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Ciudades del mañana.

El destino del urbanismo en el siglo XXI.


Las ciudades del mañana.

Mirando al pasado.

Aunque nuestra conciencia del espacio publico se remonta a los siglos en los que
buena parte de la actividad real se repartía entre los trazados rectilíneos y la incesante
tarea constructora, es la Roma de Sixto V la que inicia una nueva etapa en la historia de
la arquitectura ya que, a partir de entonces, el poder se ocupa e incluso monopoliza la
configuración de lugares colectivos.
Los cambios a los que se ve sometido el mundo occidental a finales del
setecientos y de los que resultan un nuevo modo de producción y modelo de sociedad
van acompañados de una formulación del poder y del orden tendente a un
afianzamiento de la propiedad y la norma acordes con las características de la
economía y el mundo que se están gestando. Lo cual se explica, dice Foucault, por el
hecho de que las técnicas de poder se han inventado para responder a las exigencias de
la producción. El papel de la ideología fue esencial para la fusión, con una fuerza sin
precedentes, del poder económico y político de la burguesía, la cual se las ingenió
para saturar a la gente común de sus ideas de libertad y de igualdad.
En el ochocientos, se producen nuevas intervenciones cuya prioridad y principio
en el valor burgués. Por eso se procede principalmente a la distribución de los
individuos organizados en torno a un espacio analítico o serial. El espacio se concibe
como un instrumento para organizar, recorrer y dominar lo múltiple, por eso se realiza
la organización en cuadro, con lo que se evita la divergencia, reglar el movimiento,
ordenar el tiempo y en definitiva, asumir y transmitir valores. Por primera vez y en
virtud de la economía del poder se considera de forma racional y científica el control y
el uso de una multiplicidad de elementos heterónomos que se convierten, según
Foucault, en la base para una microfísica celular del poder. Gracias a sus obsesiones
espaciales Foucault descubre la trabazón existente entre poder y saber en la medida en
que permite analizar el saber en términos de región, de dominio, de implantación, de
desplazamiento, de transferencia se puede comprender el proceso mediante el cual el
saber funciona como un poder y reconduce a él todos los efectos.
Todo ello supone que el mensaje débil y discontinuo esbozado hasta entonces
acerca del espacio sea sustituido a finales del siglo XVIII por un sopesado discurso
sobre la configuración arquitectónica que pierde definitivamente su autonomía respecto
a la concepción general de la sociedad en que se halla inmersa. La Revolución Francesa,
también aquí modelo, es por si misma capaz de impregnar al naciente espacio publico
de nuevos rasgos que simbolizan los valores y derechos garantizados por el Estado. La
distribución de los establecimientos sobre el territorio y la propia morfología de los
edificios dejan de ser cuestiones rehuidas para convertirse en objetos de reflexión
especialzaza. Surge una arquitectura específica estrechamente ligada a los problemas de
la población, de salud, de urbanismo. Se trata definitivamente de servirse de la
organización del espacio para fines económico-políticos.
Es a partir del siglo XVIII, cuando comienza a gestarse la ciudad industrial, matriz
de la actual, se forma un concepto de tipología edificatoria cuya correspondencia con la
morfología urbana va a contribuir a determinar la ciudad moderna y contemporánea.
Arquitectos franceses ilustrados como Boullée, Lequeu o Ledoux intentaron por
primera vez dar una forma a toda la gama de actividades, existentes o posibles,
correspondientes a la nueva sociedad; actividades que serían diferenciadas con el fin de
sistematizar una característica y de enriquecer los nuevos contenidos, intentando
transformarlas en fenómenos típicos a través de los mismos edificios representativos.
De este modo, los nuevos edificios son la nueva sociedad, son su toma de conciencia,
representando la sustitución de una idea abstracta por una imagen concreta, la
percepción real de un mundo diferente.
De la misma manera y en la misma época, los distintos poderes sociales
desarrollan en los países europeos una serie de prácticas circunscritas en lo que
Foucault denomina biopolítica, puesto que, superando el abismo entre psicología y
política, tienden de forma más o menos concertada a actuar sobre el cuerpo, la salud,
las formas de alimentarse, y alojarse, las condiciones de vida y sobre todo el espacio
cotidiano. Esa incidencia sobre el entorno cotidiano se efectúa mediante la
especialización funcional de los microespacios. La proliferación de estas
tecnologías, que acompañan a los intereses económico-políticos de los poderes
sociales en auge, tiende a la racionalización del espacio urbano, marítimo y rural y
comprenden desde las grandes estrategias de la geopolítica hasta las pequeñas
tácticas del hábitat o la arquitectura institucional.
Por su parte, la industrialización, en tanto que función privilegiada de
transformación se concreta y manifiesta fundamentalmente como un fenómeno
espacial. Desde un primer momento se procede a economizar espacio en el interior
de las fábricas lo cual genera, sobre todo al principio, una aglomeración de máquinas
y personas incluso con riesgo para su vida. Sin embargo, ese ahorro de espacio sólo
tiene sentido porque va acompañado de una economía del tiempo, y es que, desde el
comienzo del capitalismo se detecta una tendencia a convertir el tiempo potencial en
tiempo actual de trabajo. Se trata de un uso extensivo del tiempo propio de los
inicios de la industrialización y al que sucedió de manera casi inmediata la economía
intensiva del tiempo, es decir, el aumento del empleo de energía en un lapso de
determinada extensión característica fundamental de la época del apogeo del
capitalismo.
Se pretende que no quede espacio sin función, tiempo sin control ni movimiento
sin fin: alojamiento, trabajo, reposo... todos vigilados por el Estado de cara a la
producción. Y, en consecuencia, después sólo subsistirá el hábitat burgués como único
modelo difundido, del que a menudo, el apartamento obrero resulta una réplica
esperpéntica. En la epopeya industrial la familia estereotipada, la educación
normalizada y disciplinada y la irreparable monotonía del tiempo para la producción,
la reproducción y la distensión, resultan objetivos de la actividad higiénica del Estado
más fácilmente reglamentables.
Como en el Barroco, arquitectura y urbanismo siguen siendo la obra del
príncipe. Los innumerables y meticulosos reglamentos que, cada vez de forma más
directa, dispone la autoridad sólo reemplazan a las anteriores y más disimuladas
disposiciones suntuarias.
Sin embargo, en los últimos tiempos se aprecia una inversión de esa tendencia
pues el espacio público, es decir, el espacio que compartimos con desconocidos ha
quedado en manos de aquellos a quienes la sociedad niega el confort de la intimidad, es
decir, de los vagabundos, de los que no tienen casa. Ello no seria sino la confirmación
de una regla de conducta en virtud de la cual cuanto más privilegiado es el ciudadano
menos tiempo pasa en el espacio público del cual únicamente se sirve, si le resulta
necesario, de forma instrumental. Los favorecidos por la sociedad rechazan los espacios
públicos, revoltijo humano de financiación pública que les provoca una sensación de
inseguridad tal que se ven obligados a crear sus propios espacios para un público
homogéneo predeterminado por el estatus. Esa sería la causa de la proliferación de los
clubes deportivos privados o las áreas residenciales de lujo en las que la carestía del
suelo permite asegurar por sí misma un nivel aceptable de segregación espacial y, por lo
tanto, social, de vecindad.
La actual familia comienza a constituirse cuando la sociedad abandona la calle
que, de territorio habitado se reduce a territorio atravesado hacia la vivienda, en cuyo
interior el espacio, residuo ahora del ámbito privado, es minuciosamente especializado
por funciones. Se huye de la confusión y la promiscuidad y se cimienta la leyenda vida
en familia. La casa y la familia replegada en ella sobre sí misma sustituyen a la calle
como lugar común de sociabilidad.
Este concepto de vivienda que se difunde y consolida en el siglo XIX, esta
directamente asociado con el hecho de que, cada vez en mayor medida, los hombres
realizan su trabajo en un espacio también diferenciado al efecto. Las funciones de
producir, vender y consumir están ahora separadas y forman tres instituciones
diferentes, tres partes distintas de la ciudad. Ello se produce en el marco de una escisión
general entre ámbito privado y espacios para la reunión pública, no solo de trabajo, sino
también para la actividad política, social, o simplemente ciudadana.
Paralelamente llega al ámbito domestico la propagación del sueño de la
transparencia rousseauniana cuyo proyecto de hombre nuevo en orden nuevo pasa por
una nueva organización del espacio, el tiempo y la memoria. En la remoción de lo
cotidiano, la casa, la familia se convierten en el nido y nudo de la sociedad que redefine
las fronteras entre lo público y lo privado, lo colectivo y lo individual en torno al eje
domestico.
En Europa occidental se esboza un discurso sobre la domesticidad que se apoya en
la trascendencia moral y política que adquiere la casa y desde el cual se catapulta la
denominada por Richard Senté “función vectora de la familia”. La casa escaparate y
espejo de la vida familiar, se convierte en una pieza clave del orden y la estabilidad
social. La familia se convierte en un microcosmos en el que cada uno tiene su sitio y
cada sitio tiene su sentido. Pequeño cosmos en el que todo individuo es controlado por
la comunidad circundante, y en el que incluso la intimidad domestica, es un objeto de
lujo que los burgueses viven y difunden con pasión. Mientras la estrechez del habitáculo
es uno de los síntomas más claros de la marginalidad, la carencia de elementos
indispensables para la vivienda es uno de los rasgos más distintivos de los marginados
de las periferias de las grandes ciudades. Dicho de otro modo, la falta de un espacio
mínimo en el que la persona pueda desenvolverse dignamente constituye uno de los
factores de creación de lo que Barbero Santos llama “germen activo de rebeldía”. Pero
esa rebeldía, no suele quedar ahí sino que tiende a convertirse en delincuencia en
aquellos barrios marginales donde la segregación espacial construya verdaderos guetos.
Si bien es cierto que existen formas de hacinamiento que como el transporte urbano
inciden sobre todos los ciudadanos, la del alojamiento es la mayor trascendencia social,
puesto que, por recalar en los segmentos de población más pobres, agrava de manera
especial su situación. De hecho, hace bajar el techo de su curva logística propia y
determina una enorme multiplicación de sus enfermedades mentales, contra el mito
conservador, porque tranquilizante, que los equipara al buen salvaje.
El hombre es una forma expuesta a la topología y a la cronología. Es en la casa
donde se resguarda del azar, pero no definitivamente. Los hábitos, la moral, son sólo
modos de desentenderse del entorno inmediato los hombres para volver a arriesgarse los
hombres van transformando lo exterior/futuro en interior/pasado. Por eso la casa tiene
puertas y ventanas; ventanas para mirar, puertas para salir y para que entren otros. La
casa no es solo envoltura es una Gestalt. Una forma para el individuo, para un grupo
reducido o para el gran numero de personas que se encuentras sometidas a las mismas
obligaciones sociales, pero, sin embargo, sienten el deseo de encontrar su propia
variante del sentido de la vida. Por contra, el espacio de la casa es el único rincón del
mundo que ofrece a quien lo habita un refugio, un anclaje global de la existencia. En la
medida en que una casa reúne, concentra y muestra los valores fundamentales del grupo
al que pertenece, ya sean valores de índole religiosos, intelectual, estético o tecnológico,
cada vivienda sintetiza las normas societarias del espacio colectivo como si se tratase de
un microorden inmutable. El individuo interpreta y aplica las nociones que sobre tiempo
y espacio, la sociedad le ha enseñado, fundamentalmente a base de asignarle a él como a
los demás un lugar en el espacio y un ritmo en el tiempo. Y es que como decía Jesús
Ibáñez, la casa es un lugar privilegiado de enraizamiento del cuerpo en el mundo. Para
Ibáñez, la causa del despojo paulatino de intimidad que el hombre viene sufriendo es el
capitalismo mismo. No obstante, y aunque dicha operación se ha producido en las dos
fases del capitalismo: la de producción y la de consumo, ha sido precisamente en esa
ultima, en el marco de la sociedad de masas donde todo el espacio ha llegado a tener la
misma estructura: no hay lugar para el cuerpo, el habitante está exiliado también en su
casa, en realidad ya no tenemos propiamente, casa: todo el mundo vuelve a ser ancho y
ajeno. Podemos optar entre todas las diferencias porque todas son indiferentes.

