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politicas cientificas en venezuela

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Título: <LAS POLÍTICAS DE CIENCIA


Y TECNOLOGÍA EN VENEZUELA Y SU
IMPACTO EN EL SISTEMA
UNIVERSITARIO> Autora: <Parra Sandoval, Maria Cristina> Dirección: <Doctorado en
Ciencias Humanas/Universidad del Zulia/ Ciudad Universitaria, Edificio Mareluz/
mcparra@cantv.net> Resumen:

<Las políticas de Ciencia y Tecnología desarrolladas por el Estado venezolano han estado
tácitamente orientadas a superar el modelo tradicional de producción del conocimiento. Los
efectos no esperados de esas políticas indican que este se ha fortalecido: individualismo,
aislamiento, escasa pertinencia y especialización disciplinar impiden nuevas formas de
investigar. Tradicionalmente, la producción científica ha tenido su espacio privilegiado en
las universidades y en ellas los profesores tienen el papel protagónico en la producción de
conocimiento. En la ponencia se analiza el posible efecto que las políticas implementadas
por el Estado han tenido en el fortalecimiento de un modelo de producción del
conocimiento que no trasciende el ámbito académico, ni implica de manera directa a las
empresas, las organizaciones no gubernamentales y comunidades. Ello suscita el
cuestionamiento de estas políticas y reta a las instituciones universitarias y al Estado a
evaluar cuál es el verdadero impacto social que han tenido y hasta qué punto han
significado la democratización del conocimiento.> Eje Temático: <Ciencia, tecnología,
democracia y política educativa> Código: < 1VEN011> País: <Venezuela> Palabras clave:
<ciencia y tecnología – políticas públicas – universidad – profesores - Venezuela>
Proyecto de investigación asociado: <La profesión académica en Venezuela: perspectivas
comparadas> Periodo de investigación: Iniciación: <2000>; Finalización: <2002> Una
historia relativamente reciente:
la institucionalización de la ciencia en Venezuela En términos generales, puede decirse
que en todo el periodo que va desde la colonia hasta mediados del siglo XX, el movimiento
científico institucionalizado estuvo prácticamente ausente en Venezuela. A excepción de
algunos personajes y sus obras, circunscritas a un reducido espacio y aún mas reducido
impacto social: Vargas, Cagigal, Codazzi, Beauperthuy, Ernst, entre otros (Roche, 1982),
era limitado lo que pudiera destacarse como actividad sistemática, organizada, financiada,
visible y con reconocimiento público, en la producción de conocimiento. La investigación
en el área de la medicina es la que aun cuando incipiente y adoleciendo en cierta medida de
esas debilidades, logra sobresalir y mantenerse. A finales del siglo XIX la influencia de
estos precursores se dejó sentir con la introducción del positivismo y el evolucionismo en
las
universidades venezolanas, lo cual poco a poco fue minando la concepción escolástica y
dogmática que impedía, en el plano ideológico tanto como en la práctica, el desarrollo de
una ciencia mas acorde con los tiempos vividos mundialmente en los centros académicos.
Sin embargo, poco fue lo que pudo hacerse desde estas instituciones dado el cerco político
y financiero al cual estuvieron sometidas, prácticamente hasta mediados del siglo XX, por
lo cual su funcionamiento fue irregular y con numerosos altibajos. Es alrededor de la
década de los años 50, cuando puede ser identificado el comienzo de la institucionalización
de la ciencia en Venezuela y por ende, de la política científica, que regula el encuentro de
la ciencia con el Estado (Rengifo, 1986). Así, desde esta década, comenzó a estructurarse
-fomentada desde el Estado en sintonía con lo que en ese momento prevalecía
internacionalmente, con relación al papel de la ciencia en el desarrollo- la institucionalidad
básica que dio paso a la producción de conocimiento científico sistemático, financiado y
con cierto reconocimiento social. Ello dio origen a la creación de organizaciones científicas
y al planteamiento de políticas incipientes de fomento a la ciencia y, casi de manera
marginal, a la tecnología. En estas políticas sobresalió una concepción que privilegiaba la
ciencia ‘pura’, bajo el supuesto de que ello redundaría -a mediano o largo plazo en su
aplicación y, consecuentemente, en el desarrollo tecnológico. Es ese momento cuando las
condiciones políticas, sociales y económicas se conjugan para ser el escenario del
nacimiento de los primeros mecanismos, expresamente creados con el objetivo de apuntalar
y fortalecer la producción de conocimiento científico: el Instituto Venezolano de
Neurología e Investigaciones Cerebrales (IVNIC) que daría origen posteriormente al
Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), la Facultad de Ciencias de la
Universidad Central de Venezuela, la Asociación Venezolana para el Avance de la Ciencia
(AsoVAC) son algunos de esos movimientos promotores de la idea según la cual la
importancia de la ciencia se deriva de ser un instrumento modernizador y de progreso,
aunque en esta concepción privaba la orientación hacia la ciencia por la ciencia misma, lo
que daba cuenta de su antecedente positivista. De allí el predominio de las llamadas
‘ciencias básicas’ y de la investigación sin pretensión utilitaria o tecnológica, siendo más
importante “el estudio directo de la naturaleza” (Freites, 1984), cuya consolidación debería
ser previa a cualquier intento de investigación aplicada. Si lo anterior es válido para las
ciencias ‘naturales’ que encontraron su espacio idóneo en estas instituciones, mediante las
cuales se ‘profesionalizó’ la figura del ‘científico’, no lo es menos para el caso de las
ciencias ‘sociales’ en las cuales se observan dos tendencias. Por una parte, la de los
seguidores del ‘positivismo’ venezolano de
finales del siglo XIX y su apego a los “criterios de cientificidad del positivismo europeo”
que dio origen al auge del ensayo como recurso retórico (Castro, 1996: 123) y por la otra, la
de quienes encontraron en las propuestas del funcionalismo y, en algunos casos su
integración con el marxismo, el camino por el cual orientar su investigación. Así, aun
cuando en esta segunda opción se ubican investigaciones de gran envergadura e impacto
social1 no es esto lo que predomina en el campo de las ciencias sociales. Y, aunque la
práctica del ensayo no es un referente efectivo de la investigación básica en las ciencias
sociales, tampoco las investigaciones más ‘empíricas’ significaron la consolidación de la
investigación aplicada en estas ciencias. En 1967 se creó el Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología (CONICIT), en cierta medida como respuesta a las recomendaciones hechas por
lo organismos internacionales, para constituirse en el mecanismo a través del cual se
regularizara y sistematizara el vínculo entre el Estado y las comunidades científicas, bajo el
compromiso de parte del primero -representado por el organismo-, de ofrecer el
financiamiento necesario y de los investigadores de responder con un trabajo de calidad.
