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El naturalismo, en la medida en que afirma una

conexión íntima y necesaria entre el lenguaje y la realidad, constituye

una postura filosófica que considera epistemológicamente central el

análisis del lenguaje

El convencionalismo, por contra, niega la conexión directa entre

el lenguaje y la realidad. Los nombres nombran en virtud de

convenciones (nomoi) constituidas en hábitos (ethoi) comunitarios.

El

convencionalismo lingüístico es una postura filosófica

fundamentalmente crítica y negativa

convencionalismo.

Lo que intenta Sócrates, arrastrándole hasta esa posición, es hacerle creer que deriva
directamente de la epistemología de Protágoras, que Hermógenes se apresura a rechazar. En
realidad, esta visión tan estrecha del convencionalismo le sirve a Sócrates para refutar la tesis de
Protágoras y dejar sentado, desde el principio mismo del diálogo, lo que van a ser sus dos
conclusiones más importantes: que la realidad no depende de nosotros (i. e., el ser es en sí) y que
existe la posibilidad de describirlo falsamente (i. e., de hablar falsamente). Porque, en verdad, ni
Protágoras parece haber mantenido este tipo de convencionalismo ni, aunque lo hubiera hecho,
su filosofía sería la única base teórica para el mismo.

La teoría naturalista. - Crátilo es, frente a Hermógenes, un hombre de escuela, probablemente un


«tirón», un novato, que mantiene contra viento y marea una teoría naturalista que tiene bien
aprendida, pero poco pensada: el nombre es un duplicado, una como adherencia de la cosa. De
aquí se deducen dos consecuencias epistemológicas de suma gravedad a los ojos de Sócrates: la
primera es que no se puede hablar falsamente. Si el nombre es nombre, el emplear uno
inadecuado no es hablar falsamente, sino emitir sonidos sin sentido. En segundo lugar, el nombre
nos proporciona una información exacta sobre la realidad; conocer el nombre es conocer la r

ealidad. A ambas ideas se opondrá Sócrates con todas sus fuerzas en la última parte del diálogo.

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