Preurbanismo.

El termino urbanización es reciente. Su origen se remonta a la obra del ingeniero


Ildefonso Cerdá y Sunyer con la “Teoría general de la urbanización y aplicación de sus
principios y doctrinas a la reforma y Ensanche de Barcelona”. El propio Cerdá comenta
al principio de su extensa obra:
“El uso de una palabra nueva no puede ser censurable siempre y cuando la
necesidad lo justifique, y lo abone un fin laudable. Juzgo conveniente anticipar aquí
algunas explicaciones respecto de dos palabras, urbanización y urbe. He aquí las
razones filológicas que me indujeron y decidieron a adoptar la palabra urbanización, no
solo para indicar cualquier acto que tienda a agrupar la edificación y a regular su
funcionamiento en el grupo ya formado, sino también el conjunto de principios,
doctrinas y reglas que deben aplicarse, para que la edificación y su agrupamiento, lejos
de comprimir, desvirtuar y corromper las facultades físicas, morales e intelectuales del
hombre social, sirvan para fomentar su desarrollo y vigor y hará acrecentar el bienestar
individual, cuya suma forma la felicidad publica”.
Como indica Paquot el neologismo urbanización fue traducido al francés por
urbanismo, para definir una nueva ciencia encargada de habilitar un espacio y de
equiparlo.
Los habitantes de ese tipo de lugares y en esa época asisten a una alteración
revolucionaria de la cultura y el ámbito visual: la perspectiva regular, hasta entonces
hegemónica, comienza a carecer de sentido lo cual conduce a la ruptura de la relación
clásica entre la representación geométrica y la experiencia sensible. Los incesantes
cambios que experimenta y se experimentan en la ciudad perturban la quietud del paisaje
cotidiano, y, tal vez ello explique la percepción desfigurada e hiperbólica de lo nuevo.
Pero no sólo se altera el orden estético y el criterio estilístico de la ciudad. Cuando las
nuevas ordenaciones legales consolidan la propiedad y la iniciativa privada, también se
transfigura la combinación de responsabilidades pues al asimilarse la iniciativa inmobi-
liaria al resto de las iniciativas económicas queda, como éstas, únicamente sujeta a las
leyes del mercado. A partir de entonces la intervención pública, reliquia de otros tiempos,
sólo será legítima cuando proceda según las formalidades establecidas y dentro de los
límites precisamente definidos. Es así como en buena parte de Europa se procede a
desmantelar los mecanismos e instrumentos mediante los cuales el Estado regulaba la
construcción y la gestión del ámbito urbano, sustituyéndose por documentos notariales
que garantizan la posesión y concretan la imponibilidad fiscal. Mientras, y de forma
complementaria, también se procede a legislar o perfeccionar la legislación sobre
expropiación forzosa para que la interferencia entre iniciativa privada y poder público
responda óptimamente a la necesidad de libre disposición del suelo para reorganizar los
medios de comunicación y transporte.
El modelo progresista de preurbanismo enfatiza en la necesidad de adaptación del
espacio a las funciones humanas clasificándolo y distribuyéndolo a tal fin hasta conformar
los prototipos necesarios para vivir, trabajar y descansar. En ese sentido, rechaza el legado
artístico del pasado y, en una austera estética en la que lógica y belleza coinciden, diseña
la forma racional un espacio abierto tal y como requiere la higiene, símbolo del progreso.
A partir de la deducción de las características y necesidades del nuevo hombre surgido de
la revolución industrial y dominado por la idea de progreso se concibe una especifica
disposición del espacio que da paso a modelos arquitectónicos acordes con los diversos
planteamientos morales de la familia y que, en cualquier caso, ahondaran en la búsqueda
de la vivienda estándar.
En el contexto de una crítica generalizada a la familia de su tiempo dos serian las
visiones que, desde perspectivas confrontadas, elaboraron soluciones arquitectónicas
conformes con su moral familiar.
Las propuestas del modelo culturalista de preurbanismo son muy diferentes a las
anteriores. Para autores como John Ruskin o William Morris, la crítica a la civilización
industrial se apoya en una visión, a veces, nostálgica de civilizaciones pasadas. Su
absoluta confianza en las lecciones culturales que el pasado brinda al presente es
especialmente visible en las cuestiones urbanas, donde se traduce a nivel espacial la
preeminencia de las necesidades espirituales sobre las materiales. El elemento básico de
su construcción urbana no es, a diferencia del modelo progresista, el hombre como
entidad abstracta, universal y por tanto intercambiable, sino que lo es el grupo
considerado en su propia originalidad. Por todo lo cual, no es posible la determinación de
prototipos que, de modo standard, establezcan las condiciones óptimas de vida para
cualesquiera agrupaciones prescindiendo de sus particularidades históricas. Desde este
punto de vista, sólo cabe una adaptación orgánica de la forma espacial a la forma social de
vida, por lo que las imposiciones geométricas o regulares que eliminan las señas
distintivas de identidad y cuyo único mérito consiste en su fácil y frecuente repetición
carecen de sentido. El reclamo de las pautas urbanas medievales sirve no sólo como
paliativo a la fealdad de la ciudad industrial, sino que la imposición de su moderado
tamaño y de su configuración irregular han de interpretarse como un medio para
salvaguardar las amenazadas propiedades humanas y la diversidad de sus formas y
estructuras espaciales.

