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EL JARDÍN EN

RUINAS
Reflexiones sobre el paisajismo actual.

Gabino Carballo, Barcelona, 24 de Mayo 2011, Rev. 00

Paisaje
Paisaje Gabino Carballo Pérez

Editado por Gabino Carballo Pérez

Gabino Carballo es Paisajista por la Escuela Castillo de Batres, Madrid, MA


in Landscape Design por la Universidad de Sheffield (Reino Unido) y
Master MPM en Dirección de Proyectos por la Universidad Ramón Llull -
BES La Salle, Barcelona.
Elegido como representante de los estudiantes españoles en ELASA en
1992. En el mismo año comenzó su andadura profesional por todo tipo de
ámbitos, desde el diseño y ejecución de pequeños jardines hasta su
colaboración en grandes equipos multidisciplinares.
Miembro colegiado del Landscape Institute durante varios años, adquirió
amplia experiencia en el diseño y construcción de espacios públicos,
corporativos y jardines privados, tanto en el Reino Unido como otros
países.
Participó en el concurso para la remodelación de Trafalgar Square,
Londres, en el equipo liderado por Sir Terry Farrell, con Gillespies Oxford
como paisajistas.
Su proyecto Discovery Place para Whitelaw+Turkington Landscape ganó
el BALI National Landscape Award en 2003.
Participó en la redacción y definición del proyecto del BBC Media Village.
White City, Londres, como colaborador del estudio Christopher Bradley-
Hole Landscape, el autor de libros como “El Jardín Minimalista” y “Making
the Modern garden”.
Colaboró con Arne Maynard Garden Design para sistematizar los métodos
de trabajo en su gabinete, y fue responsable del proyecto ejecutivo de uno
de los mayores jardines privados creados en la última década en el Reino
Unido, en colaboración con Quinlan Terry Architects,
Actualmente trabaja como Técnico de Proyectos del Área de Medio
Ambiente del Ayuntamiento de Barcelona, donde realiza labores en
Gestión de Proyectos y como Técnico Paisajista bajo la dirección de
Patrizia Falcone.
Con ella y su equipo ha sido finalista de los Premiso FAD 2008 por el
proyecto del Parque de la Primavera de Barcelona.
Colabora con el Centro de Formación del Laberinto como ponente
especializado en Cubiertas y Muros Ajardinados.
Autor de diversos artículos para publicaciones británicas, administrador
del Grupo Paisaje en la Red Social Linked In y promotor del Grupo de
Trabajo de la Asociación Española de Paisajistas en Cataluña (AEP_CAT).
En colaboración con su esposa, ha traducido catálogos de arte y
publicaciones científicas al inglés, castellano y catalán.
Entre sus aficiones destacan la lectura y la escritura, nadar en el mar,
explorar las posibilidades de programas informáticos, la conversación y el
debate, dormir la siesta con sus hijos, caminar por la ciudad, la fotografía
digital, los métodos de construcción tradicionales, las chapuzas
domésticas, la carpintería, ver qué hay entre anuncios televisivos y dar
vueltas a la carrera por el Parque de la Ciutadella.
Y sobre todo, plantar cosas y aprender de sus errores.

Un e-Iinforme Paisaje - Un grupo Linked In

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ÍNDEX

El jardín en la máquina

La abolición del Jardín en la cultura barcelonesa contemporánea.

La naturaleza del Jardín

En el Jardín mediático.

El premio es el mensaje.

La imagen del Jardín, el Jardín.

El Jardin en el gulag.

La profesión clandestina.

La abolición del tiempo.

Otro Jardín es posible.

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1. El jardín en la máquina

Mi primer encuentro con el proyecto de los jardines de la Fundació Vila Casas, conocida como
Can Framis fue en la copiadora de la oficina. En su bandeja de plástico se apilaron una serie de
planos de cuidado estilo gráfico, muy meticuloso en su definición de las vías de paso, pero no
tan claro en su definición del proyecto de plantación. Prevalecía el efecto gráfico sobre la
legibilidad de las intenciones del diseñador y el propio objeto del proyecto.
No fue el primer proyecto que conocí de esta manera y no ha sido el último. Mis compañeros
del Departament de Planejament i Gestió del Verd de Medi Ambient Barcelona son los
encargados de recepcionar las nuevos espacios por parte de la ciudad. Esta copiadora ha
reproducido la práctica totalidad de los proyectos de urbanización ejecutados en Barcelona en
los últimos años.
Basta pasar por el costado de esta ajetreada máquina para ver cada uno de los proyectos que
van conformando el espacio público de la ciudad condal. Si pudiera hablar, esta máquina
tendría un criterio bastante fundado sobre lo que constituye un buen espacio público. El
proyecto de los jardines de Can Framis resultó ser uno más de los muchos que he podido
observar desde este idiosincrático punto de vista.
No volví a encontrarme con este proyecto hasta que la polémica estalló en la prensa a raíz de la
actuación del Institut de Parcs i Jardins de Barcelona. Parece ser que, después de recibir
numerosas quejas sobre el estado de los jardines por parte de los ciudadanos, los responsables
de la conservación de este Distrito de la ciudad decidieron actuar. Aparentemente, la cubierta
de hiedra prevista en proyecto no acababa de arraigar y de extenderse de la manera esperada.
A falta de esta cubierta, las plantas adventicias, o malas hierbas, comenzaron a colonizar el
suelo desnudo.
Su presencia contribuyó a reverdecer el aspecto del jardín en los primeros meses del año, pero
poco a poco dio lugar un aspecto de abandono y dejadez impropio de la jardinería pública que
esperan los ciudadanos.
La cota del jardín se encuentra por debajo de la traza urbana circundante, por lo que el viento
arrastra todo tipo de basuras livianas hasta este espacio. El uso ciudadano, la presencia de
perros que excavan hoyos y el difícil drenaje de este espacio se confabularon para crear un
efecto “fotogénico” desde ciertos ángulos, pero reprensible desde el punto de vista de la
conservación de jardines de la Ciudad de Barcelona.
Por si fuera poco, el carácter de los jardines de Can Framis se articula mediante la utilización de
plantas bulbosas y rizomatosas: narcisos, ajos de flor, lirios. Plantas que precisan unas
condiciones muy específicas para prosperar y que no soportan suficientemente el maltrato
urbanícola, sobretodo el derivado de la presencia de caninos.
Los Narcisos, en particular, tienden a degenerar y desaparecer en las condiciones de suelo y
microclima de Barcelona, especialmente en las zonas bajas y próximas a la costa.
Personalmente, solo he encontrado narcisos naturalizados en la vertiente Norte del turó de la
Creutea del Coll, en el Parque de la Taxonera Forestal, en cantidades muy discretas yh de una
subespecie particularmente escasa.
La relación previa a la ejecución del jardín entre los diseñadores, el arquitecto Jordi Badia y el
ingeniero agrícola Martí Franch , y los responsables del Institut de Parcs i Jardins había dado
lugar a una serie de modificaciones del proyecto, tales como las especies del arbolado. No
obstante, parece ser que no se llegó a un acuerdo sobre el tipo de hiedra y la utilización de
ciertas plantas bulbosas.
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A esta falta de acuerdo se sumó después una ejecución bastante relativamente escasa de
medios, ya que el presupuesto de ejecución material para el jardín no excedió los 400.000
euros para unos 8.000 metros cuadrados de intervención. Es decir, menos de 50 euros por
metro cuadrado de inversión para crear un jardín bastante sofisticado sobre el papel.
Como suele suceder en muchos proyectos de urbanización, una gran parte del gasto acabó
destinado a la construcción de un depósito para la gestión de aguas pluviales, necesario por la
posición hundida del edificio respecto a la cota de las calles circundantes y que parece ser que
originalmente no estaba previsto en el proyecto de edificación y urbanización.
Una vez ejecutado el jardín, la complejidad el mantenimiento del mismo se manifestó en la
dificultad de diferenciar las bulbosas una vez florecidas de las malas hierbas. Algo que un
jardinero experto puede hacer, pero que los peones no especializados que se emplearon para
esta lid no.
Igualmente, la necesidad de regar la hiedra durante el verano, imprescindible para su
pervivencia y establecimiento inicial, se conjuraba para afectar la pervivencia de los narcisos y
bulbos en general. Estas plantas necesitan un periodo estival seco, de descanso. Al regar la
hiedra, se activa el ciclo vital de los bulbos prematuramente, lo que aboca a la pérdida
paulatina de fuerza y a la decadencia vital.
La recepción de este jardín para su mantenimiento por parte de la ciudad no sirvió para corregir
o enmendar ninguno de los posibles defectos de proyecto, su ejecución y su mantenimiento
inicial. En principio, todo jardín construido en la Ciudad de Barcelona ha de estar de acuerdo
con el Pliego de Condiciones Técnicas de Jardinería redactado porParcs i Jardins de Barcelona.
Pero aún en el caso de que los autores y ejecutores de un proyecto respeten este pliego, la
garantía de éxito es incierta.
Todos estos factores se conjugaron para que el responsable de la conservación de este espacio,
con mejor o peor criterio, decidiera eliminar la cubierta vegetal resultante de la primera fase de
la ejecución del proyecto. Una decisión cuestionable, ya que este procedimiento es extremo,
aunque relativamente frecuente y ya visto en muchos jardines de la ciudad de Barcelona. Por la
razón que fuera, esta decisión no se transmitió adecuadamente a la Fundación.
Esta falta de comunicación resultó en una trifulca mediática tan excesiva como innecesaria,
pero de alguna manera paradigmática y representativa de la decadencia de la jardinería y el
paisajismo en la sociedad actual, y de la irrelevancia en que se ha sumido el espacio público
verde desde el punto vista técnico y urbanístico. Aunque aparentemos lo contrario, mediante
impresionantes fotografías, espectaculares planos, bocetos inspiradores y textos poéticos, el
nivel de conocimiento aplicado relacionado con todo lo vegetal está sufriendo un deterioro
prácticamente irreversible. Somos mucho peores jardineros ahora que hace un siglo, pese a
quien le pese.

