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Fijese usted, yo prefiero pertenecer a una familia que no mata, tener hijos y

amigos que no matan, pertenecer a una sociedad que no mata, etc. Prefiero no
pertenecer a la internacional de los que matan, a los que soportan estoicamente el
crimen porque es universal y ¡ay! porque también en mí, descubro, llevo la
crueldad muy metida adentro de mi mismo. Como antes descubríamos la bondad
presente en lo más profundo y recóndito del hombre, ahora nos complacemos en
descubrir que allí, en cambio, la crueldad está en todos y, vea Vd., la descubro
también en mi mismo. “La guerra, en sus múltiples versiones y justificaciones, nos
deja desamparados en tanto que seres humanos, nos comunica con la crueldad
que llevamos muy dentro de nosotros” Saverio no está solo: Foster el cruel lo
acompaña. ¿Cómo sentirse desamparado si con su pizca de crueldad está
formando parte de toda la cruel comunidad humana, si está tan bien
acompañado? Un mundo común de crueldad lo acompaña.
Es bueno partir siempre de sí mismo para comprender al otro. Y así como
todos somos crueles y como todos matan ¿porqué no reconocer entonces que los
judíos, que participan de esa misma esencia humana, en el Estado de Israel
también maten como mata cualquier buen hijo de vecino? ¿Por qué el judío
podría no matar como todo buen cristiano cuando se desgracia?
De eso se trata, mi buen Foster: si aprendimos o no algo de la historia.
Primero de la historia de nuestra propia crueldad que me autoriza a igualarme con
los asesinos, y segundo de la una cultura, una pertenencia, una condena que por
sólo serlo nos imponía el privilegio
Con ello, con mi crueldad, ahora entonces puedo reconocer la universalidad
de la crueldad y por lo tanto la internacional de los que matan. Los comprendo
desde adentro: se trata, en fin, para quien cultiva la filosofía, de la famosa esencia
humana. La pérfida
Perdón, yo soy un pobre judío ignorante, no tengo nada, no pude estudiar ni
leer de corrido: soy como todos. Un hombre cruel como todos, un judío como
todos los hombres, un Estado como todos los Estados. Soy un homo cualunque,
un hombre sin cualidades. Tengo una mujer como todas las mujeres, hijos como
todos los hijos: ¿Y a mí, porqué me tratan como si fuera diferente si todos somos
igualmente unos hijos de mil putas?
Ser judío no es ser israelí, dice para diferenciarse, aunque ser israelí sea ser
judío, y debe ser dicho para identificarse, y por eso defiende su existencia:
entonces algo tenemos de común que nos une, pese a la diferencia
Página/12
Viernes, 28 de Julio de 2006
La guerra, Israel y ser judío
Por Ricardo Forster *

Toda guerra es miserable y dolorosa; nada justifica la muerte de civiles, la


destrucción de ciudades, el horror del bombardeo permanente. Matar en nombre
de cualquier fe, religiosa o secular, es, siempre, un crimen. El ejército israelí mata,
Hezbolá mata, Hamas mata, Siria mata, Irán mata, Estados Unidos mata... y la
lista es mucho más larga, casi inacabable, y atraviesa la geografía entera del
planeta. La guerra, en sus múltiples versiones y justificaciones, nos deja
desamparados en tanto que seres humanos, nos comunica con la crueldad
que llevamos muy dentro de nosotros. Israel no es todo el judaísmo ni resume
toda la extraordinaria historia judía; Israel es un Estado con sus contradicciones,
con sus injusticias e, incluso, perdón ante tanta crítica, con sus logros. Pero ser
judío no es ser israelí, más allá de una corriente de afecto y solidaridad que
podamos sentir hacia la tierra de nuestros lejanos ancestros, ni todos los judíos se
sienten identificados con las políticas del Estado, e incluso están también aquellos
que han desplegado críticas directas a la militarización de Israel a lo largo de los
años. Pero tampoco es posible reducir brutalmente la historia judía, sus múltiples
vicisitudes, su laberíntico camino, al puro y destemplado presente. El pasado nos
habita, la memoria sigue escribiendo su texto en nuestros cuerpos, una memoria
en la que la brutalidad de la guerra actual no puede ni debe decir la última palabra.
Es odioso, parcial, injusto homologar lo que está sucediendo hoy, ahora, en
el Líbano, con la condición judía; de la misma manera que también es parcial
y mentirosa la reducción del conflicto a la única responsabilidad israelí,
como si el mundo árabe fuera una víctima inocente, injustamente atacada
por un país agresor que lo único que quiere es oprimir eternamente al
pueblo palestino y, de paso, destruir al Líbano. Resulta casi inverosímil leer
solicitadas o columnas de opinión de intelectuales progresistas que colocan a
Israel en el puro lugar del mal y no dicen una sola palabra de Hezbolá o de las
políticas agresivas de Siria e Irán, que se callan ante la muerte de civiles israelíes
pero que se desgarran las vestiduras ante la muerte de civiles palestinos o
libaneses. Para ellos los muertos no valen lo mismo, los únicos asesinos son los
soldados israelíes mientras que del otro lado sólo hay combatientes por la libertad
y la paz. Tanta ingenuidad es algo más que inverosímil, es complicidad, es esa
eterna justificación maniquea que en nombre de la causa, de la lucha
antiimperialista o la que sea, elige qué muertos le son funcionales y dónde poner
el acento de la compasión humanitaria. A nosotros nos duelen todos los
muertos y nunca dejamos de pronunciarnos contra las políticas que
negaban el derecho del pueblo palestino a tener su propio Estado, del
mismo modo que defendemos el derecho de Israel a la existencia sabiendo
que ese derecho está siendo permanentemente amenazado por aquellos
mismos que hoy se ofrecen, aunque constituyan un ejército armado hasta
los dientes, como víctimas y que son reivindicados por nuestros
progresistas bienpensantes. ¿O acaso los múltiples fracasos de los planes de
paz, desde Camp David a Oslo, fueron responsabilidad exclusiva de los gobiernos
israelíes? ¿Y qué decir de lo que Hamas proclama respecto de eliminar a Israel
del mapa? ¿Y de las declaraciones del premier iraní que niega la Shoá? Israel
está muy lejos de ser una niña bonita y virginal. Le caben, por supuesto,
responsabilidades evidentes, pero eso no significa, no puede significar, reducir
la tragedia del conflicto en Medio Oriente a la maldad “judía”.

*Filósofo. Profesor e investigador de la UBA.

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