en recorrerlas. El colegio
tampoco les quedaba demasiado lejos.
Metió la llave en la cerradura de la puerta, pasaba tanto tiempo ahí que ya era parte de la familia.
Pensó en la suya, qué diferente sería si su padre y su hermano estuvieran vivos, no recuerda mucho desde ese
tiempo, pero sin duda era mucho mejor que ahora. Sólo esperaba cumplir la mayoría de edad para irse de
casa, tenía fe en que su madre estará mejor sin él.
Esfumó todas las ideas desagradables de su cabeza. Abrió la puerta y entró.
Silencioso y frío como siempre.
La tetera comenzaba a hervir, dejó su mochila en el sillón y se dirigió a la cocina, apagó el
insoportable chillido de esa cosa.
- Aki?- la voz de Ato decía su nombre desde el fondo.
- Ah?
- Ah- imitó su voz en un tono de burla- Ven, tarado, a saludarme.
Sonrió, le gustaba que lo tratara mal.
Ja. Acababa de enterarse de que era masoquista.
En la habitación, Ato, sólo con pantalones, le esperaba con los brazos abiertos y una gran sonrisa. Él
también extendió sus brazos y el surco de su boca. Se abrazaron.
- Ta na naaa...- música de reencuentro.
- ¿Hace cuánto que no te veía?
- No sé, ¿medio día?
- Ja- Ato rió.
Aki lo apretó más fuerte, comprobando una vez más el efecto de una prolongada bulimia. Lo levantó
del piso y se separó de él.
- Estás más flaco, ya no tengo de donde agarrarte...
Aún lo tenía sujeto de la cintura.
Ato volteó la cara y señaló su mejilla pidiendo un beso.
Se acercó a él y le mordió fuerte.
- ¡Ay!
- Jajá- Lo soltó- Ya, voy a ir a hacer el desayuno- se fue.
Sabia que Ato trataba de evitar las conversaciones con él sobre su peso. Pero tenía la esperanza de
hacerlo dudar de seguir adelante con eso.
Que estaba perfecto así.
Que estaba muy lejos de ser gordo.
Ato se miró al espejo ya con la camisa puesta. Sonrió. Tenía los dientes marcados en su mejilla, le
encantaba que le hiciera ésas cosas, se sentía amado y, de alguna forma, que le pertenecía a él. Su único y
mejor amigo.

La palabra amigo por sí sola ya no alcanzaba para expresar la relación que tenían.
Quizás hermano estaría bien.
Sino fuera por el pequeño rastro de lujuria muda oculta en cada abrazo, en cada beso y en cada
caricia.

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III

Santiago, 2006

Los días transcurrían como siempre, no había muchas cosas que contar.
Unas cuantas anécdotas graciosas en el colegio, cosas que más de un año en la memoria no durarían.
Almorzaban.
En algún rincón del árido patio, detrás de las viejas salas de básica, que a esa hora ya estaban vacías.
Extrañamente era un "lindo" lugar.
Un gran árbol ciruelo le daba sombra desde la plaza que colindaba el colegio. Algunas de las ramas
pretendían bajar deslizándose por la pandereta llena de grietas.
Ato, como siempre últimamente, jugaba con la comida para hacer tiempo.
Prefería no comer porque luego se sentiría culpable y buscaría cualquier excusa para ir al baño solo y
vomitar.
- Viste como te miraba... em... se me olvidó el nombre...-Aki rompió el silencio.
- ¿de quién?
- Ésa, a la que le gusta Green day y esas cosas, la emo, ¿cómo es que se llama?
- No sé...
- Bueno ella, uuuii, ¿viste cómo te miraba?
- Ya...- dijo Ato riendo.
- En serio... te quiere con papas, jajá.
- Ya... sabes perfectamente que no me gustan... o sea-se interrumpió-ella no me gusta.
- De hecho, ninguna mujer te gusta.
- Tarado. Claro que sí, hay una...
- Mentiroso.
- Espérate... sé que hay una...
- ¿Viste?-rió- No sé por qué me dices que eres bisexual si sólo te gustan los hombres.
Ato suspiró.
- ¿Te afecta que lo sea?- se puso serio.
- Obvio que no, idiota-sonrió- "Yo te quiero con limón y sal, yo te quiero tal y como estás..."- se
puso a reír y lo abrazó por los hombros con ambos brazos.
- ¿Qué es eso?- preguntó con una cara de asco.
- No sé... la he escuchado por ahí... en la sala siempre la cantan.
Le besó la mejilla, mientras el otro sujetaba su fuente lleno de comida.
- ¿Me está coqueteando, caballero?- preguntó Ato con una sonrisa y alzando una ceja.
- Mmm... Si, quiero al gringuito en mi cama... mmm, mmm-se largaron a reír.
- Cuidadito... mira que puedo tomarte la palabra...
- Pero si estás re feo, eww... eres un esqueleto...-hizo una mueca de asco y lo soltó.
- Si, como digas... como si no supiera que te gusto y te hago dudar de tu sexualidad, "gay encubierto"
- Podría ser... nunca me ha gustado nadie, aunque contigo no podría, si eres como mi hermanita-le
apretó una mejilla
- Auch.
Sonó el timbre de entrada.
- De nuevo no te comiste la comida.
- No tenía mucha hambre.
- Si claro- ahora estaban más serios- hoy te vas a mi casa y yo mismo te voy a preparar una once.
- Ya...-se largó a reír- ¿tú? ¿Cocinando?
- No se necesita “saber” cocinar para hacer pan tostado con mantequilla, para que tú sepas.
Ato se largó a reír mientras guardaba sus cosas.
Se apresuraron para no llegar tarde.
Las horas que pasaron se hicieron eternas. Mientras Ato dibujaba figuras y trazaba líneas sin sentido,
Aki escribía y ponía atención, realmente le gustaba esta clase, biología, aunque no estudiaría nada relacionado
con la ciencia, igualmente captaba su interés.
Sólo una cosa lo distraía, el disimulado estruendo de una canción, se volteó. Mientras dibujaba, Ato,
tarareaba aquella melodía y movía la cabeza distraídamente.
Ato dio un salto en su asiento, Aki le quitó el audífono muy rápido y le habló.
- Bájale, idiota.
Se incorporó y le bajó el volumen.
Apoyó su cabeza en su mano.
Miró el reloj.
El puntero se movía cada vez más despacio.
Trece...
Doce...
Once...
Diez minutos para salir de clase.
Rodó los ojos por toda la sala. Observó.
Nada interesante como siempre.
Decidió mirarlo a él. Tratando de tomar atención.
Meses antes se había cansado de distraerlo para que se aburrieran juntos, pero todos sus intentos
habían sido inútiles.
Casi ni pestañaba, con la vista fija hacia adelante, el cuello ligeramente inclinado en la misma
dirección, los codos apoyados, en sus manos una lapicera negra deslizándose entre sus largos y fuertes dedos.
Pestañas envidiablemente largas y oscuras, labios ligeramente entreabiertos, su perfil perfecto. Su... ¿sonrisa?
¿A quién le sonreía?
Nunca lo supo, le siguió la mirada, pero no encontró a nadie.
Volvió hacia donde estaba.
Aki estaba guardando sus cosas. Miro el reloj. Eran las 5:02pm. Se le fueron más de diez minutos
observándolo.
Algo tapó su visión, Aki se sentó en la silla que estaba enfrente de él mirándolo. Se sacó los
audífonos.
- ¿Qué?
- Llevas más de cinco minutos mirando el reloj, ya todos se fueron.
Miró a su alrededor. Quedaban a lo más tres personas solamente y eran las que se quedaban a hacer
el aseo.
Qué extraño. Cómo se le iba el tiempo. Quizás estaba pensando más de la cuenta, porque ni el timbre
había escuchado.

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IV

Santiago, 2006

- Ya pos, cómetelo.
- Pero si no tengo hambre.
- Cómo no vas a tener hambre, ni siquiera has almorzado, sólo traes el desayuno.
- No es para tanto...
Quizás éste era el momento de decir lo que sabía.
- Ato...
- ¿Mm?
- Mira, yo... cómo te digo que... em.
- ¿Me amas?- sonrió pícaro- viste que si eras gay... jajá
Lo miró en silencio por varios segundos.
- ¡Claro que no!
Ato se metió una galleta en la boca.
- Aleluya...-suspiró.
- Tu declaración me dio hambre.
- ¿Y si de verdad te dijera que te amo? pasamos MUCHO tiempo juntos, somos amigos, siempre
pasan esas cosas...
- ¿Me estás hablando en serio?
Asintió.
- Pues... -se rascó la cabeza- no lo sé... tendríamos que estar en el caso y pues... ahora no es así...
¿cierto?
- Obvio que no, gil- le pegó en la cabeza.
Ato tomó un poco de leche y engulló otra galleta.
- ¿Supiste de la fiesta?
- ¿Qué fiesta?
- La de la niña esa, de la que se me olvida el nombre y que te coquetea y tú no te das cuenta.
- Ahm, nope.
- Me invitó, bueno me dijo que te dijera... uuuuuiii, te quiere puro dar jajá.
- A mi no me gusta.
- Si sé, pero imagínate, fiesta emo, niñas y NIÑOS emo, ahí está, casi todos los emo son gay, que tal
y te sirve para encontrar a alguien y yo... pues pruebo y me entero al fin si me gustan los hombres.
- Ya...- tomó otro poco de leche.
- Oye, en serio...
- No me tinca.
- Dah.
- Dah-lo imitó con voz de retrasado mental- ¿para qué? si puedes probar conmigo.
- Ya... si, claro...
Ato rió.
¿Esas eran insinuaciones?
- Pero vamos, bailamos un rato y si no pasa nada nos vamos a cualquier lado, a un parque a tomar o
algo.
- Bueno...
Sonrió triunfante.
Se encaramó a la mesa, le agarró la cara y le plantó un beso.
Casi botó la taza con leche.
Volvió a su asiento. Lo miró.
En verdad era muy lindo, con ese pelo rubio y los ojos verdes, piel blanca y labios rosados; cuando
recién lo conoció, hace diez años, creyó que era una niña y le había gustado, se casaría con ella cuando fueran
grandes, eso pensaba cuando la veía en el parque jugando con un gato blanco. En el colegio se enteró de que
era un niño. Mejor para él, había pensado, tendrían muchas más cosas en común, siguió pensando que se
casaría con él. En ese entonces no sabía muy bien la diferencia entre un hombre y una mujer, y que, al sentirse
atraído por un hombre, la sociedad lo juzgaría y rechazaría, tachándolo de antinatural.
Con el tiempo, fue asimilando las cosas...
Sonrió.
- ¿Qué?-preguntó Ato un poco extrañado.
- Nada-seguía con la sonrisa.
- Mm...