Se trata en este caso de los estudios realizados principalmente desde el Centro de Estudios
del Desarrollo (CENDES) y del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, ambos
de la Universidad Central de Venezuela (UCV).
1
En este contexto, el CONICIT es responsable de “la implantación de una institucionalidad,
vale decir de un conjunto de valores, leyes y prácticas, como basamento para el
desenvolvimiento de la ciencia nacional.” (Avalos, 1999). En tal conjunto de valores y
sobre todo de prácticas, se sentía la influencia de quienes habían sido pioneros de la
investigación en Venezuela, especialmente en el campo de la medicina y de las ciencias
‘naturales’, y su convicción acerca de la utilización del ‘método científico’ como único
camino para garantizar la ‘verdad’ científica, objetivo último de su investigación. De esta
convicción se derivaba el conjunto de procedimientos y procesos implantados por la
organización para el otorgamiento del financiamiento, que era en definitiva lo que
justificaba la existencia del CONICIT, como mecanismo a través del cual un sector
marginal en la sociedad –el científico- y una actividad con poco reconocimiento social –la
investigación-, obtenía su participación en la distribución de la renta nacional. Es
conveniente aclarar que este señalamiento no tiene carácter peyorativo toda vez que tal
financiamiento permitió la formación de los investigadores – principalmente en estudios de
cuarto nivel-, la dotación de infraestructura y el fortalecimiento de las publicaciones
científicas, todo lo cual contribuyó a la consolidación del sector de ciencia y tecnología, de
acuerdo con los cánones que al respecto prevalecían.
Bajo estos parámetros, la investigación respondería a la voluntad y decisión –acertada o no-
del investigador y de sus pares, más que a las necesidades y problemas planteados por la
sociedad en general, o por los sectores de la producción en particular, que tampoco
esperaban o exigían respuestas que se produjeran en el campo de la investigación científica.
En cualquier caso, correspondería al Estado la aplicación de los conocimientos alcanzados,
actuando como correa transmisora que actúa en una sola dirección, al proveer a la sociedad
de los bienes y servicios necesarios para su existencia. Posteriormente, tal concepción dio
un giro hacia el reconocimiento de la ciencia aplicada, el fortalecimiento de la investigación
tecnológica y la mirada hacia el desarrollo de la industria nacional, en lo que pudiera
interpretarse como la aproximación de la política del Estado a una concepción de la ciencia
con mayor pertinencia social y económica. Las políticas mas recientes del Estado en C y T
Las últimas décadas del siglo XX, y especialmente la década de los noventa, estuvo
marcada por la profundización de los cambios, que en todos los órdenes se habían venido
perfilando desde mediados del siglo. En el caso venezolano a ello se añadieron
acontecimientos en el ámbito político y social que de alguna manera anunciaban las
transformaciones que han tocado y trastocado en los últimos años la institucionalidad del
país. Estos cambios se han expresado en la formulación de políticas de ciencia y tecnología
que, al menos en el plano teórico, representan un giro en la visión del Estado con relación
al papel de la ciencia y la tecnología en el desarrollo. A partir de 1994, la dirección del
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT) inició una
consulta nacional que dio origen a la formulación de una nueva política, que significaba un
cambio importante en la concepción acerca de la ciencia y la tecnología y la
responsabilidad del Estado en esa materia. Dejó de verse a la ciencia y la tecnología como
un ‘sector’, para considerarlo como un sistema integrado e interconectado de actores,
instituciones, Estado y en tanto tal se propuso la figura de las Agendas como “una
estrategia para combinar el capital social y el capital intelectual para mejorar la
competitividad productiva y la calidad de vida de la gente.” (Avalos, 2002: 5). En tal
sentido, las Agendas constituyeron la médula de la política de ciencia y tecnología, basada
en un modelo de producción del conocimiento que rompía los esquemas prevalecientes
hasta el momento. En cierta forma, se pretendía pasar del modo 1 al modo 2 (Gibbons,
1997) con las particularidades del caso al tratarse de su implantación en la sociedad
venezolana, que a duras penas había podido consolidar –en algunas oportunidades y
parcialmente- el modo 1. Es decir, del modelo del ‘sector’ de ciencia y tecnología al
modelo de redes de innovación, de la investigación ‘libre’, por la investigación
misma, a la investigación ‘orientada’ por su utilidad y aplicación (Avalos, 2002). En
consecuencia, la propuesta implicaba novedades para la comunidad científica que
anteriormente se había mirado a sí misma o a sus pares en el exterior, como la medida y
referente de su trabajo, a la cual ahora se le pide la interacción con otros actores también
involucrados en determinada problemática. Esta es una de las características mas
importantes de las Agendas, las cuales requieren de la concertación entre los científicos y
otros actores sociales, conjugando esfuerzos y recursos, con miras a objetivos comunes
frente a un problema común, lo cual supone gran capacidad de negociación por parte de los
actores involucrados, quienes pueden ser de muy distintas procedencias, de allí que es
básicamente un proceso democrático en el cual las decisiones no son impuestas por quien
suponga que posee el control del conocimiento, sino construidas con la participación de
todos los involucrados. En resumen, se trata de una política que al sacar la actividad
científica de sus ámbitos cerrados y disciplinares, la abre a la interdisciplinariedad, al
entorno social, económico y político, al construir caminos bidireccionales que se
materializan en redes de actores, de problemáticas y de conocimiento, con el objetivo de
producir impacto y generar cambios en la vida de las personas (Avalos, 2002). Quizás los
resultados no fueron todo lo satisfactorios que se esperaba; obstáculos de distinta naturaleza
lo impidieron. Así, de acuerdo con la visión de quien estuvo directamente implicado en su
ejecución, los escollos se encontraron en las pautas culturales propias del país, de la
