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El combate entre Cristo y el mundo es un combate entre la Verdad y la
mentira. El mundo, dominado por Satanás, miente a propósito del hombre, de cuáles
son los fines de la vida del hombre en la tierra. Sus mentiras se pueden resumir en
lo que el diablo le dijo a Jesús en las tentaciones del desierto, a saber, que la
finalidad de la vida del hombre en la tierra es ganar dinero (convertir las piedras en
panes), salir en televisión (tírate abajo desde el alero del Templo) y ser el amo del
mundo (te daré el poder y la gloria de todos los reinos del mundo). Y la única
defensa frente a la mentira es la Verdad. Por eso el Señor nos promete el Espíritu
Santo y lo llama el “Espíritu de la verdad”. Él, con su venida, desenmascarará todas
las mentiras sobre las que el mundo está montado (Jn 16,8): “Es el Espíritu quien da
testimonio, porque el Espíritu es la Verdad” (1Jn 5,6). Por eso Cristo nos da “el
Espíritu de la verdad que el mundo no puede recibir porque no lo ve ni lo conoce.
Vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros”.
Nosotros somos de la Verdad, no del poder.
- “No os dejaré desamparados”. El Señor sabe que necesitamos también amparo,
protección, consuelo. No somos sólo un cerebro, sino también un corazón, un
cuerpo, una fragilidad y un deseo, y todo eso necesita ser acogido y guardado en la
esperanza. El Espíritu Santo es también el que consuela, tal como llama la liturgia
de la Iglesia: consolator optime. Él, con sus dones, nos hace pregustar y gustar la
belleza de Dios, la belleza de recibir y participar de su vida; y ese gusto, esa
experiencia, es la que nos protege y nos ampara frente al mundo y las experiencias
que el mundo propone. “Nunca el deber vencerá al placer”, decía san Agustín. La
experiencia cristiana no es la de un imperativo categórico que hay que cumplir por
encima de todo, tenga las consecuencias que tenga. La experiencia cristiana está
hecha no sólo de deberes que hay que cumplir, sino de la experiencia de una
belleza, de una alegría, de un gusto que colma el corazón: “Gustad y ved qué bueno
es el Señor” (Sal 34, 9), “Señor, yo amo la belleza de tu casa, el lugar donde reside
tu gloria” (Sal 26, 8). “Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros
conmigo y yo con vosotros”, dice el Señor. “Sabréis” es un verbo que está
emparentado con “saborear”: la experiencia cristiana es un saborear la comunión
que es la vida trinitaria, el estar de Cristo con el Padre y con nosotros en la unidad
del Espíritu Santo. Que el Señor nos la conceda.
Rvdo. Fernando Colomer Ferrándiz