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Cyber Humanitatis Nº 23 (invierno 2002)

Sodomía en Chile decimonónico: el caso de Ramón Cifuentes y


Belisario González, Iquique, 1884, por Carolina González

Carolina Gonzalez
Programa de Magíster en Género y Cultura. Universidad de Chile

Autores/as como Michel Foucault, Jeffrey Weeks, Judith Butler, entre


otros/as, han insistido a grandes rasgos, y cada uno/a desde sus
perspectivas, en la calidad de constructo histórico y social de la sexualidad
[1] . Han explicitado cómo las prácticas sexuales, la diferenciación de los
cuerpos por género y la orientación del deseo sexual, por nombrar algunos,
son moldeadas en medio de relaciones de poder [2] De esta forma han
hecho un llamado a desnaturalizar el género, la sexualidad y, en última
instancia, el cuerpo mismo, nicho elemental de intervenciones culturales,
sociales, políticas, económicas, etc.

Insistir en esto históricamente, por muy evidente que parezca, lo considero


necesario en Chile, donde los niveles de discriminación e intolerancia frente
a las diversas identidades sexuales están lejos de terminar. La homofobia es
prueba de ello.

Es por esto, entre otros motivos, que decidí trabajar este tema. Tema que
además tenía pendiente desde que, hace un par de años, me encontré con
causas criminales por sodomía que iban desde el siglo XVII hasta el XX,
concentrándose la mayoría durante la segunda mitad del siglo XIX.

Al comenzar la revisión de las fuentes encontré expedientes, a excepción de


una causa del s.XVII, bastante escuetos en sus descripciones y testimonios.
Por otra parte, me vi ante un universo de prácticas sexuales encasilladas
bajo la misma tipología delictual: sodomía.

Entonces, dada la diversidad de los documentos decidí para esta


oportunidad, acotar el tema a un caso específico con el cual se titula este
artículo. Será el proceso criminal por sodomía contra Belisario González y
Ramón Cifuentes [3] , desarrollado en Iquique desde el 29 de septiembre
de 1884 al 18 de julio de 1885, el que me ayudará a aproximarme a
algunas estrategias hegemónicas para la homogenización de la sexualidad
en lo heterosexual y el paralelo silenciamiento de identidades y prácticas
sexuales diversas a la legal.

Junto con esto, mi elección responde a que considero que este tema,
escasamente trabajado por la historiografía chilena actual, puede entregar
nuevas visiones sobre la configuración social y política del estado-nación, en
un proceso que se arrastra hasta hoy. También mi intención es acercarme a
la percepción cotidiana sobre la sexualidad que, durante el Chile de la
segunda mitad del siglo XIX, manejaron sujetos que por ser testigos,
inculpados o representantes de la ley, fueron parte de una causa criminal
por sodomía. Además, quisiera intentar distinguir si los sujetos identificados
como portadores de una sexualidad percibida como desviada [4] se
reconocían en ella, y si lo hacían desafiando o no dicha designación que
equivalía a algo peyorativo y peligroso. O si, por el contrario, la negaron,
volviéndose a lo heterosexual que ellos mismos habían puesto en cuestión.

Al respecto, me parece productivo el planteamiento de Pierre Tap sobre la


formación de identidad. Para éste, la formación de las identidades de los
diversos actores sociales sería una combinación de dos aspectos:
Una definición externa: Lo que el actor debe ser y hacer, lo que se espera
de él, en el marco de las identidades colectivas, la imagen que los otros le
reenvían de él mismo y una 'definición interna': lo que él siente que es y
realiza, lo que desea ser, la imagen que se da de sí mismo en función de su
historia y los valores que defiende, en función tanto de su situación actual
como de sus proyectos [5] .

Definiciones que una causa criminal permite, por lo menos, palpar.