Un rato después estaban en la habitación. Estaba iluminada. No muy decorada. Desordenada, aunque
la cama estaba hecha. Ato estaba acostado en ella viendo la tele.
Aki estaba de espaldas a él y se sacó la camisa.
Ato pudo observar su amplia espalda y las profundas cicatrices se expandían desde abajo hacia
arriba. Las había tocado miles de veces, las había visto miles de veces, pero aún le dolían, aún las sentía. No
podía comprender que a una persona tan bella como Aki le tuvieran que hacer eso, realmente no se lo
merecía, menos de ése imbécil que tenía como padrastro.
- Mírame.
Aki se volteó.
Su vista se centro en la parte baja del abdomen, un trozo de gasa y scotch con una mancha roja en el
centro.
- ¿Cuándo...?
- Ayer en la tarde.
Suspiró derrotado.
- ¿Te curaste?
- Me limpié.
- Ven, yo te curo.
Se sentó en un rincón y Aki se acostó a su lado con el botiquín en las manos.
Era un corte profundo.
- ¿Duele?
Movió la cabeza negativamente.
Comenzó untando el alcohol en la abertura. La piel se le erizó, tembló, pero ya no se quejaba.
- No puedes quedarte callado...
- ¿Para qué?
- ¿Cómo que para qué? Para que no te golpee, tarado.
- Igual lo va hacer.
Ato suspiró.
- Parece que me duelen más a mí que a ti.
- Parece...-se calló y miró al techo fijamente.
Lo tenía sujeto con una mano en su cintura desnuda. Le gustaba sentirlo, tocarlo, saber que estaba
ahí, que era real, no como su madre, a través del teléfono, a miles de kilómetros.
Le echó povidona y le puso un nuevo parche.
Guardó todo, lo dejó abajo de la cama y se acostó a su lado.
Aki se volteó hacia él.
Lo miró. Lo observó.
- Siempre creí que eras niña.
- Ah!?
- Cuando te conocí, creía que eras una niña y que me iba a casar contigo cuando fuéramos grandes.
Ato estalló de la risa.
- ¿Yo? pero si soy tan macho.
Aki lo abrazó. Dudó.
A veces temía acercársele tanto. Temía sentir algo que no debiera y echar por la borda tantos años de
amistad, sólo por su frágil seguridad sexual.
Con un brazo le rodeó la cintura y apoyó su cabeza en su cuello. Respiró. Ése olor le encantaba, a
naranja, ácido, fresco.
Ato se acomodó, se volteó, buscó una de sus manos y enlazó sus dedos. Lo jaló para que quedara
arriba de él. Intercalaron las piernas. Con el brazo libre, Aki le envolvió el cuello y sus dedos se enredaron en
el pelo, se sumergió aún más en esa piel lechosa. Ato recorrió con su mano la espalda firme y tersa.
Era extraño, pero se sentía bien estar así, tan cerca, tocarse, sentirse.
Justo en el límite.

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Santiago, 2006

Dormía.
Abrazado, aferrado a él.
Cómo le gustaba saber que lo necesitaba, que moriría si lo abandonara.
Lo sabía.
Sabía todo lo que pasaba en sus oscuras orbes cuando lo miraba en silencio.
Observarlo, analizarlo, es y sería una ocupación de toda la vida.
Sin necesidad de palabras, su piel, sus ojos, el cálido aliento, las miradas furtivas a veces y otras
tímidas, le hablaban en ése extraño lenguaje que sólo él entendería.
Se lo sabía de memoria, cada lunar, cada mancha, cada curva de su anatomía y cada línea de
expresión.
Ato le sopló ligeramente el rostro para despertarlo. Aki movió las cejas, las subió y las bajó, inhaló, y
le lanzó un gran soplido a Ato.
- Viste que estaba soñando...- dijo abriendo los ojos perezosamente.
- Ya es tarde...- fingió tristeza.
- Nada te costaba no despertarme.
- Disculpa-dijo molesto-me tengo que ir.
- No... Quédate-dijo hundiéndose en su cuello y cerrando los ojos de nuevo.
- Es que está tu mamá.
Aki se sobresaltó, dejando la posición en que estaba.
- ¿Ya llegó?
- No, pero, va a llegar... hoy es viernes...
La madre de Aki trabajaba de lunes a viernes puertas a dentro en una casa en las condes, era
cocinera, sólo estaba en su casa los fin de semana.
- Es cierto...
Se acostumbraba a "vivir solo" en la semana, cuando su padrastro tampoco llegaba a dormir.
- ¿Puedo ir a dormir a tu casa?
- Obvio, pero... ¿no se va a enojar?
- Nah, no tiene por qué...
- Eso dices tú, pero se va a enojar.
- Siempre está enojada así que no importa.
Se miraron en silencio.
-¿Qué?- dijeron al unísono.
Rieron.
Hace algún tiempo siempre les sucedía, se completaban frases y decían lo mismo al mismo tiempo.
Quizás era el fruto de tantos años de compañía, o simplemente se complementaban.
Aki se paró y comenzó a arreglar sus cosas.
Ato se quedó acostado, tenia mucho sueño, no había dormido bien estos días, por más que se
acostaba temprano terminaba durmiendo como a las 3 de la mañana, para levantarse a las 6:30 al otro día. Era
agotador tener esa rutina. Y lo peor de todo es que por más que lo intentaba con pastillas no podía cerrar los
ojos hasta tarde, pensaba, pensaba tantas cosas en ese rato... qué había pasado, qué podría pasar, qué pasará...
personas que rodeaban su vida, principalmente pensaba en Aki, qué haría sin él, todo sería muy diferente, el
mundo sería mucho más gris de no ser por él, era su hermano, su media naranja, su alma gemela, su otra
mitad, era todo tan tontamente perfecto que a veces creía que no era cierto, pero él estaba ahí, tocándolo,
abrazándolo, riendo con él, llorando con él, eso era más que suficiente para comprobarle que era real y darle
la seguridad suficiente para seguir el día a día en este mundo.
Había cerrado los ojos, y por 2 minutos tuvo la mente en blanco.
Durmió mejor en esos minutos de lo que había dormido en toda la semana.
- Ato...-le susurró suavemente.
- Mierda-se sobresaltó inexplicablemente y abrió los ojos de golpe encontrándose con él. El dueño de
todos sus pensamientos a centímetros de él.
- ¿Qué pasó? Recién estabas despierto.
- No sé... caí inconsciente o algo...-bostezó ahora más tranquilo- Tengo sueño...
- No se nota-dijo sarcástico- ya vamos.
Bostezó de nuevo, se levantó a tomar sus cosas.
Salieron rápidamente a la calle luego de dejar una nota para la madre de Aki.
- Vamos a ir a la fiesta mañana, ¿cierto?
- No sé... tengo sueño...
- ¿Y? es mañana, ya no tendrás sueño, además dijiste que sí temprano.
- Bueno, pero un rato no más.
- Si, claro, después no te vas a querer venir.
Bostezó por enésima vez, apenas llegara a casa se tumbaría en la cama para no despertar hasta el otro
día muy tarde, cómo disfrutaba los sábados en la mañana, cuando recordaba alegremente entre sueños que no
tenía que levantarse temprano ya que no tenía clases.
- ¿Qué vamos a hacer? ver películas, escuchar música...
- Yo voy a dormir...
- Qué eres fome...
- Oye, no he dormido más de diez horas en toda esta semana, de verdad que tengo sueño...
Aki bufó, extrañamente, él sí tenía mucho ánimo.

Las 2 de la mañana, nuevamente, Ato tenía insomnio, por qué, si tenía tanto sueño no podía dormir
menos con Aki a su lado, se removía mucho en su lugar y eso le inquietaba.
- Aki...-susurró.
- Mmm?
- Creía que estabas durmiendo.
- Yo también-sonrió a oscuras. Siempre que dormía con Ato no podía evitar dormir profunda y
tranquilamente, pero hoy, no había podido cerrar un ojo, por lo menos no por más de 5 minutos. Se puso a
mirar el techo y a pensar trivialidades como tener celos de Uruha, puto guitarrista de the Gazette que se metía
en los calzones de su mejor amigo. Porque si, sabía que aunque el nipón viviera a miles y miles de kilómetros
de distancia, su “hermanita chica” se mojaba entera cuando lo veía bailar en algún live o bastara un simple
movimiento de sus dedos sobre el mástil de su guitarra para provocarle una que otra erección.
Ni que fuera tan lindo…
- No puedo dormir...-Ato le interrumpía.
- Yo tampoco.
Ato se volteó hacia él.
- ¿Qué hacemos?
- No sé...
Se miraron fijamente entre la penumbra de la habitación, a esas horas, los ojos de Ato resplandecían
ante cualquier reflejo de afuera y los de Aki parecían dos pequeños agujeros negros capaces de tragarse por
completo a Ato.

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VI

Santiago, 2006.

-Hola amor, ¿cómo has estado?


-Hola fea, bien pos, aquí con el tonto éste. ¿Cómo te ha ido?
-Bien, estamos preparando la campaña de la que te hablé la otra vez, yo creo que no voy a
aparecerme por allá como por dos semanas más.
-Pucha… ok, oye, ¿tráeme algo?
-Siempre te llevo cosas… Dile a Matías que te cuide como si fueras su polola, pero que use condón.
No está en mis planes ser abuela tan joven.
-Cuídate harto mamita, cuidadito con los porteños.
-Jajá, cuídense, te amo, Seba.
-Yo igual, tau.

La relación de nuestro “rucio” con su madre era contrariamente diferente a la de su mejor amigo con
la suya. Si bien se habrían visto este último año no más de una o dos veces por mes, ella era todo lo que tenía,
con respecto a lo que tener una “familia” se refiere, y viceversa, ¿cómo no llevarse bien en esas condiciones?
Claro que su ausencia era lo que más dolía.
Le gustaba estar solo, pero no tan así.
Y ya de tanto pensar y pensar se le estaban quitando las ganas de ir a carretear ése sábado.
Una bola grasienta frente al espejo era lo que más le atormentaba.
No lo dejaba de molestar embutido en unos jeans negros, una polera y un polerón del mismo tono.
“El negro adelgaza” escuchó por ahí una vez.
Ya quitaría el espejo de ahí algún día.
Claro que no. Nunca lo haría.
Lo necesitaba con él para recordarle día a día en lo que se estaba convirtiendo comiendo lo que
comía.

