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LEGAL
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Índice
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
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La renuncia a la maternidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
¿Es la solución? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94
4. Y ellos... ¿por qué siguen solteros? . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
Crisis de masculinidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 100
Papel que desempeña el padre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
El padre faltante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 108
El baile de los solteros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110
Es un buen tipo... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 116
La soledad de los solteros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123
Las razones de los solteros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 124
El matrimonio es bueno para los hombres... . . . . . . . . . . . . . . 130
5. Bajo el mismo techo: ¿quién cuida a quién? . . . . . . . . . . . . 135
El eterno cuidado del nido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 138
Las puertas de la casa están muy abiertas . . . . . . . . . . . . . . . . 140
Cuando se van... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143
Cuando regresan... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 146
La madre sobreprotectora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
La compulsión cuidadora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151
La generación sándwich . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 156
Quienes no lo han pensado ni lo desean . . . . . . . . . . . . . . . . . 158
6. Las luchas calladas por la jefatura familiar . . . . . . . . . . . . . 163
El esquema del jefe de familia a mí se me rompió . . . . . . . . . 167
¡Se quedaron sólo con mamá! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 170
El relevo generacional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173
Hijas proveedoras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 180
Las proveedoras dependientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181
Las proveedoras autónomas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 184
La colaboradora voluntaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187
El hombre de la casa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 190
Los colaboradores voluntarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 190
Los colaboradores obligados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 194
Agradecimientos
Introducción
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Las quedadas y los quedados
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Tena, Olivia, ¿Y ahora qué? Cómo enfrentar un embarazo no deseado,
México, Mondadori-Grijalbo, 2002.
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Alboukrek, Aarón y Gloria Fuentes S., Diccionario de sinónimos, antóni-
mos e ideas afines, México, Larousse.
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nunca haber tenido hijos, pero si son adultos se les concibe co-
mo autónomos y con cierta jerarquía sobre otros y otras; es como
decir que el señor es señor de cualquier modo.
En contraste, las “señoras” no lo son porque gocen de autono-
mía o jerarquía, sino porque son esposas o madres. Este modo de
hablar deja claro que a la mujer se le identifica por medio del len-
guaje no como un ser autónomo, sino en relación con su papel de
madre o esposa, y queda claro que la “señora” ha cumplido con
estos designios, mientras que la “señorita” está en espera de ha-
cerlo o los ha transgredido. En efecto, todavía para muchas per-
sonas ser soltera madura es como una desobediencia a un man-
dato social, una forma de transgresión. Por eso aún hay quienes
se refieren a ellas de manera peyorativa como “las quedadas”, a
las que “se les fue el tren”, las que se “quedaron a vestir santos”,
“las solteronas”, etcétera.
Por el simple hecho de ser solteras y no tener hijos hay quienes
les atribuyen todo tipo de defectos o desventajas, por ejemplo: se
dice que “seguramente están amargadas”, “ningún hombre las
aguantó”, “pobrecitas, tan solas”, “pronto se arrepentirán”, etc.,
a diferencia de lo que llega a pensarse y decirse respecto de los
solteros, quienes frecuentemente son envidiados por otros varones.
Lo que muchos envidian de ellos es que mantengan su liber-
tad sexual y económica, seguros de que después de disfrutar su
soltería e independientemente de su edad elegirán a una mujer
cuando tengan por fin la necesidad de formar un hogar.
En suma, de ellas suele decirse que “se quedaron solteras”
porque nadie las eligió y, de los hombres, se afirma que ellos aún
no han elegido, como si la vida fuera una pieza de baile en la cual
ellas esperan que un joven “las saque” para que no “se queden”
sentadas esperando sin bailar toda la noche. Estos dichos hacen
suponer que ellos son quienes deben elegir y ellas deben esperar
para ser elegidas, pero utilizando estrategias “femeninas” para
lograrlo. ¿Será cierto? Más adelante veremos.
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...lo que me molesta a mí es que quiera saber dónde estoy, con quién
estoy, siento que me quiere controlar. Pero a veces trato también de
comprenderla porque ya es una persona grande y se preocupa, y co-
mo está la vida y todo, a veces se está figurando cosas que a lo me-
jor ni son. “¡Ay! —le digo—, si ya no tengo quince años, ya déjame
que haga mi vida.” “¡No no no no! —dice—, es que a mí me tienes
aquí con pendiente.” Entonces ésas son nuestras discusiones de
siempre y “¿adónde vas a ir?”, “no sabemos todavía”, me hace a mí
sentirme pues obligada a estarle avisando. Si voy de viaje igual: “me
hablas por teléfono” y “por favor, háblame”, “me hablas mañana,
me hablas al rato”, como que me quiere estar pues controlando, y a
lo mejor no es eso, porque a lo mejor mi mamá se siente preocupa-
da y quiere asegurarse de que estoy bien. Pero digo, es que ya no
soy una niña, tengo 44 años. Una cosa es que vivamos juntas y otra
cosa es que me tenga allí que estar reportando a cada rato.
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casa son tanto para los padres como para las solteras; una forma
más viable de resolver o prevenir los conflictos de este tipo es en-
tender que las hijas solteras no son unas niñas grandes, sino mu-
jeres adultas con los mismos deseos y necesidad de autonomía
como cualquier mujer y cualquier hombre, aunque también algu-
nas solteras, como vimos en uno de los testimonios, acatan las re-
glas maternas, quizá como solidaridad o miedo a quedarse solas.
El tema del miedo a la soledad lo trataré en otra sección; por lo
pronto, continuemos revisando los mitos sobre la soltería y vea-
mos cómo los padres los reflejan en sus hijos varones de manera
muy diferente.
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...yo soy muy aburrido de entrada, pero la gente te ubica en otro ro-
llo. Mucha gente del trabajo dice: “no, éste ha de andar de reventa-
do, que no llega a su casa, etcétera”. Les digo: “en primera, aunque
no lo crean, yo soy muy hogareño, soy muy televisivo”. Hay días en
que me gusta ver desde las 6 de la tarde hasta las 8 de la noche, entre
viendo una película, viendo los partidos de futbol, etcétera.
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Las familias apiñadas
Todavía a finales del siglo XIX y mediados del XX, el tipo de fa-
milia más frecuente que existía era a la que en nuestro país se
daba por llamar la gran familia mexicana. Eran familias grandes,
con muchos hijos e incluían a los papás de los papás de los hijos,
es decir, a tres generaciones de individuos que, sobre todo en las
zonas rurales, vivían bajo un mismo techo. Eran familias de tipo
patriarcal, en las que la máxima ley estaba dada por el jefe de fa-
milia, es decir, por el padre que fungía como sustentador.
En las ciudades se fue fortaleciendo la llamada familia nu-
clear, que está formada por el padre, la madre y sus hijos, la cual
sigue siendo la más frecuente hasta la fecha y, en el campo, la gran
familia se ha ido transformando porque muchos de los varones,
padres e hijos jóvenes —casados o solteros—, se van a otro país
o a las ciudades para buscar mejores oportunidades de empleo.
Por estas emigraciones es menos frecuente que los hijos e hijas
de las zonas rurales se queden mucho tiempo en el hogar fami-
liar, pero, como se mencionó en la sección anterior, el fenómeno
de los que se quedan va en aumento en las ciudades. Sin embar-
go, en ambos casos, los lazos familiares suelen mantenerse entre
los miembros del grupo familiar.