Documento que además es un relato en el que tampoco tenemos la
seguridad que lo que dicen los acusados, en el caso de la definición interna,
sea necesariamente la verdad. ¿Están siguiendo, González y Cifuentes el
juego del poder, por decirlo así, para evitar la represión, o efectivamente el
caso fue tal cual es contado? Pregunta que, en todo caso, no me es medular
cuando lo que interesa aquí es comprender como funciona un constructo
normativo sobre sexualidad dada una circunstancia determinada.
De todos modos, destaco el uso de una fuente como la judicial para analizar
este tipo de temas, ya que ésta produce una detención que interpela, a los
sujetos involucrados en ella, a reflexionar sobre un hecho considerado ilícito
por la sociedad.

De esta manera, y siguiendo a Alejandra Araya, es que el proceso criminal


funciona como una coordenada:

Un elemento que permite(ió) fijar un punto. El texto judicial fijó en el papel


una situación protagonizada por seres históricos, sólo él nos permite (re)
encontrar la identidad de esos protagonistas [6] .

Ahora bien, estoy consciente de que, si bien la fuente usada nos acerca a
las percepciones cotidianas sobre la sexualidad, lo hace desde el poder
judicial. Los diversos discursos del texto penal están, inevitablemente,
filtrados por quien transcribe la causa.
Una modernidad excluyente: un estado-nación excluyente.

En Chile, a lo largo del siglo XIX, aparecen y aumentan -en el último tercio
de siglo- las causas criminales por sodomía.

En estos procesos, el término sodomía abarca relaciones homosexuales,


violación o intento de violación de un hombre a otro y pedofilia. Es decir, la
penetración anal se identifica, sin distinciones, como acto sodomítico.

Ahora bien, creo que no es casual que este tipo de delito emerja
progresivamente, aunque fragmentariamente también, cuando se está
organizando Chile como un estado-nación. En efecto, aquella organización,
sobre todo a partir de la segunda mitad del XIX, planteaba la fundación de
un Chile moderno, civilizado, que debía diferenciarse de la sociedad colonial.
Proyecto que, para ser realizado con éxito, debía marcar muy bien los
límites entre los nuevos referentes y los antiguos. Esto, evidentemente, no
es de un día para otro, es un proceso largo donde hay permanencias de lo
tradicional y hay reacomodaciones de lo moderno. Cuestiones que no voy a
profundizar por la especificidad del tema que quiero tratar [7] .

De todos modos, la supuesta universalidad de los postulados modernos sólo


fue operativa para algunos. Esos algunos, como lo ha demostrado la historia
de las mujeres y los estudios sobre masculinidades, fueron hombres
representantes de la masculinidad hegemónica. Es decir, las bondades del
mundo moderno sólo podrían ser disfrutadas por aquellos hombres que, en
el caso de Chile, fueran blancos, ilustrados, pertenecientes a la elite y, por
supuesto, heterosexuales activos. Lo anterior, dentro del universo
masculino, era representado a cabalidad por un grupo pequeño, que era el
que además había planteado el nuevo Chile moderno.

Así, en el plano social y cultural por ejemplo, la modernidad ilustrada que


operó en Chile decimonónico, para construir una nación civilizada, se basó
en la exclusión e invalidación de cualquier tipo de manifestación del mundo
popular:

El máximo desafío de la élite fue, por lo menos, trazar una frontera, ojalá
infranqueable, entre la seriedad y compostura de su refinada cultura, y las
formas simbólicas inferiores del mestizaje indígena-ibérico. Un corte
drástico entre la razón de la élite y la pasión y el instinto de la sociedad
popular [8] .

Sin embargo, se puede admitir que la mayoría de los hombres mantenía


una identificación con esa masculinidad ideal, por lo menos en el plano de la
sexualidad y superioridad de género [9] .
Lo anterior, entonces, se tradujo en un reforzamiento del orden tradicional
de género, ahora rearticulado por la dicotomía público/privado y la adopción
de un modelo único de sexualidad: el heterosexual conyugal, para las
mujeres, claro: el hombre podía ejercer la doble moral sin remordimientos.

