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Por J. Guerrero
Septiembre 4 de 2006
Nuestro carácter es lo que nos distingue de las demás personas. Es la manera en que pensamos o
actuamos cuando nadie nos ve, cuando estamos seguros que nadie descubrirá lo que hemos hecho. Es lo
que realmente somos, no lo que los demás piensan que somos.
El carácter no aparece por azar; toma tiempo y paciencia desarrollarlo. Se gana por medio de la
experiencia de las pruebas y el sufrimiento; se edifica al sobreponernos a la debilidad. Edificamos nuestro
carácter cuando conquistamos una pasión, pensamiento o deseo indeseable. Y por insignificante que esto
parezca, llega a ser otra marca de nuestro carácter.
Un hombre es literalmente lo que piensa, su carácter llega a ser la suma completa de todos sus
pensamientos y sentimientos. El hombre es el escultor de su propio carácter; y este, es hecho o deshecho
por él mismo.
El carácter no debe ser confundido con la reputación. “El carácter de un hombre es la realidad de sí
mismo”, Dijo Henry Ward Beecher. “Su reputación es la opinión que otros se han formado de él”1
Es verdad que una buena reputación es importante, pero sólo es significativa si va respaldada por un
carácter igualmente bueno. “Un buen nombre es raramente recuperado”, escribió Joel Hawes. “Cuando el
carácter se ha ido, todo se ha ido, y una de las joyas más valiosas de la vida se ha perdido para siempre.”
1
Henry Ward Beecher, Life Thoughts.
2
William Hersey Davies, citado en The Treasure Chest, editado por Charles L. Wallis, Harper & Row.
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Un carácter similar al de Cristo…
David O´ McKay enseñó que el desarrollo de un carácter similar al de Cristo es un proceso continuo y
cotidiano, por el cual cada uno de nosotros debe asumir la responsabilidad.
Los pensamientos nos hacen ser lo que somos. El pensamiento eleva nuestra alma hacia los cielos o la
arrastra hacia el infierno “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él” [véase Proverbios 23:7]...
La intención que precede a la acción deja una impresión indeleble en el carácter; y aunque el culpable trate
de mitigar su conciencia diciendo... que este pecado no cuenta, de todos modos cuenta y la marca que deje
en su carácter se destacará en contra de él en el día del juicio. Nadie puede esconderse de sus pensamientos
ni escapar de sus inevitables consecuencias.
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Un carácter recto es resultado únicamente de un esfuerzo continuo y de pensamientos rectos, el efecto de
abrigar durante largo tiempo ideas que se aproximan a la divinidad. El que coloca a Dios en el centro de sus
pensamientos se acerca más al Espíritu de Cristo; y el que puede decir de corazón: “No se haga mi
voluntad, sino la tuya” [véase Lucas 22:42] se acerca más al ideal que Cristo representa.
Obediencia y Autodominio.
El carácter se forma adhiriéndose a los principios; se cultiva desde adentro, como crece un árbol, como
crece cualquier cosa viva. No hay nada externo para ponerse a fin de hacerse más hermoso; los [cosméticos
ayudan], es cierto, pero su efecto no es más que superficial y temporario. La verdadera belleza, así como el
carácter, viene del interior, y cualquier cosa que contribuya a fortalecerlo está de acuerdo con los principios
enunciados por el Salvador mismo: la virtud, la integridad, la santidad, o sea, guardar los mandamientos de
Dios.
En la formación del carácter, así como en el diseño de un jardín, las leyes de paz y felicidad siempre están
en funcionamiento. El esfuerzo, la abnegación y la acción diligente son los escalones del progreso; la
satisfacción egoísta y el pecado son los vándalos destructores del carácter y sólo dejan una estela de pesar y
remordimiento.
Nuestro carácter se forma fundamentalmente en el hogar. La familia es una organización divina; el deber
más importante del hombre en esa familia es criar varones y niñas que posean salud corporal, una mente
vigorosa y, lo que es superior, un carácter similar al de Cristo. El hogar es la fábrica donde se producen
esos frutos.
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