La gran familia mexicana siempre ha sido netamente patriar-
cal, con el padre varón fungiendo como el máximo jerarca y la
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logo, porque no es posible que pareja que tengo, pareja que me agre-
das”. ¿Cómo lo he arreglado? De una manera que ha sido muy be-
néfica para mí. No la traigo, pero yo tampoco estoy aquí.
...yo creo que yo sí fui educada para quedarme con mi mamá porque
mi mamá siempre me ha dicho: “si no te quiero, nadie te va a querer”.
Y no sé estar lejos de ella, ése es un problema. La gente que nos ve
juntas dice: “¡ay no!” De veras, mi comadre que siempre nos invita
dice: “¿y tu mamá?”, siempre tengo que llegar con mi mamá. Pero
cuando nos ve dice: “siempre se están peleando, ya no debían estar
juntas”. Y yo a veces sí pienso que ya no debemos estar juntas, pero
yo no sé estar sin mi mamá. Ahora que se enfermó me entró la lo-
cura, así como: “¿qué hago sola?”; a mí me aterra mucho, no sabría
qué hacer sin mi mamá; la verdad, peleándome o no, sé que allí es-
tá, de alguna forma, no sé qué pasaría si mi mamá no estuviera. Es
cuando sí me empieza a preocupar lo de la pareja.
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Gaviria Sabbah, Sandra (2002), “Retener a la juventud o invitarla a aban-
donar la casa familiar. Análisis de España y Francia”, Estudios de juventud,
núm. 58, p. 6.
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Digo para mí: si se fuera porque dice: “me voy a casar” o eso,
pues digo, pues sí, ¡qué bueno!, ya va a tener una compañía. Pero
así como irse a vivir sola se me hace... a mí eso sí se me hace difí-
cil por eso, porque mire, por ejemplo, luego llega y: “ay mamá, me
duele la cabeza”, “pues tómate una pastilla o te hago un té”... yo no
tengo ningún temor de que mi hija se quede más tiempo en la casa.
Digo, si van pasando los años y una persona decide quedarse sola,
pues yo digo que es también porque vive tranquila. (Madre de sol-
tera.)
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Gaviria Sabbah, Sandra (2002), “Retener a la juventud o invitarla a aban-
donar la casa familiar. Análisis de España y Francia”. Estudios de juventud,
núm. 58, p. 6.
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...yo considero que ya debe de… de… de él hacer sus... de irse pues
de la casa, yo ya considero que debe de irse... porque aquí todo se
le da ¿sí?, todo tiene: ropa limpia y todo, y yo siento que ellos tam-
bién ya se tienen que hacer responsables de todas esas cosas ¿no?, y
yo siento que no es sano... ¡Ay no!, a mí no me gustaría... que tuvie-
ra 50 años y vivir aquí, ¡ay no!... No, no lo platicamos... yo le he di-
cho: “bueno ya nada más falta que tú te vayas a algún lado”...
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...son luego por las cosas que peleamos ¿no?, que oye que si la ca-
ma, que si está hecha o no está hecha. A mí me vale, a mí me ense-
ñó así mi madre y así me enseñabas tú... Yo me acuerdo que hasta
la cama la hacían para que yo entrara. Yo sé que no está bien, pero
de repente te jactas de decir: “si yo siempre lo aprendí, ¿por qué
ahora tengo que ser diferente, no?” Son de esas cosas en que choca-
mos, y aparte que ahora yo siento que mi papá está grande y luego
también ya tiene sus ideas, ¿no? Que luego hasta lo hago con razón,
porque le digo: “nada más para eso me hablas, para estarme pelean-
do, que si ya dejé, que si hice, que si no hice”...
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Por su parte, en este tipo de familias con hijos adultos, son tam-
bién ellos quienes prefieren quedarse, pues tampoco ven claras
razones para irse si no es por matrimonio o trabajo. El sentimien-
to familiar o, como algunos lo llaman, el familismo jala a los
miembros de la familia a quedarse, pero también, sobre todo en
el caso de las mujeres, es una sensación de obligación solidaria
con alta carga emocional. Una soltera de 65 años que siempre vi-
vió con su familia de origen me contó lo siguiente:
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Hasta ahora hemos visto dos caras de una misma moneda: por un
lado, la solidaridad familiar promueve que los hijos e hijas se
queden más tiempo y muchos se preguntarán si esto es sano para
ellos(as); por otro, si se promueve el individualismo, se favore-
cerá que los hijos e hijas se vayan pronto, lo cual asusta a algu-
nos padres porque piensan que se perderá la unión familiar. Pero
al final, todos parecen estar interesados en saber si la forma como
han resuelto sus arreglos familiares representa “la forma correcta
de vivir”.
Para tranquilidad de muchos, no existe tal forma correcta de
vivir. Los conflictos en las familias apiñadas o no apiñadas, vivan
o no bajo el mismo techo, pueden surgir de todas maneras porque
generamos expectativas hacia nuestros hijos(as) o hacia nuestros
padres y madres que no siempre tienen que cumplirse.
La idea no es sugerir que la forma correcta de vivir sea en la
lejanía, ni que los padres deban propiciar a toda costa que los hi-
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jos salgan de casa al crecer. Los hijos e hijas pueden seguir vi-
viendo con la familia de origen, pero esto no debiera significar
que tanto ellos como los padres tengan que sacrificar su autono-
mía y resignarse a vivir en relaciones de dependencia.
Si los hijos se quedan o se van, debe ser producto de sus deci-
siones y no del conflicto o la dependencia. Las relaciones verdade-
ramente solidarias y afectivas no tienen por qué perderse cuando
se han establecido en márgenes de respeto mutuo. La autonomía
de los hijos(as) y de los padres y madres es tanto deseable como
posible aun cuando todos vivan bajo el mismo techo, en cuyo ca-
so habría que fomentar lo siguiente:
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con sus hijos sólo porque ahora ellos son adultos y tienen que
responsabilizarse de su alimentación. Si el padre siente que man-
tiene cierto estatus en la familia porque él se sigue encargando de
la manutención del hogar, tal vez se sienta desplazado si pierde
por completo esa función.
La distribución del trabajo en las familias nunca se ha caracte-
rizado por hacerse de forma justa, pues a las mujeres se les ha
cargado siempre el trabajo más ingrato y menos valorado, tanto
que en ocasiones las madres creen que es una obligación para
siempre. Los padres pueden jubilarse y tal vez recibir una pen-
sión, en el mejor de los casos, pero las madres no se jubilan nun-
ca de las labores domésticas que se les siguen asignando.
Sin embargo, un padre jubilado platicó que a él no le interesa
que su hijo no lave su ropa, pues ahora que él se retiró aprendió
a lavar en la lavadora y, por tanto, dice:
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...la verdad es que nuestra economía nos permite solventar los gas-
tos de la casa, y pues él se compró un coche, lo está pagando, sus
pasajes, sus comidas y ese tipo de cosas. Los ingresos de él son bá-
sicamente para sus necesidades, se compra ropa, casi no come en la
casa... Estoy tratando de… con mis hijos establecer una sociedad
donde podamos asegurarles su economía lo que les reste de vida.
