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POÉTICAS DEL VACÍO

1. Prólogo.
2. Orfeo: la fecundidad de lo perdido.
3. El sueño, la imaginación y la utopía: saltos hacia lo ausente.
4. La nada: fuente y metáfora en Juan de la Cruz.
5. Poesía y creación: el don de lo que no está.
6. Paul Celan y su huésped que nos exilia.

"Algo habló en el silencio, algo calló,


algo se fue por su camino."
Paul Celan

a Miguel Wiñazki

PRÓLOGO.

En el principio no hay nada, después hay después, algo, una marca en el tiempo, un es.
Lo que el vacío, la nada, lo imposible o la ausencia, dispensaron, dieron al ser.
Marcaron en la página en blanco o en la intemperie: en el paisaje de la posibilidad.
En la desnudez, la espera.

Creador es quien vive de esas marcas, esas huellas, no de sus cicatrices, las certezas.

Una grieta en un muro, para un creador, no es una grieta en un muro, es un tajo que le
abre a la posibilidad de la creación, a la acogida de lo que en ese tajo se abre.
De lo que pueda susurrar.
Del destello de sentido que pueda donar.

Ser creador es saber, creer, que eso que abrió desde lo oculto está presente y oculto en
esa apertura.
Creador es quien se abre a lo que en lo abierto puede recibir, a lo que recibiendo puede
crear, lo que creando recibió.
El creador sabe que todo fue nada antes de ser lo que es, lo sabe, porque también sabe
que todo lo volverá a ser.
Porque lo sabe traza huellas, a veces sendas, pero las traza, no las aferra.

La creación es esa fe en nada, en un vacío o una ausencia, una fe que crea lo que
cree, que cree para crear, que creando se trasciende más allá de lo que cree.
Ausencia de lo que nunca fue o lo ya sido, pero no mera ausencia, presencia y
revés de esa ausencia.

El creador es un ser de la espera, espera lo que advenga, espera desnudo de sí. Espera
sin poder, sin saber.
Espera lo aún por nacer.

1
Reuní aquí, en este libro, cinco textos. Ellos, todos, nacen de lo que no tienen, de los
que los hace hablar: hablan de esa alteridad intrínseca a la existencia, ese plus de sí, ese
rebasarse, que se hace nuestro, se dispensa, en el acto creador.
En su propia creatividad cuando la hacemos propia, la acogemos, le damos voz.

Cinco textos, cinco poéticas del vacío, de una ausencia que llama y una
presencia que responde, una respuesta que se vuelve presencia, que se plasma texto, en
ese responder.

Ausencia de Eurídice, el amor y la amada, para Orfeo, padre de poetas y arquetipo de lo


poético como fecundidad, como resurrección.
Ausencia y exilio de cualquier y todo aquí para el sueño y la utopía, para el soñador de
un allá que no se apoya en ningún lugar, un allá todo salto, todo y siempre después.
Nada, nada de nada y vacío para Juan de la Cruz, nada de dios que con su ausencia y su
nada desmiente al dios nombrado y disponible en la representación.
Vacío y nada de sí en todo poeta que no se refleja en su decir, todo poeta que depone su
propia voz.
Ausencia o destierro, finalmente, de morada, identidad o inmanencia, para el lector que
acoge en sí al huésped de Paul Celan, el huésped que finalmente exilia a quien lo
hospeda hacia su más propia e inalcanzable alteridad, nuestro más lejos que todo afuera.

La diferencia entre lo imposible que llama y lo posible que responde, entre el vacío y
sus poéticas, entre lo ya escrito aquí y lo que el decir no abarca, es el espacio que es y
abre el lector, el hospedero: el futuro creador de toda escritura.
Su apertura. Su afuera,
su travesía y su volverse a nacer.

ORFEO:
LA FECUNDIDAD DE LO AUSENTE.

"Escribir comienza con la mirada de Orfeo, y esa mirada es el movimiento del deseo
que quiebra el destino y la preocupación del canto; y en esa decisión inspirada y
despreocupada alcanza el origen, consagra el canto. Pero para descender hacia ese
instante Orfeo necesitó el poder del arte. Esto quiere decir: no se escribe si no se alcanza
ese instante hacia el cual, sin embargo, sólo se puede dirigir en el espacio abierto por el
movimiento de escribir. Para escribir ya es necesario escribir. En esta contradicción se
sitúan la esencia de la escritura, la dificultad de la experiencia y el salto de la
inspiración".

Maurice Blanchot

AL PRINCIPIO

I.
Al principio fue la ausencia,
después su reflejo: el olvido.

Detrás de cada paso


su sombra.

2
En la casa de la memoria no hay ventanas,
hay espejos.

II.
Hay que desechar lo encontrado. Callar lo que tiene nombre.
O nombrar,
pero sin escucharse hablando.

Perderse en la búsqueda,
no en su eco: en lo buscado.

I.
La realidad es mítica.
El mito es la realidad misma entendida como acontecimiento de la palabra, como
evento verbal.

"Todo origen es mítico: el origen es el mito mismo", nos enseña Roland Barthes.
Mito y origen, origen y mito se confunden o, más bien, se difunden:
el mito dice al origen, al origen que se dice mito.

Hablan: se dicen y en ello nos dicen.


Nos narran.

"Que el mito se produzca desde sí mismo siguiendo una lógica inagotable -enseña Lluís
Duch-, significa precisamente que es mítica, es infundada, sólo fundada en la narración
que lo desentraña y lo desarrolla."

Origen y principio se separan, no son lo mismo: el origen es la separación: la


diferencia en y de lo originado.

El principio, el comienzo, es Cronos: medida, línea.


Cronos devora a sus hijos, consume su obra. Reduce a arena sus rocas, cae grano
a grano.
El principio es pasado, mojón temporal en la linealidad puntual y horizontal del tiempo.

El origen es verbo.
Es originando: dejando ser. Ausentándose.
Se ausenta irrumpiendo oriundez vertical: abriendo el espacio que ausentándose regala.

Libro fundamental entre los cabalistas, el Talmud comienza cada uno de los
veinte volúmenes impresos por la página dos: por mucho que se lo interprete no se
llegará al origen.

Tal lo que enseña desde el origen, desde la ausencia de la página primera, del sentido
primero.
Del número de la unidad.
Del manantial abierto de la posibilidad.
De lo abierto como posible de sí.

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El origen no es principio ni comienzo.
Es iniciático: origina. Envía.

Lo que ocurrió ab origine no es temporal --ille tempore--: no ocurrió en el


tiempo, le ocurrió al tiempo. Es su cualidad, es Kairós.
Paternidad.

Instante.
Presencia, más que presente.
Ahora sin horas; sin las sombras de un ayer ni el espejo de mañana. Momento propicio.

Alba: anuncio y promesa.

Origen. Kairós: no tiempo lineal,


tiempo puntual, verticalidad.
Relámpago.

"El origen, más antiguo que los tiempos, es el momento único que no se puede tampoco
superar porque sigue siendo la salida al encuentro de lo que viene."

Agreguemos, a esta cita de Heidegger, otras palabras suyas: "al prístino brotar de
lo que en todo está presente desde entonces… al momento único llamamos origen."

Si todo mito habla de la instauración de una realidad, de cómo algo se revistió de


ser, a la vez habla del realizador de esa hazaña fundacional.
Habla del héroe o del dios, que la protagonizó.
Del actor que la representó,
la instauró.

Hazaña que, para no ser cenizas en el olvido, necesita de una narración -sagrada o
épica- que le preste voz, la voz con la cual seguir diciéndose, encarnándose, a través de
los tiempos:
necesita de un poeta que la cuente, la transmita.

Que la cree y recree.


Que exorcice con su canto al olvido.

Y necesita, por último, de un sacerdote -brujo o druida- para que en el rito su ayer
vuelva a ser un hoy.
Su pasado presente, su presente presencia.
Para ser cada vez por única vez.
Por vez eterna.

Nietzsche dejó escrito en algún lugar, que el origen de algo contiene en sí más que la
totalidad de su despliegue. Hölderlin, en uno de los poemas de su encendida locura, lo
llamó a ese origen: "fuente de la imagen originaria".

Fuente de la imagen originaria: imagen o palabra que origina.


Origen de lo poético que es lo poético como origen:

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"La poesía es el vocablo virgen de todo prejuicio; el verbo creado y creador, la palabra
recién nacida. Ella se desarrolla en el alba del mundo. Su precisión no consiste en
denominar las cosas, sino en no alejarse del alba."

Huidobro.

"Onomáklyton Orphén", este fragmento de sólo dos palabras, es la primera y


escueta mención del famoso nombre de Orfeo transmitida por Íbico de Rhegion. Poeta,
Orfeo, contemporáneo de Heracles y Peleo, y anterior, por tanto, a la guerra de Troya.

"El primero en engendrar la lira -dice Timoteo- fue Orfeo, de múltiples


melodías". Músico (saqué coma) y, si escuchamos la tradición transmitida por
Alcidamante, también escriba:
"ciertamente fue Orfeo quien introdujo los signos de la escritura , que había aprendido
de las Musas."

Música y palabras: es decir,


canto.
Su canto será, para la tradición que le tiene por arquetipo, la voz de toda poesía.
La poesía a la que Orfeo dio voz.

Aquí, intentaremos pensar sobre ese discurso de los orígenes que es la poesía. Lo
haremos ponderando su propio mito:
el mito órfico:
la fecundidad de lo ausente.

Orfeo.

II.

"La cosa del poeta no es jamás la cosa conceptual del pensamiento, sino la cosa
complejísima y real, la cosa fantasmagórica y soñada, la inventada, la que hubo y la que
no habrá jamás -enseña María Zambrano-. Quiere la realidad, pero la realidad poética
no es sólo la que hay, la que es; sino la que no es; abarca el ser y el no ser en admirable
justicia caritativa, pues todo, todo tiene derecho a ser hasta lo que no ha podido ser
jamás. El poeta saca de la humillación del no ser a lo que en él gime, saca de la nada a
la nada misma y le da nombre y rostro. El poeta no se afana para que de las cosas que
hay, unas sean, y otras no lleguen a este privilegio, sino que trabaja para que todo lo que
hay y lo que no hay, llegue a ser. El poeta no teme a la nada."

"Las antorchas de los misterios inefables las descubrió Orfeo", asegura el Pseudo
Eurípides,
lo inefable, sus destellos, lo dirá la poesía.

"Leer lo que nunca ha sido escrito. Tal es la lectura más antigua." Y agregamos
nosotros dejando crecer la cita de Walter Benjamín :
nombrar lo que nunca existió: tal la poesía más pura:
la que da existencia a lo que no fue.
Su ser.

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El otro es su hueco en mí, o el mío en él. Hueco desde el cual partir para
encontrarle.
Hasta no ser otro somos a medias, somos la mitad con la que tropezamos.
El muro desde el cual oteamos:
nos buscamos.

Búsqueda del amor como reunión: del otro que nos reencuentre con nosotros mismos.
Nos rescate del infierno de la división.
Del desgarro de la lejanía.

"Y ya que hemos mencionado a Orfeo -cuenta Diodoro de Sicilia-, no resultará


inoportuno hacer una pequeña digresión para tratar de él. Era hijo de Eagro, oriundo de
Tracia, muy superior, tanto en cultura como en canto o inspiración poética, a todos los
que podemos recordar. De hecho, llegó a componer un poema admirable que sobresalía
por su musicalidad. Su fama llegó a tal punto, que se pensó que hechizaba a las fieras y
a los árboles con su canto. Después de una profunda formación y de haber aprendido las
mitificaciones teológicas, se marchó a Egipto, donde aprendió otras muchas cosas, hasta
convertirse en el mayor experto, entre los griegos, tanto en materia teológica, como en
iniciaciones, en poesía, o en canto. También tomó parte en la expedición de los
Argonautas: por amor a su Eurídice, mujer, tuvo la increíble audacia de bajar al Hades y
seducir a Perséfone con su melodía, hasta persuadirla de que accediera a sus deseos y le
permitiera rescatar del Hades a su mujer ya difunta, como había sucedido con
Dionisos."

"De Apolo -agrega otra tradición- salió el virtuoso de la lira, el padre del canto, el
ilustre Orfeo."

Hijo de Apolo, de "aquel que cura por la luz", hijo rebelde, desciende al Hades,
"espantosa caverna escondida bajo la tierra".
Infierno, Tártaro o comarca de la muerte.
Oscuridad.
Siempre la noche. Siempre lo otro.

El amor, que es deseo de paraíso, lleva a Orfeo a descender al Hades, abismo y realidad
de la separación.
Separación de lo amado:
averno.

Desciende con su canto, canto de descenso:


canto sin más poder que el de dejar aparecer lo que nombra,
canto que da voz:
poesía.

"El habla cuando habla fuera de todo poder de representar y de significar, es el canto de
Orfeo -dice Blanchot-, el lenguaje que no rechaza el infierno sino que penetra en él,
hablando al abismo y dándole también el habla, haciendo oír lo que no puede oírse."

Desciende -lo sabrá después- para errar y padecer: paso a paso, palabra a palabra.
Errancia de la palabra: narración.

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Padecimiento de la palabra: poesía.

"Errar y padecer, como la situación primera en la que la criatura humana se encuentra


cuando se interna en sí misma…"

agregamos y dilatamos con María Zambrano.

Saber por descenso: via negationis. Conocimiento apofántico.


Deconstrucción.

"La luz tiene edad.


La noche no", afirmó René Char.
"Y el primer libro -contó mucho antes Crisipo- dice que la Noche es diosa más
primigenia".
"En el principio era la noche", versa y confirma el comienzo de la cosmogonía
órfica.

Descenso al santuario de la noche, abismo y cuenco. Recepción a oscuras: recepción sin


elección. Entrega como acogida.
Novedad: creación.

Noche adentro: sombra natalicia, paisaje raigal. Tierra, reserva y fecundidad.

"Consulta encubatoria".

Descenso y por ende, hondura. Hondura más profunda que cualquier fondo.
Abismo negro donde los límites ocultan sus bordes. Las palabras callan sus ecos.
Entrañas. Hondura y hontanar.
Sombras que encienden palabras, no palabras que iluminan sombras: poesía, no
prosa.

Poesía que no desciende de lo alto, asciende de lo hondo. No se hace, se padece:


nace.

Es noche y noche adentro: saber más que ver es escuchar.


La revelación de las sombras: el decirse de la noche.
Catábasis.

Descenso o ascenso allende el halo cognoscitivo, afuera y lejano, más allá o más
acá de la clausura de la comprensión.
No se trata de entender o explicar, sino de implicarse:
abismarse.

Descenso: clásico itinerario iniciático hacia el origen, hacia el arche. Pero arche, origen,
en la especificidad del rito órfico:
Orfeo desciende a rescatar a Eurídice.
No busca la filosofía, el amor del saber, busca el saber del amor: la sabiduría.
Busca a otro:
busca lo que él no es.

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No busca separar para comprender, sino unir para ser.
Saber unitivo.
Nupcias de la noche y la palabra: poesía.

"La poesía, iniciada así -concluye María Zambrano-, ha descendido una y otra vez a los
infiernos para reaparecer cargada de historia y aun de historias infernales, atreviéndose
a permanecer allí por un cierto tiempo y aun habiendo llegado a la 'decisión' de
establecer su residencia en esos ínferos inagotables del alma humana; del alma.
Mas siempre, por muy hondo que haya llegado el descenso y por muy larga que haya
sido la detención, el viaje poético era de ida y vuelta, y de él se traía la palabra."

III.

Orfeo seduce a dioses y perros nocturnos con su lira, con su canto: su arte.
Desciende y enciende las tinieblas.
No asciende de lo bello a la belleza (itinerario de la razón, eros platónico),
desciende hacia la belleza de lo bello.
De lo abstracto a la concreto, de la luz a la oscuridad.
También a la fuente:
a la promesa.