Marx y Engels: la crítica sin patrón.

La critica de Marx y Engels a la ciudad industrial de su época es una crítica


metonímica, se critica el todo a través de la parte. Su reflexión urbana es más bien una
excusa para adentrarse en los entresijos de la sociedad de su tiempo, ya que, siendo la
ciudad la forma viva y dinámica del todo social, allí se concentraban, a nivel humano y
espacial, las características de la pujante era industrial. A diferencia de las variantes
utópicas no se propone ahora un modelo para la ciudad socialista, bien al contrario, el
futuro esta abierto y su diseño solo depende de la acción revolucionaria, acción en cuyo
desarrollo histórico no tienen cabida planes que, concebidos y fijados de antemano,
circunscriben el limite de lo posible amputándole paso a la dialéctica.
Una de las lecturas que más pistas ofrece sobre la versátil relación hombre-
sociedad-ciudad que late en el manifiesto es la realizada por Marshall Berman. Éste
constituye un brillante intento por interpretar a Marx y Engels como escritores
modernistas y comprender, a su vez, el modernismo de un modo marxista. La
investigación de Berman se basa fundamentalmente en la primera parte del Manifiesto
que se propone como una descripción panorámica del proceso de modernización. El
talento modernista atribuido a la obre descansa principalmente en la presentación que se
hace del hombre como ser desguarnecido, desamparado, alcanzándose el culmen de la
dialéctica de la desnudez.

La visión de Heidegger.

Para Martin Heidegger ser hombre significa estar sobre la tierra como mortal,
habitar. Y habitar es permanecer en un lugar entre las cosas, pero no en un lugar
cualquiera sino en un lugar que da paz. Habitar es estar en paz.
Esa identidad de sentido entre ser y habitar lleva al autor a reflexionar sobre la
relación del hombre con el espacio, e incluso sobre los propios términos en los que
se plantea la cuestión, pues de suyo resulta incorrecto explorar ese vínculo
enfrentando dos realidades pretendidamente diferenciadas: hombre y espacio. El
hecho de que el espacio no sea algo ajeno al hombre, un objeto exterior a él, no le
convierte en una experiencia interior entendida a la manera kantiana. No existen
hombres y además un espacio o espacios, antes bien, cuando se dice hombre se apela
de manera directa e inmediata a un ser que habita, se alude, por tanto, a un ser en el
espacio. Por ello, dice Heidegger, cuando se dice los mortales son se está diciendo
los mortales habitan, ya que no existe para el hombre otra capacidad de ser que la de
habitar. Sin embargo, ése no parece corresponder al ser de la habitación actual cuyo
motivo principal de reclamo es la crisis de la vivienda, sobre la que no sólo se habla
sino que se incide con irreflexiva facilidad. Aunque la escasez de alojamiento sea un
motivo razonable de preocupación, la verdadera crisis de la habitación no reside en
dicha carencia de la que ya se ocupan numerosas medidas tendentes a edificar o
estimular la edificación de nuevas casas y a organizar el conjunto de la construcción.
La verdadera crisis se remonta, según Heidegger, más allá de las destrucciones
provocadas por las dos guerras mundiales, del crecimiento de la población, la
concentración urbana o el desarrollo industrial; el problema radica en que es
necesario aprender a habitar como requisito previo a cualquier acción, pues sólo
cuando el hombre sabe habitar puede construir. En ese sentido, las palabras de
Heidegger son un alegato contra el corbuserismo y las teorías de la arquitectura
progresista que, por lo general, conciben la casa y la ciudad de forma instrumental,
como una simple, aunque compleja, máquina de habitar. Probablemente ello justifica la
adscripción que Choay realiza de la propuesta de Heidegger en la concepción e
ideología culturalista, sin perjuicio de que el autor traspase las posibles implicaciones
culturales de una u otra forma de entender el urbanismo para profundizar en su
dimensión radicalmente poética de la apertura del ser. En última instancia, y en un
envite contra la racionalidad supuestamente urbanística, Heidegger comparte con
Nietzsche la profunda convicción de que las formas arquitectónicas afectan a la gente
más allá del límite de su propia conciencia.
El hecho urbano.