organización y de los socios (Avalos, 2002). Desde otra perspectiva, una de las razones a
las cuales se atribuye el impacto relativamente menor de las Agendas fue el de no haber
estado imbricadas en un proyecto de país a largo plazo y con una visión interinstitucional,
además de que el proceso de concertación no contó con la presencia de un Estado fuerte
que condujera las políticas públicas, conciliando los intereses públicos con los definidos en
las consultas con los actores involucrados, en donde a juicio de las autoridades actuales, se
evidenciaba la presencia de la ‘mano invisible del mercado’ (Ministerio de Ciencia y
Tecnología, 2005). Así, a partir de esta observación de la política basada en las Agendas,
las autoridades que asumieron la conducción del Estado a partir de 1999 y, en particular, de
la ciencia y la tecnología, proponen un Plan para hacer posible el desarrollo endógeno,
sustentable y humano subyacente en su proyecto de país, para lo cual proponen que la
investigación esté concentrada en diez áreas programáticas: innovación para el desarrollo
endógeno local; hábitat y desarrollo; salud pública; calidad de la educación; soberanía y
seguridad alimentaria; tecnologías de la información y la comunicación; petróleo, gas y
energía; innovación para
la gerencia pública; visibilidad y apropiación social del conocimiento; estudios estratégicos
e históricos para América Latina y el Caribe. Este análisis somero y un tanto superficial de
las políticas mas recientes de ciencia y tecnología conduce a concluir que evidentemente, se
ha producido un cambio de perspectiva por parte del Estado venezolano, que parte desde la
propuesta de las Agendas. La ciencia ha dejado de ser vista como una actividad aislada. Se
espera que sea socialmente pertinente, que tenga una aplicación tecnológica, que sea útil
para la solución de problemas de la vida cotidiana de la gente. Sin embargo, de allí a que se
pueda hablar de un cambio significativo de perspectiva de quienes hacen posible la
investigación científica, ya se trate de la propia comunidad de los investigadores o de los
usuarios potenciales o reales de los resultados, es mucho más difícil. La universidad como
fuente tradicional de creación de conocimiento y su expresión en la investigación que
realizan los profesores Tradicionalmente, la producción científica ha tenido su espacio
privilegiado en las universidades, por lo cual todas esas políticas de Ciencia y Tecnología
propuestas y desarrolladas por el Estado, han reconocido el papel protagónico que tienen
los profesores universitarios, como uno de los componentes del sistema, para llevar
adelante su ejecución. Sin embargo, en Venezuela, según cifras del Ministerio de Ciencia y
Tecnología, para el año 2004 sólo había aproximadamente 0,42 investigadores por 1000
habitantes económicamente activos, no obstante 75% de los cuales están ubicados en
instituciones de educación superior, especialmente en las universidades públicas
(Ministerio de Ciencia y Tecnología, 2005). El crecimiento de la universidad moderna en
Venezuela tuvo como uno de los postulados -más preciados por los académicos pioneros
del proceso de modernización de la institución-, la insistencia en la necesidad de la
participación de los profesores universitarios en actividades de investigación, no como un
complemento en su carrera profesional, o como satisfacción de una vocación personal, sino
como parte consustancial de su labor diaria (Parra Sandoval, 2003). Así, en la medida en
que la universidad venezolana y latinoamericana aumentaba en complejidad como
organización, la presencia de la investigación se constituyó en una de las formas de
expresión de la creciente multiplicidad de funciones que tuvo que cumplir (Equipo
Interinstitucional de Investigadores sobre los Académicos Mexicanos, 1994). De tal manera
que la década de los años setenta se caracterizó por “…el crecimiento casi explosivo de las
actividades científicas, junto a la creación de nuevos grupos o centros de
investigación (sobre todo básica)...” (Percy Zanders, 1994: 171), que encontraron en la
universidad pública el espacio propicio para su desarrollo, respaldadas desde el Estado por
la acción del CONICIT. Sin embargo, la multiplicación de este proceso en la práctica ha
sido objeto de numerosos obstáculos de naturaleza individual -vocación y formación para la
investigación, tiempo para dedicarse a ella, entre otras-, tanto como institucional -falta de
políticas claras al respecto, dificultades financieras, la masificación estudiantil, por
ejemplo- en fin, una larga lista de limitaciones, cuya reiteración bien documentada2 no ha
reportado un mejoramiento de las condiciones, sino por el contrario la permanencia de esta
actividad en pequeños grupos, de cierta manera selectos, dentro de las instituciones
públicas, funcionando bajo el esquema del modelo de ‘sector’ de ciencia y tecnología y de
investigación ‘libre’. La presencia y consolidación de estos pequeños grupos de
investigadores, tanto al interior de las instituciones del sector público, como de las privadas
en mucho menor medida, apunta hacia la existencia de centros de excelencia, en los cuales
la permanencia de pequeñas comunidades de investigadores, que se consolidaron a partir de
los años setenta, ha dado pie para que se instaure una cierta ‘cultura de la investigación’,
con raíces más o menos fuertes en cada una de esas instituciones y en la que sobresalen los
valores asociados a la investigación como una actividad individual o de grupos reducidos
de investigadores, concentrados en un disciplina, con el objetivo de acrecentar el
conocimiento científico, para dar cuenta ante los ‘pares’ de la calidad de la investigación.
Lo anteriormente descrito fue confirmado por lo hallazgos parciales obtenidos en una
investigación cuyo objetivo central era caracterizar la profesión académica en la región
zuliana, para lo cual se seleccionaron cuatro universidades, representativas del sector en la
región. Se escogieron dos instituciones del sector oficial y dos del sector privado, con el
objetivo de comparar los modelos institucionales que cada una representa y su posible
incidencia en las actividades de los académicos.
Documentación producida por los organismos nacionales más directamente vinculados con
la investigación como el FONACYT y los Consejos de Desarrollo o su equivalente de las
universidades.