Descenso a lo arcaico, al inconsciente humano a través del deseo de recobrar a


Eurídice: alteridad. Belleza.
La reunión del amor: la unidad.
Lo perdido.

Deseo de reunir los bordes de la dualidad, de la herida: yo-tú, sueño-vigilia,


vida-muerte…
Dualidad no conceptual, preconceptual:
herida del deseo.

Deseo de lo imposible o lo imposible como deseo. Como posibilidad extrema, inicial.


La que se abre brecha en lo posible:
fuente, manantial.
Grieta para la razón y apertura para el deseo, el deseo que agrieta la opacidad de
la razón.

Orfeo baja hacia lo primordial buscando ascender hacia lo espiritual.


Busca despertar hundiéndose en el sueño.
Desciende para ascender.

Orfeo va a rescatar, no a conquistar:


debe recibir, no poseer.

Eurídice, su libertad de los infiernos, es un don de los dioses o los demonios a


Orfeo.
Un don a su finitud: condicionado.
Orfeo no debe mirarla hasta no salir de las sombras, hasta no estar en la luz terrenal.

Tal la gracia: tal la ley del don.

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Misterio del deber íncito en todo placer.
La ley o condición: lo otro en lo mío.
Lo otro de mí.

"Nadie puede ver a Dios y vivir", advierten los profetas bíblicos. Ni contemplar la luz
de los dioses sin arder, como supo Semele cuando cayó fulminada ante el
consentimiento de su amado Zeus de mostrarle su esplendor.
Nadie puede atravesar el infierno sin salir condenado, aprende y nos enseña Orfeo.

Orfeo, que encantó dioses, ahora es seducido él por otro dios: la objetividad,
el ídolo de lo presente.
Lo posesión.

La lógica diurna, el conocimiento que sólo conoce presencias, presencias representadas,


dominadas,
que, a diferencia del oído, no capta ausencias,
no sabe de posibles.

Se oye lo que llega, se mira desde sí.


El oído recibe, la mirada impone.

"Esa mirada de Orfeo que -dice Foucault comentando a Maurice Blanchot-, en el


umbral vacilante de la muerte, va en busca de la presencia oculta, intentando devolverla,
en imagen, a la luz del día, pero no conserva de ella más que la nada, en la que el poema
precisamente puede manifestarse".

Mira lo que es, lo que tiene, y pierde el don de lo que será.


Mira hacia atrás, a la sombra que le sigue, la sustantiva representación: imagen.
Imaginario, no simbólico, advertiría Lacan.

Perfil, no rostro. Acto de representación: reflexión objetivadora.


Asimiladora.
Registro especular.
Costra del concepto que ya no fluye:
borde sin desborde.

Cicatriz, no surco.
Miedo que paraliza: sustantivación del tiempo verbal: seguridad.
Presencia agotada presente.

Luz sin relámpago,


sin su tajo irreductible. Su desborde de sí.

Orfeo, en definitiva, quiere la presencia de Eurídice, el otro, sin su alteridad de


ausencia.
Al otro sin lo otro de sí.

Ahora posee la imagen y pierde la realidad:


Eurídice o la vida:

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se es uno mismo mientras no se es para uno mismo: don del otro a mí pero no para mí.
Don de él en él, no en mí.

Don de lo imposeíble. Gratuidad y precio: don que perdemos por haberlo poseído.

Que se lo tiene recibiendo, no teniendo


(lo sabe el mendigo
y lo acaricia la plegaria).

"Hay que separarse para alcanzar en su noche el origen ciego de la obra", enseña
Derrida.

Pérdida de una posesión, posesión de una pérdida. Pero también don de lo perdido.
Chispa del roce: poesía.
Y otra vez Derrida: "La escritura se desplaza a lo largo de una línea quebrada entre la
palabra perdida y la palabra prometida".

Escuchémoslo en René Char:

"¿Por qué poema pulverizado? Porque al final de su viaje hacia el País, tras la oscuridad
prenatal y la dureza terrestre, la finitud del poema es luz, don del ser a la vida.
El poeta no retiene lo que descubre; una vez transcrito, lo pierde enseguida. En eso
residen su novedad, su infinito y su peligro."

Y nos dice más:

"La poesía es de todas las aguas la que se entretiene menos en los reflejos de sus
puentes."

"Porque sufrimos comprendemos que somos culpables", exclama de lucidez


Antígona. Reflejo de Medusa o, no mítica sino existencialmente, mirada sartreana:
petrifica al otro que deja de ser otro al ser posesión.

Mirada que engendra la culpa kafkiana: perder lo que nunca llegamos a tener, que
poseemos mientras lo creamos sin saber:
pureza o belleza.

Siempre don… pero saber es ya tener.


Quitar.

Pérdida de lo que nunca tuvimos, culpa de lo que no tenemos.


Falta de lo que debimos tener.
Deuda de lo que debimos ser,
de lo que por no serlo lo debemos.

Culpables a espalda propia.

Orfeo sale pero afuera ya no es afuera. Tampoco adentro.


Es ausencia.

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Ausencia, desierto e intemperie: el infierno desnuda.
El fuego purifica.

Pero como toda desnudez también es promesa. Ausencia y, como toda ausencia,
también llamado.
Destello.

Cifra edénica de la infancia. Pérdida del paraíso, del original: el perdido.


De lo perdido como paraíso.
De la pérdida como origen, del origen perdido, de lo imposible como comienzo:
como partida.

"Todo nacimiento es el instante colmado de una ausencia de la muerte en el seno de la


muerte.
De ese modo, habría una ausencia en la ausencia que sería perpetuo inicio.
¿Será acaso Dios?
¿por tanto, presente donde ha sido abolida toda presencia?"

Edmond Jabés.

Sombra y hueco en todo lo que es.


En todo lo que se nos volverá a pedir, sin nada de lo que nos fue dado.

IV.

"El poeta no renuncia. Nadie le convencerá de que renuncie. Nadie le consolará de ver
irse el día que pasa, ni le persuadirá para que acepte la conversión en cenizas de los ojos
amados; la desaparición en la neblina del tiempo, del fantasma querido. Nadie, ni nada."

"Nada ni nadie", sabe y añade María Zambrano.


Nada ni nadie, ni siquiera la muerte: de la mano de Eros,
del amor perdido pero no abandonado,
del amor padecido,
Orfeo regresa a su destierro de tierra, asciende por la derrota. Sublima lo perdido.

"Quien escribe -afirma Blanchot- está en el destierro de la escritura: allí está su patria
donde no es profeta:"

La creación, el acaecer creador, suele dispensar más vida que la vida.


La vida entrega su plusvalía, su desborde, como acontecimiento creador, como poesía.
Orfeo, la visio secundae mortis, la visión trágica, percibe que el amor y la vida no se
hallan:
hay que crearlos. Darles nombre.

Orfeo negó la noche, no negándola: soñando el amor.


Ahora niega la muerte, no negándola sino fecundándola: simbolizando. Dialogando con
la ausencia.

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Y otra vez Blanchot:

"Orfeo, el lenguaje que no rechaza el infierno, sino que penetra en él, hablando al
abismo y dándole también el habla, haciendo oír lo que no puede oírse."

"Quien aferra la máxima irrealidad, plasmará la máxima realidad". Asegura Mussil.


Para ello lo poético:
el sueño, la imaginación, el símbolo y la metáfora: verticales de la esperanza,
la que espera creando.

El símbolo: diálogo con la mitad ausente, la que el símbolo completa sin agotarla en
presencia. "El símbolo -escribe Patxi Lanceros-, es capaz de dialogar en y con la
ausencia", y suma:

"Mientras el concepto, como la vista, es espacial y representativo, el símbolo es


temporal y vocativo. No pacta con el presente sino que le inquieta desde la doble
ausencia del pasado y del futuro, desde un 'más allá' acrónico, intemporal, eterno."

Orfeo comienza el peregrinaje de lo simbólico: instaura el sentimiento y la interioridad


como categorías ontológicas.
La imaginación como irrefutable realidad.

Creatura imaginada a imagen y semejanza de dios, ahora él, Orfeo, crea imaginando.
Imaginando se hace a semejanza de dios: demiurgo, creador.
"El canto es ser", afirma Rilke en sus "Sonetos a Orfeo" y Rimbaud corrobora
que "la verdadera vida está ausente": Orfeo la crea.
La canta.

En el canto la deja aparecer. En la palabra es.


En la poesía canta.

"Ahora bien -sabe Rilke-, la pérdida por cruel que sea, no puede nada contra lo
poseído: lo completa, si se quiere, lo afirma: no es, en el fondo, sino una segunda
adquisición -esta vez toda interior- y mucho más intensa."

Orfeo se adentra en la verdadera realidad de todo poeta: la realidad del lenguaje.


En él somos, vivimos y nos creamos.

El primer estado de La Gran Obra de la alquimia es dar cuerpo a lo incorpóreo.


Nigredo, la llaman los alquimistas,
poesía,
la llaman los enamorados.

Lo que se perdió en la sombra ahora ve la luz en la luz de la palabra.


Pero revelar también es custodiar,
velar.

La palabra poética no sólo dice la luz, la luminosa irrupción de la verdad, sino también
su sombra.
Su memoria de raíz,

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lo velado en lo revelado: su misterio. Su ausencia: el rebasarse hacia sí de toda
presencia.

Su hueco que la contiene.

La ausencia es erótica:
genera.
Triunfo de Eros sobre Thánatos, astucia de Eros que esposa la imaginación:
creación de realidad, de vida donde el amor vive a pesar de la muerte: crear para no
morir.
Para vencer la muerte del amor, para vencer con el amor a la muerte: crear.

Creación, epifanía de una ausencia:


la mitad perdida: la por crear.

Orfeo, su paternidad, nace en este acontecimiento trágico en el que acontece su canto,


su confirmación como poeta está imbricada y fecundada en la pérdida de lo amado.
Bautizado en el dolor de lo perdido, pero no pérdida:
encuentro en el dolor.

"Si el espíritu no se vuelve imagen, será aniquilado junto con el mundo", advierte
Simón el Mago.
"Muere siempre en Eurídice", sentencia Rilke, muere para estar vivo, muere para
crearla.
Crea para no morir o para hacer de la muerte creación:
vida.

"El poema es el amor realizado del deseo


que sigue siendo deseo".
René Char.

Deseo sobre la vida, como triunfo de la creación y la imaginación sobre el principio de


realidad.
Del deseo sobre el destino.
Apuesta por el deseo, o el deseo como apuesta:
creación.

V.

"De la esencia absoluta y de lo posible, cuya contradicción es el sufrimiento -testimonia


René Daumal-, surgirá la existencia del poema."

El poeta órfico habita la paradoja:


la lógica de lo esencial.
La protesta y resistencia contra la inmanencia de la razón.

No busca la coincidentia oppositorum, no busca su armonía ni la complementariedad


que anula la contradicción, que fagocita la diferencia: la soporta.

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La padece.
La expresa. Le da voz, donación.

Poesía no es reconciliación de la escisión, es reconciliación con la escisión:


tajo en la prosa del mundo.
Voz de la escisión.

No se trata de elegir el todo sobre la nada o el ser sobre el no ser; la muerte sobre la vida
o ésta sobre aquella.
Se trata de soportar el desgarro.

Radicalmente:
sin trocar la paradoja en disyuntiva.
Existencialmente:
sin que los bordes de la herida se junten.

El poema trágico no se escribe con las formas sino con las fisuras que recortan toda
forma.
Fisuras de la existencia que dibujan las heridas de la trascendencia.
Herida que no lo abre a la respuesta, lo abre (saqué n) a la verdad de lo abierto.

El poeta de lo ausente, y ésta es su esencia, da forma al dolor abriéndolo,


no cerrándolo.

(No poetiza para tapar su vacío, poetiza para mantenerlo abierto,


custodiarlo;
no sutura la herida,
le abre el pecho.)

Permaneciendo, no huyendo.

Le da expresión extrayendo hacia él la expresión: escuchándolo.


Constatando y expresando que todo es borde.
Todo umbral, y que el único puente entre los fragmentos es la fisura que los separa:
la ausencia que los desborda.
El abismo que los incluye.

Abismo desde el cual se dice la poesía:


el sentido de una ausencia,
no la ausencia de un sentido.

El poeta no soslaya ese abismo, esa diferencia, la padece y testimonia y, en ello, en ese
pathos se da la salvación,
se dice el sentido:

"El poeta trágico -enseña Walter Muschg- se entrega al dolor más profundo, que
desvirtúa todas las explicaciones optimistas de la existencia. Pero este sufrimiento libera
las fuerzas que no se darían de otra manera, y se establece como un valor último que por
sí mismo es una respuesta. En esto consiste el secreto del arte trágico, que es la

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afirmación más profunda del mundo, pues aún encuentra una revelación en lo que
aparentemente no tiene sentido…"

La respuesta que el poeta encuentra es la que él mismo da: la creación.


La puesta en palabras del sentido que no está, que él instaura.
Alumbra.

No cualquier sentido, el que nace del dolor, el que padece.


Su respuesta a la nada.
Contra la nada.
O a nada.

La transfiguración del dolor en belleza,


del desgarro en rasgo.

Herida, desgarro, brecha, fragmento… Apertura donde el poeta habita. Intemperie y


abismo que soporta.
Hölderlin:

"Pero a nosotros nos toca,


bajo la tempestad de dios, ¡Oh poetas!
permanecer con la cabeza descubierta."

Dolor, sufrimiento -siguiendo a Hölderlin- que no es misterio, es revelación:

"Algunos buscaron en vano palabras del gozo supremo;


a mí me hablan por fin, aquí, en el sufrimiento".

Y, menos lejos en el tiempo, nos dice Walter Muschg:

"La forma en que un poeta se enfrenta al dolor revela no sólo su rango, sino también su
clase. Puede rebelarse contra el sufrimiento como si fuese una mala jugada del destino o
del Diablo, puede negarlo por considerarlo sin sentido. Puede aprehenderlo como
casualidad o necesidad, y someterse con lamentos o enfrentársele heroicamente. La
decisión depende de cada uno, y puede ser buena de cualquier manera. Pero sólo es
poética cuando plasma el dolor, cuando le da sentido y forma. La decisión tiene
consecuencias más graves mientras más grande sea el dolor que ha vencido. En todas
las artes se han dado talentos excelentes a los que sólo faltó una cosa: el sufrimiento
verdadero. La aureola más maravillosa de una obra maestra es el dolor que ya no duele.
Una obra perfecta ya no debe tener ninguna huella de sufrimiento".

Dolor, sufrimiento… Y en Orfeo, nos trasmite Simónides, transfiguración:

"Innumerables
pájaros volaban sobre su cabeza,
y saltarines peces
surgían de las aguas azules
para escuchar su bello canto".

15
VI.

"Muere para llegar a ser más viviente", afirma Hölderlin.


Orfeo, como todo héroe trágico, perdura no por su logro sino por su fracaso y, en
eso, triunfa sobre su finitud.

"Orfeo -comenta Proclo- porque dirigía los ritos dionisíacos, se dice que sufrió
el mismo destino que el dios": haber muerto despedazado por las Bacantes, mujeres
delirantes embriagadas con hiedra y hongos consagrados a Dioniso.
Celosas, o en celo, porque el duelo por la muerte de Eurídice lo hacía insensible
hacia ellas.

Eurídice, la ausencia llama con más fuerza que la presencia, esencia del amor
romántico:
no atrae el horizonte, llama su alejarse.
Deseo de lo otro que esto.
De lo otro que todo esto opaca.

Lo otro de lo cual lo ausente es memoria.