“Tengo que ir a comprar, te espero a las 10:30 en la plaza al lado del súper pa’ que
Nos vamos de parranda. *chuu*”
Apunto de llamar al rucio para ver si venía, se encontraba Aki entre dulces, tabaco y un par de emos,
contradiciéndose al instante al recordar que su mejor amigo lo llamaría si no quisiera aparecer.
La verdad era que no había comprado nada. Vagando todo el día por el centro de Santiago aprovechó
de pensar, sólo incoherencias, pero pensó al fin y al cabo.
-Hola idiota.
-¡Cresta y media!-llegó a saltar del asiento
-Jajá-Ato lo rodeaba para besarle la mejilla.
-Hola pos.
Se sentaron juntos en uno de esos bancos donde se sientan a menudo las parejas o los viejos a
alimentar a las palomas.
-Toma.
Le entregó una bolsa llena de dulces de muchos colores que había comprado.
-Me va a dar un coma diabético-se metió un coya de frutilla y se le encendieron los ojitos por el
azúcar-¿qué esperamos?-miraba curioso a la gente en la plaza que, según sus conclusiones iría toda a la fiesta,
pero que parecían esperar algo.
-No sé. A más gente yo creo.
-Ah…
-¿Viste a la rucia de allá?-apuntó con un movimiento de cabeza mientras sacaba un cigarro de su
cigarrera de metal con la imagen de Marilyn Monroe impresa en ella.
-Seh. ¿La de la raíz y cejas negras?-levantó la vista hacia ella.
-Ésa misma-prendió el cigarro-Se perece a ti-esperó a que el humo le llenara los pulmones y exhaló.
Poco antes de que su amigo llegara la había visto, le parecía extrañamente familiar, no era muy linda
pero tenía algo, “un-no-se-qué-que-qué-se-yo”. Cuando el rucio llegó lo comprendió. Le recordaba demasiado
a su amigo de inocentes ojos verdes.
-Seh pos-dijo irónico-yo soy más lindo-se largaron a reír.
Eso sí. Su rucio de limón era indudablemente más lindo que ella.
Media hora después caminaban todos a la que sería sede de aquel encuentro.
El ambiente no tardó en prenderse y ellos, aparte de bailar una que otra canción con algunas “niñas”,
tomaron la iniciativa de hacer una “vaquita” y fueron a comprar trago para todos aunque se habrían quedado
con gran parte del botín. Ato tomaba poco y su mejor amigo tomaba por ambos y por lo que no tomaba el
rucio.
Últimamente se había vuelto una persona viciosa.
Terminaron tomando en el patio con un grupo animado de gente.
Iban a ser las cuatro cuando surgían los deseos de conocerse “un poco más a fondo”.
-Ya, juguemos a algo-decía un pequeño vestido de negro con cara “alegre” y ojos rojos.
-¡A la botella!
Y como si a alguien se le ocurriera oponerse, una botella de ron barato ya estaba dando vueltas.
-¡Minos con minos y minas con minas también!
Primero dos niñas vestidas de lolita tuvieron que besarse por 5 segundos.
Tres vueltas luego, la juguetona boca de la botella apuntaba hacia Ato.
En ese preciso instante Aki se percataba que nunca había visto a su rucio besarse con otra persona, al
menos, no de tan cerca. Se le heló la sangre. También descubrió que no quería hacerlo.
Los segundos en que la botella daba vueltas para ver con quién se besaría se hicieron eternos, lo miró
con ojitos de “no vas a hacerlo ¿cierto?”. Ebrio y todo no pasó por alto la sensación de que el estómago se le
apretaba en el instante en que su amigo sonrió y le guiñó el ojo. La vio detenerse lentamente y por un
momento deseó ser él a quién apuntaba y no otra persona. Pero no. Y ni siquiera resultó ser mujer, si bien
tenía la cara, era un hombre, un hijo de puta con cara de caballo que se posesionaba en el primer lugar de la
lista “los más odiados por Aki”. Estuvo a punto de vomitar del miedo al verlos besarse. ¿Miedo a qué?
Ojalá hubiera sido él, pensó. Y eso le provocó el miedo.
Un puto e infernal minuto.
-Yo sé de otro juego más entretenido-sonriendo, la rucia con cara de imitación barata de nuestro
rucio estrella sacaba unos tres pitos de su bolsillo.
Hace tiempo que a Aki le carcomían las ganas de probar, pero hacerse dependiente no quería, eso de
depender de algo no le gustaba para nada.
Igual lo probaron.
A los 15 minutos apenas y se reconocían el uno al otro en medio de tanta risa. Es que, el hecho que
corriera un poco de viento les resultaba ser el mejor chiste.
De la mano se pararon cual ebrio intenta cruzar una calle a mitad de la noche y caminaron hacia el
interior de la casa, de paso chocando con un ventanal mal cerrado, retorciéndose de la risa lograron entrar y
tirarse en el sillón vacío más cercano.
Aunque el ambiente recaía a esa hora, la música retumbaba por todo el lugar. Y en medio de una
canción de Britney Spears mezclada con una pista electrónica, comenzaban a entrar en la patética etapa de
“somos amigos o no somos amigos”.
-Te amo culiao’.
-Yo también te amo.
-Bésame.
Ato le dio un beso en la mejilla larguísimo. Tenía los ojitos brillantes, le encantaba dar besos, podría
pasar todo el día besando a la gente, el problema era que cuando pensaba en eso un solo rostro se le venía a la
mente…
-Voy al baño-como pudo se levantó y se fue directo al baño.
El otro que quedó en el sillón cerró los ojos tratando de calmarse un poco. Eso de ver todo en
colores brillantes le resultaba un tanto divertido aunque un poco molesto ya que apenas y podía distinguir las
caras de la gente a su alrededor.
Sintió que Ato se le subía y se sentaba en sus piernas. Apoyó la cabeza en su hombro y le sintió un
olor extraño. Mejilla con mejilla el que se suponía era su mejor amigo le corrió la cara dándole un beso.
Un beso de aquellos, pensó Aki. De esos que te quitan el alma.
Gracias a su alto nivel de euforia y su bajo nivel de percepción de la realidad no pudo separarse y no
hizo más que responder. Todo empezó a dar vueltas cuando pudo alejarse de esos labios.
-¿Qué mierda…?
Apenas podía ver los labios, pero pudo distinguir labial. Y que él supiera, su mejor amigo no se
ponía labial por muy gay que fuera.
Puta mierda. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
Se le quitó el efecto de cualquier droga y hasta le dio asco. Ganas de vomitar le dieron cuando ella de
nuevo de le abalanzó a besarlo. A punto estuvo de empujarla cuando la sintió alejarse.

A una zorra encima de su casi hermano fue lo único que pudo digerir antes de tomarla del brazo y
echarla cuando recién venía del baño. Y si fuera un poco más gay de lo que es, la habría agarrado del pelo y
gritado maraca unas cuantas veces.
La voz chillona de una cantante rusa sobre música electrónica retumbó mientras dos pares de ojos se
observaban en silencio.
Corrió a encerrarse al lugar de donde recién venía saliendo.
Se sentía como si miles de púas calientes le atravesaran el corazón.
¿Por qué mierda dolía tanto?
Sin mirarse al espejo trató de botar el dolor como siempre lo hacía: acompañado con un poco de
bilis. Creyó vomitar su corazón de a pedacitos y un par de sonrisas.
Habrían tocado la puerta más de 100 veces, pero él simplemente no estaba para nadie, menos para
Aki, quien de vez en cuando gritaba su nombre.
Podría haberse ido por la taza del baño.
Pero no cabría. Era muy gordo para eso.

-Seba-Aki lo siguió apenas su rucio de limón abrió la puerta y partió mirando al infinito y un poco
más allá-Ato… mírame.
Se le paró al frente. Lo veía, pero no le miraba.
-¿Qué pasó feo?
-Nada-le regaló la sonrisa más vacía que había producido en toda su vida y siguió caminando.
Uno al lado del otro caminaron hasta la casa del rubio. Con el cielo mas oscuro que nunca tornándose
morado y el silencio de fondo.
Sin sacarse la ropa Ato se acomodó al rincón de su cama y Aki a su lado. Lo abrazó, lo apretó fuerte
tratando de pedir disculpas, quería fundirse con su mejor amigo y no saber nada más.
Ni hablar del rucio, casi inerte en su cama, apenas y pudo dormir hasta el amanecer cuando su amigo
se fue. Recién ahí, lloró. Lloró lo más fuerte de lo que había llorado en años.
Y cuando creyó que se le acababan las lágrimas y pensó que se quedaba mudo mirando la pared,
soñó que volvía a sonreír.

Gorgeous

VII

Santiago 2006

Sin una nota, sólo con un garabato a un lado de la puerta con forma de corazón.
Así sin más, se fue.
A las cuatro de la tarde comenzó a despertarse. Ojalá y no se hubiera acordado porque le dieron
ganas de llorar otra vez. Intentando pensar en otra cosa, se bañó.
En calzoncillos y una polera ploma parecía mina con menstruación. Todo le dolía últimamente, hasta
despertar solo.

Matías por su parte ya podía estrenar una herida en el labio y un moretón en el estómago. Luego de
la rutina de llegar a su “hogar dulce hogar”: su padrastro reclamándole, puteándolo y finalmente golpeándolo,
su santa madre defendiendo al hijo de puta (que no era él precisamente, porque su madre era todo menos puta)
y él encerrándose en su pieza, pudo aclarar mas o menos lo que había pasado anoche. Lo peor de todo es que
con lo ebrio que estaba no debería recordar mucho, sin embargo, tenía no sólo vagos recuerdos sino que podía
revivir todas las malas sensaciones por las que pasó.
Tan sólo recordar la lengua de esa zorra adentrándose en su boca lo mareaba. Y luego los ojitos
verdes del rucio mirándole de esa forma… se le apretaba la guata.
Y lo peor de todo es que creía que el que lo estaba besando era él, su rucio de limón… puta mierda.
Ojalá el jabón que había en su casa aparte de dejarlo con olor a té verde, le limpiara la conciencia.
La música de su celular le avisaba de un nuevo mensaje recibido, con los dedos cruzados pedía que
fuera el rucio.
“Me encantó lo de anoche…”
No, no era el rucio.
“… espero que nos volvamos a ver y repetirlo, esta vez sin interrupciones. Besos Kao-kao”
¿¡WTF!?
¿Y esa quién era?
Ésa… bueno, sí que sabía quién era.
“Volvamos a ver” Sí, claro.
Registró el número, sólo en caso de que llamara de nuevo para no contestarle.