La primera fase del proceso generalizado de industrialización, estallido de la


morfología tradicional, sorprende a la ciudad y destruye las estructuras establecidas
incidiendo negativamente en su urbanización. Y sin embargo, por otra parte contribuyo
de forma positiva, pues forzó la emigración a los centros urbanos como consecuencia de
la descomposición de las estructuras sociales agrarias.
Industrialización y urbanización se adaptan en suma, por un nexo dialéctico de
unidad y conflicto hasta componer un doble proceso de implosión y explosión. La
concertación de las fábricas determinó el crecimiento de las ciudades; el número de sus
habitantes alcanzó cifras exorbitantes. Los cambios morfológicos experimentados
alteraron además de la ciudad las estructuras sociales pues el tratamiento histórico del
suelo cambió profundamente. El crecimiento brindaba excelente oportunidades para
hacer ganancias. Ese proceso se verificaba dondequiera que la tierra pudiera dividirse en
parcelas individuales y ser explotadas por individuos que eran otros competidores, y
donde la población pudiera crecer en libertad.
Se comprende que la competencia por el suelo en esa primera fase industrial fuera
grande, ya que el propietario odia decidir sobre el uso del suelo urbano sin limitaciones.
Ello acabo propiciando la destrucción del centro histórico y la aparición de un mosaico
caótico de usos del suelo: industrias mezcladas con áreas residenciales, el ferrocarril
dividiendo caprichosamente la ciudad… El caos urbano es originado en primer
momento por la implantación de la lógica del capital industrial que preconiza la
maximización del beneficio y la capitalización inmediata del rendimiento. Tal
planteamiento provocó que el suelo urbano fuera explotado de forma especulativa.
En tal sentido, y con independencia de la supeditación del proceso urbanizador a
la insistente industrialización de la sociedad, hay que considerar otros hechos
favorecedores del afán planificador. Así, aunque ya a finales de la época moderna la
noción del territorio nacional estaba presente en el corpus dogmático de los juristas, la
idea todavía carecía de consistencia institucional. Habrá que esperar a las reformas del
XIX para que, haciendo saltar por los aires las circunscripciones tradicionales, se pueda
seguir constituyendo el cuerpo visible del Leviatán. En esta cuestión el concepto de
territorio nacional no es nada despreciable, pues, establecido el vínculo entre territorio y
poder, la aparición del Estado nacional va a suponer una importante reestructuración
funcional del espacio: la desaparición de barreras dentro del Estado, un nuevo centro
político-administrativo, un incremento del espacio, o una mayor concentración del
poder en un punto. De esa metamorfosis surge la necesidad de una ordenación del
territorio, una planificación del espacio que sea capaz de crear y organizar espacios con
finalidades predestinadas de antemano, espacios para la paz y la guerra, para la casa y la
ciudad, incluso un espacio para la fiesta como manifestación pública personal del poder.
En el momento en que se ponen de manifiesto las primeras contradicciones de la
sociedad industrial, la disciplina arquitectónica y la profesión misma se enfrentan a la
progresiva reducción de las tareas del arquitecto convertido en elaborador de formas.
Como dice Georges Teyssor: El grito de alarma es el genio muere y el espíritu de
cálculo es quien lo mata. Los nuevos tiempos exigen una drástica transformación de la
arquitectura como tal.
Será precisamente en ese contexto, cuando la idea misma de un urbanismo
científico se convierta en uno de los mitos de la sociedad industrial; cuestiones como
la técnica constructiva y el cálculo copan las nuevas inquietudes. En realidad, todo
esto sería pura historia de la técnica si no se contemplara el espacio político en el que
se sitúa este moderno saber urbano. Sin embargo, ni el arte ni la ciencia son capaces
por sí mismos de reconocer o establecer los criterios indicadores de vida urbana y por
tanto definitorios de urbanismo. Lo urbano es lo propio de la ciudad y, en
consecuencia, no sólo organiza el espacio, también el tiempo. La ciudad está por todas
partes. Pero para conocer y reconocer el fenómeno urbano no sirve el concepto
geográfico o el económico, ni siquiera el administrativo de ciudad, «donde los límites
legales juegan un papel decisivo delineando el área urbana.

Siglo XX.

A estas alturas no parece ya demasiado comprometedor afirmar que a cada


ideología corresponde una forma determinada de entender la ciudad y de concebir la
estética arquitectónica.
A la altura del siglo XX, convertido el mundo en una caja de resonancia de las
ideas, y puestos de fe y capital en la confianza en el desarrollo, la idea de casa se
sustituye por la de alojamiento general o vivienda, sumergida en un proceso en que
combinan en un todo complejo la financiación, la planificación, la administración y la
construcción de viviendas.
Las nuevas urbanizaciones de la posguerra: bloques de viviendas, urbanizaciones
lineales o ciudades satélites resultan tan poco atractivas porque ya no responden a un
tipo de crecimiento orgánico consecuencia de innumerables pequeñas decisiones. Por
el contrario, han nacido de golpe para satisfacer alguna repentina necesidad mediante
la multiplicación de uno de pocos modelos, y carecen de articulación, es decir, no han
podido disponer de esas pequeñas decisiones en sucesión temporal, que han ido
creando la tan agradable multiplicidad visual de las variaciones. Por ello precisamente
es una mala imagen el seguir diciendo que las ciudades crecen. No crecen ellas, se las
produce igual que los automóviles. El error reside seguramente en que se entiende por
planificación urbana una esquematización puramente racional del modo de urbanizar.
En definitiva, después de la guerra desperdiciamos la oportunidad de construir
ciudades pensadas de un modo más inteligente, de construir ciudades auténticamente
nuevas.
También la reorganización del espacio industrial, que aunque de forma
escalonada se sucede a lo largo de todo el siglo, se acelera después de las dos guerras
mundiales y especialmente tras la segunda, a lo cual contribuye la difusión del
fordismo y el taylorismo que de forma solidaria acarrean su propio modelo espacial.
La primera de las consecuencias a destacar es la de la especialización funcional y
social del espacio, de todo tipo de espacios, desde el de producción al de habitación e
incluso el de consumo y diversión. La fábrica deja de ser un lugar en el que
simplemente se produce para convertirse en un edificio construido para una
producción determinada.
Comienza el tiempo del área metropolitana con sus grandes espacios
monofuncionales. Con la industria instalada y creciendo en la periferia, la ciudad de
posguerra inició su transformación definitiva en centro comercial mientras el espacio,
convertido codiciada mercancía, se hace objeto en la mayoría de los países, de
complejas técnica racionales normativas de regulación del uso.
La aparición de la política del Estado en materia de construcción de viviendas no
elimina la intervención pública de los alquileres. Ambas se yuxtaponen, no excluyen.
De hecho, la regulación de los arrendamientos, rompiendo la normativa liberal, fue
una de las líneas permanentes de actuación durante ese periodo.
Con el transcurso del tiempo la cuestión de la vivienda empeoraba,
especialmente para la población más modesta que conocía situaciones extremas. A
tal punto que, por éste y otros motivos, la denominada cuestión social se impuso con
caracteres tan agudos que llegaron a afectar a la estabilidad y al orden público.
Comienza así una ininterrumpida política de vivienda que llegará hasta nuestros días
generando un complejo maremágnum de disposiciones cambiantes e inconexas.
Tratándose de diferentes regímenes coexistentes en el tiempo, creemos que su
óptima comprensión pasa por la utilización de un método de simulación de vigencias
que permita organizar toda esa regulación en distintos grupos normativos,
entendidos como el conjunto de disposiciones que confluyan en la regulación de un
supuesto de hecho determinado y conservando una misma finalidad.
En ese contexto, el problema de la vivienda se agravaba por momentos. Por ello,
y siguiendo las recomendaciones del Congreso Internacional de la Vivienda de 1920,
se redactó la Ley de Casas Baratas del 10 de diciembre de 1921. En esta ley, y mas
concretamente en su Reglamento de 1922, las teorías de Howard, difundidas a partir
de 1910 en España por Cebriá Montoliú, se plasmaran definitivamente. Se confirmaba
así, la tendencia contraria a la creación de barriadas obreras y a favor de su dispersión
en pequeños grupos, en terrenos lo mas próximos posible a la ciudad. La construcción
de ese tipo de viviendas no solo contribuye a la racionalización del mercado es
además elemento clave en las estrategias de moralización social que las clases en el
poder intentan poner en juego, planteándose la necesidad de dotar de viviendas baratas
a la población obrera, no solo como condición para la reproducción de la fuerza de
trabajo, sino como una forma concreta de control social.
De todas las novedades incorporadas, la más importante fue, sin duda, la
articulación de un sistema de crédito para los solicitantes que, por reunir las
condiciones jurídicamente exigidas, obtuviesen la calificación de beneficiarios.
El urbanismo, instrumento moderno de intervención en continuo proceso de
perfeccionamiento, parece haberse convertido con sus laberínticos y complejos
procedimientos en una nueva variante del Despotismo Ilustrado que ahuyenta la
participación pública: todo por la ciudad, para la ciudad, pero sin los ciudadanos. Sin
embargo, ello no obsta para que, en los últimos años, la práctica urbanística haya
desplegado nuevas fórmulas de desenvolvimiento más acordes con el contexto de
desregulación generalizado al que asistimos, desembarazándose de algunas de las
prácticas más tradicionales.
Claras tendencias neoliberales vienen propugnando desde los ochenta, igual en
España que en el resto de los países occidentales, una redefinición a la baja de los
servicios públicos y las prestaciones sociales del Estado. Aunque, como señala
Contreras Peláez, en la llamada nueva derecha confluirán fundamentalmente tres
tendencias liberadas por Hayek, Nozick y los científicos de la economía
respectivamente, todas ellas coincidirán en que en primer lugar, el Estado de Bienestar
ha fracasado en el logro de los objetivos que inicialmente le pudieron dar sentido.
Ocupándonos de la vivienda hemos llegado a la ciudad y descubierto el
urbanismo como preocupación política. El poder público a través de la
canalización técnico-jurídica de su pensamiento urbanístico apuesta por el
urbanismo, igual en las sociedades democráticas que en las autoritarias, como
instrumento capaz de garantizar la paz social mediante la distribución espacial y el
control de los asentamientos humanos. Perfilado cada vez más como conjunto de
medidas pretendidamente formales y neutras de cara a la legitimación de su
constante presencia, las decisiones urbanísticas encierran, en realidad, un
componente profundamente político y moral, como corresponde a su propósito de
proyectar códigos civilizadores sobre la ciudad. Aunque, en cualquier caso, el
urbanismo no siempre logre su propósito.
El ámbito urbano es hoy uno de los máximos exponentes de la sustitución del
Estado de bienestar por la sociedad de bienestar. Lo cierto es que el espacio de hoy
obedece más a los planteamientos neoliberales que a cualquier teorización sobre la
ciudad. En todas partes se fomenta la construcción de comunidades social y
racialmente homogéneas, pero a la homogeneidad acompaña la fractura. El
concepto de ciudad privada cobra cada día más adeptos entre quienes huyen de la
presencia de los pobres. Merodeadores de propiedades que, excluidos de la
sociedad, se ven también apartados de los lugares privilegiados:

Las ciudades de mañana.

La sociedad contemporánea se transforma deprisa y, desbordado por esta


evolución, a veces medimos mal cómo han cambiado el poco tiempo los objetos que
utilizamos, nuestra forma de actual de trabajar, las relaciones familiares, las diversiones,
los desplazamientos, las ciudades en las que vivimos, el mundo que nos rodea, nuestros
conocimientos, esperanzas y temores...
En el ámbito del urbanismo percibimos con mucha dificultas los cambios, puesto
que el espacio edificado evoluciona con relativa lentitud y las construcciones nuevas
representan al año menos de un uno por ciento del parque existente. Además, nos
sentimos vinculados de un modo especial a los lugares más antiguos y a menudo
tenemos la impresión de que representan mejor la urbanidad que los que la sociedad
produce hoy en día. De hecho nos mostramos inquietos ante las formas que adoptan las
ciudades y ante los peligros de todo tipo que parecen generar para la sociedad y el
medio ambiente.
Sin embargo numerosos indicios y análisis nos llevan a pensar que las
transformaciones de nuestra sociedad y, especialmente de las ciudades no han hecho
más que empezar. Las sociedades occidentales están cambiando y entran en una nueva
fase de la modernidad que ve evolucionar profundamente las formas de pensar y actuar,
la ciencia y la técnica, las relaciones sociales, la economía, las desigualdades sociales,
los modelos de democracia. Estas mutaciones suponen y hacen necesarios cambios
importantes en el concepto, la producción y la gestión de las ciudades y de los
territorios, y ponen de actualidad una nueva revolución urbana moderna, la tercera
después de la revolución de la ciudad clásica y de la ciudad industrial.
La sociedad debe, por tanto, dotarse de nuevos instrumentos para intentar dominar
esta revolución urbana, sacar partido de ella y limitar sus posibles perjuicios. Para ello,
hace falta un nuevo urbanismo que se corresponda con las formas de pensar y actuar de
esta tercera modernidad.

Urbanismo y modernización.

El crecimiento de las ciudades ha estado vinculado, a lo largo de la historia, al


desarrollo de los medios de trasporte y almacenamiento de bienes necesarios para
abastecer a poblaciones cada vez más numerosas en cualquier época del año.
Las formas de las ciudades, tanto si han sido pensadas específicamente como si
son el resultado más o menos espontáneo de dinámicas diferentes, cristalizan y reflejan
las lógicas de las sociedades que acogen.
Mas tarde, el desarrollo de las sociedades modernas imprimió progresivamente
nuevas lógicas en la concepción y funcionamiento de las ciudades.
Las primeras fases de la modernización.

La primera fase abarca más o menos el periodo denominado edad moderna y va


desde el final de la edad media hasta el principio de la revolución industrial
La segunda fase es la de la revolución industrial, que asiste a la transformación de
la producción de bienes y servicios subordinada, en gran media a las lógicas capitalistas,
el pensamiento técnico ocupa un lugar central en la sociedad y se constituye el Estado
del bienestar.

La tercera modernidad.