Imagen sin reflejo.
Trasparencia.
Sed.

La cabeza de Orfeo rodó por tierra, pero de ella, cuenta la tradición, siguió saliendo su
canto.
Su cabeza y su lira se fueron cantando con la corriente del mar hasta Lesbos, la
patria de Safo. La lírica eólica se erigió en heredera suya y consumó lo que él había
comenzado.
Lo que continúa aún.
Lo que no tiene fin porque su ser es su originario recomenzar.
Palabra a palabra, poema a poema.
ausencia a ausencia.

Su voz no se dejó de oír: se la escucha en las palabras.


Es poesía en los poemas.

Héroe, poeta, ahora sacerdote.


Orfeo será su propio rito. Repetición de una lira que pasa de mano en mano pero
es única,
es original.

Canto que cambia de voces pero no de canción.


Canción que no cesa de repetir el origen: que no cesa de crear presencias:
poemas del único poema.

Poema de todos los poetas que descienden a la oscuridad para iluminar la noche
de la vida.
Para entregar algo de esa verdad a los otros.
Para señalar.

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Orfeo y Eurídice no engarzan sus cuerpos, los penetran en el canto poético, los
fertilizan en las nupcias del deseo y la imaginación.
El deseo que se encarna en la viril facultad de la esperanza: la imaginación que
lo encarna imaginando.
La poesía que le da la carne de la palabra, la palabra que no lo agota en su
cantar,
lo dilata cantándolo.

En adelante, la visión del poeta que canta la tragedia de lo imposible o de lo


posible como tragedia, será la que mida lo que es con lo que no es.
Lo que fue con lo que pudo ser.
El poder con el querer…

Silente protesta, callada rebelión…


como la del río que lima con la fuerza de su trasparencia la orilla que lo estrecha.
Como la de la ausencia.

Protesta sí, pero no estéril, también esperanza.


Exorcismo del destino:
creación.

VII.

"Hay en mi alma -confiesa Nietzsche- algo insatisfecho, algo que nunca se satisfará: y
esto es lo que canta."

En el centro de la poesía órfica, como en el centro de la vida, está la ausencia.


Ausencia, no nada o vacío. Ausencia que arrastra la sombra de ser ausencia
"de"…
El "de" que cada poeta deberá nombrar.
La ausencia central con la que cada voz deberá acordar, deberá entonar.

"Conciencia de tener que decir como conciencia de nada… Conciencia de nada


-radicaliza Derrida- a partir de la cual toda consciencia de cualquier cosa puede
enriquecerse, tomar sentido y figura. Y surgir toda palabra."

Palabra ausente o ausencia de palabra: origen de todo y cada poema.


También cada final.

Y la ausencia que somos: el origen de todo lo que hacemos.


La herida por la que nacemos.

Orfeo fracasa como héroe o chaman, pero héroe al fin de otra índole: instaura la
ausencia como creación.
La creación como presencia de una ausencia, testigo de lo que es pero no está. O
no es, pero llama.
Una ausencia que convoca.
Página en blanco.
Silencio.

17
La ausencia es fundamento, presencia de una sustracción que nos sustrae todo
fundamento,
como cada paso,
como un constante comienzo.
Como una huella de lo que sin haber estado se va. Un canto que al cantarse pasa,
que para que no pase no dejamos de cantar. Como una pérdida retenida,
abrazada,
mecida, en el fracaso de retener.

Ausencia metafísica pero experimentada en su universal concreto, existencial:


pérdida.

Pérdida, trazo o huella de una ausencia. Como un abalorio que rueda, que traza su
propia pérdida…
Narra.

Ausencia anterior a todo comienzo que no sea origen. Al origen que se oculta
para originar comienzos.
Anterior al recuerdo de todo lo perdido.
Anterior a la memoria y por ello inolvidable.

El poeta, discípulo de Orfeo es, en definitiva, quien fracasa en presentificar la ausencia,


y en ese fracaso realiza su misión:
su poema.
Su destello de sentido.

(Dar a luz, en la poesía, es permanecer en la sombra. Ser sombra de sí a la luz del


poema.)

"El libro -dice Maurice Blanchot parafraseando a Mallarmé- necesita del escritor, en
tanto que éste es ausencia y lugar de la ausencia."

Y Michel Foucault corrobora:

“El ser del lenguaje no aparece por sí mismo más que en la desaparición del sujeto.”

Ausencia que ausenta al poeta de sí: lo arroja a la escritura.


Lo salva de sí.

Chispa en la noche, pero luz inextinguible, porque es el brillo de una ausencia,


el brillo de una trasparencia…

La estela de un tajo en la comunión de la ausencia.


El vacío y su don.

Lo fecundo.

18
VIII.

Después, otra vez, la noche.


La sombra que cubre ausencias. Después queda el abrigo: la palabra y su soledad, el
poema.

Y otra vez, también, el alba. El comienzo… Nace la palabra.


Se dice la ausencia.

Eurídice se dice Orfeo, Orfeo se silencia Eurídice.


Ambos en la palabra, ninguno en sí.
(Ni para sí.)

Ambos en la fuente inagotable de la ausencia: reunidos, no por mimesis, por


nacimiento:
poiesis, creación…

JUAN DE LA CRUZ
LA NADA: FUENTE Y METÁFORA

"Todavía más arriba, en la ascensión, decimos de ella, la causa universal, que no es


alma ni espíritu; no se le atribuye ni imaginación, ni opinión, ni razón o pensamiento, ni
se puede equiparar con la razón y el pensamiento, ni puede ser dicha ni pensada. No es
número, ni orden; ni magnitud, ni pequeñez; ni igualdad, ni desigualdad, ni semejanza
ni desemejanza. No tiene un lugar fijo, ni se mueve; no reposa. No se le puede atribuir
potencia, ni es idéntica con la potencia, ni con la luz. Ni está viva, ni es idéntica con la
vida, ni con la luz. No es Ser, ni eternidad, ni tiempo, ni puede ser comprendida ni
conocida por el pensamiento; ni puede ser equiparada con la verdad, ni con el poder, ni
con la sabiduría. No es ni uno, ni unidad, ni divinidad, ni bondad; tampoco es espíritu
en el sentido en que entendemos esta expresión, ni puede ser equiparada con el hecho de
ser hijo ni con el de ser padre, ni con ninguna otra cosa, ni con ningún otro ser del que
podamos poseer conocimiento. No pertenece ni al ámbito de lo que no existe, ni al de lo
que existe. Se sustrae a cualquier determinación, denominación y conocimiento. No
puede ser equiparada ni a las tinieblas ni a la luz, ni al error ni a la verdad. No se le
puede atribuir ni dejar de atribuir nada."
Seudo Dionysius Areopagita

I.
(No se puede decir dios sin decir yo, valga esto como advertencia de estas líneas, como
confesión.
Tampoco dios puede decirse sin decirnos,
valga como gratitud.)

Dios crea de la nada y para nada: rosa sin pétalos, dios sin dios: lo humano.

El hombre es su nada, pero su nada no es él.


Esa nada es su fundamento, su espacio de dios: su ser sostenido apareciendo.

19
Su pender y depender:
su brotarse alma.

Vivir es esperar: recibirse.


Acogida de sí en sí. (Acogida y despedida, despedida en la acogida: abrir en el dejar ir.)

También desvivirse: rebasar.


Ese rebasar también es recibirse: ser en otros, sin serse. Ser libre de sí. (Ser sin la
sombra de mí.)

El hombre se parece más a otro que a sí: el hombre es su diferencia. Lo abierto


de sí, su nada.
También, y lo mismo, su posibilidad.
Su otredad.
(Y su olvido.)

El hombre es un ser de lejanías, lejanías tan lejanas que se trasparentan ausencias. Que
se susurran añoranzas.
Tan lejos de sí, su lejanía lo extraña,
lo llama otros.

Sabiéndolo o no, lo más propio, lo suyo y único, lo espera. Lo anhela: es ese anhelo.
Ese deseo es su ser.

El hombre es nostalgia de sí, deseo de ser.

(Y ese deseo es más que su ser: desear más que lo que se desea es trascender.)

Sed y pasión de totalidad y, también y después, ser más allá de toda totalidad: ser
afuera.
Ser lo otro de sí. Lo irreductible a sí.

Para el hombre abrirse a lo otro es su estar en sí: recibirse es su dejarse ser.

El infinito, imaginamos, es una línea que se extiende, se afina, se trasparenta… Pero no


es una línea,
no es horizonte.
No es del orden del ser: es lo otro y lo más acá.
(Desmesura de una mesura, pero no de sí.
Medida, otra vez, de mí.)

El infinito es un rebasamiento hacia dentro: carencia. Finitud.


Nos habita no estando. Sustrayéndose.
Rozándonos.

(Ese roce es una herida: su quedarse sin estar.


Su presencia sin presente.)

El hombre, lo supo también Pascal, es un ser finito habitado por la infinitud.


Es lo menos habitado por lo más: es estallido:

20
celebración.

El hombre es el lugar donde la síntesis de lo más y lo menos, la finitud y el infinito, toda


síntesis, cualquier sincronía, fracasa.
En ese fracaso se cumple: se exilia.
Desborda.

Desbordándose, el infinito nos arrastra.


Llegando, preña.

Rebasándonos, nos llama.

Desde otro lugar, otra mirada, pero intuyendo lo mismo, poetiza Paul Celan:

El huésped.

Mucho antes del anochecer


entra en tu casa quien cambió un saludo con la oscuridad.
Mucho antes de amanecer
despierta
y enciende, antes de irse, un sueño,
un sueño resonante de pasos:
le oyes medir las lejanías
y hacia allí lanzas tu alma.

II.

(Dios no es lo que llamamos dios, pero eso no lo hace dejar de ser dios.
Tampoco serlo.)

De dios no sabemos nada:


esa nada fisura y vacía todos nuestros saberes.

Ese vacío es lo aprehendido:

la huella, el excedente en hueco que queda,


la ausencia que nace.

"¿A dónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?" El amado se


esconde, la amada gime.
Se oculta para enseñar: "Lo que está a la vista -dice el Zóhar- llama a los ojos; lo
que está oculto atrae el saber".

El gemido sale del alma, es alma.


Es su lanzarse aliento.
Soplo.

Alma: sed de la carne, rebasamiento de sí. La ausencia en mí de lo otro, su llamarme.


Deseo de dios muriéndose carne,

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mi carne deseándose dios.

Su hueco.
(Mi forma de su nada.)

La ausencia llama, es llamado y llama. Arde, ese ardor pide agua, es sed.

Seducción.
Diálogo entre un alma y un silencio. (No hay dos silencios, hay una escucha.)

El dolor cava, el amor expande: expande la hondura.


Fuente y agua,
vacío y su entrega.

(Agua en el agua.
El agua no moja al agua, ni le agrega ni le quitan sus olas.)

El dolor es lo refractario a toda síntesis: lo que no nos dimos, lo otro que no se absorbe,
lo que nos mantiene abiertos.

El dolor abre.
Abre al amor que nos abre.

"Sufrimiento: superioridad del hombre sobre Dios. Fue necesaria la encarnación para
que esa superioridad no resultara escandalosa."
Simone Weil.

Fue necesario un dios en carne viva, para que la carne, a través del dolor, viva.
Se encarne divina.

Y Simone Weil ahonda, clava:

"Dolor redentor. Cuando un ser humano se halla en estado de perfección, cuando ha


destruido completamente en sí mismo su yo mediante el auxilio de la gracia y cae en un
grado de desgracia igual al que le correspondería a la destrucción de su yo desde el
exterior, aparece entonces la plenitud de la cruz. La desgracia no puede ya destruir en él
su yo, porque su yo no existe ya, al haber desaparecido por completo y haber dejado su
sitio a Dios. Pero la desgracia produce un efecto equivalente, en el plano de la
perfección, al de la destrucción exterior del yo. Produce la ausencia de Dios. "Dios mío,
¿por qué me has abandonado?"

El dolor, místico y poético -abismo y senda-, es conocimiento: "el más puro


padecer trae y arranca el más puro entender".

Entendimiento anterior al concepto. Se sabe sintiendo.


Implicándose.

Entendimiento desnudo, contacto inicial, existencial:


padecimiento.

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Entendimiento de lo que no se tiene o se tuvo y se perdió, por eso se desea. O se gime, y
es poesía.

"El mundo -supo Nietzsche- es más profundo que lo que piensa el día".

Es noche y noche oscura.


Hostia negra.

Pero hay un relámpago, hostia partida: un tajo que hiere la noche, taja y abre. "Allí me
hirió el amor, y el corazón me sacaba".
El alma se abre, "en el más profundo centro".

(Hay un centro, pero no tiene bordes:


los bordes es ocuparlo, soy yo.

En el centro
no hay el centro, ni aletea el vacío.

En el centro, en el principio, fue la herida, la carne fue después:


es el cuerpo que la acoge.
La vida.)

Centro: punto de ausencia: inocencia.


Punto de ausencia: de mí.
En mí.

Yo como imposible para mí. Mi indisponibilidad, mi alteridad de mí.


En palabras de Maurice Blanchot:

"Hay eventualmente una región -una experiencia- donde la esencia del hombre es lo
imposible, donde, si pudiera penetrar (aunque fuese con cierta habla), descubriría que
escapa a la posibilidad y donde el habla misma se descubriría como lo que pone al
desnudo este límite del hombre que ya no es un poder, que aún no es un poder. Espacio
donde lo que llama al hombre parece haber desaparecido siempre y de antemano."

La realidad es poética cuando supera su realidad,


cuando acoge su donación,
su creación,

es mística,
cuando incluye su imposibilidad.

Lo imposible no es imposible: es no poder,


es acoger y recibir. Es lo otro.

Imposibilidad en sí, apertura a más que sí.


Apertura a otra noche: en la que late como promesa lo que titila como imposible.
Se abre como una pregunta, no como un concepto: no trae hacia sí y posee, queda
asombrado.
Abierto.

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Desasido: "se queda no sabiendo… toda ciencia trascendiendo."

Conocer es poseer, controlar: estar en lo otro (no con lo otro o para el otro).
Adecuación entre el pensamiento y lo que él piensa; adecuación que es reducción: la
alteridad, siempre, a medida de mi identidad,
en lo otro, siempre, de nuevo yo.
Conocer es desterrar la alteridad. Asimilación, colonización.
Negación.

Conocer es regresar.

También imposibilidad de salir, o miedo: traer para no ir.


Juego de espejos, reflejos y reflexión.
Inmanencia, identidad.

"Se queda no sabiendo…", diciendo el no saber, trascendiendo toda ciencia: poetizando.

Decir de lo que no se sabe:


escucha que deja decirse, otra vez: poesía.

El alma busca y encuentra una ausencia, o una presencia en la que duele la ausencia,
una conciencia en la que está presente el dolor:
la plenitud que se sustrae.

Dios atrae excediéndonos (el hombre se cumple en lo que lo sobrecoge).


"Salí tras ti clamando, y eras ido."
Dios atrae excediéndonos, y se revela a sí mismo retirándose. Creciendo en la
separación.
Dándose en ese retirarse.
(Entregándonos su lugar.)

III.

El retiro, la retracción, el irse que no es huida, se lleva algo, despoja dejando un hueco
en forma de partida,
volviendo a partir el alma.
Volviendo a liberar el deseo de aquello que aún poseía, de aquello que lo espejaba y
fijaba.

"El deseo es lo imposible", dijo Simone Weil.


Deseo: relación con lo imposible
o lo imposible como relación.

El deseo es lo imposible, si se cumple el gozo mata, el presente se agota: la ausencia se


ausenta o se enmascara presencia.
(O ídolo: dios sin ausencia de dios.)