...como hija, ella siempre me da, pero yo nunca le exijo, así que
le diga: “oye, que…”, jamás. Y se los he dicho a las dos, a la otra
niña, la otra hija mía y ésta, le digo: “el que tenga conciencia y res-
ponsabilidad que me dé y el que no ahí es su conciencia”, yo no,
nunca les exijo, jamás, jamás, nunca les digo: “oye, fíjate que no
tengo para la renta”; nunca les digo, jamás, jamás. Muchas madres
sí veo que les gritan y les exigen, no, yo no, yo no, a mí no me gus-
ta. Pero sí, el que tenga conciencia y responsabilidad conmigo, ¡qué
bien!
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DESAPIÑAR A LA FAMILIA...
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que los hijos no intenten imponer sus puntos de vista sólo por ser
adultos, pero tampoco en sentido inverso.
En este punto puede haber conflictos debido a que, como suele
suceder en las familias apiñadas con hijos adultos, los límites de las
responsabilidades de cada quien no suelen estar bien definidos y,
a veces, los hijos intentan traspasar sus ámbitos de responsabili-
dad en detrimento de la capacidad para decidir de los padres.
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¿Por qué se quedan las solteras?
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Uno de los mensajes que envían algunas madres a sus hijas sol-
teras y que pudieran contradecir la búsqueda de autonomía en su
desarrollo es la creencia de que, si no se casan, su destino será la
vida en solitario: “...han ido ya respetando mi manera de vivir; al
principio también me decían: ‘te vas a quedar sola, cásate, ¿qué
vas... qué va hacer de tu vida?’ Lo decían mamá y los hermanos
mayores ¿no?, eh... y yo les decía: ‘bueno, pues yo soy feliz así...’”
Otras madres, al contrario, ven en sus hijas tal motivación y
capacidad para resolver cualquier problema que no se preocupan
en gran medida por su futuro:
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Quiero sentir que estoy hablando con alguien con quien pueda ha-
blar de cosas interesantes que has aprendido y que estás aprendien-
do. Y pues, poderme comprar lo que yo quiero, y que puedo salir a
donde yo quiero y a la hora que yo quiera. Pero pues también tiene
un precio, ¿no? Ese precio es el estar sola...
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mente tiene que ver con el hecho de que las mujeres vivan solas
o acompañadas.
Sin embargo, para las solteras cuya cultura les ha impregnado
el mandato de ser esposas y madres como la forma correcta y se-
gura de vivir, la amenaza de la soledad como estado de ánimo, sen-
timiento y circunstancia ante la posibilidad de vivir solas puede
resultar verdaderamente atemorizante, al grado de renunciar a for-
jar una vida independiente. Para resolver esto, algunas agudizan
los lazos vinculantes con su familia de origen y, en este caso, con
su madre como única compañía segura y perdurable mientras no
se presente el hombre adecuado con quien ellas prefieran vivir.
Las madres de estas mujeres quizá temen también a la soledad
lejos de sus hijas, y este temor es la base del control que algunas
ejercen sobre ellas tanto en el sentido económico como moral:
“...mi mamá siempre decía: ‘miren qué buena es mi hija, es para
lo único que es buena, siempre se queda aquí en la casa y nunca
sale a ningún lado’. (... ) Y la verdad es que sí pensaban que no
me iba a casar, ahora sigo pensando eso, pero ahora por lo me-
nos pienso que sí puedo, ya sea comprármelo o buscármelo...”
Algunas de esas madres también son mujeres solas en el sen-
tido de no tener pareja y seguramente comparten el mismo mie-
do de sus hijas por haber sido educadas para tener cerca a alguien
que las proteja y acompañe.
Pero reconsiderando lo que afirma Carmen Alboroch: “estar so-
lo no es lo mismo que sentirse solo” y de esto parecen percatarse
algunas solteras, para quienes la transitoriedad de esta condición
les llega a parecer incluso atractiva, por la libertad que implica
en términos del ejercicio libre de su sexualidad. Sin embargo, al no
admitir que dicha condición sea permanente, no conciben tampoco
que su libertad actual tenga como precio no sentirse o no estar sola.
Que vivir sola se experimente como soledad se relaciona tam-
bién con el tipo de mujeres solas a las que hayan estado expues-
tas en su vida las solteras, además de la educación recibida:
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EL PRECIO A PAGAR
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...a lo mejor me gustaría tener una pareja, igual, ser libre, y conocer-
nos, y aprender de ambos y respetarnos, y no... , o sea, lo que me gus-
taría es tener a alguien, pero que me respetara como soy y que me
dejara ser. O sea, que me dejara ser lo que yo quiero y que no me tu-
viera supeditada a que tienes que cocinar y estar atendiéndolo. No,
o sea, quiero valorarme yo como persona y crecer en todos los as-
pectos. Pero sí tener una pareja, porque tener una pareja, simple-
mente amar a alguien y tener a alguien, pues es bonito, ¿no? Eso es
lo que quiero. Eso es lo que me gustaría, pero también tiene su pre-
cio, ¿no? (risa y llanto).
Yo decía: “ya me quiero casar, quiero tener una familia, o sea, co-
mo todas mis amigas, que ya están casadas, tienen un hogar y todo”.
Y a lo mejor eso es lo que yo quería llegar a tener: el estatus de mujer
casada en la sociedad, tú me entiendes... Por estar dentro de... ¿me en-
tiendes?... Pero yo me considero que he sido bien luchona en cuestión
de trabajo, para obtener mis cosas, mi casa, mi coche, he luchado por
ello, para obtener mis viajes y todo, yo me los he pagado, nadie más
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Aquí es necesario hacer una pausa para analizar lo que esta sol-
tera dice acerca del “estatus” de mujer casada que representa
cierto grado de superioridad respecto de las solteras, por lo cual
todas las mujeres debieran aspirar a éste, aunque implique un
costo que no se quiera pagar. Es como si algunas mujeres perci-
bieran el matrimonio como una forma de obtener prestigio por
ser éste un estado altamente valorado por los demás.
Casarse pareciera verse como una decisión moral que se asu-
me de manera universal y absoluta, aunque algunas solteras se
resistan a pagar el precio, pero a la vez retrocedan y duden cuan-
do se enfrentan a las valoraciones de otros y otras.
Este conflicto de valores, propio de las sociedades modernas,
es también experimentado por las solteras estadounidenses, quie-
nes, al igual que las mexicanas, se encuentran en el centro de lo
que se espera de las mujeres a partir de los juicios más tradicio-
nales de generaciones anteriores y lo que ellas esperan de sus vi-
das con base en nuevos puntos de referencia de una sociedad que
está en proceso de cambio.
Por otro lado, seguir considerando —de acuerdo con los valores
tradicionales— que el matrimonio permite obtener “estatus” re-
fleja un pobre reconocimiento personal y social de las demás ac-
tividades vinculadas con la profesión y la familia de origen que
muchas solteras maduras desempeñan cotidianamente.
