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JUBILACIÓN DOLOROSA

Dr. Ramón Graff Rojas

“el tiempo libre para los que no saben que hacer:


es tiempo vacío, tiempo para enfermarse y esperar la muerte

Roberto, cumplía sus 52 años de edad cuando decidió jubilarse de la institución


donde laboró durante treinta años como dibujante de estructuras de ingeniería.
Antes de su retiro, Robe, como cariñosamente lo llamaban, gozaba de un
excelente estado de salud. Era un hombre alegre, activo y afectuoso con su
esposa e hijos. En su matrimonio con Margarita tuvo tres hijos y vivían en un
apartamento de clase media en una bella zona residencial de Caracas. La relación
en su hogar era de amor, paz y armonía.

Su esposa, se desempeñaba como profesora en la dirección de Educación


de Adultos. Allí se mantuvo activa durante unos cuantos años después de la
jubilación de su esposo. A raíz de aquel día cuando Roberto dejó de hacer todo
para hacer nada, todo cambio en su vida y en su hogar.

Margarita, salía en la mañana a trabajar y regresaba a casa a las cuatro de


la tarde, mientras tanto, Roberto, como animal enjaulado, caminaba
incesantemente todos los espacios de aquel apartamento. Bajaba y subía a cada
rato aquel ascensor del edificio donde vivía. Compraba todos los periódicos y
pasaba horas y horas leyendo y releyendo las noticias del día, hasta que el
aburrimiento lo dormía. En esa rutina diaria fue haciendo y creciendo su mundo.
Cuando su esposa salía a trabajar, él la miraba por la ventana y sentía una
inmensa sensación de culpa e inutilidad, pero jamás hizo nada para remediarlo.

Roberto, pasó su tiempo, culpándose de lo que hizo o dejó de hacer, pero


sin buscar una solución aquella situación. Poco a poco fue dependiendo más de
su esposa y de sus hijos. Su inactividad, fue creando trastornos en su carácter, lo
cual originaba conflicto con los hijos y con su esposa. Se convirtió en una persona
irritable y poco tolerante. Todo le molestaba. Controlaba obsesivamente los
movimientos de sus hijos y de su mujer. Esta alteración del carácter fue creando
una conflictividad familiar, a tal punto que, los hijos se vieron obligados abandonar
el hogar.

Margarita, solo le quedó resignarse a soportar la tiranía de aquel que una


vez fue su adoración. Cuando los hijos se fueron y el hogar quedó vacío, Roberto,
ya no tenía con quien pelear ni a quien controlar, entonces, aparecieron los
síntomas de la inactividad laboral: dolor en todo el cuerpo, decaimiento, ganas de
no hacer nada y falta de interés por las cosas. Las visitas al médico eran muy
frecuentes por diversas razones. Al principio era la tensión arterial, recibió
tratamiento para la tensión. Luego, presentó dolor en los ojos, le indicaron
tratamiento para los ojos. Posteriormente, presentó dolencias en la próstata,
recibió medicación para la próstata. No contento con ello, el colon se le inflamaba
frecuentemente, recibía tratamiento para el colon. Le dolían los huesos, los
músculos y todo el cuerpo; no había sitio del cuerpo en el cual no manifestara una
dolencia. Si veía una mancha en la piel, salía corriendo donde el médico. Si sentía
mareo, inmediatamente corría a la clínica. Poco a poco Roberto se fue llenando de
enfermedades.

Desde que se levantaba hasta que se acostaba, vivía pendiente de su


cuerpo y de cualquier síntoma que presentase. Su esposa había perdido la
paciencia, ya no soportaba la queja constante de su marido, pero no podía ser
indiferente aquella situación que estaba viviendo.

Margarita era la única que tenía que soportarlo pero, aquella carga
emocional que llevaba sobre sus hombros fue debilitando sus fuerzas y empezó a
enfermarse. Al principio presentó artritis con deformaciones de las manos que le
impedían realizar los oficios en casa, Progresivamente, la artritis inflamó su
rodillas lo cual le impedía caminar y la obligó a retirarse del trabajo. Su retiro
obligatorio no fue obstáculo que detuviera las quejas constantes de su esposo. Al
final, doña Margarita se agrava y muere.

Después del entierro, sus hijos deciden recluir a su padre en un asilo para
ancianos. Hoy, a sus 71 años de edad, Roberto es un enfermo hipocondríaco
recluido en un albergue para ancianos y olvidado por los hijos. En medio de
aquella soledad, sólo le queda esperar su destino final, por que jamás se dio
cuenta que la jubilación es tiempo libre y, “el tiempo libre para los que no saben
que hacer: es tiempo vacío, tiempo para enfermarse y esperar la muerte”.

La hipocondría es una enfermedad neurótica cuya causa principal es la angustia o


miedo. El enfermo se siente indefenso y deprimido ante la situación que está
viviendo. No tiene ánimo de lucha. Se siente atrapado y sin salida. Su grado de
indefensión es tal que, lo lleva a buscar afanosamente afecto y protección familiar,
razón por cual crea su propia enfermedad y se refugia en su cuerpo. Su estado de
angustia se manifiesta en síntomas y quejas constantes que no tienen relación con
un daño real de su organismo. El enfermo asiste, una y otra vez, a consulta
médica por multiplicidad de molestias, como buscando, pero, temiendo a la misma
vez, que algún médico le encuentre una enfermedad real que justifique su
incapacidad y apruebe la protección que a gritos está pidiendo. El hipocondríaco
no cesa en sus quejas a pesar del diagnóstico de normalidad que recibe de su
médico. La familia del hipocondríaco sufre las lamentaciones constantes del
enfermo, pero no encuentra salida a dicha situación, por cuanto, el paciente no
toma consciencia del malestar que ocasiona en el seno familiar, solo le interesa
que le presten atención. Muchos familiares optan por escapar del tormento, otros,
tienen que soportarlo, asumiendo las consecuencias, como el caso de Margarita.
La hipocondría es una enfermedad psiquiátrica y como tal debe ser visto y tratado
por el especialista.

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