2
Así, aunque los resultados obtenidos de la aplicación de la encuesta entre profesores de
estas universidades3, sólo pueden dar cuenta de hasta qué punto la investigación se ha
materializado en la cantidad y la forma como los académicos llevan a cabo sus actividades
en esta actividad, sí permiten observar cuál es la orientación que predomina en las
instituciones y en qué medida ésta refuerza un modelo
de investigación que como se ha señalado, pudiera considerarse como el ‘tradicional’, en
tanto responde a los criterios que definen la forma como se ha producido el conocimiento
científico a espaldas de las exigencias de la sociedad, a pesar de los cambios que se han
producido en el ámbito de las políticas del Estado. En tal sentido, pudo comprobarse cómo
en una de las universidades oficiales se ha generado una suerte de ‘cultura de la
investigación’ si nos atenemos a que en esa institución, una proporción importante de
profesores señalan que estaban realizando o habían realizado algún proyecto, durante los
últimos tres años, proyectos por los cuales habían recibido financiamiento de la propia
institución o del Estado a través de los organismos competentes en la materia; sin embargo,
los profesores de la otra universidad del sector oficial señalaron tener una participación
minoritaria en proyectos de investigación, a pesar de declarar que dedicaban una parte
importante de su tiempo laboral a esta actividad.. Esto plantea el tema con relación a lo que
es la investigación para un grupo importante de profesores de esa institución en particular,
aunque replicada en otras universidades. Una respuesta posible es que para el común de los
profesores universitarios investigar implica buscar, indagar, explorar, escrutar, en síntesis,
“hacer diligencias para descubrir una cosa” (Real Academia Española, 1970), todas estas
acepciones del término que refieren a actividades genéricas, pero que le permiten al
profesor mantenerse actualizado, mas en ningún caso se refieren a la actividad sistemática,
constante y organizada de producir conocimiento por la vía de la investigación, no sólo
como una actividad individual, en la ciencia por la ciencia misma, sino mucho menos como
lo que propone el modelo de investigación aplicada, utilitaria y socialmente pertinente u
orientada. Por otra parte y quizás como consecuencia de la internalización de los elementos
simbólicos más superficiales de esa ‘cultura de la investigación’, para los profesores,
La encuesta como una de las técnicas empleadas aportó información de mayor alcance que
lo reportado aquí.
3
declarar una alta dedicación a esta actividad, los coloca en una situación de cierto prestigio
en la comunidad académica, en la cual la figura del ‘investigador’ se identifica con
condiciones y capacidades intelectuales supuestamente ‘superiores’ a las de los que sólo se
dedican a la docencia. Esta construcción simbólica de la figura del investigador está
asociada a su concepción como un actor aislado, quien entre las paredes de su laboratorio u
oficina es capaz de ‘hacer’ ciencia. Paradójicamente esto genera también un sentimiento de
rechazo hacia
los investigadores y la investigación, por parte de quienes su dedicación a la docencia es
total. En tal sentido, la situación de esta universidad del sector oficial es singular, ya que
habiendo sido creada expresamente para romper con el modelo de universidad tradicional y
teniendo como uno de sus objetivos la creación de conocimientos por la vía de la
investigación, llama la atención que la participación de sus profesores sea tan escasa, en
términos de los proyectos de investigación realizados, el financiamiento de los mismos y
los resultados obtenidos. De tal manera que la comparación entre los académicos de las
universidades del sector público, aporta la evidencia necesaria para constatar que el modelo
de universidad experimental no sólo no ha sido propicio para el fortalecimiento de la
investigación de acuerdo con los cánones que las políticas de ciencia y tecnología más
recientes del Estado se han propuesto, sino que tampoco ha generado las condiciones para
que se produzca conocimiento por la vía ‘tradicional’. Frente a esta realidad cobra fuerza el
planteamiento según el cual el problema de la investigación en las instituciones de
educación superior no se resuelve “…multiplicando instituciones que “imiten” la
investigación, haciendo trabajo de calidad inferior o redundante y dispersando los escasos
recursos públicos…” (Vessuri, 1997: 141). Por otra parte, la suscripción de los profesores
de las universidades privadas en la investigación también es relativamente escasa, tanto en
número de proyectos en los cuales intervienen, como en la participación en proyectos
financiados y en los resultados presentados como consecuencia de su actividad como
investigadores. Mención aparte merece el tema de la participación de los profesores en el
Sistema de Promoción del Investigador4 en el cual la intervención de las instituciones
privadas de la Región es nula, mientras que en la universidad experimental del sector
Este Programa fue concebido como una manera de incentivar la investigación ofreciendo
estímulos económicos al profesor.
4
oficial, sólo dos profesores informan haber recibido el reconocimiento alguna vez5. De allí
que, sólo una de las dos universidades de este sector aparece con un porcentaje significativo
de los profesores seleccionados por el PPI. Así mismo, un aspecto importante en términos
de lo que hemos venido planteando tiene que ver con la importancia que para los profesores
tienen los resultados de su investigación, en tanto ello pudiera ser un indicador de la
tendencia predominante en la cultura académica de las instituciones.
En tal sentido, observamos que para los profesores de una de las universidades públicas los
resultados de su investigación tienen mucha importancia para la solución de problemas
sociales, a diferencia de los profesores de la otra universidad oficial, para quienes es más
importante el avance en el conocimiento científico y el desarrollo de nuevas tecnologías.
Esto pudiera tener varias lecturas. Por una parte, ser evidencia de una tendencia según la
cual el compromiso social de la universidad y la labor del profesor universitario es un
llamado al ejercicio de la crítica social, idea presente en la concepción del académico desde
sus orígenes y fortalecida en la universidad latinoamericana desde 1918; por la otra, sugiere
que se ha asumido la necesidad de investigar para resolver o proponer soluciones a los
problemas de las comunidades, tal como le está siendo requerido a los investigadores. Lo
grave en este caso es que es justamente en esta institución donde la proporción de
profesores dedicados a estas tareas es muy poco significativa. Ese no es el caso para los
profesores de la otra universidad oficial entre los cuales prevalece la idea de la importancia
del avance en el conocimiento científico, lo que pudiera estar haciendo referencia a la
figura del académico como el experto, tesis mas asociada con la concepción que las
políticas del Estado desde la década pasada han tratado de romper, en tanto se asocia a la
idea del investigador dedicado a la especialización en un aspecto muy acotado de su
disciplina. En las universidades privadas hay coincidencia entre los profesores, quienes le
atribuyen mucha importancia, en primer lugar, -de acuerdo con el porcentaje de
Según las estadísticas de la Fundación Venezolana de Promoción del Investigador, en esta
universidad había para el momento de la aplicación de la encuesta, sólo un profesor
seleccionado (http://www.ppi.org.ve: 12-11-02), sin embargo, que en nuestros resultados
aparezcan dos profesores reportando su participación en el PPI, probablemente se trata de
dos personas que han sido seleccionadas en distintas convocatorias y de las cuales sólo un
profesor es investigador activo.
5
profesores que dieron esa respuesta-, a la solución de problemas de la sociedad y, en
segundo y tercer lugar, al avance del conocimiento y al desarrollo de nuevas tecnologías.