El deseo debe vivir: devorar toda necesidad.


Derrumbar y transparentar toda mediación: desenmascarar, desembozar.
Enhebrar los vacíos.

24
Como la nada: no es pero mide. Dice que todo no es más que todo.
Dice que ser no es más que ser.
Dice que lo insoportable siempre parece algo y es eso: que sea nada.
O todo: lo imposible. (La medida de lo real.)

Imposibilidad que posibilita la búsqueda, la búsqueda que el desencuentro dilata.


A veces se encuentra y de lo encontrado se fijan normas, se acampa descanso. Se
mienten seguridades:
es la religión, no la mística.
Es la domesticación de dios, del dios que responde, no el que callando pregunta. Es el
borde sin salto.
Es la forma.
Significado, no sentido. Es la presencia sin su ausencia, el dios sin la lejanía, el ídolo.

La mística conjuga la verbalidad transitiva de dios o, en su plenitud, devuelve a dios su


ausencia.
Su trasparencia, su plenitud: sin bordes. Todo salto.
Sin piso ni suelo: todo gracia.
Todo abierto.
(Y tampoco esto.)

La religión es marca, la mística borradura, borradura itinerante, apenas trazo en la arena,


apenas olvido.

(Reflujo del mar que bañó


la playa,
trazo siempre de un irse: abandono:
el movimiento por el cual nos borramos.)

La mística deconstruye:
dialéctica de la razón y la intuición, la ciencia y la experiencia. La respuesta y la
pregunta.
(Dialéctica sin síntesis: abandonarse sin recobrarse:
darse.)

La religión busca el conocimiento, la salvación de sí.


La mística: el gozo y la unión.
La desaparición de sí.

Aquella escribe dogmas, clausura el sentido, ésta libera silencios, roza apenas algunas
palabras, se dice poesía.
Reverbera.

Dios, para la mística es el desconocimiento de dios, no el dios desconocido,


la postergación del llegarlo a conocer,
es el dios que nadie conoció,
el que para el conocimiento no es.
No será.

El que para el ser es nada,

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sin que esa nada sea dios, ni lo deje de ser.
El que para el saber es su revés.

El místico no conoce llegada, sólo búsqueda:


todo partida.

(Sabe que toda llegada es callejón, y que todo callejón termina en sí mismo, termina
espejo.
Encontrar es saber qué se buscaba, es volver a encontrar lo mismo: encontrarse.
Es haber ido sin salir.)

Juan no interrogará cada paso, mirará la lejanía, lo imposible será su atajo. Su marcha.
Su errar sin error: su no saber hacia dónde.
Su no buscarse a sí. (Abandono,
y olvido.)

Peregrinaje de ídolo en ídolo, latría del íd-olo o de la id-eología: "Ni esto ni eso" -Neti
neti"- enseñan los Vedas.
También lo hace Juan de la Cruz con su via negationis.

Negar, o más bien negarse.


Camino del alma, también de la poesía:

"He creado toda mi obra sólo por eliminación -dirá Mallarmé- y toda verdad adquirida
sólo nacía de la pérdida de una impresión que, al brillar, se había consumido y me
permitía, merced a sus tinieblas desprendidas, avanzar más profundamente en la
sensación de las Tinieblas Absolutas. La Destrucción fue mi Beatriz."

"Dios" y "yo" son palabras analógicas.


Si el hombre se hizo dios imaginando un dios a imagen y semejanza de sí mismo,
ahora debe deshacer, deconstruir, su representación de sí,
su imagen:
ahora debe parecerse a dios.
No ser.

"Si yo fuera en tal forma que todas las imágenes comprendidas desde siempre por todos,
además de las que están en Dios mismo, estuvieran en mí, intelectualmente, y si a pesar
de ello yo no sintiera apego por ninguna de ellas, ni hubiera tomado en propiedad nada
de ellas, ni en el hacer, ni en el dejar de hacer, ni en el antes ni en el después; si, antes
bien, estuviera en el ahora presente, libre y vacío, por amor de la voluntad divina, para
cumplirla sin interrupción, entonces, verdaderamente ninguna imagen se me
interpondría y yo sería, verdaderamente, virgen como lo era cuando todavía no era."
-Sintetiza y radicaliza Eckhart-.

Poeta o místico es quien ve en la presencia el vestigio de una ausencia, quien escucha en


el silencio "la música callada y la soledad sonora".

La música, no los instrumentos.

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El abismo no alumbra, no dice:
enciende.

(Dios no habla, da el hablar:


cede la palabra y así se escucha.
Se sabe otros.)

En el silencio del hombre el dios reza,


en la oración se escucha.

(Es que en el abismo no hay abismo:


hay no estar.)

La desnudez, no lo desnudo.

No: la desnudez todavía carne. Sí: la desnudez sin conciencia de desnudez:


desnudez de la conciencia.

(Nada pero sin conciencia de nada:


sin lujos de alma.)
Ni la conciencia ni el alma: la desnudez es la unidad: es haber encarnado el alma.

"… las montañas,


los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas…"

Es lo que es
(sin ser ante mí.
Sin serme yo en lo otro.)

IV.

El origen se dice en una palabra: crear.


Y esa creación es partir.

La separación fue lo primero. El pecado original (el dejar de nacer), la separación del
origen, de la fuente,
fue ocuparla.

"Hay que estar en el desierto, porque aquel al que hay que amar está ausente."
Simone Weil.

Apenas niño, Juan, ya con cruz, aprende del desierto. Grano a grano, ausencia a
ausencia, pérdida a pérdida.
El niño pobre sabe que el primer desamparo se llama orfandad, la primera cercanía se
llama ausencia.
Tiene catorce años, a la pobreza y la orfandad sumará el dolor que conoce y
padece en el hospital de infecciosos de Mediana del Campo, allí trabaja.

27
Luego es aprender entre los libros y claustros de Salamanca, armonía de piedras,
rigor de encastres…

Después, recién después, vendrá el olvido: la mística: abrirse al vacío


vaciándose.
Ser desierto en el desierto, beber de la sed.
El desierto de la sed,
no la sed del desierto.

"El desierto no tiene


ni lugar ni tiempo,
de su modo tan sólo él sabe."
Eckhart

Dios se viste mundo, se desnuda desierto.


Aprendizaje donde aprender es desprenderse, lo perdido es lo ganado: lo entregado.
Se trata de partir, partir y perder: dejarse atrás.

Dios atrae ausentándose.


Su ausencia nos abre: nos parte una partida (cada partir es una creación. )

El exilio es su don:
el don de la partida.

Lo primero es partir, y no es partir,


es descalzarse.

La desnudez, la que nos desnuda,


viene después: es el último después.

Lo primero es descalzarse,
después, y siempre: no mirar atrás:
atrás no es atrás: soy yo.

(Mi añoranza de mí,


mi avaricia de ser.)

"La perfección del amor está en la desnudez".

Juan de Yepes y de la Cruz, poeta y místico busca la desnudez, el desierto.


La tierra, firmeza primera, será palpada y sentida,
no pisada.

No fue monje cartujo como lo deseó, será carmelita pero en carne viva: descalzo.

Humildad de quien se descalza,


osadía y eros de desnudarse.

Pies descalzos, desnudez de viajero. Pies descalzos sobre la tierra desnuda, o la


desnudez de la tierra:

28
su ser desierto.

Lugar donde falta lo posible, donde nada falta a nada.


(Lugar de paso para sus pasos.
Palpar el paso, no lo pasado.)

Inmediatez entre el viaje y el viajante, entre camino y caminante. Contacto, unión.


Penitencia y osadía.

La tierra, firmeza primera pero no última, será desnudada: desarropada de mundo.


Será desierto.
No tendrá el desierto de la cartuja, tendrá que cavar el suyo: irse de sí, quedar solo.
Lo hará.

Cortadas las amarras, "entendimiento, memoria y voluntad", la construcción intelectual


de la realidad -"humana, demasiado humana"- se atomiza. El conocimiento
representativo -la realidad como imagen de sí y no de su creador-,
sus estatuas, vuelven a ser arena,
polvo.

Polvo de paso, no de siembra.


Ni siquiera desierto donde acostarse, donde el exilio sea amparo. Desierto sin desierto:
desnudez que nadie mira.
O desnudez de la aprehensión cuando sólo aprende lo desnudo, cuando ella misma es
desnudez.

"En el desierto -supo Edmond Jabés- uno se vuelve otro: aquel que conoce el peso del
cielo y la sed de la tierra; aquel que ha aprendido a contar con su propia soledad. Lejos
de excluirnos, el desierto nos envuelve. Nos volvemos inmensidad de arena al igual que,
escribiendo, somos libro."

"En la naturaleza no hay vacíos", mantra joánica que exorciza todo vacío, que invoca la
presencia tan presente que rebasa todo presente.
Que hace del vacío una sed.
Un llamado silencioso: una fe.

(También dios sabe de fe:


su fe en mí es su nada en mí.
Mi diferencia.

Yo:
su espacio que me abrió. Su esperanza en mí:
su crear.)

Vaciarse y contar con lo absoluto, un absoluto que cubre todo "hueco", que llamea en
toda herida.
Que hiere con llamas.
"Llagar, no sanar; lastimar, no satisfacer". Formas de lo abierto, apertura en la carne.
Siempre recepción.

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Llaga. Sed que en la tierra se dice grieta.
La grieta que llama y clama por lluvia. La lluvia que se hunde en la tierra penetrando las
grietas.

"Todo lo que es luz o acoge la luz puede caer en las tinieblas -supo María Zambrano-.
Mas las tinieblas mismas quedan; es la nada, la igualdad en la negación, quien nos
acoge como una madre que nos hará nacer de nuevo."

No hay noche más negra que la que enciende una hoguera.


Siempre noche,
dentro y fuera, dentro en el alma, fuera también es noche,
pero negra de tan opaca, sin siquiera una estrella que la haga cielo: la inquisición.

Inquisición: jurisdicción y vigilancia de la unidad sobre la pluralidad.


La excomunión de la diferencia, la exclusión de la alteridad o más: reducción de todo
residuo de otredad a cenizas.
Ideología de la identidad, de la unidad cuando es poder, de lo igual a sí.
Unidad de un dios celoso que se alimenta devorando la diferencia. Un dios de
poder.

Noche que quema, no purifica.


Que mata, no salva.
Silencio que no es escucha: es mordaza.

Noche histórica de la que también aprende: (cuando se teme se tiembla, también


se habla) el miedo: la caída en las explicaciones, los comentarios que estrechan y
entrojan las alas a su poesía.
Inmolación de la poesía en prosa. Linealidad, no errancia.
Palabras sin alas, apenas ecos.

Contradicción entre la pureza mística del no ser y el ser en la autoridad de los


dogmas: precio pago para que no ardan sus poemas, sus palabras en libertad.
La libertad de sus palabras.

Miedo, también astucia, seducción y máscara:


"no hay porque atarse a la declaración",
dice Juan de la Cruz, advierte y guiña, al comienzo de uno de sus comentarios.

"Mi exilio -escribió Edmond Jabés-, de sílaba en sílaba, me ha llevado hasta Dios, el
más exilado de los vocablos."

Después, silencio y estrellas.


El fuego y sus esquirlas.

V.
"Soham": "Yo soy Tú", dicen los Upanishad, aquí, en Juan de Yepes, no hay yo
y tú. Apenas un amén desde un yo que nunca llega a ese tú.
A un tú siempre diferente de todo cuanto es, una diferencia que es la marca de su ser.
Ser de lejanías, ser de deseo.

30
Hombre.

Hombre gracias a la diferencia que no lo anula, que abre espacio, que mueve el
tiempo.

"El dolor es la diferencia", escribió Heidegger.


Diferencia: derrubio de toda identidad, lo imposible de toda posibilidad salvo la
de lo divino: la de lo imposible como a priori.
Como aventura extrema.

(Diferencia, no diferente:
no otra vez recuperación de sí.)

Si "el dolor es la diferencia", el mismo filósofo, Heidegger, dirá más: "la diferencia es el
silencio."

Diferencia en la palabra: "que me quedé balbuciendo."


Balbuceo: la diferencia como interna al discurso mismo, estallido de la univocidad en
plurivocidad.
Fiesta del sentido.
Poesía.

Todo menos identidad, todo menos el fascismo de lo cerrado, de lo dicho de una vez
para siempre, para todos.
Reducción de la diferencia a lo mismo.
A lo propio: a mí.

Univocidad: eco de la identidad.

Celda, vientre de la ballena: Toledo.


Juan encarcelado.

Caverna encubatoria donde la llama arderá más ardiente que nunca. Donde la oscuridad
iluminará ardiendo:
"llama que consume y no da pena."

Alborear que no desvela la noche.


Alba, encuentro, atisbo.
Promesa.

A su luz hasta el dolor es dulce, casi trampa, casi espejo. Juan avisa: todo encuentro es
umbral de otra partida.
Escalón para avizorar lejanías; agua para avivar la sed.

"Matrimonio divino", sí, pero nunca, jamás en este tiempo. "Matrimonio glorioso"…
Pero antes, y siempre, la diferencia, el velo. Antes y entre ambos "el desierto de la
muerte."
(Su arena de nadie.)

31
Hay diferencia y deseo, el deseo de la diferencia, de lo totalmente Otro que fisura la
totalidad humana.
Deseo de una presencia sin bordes.
Un vacío o una nada, de la única metáfora que no detiene la mirada. La única cercanía,
la ausencia, cuya trasparencia no se empeña espejo.
Vacío o nada, nada asible para las manos; vacío para la posesión.
Horizonte sin línea que taje los ojos…
Sin muros que devuelvan ecos,
sin ecos para creernos respondidos.

Proyección del deseo, metáfora central,


deseo "deseando nada":
metáfora devoradora.

Pureza de negación porque nada afirma, o afirma nada. Nada deconstructora de toda
otra imagen.
De toda necesidad,
toda ilusión.

Porque el acto místico, deseo del deseo, éxtasis o éntasis, siempre otredad, es eso: nada.
Una nada que despoja de todo.
De todo lo propio con lo que queremos ser: desapropia del propio ser.

Y no es nada: es lo único. Lo opuesto a todo, pero sin oposición, porque no hay otra
cosa,
sólo nada.
Lo único, incomparable. Como todo.

Deseo de Juan Yepes, celos de dios: desnudez del deseo, del único espejo frente al cual
se desnuda dios.
Arenas arriba, memoria azulada ya de lejanías.
Mística sin regreso. (En el desierto no hay huellas, salvo las del viento: las que borrando
traza.)
Sin origen: todo futuro. Todo anhelo.

Ya no es "el pecho por su amor muy lastimado", es "el pecho del amor muy lastimado."
Él ya no es él, es amor encarnado.
Amor en carne viva.

Ya no es Avila sino Ubeda. 1591, pero el tiempo ya es apenas tiempo. La arena no pasa,
falta.

Un terrón de tierra.
Un catre casi cuna. Una sábana blanca, blanca y raída.

Más blanca que blanca: abierta.

La finitud, la de Juan de la Cruz, está a punto de quebrarse. La quebradura a punto de


abrirse.

32
La finitud ya no lo abarca:
los bordes se abren, como para dar a luz.

En su lecho, antes de comenzar a vivir porque ya muere, pide que le lean los versos del
"Cantar de los cantares",
poema de los poemas, amor de los amores: sólo la poesía no le arrebata el silencio.
Lo ahonda.

Sólo el amado ausente no lo ata a lo presente; no lo detiene en la vida.

VI.
"Y cuando lo vengas del todo a tener,
has de tenerlo sin nada querer."

Atrás nuestro, delante de él, queda casi nada, apenas unos poemas, unos pálidos
comentarios,
unos dibujos,
una cruz de palo, una estampa…
Breves "avisos" pasados de mano en mano…
Y las cenizas de sus cartas quemadas antes de morir.