Así estos modelos -que tampoco eran nuevos- fueron confirmados y


aplicados, por decirlo así, a través de una nueva organización familiar ideal:
la nuclear [10] .

Entonces, como una forma de mantener esa exclusividad se crearon


mecanismos para controlar el acceso al proyecto moderno. En calidad de
proscritos quedaron aquellos que no cumpliesen los ideales de etnia, clase,
género y -hay que agregar- orientación sexual.

En el plano de la sexualidad, aquellos/as, cuyas prácticas sexuales no


dieran cuentan del modelo de heterosexualidad obligatoria, fueron
rechazados, marginados y deslegitimados [11] :

Esas manifestaciones del deseo que se consideró tendrían consecuencias


negativas para la mantención de la hegemonía patriarcal burguesa
-autonomía sexual de las mujeres, deseo hacia sujetos del mismo sexo,
expresiones de sexualidad juvenil y auto-erotismo- fueron marginados e,
incluso, ilegalizados [12] .

Es así como, y dando cuenta de lo anterior, la proliferación de discursos


médicos y penales, amparados en el conocimiento científico supuestamente
racional y objetivo, crearon una serie de clasificaciones para definir lo
anormal, explicándolo como una desviación de lo natural. De esta manera,
se determinó biológicamente el comportamiento sexual y social de hombres
y mujeres [13] .

Lo anterior se suele identificar como un paso del pecado a la patología. Si


bien esto es cierto, hay que afirmarlo de manera más matizada para el caso
de Chile. Aquí la Iglesia Católica no se esfumó, al contrario, ésta se
mantuvo junto al nuevo orden, reacomodando o integrando las nuevas
exigencias hegemónicas a la difusión de su discurso.

Entonces -y volviendo a la idea principal de este artículo-, para dar cuenta


de cómo funcionaron las exclusiones hacia quienes tuviesen prácticas
homosexuales en este período, he escogido una causa criminal por
sodomía. A través de ella se detectan procesos de identificación y
diferenciación de lo otro, representado por los inculpados; se percibe la
competencia entre lo tradicional y lo moderno, lo oral y lo científico; por
último se reconocen argumentos que legitiman la dicotomía público/privado,
y que terminan por despolitizar y esconder los cuerpos. Despolitización
totalmente política que adquiere un sentido más preciso siguiendo la idea
de Michel Foucault sobre la interconexión entre sexo y poder:

El sexo y sus efectos quizá no sean fáciles de descifrar su represión en


cambio, así restituida [hablar del sexo en términos de represión], es
fácilmente analizable. Y la causa del sexo- de su libertad, pero también del
conocimiento que de él se adquiere y del derecho que se tiene a hablar de
él- con toda legitimidad se encuentra enlazada con el honor de una causa
política: también el sexo se inscribe en el porvenir [14] .

Nos encontramos, así, que al entrar en el plano de la sexualidad ingresamos


a una enredada y compleja interacción, conflicto y negociación entre los
discursos de la ciencia sexual, otros aspectos de la cultura y experiencias de
los sujetos del XIX [15] .

Ramón Cifuentes y Belisario González: el reconocimiento de la transgresión


como confirmación del modelo heterosexual.

A fines de septiembre de 1884, en Iquique, Francisco Enríquez escucha


sonidos en una habitación contigua que le hacen sospechar que su vecino,
Ramón Cifuentes, comete actos deshonestos. Movido por su curiosidad se
asoma por una rendija y ve a Cifuentes y a otro hombre tener actos
sodomíticos. La escena le produce tal turbación que decide salir a la calle
para no presenciar semejante inmoralidad.

