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Nuestra condición humana, y concretamente la propia capacidad para relacionarnos, nos
lleva a enfrentarnos con los demás, consigo mismos, con Dios y con las realidades o cosas
que nosrodean, al tiempo que experimentamos lanecesidad de paz y reconciliación. Jesús
mismo, por medio de sus acciones proféticas, elevó a la dignidad de sacramento esta
necesidad de reconciliación. Son claras las expresiones de los evangelios: c
(Jn 1, 29), que llama a la conversión (cf. Mc
1,15),que tiene poder de perdonar pecados (cf. Mt 9, 6), que exhorta a sus discípulos para
que practiquen la corrección fraterna (cf. Mt 18, 15- 18), queal final de su vida, en medio
de sus sufrimientos, exclama:
(Lc23,
34) y que,en la tarde de Pascua, se les aparece a sus discípulos y les dice:
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!
(Jn 20, 23), que le confía a la Iglesia la continuación de su
obra redentora administrando el perdón de los pecados que,
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(Catecismo de la Iglesia Católica n. 1486).
De este modo, quien peca ha de volver a la amistad con Dios y con la comunidad cristiana
mediante la confesión al menos cada año o en peligro de muerte, para obtener así,
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" . (Constitución conciliar sobre la Iglesia n. 11)
Debemos reconocer que Cristo mismo ha instituido este sacramento precisamente para
devolver al hombre pecador la gracia perdida con el pecado, de este modo, la vida cristiana
es vida de movimiento hacia Dios. Y el sacramento de la penitencia y de la reconciliación
vivido con plenitud e intensidad, constituye la meta de un camino de fe y de conversión; es
el signo mediante el cual el que ha acogido el anuncio salvífico de la Palabra de Dios,
movido por el Espíritu Santo, reconociéndose pecador y necesitado de la misericordia
divina, vuelve a Dios pidiéndole perdón de manera que pueda celebrar los hermanos la
reconciliación. Si no se escucha la Palabra que ilumina la situación de pecado del hombre,
no es posible que salte el dinamismo de la conversión. Y esta íntima conversión de su
corazón es expresada por el pecador mediante la confesión que hace a Dios y a la Iglesia,
junto con la debida satisfacción y enmienda de su vida.
No obstante, son considerables los esfuerzos que la Iglesia ha procurado, desde el Concilio
Vaticano II, para que todos los bautizados nos informemos, conozcamos y practiquemos
frecuentemente el sacramento de la penitencia y de la reconciliación. Además, nos recuerda
que es preciso pediral Padre misericordioso el don precioso de la conversión para sí mismos
y para los demás. Asimismo, no es suficiente cumplir con la penitencia, es necesario
reparar la culpa hecha a nuestros hermanos que han sido ofendidos, a causa del pecado que
voluntariamente hemos cometido. De esta manera tiene cumplimiento la palabra que Cristo
dijo a sus discípulos:
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(Mt 5, 23-24).