Algunas, por ejemplo, se incorporaron muy jóvenes al merca-
do de trabajo para hacer frente a las necesidades familiares, a tal
grado que llegaron a ser proveedoras del hogar y cuidadoras de
sus padres, pero pareciera que esto no es suficientemente valora-
do por ellas ni por los demás, pareciera que el precio que tienen
que pagar para ser reconocidas implica la dependencia de un hom-
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...a veces querían como que marcarte tu futuro. Mamá padeció cán-
cer de seno; en ese tiempo yo renuncié al trabajo, porque yo era la
que la llevaba. En Cancerología llegábamos a las 5 de la mañana y
salíamos a las 7 de la noche, por las quimio y todo esto, y... hubo un
comentario de mi hermano mayor, que casi casi decidió que... que
si mamá fallecía pues yo iba a ser la encargada de mis hermanos y
yo me empecé a reír y le dije: “pues ¿qué te pasa? Mis hermanos sí
crecerán, pero en el momento en que yo compre una casa, pues ahí
se ven, y ahí está papá porque papá va ser el responsable y si falle-
ce papá, pues va a ser mamá, yo no, no son mis hijos, son mis her-
manos y sí los auxilio, sí los ayudo, pero cada uno está destinado a
algo, y yo no voy a truncar mi destino, no voy a truncar mi vida por-
que ahora voy a ser la suplente de mamá, ¿no?
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Hemos visto cómo las solteras evitan formar parte de una pareja
tradicional por temor a que se repitan algunas historias familia-
res nada afortunadas a las que estuvieron expuestas. No están
dispuestas a sacrificar su vida en un ambiente de conflictos y en
ese trance comprometer su autonomía o al menos el nivel de tran-
quilidad que han conseguido hasta la fecha.
Sin embargo, las solteras también tienen en su historia expe-
riencias amorosas que consideraron de alto riesgo en ese sentido,
y el entusiasmo de tener cerca a un hombre como potencial espo-
so no les impidió identificar las señales de alerta sobre la presencia
de una situación de riesgo que podía comprometer sus planes de
vida. Revisemos algunas de estas vivencias que en algunos casos
se recuerdan como simples tentativas, hechos de excepción, de
decepción o situaciones de noviazgo.
El abuso económico
Una situación de riesgo es el abuso económico a que están ex-
puestas nuestras protagonistas, por tratarse de solteras con ingre-
sos. Así como algunos hombres no permitirían que su pareja tenga
ingresos propios para mantener su poder sobre ellas, otros aprove-
chan la reciente incursión laboral de las mujeres para ellos “ad-
ministrar” los recursos y, sin ser proveedores, mantener el poder
que da la tenencia del dinero obtenido por ellas.
A algunas solteras no les importaría incluso mantener a su pa-
reja si esto garantizara una compañía afectiva y respetuosa, pero
otras están atentas a una verdadera relación equitativa que implique
compartir tanto el trabajo doméstico como la manutención eco-
nómica y, cuando se percatan de este tipo de abusos, viven una de-
cepción directa que les confirma su decisión de mantenerse solteras:
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...ella tuvo por decir formalmente dos novios, pero pues se decep-
cionó de ellos porque uno le exigía una cosa, otro otra... hubo una
persona que hasta llegó a decirle: “saca una cuenta y pon el dinero
a nombre tuyo y a nombre mío”, y ella, que por qué le va a poner el
dinero a una persona que, pues será su novio, pero todavía ni se ca-
sa ni nada ¿no? O sea, ésa es su inconformidad, de que las dos per-
sonas que ella tomó más en serio le salieron tremendos, ¿no?... Los
dos que tuvo la dejaron decepcionada; dice: “ay mamá, yo ya no
creo en los hombres”. Yo le he dicho: “¿quieres casarte?” o “júnta-
te con alguien”. “No, para mantener un flojo, prefiero mantenerte
a ti.” Dice: “prefiero trabajar, disfrutar mis centavitos”.
... pero la verdad de las cosas, cuando ya lo empezamos a cono-
cer: “ay, págame eso, págame el otro; ay, no traje dinero”. Entonces
yo era la que: “no, ¿sabes qué? En este momento la cortamos y hasta
luego”.
El novio indolente
Si bien la mayoría de las solteras espera que el hombre que pu-
diera ser su pareja tenga un ingreso económico por compartir y
que no dependa de ellas la manutención, para muchas el dinero
no lo es todo. Se espera que un hombre realice alguna actividad
interesante más allá de la diversión, alguna razón que las haga
admirarlos, quererlos y no sólo cuidarlos o compadecerlos por
sus problemas:
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La libertad amenazada
Algunas solteras, desde jóvenes, disfrutan y mantienen su liber-
tad de movimiento como el mayor de sus tesoros. Esta libertad,
entre otras cosas, la vinculan con la posibilidad de salir, entrar, pa-
sear con diferentes amigos, amigas o familiares, sin comprometer
su tiempo libre y sus afectos a una sola persona como lo dicta la
tradición en las relaciones de noviazgo.
Cuando un hombre está interesado en establecer un compro-
miso de pareja espera que la mujer en cuestión modifique mu-
chos de sus horarios, hábitos y gustos para que concuerden con
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...me fascinó, fue con el primero que hice el amor y fue muy padre,
muy bonito, fue una experiencia así increíble. Entonces este mucha-
cho me decía pues que ya éramos novios. Y haz de cuenta que a mí
en la escuela me invitaban otros muchachos a salir y que al boliche
y que a comer y yo me iba con ellos. Entonces este otro niño me de-
cía que qué onda. “Como tú quieras, ¿eh? Yo voy a salir con estos
niños al boliche y pues ai nos vemos; si tú no puedes, ai nos vemos”.
Me decía: “no, Queta, es que tú y yo estamos juntos, somos pareja,
¿y te vas a ir al boliche con tus amigos o a bailar?” A bailar me iba,
que me hablaba una amiga: “oye, que tengo dos amigos que vamos
a cenar y luego...”, —sí—, y pues hasta que el otro se aburrió y, ¿sa-
bes qué?, que bye bye.
El novio infiel
En nuestra cultura, como en muchas otras, la exclusividad como
norma entre las parejas predomina y seguirá siendo así por mu-
cho tiempo, máxime cuando se establece una relación de pareja
que puede desembocar en la formación de una nueva familia. Al-
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...con Beto fue que... cuando anduvo conmigo pues andaba de co-
queto con otra, con Tere, se casó con ella y de hecho tuvieron pro-
blemas. Entonces, de repente, cuando me di cuenta de que quería
coquetear con las dos, le dije: “oye, yo valgo mucho, yo no me voy
a estar peleando por ti, porque aquí la que vale soy yo, no tú”, y lo
corté. Pero sí me dolió mucho, porque yo lo quería mucho.
El amor no correspondido
Las solteras no han corrido muchos riesgos amorosos, pero esto
no significa que algunas no sean capaces de tener la iniciativa y
“declarársele” a un hombre cuando ven en él ciertas característi-
cas que son afines con la vida que ellas esperan; además, algo ne-
cesario es que ellas se sientan atraídas hacia ese hombre especial.
Sin embargo, las ocasiones para que eso suceda no son de lo
más frecuentes y, si se da el caso, bien vale la pena arriesgarse a
un rechazo; es un riesgo calculado, pero no tan drástico como el
de un matrimonio hostil. Vale más quedarse soltera que exponer-
se a una aventura nupcial.