De nuevo el Lunes.
Ése tedioso y aburrido lunes.
Cuántas ganas tenía de quedarse a dormir hasta siempre. Pero en fin, recientemente comenzaba a
actuar por inercia. Y aunque estuviera solo, pudiendo faltar cuando quisiera a clases, tenía aún menos sentido
quedarse en casa a hacer nada.
Aparte… no obstante le doliera el corazón, quería ver… ir.
Con un poco de suerte se saludaron.
El rucio estaba sentado a su lado, pero no se encontraba ahí.
Dibujó todo el día y se sumergió en el mejor invento del último tiempo: su kyo.mp3 come le había
llamado a ése aparatito mágico que lo encerraba y resguardaba de todo el mundo.
Ni en el recreo se encontraron. Se evitaron todo el día.
Y se respiraba una perra sensación en el ambiente de que, efectivamente, algo estaba cambiando.
Nadie sabía si era el hecho de que corría un viento tibio ó quizás la tía del quiosco se habría cambiado el
peinado, o simplemente, el primer día sin los cuartos años medios daría la impresión de vacío.
Cada uno tomo su camino y ya.
Camino interrumpido por cierta “mujer” de dudosa procedencia.
-Hola-saludó a nuestro pelinegro estrella de beso en la cara.
-Mm-gruñó a lo Margue Simpson.
-¿Recibiste mi mensaje?-caminaba a su lado.
-Ah, eras tú…
-Si…-trató de seguirle el paso y seguirle la conversación-¿quieres uno?-le ofreció un cigarro.
-Vale.
Unos metros más atrás, a cierta persona le empezaban a dar náuseas debido a sentirse tan estúpido.
Le subió el volumen a STARZ y mochila al hombro dio media vuelta en dirección contraria. Qué importaba
alargar el camino. Compraría dulces y se iría tranquilamente a casa.
Si. Claro.
Lo de comprar dulces sí, lo otro, no.
La semana entera redundó en una sofocante rutina.
Excepto el viernes.
Los vio besarse y el mundo entero danzó alrededor burlándose de él.
Riéndose en su fea cara.
-Puto.
Y el fin de semana completo se encamó en casa.
Su madre no llegaría hasta dentro de una semana y si seguía aguantando era por las conversaciones
diarias que tenía con ella.
No queriendo ir al colegio se levantó un poco más tarde para llegar y escabullirse por detrás de las
salas de básica. En caso de, saltaría la pandereta y ya estaría fuera del establecimiento.
Tan concentrado se encontraba dibujando que no se percató de la presencia Aki, quién discretamente
se sentó a su lado. Sin mirarlo tampoco, con los codos sobre las rodillas, mordiéndose las uñas, esperó.
A que nuestro pequeño rucio se percatara.
Apenas lo vio guardó todo y se dispuso a marcharse. Se detuvo.
Inhaló para hablar.
Le habría sacado la madre, pero no tenía sentido.
Continuó su camino mas no pudo seguir. El de más oscura cabellera lo abrazó fuertemente
aprisionándolo a su cuerpo como hace más de una semana no hacía.
-Te odio.
Aki lo apretó intentando pedir disculpas. Como si con un abrazo bastara… lo extrañaba y sabía que
era su culpa.
-Estoy pololeando.
Y un apoteósico “¡PLOP!” cayó del cielo en letras rojas e hizo retumbar el piso.
Mientras el autoestima de nuestro rucio estrella era pisoteado, como si fuera poco, una vez más.
Tenía la L de loser más grande del planeta pegada en la frente.
Lo empujó y sin mirarlo continuó. Ahora se reía.
Risa se daba.
¿Cómo podía…?
¿De verdad era éste animal el mejor amigo que podía conseguir?
Ni que lo hubiera adquirido en una subasta de circo. Ni para mal chiste le alcanzaba.
-Ato…
Por otro lado, Aki era un borrón negro en una hoja blanca, un manojo de confusión que lo ahogaba y
lo hacía actuar como mosca tratando de cruzar un cristal.
No podía decirle las mil y unas perversiones se le venían a la mente, que la rucia ésa era un vil
desahogo, que cuando ella le besaba… cerrando los ojos bien fuerte, imaginaba que era él…
Gorgeous

VIII

Santiago, 2006

“Siempre pasa, siempre pasa, siempre pasa, siempre, siempre, siempre pasa”
Se repetía una y otra vez mientras sentía la mano de su mejor amigo adentrarse peligrosamente en
sus bóxers.

Después de esa “conversación” que habían tenido detrás de las salas de básica, Aki saltó la pandereta
justo después de Ato.
-Puta…-se mordió el labio mientras lo seguía-¡Seba!
-Puto.
-La quiero…
-Mentira.
-Me gusta.
-Tampoco, idiota.
-¿Qué tiene que ande con ella?
-La conoces hace menos de una semana.
Por lo menos habían comenzado a hablar nuevamente.
-¿Y…?
El rucio rodó los ojos y bufó. Era un imbécil. No podía enojarse con él, aunque el 99% de las cosas
que le decía últimamente le dolieran.
Dentro de lo que cabía, su relación empezaba a volver a la normalidad.
Les quedarían dos semanas para salir de clases y ese aire de despreocupación, el olor a sudor y el eco
de las cigarras en el parque, acompañaban a la que había dejado de ser una persecución dando paso a una
caminata de dos buenos amigos.
-Sé que a menos que veas al amor de tu vida con un cartel que diga “soy el amor de tu vida” no te
acercarías ni a preguntarle la hora.
Aki sonrió acomodándose la mochila sobre los hombros.
-¿Qué vas a hacer hoy?
-Tratar de conquistar el mundo… sin ti, me imagino.
-Tengo carrete, o sea la…
-Ella.
-“Ella” tiene carrete y pos…
-Obvio que vas a ir, es tu “polola”
-¿Vienes?
-¿A dónde?
-Al carrete.
-Nadie me ha invitado.
-Pero vas conmigo.
-No, tú vas con la zorra.
-Y contigo.
-No. De a tres no-Ni aunque le pagaran iría a sentirse incómodo y ahogándose con las ganas de
agarrarla del pelo y tirarla al suelo y patearla y rasguñarle la cara y… y pareciendo gata en celo defendiendo
lo que es suyo.
Qué patético. Se volvía a reír.
Cada día se volvía más gay.
-Aparte… según tú, se parece a mí, así que cuando la mires acuérdate de mí. Así no me extrañas.
-Si la miras de cerca ni se parecen…-susurró su voz perdiéndose en la tibia brisa antes de llegar a
oídos del rucio.

Ya en casa del rucio hablaban con más naturalidad.


-Quiero acostarme contigo.
Se miraron en silencio.
-Acuéstate con tu polola-agarró un cojín y se lo tiró en la cara. Dio la vuelta en dirección a su pieza,
pero su mejor amigo lo tomo de la cintura y lo tiró al sillón. Cayeron abrazados, uno arriba del otro.
-No voy a ir.
Ato calló.
-Voy a quedarme contigo. Es más, te hago una invitación, Te invito a… que me invites a quedarme
en tu casa.
Rieron.
-¿Puedo bañarme?
-Prende el calefón.
-Préndemelo-se mordía el labio-cresta.
-Jajá, igual y sales de encima.
Mientras esperaba, leía los comentarios de su blog. Sólo niñitas que le posteaban cosas como “ah que
lindo eres” y una que otra mierda. Es que sólo le veían la cara y su pelo rubio, jamás subiría fotos de su
cuerpo. No lo mirarían ni mucho menos, comentarían sus fotos.
El móvil de Aki empezaba a sonar como por quinta vez, cortó. Sabía que era ella, su amigo la tenía
registrada como “putita”. Ya a la décima decidió contestar.
-¿Amor?
-Nah-contestaba de mala gana.
-¿Quién…?
-Está en la ducha, llama algún otro día-colgó y le supo muy agradable.
Volvió a sonar.
Lo apagó.
-Arrastrada igualada…-se reía solo hablando como villana en alguna telenovela mexicana.
Volvió a Chile.
-Perra culia’
-¿Ah?
El de pelo más oscuro cruzaba la puerta secándose el pelo con una toalla.
-Nada.
-Me dio sueño…-bostezó dejándose caer sentado en la cama.
-Sécate el pelo antes de acostarte.
-Ya…
Se quedaron en silencio por unos momentos con melt, canción de una banda que recién comenzaba a
sonar.
-Somos demasiado iguales ¿sabías?
-Mentira… yo tengo el pelo negro, el tuyo es rubio; yo tengo el trasero más grande, me gustan las
mujeres y a ti…
Si las miradas mataran…
-… también jajá. Créeme que si fuéramos de la misma manera, no tendría la necesidad…-Lo rodeó
con sus brazos y lo empujó a la cama-de estar contigo, ¿para qué gastar mi tiempo con alguien igual a mí si ya
me tengo? Más que iguales… Soy tu otro yo…
Y si el mundo se acabara en este preciso instante no se habrían dado cuenta. Pudiendo haber pasado
horas sumergidos en los ojos del otro si no fuera por el no tan insignificante hormigueo en la parte baja del
estómago de Ato, al “creer” haber visto a su mejor amigo, hermano, mirarle los labios mientras se acercaba
peligrosamente a él.
-Me… me dio sueño también-se paró.
Aki se quedó ahí. Preguntándose qué mierda había sido eso. Si el rucio era como su hermanita chica.
Se sentía como el tío ebrio de la familia que sienta a las niñitas en sus piernas… así de sucio se sentía.

Terminaron descubriendo un juego nuevo esa noche.


Hormonas y la…
No encontró mejor opción que darle la espalda. Mala cosa, quedaron haciendo “cucharita”. Calzaban,
en una retorcida y delirante perfección.
Y la mano de Ato se adueñaba de su entrepierna.
¡No podía tener una puta erección con su mejor amigo!
Bueno, de poder, sí podía. De querer, em… también. No debía.
Fuerte.
-Conchetumadre…
Y lento.
-Maraco.
-Puto. Te prendiste conmigo, cochino-rió. Le gustaba tenerlo así. Quizás lo hiciera más seguido.
Y luego del último gemido ronco del pelinegro, nuestro rucio estrella, más rápido que el rayo partió
al baño a resolver su pequeño “problema”.
Sin pensarlo mucho le siguió, tan de cerca que cuando iba a cerrar la puerta, no lo dejó.
-Ándate-le dijo con las mejillas rojas.
-Nah-sonriente cerró la puerta tras de sí. Y acorralándolo a la puerta de vidrio de la ducha lo miró
fijo. Tan fijo que el rucio estuvo a punto de comerle la boca.
Descaradamente le metió la mano en los calzoncillos y se enterró en el cuello.
Nuestro rucio no pudo (ni intentó) hacer nada más que empezar a gritar como telefonista española de
línea caliente y aferrarse a la espalda de su amigo para no caerse cuando le temblaran las piernas.
Puta. Eso era lo que parecía gritando de esa manera.
De besarse, ni hablar.
Después de todo, seguían siendo amigos, ¿cierto?