2. La abolición del Jardín en la cultura barcelonesa


contemporánea.

Los procesos necesarios para la creación, mantenimiento y reparación de jardines son


ampliamente ignorados por la sociedad en general y los medios en particular. Raramente
ocupan espacio informativo.

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Cuando estos procesos se manifiestan, suelen hacerlo como un negativo de lo que aportan a la
vida de la ciudad. Todos conocemos un nuevo jardín a través de la queja sobre el mal estado de
conservación del mismo, pero nunca a través de una albanza.
Las quejas sobre los espacios vegetados pueden ser de cualquier naturaleza y en cualquier
dirección: que falta de riego, que sobra, que hay exceso de césped, que no hay el suficiente,
que está ocupado por mendigos, o ladrones, o incluso asesinos o violadores. El verde urbano se
ha convertido en el reducto mediático del mal y lo malo.
Su única función mediáticamente aceptable parece ser la de trasfondo de eventos
institucionales, inauguraciones o de la foto bien aparejada alguna celebridad. El contexto en el
que se presenta el verde es como mero apéndice del diseño arquitectónico o urbano en
general. No existe nada de particular en un árbol y un arbusto: en la practica son atrezzo,
decorado urbano, mobiliario.
Paradójicamente, en una ciudad que hizo de la plaza dura y la abstracción brutalista el
paradigma del espacio público, y que ha olvidado a muchos d elos que constribuyenron a
preservar y a crear sus escasos espacios verdes, el uso de vegetación en el espacio público se
presenta ahora como un gesto novedoso, casi revolucionario, por no decir subversivo. Y puede
que lo sea.
Los ciudadanos que los disfrutan cada día asumen que su mantenimiento es nimio o
intrascendente. Ya pocos ciudadanos perciben los jardines y parques como un espacio especial,
reservado, con un carácter necesariamente separado de la trama urbana. Al contrario, cada vez
más, el parque público, el jardín, son meras reservas de suelo para la instalación de servicios,
edificios, e instalaciones.
La materia vegetal ha devenido otro material más, un hormigón verde. No existe ningún
concepto de respeto por esta materia viva, ni sacralidad alguna en su presencia, cosa que se
puede apreciar en cualquier jardín de la ciudad, incluso en plena inauguración de los mismos:
donde la vegetación no supone una barrera infranqueable, los ciudadanos juegan al futbol,
aparcan el coche, descartan latas de bebida y entrenan al perro en el arte de la guerra. A
menudo, todo a la vez.
La distancia cada vez mayor respecto al que en tiempos fue común, la vida en el campo y la
familiaridad de los procesos biológicos presentes en la naturaleza, contribuyen a generalizar el
desconocimiento y la percepción de la vegetación como un producto desechable y
reemplazable. Un árbol de cien años es una amenaza, un espécimen lleno de nudos y ramas
con carácter es implemente feo. Las plantas son simplemente un producto restituible y su
forma correcta es ahora la que tienen en el momento de salir del vivero. A partir de aquí, todo
es decadencia. Consecuentemente, a nadie le importa ni los jardines ni mucho menos los
jardineros.
La jardinería como oficio ha pasado de una profesión dotada de cierto misterio romántico a una
que parece orientada a personas con carencias psíquicas, delincuentes y prostitutas
necesitados de rehabilitación. La jardinería moderna consiste en cavar un agujero, plantar lo
que sea y regar hasta que llegue la hora de reemplazar lo que se plantó el otro día. El
Paisajismo, en este contexto, consiste en producir unos planos y secciones estilizados,
poéticamente descritos en lenguaje sugerente, con referencias a algún pasado misterioso o
algún poema poco conocido.
En tiempos, la dificultad de conseguir agua, o transportar suelos o la inexistencia de
maquinaria, hacía de profesión de jardinero una de las más prestigiosas, difíciles y cotizadas.
Basta imaginar las necesidades logísticas detrás del transporte de una planta procedente de
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otro continente para cultivarla con éxito antes del transporte aéreo, la máquina de vapor y la
red de agua pública. Baste comentar la trayectoria de Joseph Paxton, el “ingeniero” que diseñó
Chrystal Palace y que en realidad no era nada más que un jardinero que aplicó sus
conocimientos sobre construcción de invernaderos, adquiridos durante largos años de
experimentación en Chatsworth.
En la historia de la humanidad, los jardines no solo han cumplido una función ornamental: eran
el campo de pruebas para la naturalización e hibridación de especies que más tarde
encontrarían aplicaciones comerciales. El jardín era el laboratorio de la agricultura y el
invernadero su centro de excelencia. La botánica y la horticultura fueron el equivalente de lo
que hoy en día es la biotecnología: eran el origen de la farmacopea y de todos los principios
activos que la sociedad humana no podía sintetizar por otros medios.
El suministro y transporte de un árbol de cierta entidad, su posterior plantación y
mantenimiento eran en el pasado algo penosísimo e incierto, y por eso mismo precisaban de un
cuidado especial, un conocimiento superior. Si algo enseña la historia, es que “cualquiera”
podía construirse un palacio grandioso, pero muy pocos podían permitirse un jardín de entidad,
y mucho menos mantenerlo. En un pasado en el que el viajar era algo excepcional y muy
aventurado, el jardín se constituyó en el avión privado del súper-potentado.
Desafortunadamente, la “decadencia” de estas ciencias, la erosión de los aspectos heurísticos
del oficio, la profunda carga simbólica de este arte, la pérdida de conocimiento aplicado y su
superación como repositorio tecnológico, han traído consigo la decadencia de las profesiones y
los oficios vinculados a las mismas en la estima social. El jardín y la jardinería fueron en tiempos
ocupaciones de la élite intelectual y económica de cada nación. El amante de Lady Chatterley
no sería hoy en día un jardinero.
Uno podría argumentar que el espacio verde en la ciudad ha conocido su apogeo precisamente
en el umbral del declive de la importancia de estas ciencias. La apoteosis del espacio público
ajardinado y la aparición del parque público urbano son ambos la culminación de un proceso
que trata la utilización de la vegetación como una tecnología más. Como una infraestructura
dedicada a la mejora ambiental de la ciudad y las condiciones de vida del individuo en la misma.
Aún así, El ideario técnico y la iconografía propuestos por Frederic Law Olmsted carecían de la
potencia de su ideario social: el acceso igualitario para todos a un espacio natural y público.
Algo que hoy parece obvio, pero que en la América del Siglo XIX no lo era. Aún hoy en día es
casi imposible pasear por la campiña americana sin ser propietario de la tierra, a menos que
uno esté en un Parque Nacional o Natural, otro de los legados de Olmsted.
La presencia de plantas en la ciudad representa de manera fidedigna tanto la idea de
naturaleza de la sociedad en cuestión como una representación metafórica del nivel
conocimiento de esa sociedad en este campo. El elemento simbólico-estético es a todos los
efectos secundario, a pesar de que incidimos sobre este aspecto sin descanso.
Precisamente, la erosión sistemática del conocimiento vinculado al mundo vegetal y su reserva
como repositorio para la industria biogenética es el mejor indicador de la verdadera situación
del jardín y el paisajismo en la sociedad actual.
Mientras que nuestro nivel de conocimiento bruto sobre el mundo de lo vegetal no ha parado
de crecer, al igual que número de hectáreas verdes a disposición de los ciudadanos; se puede
decir que el conocimiento íntimo del mundo vegetal no ha parado de disminuir. De igual
manera, el uso que de los parques y jardines hace el ciudadano tiene un cariz más utilitario que
antaño.

