Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
Mirando al pasado.
Aunque nuestra conciencia del espacio publico se remonta a los siglos en los que
buena parte de la actividad real se repartía entre los trazados rectilíneos y la incesante
tarea constructora, es la Roma de Sixto V la que inicia una nueva etapa en la historia de
la arquitectura ya que, a partir de entonces, el poder se ocupa e incluso monopoliza la
configuración de lugares colectivos.
Los cambios a los que se ve sometido el mundo occidental a finales del
setecientos y de los que resultan un nuevo modo de producción y modelo de sociedad
van acompañados de una formulación del poder y del orden tendente a un
afianzamiento de la propiedad y la norma acordes con las características de la
economía y el mundo que se están gestando. Lo cual se explica, dice Foucault, por el
hecho de que las técnicas de poder se han inventado para responder a las exigencias de
la producción. El papel de la ideología fue esencial para la fusión, con una fuerza sin
precedentes, del poder económico y político de la burguesía, la cual se las ingenió
para saturar a la gente común de sus ideas de libertad y de igualdad.
En el ochocientos, se producen nuevas intervenciones cuya prioridad y principio
en el valor burgués. Por eso se procede principalmente a la distribución de los
individuos organizados en torno a un espacio analítico o serial. El espacio se concibe
como un instrumento para organizar, recorrer y dominar lo múltiple, por eso se realiza
la organización en cuadro, con lo que se evita la divergencia, reglar el movimiento,
ordenar el tiempo y en definitiva, asumir y transmitir valores. Por primera vez y en
virtud de la economía del poder se considera de forma racional y científica el control y
el uso de una multiplicidad de elementos heterónomos que se convierten, según
Foucault, en la base para una microfísica celular del poder. Gracias a sus obsesiones
espaciales Foucault descubre la trabazón existente entre poder y saber en la medida en
que permite analizar el saber en términos de región, de dominio, de implantación, de
desplazamiento, de transferencia se puede comprender el proceso mediante el cual el
saber funciona como un poder y reconduce a él todos los efectos.
Todo ello supone que el mensaje débil y discontinuo esbozado hasta entonces
acerca del espacio sea sustituido a finales del siglo XVIII por un sopesado discurso
sobre la configuración arquitectónica que pierde definitivamente su autonomía respecto
a la concepción general de la sociedad en que se halla inmersa. La Revolución Francesa,
también aquí modelo, es por si misma capaz de impregnar al naciente espacio publico
de nuevos rasgos que simbolizan los valores y derechos garantizados por el Estado. La
distribución de los establecimientos sobre el territorio y la propia morfología de los
edificios dejan de ser cuestiones rehuidas para convertirse en objetos de reflexión
especialzaza. Surge una arquitectura específica estrechamente ligada a los problemas de
la población, de salud, de urbanismo. Se trata definitivamente de servirse de la
organización del espacio para fines económico-políticos.
Es a partir del siglo XVIII, cuando comienza a gestarse la ciudad industrial, matriz
de la actual, se forma un concepto de tipología edificatoria cuya correspondencia con la
morfología urbana va a contribuir a determinar la ciudad moderna y contemporánea.
Arquitectos franceses ilustrados como Boullée, Lequeu o Ledoux intentaron por
primera vez dar una forma a toda la gama de actividades, existentes o posibles,
correspondientes a la nueva sociedad; actividades que serían diferenciadas con el fin de
sistematizar una característica y de enriquecer los nuevos contenidos, intentando
transformarlas en fenómenos típicos a través de los mismos edificios representativos.
De este modo, los nuevos edificios son la nueva sociedad, son su toma de conciencia,
representando la sustitución de una idea abstracta por una imagen concreta, la
percepción real de un mundo diferente.
