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J. G. Ballard: la sociedad burguesa entre la utopía y el apocalipsis.

Guido Fernández Parmo.


Profesor de Filosofía. Facultad de Filosofía, Ciencias de la Educación y
Humanidades. Universidad de Morón.

Extraña modernidad esta que avanza hacia atrás, el atardecer del siglo XX tiene más semejanzas
con sus brutales centurias antecesoras que con el plácido y racional futuro de algunas novelas de
ciencia-ficción. Subcomandante Marcos. 7 piezas sueltas del rompecabezas mundial

Resumen
La literatura de J. G. Ballard nos interpela constantemente acerca de nuestra
condición de hombres de fin de siglo, en la medida en que todos conformamos la
sociedad burguesa que funda sus raíces en el consumo. Retirándose a lo que él
llama el «espacio interior», en contraposición al «espacio exterior» de la ciencia
ficción tradicional, Ballard expone, de una manera violenta y desprejuiciada, las
características de la subjetividad burguesa que ha llegado a vivir en el ocio y la
improductividad. Para el autor, lo que queda en dicha subjetividad son los instintos
más violentos de un inconsciente liberado de las costumbres y normas morales.
Estas normas y costumbres fueron típicas de la sociedad que todavía no había
alcanzado ese momento, indistinguible, que se encuentra entre la utopía de un
capitalismo en expansión, y el apocalipsis de una sociedad que se lanzó
complacientemente a la autodestrucción.

I. Introducción: la ciencia ficción y el capitalismo


La literatura de Ballard se compone de un extraño paisaje producido por una
mezcla de utopía y de apocalipsis. El capitalismo asociado al desarrollo
tecnológico ha logrado la fusión originaria de estos dos conceptos aparentemente
contradictorios, tal vez mostrando que detrás de la utopía capitalista sólo se
esconde el apocalipsis de nuestra humanidad. Esta originalidad se debe a la
propia originalidad de la literatura de Ballard frente a la ciencia ficción tradicional
que, incansablemente, nos ha propuesto utopías tecnológicas en donde el
desarrollo de la humanidad se ve ampliamente superado.
Dice Ballard en el “Prólogo” de Crash, “Nuestros conceptos de presente,
pasado y futuro necesitan ser revisados, cada vez más. Así como el pasado
mismo –en un plano social y psicológico– fue una víctima de Hiroshima y la era
nuclear, así a su vez el futuro está dejando de existir, devorado por un presente
insaciable. Hemos anexado el mañana al hoy, lo hemos reducido a una mera
alternativa entre otras cosas que nos ofrecen ahora. Las opciones proliferan a
nuestro alrededor. Vivimos en un mundo casi infantil donde todo deseo, cualquier
posibilidad, trátese de estilos de vida, viajes, identidades sexuales, puede ser
satisfecho en seguida. / Añadiré que a mi criterio el equilibrio entre realidad y
ficción cambió radicalmente en la década del setenta, y los papeles se están
invirtiendo. Vivimos en un mundo gobernado por ficciones de toda índole: la
producción en masa, la publicidad, la política conducida por una rama de la
publicidad, la traducción instantánea de la ciencia y la tecnología en imaginería
popular, la confusión y confrontación de identidades en el dominio de los bienes
de consumo, la anulación anticipada, en la pantalla de TV, de toda reacción
personal a alguna experiencia. Vivimos dentro de una enorme novela. Cada vez
es menos necesario que el escritor invente un contenido ficticio. La tarea del
escritor es inventar la realidad” (BALLARD, 1979 (b): 11-12). Dentro de esta
parálisis histórica, producida por una producción del deseo sujeta al incansable
retorno de la mercancía, la ciencia ficción “inventa realidad” porque pone en
evidencia el substrato material sobre el cual descansa esta utopía/apocalipsis
capitalista. Que la ciencia ficción invente realidad es sólo una aparente
contradicción, apenas un juego de palabras en la medida en que la invención sólo
puede ser percibida como una ficción para el ideologizado sentido común que no
puede tomar distancia de su propio medio de existencia. Leemos en Noches de
cocaína: “Lo irreal prosperaba por todas partes, un imán para incautos”
(BALLARD, 1997: 17). Lo irreal llena el mundo, buscando una utopía que, en los
balnearios de esta novela, se describe así: “la arquitectura blanca que borraba la
memoria; el ocio obligatorio que focilizaba el sistema nervioso [...]; la aparente
ausencia de cualquier estructura social: la intemporalidad de un mundo más allá
del aburrimiento, sin pasado ni futuro y con un presente cada vez más reducido”
(BALLARD, 1997: 36). Pero esta utopía coincide con el apocalipsis, se confunde
con él. Cuenta Ballard en su libro autobiográfico La bondad de las mujeres sobre
el campo de concentración: “nadie sabía cuándo acabaría la guerra [...] y los
internos trataban de hacer frente a la interminable espera a base de borrar el
tiempo” (BALLARD, 1993: 37).
La utopía se confunde con el apocalipsis en la producción incesante de
mercancías. A su vez, esta producción de mercancías continúa un aparente ritmo
incesante de la tecnología. La tecnología vuelta mercancía traería a las
sociedades industriales un nivel de confort y placer que haría que el sufrimiento
humano desapareciera de una buena vez. Si científicamente el liberalismo clásico
se jugó al optimismo natural de la economía, literariamente, la ciencia ficción ideó
el futuro de dicho desarrollo. La ciencia ficción de los siglos XVIII y XIX, como
Jonathan Swift, Lord Lytton o Samuel Butler, dieron el punta pié inicial, pero es la
del siglo XX, una vez que el desarrollo tecnológico despegó de la misma forma en
que lo hicieron las contradicciones sociales, la que ideó las utopías tecnológicas
sin cuestionar las bases impensadas de nuestra sociedad. A pesar de Ballard, que
niega su influencia, Wells fue el primero que puso en duda dicho optimismo con su
“escepticismo metafísico y herético” (WELLS, 2000: 24). Pero al margen de Wells,
la imagen pareció acompañar la utopía de la alianza entre el capitalismo y la
tecnología.