La modernidad salio tambaleándose del sigo XX y el paso al año 2000 dio pie a
numerosos comentarios y reflexiones que subrayaban, al mismo tiempo, los
extraordinarios progresos realizados en los cien años que acaban de terminar y los
dramas que el mundo había sufrido, proporcionales a dicho progreso y que por ello se
colocan en el pasivo de la modernidad.
La nacionalización, uno de los tres procesos básicos de la modernización, marca
cada vez más con mayor profundidad todas las acciones individuales y colectivas. Ya
no se trata simplemente de utilizar los conocimientos previos a determinadas acciones,
sino de examinar permanentemente las posibles decisiones y volverlas a examinar en
funciones de lo que hayan empezado a producir, la reflexividad es la reflexión antes,
durante y después.
Paradójicamente, el desarrollo de las ciencias y de las tecnologías es, en cierto
modo, un factor de riesgo comparado con el proyecto moderno. De hecho, el riesgo es
un concepto moderno que debe diferenciarse de peligro, que es lo que amenaza o
compromete la seguridad, la existencia de una persona o de una cosa. El riesgo es un
peligro probable más o menos previsible y calculable. En una situación de
incertidumbre, la primera etapa de un análisis racional consiste en formular las hipótesis
de riesgo. El riesgo también surge cuando la naturaleza y la tradición pierden su
influencia y los individuos deben decidir por sí mismos y, entonces, intentan medir las
probabilidades de que se produzca un acontecimiento y sus posibles consecuencias.
El riesgo aumenta con el proceso de modernización puesto que los peligros y el
conocimiento que podemos tener de ellos son mayores. Los riesgos se construyen, por
tanto, socialmente y se apoyan en el establecimiento de normas específicas. Ocupan una
parte importante de nuestra vida y del debate público en un mundo moderno que no
puede evitar los peligros, pero que puede intentar decidir los que acepta y a que precio.
Los nuevos medios de transporte y de almacenamiento de personas, informaciones
y bienes que la sociedad desarrolla y pone a disposición de organizaciones e individuos
permiten a éstos liberarse, en cierto modo, de los límites espaciales y temporales.
Las posibilidades de acción e interacción a distancia espacial y temporal son tan
numerosas que se llega a tener la impresión de estar en varios sitios y momentos a la
vez. Una sensación de ubicuidad y de multitemporalidad que acompaña al doble
proceso de deslocalización y desinstantaneización.
La deslocalización se traduce concretamente por el debilitamiento progresivo de
las comunidades locales. Esto no significa evidentemente la desaparición de la vida
local, de las relaciones sociales de proximidad ni de las opciones locales; pero ya no es
el lugar obligado de la mayoría de las prácticas sociales en ámbitos tales como trabajo,
familia, ocio, política, religión, etc. Por el contrario, los nuevos instrumentos de
transporte y de comunicación amplían las posibilidades de elección en materia de
ubicación de la residencia o de la actividad y modifican la naturaleza de lo local: ya no
se hereda ni se impone, sino que entra en las lógicas reflexivas, en decisiones tanto más
complejas cuanto las personas o las organizaciones disponen de medios de transporte y
telecomunicación. Se plantean entonces problemas de cohesión social, puesto que estas
lógicas pueden dar lugar a nuevas formas de segregación.
En la sociedad moderna avanzada, los individuos no solo pueden elegir, sino que
deben hacerlo continuamente. El trabajo, la familia, el consumo, la religión, la política,
por no mencionar el propio cuerpo, todo se puede decidir. Las elecciones individuales
están sin duda determinadas socialmente, pero el sistema en el que se construyen las
decisiones es mas complejo; los individuos al igual que las organizaciones, son mas
consientes de estar decidiendo con racionalidad limitada y su elección depende de un
mayor numero de interacciones. Tanto las grandes decisiones como las pequeñas
decisiones cotidianas se singularizan de esta forma.
Hoy la vida de las ciudades se desarrolla a otra escala y la conciencia de las
diferentes esferas de relaciones sociales es cada vez menor. Los vecinos ya no suelen
ser amigos de la infancia, compañeros de trabajo o parientes. Cada persona se relaciona
con muchas otras a diario, y durante toda su vida; dentro y fuera del trabajo elige uno o
varios cónyuges sucesivos, a sus amigos y vecinos. Utiliza en sus relaciones una amplia
gama de medios: el uso de las telecomunicaciones permite variar las formas de
interacción y el automóvil se ha convertido en la principal herramienta en los
encuentros cara a cara. Los vínculos económicos y técnicos socializan también a los
consumidores a través del uso de bienes y servicios comerciales: nuestra alimentación
cotidiana así como los objetos que utilizamos, son el gran medida productos elaborados
y distribuidos por multinacionales; hasta la actividad mas nimia se encuentra inscrita de
hecho en muchas relaciones.
Los vínculos sociales se han multiplicado, pues, extraordinariamente. Su
naturaleza se ha diversificado y se apoyan en forma de comunicación múltiples: el
intercambio de mensajes por Internet y una reunión en un café son claramente
interacciones cualitativamente distintas. Los vínculos son mucho más débiles que antes
y también más frágiles. En cambio, resulta más fácil establecer unos nuevos. Se trata de
la fuerza de los vínculos débiles. El tejido social constituido por los vínculos sociales
contemporáneos cambia de textura. Esta compuesto por múltiples hilos, muy finos de
todo tipo, que no le restan solidez sino que le confieren mucha mas finura y elasticidad.
Este tejido de fibras es además social y culturalmente heterogéneo.
Las estructuras sociales que sajen en la actualidad, a base de vínculos débiles, muy
numerosos y entre organizaciones e individuos a menudo alejados, son de tipo reticular.
La sociedad esta estructurada y funciona como una red, o mas bien como una serie de
redes interconectadas que aseguran una movilidad creciente de personas, bienes e
informadores. La generalización de esta movilidad deja obsoletas las antiguas
estructuras areolares basas en procesos de difusión limitada en el espacio y sobre áreas
de movilidad restringidas. Esta organización en redes funda una nueva solidaridad de
hecho, en el sentido de un sistema de interdependencia entre los individuos. Después de
la solidaridad mecánica de la comunidad rural y la solidaridad orgánica de la ciudad
industrial, surge un tercer tipo de solidaridad, la solidaridad conmutativa que relaciona a
los individuos y organizaciones pertenecientes a muchas redes conectadas entre si.
Los cambios económicos en curso ponen de manifiesto que las sociedades
occidentales empiezan a salir del industrialismo, es decir, de un sistema económico
basado fundamentalmente en la industria definida como el conjunto de actividades
económicas que tiene por objeta la explotación de las materias primas, de las fuentes de
energías y su transformación, así como los productos semielaborados y bienes de
producción o de consumo, y que están entrando en una economía cognitiva, basada en
la producción, apropiación, venta y uso de conocimientos, información y
procedimientos. Esto no significa que la industria vaya a desaparecer. Pero al igual que
la agricultura paso con el capitalismo industrial a depender del modelo industria, que
había redefinido tanto sus finalidades como su método y valores, así la producción
industrial depende cada vez más de las lógicas y de los poderes de la economía
cognitiva. Más concretamente los resultados de una empresa industrial dependen hoy en
primer lugar de su capacidad de conocer los mercados, de utilizar los conocimientos
técnicos y científicos, de inventar respuestas, de desarrollar capacidades de innovación,
de organizar procesos, dirigir las reacciones ante los acontecimientos, de analizar costes,
coordinar actuaciones y controlar las comunicaciones en caso de crisis.
La dinámica de la economía capitalista persiste y desempeña un papel creciente en
la sociedad puesto que las actividades humanas objeto de producción y servicios de
mercado van en aumento. Las tecnologías de la información y la comunicación
desempeñan un papel fundamental en esta dinámica. No cambian por si misma la
sociedad, pero, utilizadas por los actores económicos y por los consumidores, pueden
contribuir a darle nueva forma por que están especialmente adaptadas a ella, ya que, por
una parte, se integran activamente en las dinámicas de racionalización, de
individualización, y diferenciación de la sociedad hipertexto y, por otra, son
herramientas y soporte del capitalismo cognitivo que puede aprovechar los rápidos
avances de sus resultados.

La tercera revolución urbana moderna.