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El individuo ya no se encuentra ante imagen de naturaleza o metáfora de conocimiento alguno,


es el usuario de una infraestructura y servicio y su verdadero valor es o bien este o es icónico. El
simbolismo y la estética están ahora muy por delante de cualquier otra consideración.
El visitante del jardín o parque público actual simplemente se sitúa sobre en un retal de
infraestructura utilitaria, un espacio aguardando su valorización mediante la instalación de
alguna otra actividad o la realización de algún evento. En resumen, se encuentra en un espacio
no muy diferente de un edificio.
De la misma manera que en los últimos años las fachadas de edificios prominentes se cubren
de jardines verticales, parece que el espacio público se cubre de arquitectura horizontal. El
hecho de que esta arquitectura esté vegetada no significa que constituya un jardín, o un
parque. Se trata de arquitectura “tumbada”.
En la ciudad contemporánea, el único espacio público viable es el que tiende al vacío, tanto
física como metafóricamente. La función última de un edificio es la precisa definición de ese
vacío. El problema del vacío es, precisamente, que un vacio no es diferente a otro. Menos es
más. Nada es todo. Volvemos al principio, donde no había nada y se hizo el verbo.
En este caso, la retórica Arquitectónica, que tiende a ocupar cada recoveco de la cultura y
aspira a separar al individuo de su experiencia personal y perceptual compartida, para
integrarlo en una fe absoluta e individualizada, fundamentada en el poder de la ética del diseño
que comenta Josep Bohigas al hilo de la biografía de Rubió i Tudurí. Una ética que no es otra
cosa que el paradigma occidental moderno clásico, en las palabras de Augustin Berque. El gran
mata-paisaje, la estación terminal del pensamiento paisajero, el gulag intelectual al que se
destinan aquellas ramas del conocimiento que precisan “tocar” para entender. No más Santo
Tomás.
Todo ello nos aboca al no-lugar y a la no diferenciación de espacios. Esta no diferenciación, que
antaño correspondía a edificios significativos de modernidad y progreso, monumentales en
concepción y por ende excepcionales; se corresponde ahora con todos y cada uno de los
rincones de nuestra sociedad susceptibles de ser diseñados por el Arquitecto, que son
prácticamente todos.
La carnicería ya no es distinta de la biblioteca, que se asemeja a la coctelería y recuerda a un
dormitorio en un centro comercial que imita a un aeropuerto. Toda arquitectura, la
Arquitectura.
La ciudad ha dejado de ser la polis. No es un lugar de relación e interacción. El espacio público
ha dejado de ser el espacio de teatralización y representación. La actuación requiere actores y
estos suponen un coste fijo impredecible e inasumible en sus demandas. Es preferible
subcontratar este papel al visitante y al emigrante ilegal, uno sirve el propósito del otro. EL
ciudadano ya no es otra cosa que el espectador de su propia vida, reducida a base recaudatoria
y excusa para el crecimiento, el fetiche y fundamento del beneficio financiero. Precisamente,
son las instituciones finacieras las que generan y gestionan el crecimiento urbano moderno al
implicarse íntimamente en los procesos de promoción urbanística, con las inevitables
consecuencias que tal situación autógena genera: intoxicación financiera, política, profesional e
intelectual.
Abandonada la polis, solo queda una colección de edificios que tiende a replicarse a si misma,
hasta alcanzar el estado icónico ideal. Barcelona ya no es Barcelona, sino la imagen de
Barcelona. Una imagen que se ha de mantener a toda costa, sobretodo ante el desgaste
introducido por la presencia de lo vegetal y desordenado de sus tiempos.

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La ciudad se defiende del tiempo mediante el urbanismo, como teoría. EN la practica, manda el
eufemismo denominado “ordenación del territorio”, una máquina de fabricar “progreso” que
tanto ha desordenando y banalizado nuestros paisajes. La ordenación del territorio es una
“máquina” de negar a Cedric Price: la solución es, siempre, otro edificio.
En este contexto: el espacio público no es otra cosa que el resultado de procesos isostáticos
resultantes de la tectónica económica subyacente. Una reserva de suelo y un ya veremos
exento de cualquier promesa social perenne. Es una fiesta del hoy eterno, digno reflejo de los
amortales emergentes: individuos que se niegan a aceptar el paso del tiempo, varados en una
post adolescencia permanente. Todos somos ya Hugh Heffner y nos bañamos en un jacuzzi
cavernoso y siliconado, digno de las visiones esclarecedoras de la Hypnerotomachia Poliphili. La
vida es sueño en un lugar de cuyo nombre no quiero ni puedo acordarme.
La generalización de la ética del diseño, que no es otra cosa que la ética del poder (o su
ausencia, para ser más exactos) significa la imposición de un estado de excepción intelectual
permanente: por cada edificio digno de mención, diez mil emergen sin gloria ni dignidad,
destinados al olvido inmediato, eliminados de la estadística de la excelencia arquitectónica en
la que se nos dice que vivimos.
La última cosa que no caerá bajo la ética del diseño será la máquina de guerra: suya es toda la
terribilitá que ahora nos apresuramos a eliminar de nuestra saciada existencia social.
En este contexto, todo en la ciudad estará diseñado: la casa es la máquina de habitar, la
cuchara es la máquina de tomar sopa y la oficina es la máquina de volver a la jungla por unas
horas. Todo es predecible: el beneficio financiero no tolera la incertidumbre ni los procesos
abiertos, redundantes, con desecho no valorizable inmediatamente. El ser humano
arquitectónico-financiero solo tiene un ojo, un riñón y un pulmón. Nada extra.
No es soprendente que el pisaje urbano pardigmático de la última Bienal del Paisaje halla sido
un entarimado inmenso, varado en las cosats de Tel Aviv, como si hubiera llegado flotando,
procedente de Barcelona, arrastrado por las olas de un mar que suponemos el Jacuzzi Nostrum.
En este contexto, el jardín entendido como espacio diferenciado se ha abolido de hecho y
cualquier intento de retraernos al mismo está abocado al fracaso, porque no se cumplen las
condiciones necesarias para que el jardín exista de acuerdo con su naturaleza. El jardín solo
puede existir como supuesto retórico: el espacio de calma en el ajetreo urbano, el rincón
histórico que valida el gesto urbanístico y arquitectónico. Un “Jo també soc verd” irónico y
reaccionario.
El jardín deja de representar nuestra visión de la naturaleza ideal, para representar lo que
creemos recordar de la misma, si alguna vez tuvimos ese ideal.