II. El paisaje de la utopía y del apocalipsis.


Los paisajes de Ballard. Territorios desbastados, confines, ciudades abandonadas,
naciones perecidas, geografías secas, sumergidas, oscuras. Edificios
supermodernos y autosuficientes, balnearios exclusivos, ocio improductivo,
abundancia de mercancías. El paisaje definido por Ballard en sus novelas y
cuentos varía entre la pobreza y la abundancia, entre la vitalidad y la muerte, entre
el ocio y el trabajo, entre la sofisticación y el primitivismo. Entre la sequía
(BALLARD, 1979) y la inundación (BALLARD, 1988). Un mundo en ruinas, repleto
de objetos-fóciles que representan el esplendor de la sociedad de consumo
quebrándose y dejando entrever un interior violento, caótico y desbordante. Esta
doble caracterización del espacio literario en donde sus historias son narradas, es
el producto de la alianza entre el capitalismo y la tecnología. Este paisaje ambiguo
es, para Ballard, el paisaje del presente reducido que se ha tragado al pasado y al
futuro. Por eso, las novelas de Ballard tienen su fundamento, para decirlo
filosóficamente, en las condiciones materiales de existencia de nuestra sociedad
actual. Lo que hace que, aún cuando se trate de un pasado, como en El Imperio
del Sol, o de un futuro, como en Hola América, nunca haga otra cosa que hablar
de nuestro presente, es decir, de la sociedad instituída por la alianza entre el
capitalismo y la tecnología. Así se describe esta alianza, y sus consecuencias, en
El Rascacielos: “El edificio de apartamentos estaba creando un nuevo tipo social,
una personalidad fría y cerebral impermeable a las presiones psicológicas de la
vida en un rascacielos [...] Por primera vez eliminaba la necesidad de reprimir
cualquier tipo de conducta extravagante, y les permitía dedicarse a investigar los
impulsos más anómalos y perversos [...] En muchos sentidos, el edificio de
apartamentos era un modelo de todo lo que la tecnología había desarrollado,
haciendo posible de este modo la expresión de una psicopatología auténticamente
«libre»” (BALLARD, 1983: 49-50).
El afuera de esta sociedad, el futuro de esta sociedad, apenas si es
nombrado en su literatura. Y, cuando lo hace, como en “La ciudad última”, sólo
queda en un segundo plano para caracterizar mejor al presente del cual todavía
no salimos. En esa novela corta, describiendo la última de las ciudades de la era
tecnológica, ahora abandonadas, dice el narrador: “Por todas partes había tiendas
de electrodomésticos, muebles, ropas y baterías de cocina, una superabundancia
de mercancías que Halloway nunca había previsto. En Ciudad Jardín había pocas
tiendas: todo lo que uno necesitaba, ya fuera una nueva cocina alimentada por
energía solar o una bicicleta de alta velocidad, se le encargaba directamente al
artesano que lo diseñaba y fabricaba exactamente según las necesidades de la
clientela” (BALLARD, 1994: 19). Si el futuro imaginado por Ballard apenas aparece
descrito, sólo se debe a que funciona como un contraste elemental de la
característica de nuestra sociedad: la producción incesante de mercancías.
Ballard profundiza este análisis de los supuestos impensados de la
sociedad en sus novelas urbanas La isla de cemento, Rascacielos, Crash y
Noches de cocaína. El enorme edificio de Rascacielos, símbolo urbano de ese
pico de nuestra “civilización”, se quiebra y deja ascender los instintos más
destructivos de la humanidad negados en la clásica visión optimista. Instalado en
una verdadera utopía, es decir, en un no-lugar, el rascacielos, con “cuarenta pisos