Y todo lo otro, lo que se es.


Lo que el despojo da. La hondura de nosotros mismos que no logra alcanzar ni medir el
saber.

Huellas, reliquias: símbolos que no perturbaban el deseo de vacío fértil, de nada plena.
No son escombros de una vida, son huellas, trazas, trofeos del desapego,
del "tenerlos sin querer tener".

Es el tener sin poseer; tener sosteniendo: sin cerrar la mano, sin contar lo que se tiene.
(Una mano toda palma: desierto,
también ofrenda.)

Es la celebración de lo necesario.
(La fiesta
de lo que en las manos cabe: la pobreza.)

Es el dejar ser ante todo, ante las cosas, la vida, dios y yo: dejar que lo que es sea sin ser
para mí.
Es la reverencia ante la creación.

Y es también el milagro del vacío,


el cuenco del mendigo: sostener la miseria del mundo sobre el hueco de su mano.

"El deseo consume lo que toca -afirma María Zambrano-; en la posesión se aniquila lo
deseado, que no tiene independencia, que no existe fuera del acto del deseo. En el amor
subsiste siempre el objeto, tiene su unidad inalcanzable. La posesión amorosa es un
problema metafísico y como tal, sin solución. Necesita traspasar la muerte para
cumplirse; atravesar la vida, la multiplicidad del tiempo. El amor, igual que el
conocimiento, necesita de la muerte para su cumplimiento."

33
VII.

"Habrá un año en que habrá un mes en que habrá una semana en que habrá un día en
que habrá una hora en que habrá un minuto en que habrá un segundo y, dentro del
segundo, habrá el no tiempo sagrado de la muerte transfigurada."
Clarice Lispector.

Vivir sólo lo preciso para morir, tal la pobreza de todo místico.


Tal la opción de Juan de la Cruz.

Como otros, como todo lo vivo, Juan muere. Muere como todos, pero muere
desnudo, como muy pocos mueren.
Muere desnudo: muere todo.

(Todo desnudo:
deseo de dios muriéndose carne.)

Sin ropa se nace, se brota, desnudo se llega. Se opta: muerte a muerte.


Amén a amén.

Muere revestido de desnudez, del manto real tejido de todo lo despojado.

"En alta mar, arrójate.


Oirás a Dios.
En el desierto, adéntrate.
Dios te oirá.
La muerte sólo es audible
para la muerte."
Edmond Jabés.

Llega la muerte (el ya no poder poder alejar lo otro): cuando lo todo otro ya no es otro
sino todo.
(Cuando uno mismo ya es otro,
cuando se es sin serlo.)

Juan muere y muere la muerte en Juan.


Muere cruz
y cruza la muerte.

Juan muere coronado de intemperies, del imperceptible triunfo de haberlo perdido todo.
De haber vivido para nada:

"nada nada nada nada nada nada y aún en el monte nada."

"Nada poseemos en el mundo -porque el azar puede quitárnoslo todo-, salvo el poder de
decir yo. Eso es lo que hay que entregar a Dios, o sea destruir. No hay en absoluto
ningún otro acto libre que nos esté permitido, salvo el de la destrucción del yo. Ofrenda:
no se puede ofrecer otra cosa más que el yo, y cuanto denominamos ofrenda no es más
que una etiqueta puesta a un desquite del yo."
Simone Weil

34
La nada como mantra, camino y atajo. Su ser nada como aliento, aliento y muerte de
vida.
También como coartada de inocencia: perderlo todo.
Como llegada sin sombra que nos demore.
(Como metáfora sin meta, o una mitad sin su otra mitad: sólo la ausente.)

Pájaro que vuela porque vuela, no para ir. Nada para nada, tampoco para nada. Ir sin
buscarse, o estar sin encontrarse.

Su vida se cumple:
se abre punta a punta, desaparece.
Llega a lo imposible de sí: a lo otro que ser él.

Como si la vida no fuese sólo la vida, sino ya en su fondo, necesidad de vuelo,


sed de afueras.
Se cumple y en ello se abre, no a lo aún no, no hacia adentro. Se cumple y se abre hacia
afuera, hacia todo.

Deseo de que lo todo otro ya no sea otro sino todo.


Ya es nada: todo afuera.

Para que dios llegue a ser dios, hay que experimentar primero su extrañeza,
después su lejanía,
y, al final, su ausencia.

Ausencia y revelación:
su nada.

Nada.
Plenitud sin bordes, desborde que bordea la plegaria del Maestro Eckhart, la del deseo
desnudo que ya no aspira más que a la desnudez: "¡Dios, líbrame de Dios!".
Dios sin mí que lo haga dios,
dios libre de mí.

Dios: trascendente hasta la ausencia:


dios sin dios. Nada de dios.

Nada de nada, ni siquiera la del reflejo de dios, la de la traición a su trasparencia, la de


la feria de los consuelos:
nada.

Nada, nada de nada, ni nada, radicaliza y ahonda otra vez el Maestro Eckhart:

"En la medida en que la nada está apegada a ti, en esa misma medida eres imperfecto tú.
Si pues quieres ser perfecto tienes que liberarte de la nada."

Nada sin "ti".


Nada para nadie, sin nadie. O todo (sin mí).

No se trata de conocimiento sino de unión:

35
unión con nada:
desaparición: dar lugar a lo que no es.
Abrirse a lo abierto.
Abrirse hasta no estar.

(Cuando ya no estoy, tampoco está él: no hay enfrente.


Sin frente a mí tampoco estoy yo.

Sostener este no estar hasta que todo sea lo que es,


después, recién, ni estar ni no estar.)

VIII.

"Lo que nace de fuente pura es misterioso.


Apenas al Canto
está reservado revelárnoslo."
Hölderlin.

La experiencia del místico es inconmensurable con el lenguaje, esa desmesura parte y


abre el lenguaje.
Canta.

Juan de la Cruz se libra de la nada: la deja en la vida.


La entrega.
La canta.

"Escribir -supo Marguerite Duras- también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin


ruido."

Y René Char dice y complementa, suma:

"La belleza nace del diálogo, de la ruptura del silencio y de la recuperación de ese
silencio."

Juan deja su nada fecundándola: diciéndola: nos la entrega.


La nombra:
la hace ofrendable.

La nada, dicha y desdicha:


la deja poesía.

Desnudez. Deseo… y no poder decirlo: silencio y misticismo. Ni callarlo: poesía y


ofrenda.
Celebración.

"He hecho un largo descenso a la Nada para poder hablar con certidumbre. No hay más
que Belleza. Y ésta sólo tiene una expresión perfecta: la Poesía. Todo lo demás
-concluye Mallarmé- es mentira."

36
La experiencia vivida del místico no es conmensurable con el lenguaje:
Juan no dijo para nombrar,
dijo para buscar lo innombrable:
poetizó.

Celebración dicente de lo indecible:


sobre lo que no puede ser dicho es sobre lo que la poesía no puede callarse.

El final no es el fin, es el decirse del comienzo: el sacrificio da:


se dice.

"En el principio
más allá del sentido
es siempre el Verbo.
¡Oh rico tesoro,
donde el principio engendra al principio!"
Eckhart

Mística del lenguaje… Poesía: el desnudo amén de todas las palabras, la


desnudez del único silencio.

El silencio de la palabra desnuda,


su desnudarse alma.

Poesía:
lo nombrado ofrendado.

IX.

AL FINAL

Sólo una vez cae cada lluvia


y todas las gotas son
esa lluvia

(a veces, en alguna, centellea


algún reflejo).

Nadie dice dos veces


la misma palabra

de dios,
como de la muerte o del haber nacido,
no se regresa: al final sólo se dijo él.

3
POESÍA Y CREACIÓN: EL DON DE LO QUE NO ESTÁ

37
"Hay un gran silencio dentro de mí. Y ese silencio ha sido la fuente de mis palabras. Y
del silencio ha venido lo que es más precioso que todo: el propio silencio."

Clarice Lispector.

VIGILIA
Entre el relámpago y la lluvia: el silencio encendido,

la posible escucha
o lo imposible:
lo revelado;

después,
en un después que no es arena,
el trueno;
el estallido de su noche,
lo traducible en sombras.

I.

Gotas gruesas sobre el techado,


llueve sobre la casa.

Agua en la sed del agua:

escuchar hasta donde ya no se escucha,


hasta lo que comienza a decirse.

Escribir es iniciar, nombrar la ausencia,


después seguir tras lo iniciado,

trazo primero,
puerta de una nueva partida, o del único encuentro
que no es eco de la espera:
lo desconocido

(el trazo que avanzando borro,


la lejanía perdida).

II.

Al final, la palabra inicial no es nunca la escrita,


tampoco la hablada

es anuncio
pero sin trazo ni voz.

38
Se la oye, pero callar,
como los pasos de nadie
atravesando soledades,

acercándose sin llegar,


tampoco irse.

III.
Después viene la noche,
la sombra que cubre ausencias. Después queda el abrigo:

la palabra y su soledad,
el poema.

I.

Noche y mar, mar abierto: el mar se extiende como lo otro de toda tierra,
extiende y llama.
Abre y dilata.

Viene y acaricia, marca.

También se ausenta: hace de la playa un desierto.


Del mar ido, sus huellas en la arena de la memoria, una sed de lejanías.

Desde la playa de la vida, playa sin mar, yermo, errancia y sed, el poeta otea
hacia la ausencia de lo más propio:
lo aún por crear.
(Lo por nacerse.)

Otea hacia el don de la ausencia,


hacia la ausencia como don.

Otea, escucha, hacia lo imposible de sí mismo. O hacia lo más propio de sí: su


diferencia de sí.
Su otro de cada otro, también de sí.
(La sed de trasparencias,
no de agua.

Lo que nunca fue ni será: la razón del ser y el hacer de la poesía: su sinrazón, su
gratuidad.
Su descreación: su alteridad de sí, no de mí.)

Horizonte de lo abierto: recepción y don del viento que lo precede y empuja,


el olvido de otras memorias soplando en todos los recuerdos, recordando para los que
olvidan.

39
II.

Lo gratuito, el don, es que se pueda comenzar, crear otra vez, no agotar lo imposible
original,
no llegar nunca a la ausencia final.

El don del comienzo es la decisión de comenzar.

La creación crea,
antecede.

Daimón, musa, inspiración, delirio o revelación,


inconsciente, tierra o noche…
Nombres de lo otro, de la prelación aún innominada, de lo que me precede, lo que me
busca…
Me dilata.

Nombres de lo que no instauro desde mí,


lo que no se infiere de lo ya dado, lo que no es prolongación ni voluntad, lo que es
recepción,
poética de la pasividad,
acogida de la poesía.

La poesía antecede no sólo al poema, antecede también al recogimiento, el recogimiento


ya es respuesta:
escucha de un posible que llama, una alteridad que atrae:
que recoge, congrega.

Un posible
cuyo anuncio es nuestra propia espera de él.
Una promesa en hueco,
un escuchar hacia lo que aún no es voz.

El poema se nace,
estalla la esquirla inicial,
(la que debe protegerse como a un pájaro herido
en la palma de la mano)

una palabra, un tono o ritmo, una escena…


semilla, semen,
semántica.

Crear es cultivar,
acoger y proteger ese
instante verbal,
darle tiempo para que se conjugue en el tiempo,

encontrarle la medida de su exceso,


su propio borde de sí
(su bordearnos),

40
arroparlo
dejando intacta su desnudez (dejándose desnudar)…

Después, allí, escrito, lo que se me dio,


lo que no tuve hasta no haberlo escrito:

el don de la creación
y la creación como don:
el hacernos creadores.
III.

Lo posible es el instante,
lo real siempre es pasado.
Sombra,
a la luz del fulgor que el instante inaugura.

(La palabra en su estallido,


en su antes de ser un nombre.)

IV.

El abrirse, la apertura que la poesía es, precede al poema. El poema es su aparecer,


su tajo inicial.
Su palabra inaugural.

En el poema lo abierto se retiene y contiene como abierto:


como allende de sí:
como diciéndose,
iniciando otro modo de significación,
otras aperturas.

Al principio fue la palabra y en la palabra el principio,


rastro y tajo.
Aparecer y fuga: lo que viene y aparece desde nuestra propia ausencia.
Lo creado.

La poesía es visitación, irrupción; el poeta acogida: vacío de sí.


Nada y sed.

El poeta no escribe para llenar ese vacío: lo mantiene abierto escribiendo (vaciándose).
Escribe errando lo abierto, lo que va abriendo el escribir:
diciéndolo.

(Huellas en el aire,
vuelo agorero, o vuelo porque sí, sin porqué.
Sin ir ni venir: abriendo.)

41
Escribe borrando: des-viviéndose.
Escribe para desvelar el vacío, borrar: quitar el velo a nada. También a sí.

Descrea, porque cree en el vacío. Cree en el vacío porque lo abierto crea. La fuente
mana.

Escribir es abrir
(abrirse de un libro o abrirse de sí: ambos en el abrirse de la palabra, en
su revelar).

(Escribir, como morir, es afuera.


El surgir lleva, lo abierto se rebasa sin cubrirse,
se expande sin replegarse).

Apertura: lo abierto recibe.


Recibir es su don: dar espacio.

Recibo entregando:
escribo lo que escucho, pero lo escucho al escribirlo.
Como si el poema animara a decirse a ese decirse que suscitó el poema.

Como un don que se nos diera por haberlo recibido.


(Poesía o vida,
o ambos pero no uno).

Soy mi recepción. De mí, no desde mí.


De mí en lo que no soy yo:
en lo que desde mí digo.

Más antes que la memoria, y por ello inolvidable, crear es rememorar, pero no un
contenido: un evento:
el acto creador:
el haber sido creado, el estarlo siéndolo al crear.
(Crear es dar la palabra:
dejarse decir.)

Recordar creador, memoria inaugural, que crea lo que recuerda: recuerda la creación.
La aparición.

El ser creación: la creación del ser. Y lo otro y más que ser: lo por borrar.
El salir del ser: el callar en lo dicho.

(El ir sin volver.


El borrar la página, no las letras.

El viento,
la desnudez en la que viene y huye:
la huella, que borrando traza.)

42
V.

En lo originario, en lo antes que saberse, nacer fue recibirse: mi conciencia de


mí fue mi aparecerme; no me precedí:
me recibí.

No me dije:
me escuché diciéndome.
Me precedí nombrado.

(Soy la escucha antes de ser palabras: ser palabra es mi recepción, mi huella de mí.
Mi extenderme creación.)

Nacer, encontrarme naciendo.


Ser lo surgiendo.

Así la vida, así el poema, o ambos: también diciendo me nazco , me digo en


otros.
No digo a otros: no quito.
(Me digo borrándome: huella hacia más allá de mí.
Olvido de mí.)

A imagen de este acto, actualizándolo, creo: escribo. Abro espacio: escucho.


Digo -al menos lo busco, y avanzo sobre lo que dije- sin decirme: dejo decir,
diciendo.
(Decir es siempre del orden del volver: sombra y regreso.
Ir es ir hacia nada.
Es borrar lo andado, desdecir lo dicho. Margen y espacio entre palabras.

Se escribe
como se muere o se olvida
perdiéndose en la búsqueda,

no en su eco: en lo que buscamos.)

También fracaso: me apropio y me digo. El poema, el logrado, llega a ser sólo claridad:
siempre transparencia fracasada:
yo reflejado.
Apenas destellos.

Sin mí habría sólo trasparencia: presencia sin presente, poesía sin poema o nada.
La creación nace de esa nada que contradice diciendo, que acalla dándole voz: ese
combate es la creación,
su fracaso es el arte.

Ese arte es su redención.