La primera modernidad y su revolución urbana suscitaron nuevas ideas y las


primeras utopías. La segunda modernidad y revolución urbana produjeron modelos y
dieron nombre al urbanismo. La tercera modernidad y su revolución urbana están dando
lugar a nuevas actitudes frente al futuro, nuevos proyectos, formas de pensar y de actuar
diferentes, es lo que llamaremos neourbanismo o nuevo urbanismo.
Esta tercera revolución urbana comenzó hace tiempo; en treinta años la revolución
en la costumbre de los ciudadanos, en la forma de las ciudades, en los medios, motivos,
lugares y horarios de los desplazamientos de las comunicaciones y de los intercambios,
en los equipamiento y en los servicios públicos, en la topología de las zona urbanas, en
las acritudes hacia la naturaleza y hacia el patrimonio etc., ha sido considerable. Han
surgido nuevos inventos, como el video, el teléfono móvil, los ordenadores portátiles, o
Internet, de gran importancia en la vida urbana. La generalización del segundo
automóvil y del AVE ha contribuido a modificar profundamente el territorio. Pero estos
cambios no han hecho más que empezar.
Cinco grandes cambos caracterizan esta tercera revolución urbana moderna: la
metapolización, la transformación de los sistemas urbanos de movilidad, la formación
de espacios-tiempo individuales, la redefinición de la correspondencia entre intereses
individuales, colectivos y generales, y las nuevas relaciones de riesgo.
La metapolización es un doble proceso de metropolización y de formación de
nuevos tipos de territorios urbanos. Esta metropolización, como ocurrió con el
crecimiento de las ciudades se apoya en el desarrollo de los medios de transporte y de
almacenamiento de bienes, información y personas y en las tecnologías que mejoran su
rendimiento.
El crecimiento interno de las aglomeraciones, por extensión a sus periferias
inmediatas y por densificación, da paso a un crecimiento externo, es decir, por
absorción de ciudades y pueblos cada vez mas alejados hacia su zona de funcionamiento
cotidiano. Los límites y las diferencias físicas y sociales entre campo y ciudad se
vuelven cada vez más imprecisos.
Las formas metropolitanas, muy ligadas a los medios de transporte y de
comunicación van dejando su huella en todo el territorio tanto en las grandes ciudades
como en las de tamaño medio. Las ciudades pequeñas y medianas procuran tener buenas
conexiones con las grandes aglomeraciones para obtener el máximo beneficio de su
urbanidad.
La tercera revolución urbana no da lugar entonces a una ciudad virtual, inmóvil e
introvertida, sin una ciudad que se mueve y se comunica, que parte de nuevos
compromisos entre los desplazamientos de personas, bienes e información, animadas
por acontecimientos en los que hay que estar presentes, y en las que la calidad de los
lugares despierta todos los sentidos, tacto, gusto y olfato incluidos.
La mayor individualización de los ciudadanos supone cambios en las formas en
que estos organizan el territorio y emplean el tiempo. Intentan controlar
individualmente su espacio-tiempo y para ello utilizan en mayor medida aquellos
medios técnicos que aumentan su autonomía, que brindan la posibilidad de desplazarse
y comunicarse de la forma más libre. Los medios de transporte individual expresan cada
uno a su modo esta exigencia creciente de autonomía y velocidad. Los objetos
portátiles, hablan de esta búsqueda del donde quiero, como quiero y cuando quiero. Este
deseo de autonomía se convierte en una obligación en la medida en que la sociedad se
organiza sobre la base de esta individualización.
La preocupación por poder elegir el momento y el lugar de las actividades es una
respuesta a la incertidumbre de la vida cotidiana menos rutinaria, compuesta cada vez
más por micro acontecimientos, al mismo tiempo, una forma de romper con la cortina y
de aumentar la incertidumbre. La flexibilidad se convierte en una noción clave dentro y
fuera del trabajo, puesto que permite adaptarse a un contexto mas variado y a
circunstancias menos previsibles.
Las formas de regulación antiguas están en crisis. La sirena de la fábrica, la
campana de la iglesia y el timbre del colegio ya no marcan el ritmo de la vida urbana, y
al servicio de Telerruta le resulta cada vez más difícil prever los días y las horas de los
atascos. Los horarios comerciales se amplían para que se puede acceder a ellos en todo
momento, mientras que en algunos países el municipio y diversos actores sociales
intentan establecer nuevos sistemas que garanticen el acceso a la ciudad y sus servicios:
proyectos sobre desplazamientos y horarios en las ciudades y centros comerciales y
servicios de guardia las 24 horas.

Los principios del nuevo urbanismo.