y mil apartamentos, supermercado y piscinas, banco y escuela –todo virtualmente
abandonado en el cielo” era un lugar de “oportunidades más que suficientes para
la violencia y la confrontación” (BALLARD, 1983: 9). La utopía da un paso más y
se convierte en el apocalipsis. La utopía se confunde con el apocalispsis porque
no hay distancia que los separe, el fracaso de la utopía es su propia naturaleza.
En Hola América, novela situada en un futuro en donde Estados Unidos se
derrumbó dejando atrás un desierto semi-vacío, el protagonista, visitante de
Europa, escribe en su diario: “Intenté explicarle mis propios sueños acerca de un
renacimiento de los Estados Unidos, pero él piensa obviamente que soy muy poco
práctico, obsesionado por las marcas registradas y una cantidad de ilusiones
infantiles acerca del crecimiento ilimitado. Según él fue el exceso de fantasía lo
que mató a los viejos Estados Unidos, toda esa cosa de Mickey y Marilyn, la
tecnología más asombrosa dedicada a trivialidades como cámaras instantáneas y
espectáculos espaciales que no tenían que haber salido de los libros de ciencia
ficción” (BALLARD, 1986: 165). De esta forma, el apocalipsis es la continuación
natural para una sociedad dedicada a un consumo y una producción ilimitada de
mercancías siempre nuevas. La propia vida de la sociedad de consumo, dedicada
a la destrucción de la propia producción y de los recursos naturales, es la utopía y
el apocalipsis. No hay distancia entre un estado y otro. Dice el narrador de
Rascacielos: “Ahora que todo había vuelto a la normalidad, le sorprendía que no
hubiera habido un comienzo, una línea que ellos hubieran atravesado entrando en
una dimensión indudablemente más siniestra” (BALLARD, 1983: 9). Sin saber
cómo, todo el edificio entrará en una guerra suicida entre los propietarios que hará
que ese símbolo del desarrollo tecnológico y del confort se vuelva una pesadilla,
un viaje por los impulsos más agresivos de hombres y mujeres.
De esta forma imperceptible se produce la transformación psicópata de la
subjetividad burguesa, mediante lo que el protagonista de El mundo sumergido
llama la “zona de tránsito” (BALLARD, 1988: 43). La forma en que se manifiesta la
transformación, la apertura de esa grieta abierta en medio de la utopía, es la fiebre
que sobreviene como pérdida del yo ante el derrumbe del orden burgués, y que,
por ejemplo en La isla de cemento, transforma la percepción espacio temporal
(BALLARD, 1984). El tránsito de la utopía al apocalipsis suele ser un tránsito
producido por una alteración psicofísica, ya sea una infección, un ácido o el
hambre. Una fiebre extrañadora se apodera de todos los personajes y permite la
liberación de la agresividad. Si todo se vuelve caótico es porque el orden de la
sociedad se ha quebrado por algún lado, y lo que discurre por esa grieta es una
fiebre que transmuta todas las cosas en violencia. El viaje hacia la fuente del río
en El día de la creación se transforma en un viaje, a la manera de Conrad, hacia
las profundidades de la subjetividad en donde el orden ya no se impone al caos:
“Desenredé sus dedos de mi mano. Su fiebre había cedido, pero yo me sentía
incapaz de hacer algo por él, porque había dejado de pensar y de obrar como un
médico. Durante el viaje en el Salammbo [el barco] habíamos entrado en un reino
donde la enfermedad y la obsesión habían dejado de ser los opuestos de la salud
y la enfermedad” (BALLARD, 1990 (b): 232). Del vacío del ocio improductivo a la
agresividad a-moral. Igual de imperceptiblemente, la agresividad se adueña de la
subjetividad burguesa inactiva y vacía.