Gorgeous

IX

Santiago, 2006

-Me merezco un premio…


-¿Por qué?-relamía su dedo cubierto de manjar.
-Los aguanté todo la semana, los hubieras visto, parecían no se…
-¿Pareja?-El rucio gruñó cual Margue Simpson-Me suenen a celos…-decía un tanto burlona.
-¿Y de qué voy a tener celos?-no despegaba la vista del sartén.
-Antes te dedicaba todo su tiempo, ahora que tiene pareja, le estaría quedando como la mitad de su
tiempo para compartir contigo. De eso estás celoso.
No dijo nada. No lo afirmaría, pero tampoco le ayudaba negarlo.
Por dentro podía seguir siendo esa niña enamoradiza e ingenua de antaño, pero llevaba de madre 16
años y se daba cuenta cuando el corazón de su retoño entonaba una melodía distinta.
-Si quieres lo llamo y le digo que venga, a mí me va a hacer caso, aunque si tu lo llamaras dejaría
todo botado y vendría… ¿Y si le digo que te estás muriendo?-decía marcando el número en su teléfono.
-¡Mamá!-le quitó el teléfono de las manos.
-¡Hijo mío!-se reía.
-¿Qué?
-Los panqueques-se reía a carcajadas.

Cómo sería… si él estuviera entre sus piernas gimiendo, cómo sería si fuera él quien lo besaba y
tocaba creyéndolo su propiedad, cómo sería… si fuera el rucio y no esta puta de quinta. Pensaba en eso y se
prendía más.
Eyaculó. Y no pudo evitar recordar al rucio en la puerta de la ducha gritando y rasguñándole la
espalda para no caer. Sentía que le venía otra erección, pero no, la voz chillona de su “amantísima” polola lo
sacó de cualquier fantasía.
Ni recuerda lo que le dijo, pero apenas habló se empezó a arreglar la ropa y salió del lugar evadiendo
a la gente que bailaba al ritmo de Madonna. Ya era tarde, las 00:30 más o menos y se sentía un poco más
pesado que de costumbre. Sabía que estaba mal eso de pensar en el rucio y hacerle el amor a su pareja. No le
hacía bien a nadie. Triste por ella también. No era su culpa ser tan incrédula.
Pero si fuera un poco más inteligente se daría cuenta que siquiera se sabía su nombre.

-Mira quién llegó-La madre de Ato corrió a abrazarlo-Alguien aquí estaba que se cortaba las venas.
-¿Tú no tenías carrete?
-Seh, ya volví-Se miraron por pocos segundos.
-¿Y tu polola?-desvió la mirada.
-Embarazada.
Creyó atorarse con su propio corazón que le subía a la garganta.
-Mentira tonto.
Comenzó a respirar
-¿Quién está embarazada?-la madre a Ato salía de la cocina con un plata de panqueques para Aki.
-Nadie… si era broma.
-Ah ya, más te vale.

Lo miró con la sonrisa idiota más boba que tenía y poco le faltó para empezar a babear. Mientras su
rubio amigo se deshacía de la ropa que traía puesta, comprendió al fin (como si ya no fuera demasiado
evidente) de todo lo que daría por quedarse la vida a su lado mirando, abrazando, escuchando, oliendo,
besando… auch. Dolor de guata.
Y los ojitos se le desviaban a la parte baja de su cara mejor conocida como labios.
No tenía idea si le gustaban los hombres, pero lo que sabía con certeza era que su rubio amigo era
más bello que cualquiera de las mujeres que conoció, conocía y conocería en su vida.
-Deja de mirarme así…
-¿Ah?-sonrisa boba.
-Así como si quisieras que tuviera senos y no este lindo pene que tengo.
-¿Lindo?-murió en dolor de tanto reírse.
-Me gusta ser hombre ¿ya? No trates de cambiarme-le decía como interpretando una teleserie
venezolana.
¿Qué tipo de hombres le gustaban al rucio? Que el supiera, nunca había estado con ninguno, sólo con
una niña cuando tenían 14. Le preguntaría más tarde.

Sí que estaba confundido. Se había convertido en un manojo de nada en ningún lugar por ninguna
razón. Se durmió al lado de Aki con un pequeño gran vacío en el estómago. ¿Qué pasaría con él si la supuesta
polola de su amigo le salía con un domingo siete? Le olía a separación. No quiso pensar más en ello.
A lo lejos escuchó una voz no tan dulce y cantando algo que pretendía ser francés.
-¡Mamá!-le apestaba que su queridísima madre lo despertara de esa manera. De hecho le molestaba
que quién y como fuera lo despertara.
-Es que ya son las doce y estoy que muero de hambre.
-Hazte el desayuno…-aún dormido trataba de comunicarse con su progenitora.
-Házmelo tú, alma de mi alma, corazón de mi corazón -se tiró encima de los dos-después dejo que te
bañes ¿bueno?
-Ya…-emitía desde la profundidad de su almohada.
-Sebastián-dijo con tono un poco más serio.
-¿Qué…?
-Levántate…-lo empezó a zamarrear.
-Ya voy…
-¡Ahora!
Los destapó y se encontró con un enredo de piernas en que les era imposible estar más cerca.
Se quedó mirándolos. Sabía que no había nada más que amistad entre ellos por el momento, pero
estaban enamorados y no hacían nada al respecto. Bueno, aún son unos niños, pensó. Aunque si ella hubiera
tenido una oportunidad como esta hace dos años, quizás aún trabajaría en Santiago.
Se veían adorables y sus recuerdos terminaron remontándose más lejos aún. A los once años de su
hijo postizo. Sonreía como siempre, como si el desastroso accidente ocurrido no le afectara en absoluto, pero
supo con certeza que éste día la piel de ése niño se tornaba un poco más dura y fría.
-Tía ¿y el Seba?
-Estaba en su pieza antes de salir. Ve a jugar con él.
El travieso niño de ojos saltones corrió hasta la pieza de su amiguito y abrió la puerta despacio.
-¿Seba…?-Se encontraba en el suelo sentado llorando desconsoladamente, con hipo y tratando de
secarse las lágrimas que caían por sus mejillas rojas.
Parecían gemelos. Todo lo que le ocurría, afectaba de sobremanera al pequeño.
Se sentó a su lado acariciándole el pelo. Era como si su yo emocional hubiera nacido en el cuerpo de
su mejor amigo. Un extraño lazo de unión del cual se venían recién enterando.
Olvidando todo lo feo que le hubiera pasado, le contaba al rucio de una extraña serie de dibujos
animados que había empezado en cierto canal de televisión. Hablaron toda la noche, desde la otra habitación
se les oía reír.
Lo supo ése día.
En ése extraño mundo no cabía nadie más que ellos.

Gorgeous

Santiago, 2006.

Dos botellas vacías de lo que podría haber sido Piña colada, evidenciaban lo bien que se le pasaban
en ese carrete a las 4 de la mañana, en el balcón del segundo piso de la disco, hablando de nada coherente en
realidad. No en ese estado de falsa felicidad.
El rucio se ahogaba en su propia risa mientras al otro le brillaban los ojitos. Con esa carita de ángel
con ganas de sexo, le miró. Nunca le había visto esa expresión en el rostro a su mejor amigo. Se asustó y dejó
de reírse al tiempo que lo sintió bastante cerca.
-Me dieron ganas de jugar-un poco más y podía escucharle ronronear. Y sintió que el corazón casi se
le sale del pecho por la garganta cuando una mano que no era la suya trataba de desabrocharle los pantalones.
Mecánicamente le quitó las manos de ahí.
-Anda a jugar con tu polola-La imagen de ella, por muy insignificante que fuera para el otro, para
Ato era considerada una piedrota en el zapato.
-Pero yo quiero jugar contigo, feo…-infló los cachetes.
-No sé para que tienes polola, está aquí mismo, ¿la llamo?
-Tonto-soltó mientras se le pegaba al cuello-Ven.
Lo tomó de la mano y el rucio tuvo miedo. Pero por primera vez en su vida, el miedo no lo
paralizaría como otras veces. Porque aunque no lo pensara tan claramente, quería ir dónde fuera que lo llevara
su amigo. En eso la vio. Desde un rincón y como si ella sintiera que la miraban, le miró. Sólo por un segundo.
Lo suficiente para decidirse a llevárselo hasta el fin del mundo si era necesario, pero no lo quería ver cerca de
ella otra vez.
Se sorprendió un tanto al darse cuenta que llegaban al baño de hombres.
-Espérate… tu-lo interrumpió
-No importa.
-Tu polola.
-¡Cállate!
Desconcertado se sintió cuando le gritó para luego tironearlo dentro de una cabina antes de ponerle el
seguro a la puerta.
Se le sentó encima y le empezó a besar el cuello.
El rucio se reía levantando la cara para hacerle más fácil el trabajo.
Era lejos el cariño más violento que había recibido de su parte.
Su pecho ya empezaba a subir y bajar violentamente. El aire se hacía más pesado y caliente desde
que su mejor amigo se rozaba sutilmente contra su cadera.
De un tirón sintió que le arrebataban su polera. Y cualquier inseguridad fue disipada cuando sintió la
misma mano de hace un rato tocándolo por encima de la ropa.
Casi sin pensarlo bajó las manos también para sacarle el cinturón al otro. Sintió que le mordían fuerte
el hombro y escuchó una risita nerviosa. Que bien le hacía escucharlo, pensó en su risa, en sus dientes
blancos, en sus labios… en ésa lengua dentro de su boca. Y estuvo a segundos de duda de bajar la cara y
plantarle un beso. Si no fuera porque la escurridiza mano de su amigo ya comenzaba un vaivén sobre su
miembro al desnudo que le hizo olvidarse hasta de su nombre.
Se dio cuenta que su amigo tenía una polera encima. ¿En qué estaba pensando que no se la había
sacado ya?
En cierta lengua dentro de cierta boca, se respondió mientras despojaba a Aki de su polera. Lo agarró
de la cintura y lo apretó contra sí. Ahora él le mordía el pecho. Bajó aún más las manos hasta encontrarse con
la erección de su amigo esperando por él.
Y el mundo pareció detenerse en el preciso instante que sus miembros se encontraban al fin frente a
frente. Un gemido ronco y levantó la cabeza. Su amigo intentaba susurrarle algo mientras le besaba
delicadamente la oreja, la mejilla y los labios. Se detuvo. Todo el universo paró en ese momento. Nariz con
nariz se miraron. Tan fijo que se perdieron, se extraviaron felizmente en la boca del otro. Se le escapó una
sonrisa cuando su amigo le metía la lengua, aquella lengua dentro de su boca y ninguna otra.
Se les fue el alma en ese beso. Más abajo sus caderas encontraban el ritmo y disponiendo ya de sus
manos libres lo abrazó por el cuello acercándolo, si era posible, un poco más. Y si le podía meter la lengua
hasta la tráquea, lo haría.
Y cuando creyó que no podía haber nada mejor que esos labios, sintió que se venía y un calor intenso
desde su parte baja no lo dejó respirar por unos segundos y mente en blanco gimió, tan ronco que pensó que
se quedaría sin voz. Casi simultánea fue su corrida, tristemente se separaron de ése beso y se abrazaron. Tres
segundos lejos del otro bastaron para que esa puta y perra sensación se sembrara en el corazón del más alto.
Miedo.
Quería besarlo otra vez, sólo para saber si era real.
Prácticamente salió arrancando. Lo dejó ahí, casi con la boquita estirada vio como el otro se ponía la
ropa y salía del baño.
¿Y él se consideraba cobarde?
Estaba enojado y que alguien se le cruzara por delante porque no iba a dudar en partirle la cara. Se
arregló la ropa y salió a lavarse las manos.
No se iba a marchar, no esta vez.
Los vio.
Por la mierda.
Y si alguna vez tuvo rabia, el puto sentimiento que le apretaba las tripas ahora era mil veces más
fuerte.
¡La estaba besando!
A ella sí podía ¿cierto? Nadie le iba a mirar feo si le besaba a ella. Total, tenía tetas, en cambio él
como tenía un par de testículos y bien puestos para que sepan… seguramente le daba asco.
Toda la confianza que pudo sentir esa noche se pudo ir bien lejos a la mierda.
Ya no quería golpear a nadie.
Quería ir y si podía, a vomitar su corazón. De vuelta en el baño enterró su cara en el lavabo botando
lo que le quedaba de autoestima.