La tercera revolución urbana suscita cambios profundos en las formas de pensar,


construir y gestionar las ciudades.
El urbanismo moderno definía un programa a largo plazo para la ciudad y
establecía los principios de su organización espacial; después deducía los planes de
urbanismo para que la realidad futura encajara en el marco predefinido. Los planes y
esquemas estaban destinados a controlar el futuro, a reducir la incertidumbre, a realizar
un proyecto de conjunto.
El neourbanismo se apoya en una gestión más reflexiva, adaptada a una sociedad
compleja y a un futuro incierto. Elabora múltiples proyectos de naturaleza variada,
intenta que sean coherentes, diseña una gestión estratégica para su puesta en marcha
conjunta y tiene en cuenta en la práctica los acontecimientos que se producen, la
evolución prevista, los cambios que se avecinan, revisando, si es necesario, los
objetivos definidos o los medios dispuestos en un principio para su realización. Se
convierte en una gestión estratégica urbana que integra la creciente dificultad de reducir
la incertidumbre y el azar en una sociedad abierta, democrática y marcada por la
aceleración de la nueva economía. A base de tanteo, articula el corto y el largo plazo, la
gran y la pequeña escala, los intereses generales y los particulares. Es al mismo tiempo
estratégico, pragmático y oportunista.
La noción moderna de proyecto forma parte del núcleo de este urbanismo. Pero el
proyecto ya no es solo un designio acompañado de un diseño. Es una herramienta cuya
elaboración, expresión, desarrollo y ejecución muestra las posibilidades y limitaciones
que imponen la sociedad, los actores enfrentados, los lugares, las circunstancias y los
acontecimientos. El proyecto es al mismo tiempo analizador y herramienta de
negociación.
El neourbanismo da prioridad a los objetivos y los logros y estimula a los actores
públicos y privados a encontrar la forma más eficaz de cumplir estos objetivos para la
colectividad y para el conjunto de los participantes. Para ello son necesarios nuevos
tipos de formulación de los proyectos y de las reglamentaciones. Hay que encontrar los
medios para calificar y cuantificar las características deseables de un lugar, su entorno,
ambiente, accesibilidad, los equipamientos colectivos y servicios urbanos con los que
cuenta. Esta complejidad de las normas se hace necesaria por la diversidad creciente de
territorios y costumbres urbanas, por el aumento de las exigencias de calidad, por la
mayor dificultad de aplicar decisiones igualitarias y la necesidad de sustituirlas por
enfoques más sutiles, menos estereotipados, basados en el principio de equidad. Los
planes de urbanismo llamados «cualitativos» se enmarcan en esta nueva perspectiva de
reglas que dan prioridad al proyecto sobre los medios, incluso desde el punto de vista
arquitectónico y paisajístico.
Este urbanismo de resultados debe establecer normas que faciliten y limiten a un
tiempo. Para ello se requieren competencias técnicas y profesionales mucho más
elaboradas. No se necesitan tan sólo nuevas capacidades para definir proyectos de forma
más esencial y estratégica, sino que hacen falta conocimientos y herramientas para
integrar ideas, evaluar propuestas y juzgar si son conformes a los objetivos previstos,
además de su beneficio para la colectividad, identificando y calculando sus posibles
consecuencias. Este urbanismo es también más creativo, ya que reúne talentos e ideas
diferentes, en particular los de los actores que intervienen en las operaciones urbanas.
El neourbanismo integra modelos nuevos de productividad y de gestión,
aportaciones de las ciencias de la organización, las tecnologías de la información y la
comunicación; no intenta simplificar realidades complicadas, sino que se esfuerza por
conjugar territorios y situaciones complejos. Los resultados e incluso su duración se
obtienen más bien por la variedad, la flexibilidad y la capacidad de reacción.
Las soluciones únicas y monofuncionales, endebles y poco adaptables dejan paso
a respuestas multifuncionales y redundantes, capaces de enfrentarse a los cambios, a la
variedad de circunstancias, a las disfunciones y las crisis. Los resultados urbanos se
basan más en la puesta en común y la coordinación de potenciales localizados que en la
masificación. Las economías de variedad priman sobre las economías de escala.
Esto debe traducirse en una mayor diversidad funcional de las zonas urbanas, en
una multicentralidad, en la polivalencia de una parte de los equipos y servicios y en el
refuerzo de los transportes y de las diversas redes que, más que nunca, garantizan la
eficacia de conjunto de los sistemas urbanos metapolitanos. Los puntos de conexión
entre las diferentes redes asumen una importancia creciente y hacen de la
intermodalidad en los transportes un envite fundamental para las dinámicas urbanas.
El urbanismo moderno daba preferencias a las soluciones permanentes, colectivas
y homogéneas para responder a las necesidades y demandas de la vivienda,
urbanización, trasporte, ocio y comercio. La repetición del servicio permitía amortizar
equipamientos costosos: el mismo servicio para todo el mundo y generalmente al
mismo tiempo.
El neourbanismo y los servicios públicos urbanos actuales deben tener en cuenta
el proceso de individualización que marca la evolución de nuestras sociedades. La
diversificación de situaciones y necesidades hace necesaria una mayor variedad y una
personalización de las soluciones.
Esta personalización de los servicios necesita de redes y sistemas técnicos más
complejos que recurren de forma determinante a las nuevas tecnologías de la
información y de la comunicación. No todos los equipamientos colectivos tradicionales
se quedan obsoletos, pero deben integrar de una forma nueva la noción de servicio
individualizado y apoyarse en las técnicas avanzadas de transporte y
telecomunicaciones.
En el ámbito de los transportes se desarrollan centrales de desplazamiento que
recopilan y ponen a disposición de los usuarios información en tiempo real sobre los
horarios de los transporte colectivos, la disponibilidad de taxis, de transporte a la
demanda, de aparcamientos, el estado del trafico, tarifas, etc. Estos dispositivos ofrecen
nuevas posibilidades de elección y hacen viables nuevos tipos de servicios adaptados a
diferentes situaciones.
El urbanismo moderno desarrolló la ciudad sobre la base de un reparto que solía
atribuir a lo público la responsabilidad de los espacios exteriores, de las grandes
infraestructuras y de los equipamientos colectivos, y a lo privado, las superestructuras.
Los límites y definiciones de lo privado y de lo público variaban según el país, pero este
mismo modelo ha estructurado globalmente la mayoría de las ciudades occidentales.
El neourbanismo se enfrenta al fin de este modelo. Un número creciente de
infraestructuras y de equipamientos entremezclan intervenciones públicas y privadas en
diferentes tipos de consorcios, concesiones y subsidios combinados con servicios. Los
estatutos jurídicos y prácticos de los espacios son cada vez menos homogéneos y no
abarcan ya la distinción entre acceso público y privado, acceso libre y reservado,
interior y exterior, infraestructura y superestructura, equipamiento y servicio. Las
nuevas tecnologías intervienen en esta recomposición permitiendo, por ejemplo, separar
la producción, el transporte y la distribución del agua, la electricidad o el teléfono; al
trastocar la forma de entender los servicios públicos, hacen posible la modificación de
los derechos y de ahí el cambio del concepto de infraestructura y su financiación; por
último, con Internet, se crean nuevos tipos de «casiespacios» públicos «virtuales» que
llegan a los hogares y las empresas.
El hecho de tener en cuenta las costumbres sociales lleva a los diseñadores a
incluir progresivamente la responsabilidad de explotación y gestión de los espacios y de
los equipamientos urbanos. Esto conduce a la redefinición de ejercicio y los límites de
la profesión de urbanista, puesto que este debe incorporar las exigencias de la gestión
futura de los espacios que ha contribuido a crear.
El neourbanismo intenta resolver los problemas caso por caso y elaborar
soluciones adaptadas a cada situación. La experiencia y conocimientos acumulados y la
técnica no se utilizan para aplicar soluciones repetitivas, sino para aumentar sus
posibilidades de adaptación a contextos particulares, cambiantes e inciertos. Actúa en el
seno de un sistema complejo de actores cuyas lógicas son diferentes y funcionan en un
medio cada vez más abierto. Para ello hay que diseñar marcos comunes de actuación y
reglas del juego que no se opongan a las ideas de los actores sino que las concilien,
utilizándolas en beneficio de sus propios proyectos, produciendo sinergias a y
arbitrando cuando las situaciones parezcan inextricables y las autorregulaciones fallen.
El neourbanismo, por el contrario, admite la complejidad y debe proponer una
serie de formas y ambientes arquitectónicos y urbanos a una sociedad muy diferenciada
en su composición, sus costumbres y gustos. Enfrentado a una ciudad cada día más
móvil en la que los actores pueden elegir su lugar en mayor medida, el neourbanismo
debe seducir proponiendo un tipo de ciudad a la carta que ofrezca distintas
combinaciones de características urbanas. Para ello no duda en utilizar formas antiguas
y estilos vernáculos, así como arquetipos modernos. Habiendo roto con las ideologías
simplificadoras y totalitarias del progreso, se acomoda a la complejidad de las ciudades
que ha heredado y actúa en ellas. También patrimonializa cada vez más el edificio
existente, transformándolo en museo e integrándolo en la nueva economía cultural y
turística urbana o bien asignándole nuevos usos. El neourbanismo intenta por todos los
medios utilizar las dinámicas del mercado para producir o conservar los valores
simbólicos de la ciudad antigua.
El nuevo urbanismo aprovecha las distintas arquitecturas y las formas urbanas
para crear ciudades diversificadas, ofrecer alternativas y hacer posibles los cambios a
escala metapolitana. En cierto modo confiere una importancia renovada a la cuestión de
los estilos arquitectónicos separándolos de las cuestiones de funcionalidad y morfología
urbanas. Pero también inscribe estas opciones estéticas en procedimientos propios del
debate democrático, modificando el marco de actuación de los creadores y su relación
con lo público y lo político.
El neourbanismo se enfrenta a grupos sociales diversificados, a individuos
multipertenecientes, a territorios social y espacialmente heterogéneos, a una vida
asociativa prolífica pero a menudo efímera, al declive de la mediación que ejercían
maestros, curas, tenderos de barrio, porteros, etc. Debe apoyarse en lógicas técnico-
económicas privadas que difieren profundamente de las culturas y de los modos de
actuar públicos. Necesita nuevas formas de pensar y ejecutar las decisiones públicas que
permitan consultar con los habitantes, usuarios, vecinos, actores y expertos de todo tipo
el proceso de toma de decisiones y vinculados a él.
El gobierno de las ciudades deja paso a la gobernancia urbana, que podemos
definir como un sistema de dispositivos y de modos de actuación que reúne a
instituciones y representantes de la sociedad civil para elaborar y poner en marcha las
políticas y las decisiones públicas.
En conclusión, para resumir y calificar este neourbanismo que inicia su camino, al
menos en el mundo occidental, podemos decir que es:
- Un urbanismo de dispositivos: no se trata tanto de diseñar planes como de
establecer dispositivos que los elaboren, los discutan, los negocien y los hagan avanzar.
- Un urbanismo reflexivo: el análisis no precede a la regla y al proyecto, sino que
está presente permanentemente. El conocimiento y la información se usan antes, durante
y después de la acción. Recíprocamente, el proyecto se convierte plenamente en
instrumento de conocimiento y negociación.
- Un urbanismo precavido que da lugar a controversias y que se procura los
medios para tener en cuenta los efectos y las exigencias del desarrollo sostenible.
- Un urbanismo participativo: la concepción y la realización de proyectos son el
resultado de la intervención de muchos actores con ideas distintas y de la combinación
de dichas ideas.
- Un urbanismo flexible, de consenso, de efecto catalizador, en sintonía con las
dinámicas de la sociedad.
- Un urbanismo heterogéneo, compuesto de elementos híbridos, de soluciones
múltiples, de redundancias, de diferencias.
- Un urbanismo estilísticamente abierto que, al separar el diseño urbano de las
ideologías político-culturales y urbanísticas, deja terreno para elecciones formales y
estéticas.

BIBLIOGRAFÍA

- Ascher, François; Los Nuevos Principios del Urbanismo, Alianza Ensayo,


Madrid, 2004.
- González Ordovás, María José; Políticas y estrategias urbanas, Editorial
Fundamentos, Madrid, 2000.
- Hall, Peter; Ciudades del mañana. Historia del urbanismo en el siglo XX,
Ediciones del Serbal, Barcelona, 1996.
- Rosi, Aldo; La arquitectura de la ciudad, Editorial Gustavo Gili, SA, Barcelona,
1999.

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