III. Psicosis y mercancía


La psicosis destructiva y violenta tiene su ser social o político en el consumo de la
mercancía. La sociedad entera existe sólo para producir lo que ha de ser
consumido, destruido, envolviendo en esta lógica, como había visto Marx, a las
propias relaciones humanas. Los acontecimientos históricos por excelencia son
las guerras, que, según El Imperio del Sol, “siempre renovaban el vigor de
Shangai, aceleraban el pulso de las calles congestionadas, incluso los cadáveres
de las alcantarillas parecían más vivos” (BALLARD, 1985: 55). En Ballard siempre
existe ese vínculo macabro entre vida y la violencia: es la violencia lo que imprime
vida a esta sociedad. La utopía económica y el apocalipsis psicópata, conducción
bicéfala de nuestra sociedad, representada en Hola América por el líder de los
habitantes naturales llamado, indistintamente, Charles Manson o Howard Hughes:
el psicópata y el economista.
De la utopía al apocalipsis. En Noches de cocaína, el pasaje va del ocio al
delito: “nos aguardan sociedades del ocio [...] ¿cómo se estimula a la gente, cómo
se le da una cierta sensación de comunidad? [...] Sólo queda una cosa capaz de
estimular a la gente: amenazarla y obligarla a actuar” (BALLARD, 1997: 206).
Violaciones, incendios, robos, hurtos, asesinatos, y todas las conductas
«anómalas y perversas» que queramos imaginar, son el motor que pone en
marcha la vida de nuestra sociedad, es decir, que pone en marcha el consumo
desenfrenado, el eterno retorno de la mercancía. Se trata de una liberación tanto
moral como económica, de un flujo continuo de deseos, impulsos, y producción
capitalista. Dice el protagonista de Noches de cocaína: “Las drogas, la
prostitución, el juego... todos medios para un mismo fin [...] Una comunidad viva”
(BALLARD, 1997: 322). La psicosis acompaña la continua y desenfrenada
producción de mercancías. De allí que la subjetividad transformada sea un nuevo
tipo social: el fundamento del deseo hay que buscarlo, antes que en la interioridad
del sujeto, en la exterioridad de un paisaje fascinado con la tecnología y la muerte.
De esta forma, la propia sexualidad de esta nueva subjetividad se encuentra
desplegada sobre el cuerpo social, insaciable frente a las infinitas posibilidades
que la sociedad ofrece. Dice el narrador de Crash sobre su mujer: “nunca estaría
satisfecha hasta que se hubiesen llevado a cabo en el mundo todas las cópulas
concebibles” (BALLARD, 1979 (b): 126-127), y el personaje de Compañía de
sueños ilimitada decide “asustar al pueblo tranquilo” con su propio sexo, montarse
“al pueblo mismo” (BALLARD, 1990 (a): 146). La propia energía del hombre, en
este caso sexual, fluye como la energía inagotable de las máquinas y del mundo
tecnológico. De la misma manera en que el avance científico no ha respetado las
vidas humanas, y ha crecido a expensan de ellas, la propia agresividad y los
instintos no respetan ningún obstáculo. El deseo, como marcaron Deleuze y
Guattari en su libro el Anti-Edipo, es de naturaleza social. Las máquinas poseen
una “arrolladora energía” (BALLARD, 1994: 17), lo que le hace admitir al
protagonista de Crash, su “obsesión con las posibilidades sexuales de todo lo que
me rodea” (BALLARD, 1979 (b): 39). La misma obsesión por el crecimiento
perpetuo de la plusvalía, ese flujo abstracto, que persigue el protagonista de “La
ciudad última”: “Aquí la vida depende mucho del tiempo: las horas de trabajo, los
sueldos, etcétera, todo se mide con el reloj. Se me ocurrió que si alargáramos la
hora, sin que nadie se enterara, por supuesto, podríamos hacer que la gente
trabajase por los mismos sueldos. Si yo ordenara que se me entregasen todos los
relojes para, digamos, un examen gratuito, ¿podríamos ajustarlos y hacerlos andar
un poco más despacio? [...] Si variáramos la duración de la hora, retardando o
acelerando los relojes, tendríamos en nuestras manos un potente regulador
económico” (BALLARD, 1994: 85). Psicosis y mercancía. El capitalista psicópata y
el psicópata capitalista. Utopía y apocalipsis.