3. La naturaleza del Jardín

En lo que a la organización de la materia y el espacio se refiere, el proyecto arquitectónico


determina una posición final, cartesiana en origen y euclidiana en sus posibilidades. La
Arquitectura ejemplifica, de manera literal, el poder de la mente sobre la materia. Una materia
que de alguna manera siempre palidece ante las expectativas de la mente, una sombra en el
fondo de la caverna. La mirada del arquitecto desnuda a la edificación: Toda arquitectura
deviene ruina perfecta y supuestamente inmutable ante el paso del tiempo.
Muy al contrario, el proyecto Paisajista supone una propuesta de partida para una serie de
procesos a menudo impredecibles en lo particular, pero que la intuición informada supone
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verificables en lo general. Uno no pude determinar qué forma adoptará un árbol en particular,
pero sí que aspecto puede llegar a tener. En este sentido, la geometría propia del paisajismo es
topológica: la propuesta original conserva ciertas propiedades que permanecen inalteradas en
el tiempo a pesar de las transformaciones continuas a las que se ve sometido el espacio sobre
el que se trabaja.
De alguna manera, mientras que un plano arquitectónico es una representación perfecta de la
intención del arquitecto, el plano de un paisajista es tan solo una intención de permanencia de
todo aquello que sobreviva a un proceso de mutación intrínsecamente necesario para la
pervivencia de la intención original.
Al contrario que un edificio, el proyecto de un jardín no se acaba con su ejecución sino que
comienza al finalizar esta y continúa con el tiempo. Esta es la cuarta dimensión sobre la que
escribía Casamor i Espona. Es el trabajo sobre esta dimensión la que condiciona las otras tres,
para desesperación del amanuense varado con infinita precisión en la cuadrícula Euclidiana.
Este trabajo en el tiempo, necesario para la continuación del proyecto, es la “interpretación”
que mencionaba Rubió i Tudurí. Al igual que la música, o el teatro, el arte de la jardinería y el
paisajismo solo existe cuando se “interpreta”, es decir cuando se mantiene y se cuida. Un jardín
sin mantenimiento es como una partitura en un cajón. Un paisajista que solo proyecta es como
un músico que jamás haya escuchado una solo nota de lo que ha escrito. No es de extrañar,
pues, que una interpretación ajena resulte estridente.
Afortunadamente, uno de los aspectos fundamentales de la jardinería es su “reversibilidad”. La
materia de un edificio solo puede organizarse en una dirección, condición necesaria para que
pueda conservar las condiciones de predictibilidad que le diferencian de una estructura natural.
En jardinería, la materia puede y debe organizarse en más de una dirección.
De hecho, debe estabilizarse y encontrar su lugar, tanto si está viva como si es inerte. Cosas tan
simples e invisibles como el pronto establecimiento de una fauna microbiana activa en el suelo
y la zona radicular de las plantas determinan en gran medida el futuro éxito del jardín.
Igualmente. Lo que hoy es parte de un árbol en el futuro será parte del suelo. Y viceversa.
De hecho, un jardín se puede arrasar completamente y se puede recuperar completamente. El
paisajismo no tiene pretensiones científicas en la medida que no ofrece un resultado “final”. Un
jardín no se acaba nunca. Por tanto no es “falsificable”, al contrario que una obra
arquitectónica y sus pretensiones de “arte-ciencia”, plagado de axiomas inverificables y teorías
no corroborables.
A nadie en su sano juicio se le ocurriría debatir sobre la conveniencia de reponer un árbol o u
arbusto muerto solo porque se plantó en tiempos pretéritos y su autor no está presente para
darnos su opinión o no existe un plano, sota el pretexto de que es una falsificación o una
perversión del diseño original. Baste ver la absurda polémica sobre la Sagrada Familia para
darse cuenta de que la arquitectura es todo lo contrario: el proyecto comienza y acaba con la
figura del Arquitecto y más allá de esto solo cabe la disputa, el todo el mundo al suelo y el
acabose.
Para el paisajista, un árbol es un árbol es un árbol. El gran crimen del árbol es que no cincide
con la representación que hacemos del árbol. Un edificio no es nada más que la representación
del dibujo que el arquitecto traza. EL árbol, y por ende todo lo vivo, escapa a esto. Quizá la
Sagrada Familia de Gaudí sea un árbol también y de ahí ese afán por detener su evolución. Es
más un jardín vertical, que crece y se desarrolla sin que nos podamos imaginar su final, que una
obra de arquitectura. Ojalá que cada árbol de la ciudad fuera una Sagrada Familia.

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Desafortunadamente, este no es el caso. Un árbol, sobretodo uno que supera el centenar de


años, es ahora cualquier cosa menos una basílica vegetal. Es un resto, un peligro y un reo
aguardando ejecución y sustitución. Los árboles de alineación no son nada más que presos
caminando hacia una muerte cierta, infinitamente sustituibles. Y un jardín no es nada más que
la lápida sobre la tumba de Arcadia.