Estas respuestas podrían indicar que los profesores de estas instituciones, aunque no tienen
una presencia significativa como investigadores, sin embargo ya sea por la influencia del
mercado o por su vinculación con las comunidades de su entorno, perciben la necesidad de
que la investigación tenga un mayor impacto social.
Ahora bien, si el análisis lo hacemos tomando en cuenta las áreas del conocimiento a las
cuales pertenecen los profesores, los resultados remiten a constatar la tendencia que hemos
venido resaltando, con relación a la distancia entre lo que es la realidad de la práctica
académica y las propuestas hechas por el Estado en materia de producción científica. Los
profesores de la Ciencias del Agro y de las Ciencias .Médicas y Biológicas son los que
mayoritariamente están involucrados en investigación. Esto es consistente no sólo con las
horas que declararon dedicarle a estas tareas, los profesores de ambas áreas, sino con lo que
ha sido la tradición en la investigación en el país. Por una parte, las Ciencias Médicas y
Biológicas han sido las pioneras, en tanto su desarrollo, desde los orígenes de la
universidad en Venezuela ha estado ligado a alguna forma de indagación, que se expresaba
a partir del proceso de socialización propio de la formación en estas disciplinas
-particularmente la Medicina- en el cual la culminación de los estudios significaba la
presentación de una tesis. Así, lo que era un ejercicio para obtener el título profesional pudo
ser la semilla que creó las condiciones en las cuales, por tradición, la investigación forma
parte del ethos de estas disciplinas. A ello hay que agregar que los primeros -y únicos, por
mucho tiempo- postgrados en Venezuela fueron en el campo de la Medicina (Vessuri,
1984). Además, en todas las iniciativas que se han dado en el país con la finalidad de
impulsar la investigación científica siempre han estado presentes figuras vinculadas a estas
áreas. De igual forma, en el caso de las Ciencias Agrícolas estas disciplinas también
cuentan con una trayectoria histórica significativa en el campo de la investigación, incluso
fuera de la educación superior, por la iniciativa de entes del Estado, orientados por la idea
de desarrollar el potencial agropecuario del país (Texera, 1984), lo cual en la región
zuliana, con una alta vocación agrícola y pecuaria, fue también el origen de la creación de
estas carreras a nivel universitario. Por otra parte, la investigación requiere entre otras
cosas, del financiamiento que le permita un mayor alcance y profundidad a sus resultados,
de allí que el financiamiento haya sido considerado como uno de los indicadores de esta
actividad. Los resultados obtenidos apuntan a reforzar el papel sobresaliente, en primer
lugar, de los profesores de las Ciencias del Agro y, en segundo lugar -sin embargo, en un
porcentaje considerablemente menor- los de las Ciencias Médicas y Biológicas. En
contraste, la mayoría de los profesores de las áreas de las Humanidades y, en menor
medida, de las Ciencias Sociales y Jurídicas, no reciben financiamiento. En tal sentido, el
análisis de estos resultados sugiere varios comentarios. En primer lugar, pone de relieve el
papel que la investigación tiene para los profesores de las Ciencias Agrícolas, además
de destacar la importancia de recibir financiamiento, para poder emprender investigaciones
de cierta envergadura, en las cuales, dada la naturaleza de las disciplinas comprendidas en
esta área, los recursos necesarios son costosos. Financiamiento que generalmente tiene
origen en los órganos del Estado, aunque hay que reconocer que es ésta quizás una de las
áreas en las cuales se hace más uso de otras fuentes de recursos. En segundo lugar, el hecho
de que los profesores del área de las Humanidades mayoritariamente no reciban
financiamiento para sus investigaciones, tampoco puede ser considerado como un elemento
negativo, en tanto en este caso también la naturaleza de las investigaciones llevadas a cabo
en las disciplinas que forman parte del área, no necesariamente implican un desembolso de
dinero, que no pueda ser aportado por el presupuesto personal del profesor. Lo que debe
quedar claro entonces es -que sin dejar de ser importante el financiamiento de la
investigación- ello no puede convertirse en el baremo definitivo con el cual se evalúa la
investigación universitaria, independientemente del área de la cual se trate. Conviene ahora
analizar cuál es la situación con relación a los productos de la investigación, en tanto este
indicador se convierte en una de las señales que, de acuerdo con el modelo ‘tradicional’ de
investigación, permite evaluar por los pares esta actividad. Para tal fin se les pidió a los
profesores que indicaran cuál había sido su producción en los últimos tres años,
ofreciéndoles una variedad tal que estuviesen incluidas todas las formas posibles de
resultados de la labor académica de investigación, desde libros científicos, artísticos o
técnicos, hasta trabajos artísticos presentados en eventos culturales como exposiciones, por
ejemplo. Así, pensando en que la naturaleza de cada área del conocimiento impone una
orientación a su trabajo, y también responde a una tradición socialmente construida, se
consideró que una forma más válida de conocer la forma de involucrarse en investigación
era estableciendo cuáles resultados concretos podían ser enumerados por el profesor. Por
supuesto, de acuerdo con estos criterios hay algunos de los productos que están más
vinculados con la investigación y con relación a ellos haremos énfasis en el análisis. Se
trata de la publicación de artículos arbitrados y de monografías de trabajos financiados y de
trabajos presentados en congresos, todo lo cual es un indicador de que la investigación y
sus resultados se hacen visibles y, sobre todo, porque “…en la mayoría de los círculos
académicos destacados, el crédito se obtiene a través de la publicación de los resultados de
las investigaciones propias…” (Becher, 2001: 78), lo cual se ha señalado como una de las
condiciones que las nuevas políticas del Estado han tratado de impugnar.