IV. Conclusión: ¿qué utopía y qué apocalipsis?


Cuando la sociedad burguesa deja entrever lo que esconde, una “caja de Pandora
de mil tapas” (BALLARD, 1983: 49) se abre liberando a la propia subjetividad
burguesa de todas las trabas o represiones que la moral le impone. Pero antes
que ser una profecía sobre lo que puede ocurrir, es una descripción sobre las
bases impensadas de nuestra sociedad. Es la misma lógica capitalista, asociada
al desarrollo tecnológico, la que permite y produce un deseo agresivo, violento y
amoral.
Esto está claro en Ballard: nada más lejos que una visión moralista sobre el
deseo burgués o sobre el desarrollo de la tecnología. Antes que moral,
deberíamos pensar que la denuncia es política. Y la realidad que esta ciencia
ficción se propone inventar está centrada en el motor mismo de nuestra sociedad:
es el impulso autodestructivo y suicida de una lógica psicópata y consumista que
instituye una sociedad y un deseo suicidas. La utopía capitalista, siempre
alcanzada y siempre renovada repetitivamente, es su propio apocalipsis.

Bibliografía.
BALLARD, James. 1988. El mundo sumergido. Barcelona: Minotauro.
BALLARD, James. 1979 (a). La sequía. Barcelona: Minotauro. 1° Reimpresión,
1984
BALLARD, James. 1979 (b). Crash. Barcelona: Minotauro. 3° Edición, 1996.
BALLARD, James. 1983. Rascacielos. Barcelona: Minotauro.
BALLARD, James. 1994. Aparato de vuelo rasante. Barcelona: Minotauro..
BALLARD, James. 1990(a). Compañía de sueños ilimitada. Barcelona: Minotauro.
BALLARD, James. 1986. Hola América. Barcelona: Minotauro.
BALLARD, James. 1984. La isla de cemento. Barcelona: Minotauro.
BALLARD, James. 1985. El Imperio del Sol. Buenos Aires: Monotauro. 2° Edición,
1988.
BALLARD, James. 1990 (b). El día de la creación. Buenos Aires: Minotauro.
BALLARD, James. 1993. La bondad de las mujeres. Barcelona: Emecé.
BALLARD, James. 1997. Noches de cocaína. Barcelona: Minotauro.
WELLS, Herbert. 2000. Una utopía moderna. Barcelona: Océano.

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