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La falta de compromiso
A muchos hombres “solos” en edad adulta les cuesta trabajo es-
tablecer un compromiso con una mujer, pero más aún si ella lo
propone. La iniciativa de las mujeres todavía es mal vista por las
mentes tradicionales y, aunque formalizar una relación hubiera
estado en la perspectiva del hombre, el simple hecho de que la
soltera se atreva a sugerirlo, provoca que el plan se debilite, que
el hombre se sienta “inseguro” de lo que tal vez él mismo había
ya decidido.
Sin embargo, al igual que en el caso de los amores no corres-
pondidos, algunas solteras con ideas más innovadoras hacen bien
en atreverse, aunque con esto se arriesguen a un rechazo que con
el tiempo les haga ver que ésa tampoco era la pareja adecuada.
La decepción parece valer la pena en estos casos:
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mi mamá y la verdad es que soy sola”. Y pues allí me dijo que no,
que no se sentía seguro: “no me siento seguro y déjame decirte la
verdad...” Además, él se iba a ver a sus hijos un mes a España y me
dice: “¿me vas a esperar?”, “pues sí, pero yo quiero algo, tú te vas
a España a ver a tus hijos y qué padre, pero yo también quiero algo,
oye”. “Ay —le digo—, yo quiero un compromiso.” Pero no. Y des-
pués de un año nos volvimos a encontrar, nos volvimos a ver, pero
yo ya no sentía lo mismo, ya me había enfriado, la situación ya se
había enfriado mucho y dije: “no, pues para nada”.
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Él era casado, ¡cómo!, con hijos y toda la cosa y yo tener una rela-
ción, no no, ¡cómo es posible! Yo luché como loca para no llegar a
nada con él... él también luchó mucho. Finalmente cuando ya me
decidí —porque también me costó un trabajo decidirme, ¡ay jijos de
la patada!—, ya cuando me decidí, pues ya, tuvimos una relación
hermosísima, muy bonita. En determinado momento, él me dijo que se
divorciaba: “No, yo te conocí casado, te acepté casado, te quise ca-
sado, todo, y yo no quiero tener en mi conciencia nada, ninguna se-
paración de tus hijas, a mí tu mujer no me importa, pero tus hijas sí.
Tus hijas son intocables —le dije—. ¡Ah!, primera condición: en es-
ta relación no quiero tener hijos”. “Está bien —me dijo—, no te
preocupes; vamos a un doctor”, y ya se arreglaron las cosas. Yo creo
que mi familia se enteró y se calló, porque yo salía y entraba y toda
la cosa... yo tuve esa relación tan hermosa... que no me arrepiento.
Duró 28 años, hasta que murió él.
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...siento que hay muchos hombres que son unos gañanes porque sa-
ben cómo marear a una mujer. O sea, se puede hacer muy fácil, y la
mujer es, no digo muy tonta, no en un mal sentido, sino muy inge-
nua, cree mucho en lo que un hombre le dice; cuando se enamora no
piensa en más. Y muchos hombres abusan de eso...
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LA RENUNCIA A LA MATERNIDAD
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Nunca he querido tener un hijo soltera, tal vez por lo que viví, no.
Un hijo así solterita, no. Este... no sé, no me siento capacitada para
tener el hijo yo sola. Como que necesito un apoyo.
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¿ES LA SOLUCIÓN?
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Y ellos...
¿por qué siguen solteros?
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CRISIS DE MASCULINIDAD
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cepto analizado. Por eso habrá que establecer una diferencia en-
tre las inconsistencias y contradicciones de los varones específicos
y la crisis de un modelo cultural de lo que significa ser varón.
El concepto de crisis de masculinidad, por tanto, no se refiere
a problemas que experimenten algunos hombres en lo individual,
sino a la inestabilidad de una ideología que ha dominado por mu-
cho tiempo, a partir de la cual se ha considerado que los hombres
son superiores a las mujeres y que, al ser más racionales y autó-
nomos, son los encargados de proveer económicamente a las fa-
milias que forman, lo cual les genera todos los privilegios que
tiene el poder económico.
El concepto alude a una situación en la que las imágenes tra-
dicionales de la masculinidad, antes aceptadas socialmente, poco
a poco se van diluyendo, y van siendo menos claras debido a los
cambios económicos como los mencionados y por las peticiones
o exigencias de las mujeres y otros hombres que las acompañan,
quienes desafían esas formas tradicionales.
Ante esta situación, muchos hombres dudan de la forma en que
deben actuar para ser reconocidos como “un hombre de verdad”
(no de mentiras) o “todo un hombre” (no un hombre incomple-
to), aunque ellos quizá no lo interpreten como crisis.
De hecho, ante la pregunta expresa a determinados hombres
acerca de si están viviendo una crisis de masculinidad, la proba-
ble respuesta es negativa porque se conciben públicamente como
hombres completos y las crisis que pudieran tener las experimen-
tan como parte de su relación con personas de su empleo, con su
esposa o sus hijos, pero sin llegar a verlo como un conflicto como
varones. La necesidad que se les ha transmitido de probar que
son hombres de verdad la han internalizado al grado de que no
lo cuestionan; solamente tratan de cumplir con las normas, pero
sin cuestionarlas en la mayoría de los casos.
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...mi jefe se preocupó por darnos lo mejor, por eso lo entiendo aho-
ra... en su idea de estudiar, no acabó, faltándole dos años, se me
traumó el pobre... yo tenía como 8 o 10 años cuando ya se empeza-
ba a tornar difícil porque mi padre estaba ya desubicado y empezaba
a sentir la pesadez de que no pudo estudiar. Cuando se casó ya no
soportó y no pudo. Estudiaba ingeniería civil. Muy bueno, muy ca-
paz, muy especialista en las cosas, muy estricto, muy sagaz y, te di-
go, empezó a hacer su casa, se compró un carrito antes de hacer la
casa, se empezó a modernizar y después lo cambió... de todos los
hermanos, él estaba mejor, él era el que había hecho primero casa.
Él trabajó en la Conasupo, ya tenía a mi madre, tuvo su carcacha,
puso su casa, todo inmediato, casi todo a la misma vez, o sea, fue un
hombre muy sagaz. Empezó a lograr todo y ya después las deudas
empezaron a venir, fueron demasiados los compromisos que él tra-
tó de…, pensó que la iba a librar, pero se le empezó a juntar todo:
alimento, casa, zapatos, estudio, y con eso viene el tercer hijo, des-
pués llega otra hermana, luego llegó otro y al último la más peque-
ña. Mi padre trabajó, ganaba dinero bien al principio, como todo pa-
dre pues ganó, mi papá seguía aportando de todas maneras, mi pa-
pá aportaba, pero era muy poco. Exigía estudio cuando no daba ni
para libros, empezó a ser egoísta ya y dijo: “¡ah, si me van a presio-
nar!”… sacó él también su furia, la aplicó también. Vivió un tiem-
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EL PADRE FALTANTE
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2
Buendía, José, Familia y psicología de la salud, Madrid, Pirámide, 1999,
cap. 7.
3
Varela, Martha Susana, “Niños violentos... padre faltante?”, Psicoanáli-
sis, estudios feministas y género, 2000.
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...él es una persona muy impositiva, las cosas se tienen que hacer
como él dice. Entonces yo estoy repitiendo esos patrones... yo no
soy de la idea de que yo tengo que dominar, estoy consciente, aun-
que acabo de decir que yo soy muy mandón.