La besó tratando de corroborar que los labios de su amigo eran los únicos con ése sabor tan dulce.
-Terminamos.
Lo buscó, pero no lo encontró. Volvió al baño. Ni rastros de él por ningún lado. Tarto de
tranquilizarse, ése local era bastante grande.
Estúpido, era un tonto, un idiota de los más grandes. Y un cobarde.
Se le había ido de las manos y dejó que sucediera.
Ahora sí que no sabía que hacer.
Lo llamó a su móvil, pero no obtuvo respuesta. Salió y esperó en la entrada a que todos salieran. Si
ya se había ido, no saldría.
Escuchó una risa demasiado conocida. Lo vio con un tipo un poco más alto que él que lo abrazaba
por los hombros. ¿Acaso no era…? El imbécil que lo había besado esa vez que jugaron a la botella.
Esperó a que su amigo lo viera, pero pasó frente a él como si nada.

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XI

Santiago, 2006.

Notó como dos sombras se adentraban en su casa. Supo que eran ellos. Podía distinguir la risa de su
pequeño. Sí que venía contento. Intentó dormirse de nuevo y no pudo evitar sonreír.
-No hagas ruido… shh…-
-¿Quién hace ruido?-no percibió el sillón que estaba frente a él y cayó-Ctm.
-Jaja... cállate…-lo tomó de la mano para guiarlo por las escaleras-Ven-después de todo era su
primera vez en esa casa.
¿Cómo llegaron los dos ahí?
La historia no resulta ser muy larga.
Salía del baño por enésima vez, faltaba poco para que cerraran el local, esperaría por ahí en algún
rincón mirando a la gente.
Le agarraron la manga y en lo más profundo de su ser deseó que fuera su mejor amigo. Se dio la
vuelta.
Una cara sorprendida y una sonrisa luego.
-Hola.
Sabía que lo conocía, pero aún no se enteraba de dónde.
-¿Hola? Tú eres…
-Ryutaro.
Ni el puto nombre le sonaba. En todo caso sí que se parecía a Ryutaro, el original, claro, al vocalista
de Plastic Tree. Casi los mismos rasgos a decir verdad, pero con los ojos un tanto más grandes, hasta en el
peinado se le parecía.
El tal Ryutaro rió.
-Quizás no me recuerdes… yo estaba en el carrete de una compañera tuya.
Inclinó la cabeza tratando de recordar.
-¿Botella?
Ahora sí. Lindos labios, pensó.
-Ah si, hola tú.
-Hola-tenía la risa pegada al rostro, como que le era imposible ocultar sus dientes blancos-¿Ato?
-Seh…-el también empezaba a reírse de lado, le contagiaba lo risueño-¿qué haces por aquí?
-Me invitaron, pero como que desapareció mi anfitrión-miró alrededor como buscándolo.
-Estamos igual parece…-auch.
Se sentaron y luego de hablar trivialidades del lugar donde vivían, bandas de su gusto o edad y esas
cosas, Taro fue al grano.
-¿Me dejas darte un beso?
-¿Ah?-se rió sorprendido. Nunca nadie había sido tan directo con él.
-Lo siento-sonrió-Ni siquiera te pregunté si te gustan los hombres, o si tienes pareja, es que…-se
notaba que estaba nervioso, pero parecía ni que aunque se estuviera muriendo se le borraría la sonrisa de la
cara-yo…
-Si me gustan-lo interrumpió-…los hombres-le sonrió. Y como si fuera posible, la curvatura de la
boca del moreno con cara de Ryutaro, se agrandó.
-Me gustas.
Ojalá y eso hubiera salido de ciertos labios de un tal Matías que conocía.
-¿Tan luego?
-En serio, me sorprendo-respiró-Hablo estupideces a veces, bueno, la mayoría del tiempo… o sea, no
quiero decir que esto sea una estupidez, eso de que me gustes… pero es que te había visto antes un par de
veces y yo… es que hablo mucho y no me gusta porque me confundo y confundo a la gente. Lo que quiero
decir es…-Ato se reía-Si hablo mucho, avísame-dijo sonrojado-Cállame.
La verdad de las cosas, es que el rucio no pensaba la mayoría de las veces que hacía algo y esta vez,
no era la excepción.
Lo calló con su propia boca. Es que se veía tan tierno hablándole así… y si Aki podía, ¿por qué él
no?
Ocurrió lento y como que todo el mundo se calló. El más joven, porque sí, aunque fuera más alto
tenía un año menos, era el más pequeño; sí que sabía besar, lo hacía despacio pero intensamente, mordiendo,
apretando… pero era triste que no le supiera tan dulce como el otro.
Se separaron.
-¿Quieres pololear conmigo?
Se largó a reír a carcajadas. No burlándose sino que le daba risa la impulsividad y la franqueza del
otro.
-¿No te parece muy rápido?
-Es que…-lo interrumpió con un beso corto-No me respondiste.
-No. Ni siquiera me conoces… y puede que lo que viene no te guste.
-Bueno…-sonrió tristemente y eso le cautivó de sobremanera, hace tiempo que no experimentaba
esto de sentirse querido así por alguien-¿Me dejas conocerte entonces?
-Atente a las consecuencias.
-No te ves tan malo.
Después de quedarse hablando, riendo y haciendo una que otra cosa más interesante que se hacía de
cerca, el más alto soltó que saliendo con una mentira no podía llegar tan temprano a casa y no tenía dónde
irse, porque aparentemente su acompañante se lo había tragado algo y no precisamente la tierra.
Así fue como terminaron ahí.
Nunca esperó que su mejor amigo llegara.
Se tiró a la cama con su nuevo “amigo”. Mientras se sacaba las zapatillas, el otro no perdía el tiempo
y se sacó la polera. Ato también hizo lo mismo, se acostó al rincón dándole la espalda.
-Hasta mañana… estás en tu casa…-se rió bajito, le sonaba a mamá.
Lo que menos quería el otro era dormir. Lo dejó en claro cuando sus manos pasearon por la espalda
del rucio. Apoyó su cara en su hombro.
Ya que…
Se dio vuelta para empezar a besarlo. Riendo, el menor jugaba con su lengua.
Eso era, un juego.
Era exactamente la palabra que buscaba.
“Puto, puto… puto”
Un puto Aki se le venía a la mente al rucio, mientras la oscura cabellera del menor desaparecía entre
sus piernas.
Sí que era rápido.
-Oye…-logró articular antes que le bajara los pantalones.
-¿Mm?
-No… ah…
Tarde.
Con el bóxer en las rodillas no pudo hacer más que retorcerse de placer. Era la primera vez que le
hacían algo así. Rió.
-Shh… es que… ah-se reía de sí mismo-mi mamá está en la otra pieza…
-Pero si eres tú el que está haciendo ruido-se rió el más alto.
-Es que… me dieron ganas de hablar…-le sonrió-¡Cresta! ¡Ah!
-Shh…
-No me muerdas.
Las risas abundaron en la habitación.
-Y eso que nos estamos conociendo-se largó a reír abrazado frente a él.
El otro sólo le dedicó una sonrisa.
Era como si se conocieran hace mucho.
Y no podía evitar pensar en el puto de su amigo.
Quizás que estarían haciendo los dos si el muy cobarde no hubiera huido de él en el baño.

Si no hubiera salido del baño… Se daba risa lo estúpido que fue. Para qué iba a volver a la casa del
rucio, no quería ni imaginar en qué estaba con el otro hijo de puta.
Se lo merecía en todo caso. Nunca se preguntó si su rubio amigo podía sentir remotamente lo mismo
que él, lo había dado por hecho. Error.
La falta de comunicación tenía la culpa. Si hablaran del tema en cuestión se habrían evitado muchas
cosas, pero ninguno de los dos era muy bueno hablando de esos temas.
La pregunta del millón era ¿Qué hacer?
Lo primero, ir a dormir a su casa.
Al despertar ya vería todo lo demás.
¿Y si…?
¿Sería la solución separarse de su mejor amigo?
Quizás tanto tiempo juntos les estaba haciendo mal.

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XII

Santiago, 2006.