De la misma manera y en la misma época, los distintos poderes sociales
desarrollan en los países europeos una serie de prácticas circunscritas en lo que
Foucault denomina biopolítica, puesto que, superando el abismo entre psicología y
política, tienden de forma más o menos concertada a actuar sobre el cuerpo, la salud,
las formas de alimentarse, y alojarse, las condiciones de vida y sobre todo el espacio
cotidiano. Esa incidencia sobre el entorno cotidiano se efectúa mediante la
especialización funcional de los microespacios. La proliferación de estas
tecnologías, que acompañan a los intereses económico-políticos de los poderes
sociales en auge, tiende a la racionalización del espacio urbano, marítimo y rural y
comprenden desde las grandes estrategias de la geopolítica hasta las pequeñas
tácticas del hábitat o la arquitectura institucional.
Por su parte, la industrialización, en tanto que función privilegiada de
transformación se concreta y manifiesta fundamentalmente como un fenómeno
espacial. Desde un primer momento se procede a economizar espacio en el interior
de las fábricas lo cual genera, sobre todo al principio, una aglomeración de máquinas
y personas incluso con riesgo para su vida. Sin embargo, ese ahorro de espacio sólo
tiene sentido porque va acompañado de una economía del tiempo, y es que, desde el
comienzo del capitalismo se detecta una tendencia a convertir el tiempo potencial en
tiempo actual de trabajo. Se trata de un uso extensivo del tiempo propio de los
inicios de la industrialización y al que sucedió de manera casi inmediata la economía
intensiva del tiempo, es decir, el aumento del empleo de energía en un lapso de
determinada extensión característica fundamental de la época del apogeo del
capitalismo.
Se pretende que no quede espacio sin función, tiempo sin control ni movimiento
sin fin: alojamiento, trabajo, reposo... todos vigilados por el Estado de cara a la
producción. Y, en consecuencia, después sólo subsistirá el hábitat burgués como único
modelo difundido, del que a menudo, el apartamento obrero resulta una réplica
esperpéntica. En la epopeya industrial la familia estereotipada, la educación
normalizada y disciplinada y la irreparable monotonía del tiempo para la producción,
la reproducción y la distensión, resultan objetivos de la actividad higiénica del Estado
más fácilmente reglamentables.
Como en el Barroco, arquitectura y urbanismo siguen siendo la obra del
príncipe. Los innumerables y meticulosos reglamentos que, cada vez de forma más
directa, dispone la autoridad sólo reemplazan a las anteriores y más disimuladas
disposiciones suntuarias.
Sin embargo, en los últimos tiempos se aprecia una inversión de esa tendencia
pues el espacio público, es decir, el espacio que compartimos con desconocidos ha
quedado en manos de aquellos a quienes la sociedad niega el confort de la intimidad, es
decir, de los vagabundos, de los que no tienen casa. Ello no seria sino la confirmación
de una regla de conducta en virtud de la cual cuanto más privilegiado es el ciudadano
menos tiempo pasa en el espacio público del cual únicamente se sirve, si le resulta
necesario, de forma instrumental. Los favorecidos por la sociedad rechazan los espacios
públicos, revoltijo humano de financiación pública que les provoca una sensación de
inseguridad tal que se ven obligados a crear sus propios espacios para un público
homogéneo predeterminado por el estatus. Esa sería la causa de la proliferación de los
clubes deportivos privados o las áreas residenciales de lujo en las que la carestía del
suelo permite asegurar por sí misma un nivel aceptable de segregación espacial y, por lo
tanto, social, de vecindad.
La actual familia comienza a constituirse cuando la sociedad abandona la calle
que, de territorio habitado se reduce a territorio atravesado hacia la vivienda, en cuyo
interior el espacio, residuo ahora del ámbito privado, es minuciosamente especializado
por funciones. Se huye de la confusión y la promiscuidad y se cimienta la leyenda vida
en familia. La casa y la familia replegada en ella sobre sí misma sustituyen a la calle
como lugar común de sociabilidad.