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así cuando se dio cuenta de que estaba saliendo con Miriam y se en-
teró que tenía dos hijas... allí empezamos a tener muchos conflic-
tos… nos distanciamos... intuyó que ya tenía relaciones con ella y
de allí sacó la conclusión de que me estaba extorsionando económi-
camente, cosa que no es cierto, hubo muchos problemas...
...mi primer novia fue una persona que no era muy guapa, era cha-
parrita y era gordita. Pero a mí me gustaba y me sentía a gusto. Yo
en ese tiempo tenía un coche 77 viejito y mi papá me dijo: “aguán-
tame tantito y te cambio el carro, para que puedas tener una novia
más bonita”.
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ES UN BUEN TIPO...
Para los solteros, no todos los padres son faltantes o no por com-
pleto. No olvidemos que hablamos de solteros en edad adulta que,
aunque muchos narran situaciones de dolor o carencias en la rela-
ción con su padre durante la infancia y adolescencia, también les
reconocen a distancia cualidades que ellos ahora recuperan y que
tienen mucho que ver con sus propias formas de ser hombres.
También algunos solteros tuvieron padres ausentes por falleci-
miento y padres abundantes más que carentes en términos de su
convivencia con los hijos debido a la muerte de la madre en la in-
fancia temprana.
Como se ha demostrado en algunos estudios, cuando el hijo
crece en una familia sin padre, sin duda hay una añoranza conti-
nua por su presencia, la presencia paterna que otros compañeros
disfrutan o sufren. Pero el padre que falleció suele ser idealizado
por la madre y, en consecuencia, también por los hijos:
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...mi padre es un tipo que yo ahora admiro mucho, que ahora lo re-
conozco más por todas las trivialidades terrenales, porque yo desde
que me acuerdo, hasta antes de él volver a contraer matrimonio con
esta otra persona, pus yo nunca me acuerdo que haya llegado tarde.
Mi papá es un tipo que no toma… sí, y es más: hasta le enfurece es-
to, ¿no? Él siempre con nosotros.
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...cosas que yo sentía que eran esenciales para mí no hubo. Yo, por
ejemplo, entré a jugar futbol de chiquito, iba en la primaria, y en la se-
cundaria ya no iba a jugar futbol. Me metió a estudiar karate. ¿Por qué?
Porque yo lloraba mucho, porque quería que aprendiera a defender-
me. Empecé a destacar, algo que he aprendido es a destacar, a no ser
igual que los demás. Y en el primer año, cuando fui a competir a Gua-
dalajara no pudo ir él, quedé en tercer lugar a nivel nacional. Como
era a nivel nacional, era cada año. En ese ínter tuve competencias a
nivel Distrito Federal y siempre me llamaban. Entonces nunca él de-
jó su trabajo para poderme ir a ver y me dolió.
...en una parte de mi vida, la cuestión del futbol era necesaria e im-
portantísima. Cuando salí de la prepa tuve un lapso de tiempo en
que le dije a mi padre: “ya no quiero estudiar, quiero jugar fut”. Se le
pararon los pelos de puntas, pero dijo: “bueno, si eso es lo que quie-
res, sale”. Más adelante me dí cuenta que no era por allí y regresé a
la escuela, pero él siempre respetó mi gusto y se lo agradezco.
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Ver a mis hijos que hayan sentido, tenido el apoyo de unos padres
que han estado preocupados por ellos y que hayan hecho de su vida
lo que ellos hayan querido, en el sentido que ellos quisieran... Lo
que todo padre quiere es que su hijo destaque en algo de lo que es-
tá haciendo… Me gustaría apoyarlo en todo. Yo, por falta de apoyo,
me quedé a medias de muchas cosas. Me gustaría que él tuviera un
poquito más de apoyo, para que él lograra lo que él quisiera.
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cho, pero que en este momento le daba las gracias por todo lo que
me había enseñado. Y sí, sí me entró el sentimiento y todo y lo en-
tendió. Y yo se lo dije: que a sus hijas las había hecho unas atenidas,
que “nada más quieren gastar el dinero y ver qué les das”. A mí me
ha costado trabajo, pero he salido adelante.
Hay padres que nunca son responsables como el mío. Con él, el mo-
delo de jefe de familia se rompió. Yo busqué a otra persona como
modelo y encontré a mi tío, hermano de mi mamá, médico militar
que era sobrio, serio, frío, etc. Yo dije: “así es como debe compor-
tarse un padre”.
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A los hijos solteros, máxime cuando son los mayores, se les inten-
tó inculcar que, para ser aceptados en el mundo de los hombres,
tenían que aprender a disimular sus afectos y sus emociones como
un signo de hombría y fuerza interior. Aunque ellos digan no es-
tar de acuerdo con esta exigencia, finalmente la interiorizan y esto
los obliga a vivir en soledad desde muy pequeños aun si están
acompañados.
Incluso los hijos, desde pequeños y jóvenes, evitaban los arru-
macos con la madre, aunque estuvieran más apegados a ella que
los otros hermanos. Desahogarse emocionalmente con la madre es
asunto de mujeres, así que ellos aprenden a evitarlo y a guardar
silencio sobre sus dudas y contradicciones:
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• Dificultades económicas.
• Dificultad para ser fiel a una mujer.
• Temor a perder el control de la pareja.
• Tendencia a relacionarse con mujeres muy jóvenes.
• Timidez.
• Dificultad para enamorarse.
• Deseo de disfrutar los logros alcanzados.
Los solteros han sido cautelosos, lo mismo que las solteras, pe-
ro parten de experiencias diferentes. En algunos casos, cuando
más jóvenes, estuvieron enamorados y deseosos de casarse, pero
la situación económica o los obstáculos de su propia familia se los
impidió; actualmente, cuando las posibilidades económicas son
más favorables y gozan de mayor autonomía para tomar sus de-
cisiones de pareja, tienen ya otros planes o se les dificulta ena-
morarse como antes.
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...yo incluso les decía a mis amigos: “¡ahora es cuando más tienes y
ya te vas a casar, maestro!” Se compraron su departamento, tenían
entradas importantes, tenían su carro, tenían posibilidades, se empe-
zaron a volver ciertamente públicos y no pasaban seis meses, un año
de estar en esa condición, donde desde afuera yo decía: “¡es que es
el mejor momento para no meterte en una situación que complica
todo lo que has buscado en tu vida!” Porque los que están solteros
luego no tienen la condición económica para poder disfrutar y cuan-
do la tienen generalmente se casan, y les digo: “no den ese paso, ya
después lo van a hacer”.
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...ya tengo cuatro años con ella; tenía 16 cuando la conocí, pero
yo tenía 32. Y tuvimos por primera vez intimidad cuando ella aca-
baba de cumplir 17, yo ya tenía 33 años. Y ya llevamos cuatro años.
Tengo una compañera en el trabajo, grande, tendrá unos 34 años,
guapa, inteligente y sola. Y sí las hay, pero o no son muy atractivas
o son muy mañosas o tienen compromiso y las muchachitas están
disponibles. Hay mujeres atractivas, pero… no sé… siempre he si-
do muy especial en ese sentido...
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Bajo el mismo techo:
¿quién cuida a quién?