Redención de la vida: muerte en vida. Apuesta.

En lo hondo no hay raíces, hay lo arrancado:


vacío que, poetizando, se habita para escuchar,

43
para decir,
para volver a traicionar sin traicionarse:
volviendo, confesando, padeciendo y, otra vez, volviendo a beber de la propia sed.
Aprendiendo que es la copa vacía lo que permanece, no lo que vertimos en ella:
la poesía, no el poema.

(Aprendiendo bebiéndola.)

El poeta sabe de un vacío, de un surgente: rostro sin bordes, palabra sin sonido.
Libertad del silencio: música.
Tono.
Sabe sin conocer, o sabe el conocer del desconocerse: sabiendo que todo es lo otro,
que poder recibir es haber podido morir.

Sabiendo que lo otro no es otro que yo:


es otro de sí.

(Escribir es abrir: abrir es vaciarse.


Soltar.

Generar espacio donde las huellas se plasmen, donde al plasmarse se digan, donde lo
dicho me calle.)

El poeta está vacío, y por ello mana: deja.


(Dejando salta, palabra a palabra,
espacio a espacio.)

Y, desde otro lugar:


pone el cuerpo, lee en sus heridas (marcas que de tan suyas de todos) lo que las heridas
abren.
(Pero heridas que no sangren: la poesía es siempre murmullo, si grita calla, ensordece;
si sangra no trasparenta,
refleja.

Si busca decirse se busca.


Si se encuentra no se cumple, termina.)

Da a escuchar, ése es su don, ése su ser mero hueco, ése su ser imagen de su
creación
(creación de sí en la donación de sí;
creación de lo otro en el callarse a sí).

Da cobijando silencios -paradoja o desborde de la lógica-, da custodiando el misterio


como misterio.
Lo otro como otro.
Nada como nada

(el desierto de la sed


no la sed del desierto).

44
Silencio como silencio, sin sombras, sin callarse ni decirse a sí: custodiándolo para
dejarlo decirse, como el hueco de una caña.
Como una flauta,
un oboe.
O como el humo de una fogata en el que el viento se dice. En el que el decirse señala
desapareciendo.

(Conflicto y lucha de la palabra con el silencio,


la presencia con la ausencia, tan fecundo como la lucha y el conflicto de la vida con la
muerte.

El silencio, siempre el silencio.


Su don y su expresión: su exiliarnos.)

Hay que acoger el fulgor de la ausencia,

reflejar
el don de lo que no está
en cada cosa que creamos.

Misterio, también, de la gratuidad del misterio, lo otro:


revelación de la insobornable gratuidad de aquello que nos busca con tal que lo
esperemos,
que nos habla con tal que escuchemos, que lo tenemos con tal que no lo poseamos.

Misterio de una caricia más que de un abrazo, de la mano que no retiene, que apenas
roza:
del gesto que aprendió la despedida.

Un roce: cuerda, tecla o pluma, los dedos que se retiran son lo que plasman la huella:
de palabra a palabra la huella del silencio.
(Siempre huella de lo que nunca estuvo, de lo que nos dejó su huella: su fecundidad en
la ausencia.

La huella de un vuelo caído

la estela de un tajo
en la comunión de las sombras.)

VI.

(Hay más poesía que realidad,


por eso apenas puede decirse.

Por eso todo rebasa, no desde sí,


en sí.)

45
VII.

Entre palabra y palabra el espacio,


el hiato que reúne,
la apertura para el sentido o el sentido abierto:
el desborde de la herida.

Letra a letra la palabra, isla en el archipiélago del vacío.


Vacío a vacío el sentido.

Lector a lector, ruptura a ruptura,


el salto que reúne.

Ruptura a ruptura el silencio entra.


El adentro desborda.
El río corre,
el desborde fecunda.

VIII.

Hay palabras que cubren lo que nombran, lo identifican a ella: son la lápida de la
identidad,
no nombran, amordazan.
(Callan otras palabras, no callan silencios.)

Otras desnudan lo nombrado; ahondan lo que nombran, piensan: ahondan nombrando.

Otras, las pocas, son palabras desde donde lo nombrado nace, nace nombrando.
(Y cada palabra es su nombre.)
Son las palabras que no dicen otras cosa: se dicen ellas. (Decir sin eco: gratuidad del
decir
celebración del sin porqué
ni para qué.)

Dicen, no cuentan.
Dicen, no señalan, no van: estallan. (Pero como un alba: cuando la luz enciende, cuando
aún no quema.
Cuando fecunda.)

Se dicen y, por ello, nos dicen: nos cavan.


Desmienten: nos callan.

Son las palabras diciéndose palabras: son silencio celebrándose poesía.


(No es disyuntiva sino paradoja: no es abolición del silencio, es su anuncio.
Es la voz de las palabras antes de las palabras de mi voz, es un antes sin después.
Un antes sin inicio.)

El poema muestra lo mirado, no la mirada; hace sonar la música no el instrumento.

46
Como la lluvia, trasparenta, no refleja.
Como la lluvia no hace sombras,
se dice sin repetirse eco.

Es creación, no lo creado.

Tampoco es luz. Es noche: es dar a luz.


Engendrar sentidos.

(Toda sombra es ayer,


la belleza es siempre otra.)

IX.

El poema abre.
Rasga.

Esa apertura, lo abierto desbordándose apertura,


es el poema.

Abre naciendo desde lo abierto. Tajando con su abrirse lo ya dicho del mundo.

(A cada lector le es dado volver a abrirlo:


custodiar la herida:
ser su brecha hacia el mundo.)

La poesía es un vaso de agua derramada sobre la tinta, escribe borrando,


dice trasparentando,
pasando. Ese paso es su decirse:
su deriva, su poema.

La poesía nos sobrepasa,


nos abre desde más hondo que nosotros mismos: nos hace otros, nos altera naciéndonos.

Su nacer nos extiende dilatándose al dilatarnos: extendiendo su soledad.

El poema es la soledad, la soledad que él mismo crea, la que la poesía habita.


Soledad desde la que nace dándola a luz.

La soledad es su halo, lo abierto aún sin poblar,


yo sin mí.
(Él siempre en mí sin mí.)
La palabra aún sin eco, el decir sin saberse:
la soledad sin el solitario.

El poema nos deja solos, nos hace solos:


es único,
como cada lluvia es única, como cada una cae entera.

Lo incomparable es lo sólo eso: lo uno de cada uno.

47
Lo que reúne sin anular.
Lo que agrega diferenciando.

El poema como uno y, en ello y no por ello: otro.


Lo diferente a toda diferencia.

Lo otro de cada otro:


lo único de cada uno. Lo afuera de todo todo.

La soledad del poema es el nacimiento de lo único, lo que no se compara ni


suma, tampoco resta:
el milagro es milagro por ser sólo un vez.

El milagro en su finitud, el que abre la finitud al milagro:


creación.
(El milagro que nos incluye,
la inclusión que nos exilia.)

La creación es única, solitaria.


Extraña y solitaria:
precio y gratuidad del milagro.

Plenitud de presencia, relámpago.


Parpadeo.

La soledad de lo creado es su solo instante, su siempre por única vez, su


discontinuidad, su irrupción.
Abre el tiempo,
rompe la cuenta.

(No todas, cada palabra el poema.)

Después su irse: su decirse siempre sobrepasa mi querer decir: dice más que lo que dije:
se dice.

Ese más es su comienzo, su ser comienzo cada vez.


Su ser su única vez.
Su jamás.

Su más me trasciende: quedo atrás.

Solo.
Sombra de mi dar a luz.
Borradura en mi escribir.

48
X.

Como el viento que


barre las huellas que traza, así el poema: dice la poesía que calla.

(Calla en lo que calla:


dice los silencios del alma.)

XI.

DON

I.

Cae una estrella como un surco


en el desierto,

como una huella en la ceguera:


una escritura.

(II.

La noche,
en cada sombra más antigua,
revela lo que ella enciende.)

La apertura no solo abre: brota. La creación genera creación.


El origen abre destinos.

El poeta escribe no lo que está escuchando al escribir (lo que me digo), sino lo que va
dejando de escuchar (lo que me callo); mientras la poesía habla y calla.
Dice y hace decir. Haciendo decir calla.

La callan las palabras que escribe, porque es propio del nacer estar siempre detrás de lo
nacido.
El origen es el sacrificio: el de la poesía por el poema. El del poeta por la poesía.

El poema es su propia falta, su siempre abierto desde antes de sí y hacia lo otro que sí.
Tajo.

Trazo de una búsqueda (traza del olvido),


el poema recuerda y anuncia, anuncia y oculta a la poesía. Encuentra y pierde en la
pérdida que engendra lo encontrado.

Flujo y reflujo: separación creadora. Marcas en la arena. Sal y espuma que rueda.

Todo es huella de la sed.


De la sed, no el agua que la seca. Del escuchar, no lo escuchado.

49
De la sed, no la huella en el agua:
lo ya trazado.

XII.

Mientras se escribe, con el tiempo, la ausencia deja de ser reflejo. También encuentro.

(La ausencia no sólo calla :


también bautiza.)

EL SUEÑO, LA IMAGINACIÓN Y LA UTOPÍA:


SALTOS HACIA LO AUSENTE.

"El sueño no es la poesía, no es el conocimiento. Pero no hay conocimiento -si se da a


esta palabra su sentido más elevado- ni hay poesía que no se alimente en las fuentes del
sueño. Es inútil, sin duda, esperar de los espectáculos oníricos, de cada uno de sus
cuerpos, una significación traducible, y querer vivir más en el sueño que en la morada
que nos ha sido prescrita. La verdadera enseñanza del sueño está en otra cosa; en el
hecho mismo de soñar, de llevar en nosotros mismos todo ese mundo de libertad y de
imágenes, en saber que el orden aparente de las cosa no es su único orden. De vuelta del
sueño, la mirada humana es capaz de ese asombro que se experimenta cuando de pronto
las cosas recuperan por un instante su novedad primera. Yo nazco a las cosas; ellas
nacen en mí."

Albert Béguin

I.
"La realidad es creación, zarza ardiente que no se acaba, fuego sin ceniza;
resurrección."
María Zambrano

Todo ha tenido su antes, y ese antes, desde siempre, es el tiempo. Es el futuro verbal.
Su esperanza gramatical.

Ese antes, en cada ahora, es apertura. Horizonte.


El presente es tiempo en vilo.
Latencia.

Esperanza de que el ahora sea otro ahora,


que no necesite esperar.

El presente, ansiedad y posibilidad, es paciencia del futuro. Su padecer no ser aún. Su


esperarnos.
Nuestro más.

Todo ser desborda lo que es...


ese desborde es su ser.

50
Todo ser rezuma posibles.
Los posibles que rebasan lo real, ese desborde es el halo de la nostalgia, nostalgia de lo
que no es:
deseo de más ser.

Semen y simiente, germen de sí, la vida está grávida de su aún-no. Todo late en vilo.

En eso consiste el ser, el ser transido de tiempo de todo lo que es. Su conjugarse
historia. Su esperanza de ser.
Su sueño.

La realidad es lo que es, pero también puede ser otra vez más. Esa posibilidad es cada
vida,
cada irrepetibilidad.

La realidad no es pasado, ni presente.


Es presente abriéndose: futuro:
creación.

En lo posible imaginado se refleja el verdadero ser de las cosas: su situación entre la


nada y la plenitud.
Desde la nada y contra la nada.
Su temblor por ser.

Cada día tiene su entrega, su confiar: su dormir.


Mi ser más dentro que la conciencia de ser, de la vigilia de ser.

Dormir no es otra vida, es más vida:


es la del cuerpo entero.

Dormir es un encuentro.
Es otro obrar. No un hacer, sino algo más originario, más hondo: es un recibir.
Es soñar.

Porque se duerme desnudo se sueña la desnudez:


lo que las formas cubren.
Lo que la noche desnuda.

El sueño es revelación.
La revelación que sólo sobre la desnudez del cuerpo dormido puede inscribirse.
Que sólo las manos vacías pueden recibir.

No sólo de noche, también el día se llena de sueños. Noche y día el deseo aspira a
nacerse realidad.
Ensueña algo mejor.
Explora lo imposible.
Emprende un viaje hacia la tierra prometida, la libertad aún no acontecida: la que los
sueños prometen hacer real.
La que nos comprometen a crear.

51
El hombre es sus sueños.
Soñar es su primera libertad: su lucidez inicial.

Antes que político, racional o dotado de lenguaje, el hombre es erótico:


engendra.
Crea.

Contiene en sí esta posibilidad creadora, futura, como la suprema altura de su propia


significación.
El hombre es infinitamente más que lo que es: es todo lo que puede ser. Es su
inagotabilidad.
Es lo que es más su nada. Más que ser.

La imaginación no conoce lo que existe, conoce lo que crea. Es toda producción, es


vitalidad.
Creación de sí. Desde sí.
Allende sí.

El hombre no está nunca enteramente en el hombre: imagina ser lo que no es porque no


puede ser sólo lo que es.
El ser humano es vísperas de sí.

Habita más en lo que desea y espera, que donde es y llegó. Constituye su presente no
sólo recogiendo su pasado, sino, y sobre todo, acogiendo, imaginaria pero
constitutivamente, el futuro.

A diferencia del animal que apetece sin configurar el objeto de su necesidad, el hombre
desea imaginando su deseo, representándolo.
Configurando, dando figura.
La imagen, el sueño, acompaña a la necesidad. La llama desde adelante, la
convoca y acrecienta con la representación de lo mejor.
De lo deseable.
Lo que excede toda respuesta.

El deseo es la necesidad trascendida.


Es lo humano.

El que sueña rompe con el mundo de la necesidad para afirmar el momento de la


libertad.
De la libertad creativa:
la libertad creándose.

Otro nos habla en el propio sueño: el que aún no somos.

Hecho a imagen y semejanza de su dios, el hombre imagina y, en eso, se asemeja a su


creador: crea lo que imagina.
Da a luz lo que soñó.

52
Antes de ser tiempo, el futuro se anuncia: es pre-sentimiento. Miedo o esperanza.
Regresión, mirada hacia atrás, o aceptación confiada: camino hacia él, hacia lo que
viene.
La pesadilla o el sueño.
Del sueño como forma del deseo y de la imaginación: saltos desde uno mismo.
Saltos del creer.

Ni la densidad de un muro ni la oscuridad de la plena noche limitan al hombre: el


hombre sueña. Su imaginación lo rebasa y esparce, lo trasciende. Escala o penetra
muros, enciende noches.
Franquea espacios.

Allí donde un hombre sueña, nace y se dilata el espacio.

Donde el hombre sueña se enciende la noche,


se alumbra el hombre.

La noche encendida, su alumbrar, es el sueño.


El alumbrar que abre a la noche.
También al hombre.

Soñando el hombre no sólo sueña:


deviene otro. Otro de sí.

El sueño, anhelo y deseo, remite siempre a una tierra sólo de aliento: la posible forma
de lo imposible.

El hombre, real y concreto, es un ser en diferencia con su humanidad, desfiguración o


prefiguración,
pasado o porvenir.
Nunca mero presente, su presencia a sí es sólo pergeño, de no serlo es fuga o traición .

Ser de deseo, o deseo de ser, el hombre busca lo imposible: coincidir con su sueño.
Ser idéntico a sí.

La persona humana postula lo imposible y, en este imposible revela su humanidad: su


ser más allá de sí.

Su ex-centricidad: su no ser para sí su propio lugar.


No contenerse: no ser casa de sí. Ser éxodo de sí, de sí, cuyo ser es excederse.
Exiliarse hacia sí.
Partir y buscarse.