4. En el Jardín mediático.

Lejos de mi imaginación estuvo el impacto mediático que la actuación municipal sobre los
jardines de Can Framis tendría en los medios de comunicación. Un fenómeno que recogí en mi
informe El Paisaje Enredado, como un ejemplo del uso que de las redes sociales pueden hacer
aquellos en posiciones de poder e influencia para condicionar nuestra visión de los hechos sin
aportar información alguna.
La página de Facebook de BAAS, se utilizó intensiva y sistemáticamente, para difundir su
opinión corporativa sobre la actuación del Institut de Parcs i Jardins y promover una especie de
algarabía mediática, bajo el pretexto de la petición de “restitución” de un jardín a su supuesto
estado original.
Esta campaña ejemplifica el uso de la red social con fines de comunicación corporativa y
propagandística. Se puede apreciar que el uso del lenguaje utilizado es netamente emocional,
exento de cualquier pudor deontológico y muy alejado del lenguaje profesional habitual entre
arquitectos.
EL desdén hacia la labor del jardinero es evidente en lo acusatorio de las imágenes presentes en
las páginas de Facebook: con el rostro pixelado, los jardineros se presentan casi como felones,
merodeadores destructivos y pendencieros que disfrutan de una buena carnicería ambiental.
La información deja de existir como tal y se promociona una narrativa donde no es posible
discriminar la sucesión de eventos y decisiones que han conducido a tal situación. Los mensajes
lanzados apelan a los sentimientos más primarios. Desde el púlpito digital se espolea las masas
con la clara intención de causar consternación y escándalo.
Es interesante comprobar que no se produce ningún tipo de debate en este foro: los juicios de
valor, el peloteo y las expresiones cargadas de emotividad proliferan sin atisbo de curiosidad o
espíritu crítico. Este fenómeno se reproduce más tarde en blogs y foros diversos, e incluso en
los medios tradicionales, como los diarios de la ciudad. Curiosamente, los periodistas reiteran el
tono emocional de las soflamas originales, ausente de contenidos objetivos o criterios
profesionales contrastables.
En ningún momento se cuestiona el mensaje de BAAS. La dinámica de consternación y
escándalo genera un efecto seguidista e irreflexivo espectacular, donde prima la “presunción de
incompetencia” para los responsables del mantenimiento municipales.
De hecho, de la lectura del obituario sobre el fallecimiento de Bet Figueras, contemporáneo del
dramón Can Framis, sugiere que los términos “jardinero” y “jardinería” se entienden como
ataque ad hominem, o como una derogación de capacidad profesional. El martirizado
arquitecto y su alicaído acompañante, el paisajista, entendido como arquitecturizador del
paisaje, son victimas de un atroz asalto perpetrado desde el verde. De nuevo, los maleantes
merodean entre los arbustos.
Los datos objetivos criterios profesionales desaparecen y nada aporta valor al debate, que se
pierde en discusiones bizantinas sobre si la hiedra se mantiene mejor o peor, la mítica
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xerojardineria, que si las malas hierbas pueden o no pueden convivir con un supuesto
pentagrama de color de frecuencia semanal y temas similares.
No se discuten Pliegos de Condiciones, ni Planes de Mantenimiento, ni sus presupuestos, ni las
actas de obra ni otros elementos objetivos de seguimiento y ejecución de un proyecto. Tan solo
se escucha una elaborada retórica que situa los jardines de Can Framis como una
representación del jardín clásico catalán, del siglo XVIII nada menos, “asilvestrado y acogedor”.
Casi como cualquier otro jardín del planeta, diría el jardinero despistado.
No existen datos que nos permitan situar estas aseveraciones en el plano histórico, académico
e intelectual. En primer lugar, no está claro que exista un “jardín clásico catalán”, aunque si
existen jardines clásicos catalánes, como el Laberint de Horta. La herencia de este espacio y
otros se recoje en trabjso más recientes, en la obra de Rubió i Tudurí, Mirambell i Ferran o de
Casamor i Espona, creador de un jardín de plantas bulbosas y rizomatosas en Montjuïc, con la
ayuda de Panella i Bonastre. Can Framis presenta elementos presentes en el trabajo de todos
ellos, pero no disponemos de más información que nos permita conectar los puntos y revelar lo
que se nos quiere decir. Hemos caído en el fetichismo y la mitomanía intelectual, ya que nada
se explica, tan solo se sugiere y se presupone.
El esfuerzo retórico continúa con el debate sobre si las malas hierbas deben o no deben estar
presentes en el jardín. La convivencia de las “malas hierbas” con la hiedra y los narcisos
plantados es un tema importante. “Convivencia” no es un término estrictamente científico que
nos permita determinar la intención de su trabajo. Uno puede convivir con una gotera en un
edificio, de la misma manera que una esposa puede convivir con un marido maltratador o un
empleado puede convivir con un jefe acosador. Esta convivencia está lejos de ser deseable.
En el caso de Can Framis, donde el “pentagrama de color” parece ser de suprema importancia,
no queda claro que colores deben aportar las malas hierbas, ya que estas también poseen su
propia floración. Tampoco está claro que se hayan tomado las medidas necesarias para
fomentar ese jardín “asilvestrado” que se propone como nuevo paradigma. En definitiva, el
jardín propone algo excepcional, en apariencia sencillo, pero extremadamente complicado.
Propone una imagen de lo natural construido por el ser humano. Debe funcionar según reglas
humanas mediante procesos naturales exentos de intervención humana.
El trabajo de William Robinson, The Wild Garden, escrito en 1870, entiende que la
naturalización de la vegetación en un jardín es una cuestión no baladí, más compleja aún que
los métodos de plantación utilizados hasta entonces y que requiere más conocimiento y
cuidados que la jardinería clásica. Este tema resurge en la obra de Peter Thompson, The Self-
Sustaining Garden, publicado en 1997, donde el autor propone la utilización de plantación
matricial, adaptada a las condiciones del lugar (y no al contrario).
Curiosamente, el objetivo de este tipo de jardinería es obtener jardines naturalizados, salvajes
en apariencia, pero que resultan “ordenados, predecibles, persistentes y estables” en su
comportamiento. El fundamento de este modelo matricial es el conocimiento del
comportamiento de las plantas en sus hábitats de origen. Es decir, que no solo es necesario
poseer conocimientos de jardinería y horticultura, sino que se necesitan conocimientos de
ecología y su aplicación a las condiciones específicas del lugar.
De nuevo, para obtener un resultado menos jardinero, se necesita más conocimiento. Es más
difícil despeinarse con estilo que peinarse convencionalmente.
Desafortunadamente, nada de esto importa en el fragor del debate. Donde los textos y las
opiniones se suceden sin aportar claridad alguna al debate, la imagen emerge como el
verdadero hilo conductor del proceso mediático. El jardín y sus procesos se describen mediante
EL JARDÍN EN RUINAS - Reflexiones sobre el paisajismo actual. 12
Paisaje Gabino Carballo Pérez

una sencilla narrativa visual: hay un antes magnífico, perfecto y premiable, seguido de un
después muy imperfecto, sobrevenido y supuestamente no premiable. Paradójicamente, la
imagen es la narrativa. La imagen es clara, legible, incuestionable y claramente anotada en una
sola dirección, como si la jardinería fuese algo irreversible.
No solo hay un antes y un después. La imagen aniquila todo lo que hay antes del antes y
dictamina que habrá después del después. La imagen no solo es una evidencia. Es el juicio,
concentrado en una matriz pixelada. Más allá de esta, no hay nada.
La “noticia”, profesionalmente estructurada, no tardará en verterse a los medios de
comunicación tradicionales, cuyos canales están perfectamente sintonizados para recibir
noticias relacionadas con la Arquitectura y sus apéndices. En este caso el apéndice es el jardín
entendido como la extensión “verde” de esta. De hecho, la arquitectura moderna ha
conseguido que el jardín se convierta en un espacio anejo al edificio, subsirviente, sin entidad
propia.
En la obtusa claridad de los hechos consumados, el jardín moderno (necesariamente mediático)
constituye un vacio donde localizar las instalaciones o anejos indeseados, la tapadera de
infraestructuras varias, el observatorio de la aplicación magistral de la masa y la luz que financia
su efímera existencia vegetal (si hay planta alguna, claro). Si el edificio moderno se manifiesta
como ruina perfecta, el jardín es su coartada temporal, el “siempre estuve aquí”, el trastero
donde enterrar lo utilitario y los defectos de proyecto. Una reserva de suelo y de presupuesto,
para lo que el edificio tenga a bien disponer.

5. El premio es el mensaje.

El efecto amplificador de la utilización corporativa de las Redes Sociales, en combinación con


los medios de comunicación tradicionales, es realmente potente. Alcanza ámbitos ajenos a una
noticia local y de escasa relevancia social, prácticamente sin transcendencia.
La verdadera noticia es que el jardín es finalista en un premio. Un premio, la Bienal del Paisaje,
cuyo jurado aparentemente se limita a la observación acrítica de imágenes y de presentaciones
sobre los proyectos en ausencia de contexto alguno, su posible desaparición incluida.
Este premio se convierte en arma arrojadiza. De hecho, cada capítulo en la historia es un arma
arrojadiza: Can Framis ha ganado un premio, ergo es perfecto. El jardín ha sido recepcionado,
ergo, estaba en perfecta condición. El Jardín ha sido seleccionado para un premio, ergo es
perfecto, de nuevo. No cabe objeció o argumento contra esta lógica implacable.
El ejemplo perfecto de este procedimiento dialéctico es el comentario de Carlos Ferrater sobre
la oportunidad de la concesión del Premio Ciudad de Barcelona a la intervención coral en L’Illa
Ca l’Aranyó “porque coincide justamente con las críticas que se están realizando en el nuevo
urbanismo de Barcelona”.
Es decir, la mejor manera de contrarrestar una crítica no es mediante una serie de argumentos
razonados, sino mediante un premio que la ciudad de Barcelona se concede a sí misma, a todos
los efectos. Es evidente que el “nuevo urbanismo” de Barcelona triciona todas y cada una de las
esencias destiladas por el urbanismo barcelonés en las últimas décadas.
Nada nuevo si consideramos que la trama urbana de la ciudad jardín propuesta por Cerdá ha
sido tracionada profusamente, de manera densa y deliberada, como una tardía rebelión
arquitectónica contra una imposición madrileña. Aún así, creo que incluso Nietzsche hubiera
encontrado este proceso de auto referencia un tanto excesiva. Supone la tautología existencial
EL JARDÍN EN RUINAS - Reflexiones sobre el paisajismo actual. 13
Paisaje Gabino Carballo Pérez