Con relación a la publicación de artículos arbitrados se puede decir que en nuestro medio
académico no fue sino hasta la creación del Premio de Promoción del Investigador (PPI) en
1990, cuando comenzó a extenderse entre los investigadores y profesores universitarios en
general, el reconocimiento de la importancia de la publicación de los resultados obtenidos
en sus investigaciones. Hasta entonces, la muy incipiente investigación, en muchos
oportunidades, quedaba archivada en los anaqueles de los centros de documentación (en el
mejor de los casos), o en los archivos de los organismos que la habían financiado o
promovido. Por otra parte, los artículos arbitrados además suponen que han sido sometidos
a la evaluación de terceros (los pares), lo cual opera como un mecanismo que al interior del
área decide cuáles son los estándares aceptables para el mantenimiento del ethos de las
disciplinas del área, al tiempo que promueve la consolidación de la comunidad científica
correspondiente. En tal sentido, de nuevo el porcentaje mayor de los profesores que han
publicado artículos arbitrados en los últimos tres años y han realizado monografías es el de
los de las Ciencias del Agro, quienes superan sustancialmente a los de las Ciencias Médicas
y Biológicas, a pesar de que estos -como ya fue dicho- gozan de una considerable tradición
de investigación en el país y la región. Mención aparte merece la participación de los
profesores en eventos científicos. Partimos del principio de que este tipo de evento es el
escenario para la concreción de las comunicaciones científicas, formales e informales, que
en gran medida constituyen el punto de partida para el establecimiento de redes de pares,
mantenidas hoy a través del uso de los medios informáticos, y que se constituyen en los
verdaderos grupos de referencia para los académicos. Cuestión que podría comenzar a
marcar un acercamiento en la práctica, a las exigencias de la sociedad contemporánea. Los
resultados indican que los profesores de las Ciencias Médicas y Biológicas y los de las
Ciencias del Agro, en una proporción superior a las tres cuartas partes, reportan haber
presentado trabajos en eventos científicos de su especialidad. Ahora bien, interesaba saber
en qué tipo de evento se había dado esta participación y las respuestas señalan que, en
ambas áreas, la mayor participación se dio en eventos nacionales como ponentes libres, en
una menor proporción en eventos nacionales como ponente invitado y en una proporción
mucho menor -que no llegó a superar la cuarta parte de los profesores en ambas áreas - en
eventos internacionales como ponente libre. Estos resultados pueden ser un indicador del
grado de complejidad y alcance de las relaciones académicas del profesor y de su grado de
internacionalización y sirven
de referente empírico para contrastarlo con las propuestas teóricas que al respecto se han
formulado. En conclusión… Este trabajo pretende ser una llamada de atención con relación
al necesario vínculo entre la investigación que se realiza en las instituciones universitarias y
las políticas del Estado en Ciencia y Tecnología. Si una de las críticas que se le han hecho a
la política que tuvo como bandera a las Agendas es que fueron concebidas ajenas a un
proyecto de país, lo menos que se puede esperar es que estas nuevas políticas, que el Estado
venezolano trata de llevar adelante en el área de la ciencia y la tecnología, cuenten con el
consenso y la internalización de sus valores y objetivos, por parte de quienes de acuerdo
con todas las cifras, constituyen todavía el grueso de la investigación en el país: los
profesores universitarios. Sin embargo, tal como el análisis somero de algunos indicios
empíricos sugiere, la cultura de investigación que prevalece en las universidades
venezolanas no parece estar preparada para asumir el reto de: Modelar una nueva cultura
científica y tecnológica que aborde la organización colectiva de la ciencia, el diálogo de
saberes, la integralidad, la interdisciplinareidad y la participación de diversidad de actores
en el ámbito del desarrollo científico-tecnológico del país, con la finalidad de alcanzar
mayores niveles de soberanía (Ministerio de Ciencia y Tecnología, 2006). Lo que puede
extraerse como conclusión general es que la relativamente pequeña proporción de los
profesores universitarios que realizan investigación, se mantiene apegados a una
concepción de la ciencia en la cual predominan el individualismo del investigador aislado,
la especialización, la búsqueda del saber por el saber mismo, el reconocimiento por parte de
los pares. Condiciones que no han sido contrarrestadas por la ampliación de los
beneficiarios del PPI, ya que un posible efecto perverso de este crecimiento del programa
ha sido el de fortalecer esos valores, antes que crear redes y producir verdaderamente un
impacto social relevante con las investigaciones realizadas. Todo ello actúa como
obstáculos para el desarrollo de una ciencia que tenga “color, olor y sabor de calle”,
preparada para la “incorporación de otros actores” tal como propone la Misión Ciencia del
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en la universidad latinoamericana Revista Mexicana de Sociología, Vol. 59, Nº 3.
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El estado actual de la información y la política


científico-tecnológica en Venezuela
A pesar de los valiosos esfuerzos realizados en
Venezuela durante los últimos 40 años en materia de
cienciometría y en el diseño de políticas públicas en C-
T-I, se aprecia un déficit en ambas áreas que debe ser
visto como una debilidad a la hora de sopesar lo hecho
en ese ámbito. Al examinar el proceso de lo realizado
en ambos frentes, queda claro que hay tangibles que
mostrar, pero con poco peso específico y muchos de
ellos sin continuidad, con altas y bajas, sin establecer
compromisos reales de mediano y largo plazo por
parte de los gestionadores de la CyT, y sin el respaldo
y monitoreo correspondiente para que hayan tenido un
impacto adecuado. El tipo de información a la que nos
referimos es la estadística que se construye
mayoritariamente a partir de los datos administrativos
que se generan en las instituciones y que además
debería formar parte de la elaboración de indicadores,
del diseño de las políticas públicas y en general de la
toma de decisiones.
Al revisar la historia de la producción, análisis y uso
de indicadores de ciencia, tecnología e innovación en
Venezuela, vemos que han sufrido importantes
transformaciones desde los primeros intentos de
medición de las actividades científicas hace casi
cuarenta años (Testa, 2002). Igualmente sucede con las
políticas públicas en esta materia que no han cuajado
adecuadamente y eso se aprecia al revisar los
indicadores que se utilizan para revisar las tendencias
macro de los países, y que en el caso de Venezuela
están por debajo de lo esperado 3.
El ámbito de la ciencia y la tecnología en países
periféricos como Venezuela está asociado
irremediablemente al mundo globalizado de hoy. El
desarrollo del capitalismo a nivel mundial ha
amenazado crecientemente la independencia de estas
naciones exponiéndolas a las fuerzas que han
desarticulado a la sociedad, debido a que se encuentran
prisioneras de múltiples restricciones impuestas por un
sistema de poder diseñado para mediar entre los
intereses diversos y contradictorios de sociedades que
deben manejar al mismo tiempo el orden
macroeconómico, la escasez económica y la
desigualdad social (Vessuri, 2000). Esta dinámica no
ha permitido el desmontaje del círculo vicioso que ha
caracterizado al país y que lo mantiene rezagado;
además las políticas públicas que se aplicaron fueron
insuficientes o inadecuadas para construir un
verdadero sistema nacional de innovación en el
mediano plazo, a pesar de los recursos económicos que
han ingresado al fisco nacional en los últimos 40 años,
básicamente por concepto de petróleo, que superan a
los ingresos per cápita de todos los países de la región,
y el potencial que sigue teniendo Venezuela en cuanto
a recursos naturales y talento humano.