Este concepto de vivienda que se difunde y consolida en el siglo XIX, esta
directamente asociado con el hecho de que, cada vez en mayor medida, los hombres
realizan su trabajo en un espacio también diferenciado al efecto. Las funciones de
producir, vender y consumir están ahora separadas y forman tres instituciones
diferentes, tres partes distintas de la ciudad. Ello se produce en el marco de una escisión
general entre ámbito privado y espacios para la reunión pública, no solo de trabajo, sino
también para la actividad política, social, o simplemente ciudadana.
Paralelamente llega al ámbito domestico la propagación del sueño de la
transparencia rousseauniana cuyo proyecto de hombre nuevo en orden nuevo pasa por
una nueva organización del espacio, el tiempo y la memoria. En la remoción de lo
cotidiano, la casa, la familia se convierten en el nido y nudo de la sociedad que redefine
las fronteras entre lo público y lo privado, lo colectivo y lo individual en torno al eje
domestico.
En Europa occidental se esboza un discurso sobre la domesticidad que se apoya en
la trascendencia moral y política que adquiere la casa y desde el cual se catapulta la
denominada por Richard Senté “función vectora de la familia”. La casa escaparate y
espejo de la vida familiar, se convierte en una pieza clave del orden y la estabilidad
social. La familia se convierte en un microcosmos en el que cada uno tiene su sitio y
cada sitio tiene su sentido. Pequeño cosmos en el que todo individuo es controlado por
la comunidad circundante, y en el que incluso la intimidad domestica, es un objeto de
lujo que los burgueses viven y difunden con pasión. Mientras la estrechez del habitáculo
es uno de los síntomas más claros de la marginalidad, la carencia de elementos
indispensables para la vivienda es uno de los rasgos más distintivos de los marginados
de las periferias de las grandes ciudades. Dicho de otro modo, la falta de un espacio
mínimo en el que la persona pueda desenvolverse dignamente constituye uno de los
factores de creación de lo que Barbero Santos llama “germen activo de rebeldía”. Pero
esa rebeldía, no suele quedar ahí sino que tiende a convertirse en delincuencia en
aquellos barrios marginales donde la segregación espacial construya verdaderos guetos.
Si bien es cierto que existen formas de hacinamiento que como el transporte urbano
inciden sobre todos los ciudadanos, la del alojamiento es la mayor trascendencia social,
puesto que, por recalar en los segmentos de población más pobres, agrava de manera
especial su situación. De hecho, hace bajar el techo de su curva logística propia y
determina una enorme multiplicación de sus enfermedades mentales, contra el mito
conservador, porque tranquilizante, que los equipara al buen salvaje.
El hombre es una forma expuesta a la topología y a la cronología. Es en la casa
donde se resguarda del azar, pero no definitivamente. Los hábitos, la moral, son sólo
modos de desentenderse del entorno inmediato los hombres para volver a arriesgarse los
hombres van transformando lo exterior/futuro en interior/pasado. Por eso la casa tiene
puertas y ventanas; ventanas para mirar, puertas para salir y para que entren otros. La
casa no es solo envoltura es una Gestalt. Una forma para el individuo, para un grupo
reducido o para el gran numero de personas que se encuentras sometidas a las mismas
obligaciones sociales, pero, sin embargo, sienten el deseo de encontrar su propia
variante del sentido de la vida. Por contra, el espacio de la casa es el único rincón del
mundo que ofrece a quien lo habita un refugio, un anclaje global de la existencia. En la
medida en que una casa reúne, concentra y muestra los valores fundamentales del grupo
al que pertenece, ya sean valores de índole religiosos, intelectual, estético o tecnológico,
cada vivienda sintetiza las normas societarias del espacio colectivo como si se tratase de
un microorden inmutable. El individuo interpreta y aplica las nociones que sobre tiempo
y espacio, la sociedad le ha enseñado, fundamentalmente a base de asignarle a él como a
los demás un lugar en el espacio y un ritmo en el tiempo. Y es que como decía Jesús
Ibáñez, la casa es un lugar privilegiado de enraizamiento del cuerpo en el mundo. Para
Ibáñez, la causa del despojo paulatino de intimidad que el hombre viene sufriendo es el
capitalismo mismo. No obstante, y aunque dicha operación se ha producido en las dos
fases del capitalismo: la de producción y la de consumo, ha sido precisamente en esa
ultima, en el marco de la sociedad de masas donde todo el espacio ha llegado a tener la
misma estructura: no hay lugar para el cuerpo, el habitante está exiliado también en su
casa, en realidad ya no tenemos propiamente, casa: todo el mundo vuelve a ser ancho y
ajeno. Podemos optar entre todas las diferencias porque todas son indiferentes.