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...ya qué límites le puedo poner, digo, pone uno límites, pone uno
disciplina en la casa cuando están chicos, cuando me tocaba educar.
Si no lo hice ya, ya la regué; si lo hice pues qué padre, pero ya aho-
rita no debe haber límites… yo al menos trato de comprenderlos,
darles libertad y que no me tengan en angustias de dónde andan, que
avisen, ya nomás avisando ya, con eso me basta. (Viuda con cuatro
hijos solteros.)
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...a veces los hijos nunca se van, ahí siguen en la pista de despegue
toda la vida... eso ha sucedido... A mí no me parece malo, han cam-
biado los tiempos, cuesta mucho trabajo adaptarnos por la diferen-
cia de etapas, de edades y de mentalidad, pero finalmente tiene uno
que ser un poquito abierto, nos cuesta mucho trabajo, pero entiende
uno... (Padre con un hijo de 30 años.)
Ayer nos dijo que iba a ir a trabajar, ahora su mamá se paró des-
de las siete y todos: “César, párate”; está incapacitado, no tiene por
qué ir y no fue. Entonces le digo: “si no vas, hijo, decídelo una no-
che antes y mira, todos nos paramos como a las once del día felices
de la vida”, pero no... yo no, pero su mamá es muy apapachadora,
sabe querer, no sabe educar, y así son todas las mamás de este país.
Desde las películas de Pedro Infante, es un hecho.
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—Mi hija llamó para avisar que iba a llegar más tarde de lo acor-
dado y yo le dije que si no cumplía con la hora de llegada, que me-
jor viniera por sus cosas y se fuera a vivir a otro lado. Parece que no
le importa todo lo que hago por ella; nunca le falta su comidita, su
ropa limpia y ahora... ¡La muy cínica no llegó a dormir!
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CUANDO SE VAN...
El excesivo cuidado de los padres hacia los hijos adultos, que con
el tiempo se ha convertido en una obligación que va generando
deudas, a veces se combina con excesivas demandas por parte
los hijos(as) y con su incapacidad para definir sus sentimientos y
necesidades. Todo esto junto puede ser asfixiante, por lo que no
es raro que los(as) adultos(as) vástagos sientan la necesidad de
alejarse, de emanciparse como una forma de escape.
Antes comenté los casos en que los padres/madres envían
mensajes ambiguos que, por un lado, invitan a los hijos(as) a mar-
charse y, por otro, desean que se queden. Estos padres hacen enor-
mes esfuerzos por mantener las reglas familiares y la negociación
es impensable, pues es vista como signo de debilidad y, por tan-
to, de pérdida de autoridad... es como perder, darse por vencidos,
claudicar a su deber de cuidar.
Cuando esto sucede, no es raro que los hijos(as) se resistan a las
normas y busquen formas de obtener respeto a su individualidad;
al no lograrlo, piensan que estarán mejor fuera de casa y lejos de
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... yo sentía tristeza (llanto), porque yo dije: “qué va ser de ella cuan-
do se vaya”. Entonces yo un día me ponía suave: “vamos —decía
yo—, no se me vaya a ir”... no crea usted que para mí fue fácil, no,
fue duro, porque ella se me puso muy rebelde, muy rebelde. No se
imagina, niña, el corazón duro que yo me hice y, como no vio que yo
me emblandeciera, que yo llorara, que yo me pusiera triste, que yo le
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CUANDO REGRESAN...
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virgen que no me vaya”; “ah, bueno, está bien, como tú quieras, por
mí no dejes de irte; si ya tienes preparado todo para irte, te puedes
ir; yo no te puedo negar nada”; “no, ya no, ya siempre voy a traba-
jar”. Fue cuando entró aquí a trabajar y no dijo ya nada, ya nada de
que ya se iba otra vez, ya se calmó. Dije yo: “ay, bendito sea Dios;
Dios quiso que no se fuera”. Y ya se estableció y hasta ahorita no
piensa nada, quién sabe al rato, sabe al rato.
LA MADRE SOBREPROTECTORA
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LA COMPULSIÓN CUIDADORA
...vimos que ya ellos estaban más grandes, que ya eran unos adultos
y que ya no teníamos que seguir con esas reglas digamos, pues,
para los adolescentes, que ellos ya sabían comportarse y saber qué
hacían, a qué horas venían y cómo lo hacían, ¿no? Ahora la única
regla es que nos avise: “mamá, no voy a llegar”, ni a dónde, ni con
quién, nada más que avise, nada más: “mamá, voy a llegar tarde”,
punto... Yo creo que los que fuimos cambiando fuimos nosotros... tú
vas tomando, a veces, experiencias de los demás y vas teniendo la
sensibilidad para que esa relación sea mejor.
...ya había decidido irse; según él, iba a irse el año pasado. Su papá
tiene un gimnasio, pero arriba del gimnasio haz de cuenta que hay
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...ahora que se fueron mis hijas como que te sientes más libre, como
que dices: “bueno, ya no tengo esa obligación”. Mi marido es de los que
dice: “si quieres, comemos aquí, comemos en la calle” y como que a
veces yo me siento más obligada porque digo: “¡ay, no!, pues va a lle-
gar Fer; tengo que guisar para que Fernando lleve comida...”, lo sien-
to como mi deber de madre, el que mientras él esté aquí yo tengo
que atenderlo.
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LA GENERACIÓN SÁNDWICH
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Las luchas calladas
por la jefatura familiar
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persona. Sin embargo, hemos visto que no todas las familias son
iguales en su estructura y tipo de relación. Las funciones socia-
les que se asignan a sus integrantes van cambiando y es deseable
su flexibilización ante las nuevas circunstancias.
Si el jefe o la jefa de hogar es la persona reconocida como tal
por los demás miembros, los criterios para serlo podrían variar
según la familia de la que se trate y el integrante al que se le pre-
gunte. Sin embargo, al consultar diversas encuestas y estudios
sobre el tema, encuentro que en la definición del jefe de hogar
se consideran los atributos siguientes:
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ros y las solteras han presenciado todos estos cambios y, sin du-
da, encuentran algunas características más favorables que otras
para reconocer en alguien la figura de jefe de familia.
Veamos cómo han ocurrido estos cambios en algunas historias
familiares, sin olvidar que en la actualidad los(as) hijos(as) adul-
tos que se han quedado en casa cuentan con un trabajo que les
provee de cierto poder económico y que esto ha permitido a al-
gunos(as) tener cierta influencia en algunas decisiones.
…la que mantenía la casa era mi mamá, la que estaba al frente de no-
sotros… Mi papá era de los que: “ai está el gasto”. Nunca supimos
cuánto ganaba, nunca supimos cuánto aportaba, pero la que llevaba la
batuta se veía que era mi mamá, él nunca estaba… También recuer-
do perfectamente a mi madre levantarse, llevarnos a la escuela, re-
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…mi papá se fue; entonces yo me quedé con mi mamá. Pero fue una
noche horrible, horrible, porque dije: “pues ¿qué va a pasar?” A mi
mamá la habían golpeado y me dio mucho miedo.
...a mí me tocó vivir los enfrentamientos directos sin saber las razo-
nes, las agresiones, los golpes, las amenazas; me tocaron golpes por
defender a mi mamá hasta que llegó la separación...