Lo imposible es, en él, lo más propio. Lo que lo desapropia de todo lo ya


logrado, lo exilia de todo lo ya llegado.
Desde el exilio de lo que ya fue, hacia el siempre éxodo de lo que será, debe
fundar la tierra a recorrer:
debe crear.

53
Las configuraciones de nuestra identidad no derivan solo de nuestro presente y de
nuestro pasado, sino, y sobre todo, de lo que esperamos en el futuro.
Del espejo frente al que nos imaginamos. De la imaginación ante la que nos reflejamos.

De lo abierto que no se agota llegada.


Del horizonte que no se dibuja línea: se abre tajo.

El hombre, ser de lejanías, por todo esto, es un ser u-tópico: no tiene lugar. O lo que es
lo mismo pero más:
todo lugar es suyo,
menos donde ya ha estado,
donde ya ha marcado sus pasos.

El lugar donde habitar, el recorrido a recorrer, debe concebirlo, abrir


exterioridad a medida que avanza,
crearlo para tener donde ser.
Donde nacerse mundo.

II.

"El horizonte es algo ideal aun en la visión física. El animal no debe de tenerlo y la
planta no lo necesita. Si el hombre lo perdiera, perdería su humanidad".
María Zambrano

Que se vague en lo abierto,


se dibuje errancias en un desierto, no garantiza que haya una tierra prometida. Dice, eso
sí, que se está en marcha.
Dice, también, y es más aún, que uno regala huellas.
Que añade estrías.

El mundo es siempre de la edad y a la medida de quien lo invoca. Ni la realidad


tiene tamaño definitivo ni el mundo es algo agotado o acabado.
Ni la realidad ni el hombre.

La realidad no contiene su propia justificación: nos incluye. Nos alberga como su propia
apertura,
somos su diferencia.
Su libertad.

En esa libertad cobra presencia una apertura: en lo así abierto se expone y expande la
historia del ser humano.
Se introduce lo dable en lo real.
La fecundidad en la fatalidad.

La apertura de lo posible es un flujo sin reflujo,


un despliegue sin pliegue, un ritmo que atraviesa y excede toda tierra colonizada.
Toda y cualquier realización concreta que no llegará sino a ser forma suya, figura
provisoria,
umbral de una nueva partida.

54
Imaginar es mantener abierto el campo de lo realizable. Abrir espacios en la interioridad
del mundo.
Trasparencias en la opacidad.
Desplegar la conciencia de límites en conciencia anticipativa.

A diferencia de la razón, siempre diurna, que descubre lo ya existente, lo combina


-suma o resta-, la imaginación es vida:
genera.

Salto cualitativo desde lo que es hacia lo nuevo: salto que saltando dibuja lo que será.

El hombre suscita mundos, abre claros en los bosques más espesos. Lo hace en la
medida en que le es dado trascender lo ya existente: imaginar.
El logos imaginario lo hace capaz de originar mundos,
anticipar paisajes, poblar ideales.
Esperarse a sí mismo en sus propias metas. Llegar a habitar sus sueños.

Todo lo creado fue una vez creído.


Creer es crear.
Dar a nacer.

La imaginación es la esencia del ser de la posibilidad, su potencia se actualiza


obrándose: es creación.
Su tensión creadora es, a la vez y lo mismo, su dinamismo instaurativo.

La voluntad de soñar, de abrir espacios, consiste, en primer lugar, en rechazar la imagen


de un mundo canónico.
Un mundo que sea irremediablemente lo que es: la realidad como destino de sí.

Imaginar es exorcizar la fascinación con lo inmediato, con lo cercano no como cercanía


e intimidad,
sino como cerco que encierra, ciega, separa. Exorcizar a la necesidad como capitulación
del deseo.

Puesto que el hombre lo habita y construye, lo anima, el mundo puede ser otra cosa que
lo que es:
la persona humana es la diferencia entre lo que es y lo que puede ser.
La imaginación imagina otra realidad, la creíble y, en eso no imagina:
aprehende, capta.
Ve lo dado como dándose: dándose a modelar.

Para la intuición utópica, para la imaginación simbólica, lo objetivo es lo potenciable.


No lo acabado.

En la gramática de lo imaginario, en la conjugación entre la ausencia y la presencia, no


existe el sustantivo.
Todo es verbalidad,
conjugación.
Juego conjunto entre lo que es y lo que no es: símbolo.

55
Ver, vislumbrar imaginariamente, es irrumpir hacia lo no pensado. Hacia lo otro que
pensar.

El hombre es el portador de la fuerza de lo posible: la voluntad cuando instaura


alternativas.

Cuando anticipa futuros fundando comienzos.


Cuando inaugura palabras.
Cuando libera silencios.

Cuando no se ciñe a ser la herramienta de la razón operativa: cuando es hija de las


bodas del deseo y la imaginación.
Cuando es el gesto de un sueño,
cuando inaugura formas.
cuando forma constelaciones.

Cuando abre lo cerrado.


Cuando obra en lo abierto.
Cuando expande semillas,
cuando siembra desiertos.

III.

"La filosofía trazará de lo humano un esquema, promesa de seguridad, como si dijera:


"si te atienes a esto, si reduces tu vida a este ser, claro, seguro, idéntico a sí mismo,
estarás a salvo; ninguna fuerza, ni siquiera la de los dioses, te podrá arrebatar tu
condición. Pero el hombre prosigue su vida, su historia. Porque, además de la llamada
"naturaleza racional", conserva siempre algo de la primitiva mezcla sagrada, de la
participación misteriosa y primaria con la realidad toda; algo del mundo del mito y de
la fábula; tiene un sueño. Quiere ser y, excepto los llamados filósofos, confía su ser, no
a la realización del claro esquema racional, sino a un oscuro e indefinible anhelo;
anhelo oscuro más fuerte que nada, que le hace lanzarse sin ver porque teme no tener
tiempo, o porque teme despertar, si mira. Mientras los filósofos desde siempre lo
llaman a la vigilia, él se obstina en su vida sonámbula, tan parecida a la que llevó en la
caverna maternal. Se siente en el mundo, en medio de las cosas que son, como una
larva que ha de crecer y formarse. Y no puede detenerse a mirar."
María Zambrano

Aún al lado del ser más cercano, aún en la misma noche, cada hombre sueña su sueño:
cada humano sueña solo.

La utopía también es un sueño, pero ni mío ni del otro, un sueño con otros. La utopía es
la plural singularidad del sueño que reúne.
Una constelación de sueños,
y, a la vez, el común despertar de una comunidad.

Es el soñar un mismo sueño que hace de los soñadores una comunidad:


una comunión de deseos,
una marcha de destinos.

56
Un destino, una destinación, que los pone en camino: mueve el tiempo hacia una meta,
crea una historia.

Camina, escribe y describe sus pasos. Narra.


Reúne.

Utopía, etimológicamente hablando, es un lugar que no está, que no es. Pero no algo
que meramente no es: algo que aún no es, un todavía no.
El todavía no pulsando en cada ya.

Un lugar que no está pero hacia el que tendemos, una ausencia que convoca. Que llama
desde lo abierto:
desde el espacio para una nueva fundación:
lo abierto por techar.

Una extensión que abre el sueño:


un nuevo espacio donde despertar.

El estado de las cosas no es incurable. Como una brisa diciéndose en un árbol,


así,
casi imperceptiblemente,
un temblor de lo finito indetermina sus límites: la realidad es historia, no destino.
Errancia, que dibuja caminos. Caminos que se singularizan sendas, que se reúnen
llegadas.
Que se fecundan nuevas partidas.

Por encima de lo real, más alto o más hondo, está la posibilidad.


La futura y la que lo antecedió antes de concretarse realidad: umbral de y hacia una
nueva posibilidad.

Ontológicamente hablando, la utopía es una realidad imposible, pero real. Una potencia
en vilo.
Un no ser preñado de ser.
La utopía es pulsión de ser.

La utopía, el territorio de la ausencia, es siempre más y otra cosa que lo que


nunca estuvo.

Es la topografía del deseo.


La diferencia no con relación a algo, con relación a siempre. La utopía es
trascendencia.

Sólo hay transcendencia cuando se logra imaginarla, crearla, como una catedral, como
un poema.
Como un alma.

El deseo es lo imposible, pero en lo imposible que llama se traza el camino para una
posibilidad que responde:
lo posible de todo imposible:
el salto.

57
La creación.

La imaginación es radicalmente materialista: convierte el deseo en cuerpo.


La desnudez en promesa.
La promesa en nueva encarnación.

La imaginación lleva al deseo a su concreción, a su exigencia de manifestarse, de ser.

De rebasarse y volver a comenzar.


Darse a luz para encender nuevos comienzos.

IV.

"Toda cultura deja ver la necesidad de imágenes que sostengan y orienten el esfuerzo y
el anhelo -la pasión- de ser hombre."
María Zambrano

El hombre, como ser singular, tiene necesidad de espejos: necesita reconocerse,


saber si su conocerse es real o imaginario.
Necesita una imagen, una representación sensible con la cual medirse. Modelo,
icono o ídolo: ecce homo.

Algo de esto es su propia obra.


Algo de esto, también, su mirarse mirado.

A diferencia de lo singular, de la propia obra, los sueños, los mitos y las utopías, como
las catedrales románicas, no tienen autor.
Nacen desde una comunidad: se elevan, emergen, desde la comunidad a la que eleva.

Como construcción imaginaria, la utopía es la geografía de un deseo,


pero siempre de un deseo colectivo.
Un imaginario social.
Es siempre paisaje de un mundo, no paredes de una celda. Mapa interno de un nosotros,
no espejo de un yo.

Es la simbolización en la que una época se proyecta a sí misma y se da su propia


representación.
Referente de sí, en ese imaginario una comunidad se expresa, contempla y comprende.
También se supera.
Es toma de conciencia de sí por medio de la imaginación; pero conciencia de lo mejor
de sí:
de su esperanza.
Esperanza de su altura, no su extensión.

Creación de mundos, de valores o de destinos: siempre para confluir.


Para congregar y vincular.

El hombre tiene manos para asir y esculpir lo cercano, pero también ojos para
vislumbrar lo lejano.
Lo allende sus manos.

58
Como la tierra no puede rechazar la lluvia no puede el hombre rechazar lo lejano:
hacia donde los ojos se abren.
Hacia donde lo abierto lo atrae.
Hacia donde abre sus manos,
hacia lo que él mismo no es.

El hombre es relación y separación, de todo.


También de él.

Si ser y estar, potencia y acto coincidieran, el hombre dejaría de soñar, también de ser
hombre.
De ser posibilidad, apertura a lo otro.
Mismidad grávida de alteridad.

El tiempo se sedimentaría espacio, el espacio contendría al tiempo: imágenes de una


piedra,
también de una tumba.

Densidad de la piedra y la lápida: noche sin sueño.


Repetición de hoy sin mañanas.
Muerte o cosificación: anulación del devenir, todo presente sin presencia de lo otro:
lo posible.

Cosificarse es tomar la realidad como fatalidad: totalidad cerrada ante la cual la


alteridad es inconcebible.
Es la realidad como espacio sin perspectiva, punto de vista sin punto de fuga.
Fetiche de lo idéntico.
Inmovilidad de lo que gira sobre sí.
Punto fijo de la repetición.

La ideología es a lo secular lo que la idolatría a lo sagrado: hace del medio un


fin.
Anula la distancia.
Cristaliza,
hiela.

Una llama no sólo alumbra, también quema, calienta.


La utopía enciende la realidad:
derrite lo congelado.
Devuelve la fluidez.

Inunda de futuro al presente.


Lo arrastra como a una barca la arrastra un diluvio.

La existencia tiene, puede tener, gradaciones.

Desde la escena de lo imaginario -lo onírico y la utopía, la mística y el arte-, desde la


fecundidad, está vedado el pacto con la ideología de lo establecido.

59
La mimesis con la cristalización del poder que se proclama objetividad. Que objetiva
con su poder.

Como el yo de un soñador, la utopía es un concepto fronterizo, límite.


Está entre lo que es y lo que no es, deslinda lo mejor de lo bueno, los aún por ser desde
lo que es.
No es, pero dentro de lo que es: es su pulsión por ser.
Es configuración.

La primera palabra, la tácita orden de ejecución de un sueño, una esperanza, una


utopía, es no.
El no a lo ya, a todo ya y aquí, el no de la crítica que es el sí de la esperanza: el no que
es preludio del sí a la posibilidad.

La utopía es siempre una crítica --crítica y crisis-- del orden existente: es un


sueño que despierta.

Cuestiona y enjuicia.
Criba.
Abre brecha en la aceptación fatalista de todo sistema constituido, en la dictadura de la
facticidad.
Salta.

La crítica deconstruye, socava, allana; la utopía puebla, ara los espacios


devueltos a lo abierto.
Cosecha posibles.

Una utopía no es sólo un sueño sino un sueño que aspira a realizarse, una pulsión de
más realidad.
La utopía se dirige a lo real, lo concreto.
Altera.

Por no ser, y en su no ser, fisura la totalidad.


Su sueño cuestiona:
es vigilia.

Cuestiona incluso, y sobre todo, con su imposibilidad,


pero esa imposibilidad misma, desemboza la imposibilidad de vivir en la realidad en
que se vive.
La realidad desde la que soñamos, de la que queremos trascender.

La utopía, como ideal, es un imposible que revela.


Llama a escuchar las latencias, los posibles.
Llama a despertar.

A encarnar mañanas.

Revela las virtualidades adormecidas en las entrañas de la realidad, su reserva de


añoranzas y vigilias.
Los sueños vencidos pero aún encendidos.

60
Los rescoldos que aún anhelan un soplo que los encienda.
Un renacer.

V.

"Toda vida tiene necesidad de una imagen que, nacida de su más profundo anhelo
-'vivir es anhelar'-, lo contenga al par que lo alimente".
María Zambrano

Todo hombre jugó como niño:


jugó a ser hombre.

Toda quietud es quietud de un movimiento.


Equilibrio.

Lo posible es más ancho que lo real,


también harto más hondo.

La realidad es intercesión, presente que habita lo que deseó y desde ese habitar desea lo
por llegar.

La realidad no es lugar, es sustracción.

Horizonte en tanto horizonte. Negación e imposibilidad de cualquier y toda


colonización, de toda reducción.
La realidad también se sustrae,
tampoco ella se agota en ser.

La utopía, lo ideal representado, no quiere instaurarse identidad lograda, clausurarse,


sino estimular el dinamismo de lo posible. No pretende llegar, sino señalar.

La utopía es huella, vestigio de lo por ser.


Huella en hueco en todo hacer.
Intervalo, en todo devenir.

Un imposible que se desvanece lejanía, pero hacia allí, hacia donde desaparece, aparece
el camino a recorrer.
Quizás no pueda revertir una situación, pero saca de ella. Forja rumbos.
Moviliza.
Conduce hacia un fin. Un alborear.

Las utopías, las tantas en torno a las cuales cada época articuló su sueño, el sueño que es
una época, nacen, crecen y mueren:
son formas de la vida, imágenes en las que por un tiempo se mora.

Albergues.

Moradas en alterno juego de la escisión y de la identidad.


La diferencia y lo diferente.

61
Utopías de sueños y figura de otro sueño: alcanzar el horizonte, hacer de la lejanía
distancia.

El sueño de un llegar que no sea partida: el paraíso recobrado o la tierra prometida.


Llegar sin partir.
Llegar hasta donde no se parta.
Descansar en la identidad.

Los sueños, como las estrellas que guían o el fuego que entibia, como la luciérnaga y
cada vida, se encienden y apagan.
Parpadean y mueren.

Testigos del desgarramiento entre la fugacidad de toda imagen y la perennidad del


sueño que buscaron encarnar.
Testimonio y realidad de la totalidad de la cultura:
de la mediación perpetua entre el sueño humano y su insoslayable finitud.