como norma y patrón de conducta. Que un político tienda hacia este modelo intelectual, es
comprensible. Que lo haga un profesional, no tanto.
A todos los efectos, comienza un proceso de “autovalidación” contra la que no se puede
argumentar nada, ni merece la pena argumentar nada. El hecho de que aquellos que
seleccionan y confieren el premio son los amigos personales, los colegas incluso, de los
diseñadores y potenciales receptores del premio parece no sorprender a nadie. Hemos pasado
de la “manzana de la discordia” a la “manzana de la concordia”, sin un mordisco que justifique
esta condena.
Lo único que importa es el premio o el pseudopremio. Las cosas están bien porque reciben un
premio y porque reciben un premio, las cosas están bien. Al menos cuando le tocan a uno o a
sus amigos. Cuando le tocan a otro o a los no-amigos, las cosas son distintas.
Baste leer la opinión de Jordi Badía sobre el premio Ciudad de Barcelona a la nave central de la
Sagrada Familia en 2011. El mismo premio aplicado a su edificio en Can Framis era signo de
excelencia. Al año siguiente, ya no lo es, incluso cuestiona abiertamente lo que se ha hecho en
la Sagrada Familia. Es decir, Can Framis es mejor Arquitectura que la Sagrada Familia, o más
correctamente, Can Framis es arquitectura. La Sagrada Familia no.
Este doble rasero ético e intelectual es simplemente el rostro amable de la ética del poder que
ejerce la Arquitectura moderna. La abolición del punto de vista personal y su sustitución por un
punto de vista único, corporativizado y purgado de todo aquello considerado anormal o fuera
del canon académico y academicista.
Mientras que en el siglo pasado la emergente arquitectura moderna se alineó con los valores
supuestamente democráticos (o al menos neutralmente políticos) de las grandes corporaciones
multinacionales, los gobiernos progresistas y las clases medias emergentes; ahora se alinea
claramente con cualquier forma de gobierno o institución con liquidez suficiente para pagar sus
servicios. Nada importa que corten cabezas de manera arbitraria o que sus territorios sean
prisiones al aire libre para sus ciudadanos. Solo importa el éxito y la notoriedad, ambas
intercambiables, y el poder para determinar como deben vivir los sujetos de esta ideología de la
construcción.
La versión local de este fenómeno de acreción corporativo-ideológica es, por supuesto, mucho
más benigna, pero igualmente competitiva. En un mundo que crece exponencialmente,
nuestros míticos quince minutos de fama son muchos menos. En un mundo en el que todos lo
hacemos bien todo el tiempo, en el que ya no hay malas añadas para el vino, donde lo mínimo
que se exige es la excelencia, la manera más rápida de hacerse famoso es hacerlo mal.
O mejor aún, hacer el mal, señalando al otro, al no-amigo, al que no premia (por supuesto) en
público. Contra la buena educación que nos impartían en casa, porque somos rebeldes contra
la causa. Como Donald Sutherland en la escena final de la película “La invasión de los
ultracuerpos”: en la era del Homo mediaticus basta con señalar y gritar para causar el terror.

6. La imagen del Jardín, el Jardín.

La realidad técnica, mucho más banal, es que parte de la cubierta vegetal del jardín fue retirada
con menor o mayor acierto por razones de mantenimiento y en previsión de su sustitución por
especies o variedades supuestamente más resistentes o capaces de resistir las condiciones
ambientales existentes.

EL JARDÍN EN RUINAS - Reflexiones sobre el paisajismo actual. 14


Paisaje Gabino Carballo Pérez

El error parece ser de gestión de la comunicación: el gestor del mantenimiento actúa movido
por criterios técnicos y de gestión de recursos, pero sin contar con los interesados principales,
como la propiedad y los autores del proyecto todavía en ejecución, a los que debería haber
informado.
De esta plausible explicación, a las acusaciones de “terrorismo cultural” vertidas en la página de
Facebook de BAAS, hay un largo trecho pavimentado con cierta flexibilidad ética. Las infladas
inexactitudes vertidas sobre el presupuesto del proyecto, que casi se triplica en su versión
mediática, son pura poesía mediática. El redundante millón de euros que ha costado este
espacio no llega a cuatrocientos mil en ejecución material. Menos de 50 euros por metro
cuadrado de inversión. Una bicoca.

7. El Jardin en el gulag.

El Paisajismo, en el Estado Español no existe como profesión plenamente reconocida con


atribuciones legales. Ha sido, y en realidad todavía es, una ocupación marginal a caballo de la
jardinería, que no acaba de encontrar su espacio junto a la Arquitectura y la Ingeniería.
Aquellos que se han atrevido a ejercer esta disciplina dentro de unos parámetros de rigor
profesional han sido represaliados por la historia. No solo por atreverse a cuestionar la
supremacía del diseño arquitectónico moderno, como Rubió i Tudurí, sino simplemente por
atreverse a cuestionar el monopolio sobre la idea del diseño que la Arquitectura ejerce en
nuestra cultura.
No es sorprendente entonces que se ninguné el trabajo de Rubió i Tudurí, de Xavier de
Winthuysen, de Mirambell i Ferran, de Ruidor y de Casamor i Espona, aunque la mayoría hayan
sido arquitectos. En el fondo, todos ellos tuvieron a gala ser más o menos jardineros.
Explícitamente, en el caso de Rubió, que distinguía muy bien una cosa de la otra.
Esta deliberada abolición del paisajista en la historia Arquitectónica llega incluso a negar la
existencia de estos profesionales hasta la aparición de la figura de Bet Figueras, aceptada como
Arquitecta Paisajista y de alguna manera, redentora del paisajismo catalán que se contrapone a
la supuesta ausencia de paisajistas formados en el estado español hasta esa fecha. Donde
quedan figuras históricas como Jorge Subirana Atienza, formado en la ESNP de Versailles es
sencillamente irrelevante. “Curiosidad y Crimen” podría ser el título del nuevo paradigma
intelectual academicista en arquitectura.
Paradójicamente fue el paisajista Xavier de Winthuysen, que residió en Barcelona una buena
parte de su vida y que tanto contribuyó a la valoración de paisajes como la laguna de Banyoles
el que primero escribió para pedir que se crease la profesión de Arquitecto-Paisajista en
España, allá por el 1927.
A todos ellos, en el fondo, se les considerabotiflers, traidores que cuestionaron la posibilidad de
que algún metro cuadrado de ciudad fuese no edificable o no-edificio, o que este metro
cuadrdo arrojase alguna pista sobre su situación geográfica, cultural, ideológica o económica
para la posteridad. El temido “regionalismo” que antecede a la aparación de cánones exógenos
al proceso de autovalidación arquitectónica.
En la mediad que Arquitectura moderna teme la aparición de procesos intelectuales
autónomos o no sujetos a la ética del poder, nos demuestra su vertiente perfectamente
stalinista, en su pertinaz obcecación con el retoque fotográfico histórico. Todo lo inconveniente
deja de estudiarse o pasa al canon previo proceso de depuración.
EL JARDÍN EN RUINAS - Reflexiones sobre el paisajismo actual. 15
Paisaje Gabino Carballo Pérez