Por su parte la esposa de Enríquez advierte a la propietaria de las piezas


que dos hombres comenten actos inmorales. Esta confirma, mirando por la
misma rendija, lo que le ha dicho su arrendataria y decide dar parte a la
policía, que allana la pieza y apresa a Cifuentes y a su compañero, Belisario
González.

Es, a propósito de la escena anterior, que quiero aproximarme al


funcionamiento de un modelo oficial de sexualidad, el heterosexual, en la
vida cotidiana. Para esto me interesa reconstruir cómo eran identificados
hombres comunes y corrientes que, de sujetos intachables -heterosexuales
por supuesto-, pasaban a ser definidos como un otro inmoral, repugnante al
tener prácticas sexuales no oficiales.

De esta manera, los diversos discursos desplegados en el caso por sodomía


de Belisario González y Ramón Cifuentes [16] , dan cuenta de la fuerza del
modelo sexual hegemónico y de la reubicación de los sujetos transgresores
dentro de ese orden. En efecto, los inculpados terminan por legitimar la
obligación heterosexual, identificándose con ella al negar y arrepentirse de
una acción que es percibida como ajena, errada, transitoria... una
verdadera pesadilla etílica.
Y es que tanto Cifuentes como González, no obstante contradecirse en sus
primeras declaraciones para alegar inocencia, coinciden en un hecho en
común: la ebriedad.

Al respecto Cifuentes declara:

En esa condición, como es natural, perdí de tal modo el uso de mis


facultades de hombre, que llegaron a dominarme por completo los instintos
animales poderosamente activados por los efectos de la bebida. Tengo la
seguridad firme de que, al no haber mediado la embriaguez, jamás y por
ningún motivo habría descendido a acción tan degradante, con cuyo solo
pensamiento me lleno de vergüenza, dándome como única explicación de
haberlo ejecutado el encontrarme ebrio (cursivas mías, f.21)

Por su parte, González afirma:

La verdad es que al prestar declaración lo hice como quien refiere una


pesadilla, un mero sueño vagamente recordado; pero repito que permanecí
tan ebrio en la pieza de Cifuentes que de nada conservo ni ideas exactas y
fijas, ni las tengo hoy (f.12)

Es así como, la suspensión de la razón se presenta como un eje explicativo


coherente para justificar la transgresión. Esta no ha sido consentida ni
consciente, sino producto del alcohol que anula la voluntad.

Sin embargo, en la memoria persiste el recuerdo del intenso deseo


producido entre los amigos: Yo con el licor me sentía fuertemente inclinado
a la lascivia y tanto como yo González (cursiva mía, f.10)

Pero ese deseo homosexual es inmediatamente atajado por la confirmación


de prácticas heterosexuales constantes. Y es que cuando les ha aguijoneado
la carne o sentido los estímulos naturales de la carne han dormido con
mujeres públicas, jamás con hombre, por eso concluyen que la borrachera
los llevase a acto tan repugnante (ver f.11 y f.13v.)

Se puede agregar que algunos valores modernos masculinos como control y


razón permean constantemente los diferentes discursos del proceso. Es así
como la responsabilidad se desvía, por ejemplo, en la debilidad e
irracionalidad. Características que, si bien se explican por la ebriedad, dan
cuenta de un imaginario de género donde dichas características pertenecen
a lo negativo de lo femenino [17] . En conformidad con esto, habría que
admitir que hay una feminización de los actos tanto para restarle peso como
para hacerlos comprensibles.
Entonces, no es casual que sea Cifuentes quien siempre esté dando cuenta
de sí. Este, al perder sus facultades de hombre permite ser penetrado,
descendiendo así al mismo lugar de las mujeres, el de sujeto pasivo
equivalente a sujeto subordinado. Se representa así la división de género
tradicional la que se confirma en el cuerpo de dicho inculpado, quien
describe que entre bromeando y no, me puso [González] de bruces y usó de
mi carnalmente (f.10). Este uso del cuerpo del que es penetrado remite,
creo, al uso de los cuerpos de las mujeres ese cuerpo femenino que-es-para
los hombres y para la reproducción. Capacidad reproductiva que,
evidentemente, aquí no se cumple. La sodomía es identificada, así, como
una sexualidad improductiva: atentado a la continuación de la obra de Dios,
de la especie de la nación.