En cuanto a la información organizada para la toma de
decisiones, en las instituciones venezolanas se puede
indicar que en general no se discute su utilidad y en
muchos casos se subvalora su construcción; esto se
refleja incluso en el ámbito de la C-T-I. Un ejemplo
palpable se aprecia en las publicaciones realizadas por
el ONCyT venezolano en materia de estadísticas e
indicadores sobre la capacidad nacional, debido a que
presentan graves inconvenientes para ser recolectados
los datos, la información es muy general,
desarticulada, no sistemática y los métodos utilizados
no han evolucionado al ritmo de los países
desarrollados respecto a las nuevas formas de
medición, haciendo obviamente los ajustes necesarios
a la especificidad de Venezuela (De la Vega, 2002).
Estas condiciones encontradas están vinculadas con la
cultura que existe en las organizaciones venezolanas
en cuanto al manejo de la información, la cual se
entiende como el conjunto de valores, prácticas y
modos de comportamiento prevalecientes en una
institución respecto a su uso como guía en los procesos
de toma de decisiones (Testa, 1998).
Otra pieza en la incomprensión de la cienciometría
como instrumento de la política científica en
Venezuela, se refiere a la diferencia entre el trabajo
técnico y la toma de decisiones políticas. El trabajo
técnico se fundamenta en la obtención de información
que permita realizar diagnósticos y evaluaciones,
diseño de políticas, planificación, prospectiva, entre
otros métodos dirigidos a la búsqueda del
conocimiento necesario para orientar, de la forma más
certera posible, la toma de decisiones. Pero en el plano
político, normalmente se utilizan las estadísticas y los
indicadores para la consecución de objetivos dirigidos
a mantener el poder o subvertirlo (De la Vega, 2001b).
El ONCyT venezolano como efecto demostración
El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas
y Tecnológicas (CONICIT), hoy FONACIT, fue
creado por decreto en el año 1967 e inició sus
actividades en 1969. En su primer año de
funcionamiento ya se habían organizado equipos de
trabajo para culminar el proceso de concepción,
diseño, e implantación de programas de
financiamiento orientados a la conformación de
una comunidad de científicos y tecnólogos que
estuviera en capacidad de aportar conocimientos
para ayudar al desarrollo del país y tuvo como
antecedente inmediato el trabajo que había iniciado
la Comisión mixta preparatoria integrada por
“científicos” e “ingenieros” en el año 1962, con la
finalidad de crear un Consejo Nacional de
Investigaciones (CONICIT, 1970; Avalos y
Antonorsi, 1980). El Programa de Becas del CONICIT
El Programa de Becas del CONICIT, hoy FONACIT, junto al de Proyectos y Subvenciones
han sido los más importantes de esa institución a lo largo de su historia, debido a que a
través de ellos se han otorgado más subvenciones y se han manejado más recursos
financieros que en el resto de instrumentos de ese Consejo, además de ser los pilares en la
formación y actualización de los investigadores venezolanos. Una manera de comprobar
que esos programas no eran los únicos con problemas de organización de su información y
por ende con inconvenientes a la hora de hacer los diagnósticos para el diseño y
construcción de las políticas, fue examinando todos los programas de esa institución. Al
evidenciar que el problema se repetía en los demás, consideramos que el ejemplo es válido
como efecto demostración para el presente análisis.
30 años después de haber sido creado el CONICIT, esa institución no contaba con
información organizada de sus becarios, ni una base de datos, tampoco existían estadísticas,
o listados, o alguna información conexa, simplemente era un tramitador de solicitudes (De
la Vega, 2001b). Eso explica que hoy en día no se conozca el número de becarios que han
culminado sus estudios, las áreas, disciplinas y especialidades de formación, en qué país
realizaron sus estudios, en qué nivel académico, cuántos han fallecido, en fin, el impacto
real que ha tenido ese programa, que entre otras cosas, permitiría saber con mayor precisión
el costo-beneficio del mismo.
Un equipo de la Coordinación de Evaluación de la Gerencia de Diseño y Evaluación de
Políticas del CONICIT llevó adelante un proyecto en el año 1997 para implantar la base de
datos de los becarios de ese Consejo. El trabajo se prolongó cerca de dos años debido a los
múltiples inconvenientes encontrados y por la necesidad de ir decidiendo estrategias sobre
la marcha para resolverlos y poder cumplir con la meta establecida. Esto ilustra la debilidad
existente en las instituciones venezolanas6 en lo referente al manejo de información, sobre
todo la referida a la estadística, la elaboración de indicadores y, en consecuencia, la
utilización de ellas para el diseño de las políticas que finalmente forman parte de la cultura
reinante en las instituciones para tomar de decisiones, que puede ser eficiente o no según
como se realice ese tipo de trabajo.
Un elemento que resalta de los problemas encontrados en el proyecto arriba mencionado, es
que los funcionarios de ese Consejo veían como trabajo adicional a su rutina el hecho de
tener que hacer estadísticas cuando se les solicitaban datos del proceso administrativo que
toda institución debe llevar para conocer su gestión. Esa actitud es reveladora en cuanto a la
ya mencionada cultura del dato y del manejo de la información estadística en el proceso de
toma de decisiones.
De los resultados emanados de ese proyecto se pueden extraer lecciones importantes. Por
una parte se construyó una base de datos histórica de todos los becarios y se realizó una
publicación estadística, con lo cual se empezaron a caer varios supuestos que se habían
convertido en “verdades” institucionales, como por ejemplo, el hecho de que la mayoría de
los investigadores que se encontraban acreditados en el Programa de Promoción del
Investigador PPI del año 1999 habían sido becarios del CONICIT. Cuestión que no era
cierta pues tan sólo el 12% de los mismos habían recibido financiamiento de ese organismo
para su formación. Un segundo ejemplo tiene que ver con el apoyo histórico en términos
financieros que habían recibido las Ciencias Sociales, pues hasta ese momento se decía que
era limitado en correspondencia a las otras ciencias, y al presentar los datos, se mostró que
no sólo era importante el financiamiento, sino que era la tercera en recibir más
subvenciones en la historia del Consejo. Esto causó tal impacto en el Comité Gerencial que
se llegó a cuestionar el Programa de Becas del Consejo; también el PPI; y en definitiva
concluir que había que repensar ambos programas en función de las necesidad reales y
actuales del país. En fin, develó la importancia que tiene el manejar datos organizados para
la toma de decisiones.