Al ritmo que iban pasando las cosas en su vida le tenía francamente aterrado.
A uno o dos días de acabar las clases y ser oficialmente un “próspero” estudiante de cuarto medio,
descubría que, si es que era posible no estar enamorado de su mejor amigo era porque, cobardemente aún no
lo aceptaba de lleno.
Casi en menos de una semana había encontrado trabajo, terminado con su “polola”, técnicamente
tenía sexo con el que llamaría en algún momento de su corta vida “mejor amigo” o “hermano”, tenía sexo y
no era capaz de hablar del tema de trasfondo con él, porque el sexo en este caso no venía simplemente porque
sí. Además que prácticamente ya ni vivía en su casa.
Y ni pensar en la avalancha de emociones que se le venían encima sólo al acordarse de pequeños
detalles como el pelo rubio de su amigo que, cada vez que se veían brillaba más que el día anterior.
Imagínense pensar en la última vez que se vieron. Sentía que un día de estos, preparando un helado de
frambuesa, le estallaría el corazón y algún cliente desafortunado no distinguiría entre el helado y su músculo
más importante y lo devoraría sin compasión dejándole a él sólo con el vago recuerdo de que alguna vez amó
a otro hombre y que por cobarde se quedaba sin su órgano vital.
¿Qué diría el rucio si le viera sin corazón? ¿Soltaría un filoso “¿y qué? Nunca lo necesitaste”? O se
pondría a llorar como cuando eran niños. O simplemente daría vuelta la cara en venganza por lo del baño. O
no le diría nada, porque nunca lo volvería a ver.
Tenía una puta sensación de que cuando se lo encontrara otra vez o se cruzaran en la calle ni lo
reconocería. Y por la mierda que dolía separarse de él. No conocía la vida sin sus eternas juntas de fin de
semanas completos en la casa del otro, sin sentarse a su lado en clases, sin las estúpidas conversaciones en el
baño de hombres, sin tocarlo, sin olerlo, sin besarlo.
Y de tanto pensar se le había pasado la hora de colación sin probar bocado de lo que había pedido en
el local de la competencia. Ojalá y alguien se interpusiera en su plan ADRPSM (Alejarse del rucio para
sentirse mejor) porque lo menos que se sentía era mejor y peor le estaba quedando corto. No pensaba en
llamarlo tampoco, se merecía todo el desprecio del otro en todo caso, aparte supuso que ahora pasaría más
tiempo con el otro imbécil con que lo vio salir riendo de la disco, también él tenía derecho a tener otros
“amigos”. Se masajeó la sien complicado y con ganas de llorar.
Respiró hondo y se paró de ahí.
Sería una larga tarde en la Heladería.
Ojalá su mejor amigo estuviera con él para disfrutar la combinación de colores que tenía el local y la
variedad de sabores y dulces con que ésta contaba. Sonrió con tristeza, le prepararía los helados como siempre
quiso que se los hicieran, con un mínimo de 5 sabores y con todo lo que le pudiera poner encima, con muchas
porciones de crema y una explosión de colores y su corazón en el medio.
Ojalá y pudiera regalarle las estrellas a su pequeño rucio natural.
Pero de qué servía pensar y pensar en él si no había sido capaz de decirle nada o por lo menos de
quedarse con él en el baño.
Le faltaban cojones para hablar de ello, y eso que él se creía el “fuerte” de la relación.
Rió de nuevo. Levantó la vista al pararse detrás de la caja para esperar clientes y lo vio.
Junto al hijo de puta de la otra noche. Por la cresta que se sentía fea esa sensación de ya no ser
necesitado por la persona de que más necesitas que te necesite.
-Hola Matías Rosalindo del Carmen-escucharlo dirigirse a él le hacía tan bien.
-Tanto tiempo Sebastián de las Mercedes.
-Puto-Se escuchaba tan hermosa esa palabra salida de esa boca.
-Tonto-y el mundo volvía a girar en la dirección correcta.
-Ejem.
-Ah si… Seba, él es…-un hijo de puta-Ryutaro, estaba en el carrete de-
-Si se, si me acuerdo-le dijo cortante-¿Van a querer algo?
-Sí, yo un jugo de piña y él…
-Un helado doble de frambuesa y chocolate-dijeron al unísono. Se sonrieron cómplices de toda una
vida.
Sí que era el mismo rucio de hace una semana.
¿Exagerado? Si, un poco.
-Em, hay carrete el sábado en la casa de un amigo, por si quieren ir… ambos.
Miro a Su rucio mientras le pasaba el cono y en silencio le preguntó si asistiría.
-No sé… si va él… yo voy-diciendo esto, el rucio desvió la mirada un tanto avergonzado al darse
cuenta que delataba su dependencia a la presencia de su mejor amigo.
-Yo si voy-le dijo en modo afirmativo y sonrió-El sábado voy a tu casa.
-Ok.
Le miró (sólo al rucio, el otro no importaba) perderse en la multitud que se cruzaba a esas horas en el
centro comercial. Aún no sabía que harían ese día o de que hablarían, pero todo lo que importaba era que su
súper plan ADRPSM se podía ir muy lejos a la mierda.

***

Siempre pensó que actuar como si nada hubiera pasado era uno de sus mayores talentos.
Meter toda la mugre bajo la alfombra, es que ¿qué más querían que hiciera?
No se encontraba exactamente en una situación que pudiera llamarse “normal” y su reacción frente a
este tipo de escenarios era siempre el mutismo respecto al tema. Por eso admiraba a su amigo, siempre tan
franco para decir las cosas y arreglarlas (o empeorarlas) de alguna manera. Pero… si el problema era entre los
dos, más le valía tener tiempo para esperarlo la vida entera, a ver si al final de ésta, el pelinegro empezaba a
considerar la posibilidad de conversarlo.
Es que entre los dos no podían hacer uno.
Quizás algún día le contaría que, no era el primer día que iba al mall y que no había sido
especialmente una sorpresa verle ahí. Y aunque se esforzara no podría ser más gay, acosando a su mejor
amigo el muy patético.
Se reía de sí mismo. En eso estaba cuando abrieron al puerta de su pieza.
-Me asustaste, tonto.
-Si igual no soy tan feo-le sonrió.
Se acercaron para saludarse como siempre, sin embargo les resultó lo más incómodo de la tarde. Ni
los silencios le parecían embarazosos a esta altura. Eran altamente comprensibles considerando el hecho de
ése beso en la cara como saludo. En su vida recordaba sentirse tan incómodo saludando a alguien y gracias a
ello podía morirse de vergüenza en este momento. Eso si no fallecía antes de un infarto al verse envuelto en
los brazos del otro.
-Culiao’ te extrañé tanto…
Podía morir y resucitar mil veces por volver a experimentar el revoltijo de emociones que le
provocaba el otro con este simple acto. Y con unas ganas de llorar horribles se daba cuenta que se rendía una
vez más a ser sólo un amigo y prefería no hacer nada, a hacer algo y morir de pena en el intento. Porque de lo
único que se creía capaz últimamente era de llegar a fallecer de tristeza.
Y nada.
Era como si nunca hubieran sido ellos los que en ése baño sucio y estrecho, se besaran con un
hambre acumulada por los años de inocente juego, como si nunca la esencia del otro bañara el miembro
palpitante de amor del otro.
¿Dije amor?
Sí, amor, damas y caballeros. Del más puro y hediondo a semen del mundo. Ese del sol brillante y
pétalos rosas revoloteando alrededor, el que te hace mierda el estómago y los intestinos. Ése que te corre
desde el glande y escurre por las rodillas. Ése que se jacta de llenar vacíos y en vez de eso te deja un par de
agujeros negros de regalo. Ése puto sentimiento, voluntad o como mierda quieras llamar al deseo de regalarte
como puta barata, de lanzarte al vacío así sin más.
Eso que carcomía la voluntad y sentido común de éstos niños dentro de una casa fría, vieja y azul, en
el medio de Santiago por Avenida Brasil.

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XIII

Santiago, 2006.

“A mí tampoco me gusta la perra con la que te acuestas”


Ni se inmutó para escupirlo. Tenía las ganas hace varios días, lo soltó y así sin más se encaminó a los
brazos de cierto niño con cara de japonés violable.
“No. Te quiere sólo para a costarse contigo y en el estado en el que estás no dudo que lo haga…”
¿Y qué mierda le importaba a él lo que hiciera con su entrepierna?
Para colmo lo trataba de ebrio, sí, veía todo en muchos colores y todo revoloteaba alrededor, pero no
se consideraba ebrio, sólo estaba un tanto eufórico y debía estar muy feliz porque no podía sacar la sonrisa de
su cara.
Ahora sí que podía hacer lo que más le gustaba en este tipo de situaciones: Besar.
Y si ya se había conformado mediocremente a ser sólo el “amiguito de infancia” de Aki, podía ir y
besar a quién sí se dejaba besar por él. Caminó para encontrarse en el medio de la pista de baile (léase living
de una casa cualquiera) con él tal… ya ni se acordaba de su nombre, sólo recordaba lo bien que se la había
pasado el otro día en su casa con él. Sonrió aún más. A la segunda canción ya no bailaban. Parados ahí
robándose el aire mutuamente, se apoyaron en la pared más cercana. El más alto no perdía el tiempo y ya
paseaba sus manos por las piernas del rucio apretándose contra el en un vaivén bastante peligroso.
Seguía viendo colores felices y luces danzantes y casi ni se percató cuando fue empujado hacia atrás
y un puño se estrellaba en la cara del que hace poco lo besaba y una espalda bien conocida se le ponía
enfrente. No tardó en verse envuelto en una turba de puños danzantes, abrió y cerró los ojos varias veces para
tratar de ver mejor preguntándose ¿qué mierda hacía su mejor amigo pegándole al tipo con el que mejor se la
pasaba últimamente?
Perdió el audio y vio todo en cámara lenta por un segundo, por conclusión supo que le habían pegado
un combo en toda la cara.
Alcanzó a escuchar un familiar “¡Suéltalo, Hijo de puta!” y pensó en su amigo como en un príncipe
que rescata a una doncella o algo parecido. Lo cual sonaba un tanto patético en este tipo de situación, más
cuando la princesa no usa vestido sino pantalones y luce un lindo par de testículos entre sus piernas. Después
de eso sólo recuerda haber corrido mucho hasta que el tiempo recobró su velocidad habitual y él ya podía
escuchar lo que acontecía a su alrededor.
-Tonto por algo te tiré para atrás, pero no, el señorito tenía que ponerse en medio de todos los
weones que me estaban pegando.
Risita estúpida. Volvió a ver todos en luces de colores.
-Te ves lindo así todo moreteado…-se le acercó muerto de la risa, ya ni le dolía la cara o donde sea
que le hubieran pegado.
-Siempre me veo lindo, borracho de mierda.
Pasó su brazo por los hombros del más alto y caminaron como pudieron a la casa del rucio. Cual de
los dos era el más sobrio que en más de media hora no pudieron abrir la maldita puerta. Apenas entró se echó
en el primer lugar que encontró y podría haberse quedado dormido sino fuera por una mano que le tanteaba
torpemente la cara.
-Te encontré.
La agarró con fuerza.
-Seba…-puta que era lindo su nombre cuando salía de ésa boca-no te duermas acá, acuéstate arriba.
-Mejor acuéstate tú aquí arriba-lo jaló con toda la fuerza que disponía en momentos como estos
haciendo que el pelinegro le cayera encima chocando torpemente las narices.
-Bésame.
-¿Ah? Puta que estás ebrio…
-Bésame Conchetumadre.