La competencia por legitimar los discursos

Aunque la causa se inicia por la acusación de los vecinos hay que tener
presente que la confirmación del delito es producto del examen médico.

Los testigos no logran diferenciar a los inculpados para determinar quien


hacía qué. Asimismo muestran cierta confusión en lo que entienden por
actos sodomíticos.

Lo anterior se traduce, por ejemplo, en una incongruencia en los tiempos en


que los testigos afirman haber visto dicho acto, este desfase será usado por
los procuradores para deslegitimar a los/las testigos:

La declaración de la Canto se contradice con la de Enríquez i la de la Olguín,


pues mientras éstos pretenden haber visto la consumación de los actos
sodomíticos, la Canto, que llegó después, vio por la misma famosa rendija
que uno de los reos (no sabe cuál) pretendía obligar al otro a que se le
entregase; de donde resulta que la consumación de los hechos precedió a
los preparativos.

Se relativiza así la importancia del testimonio, pues éste hace problemática


la identificación y diferenciación de los inculpados. Lo oral va perdiendo
fuerza ante la prueba irrefutable de la ciencia, ésta prima ante lo visto y
oído.

Entonces, será la medicina legal la que ahora ejerza el poder de


confirmación de las denuncias. Los médicos, encargados del reconocimiento
del delito:

Aseguran que Cifuentes presenta la forma infundibuliforme del ano, la falta


de pliegues alrededor del esfínter, y la relajación de este anillo; caracteres
propios del pederasta pasivo. En cuanto a González nada hemos podido
comprobar ya porque no haya consumado el acto, o quizás por los días
transcurridos, tiempo suficiente para borrar los signos del crimen (f.2)

Lo anterior será vital a la hora de prestar las confesiones, argumentar las


defensas y dictar sentencia. Cifuentes admitirá ante el mérito de la prueba
haber tenido actos carnales con González. En cambio éste, se mantendrá
pertinaz en su declaración de inocencia, pues en él el examen nada puede
asegurar. En consecuencia, el reconocimiento médico legal del delito hará
que las apelaciones sean inútiles.

De todas maneras, los testigos muestran como el imaginario sexual actúa


sobre lo visto. A través de percepciones confusas, sonidos, palabras y
espacios que remiten a lo sexual. Se da razón a los rumores, sin importar
quién hizo qué y quién lo vio primero, se ve la transgresión ahí, donde tal
vez no la hay:

Que vi a uno de los individuos aquí presentes, no puedo decir cual, desnudo
y que pretendía obligar al otro a que se le entregase. El que se resistía
estaba acostado y decía a su compañero que no fuese maricón. Ambos
parecían estar ebrios y apagaron la vela tan pronto sintieron una voz en la
habitación (f.4v.)

De esta forma, ante la presencia de algo que no se homologa con lo


normal- natural, cuestión que además tiene consecuencias morales,
podemos ver hasta dónde ha penetrado lo hegemónico sexual y como se
refuerza. Reforzamiento que se puede entender tanto como adhesión y
defensa del orden sexual oficial, pero también como manera de
diferenciarse de aquello que se ha prohibido y que no se logra definir
claramente No vaya a ser que también se les acuse de cómplices, de
inmorales... Creo que esto da cuenta, además, del funcionamiento de una
mentalidad tradicional que pervive a través del concepto de pública voz y
fama y donde el control lo ejerce la comunidad a través de los decires.

La dicotomía público/ privado como despolitización del cuerpo

La modernidad creó la dicotomía público/privado. Dicotomía que, en este


proceso criminal, será usada estratégicamente para poner en duda la
competencia de una causa de este tipo.