Preurbanismo.
La visión de Heidegger.
Para Martin Heidegger ser hombre significa estar sobre la tierra como mortal,
habitar. Y habitar es permanecer en un lugar entre las cosas, pero no en un lugar
cualquiera sino en un lugar que da paz. Habitar es estar en paz.
Esa identidad de sentido entre ser y habitar lleva al autor a reflexionar sobre la
relación del hombre con el espacio, e incluso sobre los propios términos en los que
se plantea la cuestión, pues de suyo resulta incorrecto explorar ese vínculo
enfrentando dos realidades pretendidamente diferenciadas: hombre y espacio. El
hecho de que el espacio no sea algo ajeno al hombre, un objeto exterior a él, no le
convierte en una experiencia interior entendida a la manera kantiana. No existen
hombres y además un espacio o espacios, antes bien, cuando se dice hombre se apela
de manera directa e inmediata a un ser que habita, se alude, por tanto, a un ser en el
espacio. Por ello, dice Heidegger, cuando se dice los mortales son se está diciendo
los mortales habitan, ya que no existe para el hombre otra capacidad de ser que la de
habitar. Sin embargo, ése no parece corresponder al ser de la habitación actual cuyo
motivo principal de reclamo es la crisis de la vivienda, sobre la que no sólo se habla
sino que se incide con irreflexiva facilidad. Aunque la escasez de alojamiento sea un
motivo razonable de preocupación, la verdadera crisis de la habitación no reside en
dicha carencia de la que ya se ocupan numerosas medidas tendentes a edificar o
estimular la edificación de nuevas casas y a organizar el conjunto de la construcción.
La verdadera crisis se remonta, según Heidegger, más allá de las destrucciones
provocadas por las dos guerras mundiales, del crecimiento de la población, la
concentración urbana o el desarrollo industrial; el problema radica en que es
necesario aprender a habitar como requisito previo a cualquier acción, pues sólo
cuando el hombre sabe habitar puede construir. En ese sentido, las palabras de
Heidegger son un alegato contra el corbuserismo y las teorías de la arquitectura
progresista que, por lo general, conciben la casa y la ciudad de forma instrumental,
como una simple, aunque compleja, máquina de habitar. Probablemente ello justifica la
adscripción que Choay realiza de la propuesta de Heidegger en la concepción e
ideología culturalista, sin perjuicio de que el autor traspase las posibles implicaciones
culturales de una u otra forma de entender el urbanismo para profundizar en su
dimensión radicalmente poética de la apertura del ser. En última instancia, y en un
envite contra la racionalidad supuestamente urbanística, Heidegger comparte con
Nietzsche la profunda convicción de que las formas arquitectónicas afectan a la gente
más allá del límite de su propia conciencia.
El hecho urbano.
Siglo XX.
Urbanismo y modernización.
La tercera modernidad.
La modernidad salio tambaleándose del sigo XX y el paso al año 2000 dio pie a
numerosos comentarios y reflexiones que subrayaban, al mismo tiempo, los
extraordinarios progresos realizados en los cien años que acaban de terminar y los
dramas que el mundo había sufrido, proporcionales a dicho progreso y que por ello se
colocan en el pasivo de la modernidad.