Podemos mirar a los “brillantes 50” y ver como se sublima la importancia del Complejo
Educativo de Cheste, construido entre 1965-1969, fechas peculiares para la década de los 50 .
Seleccionado mediante razones abstracto- arbitrarias, los criterios para incluir este proyecto np
parecen no aplicables al Complejo Educativo de la de Tarragona, en cuay concepción
participaron personajes como Torroja y Oteiza. Es decir, unos indocumentados.
El complejo de Tarragona no solo es mucho más humano y equilibrado en escala y distribución
espacial que el de Cheste, lo cual constituye a los uojos del arquitecto moderno un demérito
insalvable; sino que es mucho más explícito en su pretensión de”ruina” moderna en el paisaje.
También explicta formalmente el ideario funcional. Al igual que el de Cheste, su función última
no es otra que la de formar a perfectos ciudadanos falangista-nacional-católicos españoles. Sin
embargo, el de Cheste es lo suficientemente “internacional” como para no temer acusación
histórica alguna. En realidad no importa que no tenga nada que ver con “los 50”, e incluso que
se salte las propias reglas de selección de proyectos descritas en el catálogo de la exposición.
Del público actual interesado en la arquitectura se puede decir sin rubor que son unos
fetichistas de la imagen. Del resto se puede decir que quedan suficentes siglos de Reich para
que todo quede olvidado y en su sitio.
Basta con eliminar la existencia del complejo de Tarragona de los libros de historia de la
Arquitectura para equilibrar ese defecto menor, esa viga en el ojo de la narrativa progresista,
para re-equlibrar la balanza de la historia. Es el “yo no sabia nada” ideológico y profesional, el
funcionario Eichmann de los campos de concentración de Vitrubio y Palladio, donde las ideas se
reducen ingredientes de un jabón deferente y acrítico. EL jabón que lava los lazos entre
Arquitectura y poder en su lecho plutocrático.
Pero como dice el Marine a un ciudadano alemán que dice no saber nada de los campos de
concentración “¿Cómo? ¿Es que no no los hueles?”
En oposición a este infierno maloliente pero indetectable por el buen sentido de la educación
contempráneo, queda la jardinería es el último bastión de lo particular, el espacio libre de toda
regla, especialmente alejado de la arquitectura aunque esté a su lado. Por antonomasia: es el
espacio del individuo, libre de ideología para hacer y deshacer y dejar hacer al tiempo. Donde lo
perceptual no puede ser congelado por medio de la fotografia ni el dibujo. El jardín es la verdad
irreductible que teme el Arquitecto: toda arquitectura es efímera, sea vegetal o no.
Lo contrario de la naturaleza es imposible, que diría Buckminster Fuller. Para la Arquitectura, lo
contrario de lo inerte es imposible. El pensamiento, libre y a la intemperie, podría querer
abandonar los límites consensuados en el todo corporativo.
El autentico crimen moderno no es el ornamento: la retórica arquitectónica es el ornamento
actual. El verdadero crimen es cuestionar la supremacía de la ética de del diseño arquitectónico
moderno y su adherencia al poder, su idea de posteridad inmediata e infinita.

8. La profesión clandestina.

Las profesiones tienen mucho más que ver con lo que los profesionales que las practican
“creen” que con lo que “saben”. Profesión viene de profesar. Profesar es creer y manifestar esa
creencia. Significa comprometerse con lo que uno sabe y hace y trabajar en esa dirección.
Implica una disciplina y una especialización. Implica dedicación, exploración y, en ocasiones,
equivocación.

EL JARDÍN EN RUINAS - Reflexiones sobre el paisajismo actual. 16


Paisaje Gabino Carballo Pérez

Las profesiones son tanto ideologías como formas de organizar la información disponible, con
el objetivo de producir resultados predecibles a partir de unas premisas iniciales. A priori, uno
no va al hospital a operarse de una verruga para salir con un brazo amputado. Tampoco
levantamos puentes para que se caigan, ni edificamos viviendas para que tengan goteras. La
sistemática en el conocimiento y la aplicación ordenada de tecnología y nuevos conceptos nos
permite predecir las condiciones futuras en nuestra vida, asumir que lo normal segura siendo
normal mañana.
El Arte nos permite violar esa asunción de manera ordenada y segura: uno no asiste a una
performance para que le corten la cabeza con una motosierra, aunque todo se andará. El arte
es una mentira, y en la medida que la Arquitectura es un arte, también es una mentira.
El conflicto latente en este escenario es con lo biológico. Las plantas no son susceptibles de
predictibilidad particular. Lo son en conjunto, como sistema, pero no de manera precisa. De la
misma manera que sabemos que lloverá en Otoño, pero no sabemos cuánto, ni que días, ni
exactamente donde, tampoco sabemos que plantas harán que cosa cuando, aunque tenemos
una idea de las estaciones y su meteorología.
El mismo principio es aplicable a todo conocimiento, tecnología y arte fundamentados en lo
vivo. Uno puede proponer, pero al final es la vida la que dispone. Nuestros deseos son
aproximaciones y su articulación en la cultura moderna no es fácil. La imagen de una planta es
mucho más satisfactoria que su realidad: no deja caer residuos, ni se marchita, ni necsita
mantenimiento ni presenta imperfecciones. Al menos hasta que la biotecnología ponga a la
vida en su sitio.
La imagen de la planta es necesaria: de ahí la planta artificial, la perfecta flor cortada, el
ikebana. Pero no así la planta en si. Podemos hacer este principio extensible al jardín,
asumiendo que este presente vegetación alguna. La Arquitectura moderna adora el “jardín zen
japonés”, una cosmología perfecta, en la que nuca falta la vegetación es sus formas más
sencillas, pero que sirve de coartada perfecta para abolir la vegetación de la estética moderna.
Es el mismo procedimiento intelectual que permite al guardián del gulag afeitar la cabeza de los
prisioneros y proclamar que lo hace por su propio bien “por los piojos”. El Paisajista ya está
acostumbrado a que le pisen su afeitada cabeza.
Para los que siempre han practicado el Paisajismo, esta disciplina equivale a sobrevivir en un
entorno exiguo y casi inhóspito. Parafraseando a Jared Diamond, tanto la Ingeniería y como la
Arquitectura son dos “continentes” del conocimiento, inmensos y dominados por belicosos
imperios de sofisticada tecnología y amplios medios.
El Paisajismo, por la contra, tiene su hábitat natural en pequeños atolones del conocimiento,
heurísticos e intransferibles de uno a otro, rudimentarios en su tecnología y escasos de medios,
dispersos en un océano de ignorancia, vulnerables al tsunami mediático y profesional.
El Paisajista es un poco como el habitante de esas islas a las que llegaron los exploradores
occidentales: su destino es ser esclavizado, eliminado y sustituido por otro esclavo más
conveniente. Por supuesto, la lesa majestad no llega con el trabajar mal o peor, sino por
levantar la cabeza y presuponer el derecho a trabajar y pensar en libertad.
En el reciente contexto de crecimiento y expansión permanente, tanto la arquitectura como las
ingenierías del estado español han renunciado a la especialización como estrategia de
supervivencia y han adoptado la estrategia opuesta para convertirse en supergeneralistas:
hacemos lo que sea, parecen decir.
Inevitablemente, la búsqueda de nuevos hábitats profesionales y nuevos mercados en la última
década ha topado con el Paisajismo (o Arquitectura del Paisaje) y esta se ha puesto de moda
EL JARDÍN EN RUINAS - Reflexiones sobre el paisajismo actual. 17
Paisaje Gabino Carballo Pérez

rápidamente como “marca” o etiqueta para profesionales variados buscando ampliar su


mercado potencial o validar sus actividades profesionales anteriores.
Desafortunadamente, el hecho de que uno diseñe y ejecute un parque público o un jardín no
implica que uno sea Paisajista, de la misma manera que uno no se convierte en arquitecto
diseñando y ejecutando un edificio. Uno puede jugar a fútbol y no ser futbolista.
El Paisajismo es una disciplina y como tal posee un corpus teórico y práctico propio, bastante
extenso. Posee sus reglas, sus facciones y sus disidentes. El que conoce estas reglas, pues ya
sabe cuales son y puede escoger seguirlas y no seguirlas. El que no las conoce y dice que te
pone un trozo de paisaje al peso, es simplemente un farsante.
En cualquier caso, el jardín es el último reducto de la libertad de creación de espacios y
estructuras. Todos los demás están acotados, monopolizados y vendidos. Intenten ustedes
levantar su propio hogar sin un Arquitecto y verán a donde van a parar.
El que quiera y pueda hacer un jardín, que lo haga. Pero con respeto, con conocimiento de
causa y sin menospreciar lo que ya ha habido antes. El buen paisajista conoce sus antecedentes
y sabe que si ve lejos es porque se ha subido a hombros de gigantes.
El problema es pasar desapercibido en esta posición.