Cito a uno de los procuradores:

Hechos de esta clase, sucedidos en el interior de una habitación cerrada, sin


más testigos que los supuestos autores, sin que haya parte agraviada, ni
escándalo público, no son, a mi juicio, susceptibles de una investigación
judicial(f.30v.)

No obstante lo anterior, los defensores no están abogando por la legitimidad


de una práctica sexual diferente, por la autonomía del cuerpo y de los
deseos de cada individuo, sino que al ser una actividad privada no
corresponde al Estado regular lo que ocurra en ese espacio. Si bien lo
anterior puede ser conveniente para los acusados, en la medida que podría
significar quedar libres de pena, también delata la subvaloración de una
práctica sexual no hegemónica rebajando su relevancia al negarle un
espacio en lo público. Paralelo a esto los procuradores admiten que la
sodomía es un acto altamente deshonesto del que sus autores son más
dignos de lástima que de castigo(f.30) En ese sentido, se puede pensar que
las argumentaciones de la defensa representan estrategias hegemónicas
que, parafraseando a Foucault, dan pequeños espacios de visibilidad a
aquella parte del sexo que, transformada en secreto, solo sale para ser
vuelta a silenciar [18] .

En efecto, lo que puede parecer en una primera lectura como una suerte de
defensa de las libertades individuales, tan propio de lo moderno, no es tal.
La defensa niega la penalidad del hecho despolitizando el cuerpo, remitido y
escondido en lo privado, y es que la sodomía no produce daño a la
sociedad; pues su perpetración tiene lugar en la vida íntima y de un modo
esencialmente privado (f.20) [19] .

De todos modos, y por último, el juez no cederá ante las apelaciones. En


base a la prueba médica, es decir científica, a la confesión de Cifuentes y a
las declaraciones de los testigos, la sentencia será irrevocable. Los reos
serán condenados a 541 día de presidio que se contaran desde el 29 de
septiembre de 1884, día de su aprehensión.

De esta manera se repara la falta y nuevamente se homogeneiza la


sexualidad en lo heterosexual, al mismo tiempo lo aberrante se homologa
con lo que está fuera de la civilización moderna, ésta repliega eso otro en
espacios donde las personas normales no entran.

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__________

[1] Al respecto ver: Foucault, Michel, Historia de la sexualidad, v.1, Ed.


Siglo XXI, 8ª edición, España, 1995. Weeks, Jeffrey, La construcción
cultural de las sexualidades ¿Qué queremos decir cuando hablamos de
cuerpo y sexualidad?, en Szasz, Ivonne y Lerner Susana (comp.),
Sexualidades en México, Colegio de México, México,1998. Butler, Judith, El
Género en Disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, Paidós,
Universidad Nacional Autónoma de México, Programa Universitario de
Estudios de Género, México, (primera edición en inglés 1990) 2001.

[2] Weeks, op.cit., p.181(cursivas son mías).

[3] Judicial criminal Iquique, l.1531, p.2. Cuando se cite este caso las fojas
serán puestas entre paréntesis al lado de la cita.

[4] Ver: Balderston, Daniel y Guy, Donna J. (comp.), Sexo y Sexualidades


en América Latina, Paidós, Argentina, 1998. Por sexualidades desviadas se
entienden aquellas que transgreden la sexualidad obligatoria impuesta por
el sistema sexo-género tradicional: la heterosexual. Para mantener dicha
heterosexualidad fuera de cuestionamiento se han de deslegitimar otras
sexualidades, reduciéndolas a prácticas sexuales propias de lo criminal y
patológico para luego condenarlas, reformarlas silenciarlas. Es decir, la
subvaloración y discriminación de lo otro no hegemónico.

[5] Tap Pierre, Introduction en Pierre Tap (dir.), Identités collectives et


changemants sociaux, Editions Privat, Touluse, 1986, pp.11-12.