La nacionalización, uno de los tres procesos básicos de la modernización, marca
cada vez más con mayor profundidad todas las acciones individuales y colectivas. Ya
no se trata simplemente de utilizar los conocimientos previos a determinadas acciones,
sino de examinar permanentemente las posibles decisiones y volverlas a examinar en
funciones de lo que hayan empezado a producir, la reflexividad es la reflexión antes,
durante y después.
Paradójicamente, el desarrollo de las ciencias y de las tecnologías es, en cierto
modo, un factor de riesgo comparado con el proyecto moderno. De hecho, el riesgo es
un concepto moderno que debe diferenciarse de peligro, que es lo que amenaza o
compromete la seguridad, la existencia de una persona o de una cosa. El riesgo es un
peligro probable más o menos previsible y calculable. En una situación de
incertidumbre, la primera etapa de un análisis racional consiste en formular las hipótesis
de riesgo. El riesgo también surge cuando la naturaleza y la tradición pierden su
influencia y los individuos deben decidir por sí mismos y, entonces, intentan medir las
probabilidades de que se produzca un acontecimiento y sus posibles consecuencias.
El riesgo aumenta con el proceso de modernización puesto que los peligros y el
conocimiento que podemos tener de ellos son mayores. Los riesgos se construyen, por
tanto, socialmente y se apoyan en el establecimiento de normas específicas. Ocupan una
parte importante de nuestra vida y del debate público en un mundo moderno que no
puede evitar los peligros, pero que puede intentar decidir los que acepta y a que precio.
Los nuevos medios de transporte y de almacenamiento de personas, informaciones
y bienes que la sociedad desarrolla y pone a disposición de organizaciones e individuos
permiten a éstos liberarse, en cierto modo, de los límites espaciales y temporales.
Las posibilidades de acción e interacción a distancia espacial y temporal son tan
numerosas que se llega a tener la impresión de estar en varios sitios y momentos a la
vez. Una sensación de ubicuidad y de multitemporalidad que acompaña al doble
proceso de deslocalización y desinstantaneización.
La deslocalización se traduce concretamente por el debilitamiento progresivo de
las comunidades locales. Esto no significa evidentemente la desaparición de la vida
local, de las relaciones sociales de proximidad ni de las opciones locales; pero ya no es
el lugar obligado de la mayoría de las prácticas sociales en ámbitos tales como trabajo,
familia, ocio, política, religión, etc. Por el contrario, los nuevos instrumentos de
transporte y de comunicación amplían las posibilidades de elección en materia de
ubicación de la residencia o de la actividad y modifican la naturaleza de lo local: ya no
se hereda ni se impone, sino que entra en las lógicas reflexivas, en decisiones tanto más
complejas cuanto las personas o las organizaciones disponen de medios de transporte y
telecomunicación. Se plantean entonces problemas de cohesión social, puesto que estas
lógicas pueden dar lugar a nuevas formas de segregación.
En la sociedad moderna avanzada, los individuos no solo pueden elegir, sino que
deben hacerlo continuamente. El trabajo, la familia, el consumo, la religión, la política,
por no mencionar el propio cuerpo, todo se puede decidir. Las elecciones individuales
están sin duda determinadas socialmente, pero el sistema en el que se construyen las
decisiones es mas complejo; los individuos al igual que las organizaciones, son mas
consientes de estar decidiendo con racionalidad limitada y su elección depende de un
mayor numero de interacciones. Tanto las grandes decisiones como las pequeñas
decisiones cotidianas se singularizan de esta forma.
Hoy la vida de las ciudades se desarrolla a otra escala y la conciencia de las
diferentes esferas de relaciones sociales es cada vez menor. Los vecinos ya no suelen
ser amigos de la infancia, compañeros de trabajo o parientes. Cada persona se relaciona
con muchas otras a diario, y durante toda su vida; dentro y fuera del trabajo elige uno o
varios cónyuges sucesivos, a sus amigos y vecinos. Utiliza en sus relaciones una amplia
gama de medios: el uso de las telecomunicaciones permite variar las formas de
interacción y el automóvil se ha convertido en la principal herramienta en los
encuentros cara a cara. Los vínculos económicos y técnicos socializan también a los
consumidores a través del uso de bienes y servicios comerciales: nuestra alimentación
cotidiana así como los objetos que utilizamos, son el gran medida productos elaborados
y distribuidos por multinacionales; hasta la actividad mas nimia se encuentra inscrita de
hecho en muchas relaciones.