***

Cómo negarse.
Dudó, sí, pero ni pensar en negarse.
Apenas rozó sus labios el mundo se le vino encima y quiso morir cuando sintió las manos del rucio
en sus mejillas invitándolo a ir más adentro. Ahogarse en esa boca parecía ser la muerte más dulce de todas.
Fue tan profundo que… cuando se separaron tuvo que gemir para poder recuperarse.
Le costó horrores, pero tuvo que levantarse de ahí. No podía dejar que durmiera en el sillón de su
propia casa.
-Ya Seba… vamos para arriba.
Lo tuvo que levantar él mismo. El rucio se encontraba como aturdido. Pensó en lo gracioso que le
resultaría contar la odisea que tuvieron que pasar para poder subir esa trampa mortal, comúnmente llamada
escalera espiral, a la mañana siguiente.
Ya “echados” en la cama, al rucio le bajaba la culpa y mediante pequeños besos que depositaba
torpemente en su mejilla buscaba el perdón por los “errores” cometidos.
No pudo aguantarse. Dio vuelta la cara chocando ambas bocas. Se deshizo en pequeños besos
ruidosos alargándolos hasta quedar encima de él.
Nunca pudo estar tan consiente antes como para poder disfrutarlo como lo hacía ahora. Echando a un
lado la culpa de estarse aprovechando del menor por dos meses, quiso tragarse ésa lengua con sabor a vino
dulce y ron. Sintió como su temperatura se elevaba cada vez que Ato removía sus caderas incitando el roce de
su entrepierna. Sí que estaba ansioso el rucio, de pronto abrazó sus caderas y lo apretó contra sí. Auch. Tuvo
que separase y lo miró. Con una carita que nunca le había visto antes, suerte para él que las cortinas
estuvieran hace más de cinco días secándose en el patio, toda luz de afuera reflejaba en la cara del rucio
haciendo parecer las mejillas dos pequeñas luces de navidad. Besó el cuello blanco del otro, lo apretó con los
labios, lo mordió, le hizo muchas marcas por todos lados. No podía parar de escucharlo gemir bajito. De
inmediato la polera del más bajo le estorbó de sobre manera, al mismo tiempo que se dio cuenta que el rucio
ya le quería quitar la polera subiéndola hasta los hombros. Se irguió y se quitó la polera “a petición del
público”, al instante el otro también se sentó sin dejar de mirarlo fijo y no pudo aguantarse las ganas de
sacarle él mismo lo que traía encima. Era como si su vida dependiera de besarse. Y si antes era intenso todo lo
que sentían, ahora era mil veces mayor.
Ahora era él quién estaba a merced del más pequeño, violentamente lo apretaba contra sí chocando
sus ya erecciones y mantenía el control de todo, lo empujo hacia abajo quedando ahora arriba el más joven.
Le rasguñó fuerte y varias veces sin dejar de comerse su boca, no dejó de sentir las uñas del otro quemándole
la piel, sin embargo también podía sentir como le apretaban fuerte su entrepierna sobre el pantalón.
-Cresta… ah…
Acto seguido, Ato se levantó un poco para empezar a desabrocharle los pantalones, dejó que lo
hiciera y ahora nuevamente se le puso encima, le mordió el abdomen y mientras lo hacía ahora era él el que
trataba de deshacerse de los pantalones de su mejor amigo, los quiso bajar, pero se dio cuenta que ninguno de
los dos siquiera había tenido tiempo para quitarse las zapatillas. Para él no era complicado, las suyas no tenían
cordones, pero las del rucio eran de lonas y cordones de media caña. Se rió.
Parece que el rucio tenía la determinación de no dejar de besarlo por ningún motivo, ya que ni
mientras le tomaba los pies y torpemente le desbrochaba las zapatillas no dejaba de comerle la boca o en su
defecto la cara o cuello.
Al fin le sacó todo. Ahora sí, se dijo.
Le bajó los pantalones y los bóxers de inmediato. Sentía que explotaba sólo con mirarlo. Tomó el
pene del otro y lo apretó fuerte en la punta. Iba a comenzar a masturbarlo cuando el rucio lo detuvo y trató de
alejarlo con la poca fuerza que tenía.
-Sácate los pantalones-apenas pudo pronunciar.
Apenas terminó de hablar ya los tenía olvidados en algún lugar de la habitación.
Se apretó contra él y pensó que el mundo se iba a acabar al sentir las piernas del rucio rodeándole las
caderas. Quisieron comerse otra vez al ritmo del movimiento de sus caderas. Sólo el roce podía ponerlo
estúpido y un tanto demente.
Tuvo muchas ganas de penetrarlo en ése momento, pero con hombres su experiencia era nula y por
nada del mundo quería hacerle daño a su pequeño ricitos de oro. Dejó al fin de pensar y se dejó llevar por el
sudor bañado en placer y todos ésos impulsos eléctricos que le recorrían la espina. Dejó de pensar, si al cabo
de todo, sólo besarle los labios podía causarle uno que otro orgasmo.
No pensó tampoco cuando ambos se vinieron y por ni un momento lo dejó de besar recostándose a su
lado para abrazarlo y fundirse con la piel del otro.
Le miró frente a él, nariz con nariz, esforzándose por no cerrar sus ojitos verdes, pensó que tenía
ganas de decirle algo, pero ambos no pudieron articular palabra, con suerte y podían respirar bien.
Bien cerca se le puso el más pequeño y le besó los labios. Fue corto, pero no se echó ni un milímetro
atrás hasta quedarse dormido, con el cuerpo enredado al suyo.
Pudo ver cómo se dormía, le despejó la carita del pelo húmedo y en ése momento decidió que nunca
más le haría sufrir por idiota como hasta ahora, porque lo amaba y al fin había tenido los cojones para admitir
que enamorado hasta las patas estaba de su mejor amigo y no sabía desde cuando.

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XIV

Santiago, 2006.

Sintió que algo le clavaba en el abdomen y como por 10 minutos no quiso abrir los ojos. Sabía que si
lo hacía, volver a dormir ya no le sería posible.
Se dio por vencido. Abrió uno y por 15 segundos no reconoció el lugar. Trató de mover su brazo,
pero se lo impidieron. Todo volvía a ocupar su lugar en su mente y una sonrisa ocupó lugar en su rostro. La
carita de su mejor amigo le reconfortaba de sobre manera aunque tuviera el ceño fruncido y cada cierto
tiempo expulsara una sarta de sonidos que morían en el aire antes de convertirse en palabras.
Trató de acomodarse con él encima sin despertarlo, no tuvo éxito. El de pelo más claro abría al fin
sus ojos verdes con un poco de dificultad. Le plantó un beso y el menor terminó de abrirlos de par en par, vio
su propio miedo reflejado en ellos mientras se hacía para atrás quebrando todo el contacto con su piel.
Sólo pudo sentir algo muy feo en la boca del estómago antes de que el rucio escapara de la
habitación y se encerrara en el baño.
¿Acaso no recordaba? ¿Se arrepentía?
Por horas logró olvidar que era su vida, y en su vida las cosas buenas no resultaban nunca.
Bajó a ducharse en el baño del primer piso, total, su amigo no saldría en un buen rato de ahí, ni caso
tenía quedarse esperándolo para hablar, ya lo enfrentaría en el transcurso del día, se tendrían que encontrar en
algún momento.
Y así fue, ya duchado decidió cambiar la canción que hace rato sonaba en el PC subió las escaleras
lentamente, nunca fue amigo de la altura y descalzo no era muy difícil resbalarse. Tan concentrado en eso iba
que al levantar la vista pudo percatarse que el rucio salía del baño sólo con unos shorts. Se apresuró a
detenerlo antes de cualquier intento de huída y le agarró el brazo.
-Te atrapé-el otro brazo lo puso sobre su cabeza dejándolo sin escapatoria.
Quiso besarlo de nuevo para ver su reacción, le volteó la cara otra vez.
-¿¡Qué!?-comenzaba a desesperarlo.
-¿Qué qué?
-¡Esto! Anoche creí que…
Ato rió como el malvado en alguna película de drama donde acababa de utilizar al que era más bueno
que la leche descremada.
-¿¡Y porqué mierda te estás riendo!?
-De nuestra estúpida relación, de eso me río.
-¿Sabes que te va a dar más risa aún? Besar a tu polola y pensar en tu mejor amigo, abrirle las
piernas sin dejar de pensar en ti, metérselo hasta dentro y desear que fueras tú. Eso sí es gracioso ¿no? ¡El
estúpido cliché en el que estoy metido por tu maldita culpa!
Silencio.
“Ahí viene su cara de nada”, pensó.
-¿¡Y qué si pensabas en mí!? ¡Si sigues revolcándote con esa puta y no conmigo!-le gritó.
¿Y la cara de nada? Que le respondiera de esa manera, le… ¿excitaba? ¿Qué clase de enfermo era?
Lo besó con furia y le metió la lengua hasta el fondo.
El rucios se la mordió y no de una manera muy sensual.
Lo empujó y le plantó un puñetazo en toda la cara.
Casi se cae aturdido por el golpe. El labio se le había reventado.
Tratando de sobreponerse a la situación, se acomodó la ropa y la mandíbula.
Se miraron con un tanto de rabia.
No se rendiría, no señor.
Del pelo lo agarró y lo atrajo para besarlo, irrumpió en su boca cual torbellino que arrasa con una
cuidad y lo empujó a la pared. No lo iba a soltar esta vez y el menor logró separarse otra vez.
-Imbécil-le escupió con los ojos vidriosos.
Él mismo se lo llevó a la otra pared y lo besó con rabia. Poco a poco el beso se tornaba menos
agresivo y más intenso. Ahora sí podía tomarlo tranquilamente de la cintura sin esperar que le devolvieran
una patada en la cara.

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