La finitud a la que no se puede renunciar, el don de la brevedad, la revelación de lo


frágil que nos obliga y nos regala imaginar.
Que nos compele a crear como respuesta a la muerte.

Como trascendencia a todo aquí.

VI.

"No toda mirada es capaz de engendrar visiones. Algunas miradas nada ven de puro
inmersas en lo inmediato; otras, desprendiéndose un poco más, se enredan en
espejismos; otras, llegan hasta figurarse personajes, criaturas. Pero hay una mirada
genial de quien, habiendo llegado hasta un lugar privilegiado, hasta un centro, mira
desde él creadoramente. Porque, habiendo llegado a insertarse en algún lugar donde
muchas cosas se hacen una sola, es capaz de engendrar unitariamente una diversidad."
María Zambrano

El hombre es su conciencia de sí, y sin embargo, tenemos conciencia de haber sido más
nosotros mismos en los momentos en que, librados de los límites de la conciencia,
pudimos soñar.
Cuando fuimos más y otros:
cuando un sueño nos iluminó.

Cuando una cita con lo ausente nos transportó de la estrechez de lo presente.

Cada vez que una época deja de soñar ya no despierta.


Duerme su sueño sin sueños.
Sueño gregario: el mismo que todos, pero aislado en cada uno. Diferente a nadie:
indiferente a todos.

El hombre, cada hombre y mujer, no es la humanidad: ella es el sentido de lo humano,


el sentido de cada uno, y la tarea de todos.
Lo realizable.

62
Cuando se extingue su pasión por lo posible, cuando la imaginación no imagina futuros,
esa época deja de ser humana: ha claudicado de su esencia utópica, su pulsión
simbólica. Ha amputado su impulso deseante.
Su deseo de desear.
Lo humano de su humanidad.

Ha comenzado a morir, a dormir sin el sueño de soñar.

Para modificar, combinar y variar lo que se tiene, hay que saber con qué se cuenta: basta
calcular.
Pesar y medir.

Para transfigurar la realidad, darle la forma de una novedad, liberar su intrínseca


creatividad, hay que contar con lo que no se tiene.
Con lo que aún no es: mirar hacia lo que no se ve.
Hacia la diferencia en su desnudez:
lo todo otro que todo.

Lo imposible que nos conduce


hacia más lejos que llegar.

EPÍLOGO.

“Cada uno de los grandes hombres --asegura Kierkegaard-- lo fue en la medida en que
era grande el objeto de su esperanza. Unos fueron grandes porque esperaron las cosas
posibles; otros lo fueron porque esperaron las eternas; pero el más grande de todos fue
quien esperó que se cumpliera lo imposible”.

PAUL CELAN.
EL HUÉSPED QUE NOS EXILIA.

"Todo Celeste velozmente pasa.


Pero no en vano."
Hölderlin.
I.
EL HUÉSPED.

Mucho antes del anochecer


entra en tu casa quien cambió un saludo con la oscuridad.
Mucho antes de amanecer
despierta
y enciende, antes de irse, un sueño,
un sueño resonante de pasos:
lo oyes medir las lejanías
y hacia allí lanzas tu alma.

Paul Celan

63
II.
MUCHO ANTES.

"Parió la Noche… y engendró la tribu de los sueños", se lee en la Teogonía de Hesíodo.


Y, antes que Dios hable, cada antes de su "fiat lux" es siempre la noche,
una noche que espera, una y otra vez, ser encendida.
Una noche que es vigilia.
Espera.

Aquí, en el poema de Paul Celan, lo primero no es la noche, una voz nos dice que es
“mucho antes de anochecer”:
esa voz, el heraldo o el poeta,
es lo primero.
Aún la noche es la palabra noche:
la palabra es lo inicial.

Esa voz nos dice eso: antes aun que la noche,


es la palabra, la que poetiza:
la que abre un ámbito de sentido en la oscuridad de las sombras, en el adentro de la
noche;
la que anuncia e inicia un mundo:
inicia el poema que tratamos de escuchar.

La escucha en la que escribimos.


En la que dejamos decir.

No es un principio, es un antes, es un hacia atrás abierto:


antes,
mucho antes de anochecer. Después también será antes: antes de amanecer.
Es el tiempo anterior al tiempo: es siempre.
Es lo posible de cada ahora.

Antes de la noche y antes del día: de lo oculto y lo manifiesto,


lo velado y lo desvelado:
antes la palabra,
y para nosotros -los oyentes, los lectores-, antes el silencio encarnado: la escucha.

Aún día pero casi noche,


crepúsculo:
la frágil duda entre el miedo y la esperanza.
el nunca ya o el aún siempre.

Anochece.
Las sombras silencian las formas. Es el tiempo del oído, no de la mirada. La hora en que
todo se concentra descentrándose.
Retomando su lugar, no su utilidad.
Retornando a lo propio.

Es la hora de la oración, o la del sereno, como la llaman aún en el campo.

64
La oración, el sereno o la serenidad de la oración: hora de la escucha, hora en que se
calla.
Se deja venir a la escucha.
Se recoge lo extendido.

Entre el anochecer y el amanecer, un espacio, tajo o diferencia: bordes.

Espacio al rojo.
Ni noche ni día, tampoco tiempo, orillas que no se tocan, como bordes de una herida,
pero por eso mismo bordes que abren:
bordes desde los que se nace, no donde se termina.

Límite y, por eso mismo, cita.


Apuesta por la espera.
Esperanza de no abandonar la espera.

La espera no es mera pasividad, es acto. La espera es don: ofrecimiento:


acogida incondicional.
La puerta abierta y el fuego encendido.
Ámbito de germen.

Espera de lo otro. O del otro: el que viene: el huésped que cambió un saludo con las
sombras.

El que espera abre, no la puerta:


la espera.
El espacio del otro,
lugar de su aparición.

El huésped entra, no golpea:


se sabe esperado: ve lo abierto iluminado, lo antes que todo:
la espera.

El que entra saludó a la oscuridad.


El saludo es umbral, entrada: inicio del encuentro.
Inicia.

Iniciación y oscuridad, iniciación a la oscuridad, revelación velada, no desvelada.


(La oscuridad inicia en lo oculto ocultando, borrando: libera de los reflejos,
desnuda los espejos.)

El saludo dice también familiaridad, también dice relación a la salud, también a lo


salvado.
No lo sabemos, pero es de suponer que quien saluda a la oscuridad viene de lejos, de
hondo.
Donde lo oscuro no oculta: envía.

El que viene trae aquello desde donde viene: trae el saludo de la oscuridad: el anuncio
de la noche:
el sueño:

65
la transparencia de las sombras.

El llamado y la inspiración de la noche, su revelación:


el poema que escuchamos.
Lo que en nosotros despierta.

III.
LA CASA.

Primero fue el tiempo, su color: la rotación de luz y sombra. De sombra y luz.

Pero es tiempo poético: el tiempo cuando suspende su utilidad, repliega


su linealidad,
cuando no va hacia el proyecto sino hacia el encuentro.

No es el tiempo que pasa, es el tiempo mítico, el que salva del paso del
tiempo.
El que no pasa ni corre: brota.
Es creación.

Antes el tiempo, ahora el espacio.


El espacio separado, la separación como condición y posibilidad de
acogida.
Espacio separado y habitado: la casa.
La casa abierta, albergue o abrigo:
acogida.

El huésped viene desde la oscuridad y entra en la casa.

La casa, la morada,
es donde lo incierto se calma, lo fugaz se demora.
El irse de todo, en la casa, se hace tregua.
La tregua se aloja.

También el tiempo descansa:


se pertenece presente.

La casa es el recogimiento de lo propio en su propio rito.


Pero lo propio abierto:
lo íntimo, no lo cerrado,

la interioridad que abriéndose no deja de ser interioridad:


la intimidad:
lo que la hospitalidad abre.

Es lo propio, no lo apropiado.
Donde se está, no lo que se tiene.

En la casa mi ser se sedimenta espacio, en la casa ser y estar se reúnen, la unidad no se


anula identidad:

66
se habita.
En lo propio la casa da casa: intimidad abierta que se dilata abriéndose hospitalidad.

Así, habitando, recibimos, acogemos: tomamos cuidado de lo que viene.


Damos hospedaje.
Recibimos.

Dar amparo, recibir, es recibir lo que nadie puede darse a sí: la alteridad.
El don inconquistable que cada huésped es.

La casa recibe al huésped, pero recién allí, en el recibimiento, el huésped cumple su


identidad: ser hospedado y el hospedero la suya: ser acogida.
Abrir en sí mismo la casa del otro.
Pasividad activa:
cobijo.

Uno y otro, huésped y hospedero, mismidad y alteridad, se cumplen en lo que dan.


Son lo que entregan.
Abren el lugar. Habitan el don.

Cuando la casa se abre hospitalidad, el ser y el tener se reúnen, el repliegue de la


posesión se redime en el despliegue del don.
Esa unidad, es el abrirse. Esa reunión es lo abierto.
Ese lugar, esa apertura,
es la hospitalidad poética.

La acogida da, no quita.

El poeta acoge callando.


La escucha se dice. El escuchar habla:
el silencio da.

IV.
EL SUEÑO.

También la noche da casa.


La noche es el adentro donde se enciende lo que la misma noche salva.

Huésped y hospedero duermen.


El poema calla.
Calla hasta el “antes del amanecer”, antes del despertarse, antes de encenderse el don.

Antes del don está el dormirse: aprendizaje de la entrega, ejercicio de la confianza.


La entrega, ahora, durmiendo, es darse sin saberse; después será seguir la eferencia de
los pasos, no el camino.
Será inaugurar errancias, nacerse.

Noche y entrega: sueño.


Pasividad.

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Aprendizaje en el no poder poder, solo estar en lo recibido, lo que viene disponiendo:
dormir es entrega,
aprendizaje y discípulado del morir.

El que duerme aprende que todo es igual sin él, por eso aprende: aprende a recibir.
A deponer su dominio.
A deponer de sí.

Dormir es entregarse: la entrega que acoge el sueño,


el roce de la noche:
su entrega.

Don de la noche, un don que se nos da por haberlo recibido:


hay que crearlo; aceptarlo.

Aceptarlo sin siquiera la violencia de haberlo merecido.

En ese silencio la noche se cumple, se oculta en sí, se reserva.


Pero cuando algo se cumple, no termina: rebasa.
Germina.

Acoger es dejar que lo otro se abra en uno:


el huésped enciende un sueño, el hospedero lo sueña.
Soñar es, también, soñarse:
ser lo otro de uno.
El extranjero en lo familiar.
El errante en el seno del estar.

Sueña.
O más y quizás, lo escucha, escucha los pasos:
el pasar del sueño en la noche de su acogida.

Escucha los pasos medir la lejanía.


En verdad los pasos miden la desmesura: dicen lejanía no distancia, dicen lo
inmensurable:
el espacio en tanto substracción,
el horizonte en tanto tajo:

hacia donde va no se llega,


es decir, no se vuelve.

El sueño nos rebasa por dentro. Nos llama de lejos.


El hombre que soñó no es el mismo que se acostó. Soñar no es dormir, es
transfigurarse.

Despertarse en otro lugar.

El que dio hospedaje escucha y obedece, obra:


sigue los pasos,
hace de la escucha respuesta.

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Así el sueño, en cada noche más antiguo, revela lo que alumbra. Lo que la noche
guarda.
Lo que ella preña.

Entre lo oculto y lo manifiesto, entre la noche y la luz, se encendió otra luz: la que
fecunda las sombras:
soñar:
forma del desear y del imaginar: de salir de uno mismo.

De realizar lo humano.
Donde alguien sueña, el sueño enciende la noche: ese encenderse es el sueño,
el que da a luz lo que esa luz revela, crea.
El sueño que es el alumbrar de la noche. Su decirse humana.

La noche no lo apaga:
lo arropa, lo custodia,
lo protege con sus sombras de la luz de la razón,
el exceso de claridad que lo vela.

El sueño se enciende hasta el alba: la luz no lo apaga,


lo trasparenta.
Después queda acoger el fulgor de la ausencia:
reflejarlo.

Después el poema.

V.
EL HUÉSPED.

Queda para el final lo que estaba en el origen: el umbral y anuncio, el


título: el huésped.

¿Quién es el huésped?: no lo sabemos, de saberlo no sería el otro,


lo otro, lo que llega y entra,
el que se va y nos lleva.

El huésped es el tránsito entre algo que se pierde y algo que nace en la huella misma que
deja.
El camino que traza.
El don de la pérdida.

Huésped sin rostro y sin nombre: encuentro con quien no es eco de la espera: el
desconocido
(no es lo que busco, es lo que viene a mi búsqueda).

El huésped no seduce, no repite: invita:


se ausenta.

Huésped de paso.

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Pasante que pasa pero para quedarse, no él, su don: el que dona pasa, pero su paso abre
camino, surca noches, regala huella.
Huella y traza.

Vestigio.
Trazo primero: el trazo que avanzando borra. La estela de un tajo en la comunión de las
sombras.

Lo que se va es más y otra cosa que lo que alguna vez estuvo:


es lo que nos llama a encontrar lo otro.

El huésped entra.

El que saludó a las sombras conoce el camino de las sombras,


el que llega nos recorre, nos revela.

Lo propio se nos da como lo que nos viene de otro.


El otro revela lo propio y revela eso: que no llegamos a nosotros mismos cuando nos
encaminamos hacia nosotros:
el camino hasta la propia identidad es el de la alteridad acogida.

El otro, el huésped, llega hasta nosotros sin que podamos hacer otra cosa que dejarnos
visitar,

ofrendarle hospitalidad e invitarlo para que permanezca con nosotros, en nosotros,


o más aún,
que nos hospede en el sueño que enciende.

Nos fecunde en la noche fecunda,


la familiar, la que él saluda.

El huésped es también lo otro,


el extranjero,
lo ajeno,
lo otro como otro: lo que nos adviene.

El que no podríamos esperar porque no le conocemos, al que no podemos llamar por no


saber su nombre,
por no hablar su idioma.
Por ser palabra nueva.

Es el poema el que nos habla.


En el poema, este poema, el hospedero calla. El huésped tampoco habla: hace señas:
se ausenta.
Calla.

Lo otro anuncia lo otro,


lo que se sustrae, lo que parte partiéndonos,
nos trae tras él.

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El que llega a nosotros es el que nos lleva hasta nuestra última posibilidad:
la de salir de nosotros mismos,
posibilidad sin regreso,
trasparencia sin reflejo.

El huésped, el que viene, es el que nos lleva hasta el final,


hasta donde no sé que estoy yendo.

Recién ahí -donde me completa y me falto-


partir es lo propio.

VI.
EL POEMA.

Casa y sueño, hospedaje y huésped,


el poema anuncia al huésped, ese anuncio es el poema. También el huésped.
Ni uno ni otro se agotan en lo mutuo, se cubren rebasándose, se aúnan para dilatarse:
para darse.
Para hospedarnos.

El poema es ritmo, cadencia, tono: entonándonos a él latimos su ritmo: escuchamos sus


pasos.
Seguimos su huella, su íntima lejanía

(la lejanía que todo poema verbaliza,


también calla).

El huésped, el poema es lo que pasa, se va, pero no dejándonos, llevándonos hacia lo


propio:
hacia lo siempre otro de sí.

El poema fue el huésped,


el que abriendo el libro nos abrimos a él, el que leyéndolo dejamos entrar.

El que entrando nos habita, yéndose,


sustrayéndose,
nos nace otros:

nos lleva a lanzar el alma


hacia una lejanía más otra que todo afuera,

hacia el rebasarse de la vida,


su abrirse lenguaje: poesía:

su ser creación.

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