Los vínculos sociales se han multiplicado, pues, extraordinariamente. Su
naturaleza se ha diversificado y se apoyan en forma de comunicación múltiples: el
intercambio de mensajes por Internet y una reunión en un café son claramente
interacciones cualitativamente distintas. Los vínculos son mucho más débiles que antes
y también más frágiles. En cambio, resulta más fácil establecer unos nuevos. Se trata de
la fuerza de los vínculos débiles. El tejido social constituido por los vínculos sociales
contemporáneos cambia de textura. Esta compuesto por múltiples hilos, muy finos de
todo tipo, que no le restan solidez sino que le confieren mucha mas finura y elasticidad.
Este tejido de fibras es además social y culturalmente heterogéneo.
Las estructuras sociales que sajen en la actualidad, a base de vínculos débiles, muy
numerosos y entre organizaciones e individuos a menudo alejados, son de tipo reticular.
La sociedad esta estructurada y funciona como una red, o mas bien como una serie de
redes interconectadas que aseguran una movilidad creciente de personas, bienes e
informadores. La generalización de esta movilidad deja obsoletas las antiguas
estructuras areolares basas en procesos de difusión limitada en el espacio y sobre áreas
de movilidad restringidas. Esta organización en redes funda una nueva solidaridad de
hecho, en el sentido de un sistema de interdependencia entre los individuos. Después de
la solidaridad mecánica de la comunidad rural y la solidaridad orgánica de la ciudad
industrial, surge un tercer tipo de solidaridad, la solidaridad conmutativa que relaciona a
los individuos y organizaciones pertenecientes a muchas redes conectadas entre si.
Los cambios económicos en curso ponen de manifiesto que las sociedades
occidentales empiezan a salir del industrialismo, es decir, de un sistema económico
basado fundamentalmente en la industria definida como el conjunto de actividades
económicas que tiene por objeta la explotación de las materias primas, de las fuentes de
energías y su transformación, así como los productos semielaborados y bienes de
producción o de consumo, y que están entrando en una economía cognitiva, basada en
la producción, apropiación, venta y uso de conocimientos, información y
procedimientos. Esto no significa que la industria vaya a desaparecer. Pero al igual que
la agricultura paso con el capitalismo industrial a depender del modelo industria, que
había redefinido tanto sus finalidades como su método y valores, así la producción
industrial depende cada vez más de las lógicas y de los poderes de la economía
cognitiva. Más concretamente los resultados de una empresa industrial dependen hoy en
primer lugar de su capacidad de conocer los mercados, de utilizar los conocimientos
técnicos y científicos, de inventar respuestas, de desarrollar capacidades de innovación,
de organizar procesos, dirigir las reacciones ante los acontecimientos, de analizar costes,
coordinar actuaciones y controlar las comunicaciones en caso de crisis.
La dinámica de la economía capitalista persiste y desempeña un papel creciente en
la sociedad puesto que las actividades humanas objeto de producción y servicios de
mercado van en aumento. Las tecnologías de la información y la comunicación
desempeñan un papel fundamental en esta dinámica. No cambian por si misma la
sociedad, pero, utilizadas por los actores económicos y por los consumidores, pueden
contribuir a darle nueva forma por que están especialmente adaptadas a ella, ya que, por
una parte, se integran activamente en las dinámicas de racionalización, de
individualización, y diferenciación de la sociedad hipertexto y, por otra, son
herramientas y soporte del capitalismo cognitivo que puede aprovechar los rápidos
avances de sus resultados.
BIBLIOGRAFÍA