Conclusiones
Los países centrales entienden la importancia que tiene la información organizada para la
toma de decisiones y la gestión y estimulan la creación de consensos entre los proveedores,
productores y usuarios de la misma, debido a que les sirve, entre otras cosas, de base de
sustentación a sus sistemas nacionales de innovación.
Por el contrario, en los países periféricos como Venezuela la información en el ámbito
científico-tecnológico no es vista como prioritaria. Las instituciones tiene enormes
debilidades en materia de estadísticas e indicadores que sustenten la toma de decisiones y la
gestión. Estas limitaciones estructurales están relacionadas con la falta de cultura en esta
materia y forman parte del circulo vicioso que no les permite avanzar de forma dinámica
hacia el desarrollo.
En Venezuela no se ha tomado real conciencia de la importancia que este tipo de trabajo
tiene para las múltiples actividades que se realizan en el mundo globalizado de hoy. Debe
corregirse urgentemente esta asignatura pendiente y comprender que contar con
información organizada es parte de la clave del éxito para tomar decisiones certeras.
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En los lineamientos del primer documento de política
científica del CONICIT se aprecia el estado que tenía
la ciencia hace apenas tres décadas. En un extracto del
mismo se señala lo siguiente: “con el objeto de superar
el período de desarrollo espontáneo de nuestra
incipiente ciencia, se hace notorio comenzar a hacer
explícito cuáles pueden ser las medidas para aumentar
racionalmente la calidad y cantidad de nuestro
potencial científico y tecnológico y para llegar a hacer
un uso óptimo de ese potencial de acuerdo con
objetivos de desarrollo integral, tanto social como
económico y cultural; en una palabra, se debe
establecer una política científica” (Conicit: 13, 1970).
Queda claro que las actividades de CyT desde el punto
de vista organizado y planificado en Venezuela son de
reciente data y que por ello no existe una tradición y
cultura en ese ámbito. Eso explica en parte el atraso
del país.
Si se utiliza la guía teórica y se revisa el glosario de
ciencia, tecnología y desarrollo de la UNESCO, donde
se define a la “Política de Ciencia y Tecnología como
un conjunto de instrumentos, mecanismos y normas,
lineamientos y decisiones públicas, que persiguen el
desarrollo científico y tecnológico en el mediano y
largo plazos (normalmente dentro del marco de
objetivos globales de desarrollo socioeconómico)”
(UNESCO, 1998), y se vincula ese enunciado con la
realidad de un país como Venezuela, apreciamos una
distancia significativa entre uno y otra, a pesar de los
esfuerzos realizados específicamente por el Estado en
las últimas décadas para avanzar en el desarrollo del
país al intentar consolidar las actividades de CyT. Esta
aseveración se comprueba al examinar el
funcionamiento del CONICIT puertas adentro en
materia de información y de diseño y construcción de
políticas.
Al examinar los diversos planes nacionales,
documentos de política y las disposiciones legales 4,
encontramos que no ha habido ni comprensión ni
apoyo por parte del Estado venezolano en cuanto a
mantener un crecimiento sostenido de las actividades
de CyT y menos aún en lo referente a suministrar los
datos requeridos para construir y mantener el mapa de
información actualizado de las actividades de ese
ámbito. Comenzamos revisando las disposiciones
legales enmarcadas en el primer Reglamento del
CONICIT, específicamente en sus artículos 7° y 8°,
donde se indicaba que las instituciones públicas y
privadas del país estaban en la obligación de
suministrar la información necesaria para que ese
Consejo estructurase sus políticas con base en datos
organizados (CONICIT, 1984), cuestión que no se
cumplió. El Consejo no logró ese objetivo ni siquiera
con relación a su propia información, y, por tanto, no
ha existido el llamado efecto demostración para las
otras instituciones, que fuera ayudando a crear la
llamada cultura del dato. Esas disposiciones nunca
fueran plasmadas y aún hoy se intenta organizar la
información creando un nuevo ente denominado
Observatorio Venezolano de Ciencia, Tecnología e
Innovación (OCTI),5 que aspira cumplir con esa tarea
pendiente. En consecuencia el país no cuenta con un
sistema de información nacional y esto afecta
particularmente a los actores que deben realizar
evaluaciones, diagnósticos, diseño e implantación de
políticas y análisis sectoriales, por lo que en muchos
casos se trabaja con información limitada, incompleta,
desactualizada o bajo supuestos no probados.
El trabajo de recolección de información estadística
que realizó el CONICIT puertas afuera por más de 15
años a través de las encuestas de potencial científico y
tecnológico fue sin duda un esfuerzo significativo,
incluso en el ámbito regional. Esos inventarios
utilizaron como guía un manual diseñado por la
UNESCO y el mismo fue empleado en varios países
de América Latina, material que consideraba
únicamente indicadores de insumos (Recursos
humanos y financieros). La severa crisis económica
del país en los años ochenta redujo aun más los
recursos financieros destinados a la CyT, afectando
significativamente el trabajo que se venía realizando
en materia de estadísticas e indicadores (Testa, 2002),
pero es importante aclarar que hubo, además, aspectos
organizacionales que afectaron el desempeño
específico de los equipos de trabajo de esa área y que
culminaron con el cierre de la unidad de estadística de
ese Consejo. Irónicamente, en esos años en los países
centrales se estaba avanzando en nuevos métodos de
obtención de indicadores (procesos, resultados,
innovación tecnológica) dirigidos a comprender los
cambios vertiginosos que se venían dando en el
mundo.
Durante la década de los noventa se retomó el trabajo
en materia de indicadores en el CONICIT. Esos
esfuerzos originados desde la Dirección de Políticas y
Estrategias culminaron en varios productos, pero que
debido a los acontecimientos de orden socioeconómico
y político vividos en el país y los cambios en la
reorganización del Consejo a partir del año 1994 con
el repensar de la institución, los mismos no tuvieron
un peso importante a la hora de hacer los diagnósticos
y análisis que son necesarios para tomar decisiones
eficientes. La evolución de ese proceso culminó en la
creación del Observatorio de C-T-I, idea que circulaba
también en otros países y que finalmente se
implantaron en Colombia, España y Portugal. En
Venezuela, dicho ente debería mejorar todo lo hecho
hasta el momento, pues esa es su misión.

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