…mi papá nos dio a escoger. Para esto, mi papá nos decía que con mi
mamá no íbamos a tener nada, que con él nos iba a comprar todo lo
que quisiéramos y bla bla bla… bueno, pues total: mi hermana y mi
hermano decidieron, y yo me acuerdo muy bien, yo fui la tercera en
escoger y dije: “pues me quedo con mi mamá”.
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EL RELEVO GENERACIONAL
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que el apoyo brindado por los hijos fuera de tipo económico y que
el dado por las hijas fuera de tipo doméstico.
Sin embargo, las cosas pueden ser diferentes, pues nuestras pro-
tagonistas solteras —al igual que muchas otras mujeres— tienen
un trabajo remunerado, además de que el significado que se da al
empleo puede ser diferente, dependiendo de si se es hombre, si
se es mujer, así como por las diferentes experiencias y expecta-
tivas que se tienen en la vida.
Cuando el ingreso económico sin compromisos matrimoniales
se disfruta como una oportunidad de libre esparcimiento y los pa-
dres no lo exigen, difícilmente se asumirá el relevo generacional
en la provisión de recursos. Esto es más común de encontrarse en
los varones solteros, porque, por un lado, los padres les exigen me-
nos aportación como estrategia de retención y porque ellos, como
hemos visto, tienden más a pensar en su futuro como proveedo-
res, pero no lo desean aún en el presente.
El presente es para disfrutar la soltería y para asegurarse un
trabajo que les permita más tarde cumplir con la función familiar
de ser proveedores únicos o principales, asumiendo el papel de
jefes de familia:
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...mi mamá decía que no lo podía dejar porque no había quién la man-
tuviera, aunque mi mamá trabajaba todo el día... Yo nunca entendí
eso... es lo que yo siempre le discutí mucho: “pues ¿para qué lo
quieres? ¡Siempre está borracho, se lo tienes que quitar, no te da!”
Yo me deshice prácticamente de mi padrastro, me costó mucho tra-
bajo deshacerme de él hasta que empecé a trabajar. Yo empecé a traba-
jar y pues un día se armaron los trancazos y yo, pues: “¡de una vez
córrelo!” y sí, lo corrió.
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HIJAS PROVEEDORAS
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Este tipo de hijas proveedoras son aquellas que siempre han ad-
ministrado sus ingresos económicos; sin embargo, este hecho no
excluye que las figuras de autoridad en la familia hayan intenta-
do o sigan intentando ejercer sobre ellas cierto tipo de control:
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...una vez que salí, ella me estaba espiando por la azotea; entonces
llegué y la vi, y eso a mí me molestó mucho. ¿Por qué no me habla
claramente? Yo le dije: “Sí tengo esta relación, yo pensaba decírtelo,
quería buscar el momento para decírtelo, para explicarte porque yo
me sentía mal, sobre todo que tú lo supieras para que no sea que fue-
ra yo de dos caras, pero ya lo descubriste y te lo digo que sí, lo quiero
mucho y él me quiere también mucho”. No le dije que teníamos re-
laciones, no se tocaba eso. “No, Fernanda, que no, que mira que él
es casado.” “¡Sí, ya lo sé! Pero lo quiero mucho.” “No, que cuando
hay verdadera moral, hay que descartar esa idea, que no sé qué.”
Bueno, pues yo vi que ya no había manera de transigir con ella, nunca
lo entendió. Después posiblemente lo entendió, seguramente. Des-
pués yo ya hacía mi vida y ya me tomé libertades muchas y nadie
me decía nada.
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LA COLABORADORA VOLUNTARIA
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EL HOMBRE DE LA CASA
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Reflexiones finales
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peso de encima que han llevado durante años y que ahora pueden
echar por la ventana, sin importar si los hijos se van o se quedan.
Para los padres con hijos(as) adultos que viven en casa, es di-
fícil aceptar que la familia ha pasado a una nueva etapa que re-
quiere ajustes en la convivencia y en el establecimiento de roles.
Los padres siempre han escuchado acerca de los efectos que en
ellos puede causar la etapa del “nido vacío”, cuando los hijos se
van. Sin embargo, no están preparados para la situación contra-
ria: “cuando los hijos se quedan”.
Pero decir que no están preparados no significa que los padres
quieran que los hijos se vayan, ni que sean un estorbo en su vida.
No, los padres siguen amando igual a sus hijos y los quieren cer-
canos, aunque no saben cómo lidiar con sus transformaciones y,
por otro lado, les preocupa que el tiempo pase y no establezcan
una pareja permanente.
Cuando los hijos se van, la situación es más que evidente y la
mayoría de las veces el momento está marcado por rituales, co-
mo cuando salen para contraer matrimonio. Pero cuando los hi-
jos se quedan, es más complicado establecer el momento a partir
del cual son adultos y que marca el inicio de una nueva etapa en
el grupo familiar.
Ante esta situación, no es raro que los padres desarrollen con-
flictos de autoridad, dependencia hacia los hijos o dificultad pa-
ra distribuir responsabilidades, entre otras cosas. Veamos:
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Si bien a los padres les preocupa que los hijos se queden, tam-
bién tienen gratificaciones a cambio si se logran definir los esti-
los de relación más adecuados de acuerdo con sus necesidades
particulares. La presencia de los hijos e hijas adultos puede ayu-
dar a que los padres continúen sintiéndose útiles apoyando a sus
hijos en una edad en la que se supone que la gente mayor pierde
ese sentido, además de crearles una sensación de seguridad al sa-
ber que no estarán solos(as) en la vejez.
Sin embargo, esto puede generar sentimientos ambivalentes,
sobre todo en lo que respecta a las hijas: por un lado, los padres
temen que sus hijas no se casen y se queden “solas” y “sin la pro-
tección de un hombre” cuando ellos falten; por ello, las presio-
nan de diferentes formas para que lo hagan y, por otro, desean
que se queden, por todas las ventajas que esto implica.
Mediante muchos testimonios y reflexiones, hemos visto dife-
rentes tipos de familias y, en cada tipo, nunca encontraremos dos
idénticas. Eso es lo más interesante, pero también lo que hace
más difícil dar una opinión o una guía general para afrontar las
situaciones que se presentan.
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—Pero yo veo que todavía no está lista, será muy adulta pero es in-
madura, tengo que andar tras ella, ¡cómo la voy a soltar!
—Hagamos, pues, un ejercicio: ¿qué edad tiene su hija? Ubíque-
se usted en esa edad, ¿qué estaba usted haciendo?, ¿qué planes te-
nía?, ¿ya se sentía maduro?
—Mucho más que ella; yo ya estaba casado, yo ya era padre de
familia, me enfrenté a muchos problemas... incluso mi hija ya había
nacido.
—Mmmm... vamos por partes: ¿ella tendría que estar casada y te-
ner hijos para...?
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ESO ES TODO:
POR ÚLTIMO:
Que las madres no abusen de sus hijas, que los hijos no abusen
de sus madres y que los padres no compitan con sus hijos ni res-
trinjan la libertad de sus hijas. La “forma correcta de vivir” es
aquella en la que quienes viven juntos son capaces de respetar
sus diferencias y sus espacios, por el bien de todos. ¡Ah!, y tra-
tar de que bailen todos y todas bajo el mismo techo y también ba-
jo techos diferentes.
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COLOFÓN