[6] Araya E., Alejandra, Petronila Zuñiga contra Julián Santos por estupro,
rapto y extracción de Antonia Valenzuela, su hija. Partido de Colchagua,
Doctrina de Chimbarongo, 1720-1721. El uso de los textos judiciales en el
problema de la identidad como problema de sujetos históricos, Anuario de
Postgrado, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile,
1999, p.220.

[7] Sobre la idea del Chile moderno como una construcción nacional de y
para la elite chilena, cuyo resultado fue la exclusión del mundo popular y la
anulación de su validez cultural ver: Salinas, Maximiliano, El Reino de la
Decencia; Salinas, Maximiliano, et al., El que ríe último. Caricaturas y
poesías en la prensa humorística chilena del siglo XIX, Editorial
Universitaria, Centro de Investigaciones Barros Arana, Corporación del
Patrimonio Cultural de Chile, Santiago, octubre 2001.

[8] Salinas, Maximiliano, et al., El que ríe último, p.42.

[9] Es el caso de las llamadas masculinidades cómplices que describe


Richard Connell, ver: La organización social de la masculinidad, en Valdés,
Teresa y Olavarría, José(eds.), Masculinidad/es. Poder y Crisis, Ediciones de
las Mujeres nº 24, Isis Internacional, Flacso Chile, Santiago-Chile, junio,
1997, p.31-48.

[10] Para profundizar sobre este tema ver: Cavieres, Eduardo y Salinas,
René, Amor, Sexo y Matrimonio en Chile Tradicional, Universidad Católica
de Valparaíso, Serie Monografías Históricas nº5, Valparaíso, 1991.

[11] Entonces, a esa masculinidad fundada en el ideal heterosexual y


sexista, se la puede definir como homofobia. Término que se entiende,
siguiendo a Elizabeth Badinter, como el odio a las cualidades femeninas en
el hombre.

[12] Hawkes, Gail, A Sociology of Sex and Sexuality, Open University


Press, Buckingham-Philadelphia, Gran Bretaña, 1996, p.3 (la traduccción es
mía).
[13] Ver para el caso de las mujeres: Veneros, Diana, Consideraciones
médicas decimonónicas en torno a género, salud y educación, en Dimensión
Histórica de Chile, nº10, 1994, Universidad Metropolitana de Ciencias de la
Educación, Santiago, p.135-153.

[14] Foucault Michel, Historia de la sexualidad, Ed. Siglo XXI, 8ª ed. en


español, España, 1995, v.1 p.12.

[15] Felski, Rita, Introduction, en Bland, Lucy y Doan, Laura (ed.),


Sexology in Culture. Labellling Bodies and Desires, Polity Press, Gran
Bretaña, 1998, p.2 (la traducción es mía).

[16] Judicial criminal Iquique, l.1531, p.2. Cuando se cite este caso las
fojas serán puestas entre paréntesis al lado de la cita.

[17] Sobre el imaginario femenino impuesto por la modernidad


decimonónica ver: Veneros, Diana (ed.), Perfiles Revelados, Editorial
USACh, Santiago, 1997; Duby, George y Perrot, Michel (coord.), Historia de
las mujeres, Taurus, tomo 6.

[18] Foucault, Michel, op.cit.

[19] En relación a esto no está demás recordar que los debates, hace unos
años atrás, para despenalizar la sodomía, fueron similares a estas
argumentaciones. Finalmente lo que se despenalizó fueron las relaciones
homosexuales convenidas entre mayores de 18 años y en privado. Ver:
Historia de la Ley. Compilación de textos oficiales del debate parlamentario.
Ley 19.617 (Diario Oficial, 12 julio, 1999) Modifica el código penal, el código
de procedimiento penal, y otros cuerpos legales en materia relativa al delito
de violación, Tres volúmenes, Biblioteca del Congreso Nacional.

Revista de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile


ISSN 0717-2869

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