9. La abolición del tiempo.

Desafortunadamente, la necesidad de tomar represalias históricas contra los que se han


dedicado a este oficio, su eliminación del acervo cultural, nos aboca a la simulación la de
creación de la profesión de paisajista Ex Novo. Cosa conveniente para aquellos que pretenden
presentarse como expertos o fundadores de algo que existe desde hace décadas, pero carece
de raíces en el pensamiento Arquitectónico, por no decir que ha sido ignorado
sistemáticamente hasta que ha resultado ser un buen ejercicio promocional y comercial.
En lugar de intentar formalizar el espacio profesional existente, creando alianzas que cristalicen
en un mercado fluido y estructurado sobre lo ya existente, nos encontramos con un intento de
derribo de la Jardinería y de colonización del Paisajismo.
En lugar de adoptar el paradigma de éxito aplicado en países que deberían ser nuestro modelo
de especialización profesional, avanzamos por la senda del arquitecto e ingenieros todo a cien.
Fagocitan todo lo que encuentran a su paso por la minuta horaria de un peón de obra o menos.
No es sorprendente que acaben dedicandose al paisajismo. Estadísticamente, es la profesión
peor pagada en el ámbito de las profesiones vinculadas a la construcción. Pero al menos es
divertido y se pueden utilizar muchos colores en los planos e incluso ordenar bloques de
plantación en orden alfabético en las propuestas de plantación, sin que nadie se de cuenta de
que haces el tonto.
Inmersos en este despropósito, en esta especie de suicidio profesional colectivo que aboca a la
inmolación del paisajismo y la jardinería como victimas propiciatorias, nos encontramos
inermes y perplejos. ¿No sería más rentable hacer todo lo contrario?
En este clima enrarecido, con el paisaje en llamas y el arquitecto mediático tocando la lira
mientras culpa a los jardineros de azuzar el fuego, en la ausencia de unos límites profesionales
reconocidos y unos criterios técnicos saludables y compartidos, es muy fácil presentarse como
experto moralmente ultrajado en un campo abonado por ignorantes adeptos al debate facilón
y el despliegue emocional propio de una estrella del rock hastiada por la fama.

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El uso de la Red Social, utilizada en este caso con criterios mediáticos que se podrían calificar
como Neo Con (es decir, la total eliminación dialéctica del contrario, identificado este como
enemigo u obstáculo en la consecución de objetivos particulares), transforma las vicisitudes del
proceso de mantenimiento de los Jardines de Can Framis en una tragedia u opereta mediática
de proporciones considerables y destruye cualquier posibilidad de comprensión de la situación,
de análisis razonado o de síntesis informativa que permita aprender nada de lo sucedido.
Curiosamente, la misma imagen que se utiliza para transmitir el mensaje, nos advierte de la
ambigüedad del medio: no se ha utilizado la misma perspectiva en ambas imágenes. No es un
antes y un después, estrictamente hablando. Deja entrever que lo que se presenta no es nada
más que lo que deseamos ver.
Baste recordar que ese mismo año nos saludó con noticias de la muerte de una adolescente por
la supuesta incompetencia técnica de un número de ingenieros en el Parque de Atracciones del
Tibidabo. Y también la supuesta participación (activa o pasiva) de conocidos profesionales de la
arquitectura en el saqueo del Palau de la Música Catalana y otras actividades paraprofesionales
similares.
Basta la más somera investigación sobre estos temas para constatar el muy diferente
tratamiento que reciben sus protagonistas. Para los responsables del posiblemente erróneo
desbroce de un jardín, se exige nada menos que la dimisión. Para los arquitectos e ingenieros
presuntamente implicados en la muerte de una adolescente y el saqueo millonario de la más
grande institución civil catalana, nada más que exquisito respeto y cautela.
El “terrorismo” técnico y económico que nuestra sociedad padece con alarmante frecuencia en
las esferas de la ingeniería y la arquitectura es un tema tabú. Iatrogenia inmencionable detrás
de una muralla de premios y galardones, de másteres y publicaciones sin trascendencia que
buscan ocultar el desastre territorial inducido por los excesos ideológicos y técnicos de las
mismas, su sumisión a los designios del poder financiero y político.
La cuestión no es tanto que ha pasado en este jardín de Can Framis, sino como hemos acabado
convirtiendo el debate sobre el espacio público, su diseño y su gestión, en un pin-pan-pun
mediático e irreflexivo, donde el conocimiento de causa ha sido suplantado por un letárgico
aburrimiento que tan solo se remueve ante la presencia de la mosca mediática.
La imagen del jardín ha sustituido, en el imaginario social, al jardín. La jardinería y el paisajismo
devienen pornografía ambiental para solaz de libidinosa progresía, ávida de refuerzo identitario
de una supuesta modernidad que no implique compromiso.
Esta situación terminal de la jardinería y el paisajismo en la cultura contemporánea no es un
fenómeno local o estatal, sino que nos encontramos ante una deriva inexorable hacia la
prevalencia del no-lugar en nuestra sociedad. Atribuible quizá a los procesos de globalización,
de súper-modernización y de corporativización.
Es esta sombra corporativa la que planea sobre Can Framis. Subyace el deseo de sustituir la
experiencia particular, individual o colectiva, pero inmediata, del jardín por otra experiencia,
laminada y mediatizada. Una sombra que busca la reversión de los hecho (un jardín mejora con
el tiempo) por una noción ideológica propia de la arquitectura (el edificio decae con el tiempo).
El jardín es el último espacio libre de la tiranía del diseño arquitectónico moderno. Can Framis
nos impone la idea de jardín como una ruina de sí mismo, inaccesible, porque ya no existe,
salvo en imágenes de un glorioso pasado. Nos obliga a convivir con un presente mediocre y un
futuro aún más deleznable, un edificio con goteras y corrientes de aire helado a perpetuidad.
Como si el sol no supiera reparar lo que la mano humana no ha sabido hacer ni mantener.

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Paisaje Gabino Carballo Pérez

Como individuo, tengo la obligación de rebelarme ante tal imposición. Como paisajista, no me
queda nada más que reírme de los que pretenden tal memez. No se puede abolir el tiempo,
pero si simular su abolición, proscribirlo. La cuarta dimensión de Casamor i Espona se vende al
peso, como si fuera un ingrediente secreto y necesario para conjurar la magia del paisajista.

10. Otro Jardín es posible.

No estoy diciendo que crea que otra cosa sea posible, o deseable. La abolición de jardín, del
paisaje y del tiempo son condiciones necesarias para la cristalización última del proyecto
arquitectónico. Suponen la sustitución de la identidad individual entendidad como acumulación
de conocimiento y sabiduría; y su sustitución por otra resultante de su disolución en una deriva
constante en la corriente del progreso.
Una deriva enmarcada en un paradigma corporativo donde el individuo no es nada más que
pura mitomanía. Yo también soy el viajero de Martí Peran, que avanza incansable dejando el
paisaje atrás, fuera.
Pero me hubiera gustado otro Jardín de Can Framis. Uno sobre el que se pudiera debatir la
secuencia de su ejecución y su mantenimiento. Uno donde se pudiera estudiar la mejor manera
de implantar narcisos en un jardín de la ciudad de Barcelona. Aprender que los narcisos
precisan un descanso estival, descubrir que mientras se riega el manto de hiedra en verano,
comprometemos el futuro de otras plantas.
Determinar que el proceso de colonización de la hiedra es lento, desigual y de muy incierto,
especialmente cuando en orientación Sur en el clima mesomediterráneo de Barcelona.
Estudiar las alternativas, decidir cuando ha de parar ese riego a destiempo, necesario para la
hiedra, cuando comenzar a implantar los bulbos, que cultivares se adaptan mejor a las
condiciones existentes, generalizar este conocimiento y comprobar si realmente es posible la
convivencia de plantas de jardinería y las malas hierbas, el santo grial de la jardinería, el jardín
autosostenible y dinámico de James Hitchmough en su libro The Dynamic Landscape.
Me remito a diez mil años de jardinería y paisajismo. No conozco ningún jardín histórico
celebrado por sus malas hierbas, pero Can Framis podría haber sido el primero.

Gabino Carballo, Barcelona, Mayo 2011

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Paisaje Gabino Carballo Pérez

e-Informes PAISAJE:
1. EL PAISAJE ENREDADO –Las Redes Sociales y su relevancia en el Paisajismo Profesional. Gabino Carballo.
Barcelona, 15 de Noviembre de 2010
2. CAN FRAMIS – Referències. Gabino Carballo, Barcelona, 21 de Març de 2011.
3. EL JARDÍN EN RUINAS – Reflexiones sobre el paisajismo actual, Barcelona, 24 de Mayo de 2011.

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